1 Cuando Oliver subió al palomar, apenas había amanecido. Solía despertarse con las primeras luces, pero aquella noche algo le había sacado de su cama. Oliver había sido el mayordomo de Lord Ronald Green desde que este era niño, las arrugas de su rostro indicaban cada una de las cosas que había visto y vivido. Había visto crecer a su señor, casarse con Lady Eloise y había visto nacer a sus hijos, lo enfermo que había estado el primero y el aire de intranquilidad que se respiraba en en castillo. Ahora, todo estaba tranquilo, en calma y silencioso, pero a medida que se acercaba al palomar, el frío del invierno le hacía estremecer. Habían empezado las lluvias, en las tierras Secuoyas las épocas de las lluvias duraban más que en cualquier otro lugar, y el frío solo se eclipsaba en los meses de mayor calor estival. El olor del palomar provocó que el mayordomo se cubriese la nariz con su pesada túnica de color gris. Él no era el encargado de cuidar de las palomas, solía encargarse alguno de los criados, él solo debía atender a su señor en todo lo que le pidiera. Por suerte para el viejo Oliver, Lord Ronald era un gran hombre y jamás le había pedido más de lo que un hombre de su avanzada edad pudiera soportar. Pero aquella noche, no había podido dormir a causa de los ruidos que provenían del tejado. Observó a las palomas, las causantes de su insomnio. Una de ellas llevaba un trozo de pergamino en una de sus patas. Miró hacia las escaleras por las que había subido para cerciorarse de que no estaba el criado que cuidaba de las aves y se acercó a la gris y cansada paloma. El pergamino estaba dentro de un pequeño tubo de madera colocado en una de las patas del animal. Estaba enrollado en un cordel, cerrado con lacre blanco y sellado con el símbolo de la familia White. Oliver contempló el sello un tiempo para cerciorarse, finalmente se lo metió en una de sus mangas y contempló el ventanal por el que había entrado el ave. Poco a poco comenzaban a salir los primeros rayos y el frío se tornaba más estable, y algunos pájaros comenzaban a piar. Lord Walter White era un viejo amigo de la familia, más concretamente de Lord Ronald, que siempre había sentido admiración hacia Lord White. Este era señor de las tierras de Roble y comandante de Fuerte Túmulo. Oliver lo había visto en un par de ocasiones, y la presencia, el honor y las leyes de conducta para ese hombre lo eran todo, si había mandado una paloma en lugar de mandar la carta con el emisario, seguramente se tratase de algo urgente. Bajó por las escaleras con cuidado, ya era viejo para ese tipo de construcciones, prefería deambular por los largos pasillos o sentarse en el patio bajo el sol. Bajó lentamente, un paso tras otro por la estrecha escalera de caracol de peldaños de piedra cortos y desiguales yllevando en mano el pergamino enrollado, tal y como lo había encontrado con el sello intacto. Cuando estuvo en suelo firme, palpó la fría pared y su mano se topó con uno de los tapices que plasmaba una escena de caza. A lo largo del pasillo, los tejidos se repetían con diferentes escenarios: damas paseando, cosiendo, hombres cazando, danzando...Oliver siempre se había preguntado si cuando los confeccionaron, plasmaron a la familia Green que vivía en aquel castillo por aquel entonces o simplemente se lo imaginaban. El viejo mayordomo recordaba a como Lady Eloise había tejido algunos con sus damas y criadas mientras estuvo embarazada de sus dos hijos. Aunque ella no era de la sangre de los Green sino de la vieja familia Ocher, no tejía sobre sus antepasados ni sobre los de su esposo. Oliver se movió entre las antorchas hasta los aposentos de Lord y Lady Green, era la habitación más grande de todas, al fondo del pasillo, y a su derecha las de sus hijos, Henry y Ulric, que dormían con sus respectivas nodrizas. Después miró hacia la izquierda, uno de los aposentos estaba ocupado por un bebé de unos tres años, no era hijo de los Green, Oliver creía que ni siquiera era hijo de alguna de las damas de la corte. Aquel bebé, había surgido de pronto, como una pequeña flor que