Long-fic Resplandor entre Tinieblas

Tema en 'Crossover' iniciado por WingzemonX, 21 Junio 2017.

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    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 141.
    Nuevo Truco

    Lily siguió moviéndose desesperada por aquel paraje cubierto de neblina, siendo acosada por los sonidos del combate de las dos bestias a escasos metros de su espalda. Atrás ya habían quedado los árboles y el resto de la vegetación, y había prácticamente caído en lo que parecía ser una desolada área de juegos; con sus toboganes, columpios, barras e incluso una caja de arena.

    —¿A dónde crees que vas? —le gritó la voz de Emily detrás de ella con sorna—. ¿No has entendido que no hay a dónde huir, tontita?

    Lily la ignoró y se movió rápidamente hacia los juegos. Se metió presurosa debajo de uno de los toboganes, sentándose en la tierra y ocultándose de la vista de sus perseguidores. O, quizás no de todos.

    —Oh, vamos, ¿cuánto en verdad crees que podrás esconderte aquí? —le susurró Emily de pronto, que prácticamente se había materializado a su lado. Lily se sobresaltó sorprendida por su presencia.

    —¿Por qué eres tan molesta? —le cuestionó Lily, exasperada.

    —Pregúntatelo a ti misma —rio Emily, divertida—. Soy parte de tu sueño, duh. Pero ya en serio, si crees que este sencillo escondite te protegerá de esos dos, pues…

    Si acaso pensaba decir más, no tuvo oportunidad pues en ese momento el estruendo de las dos criaturas acercándose cruzó el aire, retumbando en sus oídos. Lily extendió su mirada, y pudo ver los enormes cuerpos del lobo y la serpiente surgir de la niebla, forcejando entre ellos hasta caer contra el área de juegos, aplastando unos columpios en el proceso.

    —Maldita sea —soltó Lily al aire, y salió rápidamente de su escondite para volver a correr. Sin embargo, en cuanto puso un pie fuera del área de juegos, se encontró de frente con una reja de malla de acero, con la que casi se estrelló de narices—. ¿Qué? ¡No!

    Tomó la reja entre sus dedos y la sacudió, como si en verdad pensara que podría derribarla con tan sólo intentarlo, pero por supuesto sin obtener ningún resultado. Comenzó a correr a un lado de la reja, buscando en donde terminaba, pero parecía no haber un fin. Era como si rodeara toda aquella zona, sin siquiera una mísera puerta de acceso.

    —Ay, qué mal —pronunció Emily con tono calmado, andando detrás de ella—. A la otra diseña mejor tu sueño, querida.

    —¡Cállate! —le gritó furiosa. A su grito le siguió de inmediato el intenso rugido de una de las criaturas que luchaban a la lejanía. O, quizás, no tan lejos en realidad.

    Desesperada, comenzó a intentar escalar, colocando sus dedos y la punta de sus pies en los agujeros de la reja. No tenía idea de que tan alta era, pero a pesar de haber subido al menos un par de metros, no lograba ver el final. ¿Acaso se alargaba hasta el maldito infinito?

    Su pie se resbaló al intentar meterlo en uno de los agujeros, y su cuerpo entero se precipitó hacia el suelo. Cayó sobre su costado derecho, golpeándose fuerte el hombro. Dejó escapar un fuerte alarido de dolor al aire, pues sueño o no, aquello se sintió bastante real.

    —Te dije que si te lastimabas te iba a doler de verdad —comentó Emily con falsa tristeza, de pie a su lado.

    Lily gimoteó, soltó un par de maldiciones (la mayoría no las conocía antes de comenzar a convivir tanto con Esther), e intentó ponerse de pie con bastante esfuerzo de por medio. Los sonidos de golpes, rugidos, destrozos y arañazos de la pelea entre los dos monstruos retumbaban en el aire. En un momento, logró captar como todos estos se acrecentaban de golpe, un rugido más fuerte que todos lo demás sobresalió, llegando a parecerse más a un intenso grito de desesperación. Luego, un sonido grotesco húmedo de carne machucada, algo grande rompiéndose como un tronco, y entonces… nada.

    Todo se sumió de un momento a otro en absoluto silencio. Y eso no hizo más que alterar aún más a Lily.

    La niña se puso rápidamente de pie y se giró en la dirección que había escuchado por última vez los sonidos. Por unos momentos no vio más que pura neblina, ni escuchó nada más. Un temblor le recorrió la espalda, y un sudor frío le impregnó la frente, mientras aguardaba.

    Y entonces la vio, esa sombra negra aproximándose, materializándose centímetro a centímetro entre la neblina, hasta que Lily fue capaz de identificar íntegramente su forma: alargada, delgada, de cabeza ancha y ojos rojizos. Era la serpiente. Y no había rastro alguno del lobo.

    —No —susurró Lily despacio, incrédula. Retrocedió rápidamente, claramente asustada, hasta que su espalda chocó directamente contra el cuerpo de Emily.

    —Creo que tenemos un ganador —pronunció aquella visión con tono festivo, y rápidamente la tomó firmemente de sus brazos con ambas manos.

    —¿Qué haces? —exclamó Lily, confundida. Se zarandeó intentando liberarse de su agarre, sin conseguirlo.

    La serpiente siguió avanzando hacia ellas, lentamente.

    —Ven y reclama tu premio, grandote —comentó Emily en alto.

    Aquel monstruo siguió acercándose.

    —No, no, no… —masculló Lily, apenas logrando darle forma a sus palabras.

    —¿Qué pasa? —murmuró Emily despacio, agachando su cabeza hasta colocarla a un costado de su oído, y poder entonces susurrarle en voz baja—: ¿No se supone que no le tienes miedo a nada?

    Lily no respondió. Su atención estaba fija únicamente en el horrible monstruo erguido ante ella, preparándose para engullirla entera como había sido su deseo dese un inicio…

    — — — —
    Esther se irguió con cuidado, apoyándose en el mueble de recepción, prácticamente con su cuerpo pegado contra éste para poner la mayor distancia entre ella y Owen; o lo que fuera aquello que tenía la apariencia del hombre al que le había metido tres tiros en el pecho, y luego visto como Eli le rompía el cuello. Éste la observaba desde su posición, con su postura relajada, y sus ojos totalmente carentes de alguna emoción clara que Esther pudiera descifrar. Casi parecía una simple estatua de cera, y por unos momentos de hecho se mantuvo tan inmóvil como una.

    —¿Cómo es posible? —masculló Esther, con la mayor firmeza que la impresión del momento le permitía—. Tú estabas…

    —¿Muerto? —exclamó Owen, cortándola. Soltó luego una perturbadora carcajada, pero no tanto como la sonrisa que se congeló en sus labios al instante siguiente—. Creo que ya lo estaba desde hace mucho —señaló, mientras se acomodaba sus anteojos con una mano—. Sólo que no me había enterado.

    Esther en un inicio no comprendió a qué intentaba referirse con aquello. Recordó poco después lo que Eli le había comentado con respecto a que, a veces, lo que ella llamaba la “infección” no se activaba en algunas personas hasta que éstas morían. ¿A eso se refería? ¿Acaso ya estaba infectado desde hace tiempo sin que lo supiera? La inquieta mente de Esther comenzó a imaginarse las diferentes formas en las que ese contagio pudo haberse dado, y ninguna era una imagen del todo agradable para tener en la cabeza.

    La expresión de Owen se endureció de pronto, y al momento comenzó a avanzar lentamente hacia ella.

    —¿Dónde está Eli? —le cuestionó con tosquedad.

    —¿Y yo cómo voy a saber? —masculló Esther con una sonrisa burlona, al tiempo que retrocedía lentamente, arrastrando sus pies por el suelo.

    En cuanto lo vio conveniente, se dio media vuelta y corrió en dirección a la puerta trasera de la recepción, aquella que daba al patio central. Sin embargo, de un segundo a otro el cuerpo de Owen se movió a una velocidad increíble, alcanzándola antes de que pudiera siquiera tocar la puerta. La tomó de su brazo derecho, apretándolo como fuerza entre sus dedos, lo que por supuesto le provocó un fuerte dolor. La alzó entonces en alto del brazo, separando sus pies del suelo lo suficiente para que su rostro quedara a la altura del suyo. No le costó ningún esfuerzo hacerlo; como si la mujer no pesara ni un kilo.

    —¿Crees que te puedes hacer la bromista conmigo? —escupió Owen con rabia—. Ya no soy el mismo de anoche.

    —A mí me pareces el mismo imbécil —le respondió Esther, ofuscada. Y a pesar de su incómoda posición, logró alzar el puño de su brazo libre, estampándolo contra la cara de Owen con la suficiente fuerza para romperle el cristal de su lente derecho.

    Owen gruñó, pues uno de esos trozos de cristal le había provocado un largo corte en su ceja. Arrojó a Esther con tanta fuerza contra el suelo, que su cuerpo incluso rebotó un poco contra éste. Se golpeó principalmente en la nariz, que comenzó a sangrarle, y en su pecho, sacándola casi todo el aire. No había siquiera intentado levantarse cuando Owen le propinó un fuerte puntapié en su costado, arrojándola hacia el frente, estrellándola contra una de las sillas de la sala de espera, rompiendo está con la fuerza del impacto.

    Esther se quedó unos segundos en el suelo entre los resto de la silla, adolorida y aturdida por todos los golpes. Pasó una mano por su nariz, limpiándose la sangre con el dorso de su mano, y giró como pudo su cuello en dirección a Owen. Éste se estaba retirando por completo los anteojos, tirándolos al suelo con brusquedad. Pasó una mano por su ceja, contemplando poco después sus dedos cubiertos con su sangre. Los contempló fijamente unos segundos, como si se tratara de lo más fascinante o raro que hubiera visto en mucho tiempo. Y de pronto, acercó los dedos su boca, comenzando a lamerlos y chuparlos con algo de apuro.

    Esa definitivamente no era una imagen agradable de ver.

    Esther intentó pararse, pero en cuanto se sentó un dolor punzante en su costado la inmovilizó un momento. Al girar su mirada en ese punto, logró ver un largo y puntiagudo pedazo de madera de la silla, que se le había clavado.

    —Mierda —masculló despacio.

    Tomó entonces el pedazo de madera con ambas manos, y se lo retiró de un fuerte tirón. El dolor salió de ella en la forma de un fuerte chillido, pero luego de eso logró menguar. Cuando se giró de nuevo hacia Owen, éste la contemplaba desde su posición, al parecer hasta cierto punto fascinado. Y Esther se maldijo a sí misma, pues lo único que logró pensar era lo realmente apuesto que se veía en esos momentos sin sus anteojos.

    —¿Qué demonios eres con exactitud? —inquirió el hombre de barba con frialdad—. No eres un vampiro, pero tampoco eres una niña, ¿verdad?

    No podía llegarse a una conclusión más lógica que esa. Igual Esther no le dio el privilegio de una respuesta. En su lugar, comenzó de nuevo a levantarse, presionando la herida de su costado con una mano. Sentía como poco a poco se iba curando, pero no lo suficientemente rápido. Su otra mano, mientras tanto, se dirigió al arma oculta en su espalda.

    —Da igual —pronunció Owen en alto, pero de seguro aquello era más para sí mismo.

    Se movió entonces con la misma velocidad de hace un rato, reapareciendo casi en un parpadeo justo delante de Esther. Ésta se hizo hacia atrás e intentó jalar su arma hacia adelante, pero no fue lo suficientemente rápida. Owen la tomó con una mano de su cuello, volviéndola a alzar, mientras con la otra agarraba firmemente la muñeca de la mano que tomaba al arma, apretándola tan fuerte que Esther sintió sus huesos crujir. Sus dedos se abrieron por sí solos, y el arma se escapó de ellos hacia el suelo.

    Una vez desarmada, Owen la tomó y la agitó hacia un lado, pegándola contra el muro con tanta violencia que la parte trasera de la cabeza de Esther se golpeó contra éste, y la mujer sintió al instante siguiente el líquido caliente resbalando por su nunca.

    —Ahora respóndeme —exigió Owen mientras la sostenía contra la pared—. ¿Dónde está Eli?

    Esther hizo el intento vano de forcejear, pero lastimosamente tuvo que darse cuenta de lo realmente débil que se encontraba tras la pelea de la noche anterior, más todo el ajetreo de ese día, sumado a lo poco que había podido comer y descansar. Ciertamente no estaba en su mejor condición, y aunque lo estuviera de seguro no habría podido hacer mucho contra un hombre grande que le doblaba en tamaño y peso, mucho menos con esas monstruosas habilidades de vampiro.

    A pesar de su penosa situación, Esther se las arregló para alzar su mirada desafiante hacia su captor, y con una sonrisa burlona responderle:

    —La maté… La arrojé al sol y se prendió como una hoguera…

    Los ojos de Owen se abrieron grandes, estupefactos ante aquella posibilidad.

    —Mientes —declaró con voz carrasposa, su rabia claramente a punto de estallar. Pero eso no la intimidó.

    —Sal al patio, y puede que aún veas sus cenizas esparcidas por la nieve —murmuró mordaz, acrecentando aún más el enojo de Owen.

    —¡Mientes! —espetó el hombre con ferocidad. Alzó entonces el cuerpo de Esther aún más alto, la agitó en el aire, y la estrelló de espaldas contra el mueble de la recepción haciendo que éste crujiera. Colocó su cuerpo sobre ella, prácticamente agazapándose encima del mueble para someterla.

    Esther abrió los ojos, y contempló el rostro de aquel apuesto hombre, flotando en el aire a unos centímetros sobre el suyo. Su mano seguía firme contra su cuello, a sólo un poco más de fuerza de comenzar a estrangularla. En otras circunstancias, aquello podría resultarle incluso excitante.

    —¿Por qué estaría yo viva si no es así? —soltó de pronto con la mayor calma posible. La incertidumbre y la duda se hicieron visibles en la expresión de su captor.

    Owen se alzó un poco, contemplándola en silencio. Pareció a simple vista algo más tranquilo, pero Esther presintió que aquello no era para nada el caso. Desde ahí podía percibir como su mente se aceleraba, imaginando todas las diferentes formas en las podría despedazarla ahí mismo, con sus propias manos.

    La soltó de pronto, pero no fue por mucho. Rápidamente con una mano la tomó de su cabeza, ladeando está hacia un lado, mientras la otra la colocaba en su hombro, jalándolo hacia abajo con todo y su chaqueta. De esta forma, dejaba claramente expuesto el costado derecho del delgado y pálido cuello de Esther, y sus venas palpitantes.

    —Siempre quise saber cómo se sentía hacer esto —murmuró Owen de pronto, abriendo grande su boca, lo suficiente para que Esther pudiera ver por completo los largos y afilados colmillos que sobresalían del resto de su dentadura. Los colmillos que perforarían con suma facilidad su piel y carne para alimentarse de ella.

    Y aquella horripilante visión en verdad espantó a Esther. Comenzó a forcejar con más desesperación que antes, pero siendo incapaz de apartar ni un centímetro las pesadas y fuertes manos de Owen. El hombre se inclinó hacia ella, dirigiendo su rostro hacia el cuello sin menor miramiento. Esther apretó con fuerza los ojos, esperando la inevitable mordida. Pero antes de que los colmillos la alcanzaran, la voz de una tercera persona los interrumpió.

    —¿Oskar? —susurró la pequeña intrusa, desde el umbral de la puerta trasera.

    Ninguno de los dos se había dado cuenta de su presencia, pero rápidamente se giraron en su dirección, contemplando la delgada y desalineada figura de Eli. Detrás de ella, era apreciable que el sol aún no había bajado del todo, pero al parecer sí lo suficiente para que se atreviera a salir de su escondite. Esther no pudo evitar echar un vistazo a sus muñecas, que se encontraban rojas por el roce de las sogas, pero en especial por el esfuerzo que había significado romperlas.

    «Así que en verdad sí habría podido romperlas en cualquier momento…»

    Por su parte, la niña vampiro los contemplaba azorada, con sus ojos bien abiertos, fijos en especial en su amigo.

    —Eli —masculló Owen, o más bien Oskar, sorprendido. Rápidamente se olvidó de Esther, apartándose de ella de un salto, dejándola ahí de espaldas contra el mueble de recepción. Su sorpresa se convirtió rápidamente en alivio—. Eli, estás bien…

    Eli no dijo nada de momento. Solamente comenzó a avanzar lentamente en su dirección. Oskar se agachó rápidamente, pegando una rodilla al suelo. Eli se paró justo delante de él, quedando sus rostros a la misma altura, uno frente al otro. La niña alzó tímidamente una de sus manos, posándola dulcemente sobre la mejilla del hombre. Éste cerró sus ojos, y pegó su rostro aún más contra la palma de la pequeña mano. Sin embargo, los volvió a abrir casi de inmediato, notándose sorprendido.

    —No puedo sentirte —murmuró despacio—. No como antes…

    —Ay, Oskar… —susurró Eli, agobiada por un profundo pesar—. ¿Qué te he hecho?

    El hombre de barba negó frenético con la cabeza.

    —Oye, está bien, todo está bien —pronunció con firmeza, tomando el pequeño rostro de la vampiro entre sus manos con suma delicadeza—. Soy yo, mírame. Volví.

    Sus labios se estiraron en una amplia sonrisa que intentaba sobre todo parecer alegre. Eli, sin embargo, claramente no compartió el sentimiento.

    —¿Cómo pasó? —susurró la vampiro, confundida—. Yo… yo te…

    —No estoy seguro. Pero no importa, ¿o sí?

    Oskar tomó en ese momento las manos de Eli entre las suyas y las acercó a su rostro, recorriendo sus palmas y sus dedos delicadamente con sus labios. Igual que el roce en su mejilla, apenas lograba percibir su piel contra él, como si lo hiciera por encima de varias prendas de ropa. ¿Así era como ella sentía? ¿Tan superficialmente? ¿Tan gris…? Pero eso no importaba. Lo único que le interesaba era que ella estaba ahí, y él también.

    —Ahora podremos estar juntos, por siempre —declaró con desbordante alegría—. Cazar juntos, alimentarnos juntos… empezando por esa pequeña zorra.

    Al pronunciar aquello, se giró a mirar sobre su hombro en dirección a Esther. Ésta se había bajado de encima del mueble, e intentó aproximarse lentamente hacia donde su arma había caído, aprovechando que ambos estaban distraídos; o, al parecer, no tanto como ella creía.

    —Ni se te ocurra moverte ni un centímetro más —le amenazó Oskar—. O veremos que tanto puedes curarte con un cuello roto.

    Esther sabía por experiencia propia que podía hacerlo, pero igual no tenía deseos de tentar a su suerte más de la cuenta. Apenas y había logrado lidiar con una de esas criaturas la noche anterior; enfrentarse ahora a dos, y en el estado en el que se encontraba en esos momentos, no era su escenario ideal ni de cerca.

    —Oskar —susurró Eli despacio, tomando en ese momento el rostro de su amigo con dulzura entre sus manos, acariciándolo con delicados roces—. Mi hermoso, hermoso, Oskar —pronunció en voz baja. Se inclinó entonces hacia él, besándolo con cuidado en su frente, haciendo poco después lo mismo en cada uno de sus parpados, en su nariz, y mejillas. El hombre cerró sus ojos, intentando sentir lo mayor posible los apenas apreciables roces de los pequeños labios de Eli contra su rostro—. Siempre quise que esto ocurriera. Que tú y yo pudiéramos estar juntos por siempre; para siempre. Sin que nada ni nadie se interpusiera. Sólo nosotros contra el mundo entero…

    Eli se dirigió en ese instante directo a los labios de Oskar, presionando los suyos contra ellos con mayor fuerza que los besos anteriores. Aquello resultó en una sensación mucho más viva para Oskar, que la rodeó rápidamente con sus brazos, atrayéndola contra él. Ambos se fundieron en aquel profundo, y hasta cierto punto apasionado beso, ante la mirada incrédula de Esther. Aunque en realidad no estaba del todo sorprendida de enterarse de que ambos tenían ese tipo de relación.

    De pronto, sin embargo, se le ocurrió que quizás aquello pudiera ser algo diferente a lo que se veía a simple vista, pues el recuerdo del otro beso que había presenciado en la habitación con Lily se le vino a la mente.

    Eli y Oskar se separaron tras unos segundos. Ambos abrieron los ojos al mismo tiempo, y contemplaron con atención al otro. Y aunque el rostro de Oskar radiaba de emoción y alegría, fue evidente incluso para él el sentimiento frío, totalmente apartado, que acompañaba a Eli.

    Justo como Esther había adivinado, aquel beso había sido con más intención que sólo ser un acto de pasión o de amor. Había sido un intento de Eli para echar un vistazo al interior del alma de su amigo, y ver lo que ahí se ocultaba. Y lo que vio, bien o mal, confirmó lo que se temía desde el momento en que lo vio.

    —Pero eso nunca podrá ser —sentenció con dureza, tomando por sorpresa al hombre delante de ella.

    Sin dar alguna otra explicación, Eli se apartó rápidamente, jalando su brazo derecho hacia atrás, y al instante siguiente empujando su mano con tremenda fuerza hacia el frente, directo al lado izquierdo del pecho de Oskar. La fuerza y velocidad que llevaba deberían ser más que suficientes para atravesar su carne y hueso, e ir más allá hasta su corazón, y así destrozarlo con sus propias manos. No sería la primera vez que lo hiciera; ni siquiera la primera vez que lo hiciera contra el cuerpo de uno de sus amigos.

    Sin embargo, quizás había subestimado lo débil que se encontraba debido a sus heridas, falta de sangre y sueño. Pues no fue capaz de alcanzar su objetivo lo suficientemente rápido, antes de que la mano izquierda de Oskar se alzara, prácticamente por sí sola como un reflejo ante el inminente peligro, y se cerrara como un grillete fuerte en torno a su muñeca. Su mano se detuvo en seco, con sus dedos presionándose contra la tela de la chaqueta del hombre, pero a milímetros de alcanzar su piel.

    Oskar se giró a mirar la mano de Eli contra su pecho, horrorizado al instante por aquella imagen. Rápidamente la empujó con su otra mano hacia atrás, haciéndola deslizarse un par de metros lejos de él, hasta que su espalda chocó de lleno contra el muro. Luego se paró y retrocedió alarmado, asustado, y algo asqueado.

    —¡¿Qué… qué estabas tratando de hacer?! —exclamó en alto, presionando sus dos manos contra el área de su corazón—. ¿Acaso querías…? ¡¿Cómo pudiste?! ¡¿Por qué?!

    —Porque tú no eres Oskar —respondió Eli con tosquedad, alzando su mirada sombría hacia él—. Ya no más. Oskar murió anoche. Tú no eres más que un cadáver, movido por la infección como una vil marioneta. Justo como le pasó a Hakan…

    —¿Qué tontería estás diciendo? —soltó el hombre de barba con mofa, aunque la rabia volvió rápidamente a apoderarse de él—. ¡Por supuesto que soy yo! ¡¿Qué no me ves?!

    Eli se quedó callada, e incluso su mirada se desvió por instinto hacia otro lado; lejos de la horripilante imagen de su viejo amigo que se erguía ante ella. Esto a Oskar no hizo más que exasperarlo aún más, por lo que se le aproximó apresurado y la tomó violentamente de su brazo, alzándola de un jalón.

    —¡Mírame! —le exigió con agresividad, sonando casi como un rugido.

    Eli soltó un agudo gemido de dolor. Oskar la alzaba tan alto que tenía que pararse en las puntas de sus pies.

    —Oskar… me lastimas —masculló con un tono empapado de sufrimiento, y eso pareció despertar algo en Oskar pues de inmediato abrió su mano para soltarla. El cuerpo delgado de la vampiro se desplomó al suelo, sin fuerzas.

    —No quise hacerlo —pronunció Oskar, su voz casi templando por la preocupación y la vergüenza—. Tú… ¡Tú me fuerzas a hacerlo! ¿Por qué me haces esto…?

    Esther, que había estado contemplando todo aquello con una curiosa combinación de fascinación y aprensión, aprovechó ese momento en el que claramente la atención de ninguno de los dos estaba en ella para lanzarse de lleno hacia el arma en el suelo a unos metros. Su movimiento brusco jaló de inmediato la atención de Oskar, que giró su cuello como un látigo hacia ella, en el momento justo en el que su mano se aproximaba al mango del arma.

    Oskar se precipitó hacia ella con increíble velocidad. Esther, en el suelo, se giró de lleno hacia él, apuntando con su arma. Su dedo presionó el gatillo, pero no logró hacerlo por completo antes de que Oskar desviara el cañón con un manotazo hacia un lado, y la bala saliera disparada directo contra el techo. De un golpe más, Oskar logró arrebatarle el arma de las manos, y el tercero lo propinó directo en el costado derecho de la cabeza de Esther, haciendo que su cuerpo entero se precipitara contra el piso.

    No la dejó ahí. Pues antes de que intentara recuperarse, Oskar la tomó de su nuca, la alzó y le restrelló la cara contra la pared, provocando el sonido pastoso de algo quebrándose. Eli incluso tuvo que desviar su mirada hacia un lado para no ver aquello.

    Esther siguió consciente tras ese horrible golpe, pero apenas. Su nariz estaba rota y sangraba abundantemente al igual que su labio. Su mirada estaba borrosa, incapaz de centrarla en absolutamente nada. Sus brazos y piernas colgaron flácidas, estando únicamente sostenida por la fuerte mano de Oskar en su nuca. El nuevo vampiro la giró hacia él, y contempló con curiosidad su rostro magullado. La acercó más a su rostro, y sin miramiento comenzó a recorrer su lengua por el mentón, mejilla y nariz de Esther, lamiendo con bastante apetito la sangre que brotaba de ella. A pesar de su estado, Esther percibía sin problema la sensación húmeda de su lengua, así como su aliento o el olor mismo de su piel. Sin embargo, le fue imposible reaccionar o hacer algo para detenerlo, si acaso en verdad quería hacerlo.

    Una vez que terminó de saborear ese pequeño bocado, Oskar se relamió sus labios, y luego se los limpió con la manga de su chaqueta. Se viró de regreso hacia Eli, aun teniendo el pequeño cuerpo de Esther bien sujeto. Eli se encontraba de rodillas en el suelo, con su mirada agachada y sus cabellos oscuros cayendo sobre su rostro.

    —Siempre dijiste que esto era como una maldición —indicó Oskar, llamando su atención—. Pero… esta nueva fuerza que recorre mi cuerpo es increíble. Este poder, estas sensaciones. Puedo verlo todo, oírlo todo, olerlo todo. Ya no siento temor alguno. Es como si estuviera vivo por primera vez. No me digas que tú no sientes lo mismo.

    Eli siguió sin responder. La dureza con la que lo veía resultaba casi dolorosa

    —Lo que necesitas es alimentarte —señaló Oskar, indiferente. Comenzó entonces a caminar hacia ella, prácticamente arrastrando a Esther por el suelo. Ésta intento tomar la poderosa mano que la oprimía para librarse de ella, pero sus débil y delgados dedos no lograron mucho.

    Una vez de pie frente a Eli, Oskar alzó a Esther, y luego la azotó contra el suelo para que quedara pecho a tierra.

    —Te sentirás mucho mejor en cuanto des un primero bocado.

    Colocó una mano atrás de la cabeza de la mujer, empujándola contra el piso, haciendo que su mejilla se apretujara contra éste. Con la otra jaló la chaqueta y el cuello del vestido de Esther hacia un lado, casi rasgándolo, dejando totalmente al descubierto su cuello justo enfrente de Eli.

    —Anda, sabes que quieres —ronroneó Oskar, sonando casi como una coqueta provocación.

    Los ojos de la vampiro se abrieron grandes, incapaces de ocultar el hambre y el anhelo que aquello imagen le provocaba. Oskar sonrió complacido al notarlo.

    — — — —
    La serpiente se fue abriendo paso en la neblina, hasta erguirse portentosa y fuerte ante Lily, tan alta como un edificio. Aun teniéndola tan cerca y no oculta en la niebla como hasta ese momento, seguía siendo sólo una masa negra volátil y ambigua, sin ninguna característica distinguible más allá de sus brillantes ojos rojizo, que Lily sintió clavados enteramente en ella. Podía sentir además vívidamente el hambre y el ansía con la que aquella cosa la miraba, deseosa de devorar cada milímetro de su ser, sin que ella pudiera hacer nada para evitarlo.

    «Esto no es real» se dijo a sí misma mientras forcejaba contra las manos de Emily que la seguían sujetando con fuerza de los brazos. «Esto es sólo un sueño, una ilusión. ¡Nada esto está pasando!»

