One-shot de Pokémon - So deep

So deep
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Vio Ciudad Luminaria, perdida, repleta entre el caos del humo y de la destrucción de un pasado que se alejaba dando pequeños pasos. Pero por más pequeños que eran, terminarían por construir ese lugar, el nuevo mundo, el lugar soñado para los despiertos, un lugar repleto de colores y de sensaciones que se sienten a través de un abrazo y no a través de mantener en cautiverio el corazón, tal como se tiene en cautiverio, ignorados y fuera de su habitad, a los Pokémon. Pero todo eso cambiaría, cada gramo de la fuerza que se movía fantasmagóricamente por la ciudad, atravesando gente y moviendo las cosas, llevaba una tonelada de fuerza de existencia, de mantenimiento del alma y del reparar de la vista. Todo pasaría como tendría que pasar y no habría obstáculos que lo detuvieran.

Pero solo tiempo después se encontró bebiendo de la dulce sustancia que emanaba de ella, que lo enloquecía y que hacía que perdiera el partido contra sus ideales. Nunca volvió a ser el mismo después de oler su cabello rubio, tocar sus manos pálidas y sentir el arrullo de una niña arrullada hace poco. Entonces abandono sus ideales y se concentró en seguir viéndola, de lejos y haciendo de su cuerpo una máquina de pensamientos y acciones impuras; más pronto de lo que se esperaba se encontraba perdido entre la noche, masturbándose pensando en ella, ahogado entre su risa y perdido entre el contorno de su pupila, reviviendo sus lágrimas infantiles y su pequeño temblor en las piernas que se convertiría en su próximo sueño durante años.
La había raptado para ganar la mayor cantidad de niños en su enigmático nuevo mundo, quería que fuera perfecto, repleto de rosas y de cantos de niños por todas partes. Después de la destrucción total serían ellos los encargados de volver a rellenar el mundo con personas, de envejecer con pañuelos de agua tibia en la frente y con guantes de protección para quitar los escombros que quedaban enterrados entre la maleza de un nuevo atardecer y él, él se miraba sentado, perfectamente postrado con el pelo pegado al cráneo y con la piel amarillenta esperando a que el ultimo sorbo de pasado fuera bebido y que su ideal pudiera hacerse realidad.

—Quiero que todos los niños, primero, vengan a verme y saludarme —Dijo convencido de sí mismo. —Quiero ver sus ojos y sentir en ellos las llama de la evolución.
Estaba tan convencido de lo que pensaba, tan perdido entre el polvo de su alma y el recuerdo del pasado que no puedo ver, más allá de sus pies, que esa decisión sería la que le quitara el sueño y lo consumiera hasta el final de los nervios en el pecho, del aire entre cortado y del amor que sucumbía frente a las mareas fuertes y estrepitosas. En algún momento se planteó hacerlo sigilosamente, sin que nadie se enterase, pero era demasiado tarde, todos se habían enterado y estaban divulgándolo incluso antes de que la destrucción finalmente consumiera todo. Pero todo fue inútil cuando la vio. Había visto pasar ya a cincuenta niños y ninguno había sido como ella, ninguno tenía ese cabello dorado que lo envolvió en su propio olor y le hizo guardarse el de ella de memoria, ninguno tenía la piel tan perfecta como ella, tan brillosa y espera como la de ella y ninguno tenía esa mirada de preocupación, de dolor y de inocencia en dos cristales azules que veían el mundo desde abajo.
—Ella es especial —Le dijo a su compañero —Llévela a la habitación y guarde el secreto. Su compañero nunca guardó el secreto, y antes de que Lysson se sintiera consumido por la sal de la inocencia, el rumor ya se andaba corriendo entre todo el grupo. Pero en ese momento nada importaba.

Verla ahí, aferrada con tanta fuerza a la cama que parecía un animal enjaulado, empujando para salir de ahí, moviéndose para soltarse y volar; pero todo era inútil, en un solo aroma se habían guardado todos los recuerdos y los deseos añejos de su juventud que se volvían cada vez más alejados de sus ojos, pero que con una sola probada del manjar de su piel sudada, con el aroma a atardecer costero, revivió hasta el último desamparo de sus años mozos, sobrellevó la carga que era mantenerse firme frente a sí mismo, pero su pequeño cuerpo, sus ojos y sus piernas lo habían llevado a una época donde se podía obligar a otra persona a fabricar impurezas sin mayor remedio. Y así fue, entre los estrepitosos ruidos de la ciudad y la tenue luz de la habitación, entre la obligación y la lujuria, entre la rabia y el odio y entre el placer y el dolor por unos minutos Lysson encontraría su refugio, una cuna donde podía dormir y olvidarse del tiempo de sus proyectos, había encontrado sus añejos recuerdos y deseos en la inocencia y las lágrimas y miradas de desentendimiento de la pequeña.
—Magnifico. Pero la habitación había quedado en silencio.

Intentó buscarla entre los paradigmas de la cárcel, de los diálogos hambrientos con prostitutas que paseaban años después por las calles y en los leves suspiros de excitación que hacía de anciano pensando en ella, pero nunca la volvió a encontrar, estaba fuera de su control. En su lecho de muerte la intentó recordar entre polvo y deseos de un pasado, recordaba sus incontrolables ganas de soltarse de él, y entonces murió en paz. ​