Moviéndose a hurtadillas por la ciudad, una figura encapuchada pensaba en si lo que estaba a punto de hacer era realmente tan malo; si genuinamente se arrepentiría de haber decidido ignorar los consejos de aquellos preciados amigos que lo trataban como si fueran una familia. En su mente, la respuesta a esas preguntas se inclinaba más hacia un “probablemente sí” con cada paso, sin haberle hecho saber a nadie que saldría esa noche, volteando hacia atrás con la leve paranoia de que tal vez lo estarían persiguiendo para cambiar su opinión. Pero su corazón gritaba “probablemente no: no es tan mala idea, no te arrepentirás”, lo que lo hacía seguir hacia su destino. Un farol en una esquina iluminaba con claridad el letrero de una farmacia, junto a la cual había una frutería. Ambos negocios se encontraban separados por un estrecho callejón, que desde la acera parecía solo conducir a un rincón oscuro y completamente vacío. Sin embargo, al encapuchado le habían dicho que debía llegar al fondo de ese aparente camino sin salida, donde encontraría una reja metálica, al otro lado de la cual no había nada más que otro callejón. Colocando su mano sobre aquella reja, incluso si le pareciera un tanto cliché, tenía que pronunciar las palabras “aperta sesamae”. De pronto, el metal debajo de su piel se deformó hasta convertirse en la manija de una puerta, cuyo marco repentinamente vio delineado en medio de la reja. Retiró su mano apenas un momento, sorprendido, pero no asustado; por el contrario, sus ojos brillaban con emoción al percatarse de que, al parecer, no le habían mentido. Con una renovada esperanza sobre si estaba tomando la decisión correcta o no, volvió a tomar la manija y aquella puerta se abrió, revelando que se trataba de un portal que daba acceso a un local que ciertamente no tenía forma de existir invisiblemente en ese pasadizo. —Buenas noches: por favor, entre y cierre la puerta— le pidió una voz femenina desde el fondo de la habitación. Él obedeció, después bajándose la capucha para revelar a un joven pelinegro de 22 años, que miraba a su alrededor con apenas un poco de nerviosismo, y mucha más curiosidad de la que creía tener. Había buscado y encontrado nada más y nada menos que la “tienda” de una bruja. Del techo colgaban atrapa-sueños, lámparas de aceite, amuletos de cristal, diferentes plantas y una lechuza en una jaula; el lugar olía a incienso y el silencio era reemplazado por el leve murmullo del agua que fluía en una pequeña fuente del tamaño de medio muro. La iluminación era tenue, hasta que el pelinegro pudo ver el rostro de la mujer que le invitó a entrar, cuando ésta encendió varias velas para iluminar la mesa tras la cual estaba sentada. Era una gran mesa redonda cubierta por un mantel oscuro, con varios libros, papeles y barajas encima, y una bola de cristal, casi al centro, más cerca de la bruja dueña del establecimiento. Su largo cabello oscuro terminaba en puntas teñidas de rosa brillante, y sus ojos eran de un celeste intenso que parecían emitir más luz que las velas. —Ha venido a ver a la bruja Lydia, mucho gusto— sonrió ella. —Toma asiento. —Gracias— contestó el joven y obedeció. —Mi nombre es Oliver. —Y dígame, ¿qué lo trae a mi humilde negocio, joven Oliver? —Los rumores dicen que usted puede hacer que la gente regrese en el tiempo. —Hmm— la mujer sonrió, llevándose una mano a la barbilla y mirando a Oliver con atención. —Tengo entendido que es algo muy pasajero, y que no tendría ningún efecto en el presente. —Bueno, no me atrevería a dejar que alguien viaje al pasado si quiere hacer algo drástico. —¿Lo que quiere decir que…? —No necesito ser una bruja para intuir que usted es un Rescatado. Oliver se puso algo tenso y, aunque intentó que no se reflejara en lo más mínimo, un poco avergonzado incluso. No por efectivamente ser un Rescatado, sino porque si aquella mujer podía adivinarlo era porque otros en su lugar, tal vez muchos más de los que él creía, ya habían recurrido a ella por la misma razón que él lo había hecho. Los Rescatados eran chicos que