    Y en parte estaba segura de que así era, pero igual lo estaba que, aun así, en verdad poco importaba. Y por más que lo repitiera, aquello sí era de cierta forma real. Al menos lo suficiente como para que el miedo que la carcomía estuviera más que justificado.

    Nada de eso tenía sentido para ella. ¿Cómo podía todo eso ser real si era un sueño? Y encima era su sueño, un espacio en el que ella siempre había tenido el control absoluto de todo lo que ocurriese. ¿Cómo podía esa cosa hacer lo que le diera la gana, reptando por su cabeza como si fuera suya?

    «¿De eso trata esto?» pensó, lo mejor que su mente atormentada le permitía. «¿Todo esto ahora es tuyo? ¿Yo soy tuya? ¡¿Qué maldita porquería es ésta?!»

    ¿Qué era lo que le pasaría si esa serpiente o lo que fuera la comía como tanto lo deseaba? ¿Qué era lo que quedaría en su lugar…? ¿Esa cosa se apoderaría por completo de todo lo que la hacía ser ella?

    ¿Y qué era eso que la hacía ser ella, en realidad? Emily había dicho que la otra criatura, el lobo era su verdadero ser, aquello que había llegado a ese mundo dentro de ella desde el momento mismo de su nacimiento. Y en ese instante, estando su cuerpo prácticamente petrificado ante la inminente amenaza de aquella serpiente, la mente de Lily comenzó a recorrer sus memorias más arraigadas y guardadas. Cada momento en el que, aun no teniendo a nadie a su alrededor, sabía que no estaba del todo sola. Siempre estaba presente esa pequeña presencia, haciéndola saber cosas que no debería, convenciéndola de hacer lo que normalmente no se le hubiera ocurrido, dándole las fuerzas para hacer lo que no habría podido lograr en otras circunstancias.

    Estuvo con ella cuando se encontraba atrapada en aquel horno, indicándole que todo estaría bien; que todo era parte del plan. Estuvo en ella cuando el vehículo de Emily se precipitaba al río, diciéndole qué debía hacer. Cuando Esther le disparó, cuando Samara le hizo aquello a su pierna, cuando aquel sujeto la molestó en la fiesta, cuando Damien casi la estranguló… incluso cuando aquella niña la había mordido (logró recordarlo en ese instante). Eso siempre había estado con ella, de alguna u otra forma.

    Pero para Lily aquello no era en realidad una persona, mucho menos un enorme lobo, susurrándole palabras al oído. Eran simples pensamientos, un instinto primario que siempre había pensado que simplemente era parte de ella. Pero siempre, quizás de forma inconsciente, había intentado mantenerlo algo apartado de ella, a una distancia segura, como detrás de una puerta de madera a través de la cual pudiera escucharla, pero nada más. Y Lily siempre había tenido la opción de abrir esa puerta y dejar que aquello entrara, que se sentar a su lado, que la viera a los ojos, que su voz se volviera mucho más nítida y tangible.

    Pero nunca lo había hecho. Tener esa puerta cerrada siempre le había resultado más cómodo y seguro, ya que… sí, le tenía hasta cierto punto miedo a lo que se ocultaba al otro lado; ahora podía admitirlo con mayor claridad.

    “Todos le tienen miedo a algo.” Le había dicho Doug, el psiquiatra amigo de Emily. “Trabajando en nuestros miedos, conquistándolos, es como mejoramos. Así que quiero que me digas: ¿qué te da miedo?”

    Y Lily recordaba claramente cuál había sido su respuesta: “Yo.”

    Le temía a lo que estaba del otro lado de la puerta, a su verdadero ser. Temía en lo que podría convertirse, en lo que podría provocar. Pero ya no más…

    “Trabajando en nuestros miedos, conquistándolos, es como mejoramos.”

    —Levántate —pronunció de pronto—. ¡Levántate! —gritó con fuerza al aire, mientras permitía al fin que la puerta se abriera por completo—. ¡¡Levántate!!

    La serpiente abrió grande sus fauces, soltando un agudo y estruendoso siseo al aire, y se abalanzó de golpe hacia Lily. Su quijada estaba totalmente abierta, lista para engullirla de un sólo y certero mordisco. Pero un instante antes de que lograra alcanzarla y cerrar su boca en torno a ella, algo la jaló reciamente hacia atrás, haciendo que el cuerpo entero de la criatura se precipitara al suelo con un fuerte estruendo.

    El cuerpo entero de la serpiente fue arrastrando de regreso hacia la neblina mientras gimoteaba, perdiéndose de nuevo de su vista. Aun así, Lily mantuvo su mirada quieta, observando el punto justo en que había desaparecido. Los rugidos y los ajetreos volvieron a hacerse presentes, y discretas siluetas comenzaron a hacerse notar entre la niebla, forcejeando entre sí. El estridente bramido de uno de ellos hizo retumbar el escenario entero, seguido después del distinguible sonido de carne siendo perforada, arrancada y aplastada. Era un sonido grotesco, pero al mismo tiempo hipnótico.

    Todo duró sólo unos cuantos segundos, y luego todo volvió a sumirse en silencio como antes. Pero en esa ocasión Lily no supo identificar si ese silencio era angustioso como el anterior, una buena señal, o quizás algo muy diferente.

    —Bien hecho, pequeña —escuchó que Emily pronunciaba a sus espaldas con orgullo; el orgullo desbordante de una madre. Sus manos la soltaron en ese momento, y Lily se giró por mero reflejo sobre su hombro. Emily ya no estaba ahí detrás de ella, y no había rastro alguno de a dónde se había ido.

    Lily se viró de nuevo hacia el frente, aguardando y observando paciente hacia la neblina, hasta que de nuevo una enorme silueta negra comenzó a moverse, aproximándose en su dirección. Su forma ya no era la alargada de la serpiente, sino una incluso más enorme que la del lobo; como la sombra de una gran montaña proyectándose.

    Lily se puso tensa, expectante sobre lo que se avecinaba. Sin embargo, lo que surgió de entre la niebla no fue el enorme lobo que esperaba, sino una figura mucho, mucho más pequeña.

    —¿Qué? —pronunció Lily, sorprendida al ver la apariencia de aquel ser. Y mientras más se aproximaba hacia ella con ese paso tranquilo, casi juguetón, más verificaba que su primera impresión había sido la correcta.

    Era ella, o más bien algo con una apariencia bastante similar a la suya; su misma estatura y complexión, con sus mismos rasgos, su mismo cabello castaño largo y suelto cayendo a sus espaldas. La diferencia, sin embargo, era que la piel de su rostro era totalmente pálida, tan blanca como la neblina o incluso más, además de que unas marcas negras similares a venas recorrían sus mejillas y su frente. Pero la mayor diferencia eran sus ojos, que eran totalmente negros, sin pupila, cornea, iris ni nada. Sólo eran dos grandes agujeros totalmente negros, decorando ese rostro pálido, casi muerto. Pero la sonrisa confiada y juguetona que se dibujaba en sus labios… esa ciertamente sí le era familiar.

    —¿Ya dejemos al fin de lloriquear, Lilith? —masculló aquel ser, sonando en su cabeza como su propia voz interna, mientras caminaba a su lado y la observaba sobre el hombro. Lily la siguió con la mirada mientras caminaba a su alrededor.

    —¿Eres el lobo? —susurró despacio, desconcertada—. ¿Eres… yo?

    —Creí que ya lo habías entendido —susurró con voz burlona aquel ser con su cara—. ¿En serio necesitas que te lo explique?

    Lily no respondió, pero en su interior supo que no era necesario. Ella lo comprendía, o al menos casi todo, pues aún había un único punto que no le quedaba del todo claro.

    —¿Qué soy? —soltó Lily con voz firme—. ¿Soy en verdad un demonio?

    —¿Quién sabe? —respondió risueña aquel ser, encogiéndose de hombros—. Demonio, monstruo, abominación… Son conceptos bastante ambiguos, creados por los humanos para nombrar a todo aquello que les asusta. Y tú, eres la materialización de todos ellos, capaz de descubrir el ideal de Infierno de cada individuo, y hacer que lo viva en carne propia. Así que, ¿en verdad importa si eres humana, demonio… u otra cosa?

    —A mí me importa —inquirió Lily, aunque no sonando del todo convencida—. ¿Para qué viene a este mundo entonces? ¿Qué se supone que debo hacer?

    —No tengo idea —rio aquel ser—. No sé mucho más de lo que tú siempre has sabido en el fondo de tu ser. Yo soy , después de todo. Y esto es sólo un sueño. Pero el mundo de allá afuera te espera, y definitivamente aún hay mucho que debes hacer.

    El ser se detuvo justo enfrente de ella, encarándola muy cerca, a sólo unos cuántos centímetros de separación entre sus narices. Desde esa distancia, Lily pudo ver de más los dos pozos sin fondo que eran sus ojos.

    —Basta de charla —declaró el ser con elocuencia—. ¿Lista para continuar con lo que sigue?

    —¿Qué es lo que sigue? —susurró Lily, confundida.

    El ser sonrió, divertida.

    —Eso también ya lo sabes… Es hora de que te quites tus ataduras y… “mejores”

    Lily guardó silencio unos instantes, reflexiva.

    —Entiendo… Adelante, entonces.

    De un parpadeo a otro, la niña delante de ella, se transformó de nuevo en aquella inmensa figura negra con forma de lobo. Lily la observó fijamente desde su posición, pero no sintió miedo alguno en realidad. Si acaso había alguna sensación que la acompañaba, esa podía ser curiosidad. Curiosidad por saber lo que vendría.

    El lobo abrió grande sus fauces y arremetió contra Lily, atrapándola y envolviéndola entera en la oscuridad.

    — — — —
    Recostada en la cama de la habitación 303, los ojos de Lily se abrieron de golpe, siendo jalada abruptamente al mundo real. De inmediato se sintió incapaz de respirar, como si tuviera algo atorado en la garganta que se lo impidiera. Se sentó rápidamente en la cama, se inclinó hacia un lado y comenzó a toser con fuerza. Tras unos segundos de insistencia, comenzó a vomitar, soltándolo todo en la alfombra. Pero no era un vómito común, y no sólo por su cantidad, sino porque lo que salió de su cuerpo fue un líquido espeso y oscuro como alquitrán, que pudo sentir como le quemaba mientras le subía por la garganta.

    Una vez que todo pareció salir, Lily permaneció sentada en su sitio, respirando agitadamente intentando recobrar el aliento. Se limpió la boca con la manga de su chaqueta, e inevitablemente desvió su mirada hacia el charco oscuro y maloliente que se había formado en el suelo entre las camas. Para su horror, vio en el centro de éste algo sólido, alargado y deforme, como la cola magullada de alguna rata. Lo que fuera, tras unos segundos a Lily le pareció ver claramente cómo se movía, como si un espasmo lo recorriera de punta a punta.

    Se sobrepuso de golpe a la debilidad de su cuerpo, y empujada por el mero instinto se puso de pie y salto hacia el charco, estampando la suela de su bota al menos diez veces contra aquella cosa, hasta que todo lo que quedó fue una plasta grumosa flotando en aquel líquido oscuro.

    —Qué… asco… —soltó en voz baja, sintiendo casi como si el sólo hecho de hablar le resultara agotador.

    Se dirigió tambaleándose hacia el baño del cuarto. Se apoyó en el lavabo firmemente con sus dos manos para evitar caer, y abrió por completo la llave de agua. Tomó algo del líquido en su mano, y la llevó a su boca repetidas veces, enjuagando y escupiendo, hasta que aquel molesto sabor ácido desapareció lo más razonablemente de su boca. Se echó justo después agua en la cara para lavársela, y ya para ese punto comenzaba a sentirse mejor.

    Al alzar la mirada, sus ojos se enfocaron en el espejo delante de ella, y en su propio reflejo. Su cabello era una maraña sin forma, su cara estaba notablemente pálida, y unas marcadas ojeras decoraban sus ojos. Pero pese a todo, debía aceptar que se veía bien. A simple vista no parecía haber nada diferente en ella, pero… podía sentir que eso no era del todo cierto. Algo había cambiado, algo profundo. Podía sentirlo tan vívidamente como los latidos de su propio corazón.

    De pronto, su vista se desvió sólo un poco hacia un lado, centrándose fugazmente en el reflejo en el espejo de la silueta negra en el rincón, y en sus brillantes ojos que la veían de regreso. Lily se sobresaltó y su respiración se cortó. Sin embargo, al siguiente parpadeo, aquella silueta desapareció, tan rápido como había aparecido.

    Se talló la cara con la mano húmeda, e intentó despejar de su cabeza la repentina sensación de alerta que aquel desliz le había provocado. Aunque, por otro lado, eso le había ayudado a aclarar la mente y recordar mejor lo que había ocurrido antes de desmayarse: el área de juegos, el baño… esa mocosa encima de ella, la herida de su cuello…

    «Mi cuello» pensó sorprendida, y reparó en ese momento en el vendaje que le rodeaba dicha área.

    Comenzó rápidamente a retirarse las vendas para echar un vistazo debajo de ellas. Su costado se veía amoratado, pero en el centro de aquella mancha purpurea sobresalían dos heridas punzantes, circulares y rojas.

    «Esa perra era un vampiro» concluyó una vez que su mente estuvo lo suficientemente clara. «Un vampiro me mordió… como en las leyendas. Entonces, ¿la serpiente era…?»

    Mientras pensaba en todo aquello, lo último que había presenciado antes de perder la consciencia se volvió claro en su mente: aquella habitación, ese hombre de barba muerto, aquella chica… y Esther.

    Volvió presurosa al cuarto y miró a su alrededor, esperando ver a Esther en algún lado. Pero aunque el cuarto era claramente muy parecido al que les habían asignado al llegar, no tardó en darse cuenta de que no era el mismo. Y no había rastro alguno de su compañera de viaje.

    Divisó entonces un pedazo de papel sobre el buró, por lo que rápidamente se acercó a él y lo tomó. El mensaje en éste era corto:

    Seguiré mi camino hacia donde habíamos dicho. Si sobrevives, puedes seguirme, volver a tu casa, o hacer lo que quieras.
    E.


    Lily releyó la carta un par de veces y luego alzó su mirada pensativa hacia un lado; en dirección a la ventana del cuarto, en ese momento con la cortina cerrada. Y tras un rato de observar en silencio hacia ese mismo lado, lo tuvo bastante claro. Esther no estaba en realidad muy lejos de ahí.

    — — — —
    Eli se aproximó hacia donde Esther yacía en el piso, hasta colocarse a su lado, con su rostro suspendido sobre su cuello. Oskar la seguía sujetando con firmeza, expectante e incluso emocionado porque hiciera lo que debía. Los labios de Eli se separaron, dejando a la vista sus letales colmillos, que se alargaron hasta casi sobresalir por completo de su boca. Esther, debido a su posición, no lograba verla, pero de alguna manera podía sentirla. Era como un molesto, casi doloroso cosquilleo en la piel expuesta de su cuello, como si aquellos filosos colmillos ya la estuvieran rozando.

    Podría intentar forcejar, seguir peleando, pero la verdad era que su cuerpo carecía de cualquier tipo de fuerzas. De hecho, su mente se inclinaba más a la inconsciencia tras aquellos últimos golpes, y por un momento deseó poder desmayarse a voluntad. Y así no sentir nada, y que pasara lo que tuviera que pasar.

    Eli dejó escapar de pronto un agudo y disonante chillido, como el de algún tipo de animal rastrero. Esther se preparó para sentir sus colmillos penetrándola, pero de nuevo aquello no ocurrió como lo esperaba.

    La figura de la pequeña vampiro saltó de pronto desde su sitio, no hacia Esther sino directo hacia Oskar. Se agazapó a éste con sus piernas y brazos, aferrándose a él con todas sus fuerzas. El hombre de barba se sobresaltó, confundido. Retiró sus manos rápidamente de Esther, y se paró. Antes de que pudiera enderezarse por completo, Eli clavó enteros sus colmillos en el costado izquierdo de su cuello, desgarrando por completo su carne en el acto.

    Oskar gritó a todo pulmón lleno de dolor y confusión. Por mero reflejo tomó el pequeño cuerpo que lo aprisionaba con ambas manos y comenzó a empujarlo para apartarlo de él. Eli, sin embargo, se sujetó aún más fuerte, al tiempo que succionaba y bebía con desesperación de su cuello. Oskar se tambaleó por todo aquel espacio, rebotando por las paredes, dejando rastros de sangre pintados por ellas. En su desesperación, sus puños se cerraron, y por mero reflejo propinó un fuerte golpe a un costado de la cabeza de Eli. El impacto fue tan fuerte que la cara de la vampiro fue prácticamente arrancada de la parte que había aprisionada con sus colmillos.

    Una vez que tuvo su cuello libre, y Eli estuvo aturdida por el golpe, la tomó de nuevo con sus manos y ahora sí pudo apartarla de él, para luego arrojarla con violencia al suelo. El pequeño cuerpo de la vampiro azotó contra éste, y rodó un par de metros hasta quedar boca abajo, agitada y apenas consciente.

    Oskar presionó una mano contra la herida de su cuello, que para cualquier otro ser vivo hubiera sido de seguro mortal. Llevó su mano frente a su rostro, mirando incrédulo su palma totalmente roja. En verdad lo había hecho; Eli deliberadamente lo había mordido. Pero eso no había sido como la noche anterior que él se había ofrecido a ella por completa voluntad; ella había intentado asesinarlo.

    —Tú… —masculló con voz carrasposa, alzando su mirada iracunda hacia donde yacía. La rabia se apoderó de él, y rápidamente se aproximó hacia ella—. ¡¿Cómo pudiste?!

    Alzó en ese momento su pie, golpeándola con todas sus fuerzas en su costado. Eli pudo sentir como sus costillas se rompían por el impacto. Soltó un fuerte alarido al aire, pero no tuvo ni un segundo para intentar recuperarse. Oskar rápidamente la tomó del cuello, apretándola con sus dedos y la alzó de un jalón para encararla de frente. Eli lo miró de regreso con ferocidad, su cara manchada por segunda vez con la sangre de su querido amigo.

    —¡Luego de todo lo que he hecho por ti! —espetó Oskar, inundado de coraje y de odio—. Dejé mi vida entera, a mi madre, mi país, ¡todo por ti! ¡Porque te amaba! Porque creí que tú me amabas…

    Eli no respondió nada, y ese silencio resultó aún más doloroso.

    Algo lo distrajo un instante. Por el rabillo del ojo, pudo notar como el cuerpo de Esther comenzaba a arrastrarse con debilidad hacia la puerta del patio, apoyándose en el suelo con sus manos y codos. Oskar soltó a Eli con brusquedad, dejándola caer al suelo. Se giró de inmediato hacia Esther, y antes de que lograra llegar a su cometido, le plantó de forma contundente la planta de su pie contra su espalda, presionándola como una prensa contra el suelo. Esther se quedó estática en su sitio, incapaz de seguir avanzando. No gimió ni dio seña alguna de dolor por la sensación de aquel pie aplastándola, más allá de una mueca en su rostro.

    —Eres bastante resistente —indicó Oskar, y al segundo siguiente comenzó a mover su pie de un lado a otro sobre su espalda—. En otras circunstancias admiraría tu notable deseo de vivir, y hasta consideraría brindarte el don que acabo de obtener, en parte gracia a ti. Pero de ninguna manera te daré la oportunidad de ser como nosotros. En lugar de morderte, te partiré en dos y beberé lo que brote de ti…

    —No, Oskar —exclamó Eli con debilidad a sus espaldas. Estaba en esos momentos incorporándose, apoyándose en la pared más cercana—. No lo hagas…

    —¡¿Por qué no?! —espetó Oskar furioso, girándose hacia ella—. ¿Por qué te empeñas tanto el protegerla después de todo lo que nos ha hecho?

    —No lo hago por ella —aclaró Eli con mayor firmeza—, sino por ti. Tú… no eres así. No eres un monstruo como yo…

    —¿Qué dices? —bufó Oskar, soltando entonces una sonora risotada sarcástica—. ¿Qué no soy un monstruo? ¿Sabes acaso a cuánta gente he matado por ti todos estos años? ¿Has llevado al menos la cuenta de cuantos hombres, mujeres, niños, ancianos he colgado de cabeza y cercenado sus gargantas para poder llevarte su sangre? ¿Cuántos cadáveres he tenido que esconder, quemar o enterrar? Y todo lo hice por ti, Elias… Me convertí en un monstruo mucho antes que esto, sólo por ti…

    Esther desvió su mirada ligeramente hacia atrás, mirando un tanto confundida al hombre que la pisoteaba.

    «¿Elias…?»

    Por su parte, Eli no tuvo otra alternativa que agachar su mirada, avergonzada por las palabras de reclamo de su joven amigo. Ya que ella sabía, después de todo, que eran ciertas.

    —Lo sé —susurró tan bajo que si no fuera por el oído agudizado, de seguro Oskar no hubiera sido capaz de escucharla—. Y lo siento…

    Un fuerte golpe hizo retumbar las paredes de toda la recepción, poniendo en alertar a todos. Un segundo después, miraron atónitos como la puerta trasera que daba al patio salió volando de su marco, arrancada de sus bisagras, y se dirigió como un proyectil directo hacia Oskar. Éste tuvo que reaccionar haciéndose rápidamente hacia un lado, retirando su pie de la espalda de Esther. La puerta siguió de largo delante de él, estrellándose contra la pared y prácticamente estampándose contra ésta.

    —¿Qué demonios…? —masculló Oskar atónito. Él, al igual que Eli, y Esther en el suelo, se giraron hacia el agujero en el muro donde hasta hace unos segundos se encontraba la puerta. Y los tres pudieron ver claramente como una pequeña figura entraba con suma tranquilidad por él, plantando sus pies con firmeza.

    La niña recién llegada recorrió su mirada rápidamente por el cuarto, esbozó una amplia sonrisa alegre, y extendiendo sus brazos a los lados exclamó el alto y con voz cantada:

    —Cariño, ya llegué.

    —¿Lily? —susurró Esther, atónita, intentando alzar su torso del suelo apoyada en sus brazos. Era sin lugar a duda ella, pero… por un motivo, no estaba del todo segura.

    —¿Estás viva? —exclamó Oskar, confundido.

    Lily giró de inmediato su atención hacia él, observándolo con más detenimiento.

    —Tú también… o algo así.

    Esther se apoyó como pudo en sus rodillas para intentar alzarse, pero sólo logró llegar hasta ahí. Levantó su rostro, mirando con aprensión a Lily. Algo no estaba bien, podía sentirlo.

    —¿Acaso tú…? —susurró en voz baja, haciendo que Lily se virara hacia ella. Al sentir esos ojos fríos posados en ella, una sensación más agobiante le recorrió el cuerpo entero—. ¿Ahora eres…?

    No terminó su pregunta, pero ésta quedaba bastante implícita. La sonrisa en los labios de Lily se ensanchó aún más hacia los lados, tomando incluso una forma casi grotesca.

    —Así es —susurró en voz baja, intentando a toda vista que sonara enigmática—. Ahora… soy… un horrible… ¡vampiro!

    Alargó en ese momento su rostro en su dirección abriendo su boca grande para enseñar un par de largo y filosos colmillos, así como el brillo rojizo y letal de sus ojos. Esther se sobresaltó sorprendida por esto, haciéndose hacia atrás e irremediablemente cayendo de sentón al suelo.

    Lily soltó una aguda carcajada, y de un parpadeó a otro los colmillos y los ojos rojos se esfumaron. Había sido sólo una ilusión.

    —Es broma —indicó, agitando una mano despreocupada en el aire—. Estoy bien.

    Esther parpadeó, confundida. Hasta hace menos de una hora estaba agonizando en una cama… ¿y ahora entraba ahí a hacer bromas?

    —¿Derrotaste a la infección? —pronunció Eli, totalmente atónita.

    Ella podía sentirlo sin lugar a duda con tan sólo verla: una de las dos criaturas que había visto al entrar en ese espacio de su mente se había ido. Pero… ¿y la otra?

    —Es imposible —declaró, escéptica.

    —¿Qué más da? —dijo Oskar con voz amarga—. Sólo es más alimento.

    Comenzó entonces a caminar presuroso hacia aquella niña. Lily se giró lentamente hacia él, notablemente calmada. Lo miró fijamente mientras se le aproximaba, y cuando estuvo lo suficientemente cerca soltó con voz apacible y clara:

    —Si fuera tú no me acercaría más, cerdito

    Oskar se detuvo por completo al escucharla, estupefacto en especial ante esa última palabra.

    —¿Qué dijiste? —le cuestionó con brusquedad. Lily se limitó a sólo mirarlo en silencio, sonriente.

    Aquella mirada por algún motivo no hizo más que exasperarlo más, y por mero reflejo se lanzó hacia ella con la intención de taclearla, tirarla al suelo, y desgarrarle su cuello con sus colmillos, asegurándose de que no volviera levantarse otra vez. Sin embargo, para su sorpresa, su cuerpo terminó chocando con mero aire, precipitándose justo después de narices al piso. Pero lo extraño fue que no chocó contra el duro suelo laminado, sino que su cara se hundió de lleno contra la nieve.

    Se irguió presuroso, apoyándose en sus rodillas, y pasó su mano rápidamente por su rostro para quitarse los rastros de nieve de la cara. ¿Cómo había pasado eso? ¿Se había salido por la puerta sin que se diera cuenta?

    Y de pronto, pudo percibir algo extraño. La sensación de su mano contra su rostro, no estaba bien. Y cuando logró abrir los ojos y echarle un vistazo, vio por qué: tenía puestos unos guantes oscuros de tela. Pero, él estaba seguro de que hace un segundo no estaba usando guantes. Y eso no era todo, pues la forma de la mano que se ocultaba bajo el guante también le resultó ajena; era más pequeña, y algo regordeta.

    No era lo único fuera del lugar. Al alzar su rostro y echar un vistazo alrededor, se dio cuenta que no estaba en la recepción, tampoco en el patio. Estaba de rodillas en la nieve frente a un edificio, que le resultó dolorosamente familiar. Estaba en el patio central de un complejo de departamentos; su complejo de departamentos. A su diestra se encontraba la estructura de tubos, la misma en la que hace muchos años recordaba haber visto a Eli por primera vez, y a su izquierda aquel árbol que solía usar a veces como su víctima sustito para probar su navaja, imaginando que era Conny Forsberg o alguno de sus estúpidos amigos. Todo estaba tal y como lo recordaba la última vez que lo vio… hace treinta y seis años…

    «¿Qué carajos es esto?» pensó confundido y claramente alterado.

    Escuchó pisadas en la nieve, pesadas y numerosas, a sus espaldas. Se paró y se giró rápidamente, y entre las sombras del patio contempló como surgían varias figuras, al menos unas diez, de diferentes tamaños y formas, pero todas en general parecían tener la complexión de niños. Todos usaban chaquetas, gorros, bufandas y guantes. Sin embargo, sus rostros eran como sombras nebulosas, de las que Oskar sólo lograba distinguir un par de ojos enteramente blancos, que aun así podía sentir que lo miraban solamente a él mientras avanzaban en su dirección.

    Oskar retrocedió por reflejo. La manera en la que se acercaban denotaba hostilidad. Y conforme más se acercaron, pudo notar que en sus manos cargaban tubos de PVC y palos de madera. Pero lo otro que llamó su atención era que, a pesar de que claramente todos eran niños, le parecieron de su misma estatura o incluso más altos.

    —Aléjense —demandó Oskar con fuerza, y se sorprendió de la voz que surgió de él; más aguda, temblorosa, cobarde… La voz de un niño de doce años muerto de miedo.

    Las figuras siguieron avanzando hacia él, y en cuanto la primera estuvo lo suficientemente cerca, alargó la vara que traía consigo, y le propinó un fuerte latigazo en su mejilla. Oskar sintió como su piel se abría por el fuerte golpe, dibujándole una larga línea rojiza en dicha área.

    Llevó su mano a su mejilla, presionándola, y comenzó a retroceder con más desesperación a trompicones. Otro de aquellos niños lo golpeó con fuerza en su brazo derecho, provocándole un dolor intenso. Pero no tanto como el tercer golpe, que le dio directo en el costado derecho de su cabeza, destrozándole el oído.

    Oskar gimió de dolor, y se precipitó al suelo sobre su costado. Las figuras comenzaron a rodearlo, y sus sombras lo engulleron rápidamente.

    —Chilla como cerdo —pronunció en alto uno de ellos, sonando con un intenso eco. Al instante siguiente arremetió con su arma contra él, y los demás le siguieron. Todos comenzaron a golpearlo al mismo tiempo en diferentes partes de su cuerpo. Oskar no pudo más que hacerse ovillo en el suelo, intentando cubrirse inútilmente con sus brazos—. ¡Chilla como cerdo, mariquita!

