Long-fic Reminiscence [Gakkou roleplay | Colección]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Hygge, 1 Febrero 2021.

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    Hygge

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    Título:
    Reminiscence [Gakkou roleplay | Colección]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    3525
    ¿Qué es esto? ¿Andy ha recuperado la inspiración? Increible. El caso es que voy a empezar a soltar el trasfondo de mis bebos por aquí y voy a empezar por Shawn bc quiero explicar muchas cosas que doy por sentadas pero el resto no sabe jsjs.

    Todo lo que hay en este fic es canon en el universo de Gakkou.






    Origins
    [Shawn's route]



    Debía tener unos diez años de edad cuando me arrancaron de mi trono de oro de golpe y sin anestesia. Vivíamos en Dinamarca, hogar de las últimas generaciones del linaje Amery que seguían rascando dinero y bienes de un trozo de papel polvoriento y desecho. No era un estilo de vida honrable, al menos no tanto como podría serlo ganar dinero con tus propios méritos y no con los de tus antepasados, pero no era como si fuera a quejarme. Mis padres me daban todos los caprichos que podía llegar a imaginar; no había nada que desease y no pasase por mis manos, y terminé por acostumbrarme a esa clase de vida acomodada. Para ese entonces el poder se me había subido a la cabeza lo suficiente como para aislarme en mi podrida burbuja dorada. No tenía sentido mezclarse con el resto cuando no reconocía a nadie más como un igual.

    Solo éramos papá, mamá, Melody y yo.

    Así y todo, incluso dentro de mi mundo idílico no todo podía ser como quería, y solía sentir envidia de mi propia hermana. Era tan frágil y enfermiza que por más que intentase llamar la atención, por más que buscase su constante aceptación, ella solo necesitaba toser para que todos los focos se volcasen en ella. Lo detestaba. Por eso solía molestarla a menudo. Quitarle los juguetes los juguetes o tratar de captar la atención de mis progenitores consiguiendo premios y logros a su costa.

    Solo en esos momentos de gloria me dedicaban el tiempo suficiente como para sentir que valía algo, que no todo lo que tenía era regalado y fue el impulso suficiente, un chute de serotonina tal como para motivarme desde pequeño a realizar deporte. A interiorizarlo y volverlo una rutina. Para canalizar mi frustración, para subirme el ánimo, para volver a rozar mi trono dorado. Lo que fuera.

    Si competía y ganaba recibiría la atención que requería.

    Pero no era más que una falacia, ¿no? Vivía en una mentira.

    La vida tenía otros planes para nosotros y todo cambió cuando Melody… murió. Su salud se tornó tan frágil que ni el asqueroso dinero de mis padres pudo comprar la vida de su preciada hija. Mamá y papá entraron en una depresión horrible, y la sensación de abandono y dejadez tan solo incrementó. Los focos, que habían comenzado a iluminarme de repente se apagaron, de desvanecieron, y volví a quedarme en la sombra.

    A veces, en las noches en las que no podía conciliar el sueño, sentía cierta culpabilidad encima. Por no cuidarla, por tratarla tan horrible cundo se suponía que era su hermano mayor. Que debía guiarla y protegerla. Nunca me culparon por ello pero podía verlo en sus ojos. Esas cosas que se decían sin necesidad de mediar palabra alguna. Podía ver la decepción de que nunca la quise como ellos lo hicieron.

    Seguro se preguntaron constantemente qué hicieron mal.

    Mirándolo en retrospectiva quizás fuese el origen de mi… ¿cómo lo llamaban? ¿Complejo de héroe? Un tanto trastornado, si me preguntaban. ¿Buscando complacer a los demás para sentirme mejor conmigo mismo? ¿Para enterrar mis remordimientos bajo tierra? ¿Era eso?

    Vaya héroe de mierda.