habían muerto o estado a punto de morir a manos de la magia negra, y cuyas vidas eran salvados por un grupo de hechiceros muy benevolentes que les ofrecían enseñarles el arte de la magia blanca para ayudar a prevenir que hubiese más víctimas como ellos. Para Oliver, ser un Rescatado y estar en formación para convertirse en un hechicero era un honor, pero no cualquiera supera con facilidad el hecho de casi haber muerto. Sobre todo, algunos que al ser salvados se les tuvo que arrebatar las memorias de su vida antes del ataque de magia negra. —Del alto porcentaje de Rescatados que pierde sus memorias, al menos la mitad quiere recuperarlas— volvió a hablar la bruja Lydia mientras barajeaba cartas entre sus manos. —Pero es mucho menor la cantidad que viene hasta mí creyendo que puedo devolvérselas. —¿Qué tiene eso que ver con lo de no hacer nada drástico en el pasado? —Que sé que la mayoría de esos pocos que recurren a mi brujería no tienen esa intención, pero de todos modos debo aclararlo— dijo deslizando sobre la mesa tres cartas puestas boca abajo, colocándolas frente a Oliver. —Usted no reviviría el pasado dentro de su cuerpo de, no sé, 11 años; sino que sería literalmente transportado a observar un momento clave en su vida, desde las sombras. —Un… ¿un solo momento?— Oliver preguntó confundido, contemplando las cartas frente a él un momento antes de devolver la mirada a la mujer al otro lado de la mesa. Ella simplemente asintió, dándole a entender que volteara las cartas boca arriba. Cuando lo hizo, reveló las figuras de un sacerdote, una estrella y la luna, que la brujo se detuvo a observar un momento con una sonrisa cálida, para luego enderezarse en su silla y detenerse un segundo a pensar en las mejores palabras para aplacar las evidentes dudas de su cliente del momento. —La carta del sacerdote me dice que no tendrá ningún problema en regresar al momento adecuado en el tiempo, ya que tiene más fe que dudas respecto que se irá de este lugar con información que no lamentará haber obtenido. La carta de la estrella me dice que no tiene intenciones de cambiar el presente al hacer esto, y que su fuerza actual no se verá doblegada por lo que verá en sus recuerdos. —¿Fuerza?— Oliver ladeó la cabeza, claramente preguntando con la mirada que exactamente a qué se refería. —La que más importa, claro— dijo la bruja llevándose una mano al pecho. —La interior. Y la carta de la luna me dice que su alma es bondadosa y capaz de enfrentar sus miedos, aunque le cueste trabajo creerlo— añadió poniéndose de pie. —Me escondo de los hechiceros maestros porque creen que mostraría recuerdos traumáticos a Rescatados que no están preparados para ello. En su caso… —¿Estoy preparado?— Oliver preguntó, no como si lo estuviera adivinando, sino con incredulidad de que esa fuera la verdad. —Escuche con atención— explicó la mujer sonriendo. —Tendrá diez minutos: cinco para observar, escuchar, absorber todo lo que pueda del momento exacto al que será transportado, y cinco para hablar con esa persona clave que se encuentre justo frente a usted. —¿Ha-hablar? Pe-pero… —No sé quién será esa persona, ni si lo reconocerá a usted: cuando su tiempo se agote, volverá aquí, y la persona olvidará que hablaron. —O-oh, entonces, de ese modo n-no se verá afectado el presente, ¿ah? —Así es. Simplemente, no puede hablar con su “yo” del pasado, ni mover ningún objeto de forma notable en lo absoluto. —Comprendo. —Entonces, creo que podemos proceder. —¿D-de verdad? La bruja Lydia rodeó la mesa y le tendió una mano a Oliver para invitarlo a ponerse de pie. Así lo hizo, quedando frente a ella (dándose cuenta que era un poco más baja que él). La mujer tomó entonces la otra mano de Oliver, cerrando sus ojos y empezando a lanzar su hechizo. “Tergum tempus… tergum tempus...” Simplemente creyendo que era lo más adecuado, Oliver cerró sus ojos también, confiando completamente en las palabras que oía. “Viatoribus iter… viatoribus iter...” Lentamente, la bruja fue soltando sus manos, pero Oliver no abrió sus ojos mientras percibió