    —¡Basta! —gritó Oskar con todas sus fuerzas, alzándose de golpe con los ojos cerrados, y extendiendo su mano con la intención de tomar a alguno de sus atacantes. Su mano en efecto tomó algo, pero al abrir sus ojos le sorprendió ver que estaba de nuevo en la recepción del hotel, y su mano de adulto estaba firmemente aferrada a la chaqueta de aquella niña que acababa de entrar, que lo miraba de regreso con indiferencia—. Tú… ¿qué me hiciste?

    —Aún estoy comenzando —susurró Lily con tono confiado, Oskar pudo percibir como algo intentaba penetrar de nuevo en su cabeza, casi como si fuera de forma física.

    Apretó sus ojos, e intentó bloquearse, repelerla por completo. Lily lo percibió, similar a lo que aquella otra chiquilla había intentado la otra noche. Pero estaba preparada para ello.

    —Eso no funcionará ahora —declaró con sorna, y entonces empujó con aún más fuerza, rompiendo en pedazos ese muro que intentaba colocar entre ambos.

    Oskar fue arrojado de golpe de regreso a la misma ilusión, cayendo de espaldas en la nieve mientras todas aquellas figuras de niños lo golpeaban con mayor intensidad. Podía sentir como le laceraban la piel y le rompían los huesos, sin que él pudiera levantarse siquiera.

    —¡Chilla como cerdo! —gritaban como un rugido—. ¡Chilla!

    Mientras él se hundía más y más en aquella pesadilla, Lily observaba complacida a su lado como se retorcía y gimoteaba en el suelo, envuelto en sus brazos temblorosos. Tras un rato, notó por el rabillo del ojo que Esther se le acercaba por un lado, cojeando, con una mano aferrada a su costado mientras la otra colgaba a su lado, pero sujetaba firmemente entre sus dedos su arma de fuego perdida.

    —Te ves horrible —señaló Lily, hiriente.

    —No tanto como se verá este imbécil —declaró Esther con ofuscación en su voz. Caminó entonces hacia Oskar, y apunto su arma directo hacia su cabeza. Su intención era vaciarle el cartucho entero hasta llenarle su cabecita de agujeros, y ver si después de eso aún podía levantarse.

    —¡No! —escucharon como Eli gritaba a todo pulmón, y en un abrir y cerrar de ojos se lanzó hacia Oskar, cubriéndolo lo mejor posible con su cuerpo, sirviendo de escudo contra el inminente disparo.

    Esther la miró confundida.

    —¿De qué maldito lado estás? —le cuestionó con irritación. Aquello resultaba confuso, si hace un momento estaba más que dispuesta a matarlo ella misma.

    —¿Qué esperas? —exclamó Lily a su lado, impaciente—. Dispárale a esta perra, o lo haré yo.

    Lily hizo el ademán de querer quitarle el arma, pero Esther rápidamente jaló su brazo hacia un lado, alejándola de ella.

    —Espera un segundo, ¿quieres? —le respondió de forma tosca. Lily no entendió a qué venía eso, pero le hizo caso.

    —Oskar —murmuró Eli con suavidad, sacudiendo un poco a su amigo que lloraba y gemía. Él no reaccionó en lo absoluto.

    Eli lo observó con pena. Destruirle la cabeza a tiros no iba a matarlo, sólo haría que terminara como un zombi sin consciencia, siendo movido únicamente por los deseos de la infección que lo carcomía; como había pasado con Hakan. Oskar no merecía terminar así; no se merecía nada de lo que le había pasado, incluida la desgracia de conocerla. Lo único que podía hacer era intentar terminar con aquello lo más rápido posible, el último acto de amor que podía hacer por él.

    Alzó un brazo en el aire, estirando sus dedos. Sus garras se alargaron, convirtiéndose prácticamente en letales cuchillas. Un movimiento rápido y perforaría su pecho, atraparía su corazón y se lo arrancaría, con todo y el núcleo de la infección que ahí yacía. Eso debía bastar para al menos inmovilizarlo, hasta conseguir la manera de prenderle fuego al cuerpo.

    De pronto, antes de que pudiera realizar su letal ataque, Oskar alzó abruptamente su mirada, y sus ojos casi desorbitados se fijaron en ella. Y lo que vio en ellos fue algo totalmente apartado de la mirada cálida y amable que siempre había visto en su querido amigo, incluso en su último momento de vida. Lo que la miró de regreso a través de esas dos ventanas azules, profundas como pozos sin fondo, era otra cosa totalmente distinta.

    —¡Aléjate! —gritó Oskar de pronto, y rápidamente agitó un brazo en el aire, golpeándola con fuerza y arrojándola precipitadamente contra la pared.

    Esther se sobresaltó al ver esto, y rápidamente alzó su arma. Sin pensarlo dos veces disparó tres veces, pero Oskar reaccionó rápidamente, saltando hacia los lados para esquivar cada uno de los disparos. Se dirigió entonces a gran velocidad hacia la puerta principal, atravesando con el cuerpo entero el cristal de ésta hacia el exterior.

    —¡Oskar! —gritó Eli alarmada, e intentó ponerse de pie para seguirlo. Sus piernas sin embargo le fallaron debido todas sus heridas, y terminó desplomándose de narices al suelo.

    Quien logró avanzar con mayor solidez hacia la puerta fue Esther. El frío del exterior le goleó la cara en cuanto se paró en el agujero de la puerta. Con pistola en mano, se asomó hacia afuera, pero no logró percibir nada más que la oscuridad de la carretera. El tal Owen u Oskar había desaparecido.

    Soltó una maldición silenciosa, y luego pateó algunos de los cristales rotos en el suelo. Lily no tardó mucho en llegar y pararse a su lado, mirando también hacia la noche, aunque con bastante más calma.

    —¿Lo soltaste apropósito? —le cuestionó Esther, exasperada. Era una deducción evidente, pues de un momento pasó de estar ahí tirado sumido en su pesadilla, a pararse y salir y corriendo.

    Lily sonrió y se encogió de hombros, indiferente.

    —Para ver qué le hacía a esa impertinente harpía.

    —Pues felicidades, se escapó —exclamó Esther, apuntando a la carretera con su arma—. Y te puedo asegurar que no será la última vez que lo tengamos prendado de nuestros cuellos.

    —Pues ya ni modo —exclamó Lily con tono hiriente. Se giró entonces sobre sus pies e ingresó de nuevo al interior del edificio. Esther resopló y la siguió, resignada.

    —Estás bastante normal, o lo que para ti es normal, considerando que hasta hace poco estabas muriéndote, convirtiéndote en vampiro, o lo que sea. ¿Tienes idea de lo que tuve que pasar por aquí mientras tú dormías tranquilamente?

    —¿A eso le llamas dormir tranquilamente? —le contestó Lily con dejo defensivo—. No tienes ni idea de la locura de sueño que tuve.

    Ambas se encontraron irremediablemente de nuevo con Eli, que seguía sentada en el suelo con su cabeza agachada, aunque cuando las tuvo justo frente a ella alzó su mirada hacia ellas, notándosele desafiante.

    —Y todo por tu culpa, Abby o cómo te llames —carraspeó Lily con marcada molestia. Eli se mantuvo inmutable.

    —¿Qué le hiciste a Oskar? —preguntó la vampiro con voz serena.

    —¿Lo de hace rato? —susurró Lily, señalando con su mentón hacia donde Oskar había estado tirado, lloriqueando como un bebé—. Lo mismo que te haré a ti por haberme mordido, bruja. Y en esta ocasión no te será tan fácil dejarme fuera. Aunque tal vez debería perdonarte, y además agradecerte, pues si no fuera por eso no habría sabido que podía hacer todas estas cosas interesantes… Nah, definitivamente no haré tal cosa.

    Lily se paró firme delante de ella, mirándola hacia abajo, imponente. Su mirada de agudizó, centellando de ira, pero también de emoción.

    —Dime, ¿cuál es tu idea de cómo es el Infierno?, ¿eh? —le preguntó con voz grave, aunque algo juguetona—. Porque te haré vivirlo en carne viva.

    Eli se mantuvo serena, e incluso logró sostenerle la mirada sin mucho esfuerzo. Y manteniendo su máscara de hielo inamovible, le respondió con voz fría y ausente:

    —Yo ya vivo en él…

    Lily esbozó una media sonrisa al escuchar esa respuesta. Comenzó entonces a enfocar su mente, a proyectarse en la de Eli para indagar en lo más profundos de sus miedos. Una parte de ella se sentía preocupada por lo que podría encontrar ahí dentro, pero al mismo tiempo estaba intrigada. ¿Cómo funcionaría la mente de un ser como ese? ¿Su castillo mental sería como el de Mabel, quizás? Lo descubriría muy pronto…

    —Espera —pronunció Esther de pronto, apoyando una mano en su hombro. Lily volteó a verla, impaciente.

    —¿Qué?

    —No lo hagas —le contestó con seriedad—. No todavía.

    —¿Por qué no?

    —Aún nos puede ser de utilidad. Y… —Esther miró de reojo a Eli, que las observaba en silencio desde el piso—. Creo que se lo debo. Me salvó la vida hace un momento, aunque lo que no entiendo es por qué.

    Observó en silencio a la susodicha, esperando que se dignara a dar alguna respuesta, pero no fue así. Siguió en silencio, aguardando.

    —Pues yo no le debo nada —respondió Lily con brusquedad, quitándose la mano de Esther del hombro con un manotazo—. ¿Recuerdas esto? —añadió señalando la fea herida expuesta de su cuello—. En verdad no sabes el suplicio por lo que tuve que pasar por su culpa.

    —Y por eso tendrás el privilegio de hacer con ella lo que quieras —le respondió Esther con un tono gentil, bastante disonante—. Pero no ahora.

    —Como quieras —bufó Lily molesta, y se dirigió entonces a una de las sillas de espera aún de pie, dejándose caer de sentón en ella.

    Esther se giró de nuevo a Eli. El desafío en su expresión se había esfumado, y ahora parecía en efecto más una niña, aliviada de no recibir un castigo, pero aún preocupada por lo que había hecho.

    —Gracias… —susurró despacio sin mirarla.

    —No agradezcas tan pronto —indicó Esther con severidad—. Sólo retrasé lo inevitable.

    La dejó de momento ahí en el suelo y se alejó de ella. Si era lista, podría salir corriendo en ese momento por la puerta rota, y desaparecer al igual que su amigo. Eso en efecto les ahorraría muchos problemas. Sin embargo, Eli no parecía tener intención alguna de huir, y en su lugar se quedó ahí en el suelo como si esperara que le dijeran que podía pararse.

    «Quizás nos sirva como mascota» pensó Esther, divertida.

    Se aproximó entonces a dónde Lily se había sentado. La niña de Portland miraba con aburrimiento y molestia hacia el muro. Aunque de cierta forma parecía estar muy fija en una de las manchas de sangre que Esther había dejado en la pared con su pelea con Oskar, si podía llamarla de esa forma.

    —Oye, ¿estás bien? —le preguntó con voz seria, notándose ligeramente preocupada.

    Lily se giró a mirarla, y le sonrió de esa forma prepotente que Esther bien le conocía, y tanto le molestaba.

    —¿No me veo bien? —le respondió de forma juguetona.

    —Te ves… diferente. ¿Qué fue lo que te pasó?

    —No lo tengo muy claro aún —contestó Lily, enigmática, parándose de la silla de un salto ágil—. Pero sí, me siento diferente. Al parecer lo que estuvo dormido dentro de mí al fin despertó, y mis poderes ahora son mucho más grandes que antes.

    —¿Des… pertó? —murmuró Esther, incapaz de ocultar la inquietud que esas palabras le causaban.

    —De hecho —exclamó Lily en alto, girándose por completo hacia ella—, creo que aprendí un nuevo truco. ¿Recuerdas cuando dijiste que necesitábamos un adulto para pasar más desapercibidas? Pues bueno…

    Retrocedió entonces un par de pasos, haciendo una prudente distancia entre Esther y ella. Estiró sus brazos hacia los costados, cerró los ojos, y entonces… Esther no sabría bien como describir lo que pasó a continuación. Fue como si el cuerpo entero de Lily se estirara y deformara hacia los lados y hacia arriba, aunque también parecía como si “algo” estuviera moviéndose dentro de su piel, estirándose para intentar salir al exterior. Lo que fuera, resultaba algo difícil de ver, pero aun así Esther no desvió su mirada ni un instante. Incluso Eli en ese momento se había puesto de pie, y se aproximó hasta pararse a un lado de Esther, contemplando también confundida tan extraño fenómeno.

    «¿Ella también lo ve?» dedujo Esther, sorprendida. «¿No es una ilusión?»

    O al menos no una como las que había visto anteriormente.

    El proceso sólo duró unos cuantos segundos, y cuando terminó, el resultado final fue ciertamente interesante. Ante ellas se encontraba ahora una chica alta y delgada, posiblemente en sus veintes, de larga cabellera castaña, ojos grandes claros, rostro delgado, y usaba una versión para adulto de la misma ropa exacta que Lily usaba. De hecho, toda ella, su rostro, sus ojos, su cabello… todo era una versión veinteañera de Lily Sullivan.

    La chica sonrió divertida mostrando sus dientes, de la misma forma exacta que Lily lo hacía. Y Esther lo tuvo claro: esa chica era Lily. Pero no sólo eso, pues en efecto tuvo la certeza de que aquello era más que una simple ilusión.

    —Creo que resolví nuestro problema —comentó la Lily adulta, sonando incluso su voz distinta—. ¿Qué te parece?

    Esther tardó en poder reaccionar para darle una respuesta. Cuando logró salir de su impresión, lo primero que hizo fue esbozar una amplia sonrisa llena de maravilla. Y por último, pronunciar un escueto pero sincero:

    —Genial…

    FIN DEL CAPÍTULO 141
    Notas del Autor:

    Y aquí queda de momento este pequeño nuevo arco de Esther y Lily viajando, y al parecer peleando con vampiros. ¿Qué les pareció el regreso de estas dos? ¿Y qué les pareció la introducción de Eli y Oskar? Como ven me tomé varias libertadas en la caracterización de ambos, pero siento que encajaron bien con el tono de la historia. Y por supuesto, no será la última vez que veamos a cualquiera de los dos. Sin embargo, ahora nos toca viajar a otro rincón de este mundo, y a ver a otros personajes. Estén pendientes pues lo que viene a continuación será explosivo. ¡Nos leemos!
     
  2. Threadmarks: Capítulo 142. VPX-01
     
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    Resplandor entre Tinieblas
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    Misterio/Suspenso
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX

    Capítulo 142.
    VPX-01

    Hace 5 años…

    Annie la Mandiles, como la conocían sus hermanos del Nudo Verdadero desde hacía poco más de medio siglo, se paró a un lado de la carretera, con la mirada perdida en el lejano horizonte. Ante ella sólo se erguía el amplio y despejado monte, cubierto de hierba seca, y sólo unos cuantos árboles casi pelones esparcidos por aquí y por allá. Las montañas más cercanas eran unas manchas grisáceas en la lejanía que prácticamente se mezclaban y perdían con el cielo. Un aire cálido y seco le golpeaba la cara, y agitaba levemente sus cabellos oscuros. A sus espaldas, las voces de Doug el Diésel y Phil el Sucio le llegaban escuetamente, mientras ambos seguían discutiendo la noticia que les acababan de dar.

    Barry el Chino, Jimmy el Números, Andi Mordida de Serpiente, El Nueces… y ahora también Papá Cuervo. Sus hermanos, a los que se suponía iban en camino a ayudar como sus refuerzos, todos estaban muertos. Y lo peor era que la mayoría había sucumbido ante la mano de la vaporera que se suponía era su presa. ¿Cómo era eso posible? ¿Cómo había ocurrido algo tan horrible como eso en tan corto tiempo?

    Aquello resultaba simplemente surreal. No sólo tenían esa enfermedad carcomiéndolos por dentro, sino que ahora una simple vaporera podía eliminar a varios de ellos así como así; como si fueran sólo moscas perturbándola.

    Annie nunca había sido la más fuerte o inteligente del Nudo Verdadero. Pocas cosas la distinguían de los demás, salvo su cualidad de poder soltarse a llorar a voluntad; habilidad que resultaba útil en ocasiones, pero la mayoría del tiempo era opacada por las cosas increíbles que otros miembros del Nudo podían hacer como Andi, Mabel, y por supuesto la propia Rose. Incluso alguien como Sarey, que podía ocultar su presencia incluso del más observador, dado el momento podía ser de mucha más utilidad que alguien que simplemente podía llorar cuando se lo pedían.

    Y lo más gracioso del asunto, por decirlo de una manera, es que en esos momentos no le era posible soltar ni una sola lágrima por sus hermanos caídos. No podía, o quizás en el fondo no quería.

    —Es sólo una paleta —recalcó Doug con severidad.

    —Los mató a todos —repitió Phil con insistencia, su voz temblándole un poco—. Incluso a Papá Cuervo. No sé qué clase de monstruo fue el que encontró Rose, pero es claro que no somos rivales para ella.

    —No sabemos lo que pasó realmente. Quizás los síntomas de la enfermedad se presentaron y todos estaban demasiado débiles; quizás se confiaron; quizás los tomaron por sorpresa, o quizás la niña tiene algún tipo de ayuda.

    —Demasiados “quizás”, Doug. La única verdad es que no tenemos ni puñetera idea de nada. Y no sé ustedes, pero yo no estoy dispuesto a tirarme a la boca del lobo sin tener claro a qué me voy a enfrentar.

    —¿Y qué otra alternativa tenemos? —cuestionó Doug tajante—. Igual no importa. Rose quiere que demos media vuelta y volvamos, así que será mejor que nos movamos de una vez.

    —¿Y volver para qué? —rio Phil, incrédulo—. ¿Oíste lo que dijo El Lamebotas? Rose no quiere soltar esto. Piensa vaciar todos los termos y que vayamos todos en contra de esa chiquilla. Aún si no terminamos muertos, terminaremos alertando a toda la maldita policía del estado de nuestra presencia. Rose ha perdido totalmente la cabeza.

    —No —exclamó Annie de pronto en alto, llamando la atención de ambos hombres. Hasta ese momento se había quedado bastante callada.

    La Mandiles se giró lentamente hacia ellos, mirándolos con seriedad en la mirada.

    —Lo que está es dolida, herida —masculló despacio—. Por la muerte de su amado, y también por su orgullo roto.

    —Y por eso mismo no puede pensar con claridad ni oír razones —señaló Phil con insistencia—. Aceptémoslo, hasta ahora siempre hemos creído ciegamente en sus planes, pero la verdad es que últimamente todos han terminado en un desastre. Ya no es la grandiosa e imponente Rose la Chistera que siempre hemos conocido. No lo ha sido desde que por su culpa todos nos contagiamos de esta enfermedad. Y mientras esté al frente del Nudo Verdadero, no tendremos futuro.

    —¿Y qué sugieres? —preguntó Annie, más curiosa que molesta, aproximándosele con cautela—. No la podemos “derrocar” si eso es lo que piensas. Es muy poderosa. Además, no es así como funciona elegir un nuevo líder.

    Y en realidad Annie no tenía claro cómo funcionaba, pero sabía que no era tan fácil como que uno renunciara y otro más tomara su sitio.

    —No, claro que no podemos hacer algo contra ella —murmuró Phil, con voz ausente—. Pero tampoco tenemos que seguir haciéndole caso.

    Doug y Annie lo miraron, desconcertados.

    —¿A qué te refieres? —masculló Doug despacio.

    La Mandiles permaneció en silencio todo el rato siguiente, mientras Doug y Phil discutían la propuesta de este último. Su opinión no fue requerida, y ella tampoco la expuso abiertamente. Pero aún sin ella, al final los tres tomarían el camino totalmente opuesto al que Rose les había ordenado. Ese día, los tres abandonarían para siempre el Nudo Verdadero. Y no serían los únicos.

    * * * *
    Los últimos días habían sido bastante extraños para el Nido en general, y en especial para el Dr. Russel Shepherd. Había demasiado que hacer, demasiado que supervisar, demasiado en qué pensar. Y aunque habitualmente se mostraba ante su equipo con una actitud jovial y enérgica, lo cierto era que ya para esos momentos comenzaba a sentir sobre los hombros el peso del verdadero cansancio.

    Quizás ya era hora de que se tomara unos días libres; no recordaba la última vez que lo había hecho. Lamentablemente, dudaba que el trabajo se lo fuera a permitir. Además, ya casi era Acción de Gracias y al menos un tercio del personal de planta había solicitado su semana libre justo en esos días, así que con más razón no podía dejar las cosas sin supervisión. Quizás para Navidad todo estuviera mejor; igual él prefería más esas fechas que Acción de Gracias.

    Aquella mañana, muy temprano, Russel se presentó en la sala de observaciones en donde el equipo médico había estado monitoreando el progreso de su segundo prisionero más reciente. Y aunque estos ya le habían informado con anterioridad de lo que vería, ciertamente le fue imposible no contemplar con una combinación de asombro y espanto el rostro dormido de Damien Thorn a través del cristal de la cámara hiperbárica; un rostro totalmente sano, sin rastro alguno de quemadura en él, ni siquiera una sola cicatriz. Con su cabeza totalmente cubierta de su grueso y brillante cabello negro, tan limpio y pulcro como si acabara de lavarse. Todo totalmente en su sitio, como si el horrible y deplorable estado en el que había llegado nunca hubiera ocurrido.

    Russel sintió como un sudor frío le recorrió la frente, y se apresuró rápidamente a secarse con un pañuelo antes de que fuera muy evidente. ¿Por qué aquello lo ponía tan nervioso? No lo tenía claro, pero así era. Contemplar ese rostro dormido y calmado, le causaba todo menos tranquilidad. Temía que en cualquier momento esos ojos se abrieran repentinamente, se fijaran en él, y entonces…

    —Increíble, ¿no le parece? —masculló la voz del Dir. Sinclair, justo cuando se paró a su lado para mirar también hacia el chico inconsciente—. Sólo unos cuántos días, y se regeneró totalmente de todas sus heridas, sin necesidad de ningún tratamiento adicional. ¿Con qué estamos lidiando, Dr. Shepherd? ¿Algún progreso con eso?

    Russel carraspeó un poco y se acomodó discretamente el nudo de su corbata. Respiró hondo intentando recobrar por completo la compostura antes de responderle.

    —Me temo que no, señor. Los análisis que hemos logrado realizarle confirman que su bioquímica no es como la de los UX, ni siquiera parecida. En general, todos sus exámenes de sangre salieron casi normales.

    —¿Casi? —inquirió Lucas, curioso.

    —Sí. Al parecer hay cierta… estructura inusual en su sangre. Su ADN, para ser exactos, es un poco diferente al de un ser humano convencional.

    —¿Qué me está diciendo, Russel? —susurró Lucas, cruzándose de brazos—. ¿Acaso no es un ser humano? ¿Qué entonces?, ¿un extraterrestre?

    —Bueno, no tan diferente como para estar cómodo con ponerlo en esa clasificación. La estructura de su sangre sigue siendo similar a la que uno esperaría de un ser vivo de este planeta, sólo que no precisamente la que se suele ver en un ser humano. Según algunos miembros de mi equipo, se asemeja más a la que verías en… la sangre de un animal.

    Lucas arqueó una ceja, claramente desconcertado con esa explicación que lo dejaba con aún más preguntas que antes.

    —O en una hipotética cruza, más bien —añadió Russel con voz serena—. Me temo que no puedo darle más información de momento. Necesitamos seguir investigando. Pero de todas formas, no hay nada que nos indique que la inusual estructura de su sangre pudiera estar relacionada directamente con este acelerado y milagroso ritmo de recuperación. Al parecer debe haber algo más. Pero, repito, necesitamos seguir investigando.

    —Tendrán todo el tiempo y recursos que necesiten para realizar esa investigación —recalcó Lucas con firmeza—. Pero eso será hasta que pueda interrogarlo de frente. Luego de eso, será todo suyo.

    —¿Interrogarlo? —exclamó Russel, su voz temblando ligeramente—. ¿Quiere decir que… piensa despertarlo?

    —Esa es la idea —asintió Lucas—. Hay muchas cosas que necesito saber de él, empezando por la identidad de las personas que lo protegen.

    Miró sobre su hombro a los demás en la sala; sólo otros dos miembros del equipo médico. Lucas tomó a Russel discretamente del brazo y lo jaló hacia un lado de la sala para poder hablar con un poco más de privacidad.

    —No puedo darle mayores detalles, pero sospechamos que podría haber incluso gente dentro del DIC que deliberadamente lo ha estado escondiendo de nosotros. Recuerda lo que estuvimos hablando con Douglas aquel día en la videollamada, ¿cierto?

    Russel lo recordaba. Era difícil olvidar a un hombre adulto siendo reprendido de esa forma.

    —Creía que había sido sólo un error —masculló Russel con ligera preocupación.

    —Yo estoy casi seguro de que no fue así. Pero ese muchacho puede tener la clave para poder al fin estar seguros de eso, o no. Además, necesito también que nos diga todo lo que sepa de sus cómplices, empezando por la tal Leena Klammer, Lilith Sullivan, y una mujer que estuvo detrás de la muerte de… una vieja conocida en Los Ángeles, que parece ser que también trabaja para él. Así que sí, en vista de que ya está completamente recuperado, lo despertaremos para poder interrogarlo sobre todo eso. Ya hablé con McCarthy y el Sgto. Schur ayer sobre esto, y se está preparando una sala especial para ello. En cuanto esté listo, ocuparé que se encargue de llevarlo y despertarlo. Y claro, de volverlo a dormir en cuanto terminemos. ¿De acuerdo?

    —De acuerdo, señor —asintió Russel, aunque en el fondo no se sentía precisamente muy convencido. Si ese chico le causaba tanta incomodidad estando dormido… no podía imaginarse cómo sería verlo despierto.

    —Luego de ese interrogatorio tendré que retirarme —informó Lucas con seriedad—. He estado ya bastante tiempo aquí, y mi esposa me matará si no estoy en casa para Acción de Gracias. Confío en que podrán encargarse de todo ustedes solos.

    —Claro —respondió Russel escuetamente.

    Lucas sonrió satisfecho con su respuesta, y le dio un par de palmadas amistosas en su brazo, y luego se giró a la salida con la aparente intención de irse de la sala. Antes de alejarse demasiado, sin embargo, se detuvo un momento y se giró de nuevo hacia él.

    —Apropósito, ¿en qué terminó la negociación con la química externa que logró despertar a Gorrión Blanco? —preguntó con marcado interés—. La Srta. Mathews, ¿cierto? ¿Aceptó al final nuestra propuesta o no?

    —Me temo que no —respondió Russel, negando con la cabeza—. Lo ocurrido en aquel quirófano la alteró demasiado. No cree que este tipo de ambiente de… alto riesgo, se podría decir, sea lo suyo. Y me temo que podría tener razón.

    Lucas asintió.

    —Es una lástima. Logró en unos cuántos días lo que muchos otros no lograron en cuatro años. En fin, encárguese entonces de los preparativos para su traslado.

    —Sí, señor.

    Y sin más que agregar, Lucas se dirigió ahora sí a la puerta. Russel, por su lado, permaneció unos momentos en el mismo sitio, pensativo, admirando desde su posición a la cámara hiperbárica y a su inusual ocupante.

    * * * *
    Hace unos meses…

    Aquel había sido para variar un buen día, y Annie la Mandiles sabía que en serio les hacía falta uno. Doug, Phil y ella habían ido tras la presa que Mabel la Doncella les había conseguido, mientras ésta iba por otra en compañía de James, Hugo, y un muy enfermo Marty. Aún desconocía como les había ido a ellos, pero el grupo de Annie ciertamente estaba muy contento con el resultado.

    El niño paleto al que habían ido a buscar, un escuincle lleno de mocos, delgaducho y sucio, resultó ser un muy buen botín. No de los mejores que hubieran visto en sus años en el Nudo Verdadero, ni de cerca. Pero considerando los tiempos de escases por los que habían pasado, ciertamente poder llenar más de la mitad del cilindro con un vapor puro y lleno de energía, era algo digno de celebrar. Y Annie lo notaba vívidamente en el buen humor de sus dos acompañantes. Ella, por su parte, no podría decir que compartiera su sentir del todo. Más que alegría, a lo mucho lo que debía sentir es algo de alivio pero… ni siquiera estaba segura de sentir eso.