se encuentra entre la nieve, sin saber quien la ha plantado, ni como ha podido crecer ahí en medio del frío, pero Lady Green lo había encontrado una noche de nieve entre los árboles, no muy alejado del castillo. Ella lo había acogido como hijo propio. Al principio Lord Ronald solo lo había aceptado por el amor que le profesaba a su esposa, pero Oliver sabía que con el tiempo su señor le había cogido cariño a ese pequeño hijo del bosque, a pesar de algunas habladurías de otros señores terratenientes. El viejo Oliver tocó tres veces la puerta de madera. Con toda seguridad aun dormían, pero Lord Ronald nunca se enfadaba con el viejo mayordomo, y aun menos por asuntos que parecieran importantes. —Adelante.—Dijo la voz recién despertada de Lord Ronald desde el interior de la estancia. Oliver abrió lentamente la puerta y asomó su cabeza. —Con permiso, mi señor. Se que aun es temprano, pero una paloma ha traído un mensaje de Lord White. Pensé que desearía leerla.—Su señor se recostó en la cama, Oliver entendió esa señal como aprobación para que entrara. La habitación era amplia, las paredes tenían los mejores tapices de hilo de oro y los ventanales estaban cubiertos por grandes cortinas de seda. La estructura de la cama estaba hecha con madera de ébano, formada por la base, cuatro columnas con forma de espiral y un dosel del que colgaban cortinajes. Lady Eloise disponía de un gran tocador con un espejo que había recibido en herencia de su madre, Lady Alianor Ocher. Oliver se acercó a su señor, aun no había llegado a los cuarenta años, pero su aspecto ya aparentaba una edad que entraba casi en los cincuenta. Siempre había sido algo menudo, pero con los años había cogido corpulencia y una barriga que guardaba años y años de banquetes con cerveza y vino de diferentes ceremonias celebradas en palacios y castillos. Aún así, tenía el mentón cuadrado, rodeado de una barba corta castaña y lisa, al igual que su cabello. Sus cejas eran muy pobladas, y camuflaban los oscuros ojos con los que juzgaba justamente a sus leales o traicioneros siervos. Oliver no dejó la estancia, sabía que aquella carta conllevaría consecuencias y el mayordomo deseaba estar ahí para recibirlas y acatarlas lo más pronto posible. Mientras Lord Green confirmaba que el sello era de su viejo amigo Lord White y después desenrollaba con cuidado el pergamino y leía su contenido, su esposa se desperezó y se recostó. Lady Eloise siempre había sido hermosa, apenas tenía veinticinco años. Su rostro estaba inmaculado, aunque su cuerpo era esbelto, tenía claros signos dehaber dado a luz a dos niños. Esta miró al viejo mayordomo, bostezó llevándose el dorso de su mano a la boca y después le sonrió. —Buenos días, Oliver.—Le dijo ella pasándose la mano por su larga cabellera rubia. Oliver se aclaró la garganta e hizo una pequeña reverencia. —Creo que aun no es de día, mi señora.—dijo en cierto tono de disculpa. Ella se levantó, se colocó una bata encima de la camisola y se acercó a una de las ventanas, apartando las cortinas y dejando que las pocas luces que iluminaban al cielo entraran en la habitación. —¿Qué ocurre mi amor?—Lord Ronald dejó de leer y miró a su joven esposa. —Es de Walter White. Ha tenido una hija.—Lady Eloise sonrió y se llevó las manos a las mejillas, Oliver se alegró de que el extraño temor que le había hecho recorrer medio castillo en plena noche fuese para anunciar una buena noticia. Lord White era mayor que su señor, pero al parecer aun era fértil. Había tenido dos hijos antes, el primogénito fue Brom, ahora ya tenía veintiséis años y el menor Edmure, de diecisiete. —Hay más...su esposa, ha muerto al dar a luz. Dice que nos hará una visita.—Oliver agachó la cabeza, una vida venía y otra se iba. Lord White nunca había estado unido a su esposa, pero era un hombre bondadoso y la cuidaba mejor que el mayor de los enamorados. Lady Eloise se acercó a la cama junto a su esposo y le besó la mejilla. Lord Ronald aguardó un largo rato de silencio solemne y finalmente miró a su mayordomo. —Prepara a los criados, debemos comenzar los preparativos para recibir a Lord White y a su familia.—Oliver dejó la estancia con una reverencia y cerró la puerta tras de sí. El pasillo ya estaba casi iluminado por la luz del alba, Oliver se estremeció. Al final su presentimiento había sido certero. De pronto comenzó a escuchar un llanto de uno de los niños, se dirigió hacia las habitaciones de los criados sin saber cual de los niños había sentido también la presencia de que algo se cernía sobre aquellos muros.
