Ring, ring. Se escuchó el timbre del telefonillo. Angelica estaba en el ordenador, lo suficientemente cómoda como para que le diese una pereza enorme levantarse del sofá a abrir la puerta. Ring, ring, ring, ring. No dejaba de sonar y ella no tenía la menor intención de levantarse. Ring, ring, ring, ring, ring, riiiiiiiing. ¡Demonios! Aquel sonido ya empezaba a incomodarle. ¿Quién podría ser tan insistente? No esperaba ningún paquete. No esperaba ninguna visita. Su hermano hacía rato que ya había salido para el instituto y hasta dentro de unas horas no volvería. Se acurrucó en el sofá, tapándose más con su manta, mientras trataba de buscar algo interesante en una tienda online con lo que disfrazarse por Halloween. Ring, ring, ring, ring, RIIIIIING. —¿Por qué cada vez parecía sonar más alto? —Se preguntaba. Aquel sonido le estaba resultando de lo más molesto y la insistencia le estaba empezando a incomodar. Por lo que luchó contra toda la pereza que se había adueñado de su cuerpo y se levantó a ver a qué venía tanta insistencia. De camino al telefonillo cayó en la cuenta de que había dejado la puerta del balcón abierta, porque le llegó una corriente de frío que le heló hasta la el último recoveco de su cuerpo. Ring, ring, ring, RIIIIIIIIING. Seguía sin dejar de sonar. Cuando llegó y finalmente descolgó, un dolor indescriptible atravesó su costado y un pitido ensordecedor se adueñó de sus oídos. No llegó a poder escuchar muy bien lo que decían desde el otro lado del telefonillo. —Tarde —dijo una voz inquietante detrás suya, justo antes de desplomarse y de que la oscuridad la absorbiese.