    Cuando llegaron al punto de encuentro, un claro boscoso con sólo un camino de acceso, no había aún rastro alguno de sus demás compañeros. Los campers de Doug y Annie, y el de Hugo y Marty, se encontraban justo donde los habían estacionado, pero no había rastro del de Mabel y James, que era en el que se habían ido los cuatro a cumplir su respectiva misión.

    —Aún no llegan —señaló Annie en voz baja, al tiempo que se bajaba de la camioneta de Phil, seguida de cerca por Doug.

    —Ya deben estar en camino —indicó Phil despreocupado, apeándose también del lado del conductor—. Y si les fue tan bien como a nosotros, hoy comeremos como no lo hemos hecho en mucho tiempo. ¡Al fin!, ¡carajo!

    Phil el Sucio estaba que no cabía de su excitación. Aquello resultaba un poco contagioso, incluso para Annie, aunque sólo podía limitarse a sonreír levemente.

    —Voy a guardar esto —informó Phil, alzando el termo medio lleno que cargaba en su mano—. Y voy a traer un par de cervezas para celebrar, ¿de acuerdo? ¡Ni se les ocurra moverse!

    Y antes de que alguno pudiera responder realmente algo, Phil corrió presuroso hacia el camper de Doug y Annie, en donde estaban guardando los termos de reserva.

    Annie lo observó en silencio hasta que entró en la casa rodante, con sus brazos cruzados y su mirada un tanto distraída. Alzó luego su mirada al cielo, contemplando el cielo azul que los árboles dejaban a la vista, percibiendo además algunos de los rayos del sol que se filtraban entre las ramas y las hojas. Annie respiró profundo por su nariz. El olor de los bosques como ese solía parecerle agradable, incluso relajante. Pero hacía mucho tiempo que ya no sentía lo mismo; ni con los bosques, ni con nada. Como si en verdad se hubiera quedado vacía, desde aquel horrible día hace cinco años en el que el Nudo Verdadero dejó de existir.

    Sintió entonces como unas grandes y fuertes manos se posicionaban en sus hombros, acariciándola con una delicadeza que parecería casi impropia de las manos que lo hacían.

    —¿Un centavo por tus pensamientos? —murmuró la voz de Doug el Diésel muy cerca de su oído.

    —Te costará más caro que eso —respondió Annie bromeando, apoyando su cuerpo hacia atrás para pegar su espalda contra el amplio y fuerte pecho de su pareja—. No es nada, sólo me siento un poco cansada.

    —¿Cansada? —masculló Doug con preocupación, y de inmediato dirigió una mano a la frente de la mujer, temeroso de percibirla más caliente de lo debido.

    —Estoy bien —rio Annie, apartando la mano de Doug—. No es la enfermedad, en serio. Es sólo que tuvimos que conducir casi toda la noche. Te diré si me comienzo a sentir mal, te lo prometo.

    —De acuerdo, yo te creo —asintió Doug, y se permitió entonces rodearla con sus gruesos brazos, y apoyó su barbilla contra su hombro—. Sé que siempre has tenido tus dudas con todo esto, y no te culpo. Pero las cosas parece que mejorarán. Y si seguimos así, dentro de poco podríamos incluso darnos el lujo de reclutar a nuevos miembros. Otro rastreador, quizás. Y así podremos conseguir mejores presas y estar más fuertes.

    —¿Crear un nuevo Nudo? —masculló Annie, volteándolo a ver sobre su hombro con evidente escepticismo—. ¿De eso estamos hablando?

    —¿Y por qué no? —respondió Doug con total seguridad—. Ya hemos pasado demasiado tiempo preocupados en sólo sobrevivir. ¿No es ya momento de comenzar a pensar en el futuro?

    —Sí, por supuesto —respondió Annie, sonriente.

    Doug se inclinó hacia ella y le dio un sonoro beso en su mejilla, y luego bajó a su cuello, causándole un poco de cosquillas.

    —Por lo pronto, esta noche abriremos uno de los cilindros, y nos pondremos fuertes antes de emprender de nuevo el viaje. ¿Quién sabe? Quizás incluso Marty se ponga mejor.

    Annie asintió como respuesta a su comentario, y Doug se apartó entonces de ella caminando en dirección al camper, quizás para reunirse con Phil y tomar una de esas cervezas que había sugerido. Ella, por su lado, se quedó de pie en el mismo sitio, con su mirada de nuevo alzada hacia el cielo.

    Tomar una buena dosis de vapor, crear un nuevo Nudo… eran ideas que hace tiempo la hubieran podido emocionar, pero ahora eran sólo otras de esas cosas que la hacían sentir vacía con tan sólo pensar en ellas. Y aunque no se atrevería a decirlo en voz alta, la verdad era que incluso Doug se encontraba también como uno más de esa lista.

    Descubrió de mala manera que, así como se le hacía fácil llorar a voluntad aunque no lo sintiera, parecía tener la misma cualidad de fingir o imitar otras emociones; como la felicidad, la excitación, o incluso el deseo. Pero lo cierto era que ya no creía ser capaz de sentir nada de eso. Pero sabía que no era culpa de algo que Doug o alguien más hubiera hecho mal. Ni siquiera se trataba de resentimiento reprimido por haberla convencido de abandonar a Rose, como el que Mabel claramente sentía hacia James y a veces era incapaz de esconder.

    No, eso era algo que estaba totalmente en ella. Algo había muerto en su interior la noche en que Rose y los demás lo hicieron. Y ahora se sentía como un simple caparazón hueco, incapaz de sentir o desear nada, mucho menos poder pensar en el futuro como Doug le había sugerido. ¿Qué futuro podía tener un ser vacío como ella?

    Bajó su mirada al escuchar el lejano sonido de un motor, resaltando enormemente en la casi absoluta quietud del claro. Al mirar hacia el camino que llevaba hacia donde se encontraban, le pareció percibir el lejano punto de un vehículo aproximándose.

    —Creo que ya vienen llegando —pronunció con fuerza para que los otros dos la escucharan.

    Doug y Phil salieron en ese momento del camper, cervezas en mano. Alzaron sus miradas en dirección del camino y… sus miradas no era precisamente de alivio.

    —¿Son ellos? —masculló Doug, aprensivo, volteando a ver a su amigo.

    Phil corrió en ese momento de regreso a su camioneta, hacia una de las maletas de la parte trasera de la que sacó rápidamente un par de binoculares. Los alzó y enfocó para poder distinguir con más claridad el vehículo que se acercaba.

    —¿Qué demonios? —exclamó totalmente exaltado.

    Annie se giró a mirarlo, y en cuanto Phil bajó los binoculares, pudo ver claramente su rostro pálido y sus ojos llenos de asombro… por no decir terror. Y al mirar de nuevo hacia el camino, y a pesar de no tener la vista tan aguda, le bastó para poder darse una idea de lo que tanto había espantado a su amigo.

    Aquello no era el camper de James y Mabel. De hecho, no era un sólo vehículo, sino varias camionetas negras todo terreno, aproximándose a gran velocidad directo a su encuentro.

    * * * *
    Lisa contempló en silencio los cinco ratones muertos sobre su bandeja metálica. Todos habían convulsionado y sufrido una abundante hemorragia, creando charcos rojos bajo sus pequeños cuerpos, antes de perecer y quedarse completamente quietos. Una escena que era prácticamente una repetición de lo que habían sido sus primeros días en el Nido. ¿A cuántos ratones inocentes había asesinado desde que llegó a ese sitio? Y además de formas tan horrendas. Temía lo que pasaría cuando ese karma se le regresara.

    Había estado toda esa mañana jugando con las dosis del Lote Diez, variando un poco las proporciones que habían logrado despertar a Gorrión Blanco. Sin embargo, no había podido replicar otro resultado favorable como los de aquel día. Era casi como si simplemente el Lote Diez hubiera decidido dejar de funcionar justo cuando Lisa creía haberlo comprendido, lo que resultaba muy, pero muy frustrante, por decirlo menos.

    Desvió su mirada hacia un lado, de los ratones muertos a las radiografías sobre la pantalla de luz; las mismas del cerebro de Gorrión Blanco que el Dr. Shepherd le había mostrado la otra noche, y que mostraban claramente las nuevas lesiones que habían surgido en él. Había considerado que tal vez podría encontrar una nueva combinación que pudiera servir para volver a regenerar el cerebro de Gorrión Blanco, quizás incluso de forma permanente en esa ocasión. Pero comenzaba a pensar que quizás aquello había sido un simple golpe de suerte (si es que la muerte de toda esa gente, en la que por poco ella misma estuvo incluida, podía llamarse suerte de alguna forma).

    Quizás el curarla lo suficiente para despertarla era lo más lejos que ella podía llegar. Y aunque no lo fuera, si tenía verdadera suerte no estaría ahí el suficiente tiempo para averiguarlo.

    El sonido del candado electrónico de la puerta abriéndose captó su atención, sacándola de su cavilación. La puerta se abrió un instante después, y no le sorprendió ver aparecer del otro lado a Russel. De hecho, le parecía extraño no haberlo visto más últimamente.

    —Srta. Mathews —le saludó el Dr. Shepherd, cerrando la puerta detrás de él. Miró discretamente hacia la charola de metal delante de ella, y luego la observó con una discreta sonrisa—. Imagine mi sorpresa al escuchar que ha estado solicitando más ratones de prueba y muestras de los compuestos del Lote Diez. Luego de nuestra conversación, creí que seguir haciendo estos experimentos sería lo último que querría hacer.

    Lisa entornó los ojos y se giró al instante a los recipientes transparentes sobre su área de trabajo, tomando con una jeringa pequeñas dosis de cada uno para colocarlos en un tubo de ensayo nuevo.

    —Y no está equivocado —le respondió mientras continuaba concentrada en lo suyo—. Sólo pensé que, ya que estaré encerrada aquí hasta quién sabe cuándo, al menos podría intentar hacer algo de provecho.

    —¿Y eso es…? —inquirió Russel con curiosidad, parándose a su lado.

    —Ver si puedo encontrar una mejor combinación del Lote Diez que pudiera serles de utilidad para… bueno, eso —señaló entonces con la jeringa en sus dedos hacia las radiografías en la pantalla de la pared—. O al menos dejarle en mis notas al que sea mi remplazo algo de camino por dónde empezar.

    Russel miró un momento hacia la radiografía, no ocupando mucho para reconocerlas.

    —Creía que tampoco sentía mucha simpatía por Gorrión Blanco.

    —No es por simpatía —respondió Lisa de forma mordaz—. Sólo… no quiero que haya dudas de que hice un buen trabajo.

    —No las habrá —señaló Russel con firmeza, y eso tomó a Lisa un poco por sorpresa.

    El científico acercó en ese momento la silla que no hace mucho le pertenecía al Dr. Takashiro, y la estacionó cerca de ella. Tomó asiento, se giró por completo en su dirección, y la observó fijamente a través del cristal de sus anteojos.

    —Estuve pensando en lo que hablamos —musitó el Dr. Shepherd con una seriedad que a Lisa le resultó inusual viniendo de él—. Es una química excepcional, Srta. Mathews. Inteligente, trabajadora y muy responsable. Sería una increíble adición a mi equipo, y una verdadera perdida si se va. Pero tiene razón en lo que me dijo: no me sirve de nada tener trabajando para mí a alguien que no desea hacerlo.

    Hizo una pequeña pausa reflexiva, y entonces pronunció al final:

    —Es por eso que he decidido finalizar nuestra relación de trabajo como usted desea. Con toda mi satisfacción y gratitud por el grandioso trabajo que hizo, por supuesto.

    —¿De verdad? —preguntó Lisa, notándosele algo suspicaz. Russel asintió con afirmación.

    —Pero me temo que tendrá que esperar un par de días para poder irse.

    —¿Por qué?

    —Bueno, por simple logística. Esta semana será Acción de Gracias, y como ha de suponer muchos pedirán su semana de descanso a partir de este momento. Así que será más sencillo para todos transportarla de nuevo al mundo real junto con los demás miembros del personal que dejarán la base pronto. Usted lo entiende, ¿cierto?

    Lisa no respondió, pero en efecto lo entendía. No era la situación ideal, pero lo entendía. Y al menos eso significaba que podría estar en casa para Acción de Gracias, y eso ciertamente no le molestaba.

    —Está bien —masculló Lisa despacio—. Gracias, Dr. Shepherd.

    Russel asintió, y le sonrió con gentileza; otra expresión que a Lisa le resultaba extraña en él pues sus sonrisas no solían sentirse tan… sinceras. De hecho, toda su presencia se sentía diferente; más seria, pensativa, incluso algo cansada.

    El científico se paró en ese momento de su silla, y sin pronunciar alguna despedida se dirigió hacia la puerta para salir.

    —¿Sabe? —pronunció Lisa de pronto en alto para llamar su atención antes de que se fuera—. La clave de todo esto ha sido siempre el VPX-01 —declaró, alzando uno de los franquitos de vidrio, en esos momentos ya casi vacío—. Es el compuesto central y más importante del Lote Diez, como bien usted sabe; además de ser responsable de hacer que éste logre tener un efecto tan agresivo en el cuerpo del sujeto, pero a la vez tan efectivo. Pero no sólo me refiero a eso pues, como se lo había mencionado antes, uno de los mayores problemas que tuve al realizar las pruebas fue mi desconocimiento total de qué es exactamente esta sustancia. Si quiere tener mejores resultados la siguiente vez, creo que va a ser importante que sea mucho más comunicativo con mi remplazo sobre qué es exactamente, de dónde se obtiene, cómo es que puede hacer lo que hace…

    —Me temo que ese es uno secreto institucional mucho más allá de lo que abarca su Autorización de Seguridad —indicó Russel, volviendo a su más conocido tono burlón, mientras se giraba hacia ella—. Pero habría podido compartírselo sin problema si hubiera decidido quedarse. Aunque… —calló un momento, y observó pensativo hacia un lado—. Es probable que no hubiera resultado muy sencillo de entender para usted.

    —¿Por qué lo dice? —inquirió Lisa, confundida pero también curiosa—. ¿No le he demostrado en este tiempo que soy bastante capaz de entender incluso las cosas más complicadas?

    —No me refiero precisamente a eso —respondió Russel, negando con la cabeza—. Pero ya no importa. ¿Necesita un poco más de él? —preguntó de pronto, señalando al frasquito que Lisa aún sostenía en la mano.

    —Si fuera posible, sí —respondió Lisa, dudosa—. Pero si es algo tan especial, no quisiera que lo desperdiciaran en alguien que ya va de salida.

    —Le conseguiré un poco para que pueda seguir con sus experimentos el tiempo que le quede aquí —indicó Russel sin vacilación alguna—. Un pequeño regalo de despedida, ¿de acuerdo?

    —Supongo —murmuró Lisa, encogiéndose de hombros—. Gracias.

    Russel asintió, y ahora sí salió de la sala.

    * * * *
    Hace unos meses…

    Los vehículos negros se acercaban rápidamente por el camino, y la indecisión de Annie, Doug y Phil resultó ser fatal. Sin saber exactamente quienes eran o cuál era su cometido, ¿qué era lo que debían hacer? ¿Intentar enfrentarlos?, ¿o quizás mejor huir? Y cada segundo que pasaban sin tomar una decisión, el peligro se aproximaba más.

    Al final, el primero en reaccionar fue Phil el Sucio, que en cuanto sus piernas se lo permitieron se dirigió corriendo de nuevo hacia la parte trasera de su camioneta, sacando su rifle de asalto de la misma bolsa de la cual había sacado los binoculares. Y antes de que Annie o Doug pudieran decirle algo, Phil colocó el arma contra su hombro, apunto hacia los vehículos a la distancia y abrió fuego repetidas veces.

    Las balas rebotaron contra el chasis reforzado de la camioneta negra que iba al frente de la formación, creando unas pequeñas chispas. El vehículo giró un poco, quedando en diagonal en el camino y se detuvo. Los demás autos lo hicieron también, pero prácticamente lo hicieron ya en la mera entrada del claro, lo suficientemente cerca para que sus ocupantes se bajaran presurosos: al menos quince hombres con trajes de asalto color negro, armas largas, cascos y caretas que cubrían por completo sus rostros. Los quince se dirigieron presurosos hacia ellos en formación militar, y los que iban más adelante alzaron sus armas y abrieron fuego mientras avanzaban.

    Los tres verdaderos se refugiaron rápidamente detrás de la camioneta de Phil, y las balas de los atacantes chocaron contra ésta, haciéndole profundos agujeros en su armazón.

    —¡¿Quién jodidos son?! —exclamó Annie, respirando con agitación. Sentía su corazón casi a punto de explotarle bajo el pecho.

    —¡¿Y yo qué mierda voy a saber?! —exclamó Phil, asomándose rápidamente por el capot de la camioneta para disparar contra los extraños y que se disiparan un poco—. ¡Tenemos que largarnos de aquí!

    Phil señaló con su arma hacia el camper de Hugo y Marty, que era el más cercano a su posición.

    —¡No sin los termos! —exclamó Doug con fiereza.

    —¡Hagan lo que quieran, entonces! ¡Yo me largo! —señaló Phil desdeñoso, y sin más se dirigió corriendo hacia el camper.

    —No, Phil —exclamó Annie con inquietud—. Debemos estar juntos…

    —¡Olvídalo! —gritó Doug con voz de mando, tomándola del codo con algo de brusquedad—. ¡Vamos a nuestro camper! Debemos recuperar los termos e irnos.

    Doug no esperó ninguna confirmación de su parte, y sin más comenzó a correr en dirección a su casa rodante. Annie vaciló unos momentos, mirando hacia Phil y hacia Doug sin estar segura de a quién seguir. Al final, su cuerpo se inclinó a seguir a su pareja, y se apresuró a salir del refugio de la camioneta e ir detrás de él.

    Las balas volaban por los aires, y Annie casi le pareció sentir como le pasaban sobre su cabeza o le zumbaban en el oído. Al sonido de los disparos, sin embargo, se sumó de golpe el de una fuerte y estridente explosión que lo sacudió todo.

    Instintivamente Annie se detuvo un momento y se giró hacia atrás, sólo para ver que el camper de Hugo y Marty comenzaba a prenderse en llamas, y un denso humo oscuro emanaba de él. ¿Qué había pasado? ¿Le habían arrojado una granada? ¿El tanque de gasolina había estallado? No tenía idea. Pero lo que le pareció más alarmante fue distinguir la figura de Phil en el suelo, de espaldas a algunos metros del camper, aturdido. Al parecer había sido arrojado hacia atrás por la explosión, e intentaba recuperarse.

    ¿Debería ir y ayudarlo…?

    —¡Annie! —escuchó que le gritaba Doug, ya prácticamente en la puerta de su camper, haciéndole un ademán con su mano de que siguiera avanzando.

    La Mandiles comenzó a correr hacia él, pero justo a mitad del camino sintió un dolor punzante y ardiente en su pierna derecha. Una bala acababa de entrarle por un costado de su pantorrilla, atravesándola de lado a lado. Annie gritó de dolor y se desplomó al instante pecho a tierra. Se giró a ver su pierna, que empezó a sangrar abundantemente, y luego se giró hacia Doug. Éste la miraba desde la puerta del camper, con sus ojos pelones y desconcertados.

    Annie extendió una mano hacia su pareja, suplicándole en silencio que la ayudara. Doug titubeó un instante, y al final… se dirigió hacia el interior del camper, dejándola ahí tirada. Y por primera vez en mucho tiempo, Annie fue capaz de sentir algo en su pecho vacío, aunque no fue para nada un sentimiento agradable.

    Se giró como pudo en el suelo para ver a Phil. Éste avanzaba tambaleándose hacia su camioneta, aturdido y golpeado tras aquella explosión. Como pudo abrió la puerta del conductor y se subió casi arrastrándose, intentando encenderla a tientas con las llaves que estaban aún en el arranque. Antes de que pudiera lograrlo, Annie vio también a uno de los hombres de negro, posicionándose justo delante de la camioneta, alzar su arma, apuntar directamente hacia él y disparar; todo en menos de un segundo.

    Desde su ángulo Annie no fue capaz de verlo con total claridad, pero lo sintió en cada fibra de su cuerpo. La bala atravesó el parabrisas, y siguió de largo hasta la frente de Phil, atravesándola también de adelante hacia atrás. Restos de cráneo y sesos volaron de su parte trasera, manchando el vidrio posterior de la camioneta; eso Annie sí lo pudo ver. Pero igual las manchas de sangre no duraron mucho, pues casi al instante el Sucio entró en ciclo y su cuerpo se esfumó por completo, dejando detrás sólo sus ropas contra el asiento del piloto, y rastros de vapor grisáceo que Annie pudo ver cómo se escapaba por la ventanilla y se alzaba hacia el cielo.

    Phil estaba muerto. Esos sujetos lo acababan de ejecutar sin el menor miramiento, y dentro de poco ella sería la siguiente.

    Escuchó en ese momento como el motor del camper de Doug y ella se encendía, al igual que sus luces. Por mero instinto, Annie comenzó a arrastrase hacia allá por el suelo, jalando su pierna herida detrás de ella y dejando un rastro de sangre en la tierra. No logró llegar muy lejos, antes de que unas manos enguantadas la tomaran con fuerza de los brazos y la alzaran con brusquedad, causándole un fuerte respingo de dolor.

    Dos soldados la sujetaron con fuerza de cada brazo, sometiéndola y obligándola a quedarse de rodillas en el suelo. Escuchó más disparos, y como pudo alzó su mirada al frente, sólo para ver como más de esos hombres de negro disparaban contra su camper mientras éste comenzaba a avanzar y abrirse paso. Incluso estando en movimiento dos de esos hombres lograron introducirse por la puerta abierta de un costado hacia el interior. Annie escuchó más detonaciones y golpes provenientes de adentro, y el camper dejó de moverse abruptamente, acompañado de un fuerte rechinido.

    Y aunque no lo vio, también lo supo; fue como una terremoto formándose en su propio pecho, que luego le recorrió el cuerpo entero hasta los pies. Doug también estaba muerto…

    De nuevo, otro sentimiento logró aflorar en ella, exteriorizándose en la forma de una pequeña lágrima que le recorrió su mejilla.

    Todo lo que siguió resultó confuso, pues para esos momentos la mente de Annie la Mandiles prácticamente se había ido a pasear, dejando su cuerpo totalmente solo. Ya ni siquiera sentía el dolor de su pierna, o las manos que le apretaban los brazos. Ya no sentía nada…

    El motor del camper se apagó, y poco después los dos hombres que habían ingresado salieron de él con un salto. De un momento a otro, todo el sitio se llenó de esos hombres de negro, yendo y viniendo, revisando todo el lugar. Annie estaba tan perdida en sí misma que no supo qué tanto tiempo estuvo ahí, pero en algún punto al alzar su mirada de nuevo, se vio rodeada por todos aquellos hombres armados que la miraban hacia abajo como a un insecto.

    —Ella es la única que queda, todos los demás fueron neutralizados —escuchó como informaba uno de ellos con voz fría.

    Uno de los soldados se aproximó hacia ella, se posicionó justo delante y alzó su rifle, pegando la punta del cañón de éste contra al frente de la mujer. Annie sintió el frío del acero contra su piel, y le resultó casi agradable. Cerró sus ojos, y simplemente aguardó.

    —Espera —pronunció con fuerza otro más, y el cañón se retiró rápidamente de su frente—. Nos dijeron que lleváramos al menos a uno de ellos con vida.

    Aquella afirmación desconcertó a Annie, más de lo que ya estaba. Abrió sus ojos de nuevo, sólo el instante correcto para alcanzar a ver la culata de uno rifle dirigiéndose de lleno contra su rostro. Después, todo se volvió negro.

    * * * *
    El nivel más bajo del Nido era el -20, ubicado en el subsuelo, cinco niveles por debajo de la enorme montaña que albergaba el resto de la base. Esos niveles eran los más restringidos de todos, con gruesas capas de acero que los convertían en uno de los bunkers más seguros, y el sitio ideal para proteger los secretos mejor guardados del DIC. Muy pocas personas tenían acceso a esas áreas; sólo las de más alto rango dentro del departamento como el Dr. Sinclair, el Cap. McCarthy y, por supuesto, el Dr. Shepherd como cabecilla de la unidad científica.

    Tras su conversación con Lisa, Russel se dirigió por el ascensor hacia dicho nivel, pasando su tarjeta por el escáner de éste, seguido de un código de seguridad que tuvo que teclear en el tablero. Una vez que llegó al nivel deseado, fue admitido por un recibidor totalmente alumbrado con luz blanca, y una única puerta reforzada con dos soldados armados apostados en ella, además de un tercero ubicado tras un módulo y un cristal. Russel tuvo que dirigirse justo hasta éste último, y especificar en voz alta ante una pantalla con micrófono y cámara su nombre, puesto, y la sala a la que se dirigía.

    —Dr. Russel Shepherd, Jefe de Investigación, sala 217.

    Además de la información dada, la pantalla se encargó también de escanear su rostro entero, y el guardia pudo ver toda esa información en su pantalla para comprobar su identidad y autorización. Todo aquello era mera formalidad, pues los soldados que custodiaban ese nivel sabían muy bien quién era el Dr. Shepherd, así que no hubo problema en comprobar su información y darle acceso.

    La puerta de acero se abrió al instante, dejando a la vista al otro lado un largo pasillo, también alumbrado con esa pulcra luz blanca. Russel avanzó por éste con paso decidido. A cada lado había puertas numeradas, y delante de varias de ellas (la que se encontraban ocupadas en esos momentos) había algún soldado adicional apostado, de pie firme en su posición. Al llegar a la sala con el número 217, el soldado delante de ella le ofreció un saludo respetuoso, mismo que Russel respondió con un ligero asentimiento de su cabeza. El soldado se hizo a un lado, y usando su respectiva tarjeta la pasó por el escáner de la puerta para que ésta se abriera.

    Muchos pasos, mucha seguridad, pero nada era demasiado considerando que lo que varias de esas salas guardaban eran algunos de los bienes más preciados del DIC, incluyendo lo que se escondía en la sala 217.

    En el interior de esa sala, había dos miembros del equipo médico y dos del equipo científico, monitoreando una serie de pantallas que mostraban los signos del espécimen que tenían ahí recluido. Había adicionalmente dos soldados más en cada extremo de la sala, de pie sólo observando. Y en el centro de la sala, dentro de un largo cilindro de grueso vidrio que se extendía desde el suelo al techo, se encontraba justamente el espécimen en cuestión.

    Su cuerpo, cubierto con una simple bata blanca, se encontraba atado de piernas y brazos a lo que parecía ser una camilla colocada de forma vertical, de tal forma que el individuo permaneciera prácticamente de pie. Además de los aparatos conectados a su cuerpo para medir sus signos vitales, tenía dos tubos pequeños conectado a cada brazo, cada uno conectado a su vez a una máquina distinta colocadas en lados contrarios de la inusual celda de contención.

    Russel avanzó hacia el cilindro, sin que ninguno de los presentes reparara demasiado en él, pues su presencia resultaba bastante común para ellos. Se paró justo delante de éste, y contempló al espécimen. Éste tenía en ese momento la cabeza agachada, y sus largos cabellos oscuros caían al frente. Parecía inconsciente, o al menos lo suficientemente débil para que se le dificultara mantener su cuello erguido. De hecho, todo su cuerpo delgado se veía flácido, incapaz de sostenerse si no fuera por las gruesas correas que lo sujetaban.

    Russel acercó una mano hacia un botón colocado en la parte exterior, que activaba el sistema de comunicación con el interior del cilindro. Un pequeño pitido resonó en el interior, haciendo que el espécimen se estremeciera un poco, quizás sacudido fuera de su letargo.

    —Buenos días, Annie —pronunció Russel con seriedad, su voz sonando en la bocina interna del cilindro por la cual el espécimen lograba escucharlo.

    La persona al otro lado del cristal alzó débilmente su rostro, enfocando de forma difusa su mirada en el hombre delante de ella. Russel, por su lado, fue capaz de contemplar con total claridad el rostro demacrado y cansado de Annie la Mandiles, del infame Nudo Verdadero. Su espécimen UX, como dentro del DIC conocían a los verdaderos como ella.

    —¿Cómo te sientes? —preguntó Russel, sin que su expresión severa se mutara ni un ápice.

    —¿Cómo me siento…? —masculló Annie con voz carrasposa—. ¿Cómo crees que me siento?, ¡estúpido paleto! —gritó de golpe, zarandeándose además, logrando que sus correas rechinaran un poco.

    —Veo que estamos con más energía que de costumbre —pronunció Russel con elocuencia—. Quizás eso significa que no necesitas tu dosis de hoy.