2. Lord Ronald Green observó como su esposa se miraba al espejo mientras su criada le recogía la larga y rubia melena con una hermosa peineta plateada que él mismo le había regalado como muestra de su afecto. Ella le miró con sus ojos verdes como el musgo y le sonrió, mostrándole sus dientes blancos y perfectamente colocados. Lord Ronald se dirigió hacia la habitación de su primogénito, su ama de leche trataba de alimentarlo entre luchas por la posesión de la cuchara. Henry había nacido rebelde. Lloraba mucho y no dormía, además su nodriza decía que lo estaba destetando, así que le costaba trabajo que se comiera las papillas de pan que la cocinera le preparaba cada pocas horas. Se acercó a su hijo y le tendió una mano, este dejó de bramar y lo miró con los ojos y la boca bien abierta, Ronald sonrió y dejó que el pequeño le agarrara con sus manitas uno de los dedos. Su piel era rosada, tenía los ojos grandes y verdosos como los de su madre, y unos cabellos, que comenzaban a ser demasiado largos y castaños como los suyos. Él gran señor suspiró, recordó lo enfermo que había estado al nacer, y lo inútil que podía llegar a sentirse. Gracias a los cielos la enfermedad había remitido y hacía dos años que no paraba de crecer y engordar. Se pasó con él largo rato, hasta que la nodriza le pidió permiso para bañarlo. Se dirigió después hasta la habitación donde estaba su segundo hijo, la nodriza lo estaba bañando, Ulric tenía la cara redondita, su nariz era un pequeño bulto en la cara y sus ojos eran dos grandes y profundos puntos negros. —Mirad quien ha venido a veros.—le dijo la nodriza a su pequeño y rubio señor. Ulric, que estaba sentado en el barreño alzó la cabeza y miró a su padre, este le sonrió, pero el pequeño no le devolvió la sonrisa y lanzó agua contra la pobre nodriza.—Lo siento, mi señor.—le dijo esta a Lord Ronald, él levantó una mano de forma comprensiva y se agachó junto a su hijo. Ulric era diferente, a pesar de tener solo dos años su padre notaba lo distanciado que había estado de su segundo hijo, en parte, por la atención dirigida hacia su primogénito enfermizo. Ulric era más fuerte y aunque era menor que su hermano, ya casi había crecido más que él. Ronald acercó su gran mano a la cabeza rubia del bebé. Henry había salido casi él, salvo los ojos de su madre, pero Ulric y ella eran como dos gotas de agua. Finalmente su hijo le sonrió ampliamente, mostrando los pocos y pequeños dientes que tenía. Lord Ronald Green abandonó la estancia de su hijo menor y puso rumbo a las cocinas. Se había aseado, cortado el pelo y puesto una de las mejores ropas que tenía, debía ser de gala, pero no demasiado enjoyada, no deseaba ofender a Walter. Al avanzar por el pasillo oyó el llanto de uno de sus hijos, se paró a escuchar. Venía de la habitación de la izquierda, la de Cedric. Ronald suspiró y se acercó a su aposento. Cedric no era su hijo, ni tampoco el de su esposa. A decir verdad, casi todos en el castillo desconocían porqué Cedric no vivía en el orfanato como el resto de niños abandonados. La verdad solo la conocía él y su esposa. Abrió la puerta, la sala apenas se diferenciaba de las de sus hijos. Cedric seguía llorando a lágrima viva. Se acercó a su cuna, la nodriza no estaba. Cedric dejó de llorar al ver la gran figura de Ronald que lo miraba desde las alturas. Cedric tenía tres años, al igual que su hijo mayor o al menos, hacía tres años que lo habían encontrado. Tenía una gran mata de pelo negro espeso y dos grandes ojos grises claros que miraban a su padrastro con asombro. Ronald tragó saliva y suspiró. Cuando tuvieron a Henry, una enfermedad