que seguía aún en el presente. “Hauriunt loqui… hauriunt loqui…” Oliver sintió humo acumulándose a su alrededor, y se tensó un momento, preparándose para regresar en el tiempo. “Quis meminit alium obliviscitur.” Aunque percibía al humo rodeándolo como si estuviera sumergido en él, no sintió precisamente que se ahogara. En su lugar, se sorprendió un momento de sentir de pronto un frío intenso, a pesar de que definitivamente no estaba corriendo aire dentro del local de la bruja. Fue cuando se dio cuenta de que debía abrir sus ojos: había sido transportado al pasado, a un bosque cubierto de nieve. Miró a su alrededor y no había nada más que árboles altísimos, algunos arbustos, y muchísima nieve; daba la impresión de que el bosque fuese interminable. No se veía a ningún animal por ningún lado, ni se escuchaba sonido que no fuera el del viento invernal. Al menos, hasta que pasaron unos cuantos segundos. Entonces, Oliver oyó lo que parecía ser la risa de un niño. Y después, su voz. —¡Hermano, hermano! ¡Por aquí! Oliver se aseguró de estar bien escondido detrás dl árbol más cercano, junto al cual, afortunadamente, habían crecido arbustos muy frondosos. La conveniencia de aquel escondite lo hizo preguntarse si tendría que ver con que estaba en ese bosque por arte de magia, o si de verdad era una casualidad. —¡Por aquí hay muchas huellas! La misma voz que había escuchado segundo atrás finalmente estuvo a solo un par de metros de distancia: se reconocía perfectamente a sí mismo en aquel niño, como máximo de unos 13 años de edad. Su mismo cabello negro corto, y sus mismos ojos color miel; ojos grandes, brillantes, alegres, acompañados por una sonrisa carente de preocupaciones que nunca se hubiera podido imaginar fue capaz de portar alguna vez. No es que fuera miserable en su vida actual, en la que de hecho a veces aún se sentía extraño cuando sus adorados amigos rescatados, mayores que él, lo trataban cariñosamente como a un niño; pero no podía evitar inmediatamente sentir una pesadez en su pecho por no tener ya ese algo, lo que fuera, que hacía tan inocentemente feliz a su yo de casi diez años en el pasado. —¡Oliver!— escuchó una segunda voz, llamándolo. —Por favor, no corras así de repente. Entonces, entró en escena alguien a quien no había forma que recordara, pero pudo adivinar que se trataba de su hermano mayor. —Perdón, Noah— respondió apenado el Oliver del pasado. —Pero, ¡mira! Creo que el ciervo debe de estar por aquí. Aquel muchacho debía tener tal vez unos 18 años. Le parecía un tanto impresionante que el hechizo lo llevase a ver a su hermano teniendo la edad que él tenía cuando fue “rescatado”: si se lo pensaba, podría decir que se parecían mucho, con la excepción de que Noah llevaba el cabello algo largo, más de un lado que de otro, sumamente lacio, y que las facciones de su rostro eran más fuertes. —No son animales que suelan esconderse entre los arbustos— dijo el hermano mayor. —Pero hace mucho frío, y estaba cojeando. Seguramente está lastimado ¿no?— preguntó preocupado Oliver del pasado. —Puede ser, aunque no parecía estar sangrando. —Pe-pero… igual podría estar adolorido ¿o no? El hecho de verse a sí mismo a una edad que se balanceaba entre la niñez y la adolescencia, pero portándose notablemente más como un niño, era punzantemente extraño. Desde que se convirtió en Rescatado, estando entre los menores de los que podría llamar su generación de estudiantes (de hechicería), había tratado de limitarse lo más posible en sus comportamientos de adolescente porque se sentía poca cosa al lado de sujetos apenas un par de años mayores que él. ¿Y resultaba que tuvo un hermano cinco años mayor? Y entonces Oliver se dio cuenta de esa palabra clave que atravesó su mente. “Tuvo”. —Sé que estás preocupado por el ciervo, con ese corazón de oro que tienes— dijo Noah, revolviendo levemente el cabello de su hermano menor, quien frunció el ceño y apartó su mano, pero luego se rio un poco. —Pero si lo encontramos solo lo asustaremos. —¿No nos dejaría ayudarlo? ¿Incluso si está herido? —A