Rutina

Rutina​

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Abrí mis ojos por culpa de la molesta luz solar, quise cubrirme para continuar durmiendo pero una mano sobre mi cintura me hizo cambiar de parecer, preferí levantarme de la cama e irme bañar, luego me vestí y me fui sin más… ni un despedida, ni un buenos días, sólo salí de su apartamento.

En realidad todo esto era una rutina que ya comenzaba a cansarme, un beso esporádico que nos terminaba llevando a la cama y al despertar éramos de nuevo dos extraños, que dormían juntos sin sentimientos o remordimientos. Quizá porque ninguno sentía nada por el otro o porque ninguno quería algo más que eso, tal vez porque entre nosotros no había más que una costumbre.
Nos encontrábamos cualquier día por casualidad, el encuentro siempre era distinto, pero el final siempre era el mismo y ya no estaba conforme con eso. Sólo no comprendía bien qué hacía y por qué con él. No era agradable, pues mentiría si dijese que lo era, sin embargo estaba acostumbrada a su aroma repulsivo, sus caricias huecas y sus besos fríos.

Esa sensación de querer dejar algo que no tiene sentido, mas no hallar la manera… eso era lo más irritante de todo, ni lo quería ni me quería, ni era amor. No era nada, sólo una rutina que ninguno quería dejar. Ya no daba placer, ni alegría, era algo vacío.

En nuestro siguiente encuentro, volvimos a acabar en el mismo sitio y cuando desperté en su cama me quedé viendo con fijeza el techo. ¿Esto es lo que quería para mí? Sólo era algo que no generaba nada, que no beneficiaba, es decir, algo inútil.

Esta vez me levanté, me coloqué de nuevo mi ropa sin ducharme y me dirigí a su escritorio, tomé una pluma y comencé a escribir en una hoja de papel: “Hasta nunca”.

Salí de ahí tan rápido como pude, juraría que corrí hasta llegar a casa y me pregunté si estaba bien lo que había hecho, era cobarde de mi parte pero esa era yo… quizá debí decirle en la cara, antes de las cosas que me dijo esa noche, lo mucho que le odiaba y lo insoportable que me resultaba, pero no me animaba a decírselo.

Él era el hombre más repulsivo que hubiese conocido y yo la mujer más cobarde que hay en el mundo, porque me había callado tantas verdades que debía decirle a un ser tan despreciable; elevé mi copa de vino, la llevé a mis labios y sorbí un poco, arrugué un poco la nariz y solté una maldición.

Así acaban las cosas cuando no eres valiente. Terminan de ese modo por tu falta de valor, pero ebria lo recuperas, ¿no? No, no lo recuperas, lo adquieres, porque ya alcoholizada te desinhibes y sólo dices las verdades, me pregunto: ¿por qué no me emborraché y te dije de una vez cuánto te odiaba?

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Lo dedico a Red y a Wolfman Ellos saben que cuando dejo mi mente volar, las cosas raras salen. Así que: para ustedes, esto que titulé rutina. Son un amor, chicos. <3