    Hizo entonces el ademán de querer darse la media vuelta y retirarse, y eso provocó un repentino golpe de terror en su prisionera.

    —No, no, espera —susurró Annie casi suplicante—. Por favor… la necesito… me siento realmente mal… por favor…

    Russel se giró de nuevo a verla, y pudo apreciar la desesperación desbordando de la mirada de Annie. La misma desesperación de un adicto consumado sufriendo de varios días de abstinencia, lo cual era de hecho bastante parecido a lo que debía sentir.

    —Bueno, esa actitud me agrada más —indicó Russel con tono burlón. Se giró en ese momento hacia uno de los miembros del equipo científico, y con un pequeño ademán de su cabeza le indicó que podía proceder.

    No se necesitó más explicación, pues estaba más que claro. El hombre de bata blanca se dirigió a su terminal, y tras presionar algunas teclas, la máquina conectada al brazo derecho del espécimen comenzó a zumbar. Y un segundo después, un líquido transparente comenzó a viajar por el delgado tubo transparente, lentamente hasta introducirse directo al cuerpo de Annie la Mandiles.

    En cuanto aquel líquido, una mezcla muy especial y única del Lote Nueve, ingresó dentro del cuerpo de Annie, el cuerpo de ésta se estremeció, y su rostro se alzó por completo. Un pequeño quejido de dolor, o quizás incluso de placer, surgió de la boca de aquel ser con forma de mujer. Como todas las veces anteriores, sus ojos resplandecieron con ese mismo fulgor plateado, y poco a poco sus brazos delgaduchos, casi esqueléticos, comenzaron a cubrirse de nuevo de músculos. La fuerza volvía a su cuerpo, la claridad de su mente también. Poco a poco volvía a parecerse más a aquella mujer que habían aprehendido hace meses en aquel bosque, y que desde entonces había sido su prisionera… por no llamarla sujeto de estudios.

    Sin embargo, el proceso siempre se detenía justo antes de que dicha fuerza llegara a ser demasiada, aplicando sólo la dosis suficiente cada cinco días para que su espécimen no muriera; una dosis que ya estaba más que medida. Y cuando llegó a ese punto, la máquina que le suministraba el Lote Nueve dejó de zumbar, y el líquido dejó de correr. El cuerpo de Annie se relajó de golpe, y el fulgor de sus ojos se desvaneció. El pico de energía que había sentido por un instante, rápidamente fue menguando, y la debilidad se apoderaba de nuevo de ella.

    —Maldita sea… ¡maldita sea! —exclamó Annie casi llorando, cargada de una gran frustración. Volvió a zarandearse con desesperación, pero sus correas no permitieron que sus extremidades se movieran ni un centímetro de su posición.

    Cada ocasión sentía por un momento que estaba a punto de recuperar sus fuerzas, de volver a ser ella misma, pero cada vez lograba apenas rozar la superficie para de nuevo sumergirse en esas aguas oscuras que habían sido su existencia todos esos meses. Esa sustancia, ese químico extraño que su cuerpo procesaba como algún tipo de vapor sintético, era lo único que la había logrado mantener apenas con vida ese tiempo. Pero así como le hacía bien, le hacía también un tremendo daño; podía sentirlo cada vez que entraba en su cuerpo, como le quemaba por dentro como si le desgarraran sus venas y sus entrañas con ácido. Y, aun así, añoraba con ansías que llegara el momento de su próxima dosis. Se había vuelto totalmente dependiente de ella; era lo único que podía hacerla sentir que aún estaba viva, y que ese no era un maldito infierno en el que había caído.

    Aunque claro, esas personas no la mantenían con vida sólo porque sí. Y ese proceso de administrarle su horrible químico lo hacían por sus propios motivos.

    —Sigan con la extracción —ordenó Russel, y justo entonces otro de los miembros de su equipo hizo lo debido en su consola.

    La máquina conectada al brazo izquierdo de Annie se encendió, y al instante ésta gimió adolorida. Un claro rastro de sangre comenzó a brotar de su brazo, abriéndose camino por el delgado tubo, hasta llegar a la máquina, donde era vertida gota a gota en el interior de una bolsa almacenadora.

    Esa sangre, extraída del cuerpo del UX, sería luego pasada por un proceso meticuloso para separar sus componentes, y aislar uno en específico. Un compuesto que el cuerpo de los UX, incluida Annie, producía de manera natural una vez que asimilaba el vapor de sus víctimas o, en este caso, esa combinación única del Lote Nueve que simulaba bastante bien las propiedad de dicho vapor. El mismo compuesto desconocido, o uno muy similar, que días antes los analistas de laboratorio del hospital detectarían en los exámenes de sangre realizados a Mabel la Doncella cuando ésta estaba en coma. El mismo compuesto que el DIC llamaba como nombre clave VPX-01…

    Ese era el secreto que Russel acababa de mencionarle a Lisa que no podía compartirle, y que quizás no hubiera sido capaz de entender. El VPX-01 era el compuesto desconocido, casi mágico, que Russel y su equipo teorizaban le daba a los UX su aparente inmortalidad y capacidad de regenerar las células de su cuerpo. Y, desde que lo descubrieron, era el elemento más importante que conformaba al Lote Diez. Y era extraído directamente de la sangre de su prisionera en la habitación 217 del Nivel -20 del Nido.

    Esto era algo que muchos no conocían, ni siquiera el Sgto. Francis Schur a pesar de haber participado meses atrás en los primeros experimentos del Lote Diez, del que él resultaría el único sobreviviente. Pero quizás, gracias a los nuevos descubrimientos realizados por la Srta. Mathew en su trabajo en el proyecto Gorrión Blanco, aquel desastroso resultado podría ser corregido. Esa era la mayor expectativa de Russel con todo ese trabajo.

    —¿Por qué me siguen haciendo pasar por esto? —escuchó de pronto como la voz de Annie mascullaba con debilidad, sonando incluso casi como sollozo—. ¿Por qué no me matan de una buena vez…?

    —Todo es por un bien mayor, Annie —le respondió Russel con voz tranquila, mientras la bolsa de sangre se seguía llenando—. Con tu ayuda, podremos al fin entender la naturaleza de los UP, y la mejor manera de usarlos en beneficio de la seguridad de nuestro país. Si me lo preguntas, el pasar por esto, es un castigo bastante indulgente en comparación con todos los crímenes que has cometido. Todos los niños inocentes que has asesinado a lo largo de… ¿cuánto tiempo, Annie? ¿Un par de siglos?

    Annie no respondió nada. Su cabeza volvió a caer hacia el frente, y posiblemente se estaba acercando de nuevo a la inconsciencia.

    —Como sea, a mí no me corresponde juzgar eso —añadió Russel encogiéndose de hombros—. Mi interés es meramente científico. Así que mientras no descifremos la forma de replicar el VPX-01 sin requerir de alguien como tú, serás nuestro huésped de honor.

    Se dio en ese momento la vuelta, dirigiéndose a uno de los gabinetes ubicados a un lado de la sala, en donde guardaban bajo llave las muestras recién elaboradas del Lote Diez y, por supuesto, las del VPX-01 en su estado puro. Russel tomó una pequeña botellita de éste último para llevársela a Lisa, justo como se lo había prometido, y se dirigió al momento a la puerta para llevárselo. Antes de irse, sin embargo, la voz de Annie volvió a resonar entre todo el agotamiento que la inundaba.

    —Si no me matan ahora, cuando salga de este maldito tubo… juro que los destriparé vivos a todos; a cada uno de ustedes…

    Alzó en ese momento su rostro, clavando directamente en Russel su mirada repleta de furia, la emoción más real que era capaz de sentir desde que estaba ahí.

    —Y ni siquiera lo haré para alimentarme, pues no hay nada de provecho que pueda extraer de vejestorios inútiles como ustedes… Lo haré por mero gusto… Y lo disfrutaré como no tienes idea…

    Soltó en ese momento una sonora y estridente risotada, que retumbó con fuerza en toda esa sala, y dejó visiblemente desconcertados a todos los presentes; incluso al propio Russel. Sin embargo, éste no pronunció palabra alguna, y en su lugar optó por irse de una vez por donde vino, dejando atrás a Annie que seguía riendo cuando la puerta de la sala 217 se cerró a sus espaldas.

    FIN DEL CAPÍTULO 142
    Notas del Autor:

    Annie la Mandiles es un personaje perteneciente a la novela y película de Doctor Sleep o Doctor Sueño de Stephen King, siendo un miembro más del Nudo Verdadero. En la novela y en su respectiva adaptación no se dieron muchos detalles sobre ella, salvo algunas referencias y que fue parte de uno de los grupos que dejó el Nudo Verdadero tras la muerte de Papá Cuervo. Por ello, gran parte de lo expuesto en este capítulo con respecto a su apariencia y personalidad, se basan mucho en mi propia interpretación del personaje. El mismo caso aplica para Doug el Diésel y Phil el Sucio.

    —Los flashbacks mostrados en este capítulo son un complemento de lo que anteriormente se contó en el Capítulo 75, solamente que en aquel entonces fue narrado desde la perspectiva de Mabel y James, pero ahora toca mostrar lo ocurrido en el campamento desde la perspectiva de Annie. Si alguno no recuerda del todo aquello, le sugiero darle una leída rápida a dicho capítulo para poder comprenderlo mejor, pero tampoco es obligatorio.
     
  3. Threadmarks: Capítulo 143. Propiedad Privada
     
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    Título:
    Resplandor entre Tinieblas
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    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Misterio/Suspenso
    Total de capítulos:
    144
     
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    8949
    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 143.
    Propiedad Privada

    La travesía de Cody Hobson y Lucy para descubrir el misterioso paradero de Lisa Mathews, había resultado más extenuante y agotador de lo que ha Cody le hubiera gustado. Para empezar, Lucy no aceptó subirse a un avión, sino que en su lugar prefirió que recorrieran todo el largo camino desde Dakota del Norte hasta Maine a bordo de su New Beetle, un viaje que en situaciones normales tomaría al menos unas treinta horas; en su caso, Cody intuía que serían afortunados si sólo les tomaba eso.

    —Cómo ya te dije, no tengo aún una idea clara de dónde está ese sitio —le había explicado Lucy con una calma que parecía casi robótica, estando sentados ambos en la sala de ella, bebiendo cada uno una taza de té—. En estos momentos sólo tengo la dirección a la que debemos ir desde este punto en el que estoy ahora. Y conforme nos vayamos acercando al lugar, poco a poco, es probable que la ubicación exacta se vuelva más clara en mi cabeza. Pero para poder lograrlo, necesito ir avanzando a mi ritmo, siguiendo la brújula que tengo en mi cabeza. Si me subo a un avión y cambió en un santiamén mi punto de referencia de una forma tan abrupta, lo más probable es que pierda por completo mi rumbo, y no te puedo asegurar que lo pueda recuperar. He hecho esto muchas veces, y conozco bien cómo funcionan mis habilidades de rastreo. Te aseguro que no sólo es la mejor forma, sino la única.

    Cody se mantuvo escéptico ante tal explicación. No estaba seguro qué tanto de aquello era cierto, y qué tanto era que simplemente le daba miedo subirse a un avión. Como fuera, no le quedó más que aceptar a regañadientes. Después de todo, sabía bien que sin Lucy no sería capaz de encontrar a Lisa.

    El viaje por carretera resultó en efecto largo y cansado. Tuvieron que parar algunas noches para descansar en alguna ciudad o pueblo de paso. A veces en algún motel (haciendo Cody uso de sus pastillas mágicas para dormir y prevenir cualquier pesadillas indeseada), y a veces simplemente estacionando su vehículo en algún área de descanso.

    A pesar de que Cody no acostumbraba conducir muy seguido, y menos en carretera, no le quedó más remedio que turnarse con Lucy para hacerlo, no sólo para que ambos estuvieran más descansados, sino para que su compañera pudiera calibrar mejor la “brújula que tenía en su cabeza” para asegurarse de que iban por el camino correcto, y no hubiera surgido algún cambio en el paradero de Lisa. Hasta el final, la poca información que tenían los seguía dirigiendo hacia Maine.

    En un momento durante el último tramo del viaje, pasaron bastante cerca de Boston, y Cody se preguntó si acaso Matilda ya habría vuelto a su casa. Lo más probable era que no. La última vez que se vieron en Oregón, ella se dirigía hacia Los Ángeles para descansar la herida de su hombro en casa de su madre, así que lo más seguro era que optara por quedarse allá hasta después de Acción de Gracias. Igual se sintió tentado a llamarla, sólo para hablar con ella y saber cómo seguía, pero desistió al último momento.

    «De seguro si se le dijera lo que estoy haciendo, me daría un discurso entero para convencerme de que diera media vuelta y me regresara a casa»

    Y el sólo hecho de sacar él mismo esa conclusión debería bastar para que tomara la decisión de hacerlo por su propia cuenta, pero no fue así. El sentimiento apremiante de que algo no estaba bien con toda la partida tan repentina de Lisa pudo más que su sentido común.

    Cody pensó que una vez que llegaran a Maine, todo lo demás sería mucho más simple. Sin embargo, para su mala suerte no fue así. Al estar ya tan cerca del punto que Lucy había logrado detectar en el mapa, sólo le confirmaba que en efecto “algo” la bloqueaba. Pero no todo estaba perdido, y sorprendentemente Lucy se mantenía optimista. Estaba convencida de que podrían dar con el sitio correcto… a su tiempo.

    Comenzaron a prácticamente cada día recorrer cada carretera y camino alterno de Maine, y poco a poco Lucy sentía que podía ir ubicando con más claridad hacia donde tenían que ir. Hasta ahora todo parecía indicar que tenían que ir hacia el norte; ¿qué tanto?, eso sólo el tiempo lo diría, y ciertamente esa última parte estaba tomando bastante más tiempo del que cualquiera de los dos hubiera querido. Aunque Lucy parecía bastante tranquila al respecto.

    —¿Segura que puedes tomarte más días libres del trabajo? —preguntó Cody en algún momento mientras conducían por una carretera secundaria, rodeados de un paraje boscoso.

    —Soy freelancer —se explicó Lucy—. Significa que no trabajo formalmente para una empresa, sino que lo hago por proyecto. Ellos me contactan directamente, y…

    —Sé lo que freelancer significa —le cortó Cody, algo abrupto.

    —Sí, bueno… al final tengo mayor flexibilidad con mis horarios y días libres. Antes de irnos entregué el último trabajo que tenía pendiente, así que estaré bien si me ausento un par de días más.

    «Si es que esto en verdad dura sólo un par de días más» pensó Cody con desgano.

    —¿Qué hay de ti? —preguntó Lucy con curiosidad—. ¿Puede el profesor de biología seguirse ausentando por más tiempo?

    —Para eso están los profesores suplentes —respondió Cody con tono burlón—. Dije que tenía una emergencia familiar, y que necesitaba ausentarme un par de semanas.

    —Qué mentiroso.

    —Oye, no es precisamente… una mentira.

    —Si no estás casado con la Srta. Mathews, no es legalmente tu familia. Y ni siquiera sabes si realmente hay una emergencia. Así que sí… eres un mentiroso.

    Cody no estaba seguro si lo decía en broma o en serio, pero decidió mejor sólo reír como respuesta. A pesar de todos esos días que llevaba conviviendo con la rastreadora, seguía sin lograr acostumbrarse del todo a ella. Las cosas que decía o hacía le resultaban inusuales, aunque no tan ajenas en realidad. Había visto conductas parecidas en algunos de sus alumnos antes, y al menos uno de ellos se había comprobado que estaba dentro del espectro. No sabía si era el caso de Lucy, y tampoco sintió correcto el preguntarlo. Pero como fuera, de lo que estaba seguro es que era una persona “especial” en más de un sentido.

    Esa noche durmieron en su vehículo a un lado de la carretera solitaria, al pie de los árboles. Lucy no tuvo reparó en señalar lo peligroso que esto era, y cómo un asesino podría simplemente acercarse a ellos en la oscuridad y dispararles a través del cristal mientras dormían, y no había mucho que pudieran hacer para evitarlo. Por suerte aquella idea no provocó que Cody tuviera alguna pesadilla esa noche, y no hubo nadie cerca para ver las imágenes de sus sueños que muy seguramente pintaron el páramo mientras dormía.

    Fue justo al día siguiente en el que dieron con el área que tanto habían buscado.

    Temprano en la mañana se dirigieron al norte, Cody al volante, mientras Lucy, sentada en el asiento del copiloto, se concentraba con sus ojos cerrados en percibir su entorno, y los lentes de Lisa bien sujetos entre sus manos. El cielo estaba despejado, y no habían visto ni un sólo vehículo por la zona desde que comenzaron el día. Pasó quizás una hora sin que Lucy diera ninguna instrucción a Cody, más allá de que sólo siguiera conduciendo sin desviarse.

    De pronto, Lucy abrió sus ojos grandes como platos y soltó al aire un estridente:

    —¡Detente!

    Cody reaccionó asustado por el exabrupto, y pisó a fondo el freno. Las llantas rechinaron, y el vehículo se descontroló un poco, quedando al final ladeado a mitad del camino. Por suerte no venía ni un vehículo. Cody se giró hacia ella, agitado por la conmoción. Pero antes de que pudiera preguntarle qué pasaba, Lucy se quitó el cinturón de seguridad, salió apresurada del vehículo y comenzó correr con apuro algunos metros más adelante. Cody se apresuró a bajarse para ir detrás de ella.

    Lucy se paró firme a mitad de la carretera y comenzó a girar lentamente, recorriendo su vista por todo su alrededor. Lo único que había en toda dirección eran árboles y más árboles, altos y frondosos. Estaban en una parte elevada cerca de las montañas. Todo se sentía muy silencioso y casi desolado. El suelo de asfalto sobre el que se encontraban, y la señalética a un lado del camino, eran las únicas muestras de civilización a la redonda.

    —Lucy, ¿qué ocurre? —le cuestionó Cody con preocupación.

    La rastreadora siguió en silencio, contemplando reflexiva a todas direcciones. Sus dedos se encontraban aferrados a los anteojos de Lisa, hasta casi estar a punto de romperlos. Tras unos minutos, respingó con violencia y centró su atención en un punto en específico.

    —Es por ahí —indicó con firmeza, señalando con un dedo hacia los árboles—. O eso creo…

    Cody miró con aprensión hacia donde ella señalaba.

    —¿Estás segura?

    —No, por eso dije “eso creo” —respondió Lucy con ligera irritación—. Pero es la sensación más fuerte que he tenido hasta ahora.

    Cody avanzó con apuro en la dirección que Lucy le indicaba. Bajó de la carretera, pisando la gravilla con la suela de sus zapatos, e inspeccionó entre los arbustos y los troncos que bordeaban el camino. A sus oídos sólo llegaron los sonidos de agua corriendo, el revoloteó de algunas aves, y el crujido de las ramas de los árboles al ser agitadas por el viento. Un paisaje bastante pacífico a simple vista, y aun así no le transmitía en lo absoluto dicha sensación.

    —Creo que hay un camino de tierra más adelante —escuchó que Lucy comentaba a sus espaldas. Al girarse, vio que la rastreadora había avanzado más por la carretera, y sostenía su teléfono celular con una mano, intercalando su mirada entre la pantalla y el frente—. Debe ser uno privado pues no aparece en el GPS.

    —Veamos a dónde nos lleva, entonces —indicó Cody con convicción, y de inmediato regresó hacia al vehículo. Esperaba que Lucy le respondiera alguna negativa a la propuesta, pero para su sorpresa no mencionó nada. Sólo se subió de regreso al asiento del copiloto, y se colocó rápidamente el cinturón de seguridad.

    Ya ambos a bordo y listos, se pusieron en camino tomando el camino adyacente que Lucy había encontrado, que los introdujo por el bosque, hasta que todo lo que podían ver a su alrededor eran árboles, y apenas un poco del cielo azul sobre ellos. Tuvieron que avanzar con cuidado, pues el camino irregular y algo inhóspito puso a prueba al pequeño vehículo de Lucy. Cody temía que se fuera a quedar estancado en cualquier momento, o que alguna llanta se ponchara, pero pareció aguantar lo suficiente.

    Luego de una media hora de lento avance, el camino topó abruptamente con una barda de malla de apariencia descuidada y vieja, con un cartel oxidado que mostraba en letras grandes y rojas:

    PROPIEDAD PRIVADA
    NO ENTRAR

    Cody detuvo el vehículo frente a la barda, y ambos bajaron del vehículo y se aproximaron a ésta.

    —Parece que hasta aquí llegamos —señaló Lucy, al tiempo que observaba con curiosidad el cartel.

    —¿El lugar que buscamos está más adelante? —preguntó Cody, pensativo.

    Lucy se encogió de hombros.

    —Segura, segura, no lo estoy. Pero… supongo que hay una forma de verificarlo.

    Cody quiso preguntarle cuál era esa forma, pero entonces Lucy se acercó hacia la barda y colocó rápidamente sus dedos contra la malla. El profesor se sobresaltó un poco, temeroso de que estuviera electrificada o algo así, pero por suerte no pareció ser el caso.

    Lucy cerró sus ojos, respiró hondo, estrujó los anteojos de Lisa con su otra mano, e intentó entonces extender su mente hacia el frente, en la dirección fija a la que su brújula interna le señalaba, hacia donde estaba convencida que Lisa Mathews se había ido. Sin embargo, no logró avanzar mucho más de donde se encontraba, pues en cuanto intentó ver qué o quién se encontraba más allá de esa barda, sufrió el equivalente psíquico de estrellarse de narices contra una pared. Y, de hecho, su cuerpo reaccionó como si físicamente eso fuera justo lo que le ocurrió, y se precipitó de sopetón hacia atrás, hasta incluso caer de sentón a tierra.

    —¿Estás bien? —susurró Cody acongojado, y rápidamente se agachó a su lado para ayudarla a levantarse.

    —Es aquí —respondo Lucy con asombrosa calma, mientras él la ayudaba a pararse. No parecía haberle perturbado su caída en lo absoluto—. Ese punto ciego al que mis poderes no pueden entrar, es justo detrás de esta barda. O unos metros más delante de ella, para ser exactos.

    Cody desvió su mirada inquisitiva hacia el páramo boscoso que se extendía del otro lado de la barda. A simple vista no había nada extraño, excepto una cosa de la que Cody no fue consciente hasta ese momento. Esos sonidos propios de la naturaleza que había captado anteriormente, en ese punto habían desaparecido por completo. El viento, el agua, los animales… nada de eso parecía estar presente. Lo que los rodeaba era un casi sepulcral silencio.

    «¿Qué lugar es éste?» pensó intrigado, y por supuesto preocupado por la idea de que Lisa hubiera ido a un sitio así.

    —¿Qué hacemos ahora? —le preguntó Lucy, al parecer más curiosa que preocupada.

    Sin responderle, Cody se apartó de ella y volvió al vehículo, en específico a la parte trasera en dónde traían un par de mochilas de acampado que habían adquirido días atrás con comida, agua, y varias herramientas de supervivencia; quizás más de las necesarias, pues el vendedor en cuestión claramente les vio cara de que no sabían con exactitud qué ocuparían, y claro que aprovechó la ocasión para vender de más. Cody se colocó la mochila en la espalda y caminó de nuevo hacia la barda.

    —¿Quieres traspasar la cerca de propiedad privada? —le preguntó Lucy incrédula. Y al momento siguiente, pudo ver cómo Cody comenzaba a intentar escalar la malla con sus manos y pies—. Oh, sí lo harás.

    —No tienes que seguirme —indicó Cody con seriedad mientras escalaba—. Entenderé si quieres volver.

    Lucy pareció vacilar un instante, pero luego se dirigió también hacia su vehículo, tomando la otra mochila.

    —Ya llegué hasta aquí —concluyó con simpleza, y se apresuró a seguir los pasos de su acompañante mientras se colocaba también su mochila a los hombros—. Pero ayúdame, ¿sí?

    Cody le extendió una mano desde su posición más elevada para jalarla y darle un poco más de impulso. No fue tan sencillo, pues en realidad ninguno de los dos era precisamente muy fuerte, pero entre ambos lograron de alguna forma saltar la oxidada y vieja cerca, sin que ninguno se cortara o tuviera que preocuparse por el tétanos. Sin embargo, aunque su escalada fue más o menos aceptable, su descenso al otro lado fue más una caída menos solemne. Por suerte ninguno salió demasiado herido, y tras limpiarse un poco sus pantalones, pudieron alzarse y comenzar a andar siguiendo los vestigios de lo que claramente en algún momento fue un sendero.

    —Debo admitir que me sorprende que hayas querido venir hasta aquí, Lucy —bromeó Cody, intentando aligerar un poco el ambiente mientras avanzaban con paso prudente—. Espero no ofenderte, pero no me pareces del tipo… bueno, aventurero.

    —Usted tampoco es precisamente Indiana Jones, profesor Hobson —señaló Lucy con ligera tosquedad.

    —Definitivamente no lo soy —masculló Cody—. Pero necesito saber que Lisa está bien.

    —Y yo en verdad quiero saber qué es lo que se oculta aquí que puede mantenerme alejada de esta forma —añadió Lucy, algo abstraída—. Me resulta preocupante, ¿sabes? Desde niña siempre he podido ver y oír lo que ocurre en prácticamente cualquier sitio que yo quiera. Se podría decir que no estoy acostumbrada a que se me cierren las puertas. Aunque no sabría decir si la curiosidad vale en realidad una intrusión como ésta.

    —Aún puedes volver.

    Lucy se encogió de hombros.

    —¿Qué es un arresto por invadir propiedad privada entre amigos?

    —¿Ahora ya somos amigos?

    —¿Quién dice que hablaba de ti?

    Cody rio divertido. De nuevo no sabía si aquello era una broma o no, pero prefería pensar que sí.

    Ambos siguieron andando por el camino, sin tener claro con qué exactamente se encontrarían más adelante.

    — — — —
    Un par de kilómetros más adentro del punto por el cual Lucy y Cody ingresaron, se alzaba la alta montaña que componía las instalaciones del Nido. Y para esas horas, la actividad regular de sus ocupantes ya estaba más que empezada.

    Como de costumbre, el despertador de Gorrión Blanco la sacudió violentamente de su sueño esa mañana, haciéndola estremecerse y sentarse de golpe en su cama. Sin embargo, a pesar de lo impetuoso de su despertar, su siguiente acto fue quedarse totalmente quieta, ida con su mirada fija en la pantalla plana postrada en el muro delante de ella, en donde lograba vagamente captar la silueta de su propio reflejo, gracias a la leve luz de la lámpara de buró a su lado.

    Y así se quedó un rato, quieta y contemplando a la nada, con su cerebro intentando arrancar como el testarudo motor de una lancha, sin mucho éxito. Cuando al fin logró reaccionar, extendió su mano derecha a tientas hacia el buró hasta poder presionar con sus dedos el despertador y así hacer que su estridente sonido cesara al fin. El silencio que le siguió resultó más agitador para ella que el estrepitoso retumbar que la había levantado.

    Tras lograr desperezarse lo suficiente para levantarse de la cama, se retiró sus ropas de dormir y se atavió con uno de sus atuendos de entrenamiento, pues su intención siguiente era ir un rato al gimnasio como lo había estado haciendo cada mañana de los últimos días.

    Justo como le habían ordenado, Gorrión Blanco tomó como descanso los días siguientes a su misión en Los Ángeles, para así poder recuperar fuerzas. En ese tiempo no había hecho en realidad gran cosa, más allá de leer algunos de los libros disponibles en la pequeña biblioteca de la base, ver algunas películas en el catálogo restringido que se podía acceder desde el televisor de su cuarto, además de caminar y recorrer la base (al menos las partes que tenía permitido ver). Y claro, ir al gimnasio a hacer un poco de ejercicio, aunque le habían indicado que no se excediera demasiado.

    Todas aquellas actividades más mundanas en general le eran entretenidas, además de novedosas. Aun así, no lograban hacer que su mente se despejara por completo de las preocupaciones que la acosaban. No estaba segura de si aquel descanso le estaba sirviendo o no. De entrada, no sabía cómo se suponía que debía sentirse. A la mañana siguiente de volver a la base, ella creía ya sentirse bien; un poco débil, pero bien en general. Y no sentía que ese estado hubiera mejorado o empeorado desde entonces.