veces ayudar a otros está fuera de nuestras manos, por una u otra razón, y eso no necesariamente es algo malo. —Tú siempre eres muy bueno ayudando a otros, Noah. Aquello hizo a entender a Oliver adulto que incluso diez años atrás tenía el deseo de poder ayudar a otros, de ser mejor, de ser útil. No era coincidencia que se sintiera honrado de pasar de Rescatado a aprendiz de hechicero, y que pusiera todo su empeño en sus estudios. —Jaja, bueno, me halaga que así lo creas: es que para eso estamos los hermanos mayores. —Pero no hablo solo de…— Oliver del pasado se vio interrumpido por una tercera voz masculina a lo lejos que gritó su nombre, provocando que se tensara, volteando en la dirección de la que la voz había venido. —O-oh no. ¿O-olvidé hacer algo? N-no lo recuerdo. —No te preocupes, Oliver, estoy seguro de que en realidad no es…— empezó a decir Noah, pero se volvió a escuchar el mismo grito. —¡S-será mejor que vaya! Oliver del pasado salió corriendo hacia la voz antes de que Noah pudiera decir nada para detenerlo. Mientras tanto, desde su escondite, Oliver adulto se preguntaba a quién pertenecería esa voz exactamente, y por qué Noah estaría viendo con tanta preocupación a su hermano menor mientras se alejaba. Si se lo pensaba, podía preguntarle, ¿no? Y fue entonces cuando salió de su escondite, haciendo saber a Noah que estaba ahí; y cuando éste se volteó a mirarlo, sus ojos se abrieron de par en par, evidentemente sorprendido, llevándose una mano a la cabeza mientras observaba a Oliver de pies a cabeza. —¿O-Oliver? —…Sí, soy yo. —Pe-pero…— Noah se detuvo a pensar un momento, y luego sonrió con tristeza. —Ah… ¿significa que no estoy contigo en el futuro? —…No— Oliver desvió la mirada. —En unos minutos, no recordarás este encuentro, así que no hay daño en explicarlo: algo va a ocurrir cuando yo tenga 18 años, estaré al borde de la muerte, seremos separados, y olvidaré que alguna vez estuviste conmigo. —O-oh…— Noah se llevó una mano al pecho, para luego soltar una risa cansada. —Puedo… puedo imaginarme… una posibilidad… —¿A qué te refieres exactamente? —No. Si eres el Oliver que yo conozco, no buscaste viajar en el tiempo esperando escuchar lo peor de tu pasado. Oliver respiró hondo, reflexionando por un segundo. Tenía que detenerse a pensar si aquel chico al que no recordaba lo conocía mejor de lo que se conocía a sí mismo. Además, estaba lo que habían dicho las cartas de la bruja sobre regresar al presente con información que no lamentaría haber obtenido. Se sentía sumamente confundido, indeciso, inseguro acerca de sus verdaderos motivos para haber vuelto al pasado. ¿Reencontrarse con su familia era realmente lo que quería? ¿Era por eso que el hechizo lo había llevado a ese punto en su vida? ¿De verdad lo mejor para él era no tener ni la más mínima idea de qué pudo haberlo dejado al borde de la muerte? Sus pensamientos frenaron en seco cuando de pronto Noah lo abrazó, con fuerza, escondiendo el rostro en el hombro de Oliver y empezando a temblar, y sollozar. —¿N-Noah? —L-lo siento…— Noah empezó a llorar. —Y-yo sé que n-no me recuerdas, y acabo de decirte que n-no deberías oír acerca de tu pasado, pe-pero… Me duele muchísimo saber… que n-no puedo ser yo quien te salve… Involuntariamente, las lágrimas también vencieron a Oliver. Le regresó el abrazo a Noah, estrechándolo entre sus brazos, de pronto, aunque no recordaba a su hermano, contagiándose de su inmensa tristeza. De pronto lamentando profundamente la pérdida de aquella familia, de aquella persona que evidentemente se preocupaba mucho por él y le tenía un cariño sumamente inmenso. Le parecía que podía llorar mares justo donde estaba, pero entonces recordó que no tenía todo el tiempo del mundo. —A-ahora tengo que saberlo, Noah— dijo separando a su hermano levemente del abrazo para que lo viera a los ojos. —¿Qué crees que pasará? N-no hay nada que podamos hacer para evitarlo, pe-pero… Tengo que saberlo. Si crees que lo sabes, por favor, dímelo. Noah se limpia el rostro, dudando un momento, aun aferrándose a las