estuvo a punto de llevárselo. Una noche mientras el niño se debatía entre la vida y la muerte, Eloise, en un ataque de ira materna corrió hacia el altar de los Aura para pedirles ayuda, tras horas de implorar por la vida de su único hijo, un llanto la sacó de su trance. Un bebé de pelo moreno camuflado entre los árboles y el mármol del altar la estaba llamando. Al principio creyó que se trataba de una señal que le decía que debía aceptar aquel niño y olvidarse del suyo. Durante toda la noche sostuvo a aquel niño en brazos, pensó en matarlo, dejarlo ahí o en llevárselo al castillo, pero con las primeras luces del alba, Lord Ronald apareció para anunciarle que su hijo viviría, que lo peor ya había pasado y la encontró casi helada junto con aquel bebé que le mamaba del pecho. —Ha sido una señal, esposo mio. Los Aura intentaban decírmelo, quieren que me lleve a este niño para que nuestro hijo crezca con un hermano y amigo.—Lord Ronald intentó convencerla de que tendrían otro hijo para hacerle compañía, pero ella insistió en adoptar a Cedric. Lord Walter White llegó a la caída del sol seguido de algunos caballeros que le eran leales. Lord Ronald Green decidió recibirlo con toda la familia y los criados, como era costumbre. Las nodrizas abrigaron a los niños y los mantuvieron calientes con sus cuerpos mientras esperaban a que White bajara del carro, incluido Cedric. La última vez que Ronald y Walter se vieron, ambos eran jóvenes y habían aprendido juntos el arte de la espada. Ronald tenía miedo por su viejo amigo, quizás la pérdida de su esposa le hubiera transformado en un hombre completamente irreconocible. De la carroza bajó sin dificultad un hombre de unos cincuenta años corpulento y muy alto, tenía una gran cabeza calva y barba corta pero muy poblada de un blanco solo comparable con la nieve y algunos mechones grisáceos. Vestía con ropa muy abrigada y oscura, con una gran capa de pelo negro. El gran hombre miró a ambos lados y luego en dirección a los anfitriones. Ronald caminó hacia él y este hizo lo mismo. —Bienvenidos. Espero que hayáis tenido un buen viaje.—le dijo el señor del castillo. Lord White lo miró desde sus alturas, después dirigió la vista hacia la esposa de este y finalmente se giró hacia la carroza. —Edmure, sal con tu hermana.—ordenó con una grave voz de tenor. En pocos segundos de la carroza bajó un niño de diecisiete años y una mujer con grandes pechos y caderas sosteniendo un bulto de tela que se pegaba al pecho. Walter se volvió hacia Ronald y le tendió la mano.—Ha pasado mucho tiempo, esperaba verte con peor aspecto.—Ronald sonrió le estrechó la mano. —Mi esposa Eloise.—Ronald señaló a su esposa y comenzó con las presentaciones, ella miró al gran White y se agachó en modo de reverencia. —Sois muy hermosa.—dijo él con una sonrisa tras depositarle un suave beso en el dorso de su mano. Ella se sintió alagada, claramente la intención de Lord White.—Perdona, Ronald. Llevo muchas horas en una carroza helada, ¿podríamos continuar con los formalismos bajo un techo junto a una buena chimenea?—Lord Ronald Green asintió de inmediato. En el salón principal se sentó Eloise con su hijo menor, Ulric estaba en brazos de su madre y Henry caminaba con torpeza entre los sillones vacíos junto con Cedric, que lo acompañaba a todas partes. El hijo de Walter, Edmure, miraba a todos lados impresionado con las armaduras que reposaban sus guantes sobre viejas espadas y con el inmenso escudo que había sobre la gran chimenea que tenía dos espadas cruzadas. La mujer que había bajado de la carroza seguía sujetando lo que tenía entre los brazos, un pequeño bebé que dormitaba y movía los dedos de las manos. Walter y Ronald hablaron durante lo que parecieron horas. Al parecer, el hijo mayor de Walter, Brom, se había marchado para gobernar las tierras de Roble junto con su esposa por encargo del propio Walter. Además del fallecimiento de su esposa, el señor había tenido que lidiar con algunos rebeldes en sus tierras. Ronald comprendió que no solo los visitaba para presentarles a su hija, al parecer él