    Y lo peor era que las extrañas visiones que había tenido en aquel pent-house en llamas, no habían desparecido tampoco. No habían sido tan frecuentes, ni tampoco tan vividas y violentas como las de aquel momento. Se presentaban más que nada como pequeños destellos que le llegaban de golpe sin avisar, a mitad de una película o mientras caminaba por algún pasillo. No duraban más que unos cuantos segundos, y entre ellos lograba ver fugazmente rostros y lugares que no le resultaban conocidos. Pero eran más comunes los sonidos: gritos, risas, música, frases que por sí sola no tenían ningún sentido y, en especial, nombres que Gorrión Blanco no lograba captar o entender por completo, pero aun así identificaba que eso eran. Y había uno que parecía repetirse más que los otros, pero a sus oídos llegaba como un sonido incomprensible; como mera estática.

    No había comentado con nadie más acerca de esto desde la conversación que tuvo con la Dra. Mathews hace unos días. Lo que ésta había comentado sobre que podrían ser partes de su memoria perdida, ciertamente la había intrigado e interesado. Y temía que si se lo decía al Dr. Shepherd o a alguien más que las seguía teniendo, harían algo para suprimirlas. Y de ser así, no podría obtener de ellas las pocas pistas que pudieran darle. Quizás era un poco irresponsable de su parte, pero al menos de momento lo prefería así.

    Además de aquel nombre que no lograba captar enteramente, había podido identificar algunas cosas que se repetían en sus visiones: los pasillos, salones, gimnasio, alberca y demás locaciones de lo que parecía ser una escuela; un crucifijo, o más específico la cara de Jesús en la cruz, demacrada y sangrante, con sus penetrantes ojos mirándola fijamente; una combinación de rostros borrosos, sonidos dispersos, risas, y fuego… el fuego solía estar muy presente, envolviéndola por completo en todas direcciones. No sabía qué tanto de eso era real y qué tanto lo estaba creando su propia cabeza. Pero tenía esperanza en que, igual que las piezas de un rompecabezas, si lograba encontrar la forma de hacer que todas encajaran, cobrarían sentido.

    Antes de salir de su habitación, se recogió su cabello rubio en una cola hacia atrás de su cabeza, y se inspeccionó detenidamente en el espejo. Esto no resultaba muy sencillo, pues ciertamente no se consideraba muy fan de su propio reflejo. Si quizás se le permitiera usar un poco de maquillaje o algo similar. Aunque… no recordaba si acaso era algo que solía hacer antes de despertar de su coma. De hecho, esa idea se le había pegado más por los libros y películas que había visto en esos días, pero a ella el concepto le resultaba un tanto ajeno.

    «Quizás por mi trabajo como soldado nunca acostumbré usar maquillaje» concluyó mientras se observaba su rostro, siendo más consciente de las marcas y granos presentes en él, en especial en el área de su frente y nariz. Pero si era así, deseaba en esos momentos que no fuera el caso. Pues, de hecho, había otro motivo por el que había optado por ir cada uno de sus días de descanso al gimnasio, y que no tenía que ver exactamente con un deseo de mantenerse sana y en forma. Y ese motivo tenía nombre y apellido: Francis Schur.

    El sargento había sido realmente amable con ella desde que despertó, y la había cuidado a cada paso de su recuperación, sin mencionar que le había salvado la vida durante la última misión. Y había además estado a su lado todo el camino de regreso a la base en el avión y los helicópteros, sujetando su mano y hablándole para mantenerla tranquila y despierta.

    Era atento, caballeroso y muy apuesto… Gorrión Blanco no podía evitar preguntarse si sus atenciones eran sólo por su trabajo, o si había algo más. Después de todo, en las películas que había visto siempre que un chico se portaba así con una chica, era porque le interesaba como algo más que una compañera o amiga. Y el comenzar a sopesar esa posibilidad hacía que su corazón entero se agitara debajo de su pecho. Y el que cada mañana pudiera verlo en el gimnasio, con sus ropas de entrenamiento firmemente ajustadas a sus marcados músculos, su rostro sudoroso y respiración agitada… no ayudaba tampoco a calmar el temblor en su pecho. Y esa mañana no fue la excepción.

    Al llegar al gimnasio, Gorrión Blanco divisó a Francis en el área de pesas, de espaldas sobre un banco de entrenamiento, mientras subía y bajaba lentamente con sus brazos una pesada barra desde su pecho hasta lo alto, exhalando lentamente con cada esfuerzo. Su vista estaba fija en el techo, aunque de seguro su mente estaba totalmente concentrada en el ejercicio. Esa profunda seriedad de su rostro perlado lo hacía ver aún más atractivo.

    Gorrión Blanco respiró hondo, pasó una mano distraída por su cabello y avanzó en dirección del soldado con una dulce sonrisa.

    —Buenos días, sargento —masculló despacio, parándose a su lado. Francis se mantuvo enfocado en su ejercicio, pero igual le respondió.

    —Buenos días, Gorrión Blanco. ¿Cómo te sientes?

    —Muy bien, gracias por preguntar. Creo que hoy también me ejercitaré un poco.

    —Adelante. Si necesitas algo avísame.

    —Es muy amable, gracias.

    Se dirigió entonces a la estantería donde se encontraban las pesas, tomando dos de tamaño mediano. Se suponía que no eran de hecho tan pesadas, pero sólo una resultaba bastante para sus brazos delgados, y casi la jalaron por completo contra el suelo. Lo ideal sería tomar de las más pequeñas, pero lo que menos quería era parecer una debilucha frente a Francis. Así que, haciendo un poco de trampa, se apoyaba un poco en su telequinesis para poder alzar y bajar ambas pesas, haciendo que el proceso se volviera mucho más sencillo. Quizás no era justo, pero… de cierta forma ejercitaba también su telequinesis, así que, ¿por qué no?

    Se paró entonces no muy lejos del banco de Francis y comenzó con sus series con una pesa en cada mano. Le resultaba curioso como con sus brazos le era tan complicado levantar una de esas, pero con su telequinesis no parecían pesar casi nada; sentía que incluso podría arrojar una de esas por todo ese espacio como si fuera una simple pelota, y quizás la arrojaría mejor que a una verdadera pelota. ¿Qué determinaría esa diferencia?

    Miró de reojo hacia Francis. Éste continuaba totalmente enfocado en lo suyo.

    —Y… ¿cuándo cree que tendremos nuestra siguiente misión, sargento? —pronunció Gorrión Blanco de pronto, intentando llamar un poco su atención.

    —No te precipites —pronunció Francis, notándose en su voz el esfuerzo que involucraba para él levantar la pesa—. De momento debes enfocarte únicamente en recuperarte.

    —Lo sé, lo sé. Es sólo que no me gustaría quedarme tanto tiempo más encerrada. Fue divertido viajar hasta allá y luchar… los dos juntos, ¿no?

    Francis no respondió de inmediato. Permaneció callado casi un minuto entero, y luego apoyó la pesa en el reposabarras y se sentó. Respiraba agitado, y pasó una mano por sus cabellos húmedos.

    —Cinco personas murieron en esa misión, Gorrión Blanco —murmuró Francis, no sonando del todo como una reprimenda pero sí bastante cerca—. Decir que fue divertido no es apropiado.

    La muchacha se sobresaltó, un poco sorprendida por el comentario, aunque también apenada.

    —Lo siento —murmuró cabizbaja—. Tiene razón. Es sólo que… creo que hicimos un buen equipo allá, y me gustaría que se repitiera.

    —Es probable que no nos toque volver a trabajar juntos en el campo —soltó el Sgto. Schur de pronto, tomando a Gorrión Blanco totalmente por sorpresa.

    —¿Qué?, ¿por qué no? —exclamó sorprendida, olvidándose por unos instantes de sostener las pesas con su telequinesis, haciendo que sus brazos fueran jalados abruptamente hacia abajo, lo que la hizo apresurarse a recuperar la compostura y volverlas a alzar—. ¿Hice algo incorrecto?

    Francis se había parado para ese momento del banco y pasaba una toalla por su cabeza y rostro para limpiarse el sudor.

    —En lo absoluto —indicó, negando con la cabeza—. Pero mi responsabilidad primordial es la seguridad del Nido, por lo que no suelo salir a misiones fuera de la base. Lo de la otra noche fue un caso especial, que dudo se vuelva a repetir pronto.

    —Entiendo —masculló Gorrión Blanco despacio, decepcionada—. Será un poco raro no tenerlo cerca para cuidarme la espalda, pero supongo que debí de haber hecho varias misiones así… antes de caer en coma, ¿no?

    Alzó su mirada hacia él, esperando algún tipo de respuesta, aunque ésta no llegó. Francis le daba la espalda mientras se seguía secando, y Gorrión Blanco tuvo una vista casi directa de sus hombros anchos, sus gruesos brazos al descubierto, y la forma fornida de su espalda con la tela de su angosta camiseta gris pegada a su cuerpo.

    Gorrión Blanco se mordió ligeramente el labio inferior, y se atrevió a avanzar un poco más en su dirección, hasta pararse a menos de un metro detrás de él.

    —Al menos… podremos vernos seguido aquí en la base, ¿verdad? —indicó con una tímida sonrisa—. Quisiera que pudiéramos pasar un poco más de…

    Sus palabras fueron cortadas de tajo en cuanto a su mente llegó abruptamente uno de esos destellos repentinos, yendo y viniendo como el parpadeo de la luz de alerta de un semáforo. En un momento se encontraba en ese gimnasio, rodeado del equipo de ejercicio, los espejos y demás accesorios, y al siguiente se encontraba de pie frente a una casa, de color blanco, con hierba crecida en la parte superior. Conforme un flashazo iba o venía, la casa se acercaba más o, más bien, ella se acercaba a la casa.

    Gorrión Blanco soltó un alarido al aire, y las pesas se soltaron abruptamente de sus manos, precipitándose al suelo y creando un sonido estridente al golpearlo. Llevó sus manos a su cabeza, sintiendo de pronto un dolor punzante en ésta, y su cuerpo se dobló ligeramente hacia el frente. Apretó los ojos con fuerza, y al abrirlos de nuevo la visión de la casa a la que se dirigía, y de la acera por la que caminaba, se hicieron presentes y se quedaron ahí más tiempo que antes. Sí, ella caminaba hacia esa casa, esa casa que por primera vez le resultó familiar… pero no le provocaba precisamente una sensación agradable.

    Pero entonces su atención se desvió a algo más; al otro lado de la calle, a una camioneta azul que se había estacionado frente a la casa, y al chico alto y moreno de chaqueta azul y blanca que se había bajado de ella y comenzado a caminar hacia la entrada.

    Gorrión Blanco sintió como su corazón se aceleraba con aprensión, e instintivamente sus pies comenzaron a moverse con mayor apuro para interceptarlo.

    —¡¿Qué haces aquí?! —pronunció una voz (¿su voz?) casi aterrada.

    El chico se volteó a verla. No lograba distinguir su rostro con claridad; toda su imagen entera era como una masa deforme que se movía, y de la que lograba captar por momentos sólo pequeños pedazos. Aun así, creyó percibir que la miraba y le ofrecía una sonrisa; una cándida y hermosa sonrisa.

    —Qué suerte encontrarte —comentó aquella persona con entusiasmo—. ¿No vas a invitarme a pasar?

    —¡Claro que no! —respondió Gorrión Blanco con severidad, y se paró rápidamente delante de él, interponiéndose entre aquel muchacho y la casa blanca a sus espaldas. Aquella figura era más alta que ella; casi igual que el Sgto. Schur le parecía—. ¿Qué quieres? Debes irte.

    La mirada de la chica se turnaba entre el chico y la calle, preocupada de… ¿de qué exactamente? ¿De qué alguien los viera? Pero… ¿quién? ¿Quién le provocaba esa sensación de pavor que casi hacía que se le cerrara la garganta?

    —Directo al grano, ¿eh? —masculló el chico entre risas, y en un momento su voz le pareció extrañamente parecida a la de Francis, pero también a otras más mezcladas—. Ya sabes porque estoy aquí. Es sobre el baile.

    —Ya te lo dije, no... no puedo —masculló Gorrión Blanco nerviosa, con un ojo puesto en él y otro en un vehículo que se acercaba por la calle.

    —Lo sé, pero esperaba que quizás podrías haber cambiado de opinión.

    Gorrión Blanco no respondió. Su atención se fijó en el vehículo, temerosa de que se detuviera delante de ellos, o girara para meterse en el camino de la cochera. Pero en su lugar siguió de largo y se alejó. Esto le ayudó a respirar con mayor normalidad.

    Se giró entonces de regreso al muchacho de pie delante de ella, y por primera vez logró distinguir claramente su rostro, pero… era el del Sgto. Schur. Sus serios ojos azules, sus cabellos rubios en corte militar, su rostro de facciones toscas, su cuerpo fornido y grueso… sólo que aquella chaqueta de equipo deportivo no parecía concordar. Todo ese escenario a su alrededor no parecía ser el correcto.

    —¿Por qué haces esto? —pronunció Gorrión Blanco con cierta reticencia—. ¿Qué es lo que quieres?

    —Lo único que quiero es llevarte al baile —respondió aquel chico, y aunque los labios que se movían eran los de Francis, su voz era la de alguien más.

    Gorrión Blanco negó frenética con su cabeza.

    —Tienes que irte —insistió, pero él se mantuvo firme en su sitio.

    —No me iré hasta que me digas que sí —declaró el muchacho, esbozando una amplia y juguetona sonrisa. Una expresión que definitivamente nunca había visto en el rostro del sargento, pero que la hizo simplemente estremecerse, y sonreírle de regreso—. Gorrión Blanco —pronunció de pronto, su voz sonando de repente abrumadoramente diferente—. ¡Gorrión Blanco!

    Sintió en ese momento como la tomaba de los brazos y la agitaba un poco. Los flashazos volvieron a bombardearle la cabeza un par de veces más, pero al final el escenario ante ella volvió de nuevo a ser el gimnasio del Nido, y el chico delante de ella era el Sgto. Schur, pero vistiendo sus ropas de entrenamiento, y con la misma expresión seria de siempre, aunque cargando en esos momentos una marcada preocupación mientras la observaba.

    —Gorrión Blanco —repitió con tono más calmado—. ¿Estás bien? Mírame, ¿me escuchas?

    Sí, lo escuchaba claramente.

    —Estoy bien —le respondió despacio, y hasta ese momento notó que le faltaba el aliento y que su respiración se había acelerado, intentando jalar algo de aire a sus pulmones lo mejor que le era posible.

    —¿Qué fue lo que pasó? —cuestionó Francis con temor—. ¿Fue otra visión?

    —Eso creo —respondió Gorrión Blanco con extraña tranquilidad. Se volteó a verlo directamente a sus ojos azules, y una pequeña sonrisita alegre se dibujó en sus delgados labios—. Perdón por preocuparte —murmuró de pronto en voz baja, al tiempo que extendía sus brazos hacia él, rodeándole el cuello lentamente. Francis pareció desconcertado por esto—. Siempre has sido muy bueno conmigo. No sé qué haría sin ti para cuidarme…

    Y en ese momento jaló a Francis hacia ella, al tiempo que extendía su rostro hacia él, cerrando los ojos y dirigiendo sus labios sin menor espera hacia los del apuesto soldado. Sin embargo, antes de que ese anhelado beso fuera al fin sellado, sintió como el Sgto. Schur se resistía a su acercamiento, y además como con sus manos en sus brazos la hacía un poco para atrás, apartándola con sólo un poco de brusquedad.

    Gorrión Blanco abrió de nuevo los ojos, confusa, y se encontró de frente con el rostro serio como piedra de Francis, aunque debajo de éste logró percibir cierta… aversión brotar de él, hacia ella.

    —No, Gorrión Blanco —murmuró despacio, apartando sus manos de ella y dando un paso hacia atrás—. Me temo que has… malinterpretado las cosas.

    —¿Mal… interpretado? —masculló la muchacha despacio, como si la palabra le resultara desconocida—. Yo creía que usted… ¿Es que… no le gusto? —susurró, asomándose algo de desesperación en su voz. Sus dedos se dirigieron por sí solos hacia su fleco, intentando nerviosa bajarlo como si quisiera cubrirse el rostro con él—. ¿Tan fea soy…?

    —No se trata de eso —se apresuró Francis a pronunciar con firmeza—. Yo… no puedo explicártelo, pero hay cosas que no entiendes.

    —No, no lo entiendo, ¡no lo entiendo! —exclamó con fuerza de golpe, girándose hacia un lado.

    Francis notó en ese momento como los espejos del lugar temblaron un poco, y las pesas que Gorrión Blanco había soltado, aún en el suelo, se agitaron un poco. Aquello provocó que por mero reflejo diera un paso atrás, y todos sus sentidos se pusieran en alerta ante el inminente peligro.

    —¿Por qué te has portado tan amable conmigo? —cuestionó Carrie, su voz casi quebrándose—. ¿Por qué me has hecho sentir así?

    —Gorrión Blanco, cálmate… —musitó Francis con el tono más calmado que le fue posible.

    —¡No quiero calmarme! —exclamó la chica con furia, girándose de lleno hacia él, y de nuevo todo se sintió como si temblara de golpe. En la mirada de Gorrión Blanco se percibía una profunda ira que Francis no había visto en ella… desde aquella noche en el quirófano—. Si no te gusto, ¡¿por qué me invitaste al estúpido baile?!

    Como respuesta a su ferviente cuestionamiento, las pesas en el suelo salieron volando como proyectiles hacia un lado, estrellándose de lleno contra dos de los espejos, rompiéndolos en pedazos al instante. Fragmentos de vidrio volaron por el aire, y Francis se apresuró a cubrirse el rostro con los brazos. Sintió alguno de ellos picándole la piel, pero ninguno le provocó ningún daño aparente.

    Una vez que logró recuperarse, miró de nuevo a Gorrión Blanco. Ésta lo observaba aún con la rabia apoderada de su expresión entera, y respiraba agitadamente. Francis consideró rápidamente sus opciones, y qué tan viable sería alcanzarla y neutralizarla como lo había hecho en el quirófano. A simple vista parecía poco viable, pues sabía muy bien que antes de que pudiera acercársele lo suficiente, ella fácilmente podría empujarlo a un lado con su telequinesis, y bien podría no salir bien librado del golpe.

    Sin embargo, no tuvo que tomar el riesgo, pues poco a poco el enojo que la había invadido pareció menguar, aunque no precisamente siendo remplazado por calma.

    —¿Qué? —masculló Gorrión Blanco, girándose hacia un lado y sujetando su cabeza con una mano—. ¿Qué fue lo que dije…? ¿Baile? ¿Qué… baile?

    ¿Por qué había dicho eso? No le encontraba sentido, aunque… en esa visión, aquel chico dijo también algo de un baile, ¿no es cierto? ¿Quién era esa persona? ¿De qué baile estaban hablando…?

    Sin que fuera del todo consciente, sus pies comenzaron a moverse por sí solos hacia la salida del gimnasio con relativo apuro.

    —Gorrión Blanco —pronunció Francis con cautela, extendiendo una mano para intentar detenerla del brazo.

    —¡No me toques! —exclamó la chica con fuerza un instante antes de que sus dedos la alcanzaran. Francis sintió al instante como tu su cuerpo se paralizaba, como oprimido de cada extremidad por una gruesa cuerda invisible.

    Aquello duró unos cuantos segundos, en los que el sargento ciertamente se sintió nervioso. Estaba totalmente a su merced, y ella podría hacer con él lo que quisiera a continuación. Por suerte, aquello pareció ser más un acto reflejo que un verdadero deseo de hostilidad hacia él, pues al momento en el que se volvió consciente de lo que estaba haciendo, Gorrión Blanco lo soltó.

    —Yo… lo siento —murmuró la muchacha, apenada—. Yo sólo…

    Su lengua se trabó, incapaz de completar su frase, así que sólo se dio media vuelta y comenzó a andar hacia la salida con el mismo apuro de antes. Y esta vez Francis no hizo intento alguno de seguirla.

    Gorrión Blanco avanzó por el pasillo sin rumbo fijo, sólo queriendo alejarse lo más posible de aquel sitio. Sin embargo, su cabeza le daba vueltas, y sentía que sus piernas le temblaban un poco, por lo que su huida resultaba más complicada de lo que le gustaría. Tras unos minutos, además, otra visión la golpeó de pronto, haciéndola detenerse y doblarse de dolor como la vez anterior.

    —¿Qué me está pasando…? —soltó al aire, asemejando demasiado a un gemido de dolor.

    Y al momento en que pudo incorporarse y alzar de nuevo su mirada al frente, de nuevo ya no vio el mismo sitio en el que se encontraba hace un momento. El pasillo había desaparecido, y en su lugar lo que veía era… árboles, césped, el cielo azul, y más allá una calle iluminada por el brillante sol de la tarde.

    Se dio cuenta además de que se encontraba sentada en lo que parecía ser una banca de madera. ¿Era acaso un parque?

    —No puedo decidir por ti, ****** —pronunció una voz a su lado, jalando su atención. Se dio cuenta en ese momento que no estaba sola en la banca. Había alguien sentad a su lado, que igual se mostraba ante ella como una silueta sin forma fija, pero le pareció que era una mujer; su voz al menos así le sonaba—. Tú debes de elegir si quieres o no aceptar esa invitación. Sólo puedo decirte que no debes tenerle miedo a tomar riesgos. La vida está llena de ellos, y si te quebrantas ante todos, puedes perderte de ver muchas cosas hermosas.

    Gorrión Blanco entornó un poco los ojos, intentando ver a aquella persona con mayor claridad. Y poco a poco logró descifrar la forma que se ocultaba entre toda esa neblina metal que la rodeaba. Y el rostro que se asomó desde el otro lado, fue sorpresivamente el de la Dra. Lisa Mathews, que la miraba a través de sus grandes anteojos, y le sonreía. Aun así, la voz que provenía de ella no se parecía a la suya, y tampoco le resultaba conocida.

    —Y, sobre todo, debes dejar de permitir que tu madre te impida poder disfrutar de dichas cosas. Te lo dije antes, pero tarde o temprano tendrás que aprender a volar sin ella. Será todo mejor para ti cuando logres hacerlo.

    «¿Mi madre?» pensó Gorrión Blanco desconcertada, agachando su cabeza hacia sus propios pies, que vestían unos botines gastados, asomándose de debajo de la larga falda de su vestido. Y por algún motivo, pensar en la idea de su madre, la oprimió el pecho tan fuerte que se le dificultó respirar. Aun así, escuchó como su propia voz pronunciaba, con una inusual alegría en ella:

    —Creo que… aceptaré… Creo que iré al baile…

    De nuevo un baile. ¿Qué baile era ese y por qué todo el mundo hablaba de él? O, más bien, ¿por qué ella seguía recordando cosas sobre un baile…?

    Sintió que la mano de aquella mujer se posaba en su hombro, y Gorrión Blanco alzó por reflejo su mirada de nuevo en su dirección. El rostro que la miraba en esa ocasión, sin embargo, no era más el de Lisa, sino el de una mujer de cabello castaño y ojos azules que ella nunca había visto antes… ¿o sí? Quien quiera que fuera, le esbozó una pequeña sonrisa, y pronunció despacio y claro:

    —Sé que la pasarás muy bien… Carrie

    Sintió como si la hubieran empujado con violencia hacia atrás, y su espalda terminó chocando contra la pared detrás de ella. Sus ojos pelones bien abiertos estaban fijos al frente de ella, que volvía a ser el mismo pasillo del Nido en el que se había encontrado hace un momento. Ningún rastro de aquel parque o de la mujer que estaba sentada con ella. Sin embargo, las palabras que había pronunciado se quedaron muy bien marcadas en ella, en especial esa última; ese nombre…

    —¿Carrie? —pronunció despacio con voz ausente, y hacerlo le causó una singular sensación de familiaridad, incluso de nostalgia—. Carrie… —repitió una vez más, sintiéndolo aún más natural que antes.

    Ese nombre… ¿acaso era…?

    — — — —
    En un extremo casi contrario al camino que Cody y Lucy habían tomado para adentrarse al bosque, un camper Peugeot Rocket One, comprado de segunda, se abrió paso por un camino rocoso e irregular en desuso, ayudado por sus grandes llantas todo terreno, aplastando arbustos y maleza a su paso, y ahuyentando a algunos ciervos y pájaros. El vehículo se detuvo entre los árboles, a unos quince metros de la misma reja oxidada y vieja que rodeaba toda aquella inmensa área. Desde ese punto, el vehículo se mantenía bastante oculto de la vista de cualquiera, incluso de alguien que se parara al otro lado del cercado y mirara en esa dirección. La pintura de tonos verdes, similares a los colores del camuflaje de un cazador, ayudaba mucho a lograr ese efecto.

    Sentada ante el volante de la casa rodante, Mabel la Doncella apagó el motor y contempló pensativa la cerca, pero en especial el terreno que se extendía detrás de ella.

    Las cosas habían mejorado para ella desde su escape de Los Ángeles, pero no por ello se habían vuelto más tranquilas. Siguiendo las instrucciones que Verónica le había dado, logró salir de la ciudad oculta en la caja de carga de un tráiler de Thorn Industries, que la había llevado a salvo hasta Las Vegas. Ahí se bajó antes de que el camión entrara a la ciudad, y siguió en teoría por su cuenta. Para el conductor, Jacob, o cualquier persona dentro de Thorn que pudiera haberse enterado de aquel extraño movimiento, ahí concluía sus asuntos con la misteriosa fugitiva. Sin embargo, eso no concluía los asuntos de ésta con la tal Verónica Selvaggio. Después de todo, ambas habían hecho un trato, y una de ellas ya había cumplido su parte.

    Por supuesto, Mabel había considerado seriamente no respetar su palabra y aprovechar que ya estaba a salvo para perderse y seguir su propio camino. Sin embargo, sin entender aún si Thorn estaba o no detrás de las acciones de esta chica, de momento obedecerla parecía el accionar más seguro. O al menos eso se repetía que era su principal motivo, pues en el fondo sabía que había algo más, que aún no sabía como descifrar. Algo que se derivaba de los recuerdos de Rose, que habían llegado a ella al momento de terminar de su consumir su vapor.

    Aún no tenía claro cómo funcionaba aquello. Se suponía que además de sus poderes y fuerza, ahora tenía varios de los conocimientos y recuerdos que en alguna ocasión pertenecieron a la antigua cabecilla del Nudo Verdadero, o al menos varios de ellos. Sin embargo, no había aprendido bien cómo acceder o hacer uso de todos ellos. Y en el caso de este asunto con la tal Verónica y el sitio al que la estaba mandando, tenía el presentimiento de que Rose sabía algo que tenía que ver con todo eso. ¿Qué con exactitud?, no tenía idea. Pero lo que fuera, era algo importante que necesitaba comprender, y esa había sido su mayor motivación para seguirle el juego a esa paleta.

    Tomó del asiento del copiloto un par de binoculares de largo alcance, y los usó para enfocar su mirada en el frente, intentando divisar algo del terreno más allá de la cerca. No logró ver nada en especial, más que árboles que cubrían toda la vista. Ningún movimiento aparente o algo fuera de lo común.

    Salió entonces del vehículo y se dirigió a la parte trasera, en donde usando una escalera ahí instalada se montó hasta la parte superior. Se acostó pecho a tierra contra el techo de la camioneta, y utilizó de nuevo los binoculares, obteniendo un resultado similar. No parecía haber ningún edificio ni nada construido por el hombre en las cercanías, salvo claro esa barda de malla.

    Mabel resopló y dejó los binoculares a un lado. Respiró hondo, cerró los ojos, y aunque supuso que el resultado sería el mismo de las veces anteriores, intentó enfocarse y extender su mente más allá de su ubicación actual, intentando detectar cualquier presencia o mente a su alrededor, en especial al frente más allá del límite de aquella cerca. Similar a como le pasó a Lucy, no logró avanzar demasiado antes de ser repelida hacia atrás como la patada directa de un caballo en la cara. Abrió de nuevo los ojos, y pasó rápidamente el dorso de una mano por la nariz. El efecto físico de aquello fue de hecho más intenso que antes, tanto que incluso un poco de sangre le brotó de la nariz.

    Lo que fuera que se escondiera en ese sitio, no era capaz de verlo con sus poderes. Y era más que evidente que no era una coincidencia que justamente la hubiera hecho ir hasta ese sitio en específico.

    Estando aún recostada sobre el techo del vehículo, introdujo su mano en el bolsillo de su pantalón, y sacó de éste aquel teléfono con el que se había estado comunicando con su extraña benefactora. Marcó entonces el teléfono listado como V.S. y lo colocó en altavoz delante de ella.

    —Al fin llegaste, ¿eh? Justo a tiempo —masculló la juguetona voz de Verónica al otro lado de la línea, sin preocuparse mucho por saludar siquiera. Pero estaba bien, pues Mabel tampoco tenía interés en hacerlo.

    —¿Qué demonios es este sitio? —exclamó, claramente molesta—. ¿Por qué no puedo proyectarme o ver más allá de este punto?