ropas de Oliver, como si percibiera que pronto va a desaparecer. —No sé… cuánto tiempo llevas aquí— respondió Noah. —¿Escuchaste la voz de nuestro padre? —Oh. Supongo que pude haber adivinado que esa voz era eso. —Bueno… ¿debería e-entrar en detalles? —…Acaso, ¿quieres decir… crees que él…? —Es tan extraño tener que explicarlo porque de verdad no recuerdas nada— suspiró Noah. —Verás… nuestra madre falleció cuando tú naciste— dijo, y Oliver lo miró horrorizado. —Nuestro padre jamás lo ha superado, y siempre te ha resentido por ello. Incontables veces te he defendido de sus ataques de histeria, los cuales a veces solo son gritos, pero otras veces…— empezó a temblar de nuevo. —Suficiente— Oliver volvió a estrecharlo entre sus brazos. —…Qué impotencia siento ahora, de saber que no puedo interferir en lo más mínimo; pero me alegra recordarlo. Me alegra recordarte a ti. Es lo menos que mereces. Noah iba a decir algo, pero se apartó de Oliver lentamente, desconcertado al darse cuenta de que se estaba acumulando humo a su alrededor. —¿S-se acaba tu tiempo?— preguntó Noah. —Parece que sí. —Oliver, antes de que desaparezcas, quiero que sepas que, si mi destino es morir para que el tuyo sea salvarte, moriré en paz. —Noah…— las lágrimas volvieron a ganarle a Oliver, mientras el humo a su alrededor se hacía más denso. —Espero que formes tu propia familia— Noah también talló lágrimas de sus ojos. —Y sigas viviendo una feliz y larga vida. —Gracias… G-gracias por todo. —Estoy seguro que cuidaré de ti incluso en la otra vida, hermanito. Oliver no pudo decir nada más, pues se le cerró la garganta por el llanto y el humo que lo rodeaba empezó a nublar por completo su vista. Poco a poco, ya no fue capaz de ver los enormes árboles, el suelo cubierto de nieve, ni a Noah frente a él. Se llevó las manos al pecho como si el corazón genuinamente le doliera o hubieran golpeado su interior, cerró sus ojos con fuerza como si así fuera a detenerse el dolor, y se encogió sobre sí mismo sintiendo que se hacía cada vez más y más pequeño. Sintiéndose, de pronto, muy solo. Increíblemente solo. Después, dejó de sentir por completo el helado viento del bosque, y abrió los ojos para darse cuenta de que había vuelto al presente; de que estaba nuevamente sentado en la silla al extremo opuesto de la bruja Lydia, quien lo observaba un tanto preocupada. —¿Se encuentra usted bien, joven Oliver? —S-sí— respondió tallando las lágrimas de sus ojos. —De verdad espero que no haya sido demasiado duro de digerir. —Mentiría si dijera que estaba completamente preparado— dijo poniéndose de pie. —Pero no me arrepiento. —Me alegra oír eso— la mujer se rio un poco. —Espero que sea de los que hablará bien de mí en el futuro. —Le agradezco mucho su servicio— dijo él colocando un pequeño saco casi lleno de monedas de oro frente a la bruja. —Y yo le agradezco mucho la fe en mi brujería. —¿Necesito algún hechizo especial para salir de aquí? —No— dijo la bruja poniéndose de pie para dedicarle una pequeña reverencia. —Que la fortuna lo acompañe, joven Oliver. Él simplemente asintió con la cabeza como último gesto de despedida antes de dirigirse a la puerta. Al abrirla, efectivamente parecía conducir al mismo callejón por el cual había entrado. En cuanto puso ambos pies fuera del local, la puerta se cerró tras él, y al voltear a inspeccionar la reja descubrió que había desaparecido la manija que le había permitido abrirla. Sonrió para sí y salió del callejón. Cuando finalmente estuvo de vuelta en casa, no se sorprendió en lo absoluto de que dos de sus cuatro amigos Rescatados con los que vivía estuvieran esperándole despierto; ninguno de los dos precisamente molesto, ya que adivinaron fácilmente a dónde había ido. Estaban simple y evidentemente preocupados. Principalmente Thomas, que siendo solo el segundo mayor de la casa había adoptado el papel de “amigo mamá” con total naturalidad; aunque Oliver no hubiera apostado a que Thomas lo recibiría con un abrazo. —¡Por todos los cielos! Si tardabas cinco minutos más, iba a tratar de traerte a rastras por medio de algún hechizo que ni conozco. —L-lo siento, Thomas. No quería que volvieran a tratar… —De persuadirte, sí, sí— interrumpió Wesley, el mayor de la casa. —No tienes que contarnos qué viste si prefieres, pero, ¿estás bien? Oliver iba a responder que sí, pero entonces se detuvo a ver a Wesley un momento. Cayó en cuenta entonces que su adorado amigo tenía la edad que su hermano mayor Noah tendría en esos momentos si estuviera vivo. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se apartó por completo de Thomas para abrazar a Wesley en su lugar. Los otros dos quedaron un poco confundidos, pero Wesley estrechó a Oliver entre sus brazos cuando lo escuchó sollozar: no iba a obligarlo a explicarle por qué lloraba ni tampoco le iba a negar consuelo. A pesar de la edad y de Wesley también fuese negro, por sus ojos azul profundo y su personalidad más estoica y conflictiva (comparada de la que pudo percibir de Noah durante los diez minutos que lo conoció), Oliver sabía que Wesley no se parecía mucho a su hermano. Sin embargo, a pesar de que todos en esa casa definitivamente eran su nueva familia, en esos momentos Oliver lloraba al mismo tiempo volviendo a lamentar la pérdida de su verdadero hermano y agradeciendo tener a Wesley, a quien admiraba mucho, en su vida. Pasado un minuto, Wesley invitó a Oliver a sentarse en el sofá junto a él. Sin poder evitar parecer un niño pequeño, e importándole poco, Oliver no se soltó de él. Wesley lo rodeó con su brazo y esperó pacientemente a que se tranquilizara. Mientras tanto, Thomas se sentó en el sofá individual, observándolos con cierta preocupación. Después de un rato, Oliver terminó por quedarse dormido justo ahí, en el sofá, recargado en Wesley. —Lo llevaré a su habitación— susurró Wesley a Thomas, moviéndose muy despacio para cargarlo. —Espero que despierte hasta mañana y se sienta más tranquilo— susurró Thomas como respuesta. Wesley llevó a Oliver hasta su cama, y sacó una cobija extra para cubrirlo con ella. Trató de no hacer mucho ruido con la puerta al salir, y regresó a su propia habitación; que hecho compartía con Thomas, quien estaba aún preocupado por Oliver y no estaba listo para dormir. —Ojalá no hubiera ido solo— le dijo a Wesley. —Creo que el resultado hubiera sido el mismo. —Me preocupa tanto. No lo había visto llorar así en mucho tiempo. —Ya no es el “niño” de 18 años que era cuando fue Rescatado— Wesley se recostó junto a Thomas. —Recuerda no tratarlo como uno. Como si lo entendiera mejor que el resto de sus amigos, Wesley sabía perfectamente que Oliver siempre se había sentido menos al ser el menor de la casa; pero también sabía que había madurado lo suficiente como para solicitar apoyo de quienes lo querían, emocional o de cualquier tipo, cuando lo necesitara sin sentir pena. Si lo hacía al día siguiente, Wesley definitivamente estaría ahí para él, y sin duda Thomas y los otros chicos se sentían exactamente igual.
Me gustó bastante la historia no tan corta (yo soy de esas que escriben capítulos de más de tres mil palabras... ) La verdad fue una historia atrapante, sentí realmente el dolor de Oliver llorando junto a su hermano mayor, al que desgraciadamente no recordaba; me encantó la forma en la que llegó con la bruja y la forma en la que hizo el relativo viaje en el tiempo para llegar a ese momento clave; y la forma en la que terminó, junto a sus amigos, ahora su nueva familia. No encontré fallas sensibles que te quemen los ojos, y el regreso en el tiempo está muy bien redactado siendo la parte central del relato. Muchas gracias por participar y escribir.
Muy interesante la historia, no tengo hermanos pero, realmente sientes nostalgia por el personaje al pensar en que tuvo que olvidar a su familia y todo lo que vivió para poder vivir. Realmente es algo muy triste saber que pudo ver nuevamente a su hermano a pesar que no lo recordaba. Me gustó bastante la historia, la forma en cómo lo escribiste me encantó ya que, le pusiste mucho esmero, se entiende muy bien. Y es muy creativo. ¡Sigue así!