deseaba que tomara a Edmure como escudero. Ronald llevó la mano hacia su cerveza, la usó como excusa para poder pensar. Después miró a sus hijos, Ulric jugaba con los dedos de su madre, ella estaba más pendiente de la conversación que estaban teniendo los señores terratenientes que de su hijo. Henry y Cedric se aproximaron hacia la nodriza de Mady Margaret, la hija de Lord Walter. Lord Green miró hacia su primogénito. Henry alzó sus manos hacia la nodriza, esta sonrió al entender que quería ver de cerca al bebé. Bajó a la niña hasta su regazo y los niños la miraron. Henry permaneció absorto, lo que provocó en sus padres una pequeña sonrisa. Cedric acercó su pequeña y pálida mano hasta la cabeza de la pequeña Mady Margaret y le acarició los finos rizos claros de la cabeza. —Instruiré a Edmure lo mejor que pueda.—Dijo finalmente Lord Ronald. Walter sonrió a asintió con la cabeza. Lord White permaneció en las tierras Secuoyas durante unas semanas. Mientras observaba como Ronald comenzaba a instruir a su hijo menor, pasaba mucho tiempo con su hija, nunca había visto a una nodriza trabajar tan poco. Lord Green le enseñó al pequeño señor todo el castillo. Los alrededores, estaban formados por un espeso bosque. A lo lejos, una muralla rodeaba el castillo y la mayoría del poblado, pero desde que Ronald tenía uso de razón, había conseguido mantener la paz en sus tierras y apenas quedaban guardias en las almenas. El castillo era bastante modesto en comparación con los de las grandes ciudades del sur. Lo había construido su tatarabuelo de tal manera para conseguir aprovechar al máximo el calor del verano y evitar las inmensas salas vacías y frías del invierno. Cuando Lord White decidió volver a sus tierras con su hija y su séquito, Ronald comprendió que una de las razonas por las que no podía educar a su propio hijo menor era la atención que quería darle a su única hija. Parecía ser una especie de pacto entre su difunta esposa y aquel viejo señor. Lord Ronald sabía que había más razones, pero no había querido hablar del tema con Walter. Llovía casi cada día, así que evitaron entrenar las armas y se centraron en los estudios de protocolo y comportamiento. Poco le bastó a Lord Ronald para ver que aquel joven muchacho tenía mucho potencial. Lo que más le agradaba era el entrenamiento con la ballesta y el caballo. Le había cogido mucho cariño a un joven corcel marrón y de precioso pelo negro llamado Trueno. Lord Green le había permitido al joven Edmure adoptar y preparar al caballo para ser montado, eso implicaba enseñarle como alimentarlo, cuidarlo y educarlo. El problema de Trueno era su energía, relinchaba demasiado y cuando lo sacaban del establo comenzaba a correr demasiado rápido para alcanzarlo con un simple rocín. —¿Porqué debo aprender todo esto?—le preguntó un día el chico mientras escribía unos documentos que Lord Ronald le dictaba. —No te comprendo.—Dijo él. Hacía algunos meses que el joven señor Edmure se había mudado con ellos, Ronald había pensado armarlo caballero en dos años cuando cumpliera los veinte. Lord Green pasaba mucho tiempo con él, era un chico listo, y aunque tenía un fuerte carácter fue muy sencillo acostumbrarse a su presencia en el castillo. Sobretodo para Eloise, que solo era seis años mayor que él, así que solían pasar tiempo juntos dada su cercana edad. —¿Para qué desea mi padre que me instruya, Lord Ronald?—insistió. Aquel chico solo tenía un defecto, era demasiado inteligente para su edad. —Es lo que debe hacer un joven señor, así podrás llegar a ser armado caballero a su debido tiempo.—Respondió Ronald mientras ojeaba lo que su escudero estaba escribiendo. Edmure lo miró, aquella respuesta no le había satisfecho y esperaba otra, pero Ronald lo ignoró, señaló el pergamino que posaba sobre el gran escritorio y continuó dictando. Al pasar el año, Edmure dominaba todas las técnicas de alabarda, ballesta y espada bastarda a caballo y conocía las leyes e idiomas de las regiones interiores, costeras y montañosas, además de sentir gran admiración hacia todo lo relacionado con los Aura.