    —Esa es una buena pregunta —murmuró Verónica, reflexiva—. No estoy segura si sea por algo natural de esas montañas o por alguna de las curiosidades que el DIC esconde en su sótano; yo creo que es lo segundo. Pero lo que sea, no deja que ningún tipo de proyección psíquica entre en el área, o salga. Imagínate, es como un gran punto ciego en tu habilidad de proyección y rastreo, querida Doncella. Los secretos que podrían esconderse de ti en ese lugar. Pero bueno, no tendrás mucho tiempo de explorarlo, pues necesito que entres, busques lo que necesito, y salgas lo antes posible.

    —Sobrestimas de lo que soy capaz —carraspeó Mabel, levantándose y dirigiéndose a las escaleras para bajar del techo—. Estás hablando de que me infiltre en una jodida base militar a robar aún no sé qué.

    —No te preocupes, dentro de poco habrá una pequeña distracción que te facilitará las cosas. Pero dependerá de ti aprovecharla como se debe.

    Mabel había ya plantado sus pies en tierra en cuánto Verónica mencionó aquello, y ciertamente la desconcertó un poco.

    —¿Qué distracción? —inquirió con marcadas reservas.

    —Lo sabrás cuando la veas —respondió Mabel con voz risueña, y frustrantemente enigmática—. Mientras tanto, prepárate para tu excursión, deja el camper en dónde estás, y salta la barda. Necesito que te vayas encaminando en la dirección que te indiqué lo más discreta posible. ¿Crees poder hacerlo?

    —¿Con quién crees que estás hablando?

    —Sí, porque lo que hiciste aquí en el hospital fue muy discreto.

    —Esa fue tu maldita culpa —exclamó la Doncella con irritación.

    —¿Para qué seguir culpándonos una a otra por cosas pasadas? Hay que ver hacia el futuro, ¿no estás de acuerdo?

    Mabel no respondió nada, pero sus labios se movieron en la forma de una clara maldición silenciosa. Abrió en ese momento las puertas traseras del camper, dejando a la vista el área de carga con todo lo que ahí traía, resaltando enormemente una larga maleta negra.

    Colocó el teléfono aún en altavoz en la alfombra de la cajuela y abrió el zíper de la maleta. En el interior se encontraba un largo rifle de asalto, municiones, granadas, un par de cuchillos de caza… todo lo mejor que el dinero de las cuentas del Nudo Verdadero podían comprar, incluyendo ese nuevo camper. Una ventaja de que los números y contraseñas de cada una de las cuentas fuera uno de los recuerdos que más vívidamente vinieron a ella del vapor de Rose, así que ese no sería más un problema para ella.

    Adicional a las armas, había traído consigo también un traje militar de asalto color negro, por lo que empezó rápidamente a quitarse ahí mismo de pie a mitad del bosque su atuendo de aventurera campista, para vestirse más acorde a lo que se ocuparía a continuación. Eso incluía botas de combate de suela gruesa, guantes de cuero, una bufanda, chaleco antibalas y demás instrumentos que en el Nudo le habían enseñado a usar, pero que nunca había ocupado tan directamente, pues su mayor protección casi siempre había sido el camuflarse como persona corriente.

    —Pero dejemos las bromas de lado, que necesito que me escuches con mucha atención —pronunció en alto la voz de Verónica por el altavoz del teléfono mientras Mabel se alistaba—. Una vez que cruces a esa área, la señal de tu teléfono dejará también de funcionar, así que no podré comunicarme contigo de nuevo hasta que salgas. Por lo que será muy, muy importantes que memorices las instrucciones que te voy a dar y las sigas al pie de la letra. ¿Está claro?

    —Muy claro, paleta —murmuró Mabel con seriedad, mientras se abrochaba los pantalones, y luego se sentó para colocarse las botas—. Y que a ti te quede claro que éste será el único favor que te haré, y luego de eso estaremos a mano. Y no quiero volver a saber de ti otra vez. ¿Entendido?

    —Entendido —respondió Verónica con simpleza—. Pero tengo el presentimiento de que no será así.

    —¿A qué te refieres?

    —Hablaremos de eso una vez que salgas con mis paquetes —masculló Verónica, de nuevo con esa irritable voz que intentaba ser ambigua—. Ahora cállate y escúchame con atención. Esto es lo que harás, paso por paso. Haz algo fuera del lugar, y estarás muerta, y eso complicará las cosas para mí más de lo que quiero.

    Mabel terminó de atarse con firmeza las agujetas de sus botas. Se puso de pie, y se tomó un momento para inspeccionar el rifle, a armarlo verificando que cada parte estuviera bien, y a colocarle un cargador completo. Sentir el peso del arma en sus manos le resultaba tranquilizador. Aunque sabía que en esos momentos la mayor arma que tenía estaba en su cabeza. En especial ahora que contaba con el impulso que le había dado el vapor de Rose.

    —Bien, habla de una maldita vez —sentenció con dureza, volteando de reojo hacia el teléfono—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?

    FIN DEL CAPÍTULO 143
    Notas del Autor:

    ¿Se acuerdan de Cody y Lucy? Espero que sí porque no veíamos a ninguno desde el Capítulo 86, pero ya los tenemos aquí de regreso. Y no de la mejor manera, pues están por meterse a la boca del lobo, y no serán los únicos. ¿Qué está por ocurrir en el Nido? Lo veremos dentro de poco, así que estén pendientes del siguiente capítulo.
     
  4. Threadmarks: Capítulo 144. Base Secreta
     
    WingzemonX

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    Resplandor entre Tinieblas
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    Resplandor entre Tinieblas

    Por
    WingzemonX


    Capítulo 144.
    Base Secreta

    Similar a como había sido su rutina en el Nido hasta entonces, esa mañana Lisa Mathews se despertó y acudió al gimnasio para correr un poco en la caminadora. Le sorprendió encontrarse con el equipo de mantenimiento limpiando los vidrios rotos de un par de espejos, y reemplazando estos con unos nuevos. Tuvo curiosidad de preguntar qué había pasado, pero una parte de ella le dijo que en verdad no quería saberlo, así que se enfocó únicamente en su ejercicio.

    Luego de ejercitarse, ducharse y desayunar, se dirigió sin mucho ánimo a la sala de investigación que había estado ocupando desde su llegada a la base. En el comedor escuchó decir a algunos otros miembros del equipo científico que los transportes para aquellos que habían solicitado días libres esa semana comenzarían a partir esa misma tarde. A Lisa no le habían informado aún nada al respecto, pero esperaba en serio que en la lista de personas que dejarían la base ese día, estuviera el suyo.

    Hasta que eso ocurriera, ocuparía la mañana en un par de pruebas más que había dejado pendiente del día anterior, se encargaría de poner totalmente en orden sus notas para que no hubiera ningún problema para que la persona que la reemplazara lograra entenderlas, y más tarde se encargaría de empacar todo lo que había llevado consigo, que en realidad no era mucho. Suponía que no le dejarían llevarse nada de lo que le habían dado ahí (incluida la vestimenta), pero esperaba que le regresaran su computadora y teléfono intactos como habían prometido.

    Cuando bajó del elevador en el nivel —5 y comenzó a caminar por el pasillo en dirección a la sala 5016, iba muy concentrada listando en su cabeza todo lo que haría. Tanto así que no reparó en la persona sentada en el suelo del pasillo, justo delante de la puerta a la que se dirigía, hasta que estuvo a unos cuántos centímetros de chocar con ella. Aquella persona tenía sus brazos rodeando sus piernas, pegadas estás contra su cuerpo. Su rostro se ocultaba contra sus rodillas, y en los largos cabellos rubios que le caían a su alrededor. Y aunque no veía su rostro directamente, su complexión delgada, su cabello rubio lacio y que le llegaba a los hombros, o incluso su propia presencia, le resultaron bastante familiares… para su pesar.

    —¡Ah! —exclamó en alto sin proponérselo inspirada por la impresión. Su voz retumbó en el eco del pasillo.

    Gorrión Blanco se sobresaltó al escuchar su gritito, y alzó lentamente su mirada adormilada en su dirección. Parpadeó un par de veces, intentando enfocar mejor su mirada, y soltó entonces un agudo bostezo.

    —Hola, Dra. Mathews —murmuró con voz aletargada, mientras se tallaba un ojo—. Lo siento, ¿acaso la asusté?

    —¿A mí? —musitó Lisa, nerviosa—. No, no… claro que no… Pero, ¿qué haces aquí?

    —Quería hablar con usted —se explicó Gorrión Blanco, al tiempo que se ponía de pie—. Creí que estaría en su oficina, pero… creo que esta tarjeta no abre esa puerta —susurró apenada, alzando su tarjeta de acceso y señalando con ella justo a la puerta delante de ella—. Así que sólo esperé a ver si salía o llegaba, y creo que me quedé dormida unos minutos. ¿Estuvo mal?

    Había angustia en su voz al pronunciar aquella pregunta, como si en verdad le preocupara el hecho de haber hecho algo incorrecto.

    —No, supongo que no —le respondió Lisa, encogiéndose de hombros—. Pero, ¿de qué querías hablar? —le preguntó con voz cauta, mientras se aproximaba lentamente hacia la puerta de la sala, con su espalda casi pegada a la pared para no acercarse de más a la joven de cabellos rubios—. Creí que había quedado claro el otro día que yo no podía ayudarte con… tus problemas de memoria.

    —Lo sé —asintió Gorrión Blanco—. Pero sólo deseo hablar un poco con usted. Después del Sgto. Schur, usted es la única persona en esta base con la que me siento en completa confianza. Y bueno —susurró apenada, girándose hacia otro lado, y acomodando discretamente un mechón de cabello detrás de su oreja—. Con él… ocurrió algo hace rato y no puedo hablarle en estos momentos.

    Había algo sospechoso en la forma en la que se había referido al Sgto. Schur, mas Lisa no se fijó demasiado en ello, pues su atención se había quedado en el comentario que había hecho con respecto a ella.

    —Espera… ¿conmigo? —masculló Lisa, señalándose con un dedo—. ¿Te sientes en confianza conmigo…?

    —Sí —asintió Gorrión Blanco, efusiva—. Usted fue la que me logró despertar, y además… no lo sé, siento que siempre ha sido sincera conmigo.

    Su rostro se ensombreció de pronto, y agachó su cabeza, como si se sintiera de alguna forma avergonzada.

    —Aunque sé bien que mi presencia le incomoda. O incluso puede que me odie un poco, ¿verdad?

    La miró de reojo, como si sinceramente esperara expectante escuchar su respuesta a aquella pregunta. Lisa, sin embargo, permaneció en silencio. No sabía qué le sorprendía más, enterarse de que aquella muchacha en verdad era consciente de la inquietud que la invadía cuando estaba en su presencia, o que aun así le dijera que sentía “confianza” estando con ella. Para Lisa una cosa debería contradecir a otra, pero al parecer en la mente de esta muchacha las cosas funcionaban distinto.

    Por supuesto que se sentía incómoda cuando se encontraba cerca, por decirlo menos. ¿Cómo no estarlo frente a alguien que había sido capaz de lastimar y asesinar a tantas personas ante sus ojos con tan sólo pensarlo? Pero… ¿odiarla? ¿La odiaba de alguna forma? Eso era difícil de decir. En especial en ese instante, en el que se veía tan delgada e indefensa, temerosa y vacilante, sin lugar a duda en busca de alguien que le tendiera una mano.

    Como una jovencita normal y corriente, y no la máquina asesina que era en realidad.

    Aunque quizás una cosa no quitaba lo otro.

    Lisa suspiró, mitad resignada, mitad frustrada.

    —¿De qué querías hablar? —susurró en voz baja, intentando sonar lo más amable posible. Si acaso algo de su sentimiento negativo se asomó en su tono, Gorrión Blanco no pareció percatarse de ello, pues su rostro pareció iluminarse con júbilo en cuanto le hizo aquella pregunta.

    Gorrión Blanco se apartó rápido del muro y se paró delante de ella, parándose derecha como si estuviera a punto de presentar un examen oral.

    —¿A usted le suena de algo el nombre “Carrie”? —le preguntó con voz cauta.

    —¿Carrie? —dijo Lisa como primer reflejo, arrugando un poco su entrecejo, pensativa—. No, no realmente —respondió tras un rato. La única persona que se le venía a la mente al escuchar aquel nombre, era la actriz Carrie Fisher, pero dudaba de que le estuviera preguntando por ella—. ¿Por qué?

    Gorrión Blanco suspiró con pesadez.

    —Acabo de tener otra de esas visiones que le conté el otro día, y me pareció ver y escuchar a alguien que me llamaba así.

    Su voz se tornó seria de golpe.

    —Creo que ese podría ser mi nombre; mi verdadero nombre.

    Aquello sorprendió un poco a Lisa.

    —¿No sabes cuál es tu nombre? —preguntó curiosa.

    Gorrión Blanco negó con su cabeza.

    Era obvio que “Gorrión Blanco” no era su nombre real, y Lisa supuso desde el mero inicio en el que le presentaron el proyecto de esa forma que era sólo un nombre clave. Sin embargo, no creía que la amnesia de aquella muchacha fuera tal que ni siquiera conociera su nombre; o, más bien, que nadie en esa base se lo hubiera dicho. Resultaba extraño, pues en más de una ocasión tuvo la impresión de que más de uno sabía quién había sido esta chica antes de su coma. Y en especial se le habían quedado grabadas las palabras del Dr. Takashiro.

    “Si te sirve de consuelo, esa chica no era una santa en lo absoluto. Algunos dirían que se merecía terminar así, o peor.”

    Él sabía algo, y si él lo sabía implicaba que el Dr. Shepherd también, y muy probablemente el Dir. Sinclair. ¿Todos ellos sabían quién era esa chica y deliberadamente se lo habían ocultado?

    Indudablemente el lado inquisitivo de Lisa comenzó a sentirse intrigado por esta misteriosa situación.

    —Carrie… —repitió en voz baja, intentando encontrar algo en su memoria, sobre alguna conversación que hubiera oído ahí en el Nido que le diera alguna pista con ese nombre, pero no se le vino nada más a la mente—. ¿No oíste algún apellido de casualidad? —le preguntó con seriedad.

    —No, no todavía —negó Gorrión Blanco—. Quizás si sigo teniendo más visiones pueda tener más pistas. Pero… —alzó en ese momento una mano hacia su cabeza, presionando la palma contra su frente—. Cada vez que ocurre, mi cabeza da vueltas, me comienza a doler y me siento muy mareada.

    —¿Tu cabeza duele? —preguntó Lisa, consternada—. ¿Te duele en estos momentos?

    —Un poco, sí —asintió Gorrión Blanco.

    Lisa se tensó. Su mente fue inundada con la imagen de las radiografías del cerebro de aquella chica, con sus claras lesiones en ellas. Por supuesto no era médico, pero no lo necesitaba para saber que eso, combinado con dolores de cabeza, no debía ser una buena señal.

    Tragó saliva un poco nerviosa, pero se forzó al instante siguiente en recuperar la compostura. Lo más seguro era que nadie le hubiera informado del estado de su cerebro, y ciertamente no sería ella la responsable de hacerlo. En especial cuando ya estaba con un pie fuera de aquella base.

    —Ven, pasa —le propuso con tono amable, sacando la tarjeta de acceso de su bata para acercarla al sensor de la puerta y poder así abrirla—. Te daré una aspirina.

    —Gracias, Dra. Mathews —contestó Gorrión Blanco con entusiasmo.

    —No soy… doctora —suspiró Lisa—. Sólo dime Lisa, ¿sí?

    —De acuerdo, Lisa —asintió Gorrión Blanco, esbozando justo después de una amplia sonrisa alegre, que Lisa no pudo evitar imitar, aunque no quisiera.

    Era tan difícil reconciliar esa imagen de niña necesitada y perdida que siempre tenía, con la horripilante escena que había visto en su despertar. ¿Era en verdad la misma persona?

    Quizás se estaba confiando de más, pero al menos en ese momento no se sentía amenazada por su presencia. Tanto así que no reparó en que estaba ingresando a una sala cerrada a solas con ella, hasta que ya estuvieron dentro.

    — — — —
    La caminata de Cody y Lucy por el bosque no había dado muchos frutos. Hasta ese momento no se habían cruzado con nada más que árboles, maleza, rocas… y básicamente sólo eso. El camino que habían ido siguiendo no tardó mucho en desvanecerse, dejándolos un poco a la deriva. Por lo tanto, no estaban siquiera seguros de si iban por la dirección correcta, pues en el par ocasiones que Lucy intentó ubicarse desde que cruzaron la cerca, sencillamente le fue imposible mirar con su mente nada más allá de unos cuántos centímetros a su alrededor.

    Lucy describía esta sensación como estar atrapada dentro de un tubo de vidrio, que la dejaba ver a través de él, pero no le permitía dar un paso más allá de su diámetro. Cody no creía poder entenderlo del todo, pero no dudaba en que debía resultar en una sensación más que incómoda para ella. Y claro, ella tampoco era muy disimulada al respecto, pues conforme avanzaban, Cody la notaba más inquieta y tensa. Era como si lo que fuera esa fuerza que envolvía aquel sitio la estuviera afectando de formas que ninguno de los dos podía comprender. Eso, o quizás era el propio Resplandor de la rastreadora, susurrándole al oído que se fuera de ahí cuánto antes.

    A Cody le parecía también escuchar un poco de ese susurro, pero se forzaba, tal vez inconsciente, a ignorarlo y seguir adelante.

    —Llevamos buen rato caminando y aún no vemos nada —escuchó Cody a Lucy mascullar con voz molesta y cansada a sus espaldas—. Quizás en realidad no haya nada.

    —Nadie puso una cerca sólo para rodear un pedazo de bosque vacío, ¿no crees? —respondió Cody, sagaz.

    —Tal vez sí —exclamó Lucy alzando los brazos hacia los lados—. Tal vez esto es un área protegida o algo así, y estamos violando algunas leyes de preservación además de cometer allanamiento de propiedad privada.

    Cody no respondió, pero estaba muy seguro de que aquello no era un área protegida, reserva ecológica, ni nada similar. En parte porque, como biólogo, conocía al menos por nombre la mayoría de las reservas ecológicas que había en el país, incluyendo las de Maine. Y esa ubicación en la que se encontraban no encajaba con ninguna que él conociera.

    Pero además de eso, el motivo principal que lo llevaba a concluir que aquello no era un sitio normal, era que sin importar cuánto avanzaban, ese abrumador y antinatural silencio seguía presente, al igual que la ausencia completa de cualquier animal; a lo mucho quizás unos cuántos insectos, y aun así menos de lo que se esperaría en un lugar como ese. Sus conocimientos como biólogo no alcanzaban para explicar cómo un entorno como ese podía existir, salvo por dos posibilidades: que deliberadamente la mano del hombre sea el que se encargara de mantener a los seres vivos apartados, o estos por mero instinto lo hacían por su cuenta.

    Después de todo, era bien sabido que muchos animales resplandecían más que algunas personas.

    —Qué raro —murmuró Lucy de pronto con confusión.

    Cody se detuvo y se giró a mirarla. Lucy tenía su teléfono en una mano, y lo alzaba por encima de su cabeza mientras observaba fijamente la pantalla.

    —¿Qué pasa?

    —Mi teléfono no agarra señal —mencionó Lucy con seriedad.

    —Bueno, estamos a mitad de la nada, ¿recuerdas? —señaló Cody con tono burlón, a lo que Lucy respondió negando con la cabeza, frenética.

    —Estoy totalmente segura de que había buena señal hasta hace un momento cuando estábamos en el vehículo. Esto no me agrada. Así es como comienzan las películas de terror.

    —No me hables de películas de terror, por favor —exclamó Cody con ligera molestia.

    En ese momento, el casi sepulcral silencio que hasta entonces había reinado, fue roto de pronto por un zumbido cercano que se acercaba hacia ellos. Cody y Lucy se detuvieron, y escucharon con atención. Tras unos segundos, reconocieron aquel sonido como un motor. ¿Un vehículo, tal vez?

    Instintivamente se colocaron detrás del cobijo de un árbol cercano, asomándose sólo lo necesario para ver en la dirección de aquel sonido. Poco a poco se volvió apreciable para ambos una figura moviéndose por entre los árboles a una velocidad moderada. Era definitivamente un vehículo, y al parecer uno equipado para terrenos irregulares como ese. Y se dirigía en su dirección, o al menos muy cerca de dónde se encontraban.

    —Al fin una persona —murmuró Lucy—. Quizás podamos pedir indicaciones, ¿no?

    Cody agudizó aún más su mirada, mientras observaba aquella figura volverse cada vez más grande y visible conforme se aproximaba. Y esa vocecita en su oído que le susurraba acerca del peligro, y que hasta ese momento había intentado ignorar, se volvió de pronto bastante más insistente.

    —No lo creo —susurró Cody con desconfianza—. Ocúltate.

    Ambos bajaron prácticamente sentados por la pequeña ladera, ocultando sus cuerpos entre las hojas caídas y la maleza. Se asomaron discretamente desde su escondite, lo suficiente para ver como aquel vehículo pasaba a unos cinco metros de su ubicación. Era un jeep color verde oscuro, descapotado y de ruedas grandes. Sobre él iban tres hombres, todos ellos vestidos con uniformes azules y gorras al juego; uno conducía, mientras los otros dos iban de pie en la parte posterior. Y, lo más importante, estos dos cargaban en sus manos rifles de asalto largos color negro. Esto último alarmó bastante a Cody y Lucy, dejándolos inmóviles en sus escondites como simples rocas.

    El jeep siguió de largo sin que sus ocupantes al parecer repararan en ellos. Ninguno dijo o volvió a moverse, hasta que el vehículo se alejó lo suficiente entre los árboles para ya no ser visible.

    —Esos eran soldados —masculló Lucy, parándose y pasando sus manos por sus pantalones para limpiarlos del lodo y las hojas secas—. Eran soldados, ¿verdad?

    —Eso creo —respondió Cody, dubitativo, observando fijamente en la dirección que se habían ido—. ¿Qué harán en un sitio como éste?

    Lucy frunció el ceño, y recorrió entonces su mirada inquisitiva por todo su alrededor, como si buscara algo entre los árboles que le diera alguna respuesta a esa pregunta, aunque ella comenzaba ya a fraguar su propia teoría.

    —Lugar desolado a la mitad de la nada, sin ningún punto de interés cercano marcado en el mapa. Y ahora un jeep con soldados. Si fuera tan fanática de las conspiraciones como Mónica, diría que se trata de una base militar ultra secreta.

    —¿Base militar secreta? —inquirió Cody, claramente escéptico—. ¿Eso realmente existe?

    —Te sorprenderías —contestó Lucy, encogiéndose de hombros—. Quizás por eso mis poderes de proyección no funcionan para penetrar esta área. Y por eso mi celular dejó de funcionar en cuanto nos acercamos. Deben tener mecanismos para aislar cualquier tipo de comunicación, incluso la psíquica.

    —Suena algo… loco —masculló Cody, acompañado de un discreto dejo risueño—. ¿Qué base militar podría tener algo para incluso evitar que un rastreador pudiera verla…?

    Cody calló de golpe en cuánto percibió que algo había cambiado en la expresión de Lucy. De un momento a otro, los ojos de la mujer se habían abierto bien grandes, su cuerpo entero se tensó, y su rostro adquirió un tono pálido, casi enfermizo. Cody ciertamente se sintió desconcertado por esto, incluso un poco asustado.

    —Oh, por Dios —susurró Lucy, sonando casi como si le doliera hacerlo—. El Nido.

    —¿El qué? —cuestionó Cody, confundido.

    —Pero por supuesto, ¿por qué no se me ocurrió antes? —soltó Lucy al aire, ignorando las palabras de su compañero. Comenzó a caminar hacia un lado y hacia el otro, soltando pequeñas expresiones ansiosas, mientras se tallaba sus manos con tanta insistencia que su piel se tornó rosácea—. Maldición. Esto fue una muy, muy mala idea. Y yo soy una estúpida por seguirte —soltó de golpe como una clara recriminación hacia él—. Tenemos que largarnos de aquí; ahora.

    —Oye, espera, espera —pronunció Cody, exasperado—. ¿Qué ocurre? ¿Qué es el Nido?

    —No hay tiempo, vámonos —insistió Lucy, comenzando a caminar en la dirección que venían, o al menos la que ella creía que era la dirección de la que venían.

    —Aguarda sólo un segundo —exclamó Cody, y se apresuró rápidamente a alcanzarla, y por mero reflejo la tomó del brazo para detenerla. Éste acto no pareció sentarle muy bien a su acompañante.

    —¡No me toques! —espetó Lucy con enojo, girándose con rapidez para lanzar varios manotazos al aire y así alejarlo de ella.

    Cody reaccionó, apartando su mano rápidamente y retrocediendo un par de pasos.

    —Lo siento —se disculpó, apenado. Sin embargo, al momento recuperó la firmeza en su voz—. Pero no me iré a ningún lado, y menos si no me explicas.

    Lucy lo miró con severidad, tanto que por un segundo pareciera que su mirada atravesaría sus gruesos anteojos, y a su vez le atravesaría su cabeza como dos afiladas navajas. Parecía en verdad enojada, aunque más que nada nerviosa. En todos esos días de viaje que llevaban juntos, era la primera vez que la veía así de alterada.

    —Maldita sea, Cody Hobson —espetó al aire, al tiempo que golpeaba el suelo con fuerza con un pie—. Está bien. Has oído hablar del DIC, ¿verdad?

    —Algo —asintió Cody, sin comprender de momento a qué venía esa pregunta con exactitud—. Era una agencia de investigación del gobierno que dejó de funcionar en los 80's…

    —Y volvió a funcionar a principios de este siglo —añadió Lucy de pronto de forma tajante—. Sin que casi nadie del público general lo sepa, dicho sea de paso. Y su principal función desde entonces es la investigación, reclutamiento, encarcelamiento y aniquilación de individuos con poderes psíquicos. Ósea, resplandecientes como tú y yo —indicó señalando a ambos con un dedo.

    —¿Qué? —exclamó Cody, atónito—. ¿Hablas… en serio?

    —Muy en serio —le respondió Lucy con marcada seriedad—. Y el Nido se rumorea es su base más secreta, oculta en una locación desconocida, muy bien protegida, y que alberga sus proyectos más secretos y delicados. Una base secreta que definitivamente tendría algo para repeler a gente como yo. Debió de haber sido mi primera teoría en cuanto me enteré de todo esto, pero no consideré que pudiera tratarse de algo tan serio. Estaba convencida que sólo era un tonto desacuerdo de novios. Yo sabía que no debía salir de mi casa. Pero tenía que dejar que mi curiosidad me dominara. Nota mental para después: nunca volver a permitirme ser llevada por…

    —Lucy, concéntrate —exigió Cody con aprensión—. ¿Tú cómo sabes de todo eso?

    —Por Mónica, obviamente —le respondió con brusquedad—. Ella está obsesionada con estos temas, ya lo sabes.

    —Mónica siempre exagera. Ella cree en cada locura que se cruza en internet, como que a JFK lo mataron los aliens.

    —No, no, esto sí es en serio, Cody —se apresuró Lucy a recalcar, claramente preocupada—. Te aseguro que no es una locura, que es muy real.

    Cody guardó silencio, meditando sobre todo lo que Lucy acababa de compartirle. Sin embargo, pese a todas las cosas que había visto a lo largo de su vida, la idea de una organización secreta del gobierno que estudiaba y vigilaba a los resplandecientes, con bases secretas a mitad de la nada y tecnología capaz de repeler rastreadores… todo eso parecía algo sacado de una absurda película.

    Sin embargo, si lo pensaba con detenimiento, y por absurdo que sonara, estaban en un área a donde los poderes de Lucy no habían podido penetrar, que tenía una cerca de propiedad privada rodeándola, y acababan de ver un jeep con soldados armados pasar cerca de ellos. Si agregabas todo eso en la misma ecuación, ¿la explicación que Lucy acababa de darle no podía encajar sin mucho problema?

    Pero lo más preocupante de todo el asunto vino a la mente de Cody, al sumarle el motivo que los había llevado a aquel sitio en primer lugar: Lisa había sido llevada a aquel lugar.

    —Si es real… —murmuró despacio, volteando a ver en la dirección que se había ido el jeep—. ¿Me estás diciendo que lo que hay más adelante es esa base secreta que mencionaste?

    —Sólo digo que es muy, muy… probable —aclaró Lucy—. Pero mi curiosidad no llega a tanto como para arriesgarme a descubrirlo…

    Una vez más el silencio reinante del bosque fue opacado por el sonido de un motor. Pero éste no era el de un vehículo, y ni siquiera venía de alguna dirección a su alrededor, sino de arriba de ellos. Ambos alzaron sus miradas por mero reflejo. La fuente de aquel sonido no tardó en hacerse visible para ellos, en la forma de un gran helicóptero negro que volaba sobre ellos a varios metros de altura.

    —Cuidado —indicó Cody con apuro, y ambos se apresuraron de inmediato a esconderse una vez más.

    — — — —
    El helicóptero negro siguió largo en su trayecto, sin que sus ocupantes divisaran en lo absoluto a los dos intrusos que se hallaban abajo en el bosque. En su lugar, avanzó en línea recta en dirección a la pista de aterrizaje ubicada justo en la cima de la montaña del Nido. Ahí, el equipo de tierra ya los esperaba para recibirlos, junto con el Capt. McCarthy en persona, que miraba el helicóptero descender desde un lado de la pista.

    No tenían en el itinerario de ese día alguna llegada programada, por lo que el mensaje de aviso de su proximidad los tomó un poco por sorpresa. Sin embargo, no representaba algo de cuidado, considerando el pasajero que se confirmó que arribaría.

    Cuando el helicóptero se encontraba ya firmemente parado sobre la pista y su rotor se apagó, la puerta lateral del vehículo se abrió, y de éste descendieron al menos cinco hombres y mujeres de uniformes verdes, bufandas, boinas y lentes oscuros. Y detrás de ellos venía su oficial al mando, la Capitana Ruby Cullen, dirigente de los agentes de campo, investigación y limpieza del DIC. Era una mujer de complexión alta y fornida, digna de una agente de inteligencia de más de casi veinte años de servicio. Su cabello rubio rizado se encontraba recogido por completo en una pequeña cebolla en la parte posterior de su cabeza. Vestía unas pesadas botadas negras que resonaron al caer de un brinco al piso de la pista, además de un largo abrigo verde olivo que portaba sobre su uniforme. Traía gafas oscuras como sus acompañantes, pero se las retiró en cuanto estuvo fuera del helicóptero, dejando a la vista sus ojos verde claro, estoicos y serenos, a juego con su rostro duro como piedra.

    La capitana avanzó con paso decidido hacia el Director General del Nido, que la aguardaba paciente en su posición.

    —Cullen —pronunció McCarthy respetuoso, extendiendo una mano hacia su colega. Ésta la aceptó, estrechando sus manos en un fuerte apretón.

    —McCarthy —le saludó Cullen con tono ecuánime, aunque al instante siguiente una pequeña sonrisita burlona se dibujó en sus labios—. Te ves más gordo. Estar sentado en ese escritorio te está cayendo mal.

    McCarthy dejó escapar una discreta risilla divertida.

    —Alguien tiene que hacerlo —respondió con simpleza, encogiéndose de hombros.

    Cullen le dio un par de indicaciones a sus hombres, que servían en realidad más de su escolta personal. Pero estando ya en la base, podía prescindir de ellos, así que les indicó que se tomaran un par de horas de libres, pero que no se distrajeran demasiado. Tras ofrecerle un saludo a su superior, los cinco soldados de verde se apresuraron a los ascensores a cumplir su encargo. McCarthy y la recién llegada hicieron lo mismo, aunque con paso más moderado.

    —Me sorprendió escuchar que venías para acá —indicó McCarthy mientras caminaban uno al lado del otro—. ¿Ocurrió algún problema en Los Ángeles?

    —Todo lo contrario —aclaró Cullen, negando con la cabeza—. La limpieza está prácticamente concluida, así que dejé a mis hombres encargándose del resto.

    —¿Algún rastro de Leena Klammer o de los otros individuos que huyeron del pent—house?

    —No exactamente —susurró la mujer rubia con un extraño tono enigmático—. De hecho, en parte por eso estoy aquí. Necesito hablar de ese asunto con el director, y escuché que aún andaba por aquí.

    —¿No podía ser por una llamada? —cuestionó McCarthy, confundido.

    —Por seguridad, preferí que no.

    Cullen solía ser siempre bastante seria, incluso fría, en su manera de hablar, por lo que casi siempre resultaba complicado intentar adivinar qué era lo que pensaba. Sin embargo, McCarthy detectó en esa ocasión la presencia de genuina preocupación en sus palabras, y no pudo evitar cuestionarse qué podría haber perturbado de esa forma su temple de hierro.

    —¿Pasó algo? —susurró McCarthy en voz baja, a lo que Cullen respondió negando sutilmente con la cabeza.

    —Es mejor que lo hablemos en privado con el director.

    Ambos llegaron ante uno de los ascensores, y el oficial al mando de la base usó su tarjeta de acceso para abrirles paso y que ambos pudieron subirse.

    —Bueno, tendrá que esperar un poco —dijo McCarthy una vez que las puertas del elevador se cerraron y estuvieron a solas—. El Dir. Sinclair estará muy ocupado el día de hoy, preparándose para su interrogatorio con Thorn.

    Cullen giró rápidamente su cuello hacia él, mirándolo intrigada.

    —¿Con Thorn? ¿Lo van a despertar?

    —Ya están preparando todo para hacerlo —señaló McCarthy.

    —¿Será sensato? Escuché bastante del escándalo que armó cuando intentaron capturarlo.

    Las palabras de Cullen no eran inesperadas. No era la primera en expresar sus inquietudes ante la idea. McCarthy mismo creía que lo mejor sería mantenerlo dormido hasta que encontraran la forma adecuada y segura de mantenerlo cautivo, como habían hecho en el caso de Charlene McGee. Pero el director parecía más que convencido de hacerlo de una vez por todas. Desconocía si esa decisión tan inamovible era derivada del ataque perpetrado contra la Sra. Wheeler, pero lo veía poco probable, o al menos no lo consideraba el motivo principal pues ella ya se encontraba bien, según le habían informado.

    Quizás lo que más le preocupaba al director era el tema del supuesto infiltrado, la persona que podría haber deliberadamente ocultado la existencia de Thorn de ellos durante tanto tiempo, y de la que aún no tenían ni pista de su identidad. Quizás estuviera convencido de que Thorn tenía la respuesta de quién había sido esa persona. Ciertamente el no saber en quién se podía confiar y en quién no, podía resultar desgastante para cualquier hombre.

    Pese a eso, no estaba seguro de que el riesgo de despertar a aquel chico valiera la pena, pero su rectitud y lealtad le impedían hablar de sus dudas tan abiertamente a espaldas del Dir. Sinclair.

    —Estamos tomando las medidas pertinentes —señaló McCarthy con la mayor confianza que le fue posible transmitir—. Como sea, creo que sólo podrás hablar con el director hasta después del interrogatorio.

    —Entonces creo que llegué en el momento justo para no perdérmelo —señaló Cullen, no dejando claro si lo decía en serio o en broma.

    Una vez en el Nivel —1, ambos bajaron del elevador y caminaron en dirección a la oficina de McCarthy. Caminando por los pasillos, se cruzaron con un par de soldados que no dudaron en ofrecerle el saludo tanto a McCarthy como a la propia Capt. Cullen.

    —Te ofrecería un café, pero no sé dónde se habrá metido Kat —comentó McCarthy a pasar a lado del escritorio vacío de su secretaria—. Normalmente siempre anda por aquí.

    —Estoy bien, gracias —le respondió Cullen con indiferencia—. ¿Y cómo está Miriam, por cierto? —preguntó de pronto una vez estuvieron en el interior de la oficina—. Hace mucho que no sé de ella.

    McCarthy sonrió, y echó un vistazo rápido a la foto de sus dos hijas sobre el escritorio. Cullen había sido la superior de su hija Miriam cuando ésta ingresó a la Agencia, y básicamente había sido su instructora y protectora durante toda su etapa de entrenamiento. Por lo mismo, Miriam le había tomado un gran aprecio; como una clase de hermana de mayor.

    —Yo igual —comentó McCarthy con tono jocoso. Se dejó caer entonces sobre su silla detrás del escritorio—. Está bien, hasta dónde me informan. Sigue de misión en algún lugar de Europa, creo.

    —Siempre fue una chica muy habilidosa —asintió Cullen—. Salúdamela la siguiente vez que te comuniques con ella, ¿sí?

    —De tu parte —respondió McCarthy sin chistar—. Creo que le gustará mucho escuchar de ti.

    — — — —
    Lucy y Cody se escabulleron fuera de su escondite en cuanto dejaron de escuchar el sonido del helicóptero. Cody fue el más apurado por avanzar hacia un área más al descubierto, y así poder apreciar el cielo entre las ramas de los árboles.

    —Ese helicóptero se dirigía para allá —indicó señalando hacia lo lejos—. La misma dirección en la que se fue el jeep, ¿verdad? La base que mencionaste debe estar ahí.

    Sin pensarlo mucho, sus pies comenzaron a moverse en dicha dirección. Antes de que lograra avanzar demasiado, Lucy se apresuró a alcanzarlo. Y aunque hace un momento le había molestado bastante que él la tomara del brazo para detenerla, por mero reflejo ella hizo en ese momento justo lo mismo.

    —¿Te has vuelto loco? —le cuestionó con dureza, forzándolo a girarse hacia ella—. ¿Qué parte de lo que te dije te hizo pensar que sería buena idea ir hacia allá y no de regreso al automóvil? Aunque lo que esté más adelante no sea el Nido, si esos soldados te ven husmeando por aquí, te dispararán; y lo más importante, ¡me dispararán a mí!

    —¿No lo entiendes, Lucy? —exclamó Cody, zarandeando su brazo para liberarse de su agarre—. Lisa está ahí; tú misma viste como la traían a este sitio. ¿Por qué el DIC la llevaría a una base secreta a la mitad de la nada?

    Cody guardó silencio un instante. Fue evidente como la consternación le subía por la garganta, evitándole hablar por un momento.

    —¿Y si la trajeron para llegar a mí? —señaló, claramente angustiado—. ¿Y si la están…? Tengo que ir por ella.

    Rápidamente se giró con la intención de avanzar como se lo proponía hace un momento, pero Lucy lo volvió a detener del mismo modo.

    —No, Cody —exclamó la rastreadora con firmeza—. No es lo que te estás imaginando. Te dije que ella se fue con esos hombres por su voluntad.

    —¿Estás segura de eso? —le cuestionó Cody con dureza.

    —Sí… —contestó Lucy rápidamente, aunque la vacilación era más que palpable en su tono—. O eso creo… las visiones no siempre son tan claras.

    Esas palabras no ayudaron en lo más mínimo a tranquilizarlo.

    —Oye, oye, cálmate un poco, ¿sí? —insistió Lucy, casi suplicando—. Mónica me dijo una vez que el director del DIC es de hecho un buen amigo de la Sra. Wheeler. No conozco bien los detalles, pero si es así, de seguro no haría algo contra un miembro de la Fundación como tú.

    —¡La Sra. Wheeler no está! ¿Lo olvidas? —gritó Cole con violencia, haciendo al parecer que Lucy se estremeciera un poco, y por reflejo llevara sus manos a su oídos para cubrirlos.

    —Sí, sí —pronunció la rastreadora, casi como si le doliera—. Pero podríamos irnos de aquí, llamar a Mónica una vez que tengamos mejor recepción, y de seguro ella podría ayudarnos a…

    Antes de que pudiera terminar su idea, de nuevo escucharon como el sonido de un vehículo se hacía presente. Sólo que ahora se aproximaba a ellos mucho más rápido. Ambos se viraron hacia un lado, y notaron rápidamente el jeep verde con tres soldados armados a bordo (quizás el mismo de hace rato, quizás uno distinto) que se dirigía hacia ellos. El vehículo frenó en seco a unos cuántos metros, y dos de los hombres con rifles saltaron de éste, plantando sus pies en tierra.

    —¡Oigan ustedes! —exclamó uno de los hombres, alzando rápidamente su arma para apuntarles con ella. Su compañero lo imitó—. ¡No se muevan!

    —Ay no, ay no —masculló Lucy, totalmente espantada. Quiso alzar sus brazos, aunque no se lo hubieran pedido, pero estaba tan petrificada que le fue imposible siquiera moverse.

    Los dos soldados avanzaron hacia ellos, pero Cody rápidamente se colocó frente a Lucy. Se concentró, enfocó su mente, y en cuestión de segundos todos fueron testigos de cómo los troncos de dos árboles aledaños parecieron partirse en dos por sí solos, como si una enorme criatura los hubiera empujado, y ambos se precipitaron justo en contra de los dos soldados. Esto los tomó totalmente desprevenidos, pero reaccionaron suficientemente rápido para retroceder, incluso tirándose al suelo con tal de salir el alcance los troncos que chocaron con fuerza contra el suelo.

    —¡Corre! —gritó Cody a todo pulmón a su compañera, y aprovechando la distracción comenzó a moverse con todas sus fuerzas para alejarse de ahí.

    —¿Correr? —exclamó Lucy, atónita—. No, no, ¡correr es una muy mala idea!

    Miró un instante de nuevo hacia los soldados, y pudo presenciar cómo aquellos dos troncos caídos se desvanecían por completo en el aire. Y al segundo siguiente, ambos árboles volvieron a estar de pie justo como lo estuvieron hace unos instantes. Había sido sólo una de las ilusiones de Cody.

    Los soldados miraron desconcertados aquello, pero no tardarían mucho en salir de su estupor. Por lo tanto, Lucy no tuvo más remedio que hacer justo lo que Cody le había dicho, y correr despavorida, siguiéndolo sin rumbo fijo.

    — — — —
    Lisa sacó un frasco de aspirinas del pequeño botiquín que tenían en la sala de observación médica, y llenó igualmente un vaso de agua en el grifo. Cuando se giró de regreso hacia su invitada, por llamarla de alguna forma, la sorprendió mirando atentamente hacia una esquina de la sala, que en ese momento se encontraba vacía, pero que hasta no hace mucho era ocupada por una camilla, un montón de equipo médico de monitoreo y, por supuesto, la joven comatosa que había sido su ocupante por casi cuatro años. Misma que ahora estaba justo de pie ante ella en ese momento.

    ¿Por qué miraba esa esquina con tanta curiosidad? ¿Tendría algún recuerdo de aquel tiempo en el que estuvo inconsciente y aquel sitio era su morada de descanso? ¿O sería sólo una coincidencia?

    No le dio muchas más vueltas a aquello, y en su lugar se le aproximó y le extendió la pequeña pastilla y el vaso el agua.

    —Aquí tienes —le indicó con tono afable. Gorrión Blanco se giró hacia ella, y miró con una sonrisa lo que le ofrecía.

    —Gracias —musitó despacio, tomando tanto el vaso como la aspirina, y tomando ésta última con la ayuda de un pequeño sorbo de agua.

    Le regresó el vaso a Lisa, y ésta lo colocó sobre su mesa de trabajo, y justo después se sentó en su silla.

    —¿En qué está trabajando? —preguntó Gorrión Blanco con curiosidad, contemplando los frascos con químicos sobre la mesa de trabajo, las jeringas, la charola metálica en esos momentos totalmente limpia de cualquier rastro aparente de sangre; y, por supuesto, la pequeña jaula con al menos cinco ratones blancos de laboratorio, bastante vivos de momento.

    —Sólo unos últimos experimentos que deseo concluir antes de irme —respondió Lisa, procurando ser lo suficientemente ambigua.

    —¿Se va? —cuestionó Gorrión Blanco, sorprendida.

    —Sí. Mi trabajo aquí terminó, y debo volver a casa.

    En el rostro de Gorrión Blanco se pudo apreciar cierta decepción escucharla, incluso algo de tristeza.

    «Y yo que pensaba que sólo el Dr. Shepherd me iba a extrañar» pensó Lisa con ironía.

    —Cuéntame más sobre tus alucinaciones —preguntó Lisa de pronto, procurando cambiar el tema—. ¿Has visto algo más aparte de lo que me comentaste el otro día?

    Gorrión Blanco se permitió tomar la silla que alguna vez perteneció al Dr. Takashiro, y la aproximó rodando a la mesa de Lisa para sentarse cerca de ella. Miró pensativa hacia la luz fluorescente sobre sus cabezas, mientras con las puntas de sus pies contra el suelo hacía que su cuerpo se meciera un poco, y por lo tanto la silla girara hacia un lado y hacia el otro como un péndulo. Lisa recordó que ella solía hacer eso cuando era niña y se sentaba en la silla del despacho de su padre.

    —En parte sigue siendo lo mismo que vi la primera vez —comentó Gorrión Blanco con voz reflexiva—. Fuego, música, risas, sangre, gritos… Pero he podido ver algunas cosas más claras.

    Gorrión Blanco le contó un poco sobre sus visiones de una escuela y una casa, pero se enfocó bastante más en las dos más vividas y extrañas que había tenido ese día: la del chico que la había invitado a un baile, según había entendido, y la de la mujer sentada con ella en una banca y que también le hablaba sobre un baile al que iría. Incluyo en su relato también que había sido esta última quien a su parecer la había llamado “Carrie”.

    —Un baile —repitió Lisa en voz baja, intrigada—. ¿Un baile de escuela? Como… ¿un baile de graduación o algo así?

    —No lo sé —repitió Gorrión Blanco, encogiéndose de hombros—. Pero supongo que eso explicaría las personas con vestidos o trajes que he visto a veces, y la música que he oído… Pero no sé qué tiene que ver todo lo demás. Y no entiendo porque pareciera que todo lo que veo tiene que ver de alguna forma con ese baile, o lo que sea.

    Lisa tampoco veía claro de momento cómo todo lo que le describía podía encajar; sentía que aún faltaba una pieza central para juntar todo, como en un rompecabezas. Pero un baile escolar, fuego, sangre, y una chica en coma… nada eso sonaba bien a primera instancia.

    —Esas personas que viste, el chico que te invitó y la mujer de la banca —señaló Lisa, inquisitiva—. ¿Alguna idea de quiénes eran? ¿Quizás de sus nombres?

    —No estoy segura —respondió Gorrión Blanco, arrugando un poco su entrecejo—. Al principio no lograba siquiera distinguir sus rostros y voces, y luego mi cabeza los confundió con el Sgto. Schur y… bueno, con usted.

    —¿Conmigo? —exclamó Lisa confundida, señalándose con un dedo.

    Gorrión Blanco asintió.

    —No sé qué signifique. Quizás sea porque ambos son las personas que más confianza me inspiran, como le dije hace rato. Tanto así que luego de lo que pasó, mi primer deseo fue venir a buscarla y pedir su ayuda. Como si sintiera que usted podía ayudarme… o, ¿quizás la estoy confundiendo con esa otra mujer, quien quiera que sea?

    Gorrión Blanco se giró hacia un lado, contemplando de nuevo pensativa hacia la esquina vacía del cuarto. Aquella última pregunta tomó la forma de un pensamiento en voz alta, dirigido más a sí misma que a la mujer que la escuchaba.

    Lisa igual se sintió una vez más incómoda por el comentario, pero no dijo nada. En su lugar, observó en silencio a Gorrión Blanco, y otra vez sintió una gran desconexión entre esa chiquilla de mirada inocente y perdida, complexión pequeña y frágil… con el monstruo que ella recodaba y tanta incomodidad le había generado antes. Tanto así que la imagen de esta última parecía comenzar a desvanecerse de su memoria.

    —¿Te puedo preguntar algo? —murmuró Lisa de pronto. Gorrión Blanco alzó pronta su rostro, y la miró fijamente con absoluta atención—. ¿Recuerdas algo del momento en que despertaste?

    —¿Cuándo… desperté? —susurró la joven rubia, al parecer algo aturdida por la repentina pregunta que, a simple vista, no tenía nada que ver con lo que estaban hablando. Entrecerró en ese momento sus ojos, y se giró de nuevo a un lado, tomándose unos segundos para meditar al respecto, antes de dar una respuesta—. Sólo recuerdo que estaba en la enfermería, y el Dir. Sinclair y el Capt. McCarthy estaban conmigo, y me explicaron que había estado inconsciente cuatro años.

    —¿En la enfermería? —masculló Lisa, sorprendida. Eso de seguro pasó después de lo ocurrido en el quirófano—. ¿No recuerdas nada antes de eso?

    —¿Antes? No, la verdad no —señaló Gorrión Blanco, negando con la cabeza—. ¿Por qué? ¿Pasó algo que debería recordar?

    Lisa suspiró con pesadez, se retiró sus lentes y se talló sus ojos con sus dedos. Para ese punto ya lo presentía, pero aquello se lo terminaba de confirmar. Ella sentía un gran terror al recordar aquella horrible masacre que había presenciado, y su perpetradora ni siquiera sabía que lo había hecho. Le pareció de cierta forma injusto…

    —Nada, no te preocupes —respondió Lisa con seriedad, colocándose de nuevo sus anteojos.

    Y entonces recordó algo más, el incidente siguiente en el que se volvió a cruzar de frente con Gorrión Blanco luego del Quirófano 24. Y al recordarlo, su mano inconscientemente se posicionó contra su propio vientre, presionándolo ligeramente.

    —Pero… ¿sí recuerdas habernos visto ese día? —le cuestionó con severidad en su voz. Gorrión Blanco la miró, sin entender—. Antes de irte a esa misión con la que te fuiste con el Sgto. Schur, nos cruzamos en el pasillo, ¿recuerdas? Y me hablaste como si ya nos hubiéramos visto antes. Me dijiste que recordabas que estaba presente cuando despertaste. Incluso me preguntaste sobre… cómo estaba mi bebé…

    Los ojos de Gorrión Blanco se abrieron grandes, totalmente llenos de asombro.

    —Sí… Yo… dije eso, ¿cierto? —masculló despacio, sonando más como una vacilante pregunta a sí misma—. Lo siento, creo que la confundí con otra persona. Ya que usted no está embarazada, ¿verdad?

    —No —respondió Lisa con voz neutra—. Me hice una prueba luego de eso y salió negativa. Pero, ¿con quién me confundiste? Si me dijiste que sólo el director y el Capt. McCarthy estaban presentes cuando despertaste.

    Gorrión Blanco negó rápidamente con la cabeza.

    —Lo lamento, no lo sé. Perdóneme si lo que le dije le causó algún problema.

    Lisa resopló, algo frustrada. Al parecer intentar sacarle algo de información a esa mente tan llena de huecos no iba a resultar nada sencillo.

    —¿Tiene esposo, Dra. Mathews? —preguntó Gorrión Blanco de pronto, tomándola totalmente por sorpresa—. Oh, perdón… quiero decir, ¿tienes esposo Lisa?

    —¿Por qué lo preguntas? —musitó Lisa, algo aturdida.

    Gorrión Blanco se encogió de hombros.

    —Bueno, entendí que creyó que podría estar embaraza luego de lo que le dije. Así que supuse que debía tener un esposo y por eso le consideró posible… ¿o no?

    Lisa no pudo evitar dejar escapar una discreta risilla divertida por el comentario. No era una deducción precisamente errada, pero algo simple si se lo preguntaba.

    —No, no estoy casada —respondió con tono relajado—. Pero… sí tengo un novio.

    —¡¿De verdad?! —exclamó Gorrión Blanco, tan emocionada que sus ojos parecieron brillar de júbilo ante la noticia. Lisa por mero reflejo jaló su cuerpo un poco hacia atrás, un tanto sorprendida por la reacción tan abrupta.

    —Sí… —respondió con voz tímida.

    —¿Cómo se llama?

    —Su nombre es Cody.

    —¿Y es un científico como usted?

    —No… bueno, más o menos, pero diferente. Él de hecho es maestro de biología en una secundaria…

    Lisa calló de golpe al ser consciente de que, quizás, estaba dando más información de la que debía. ¿Sería sensato hablarle a esa chica de Cody? Fuera del Dr. Shepherd, no había hablado con nadie más en esa base sobre él, y únicamente porque fue el jefe del Área Científica quien comenzó primero con el tema, dejando claro que sabía muy bien quién era Cody; y, más importante aún, lo que podía hacer.

    Gorrión Blanco, sin embargo, la miraba carente de cualquier rastro de malicia; genuinamente interesada por escucharla a hablar más al respecto. A Lisa le pareció que se veía casi como una adolescente, y no una joven mujer muy posiblemente ya iniciando sus veintes.

    —¿Y cómo es él? —preguntó con un poco de exaltación—. Cody, me refiero.

    —¿Cómo es de qué? —respondió Lisa, vacilante.

    —No sé… ¿Es guapo? ¿Es caballeroso?

    Lisa se recargó por completo contra el respaldo de su silla. Sin que se diera cuenta, comenzó también a mecer ésta hacia un lado y hacia el otro, con su pie izquierdo apoyado contra el suelo. Era quizás algún tipo de tic nervioso, o tal vez sólo una manera de hacer que sus ideas circularan mejor.

    —Bueno… sí, yo diría que sí —asintió Lisa, un poco dubitativa—. Digo… supongo que muchas personas no lo considerarían precisamente muy “guapo”. Es algo delgaducho, y siempre trae su cabello demasiado largo para mi gusto. Y su percepción del estilo deja mucho que desear; en especial los anteojos que usa, que se parecen a los que usaba mi abuelo. Además de que recientemente me enteré que guardaba algunos secretos…

    Su expresión se había tornado algo dura mientras pronunciaba todo aquello, percibiéndose incluso molesta. Sin embargo, tras unos segundos de reflexivo silencio, su rostro volvió a suavizarse poco a poco, e incluso una pequeña sonrisillas alegre se asomó en sus labios.

    —Y aun así… es sin duda el chico más lindo y amable que he conocido —masculló despacio, como un pequeño suspiro—. Es inteligente; muy inteligente. Y gracioso, y confiable… El chico perfecto para presentárselo a tus padres, dirían algunos. Y de hecho mis padres lo adoran, aunque mi padre dice a veces que debería haberme conseguido a alguien con más músculo —rio divertida, y Gorrión Blanco la acompañó—. No lo dice en serio… creo. Lo que pasa es que mi padre es militar; de los marines, de hecho. Así que creo que a él le hubiera gustado un yerno como… el Sgto. Schur, por ejemplo. Pero no, en su lugar me viene a enamorar de un intelectual cuatrojos.

    —¿Enamorar? —susurró Gorrión con asombro. Inclinó más el cuerpo hacia ella, como si quisiera decirle algún secreto—. ¿Estás… enamorada de él?

    Lisa se sobresaltó un poco al escuchar esa pregunta. No había sido consciente hasta ese momento de lo mucho que se le había soltado la lengua tan de repente, y se sintió sumamente apenada por ello. ¿Cómo había pasado eso? Quizás simplemente eran cosas que deseaba poder expresar en voz alta desde hace un tiempo, y estar ahí atrapada en ese ambiente tan pesado no le daba muchas posibilidades de poder hacerlo.

    Pero el que terminara abriéndose de esa forma ante esa chica en especial… resultaba un tanto perturbador.

    Gorrión Blanco la observaba fijamente, expectante, de seguro aguardando en verdad a escuchar alguna respuesta a su pregunta. Lisa no sabía qué responderle, y no sólo porque sintiera que ya había compartido suficiente, sino además que… en realidad no tenía claro la forma correcta en que esa pregunta debería ser contestada, incluso a sí misma. Cody era su novio, le gustaba, y pese a los problemas que habían tenido, nada de eso había cambiado. Pero… ¿estaba enamorada de él? ¿Lo quería lo suficiente para que el saber lo que realmente era no cambiara sus sentimientos? ¿Para no temerle como le temía, o le había temido, a Gorrión Blanco?

    ¿Sería Cody capaz de hacer algo como lo que esa chica había hecho…?

    Se escuchó en ese momento el pitido del lector electrónico de la puerta, y el seguro de ésta abriéndose. Aquello jaló de inmediato la atención de ambas hacia la puerta, dejando de momento su plática de lado, para suerte de Lisa.

    —Debe ser el Dr. Shepherd —comentó Lisa, partiendo de la base de que él solía ser el único que la visitaba en ese lugar.

    Sin embargo, cuando la puerta se abrió, el rostro que se asomó del otro lado fue el de alguien más: el del Sgto. Francis Schur.

    —Gorrión Blanco —dijo el militar con su habitual voz seria, aunque su expresión no resultaba por completo ecuánime como de costumbre—. Al fin te encuentro…

    FIN DEL CAPÍTULO 144
    Notas del Autor:

    Para los que no la recuerden, Ruby Cullen ya había aparecido anteriormente como uno de los subordinados de Lucas en los Capítulos 56 y 84, e igualmente se le había referenciado en algunos otros, aunque ésta es la primera vez que nos toca verla en persona (si no me equivoco).
     
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