    Hundidos en la más absoluta miseria tan solo lograron encontrar una luz en la palabra de Dios. Desesperados y perdidos, se volcaron en el catolicismo y en el consuelo que la biblia les otorgaba para purificar sus almas corrompidas. Decidieron desprenderse de casi todos nuestros bienes materiales, que creían ya insignificantes e innecesarios, y decidieron empezar una nueva vida lejos, muy lejos de allí. La empresa en la que ingresó papá tenía vínculos en Japón y decidieron que sería un ambiente sano donde criar a su único hijo. Y aunque el cambio fue jodidamente difícil, aunque se sentía erróneo… me alegraba que por primera vez se centrasen en mí, y solo en mí. Pero el hecho de tener que mezclarme con otras personas a su misma altura me seguía pareciendo extraño y fuera de lugar. No había sido educado para algo así, y no era algo que fuese a desaparecer de golpe.

    Pero fui acostumbrándome lentamente. A dejar de observar el mundo por sobre encima de mi hombro.

    La empresa de papá marchaba bien y pronto le ascendieron en el trabajo. Ahora era jefe de toda una cuadrilla y solía acompañarle a las reuniones de vez en cuando, en las ocasiones donde nadie podía quedarse a mi cuidado. Eran hombres de lo más peculiares, pero recordaba a la perfección al más excéntrico de todos; tenía el cabello oscuro y el flequillo, curiosamente, albino. Como yo. Un gen hereditario. Era alto, de complexión robusta y mirada firme. Tenía una risa estridente que me ponía de los nervios pero a papá le causaba gracia. Se volvieron buenos amigos y pronto supe que vivía en una granja a las afueras, criando toda clase de ganado y viviendo de la tierra. La sola idea me causó escalofríos, tener que mancharme las manos de esa forma.

    Y casi como si me leyesen el pensamiento, no pasó mucho tiempo hasta que fuimos a visitarla.

    El excéntrico hombre tenía tres hijos a su cargo. Su esposa había muerto por una complicación en el embarazo de su último hijo, por lo que debía hacerse cargo del cuidado de la granja de la familia con ayuda de los mayores si deseaban traer sustento a casa. No me sorprendió conocerlos, eran un maldito calco de su padre. Bestias enormes que parecían sacados del paleolítico. No pude evitar torcer una mueca cuando apreté sus manos a modo de saludo, sintiendo varios huesos resentirse en el proceso bajo la capa altiva de niño bien. Los chistes estúpidos y las risas vivarachas llenaron al completo la estancia de los vikingos y fue entonces cuando mi mirada conectó con los orbes azules de alguien más, en quien no había reparado hasra entonces.

    Un niño pequeño y escuálido, de unos siete años de edad. Su presencia era tan silenciosa que pasaba desapercibido por completo. Sentado en una esquina, dibujaba y escribía sobre un cuaderno desgastado, sumergido por completo en su mundo. No pude evitar observarlo un largo rato, preguntándome aué estaría haciendo. Era tan diferente al resto de cromañones que me pregunté si realmente compartía lazos sanguíneos con esos esperpentos. Pero el color de su cabello lo delataba.

    Blanco y negro. Como el de su padre.

    Alcé la mirada hacia el señor Shirai al escucharlo hablar, con aquella voz grave tan suya y tan horrenda, y mi ceño se frunció apenas.

    —Tomad asiento, no seáis tímidos. Eh, niño —Para mi sorpresa se estaba dirigiendo a su hijo. Sacudió la mano como quien aparta una mosca antes de volver la vista al resto—. ¿Por qué no te vas a seguir con tus garabatos al cuarto? Deja a los mayores sentarse.

    —No es necesario, Shirai-kun —alegó mi padre de inmediato, intentando quitarle hierro al asunto. Le dedicó una sonrisa liviana al niño—. No molesta en absoluto.

    Pero no iban a dejarlo estar, ¿no? Pronto fue uno de los hermanos el que habló.

    —Pero si ya se iba, ¿no es así, Yule?

    El pequeño le sostuvo la mirada en silencio a su hermano, con una seriedad impropias en un niño de su edad. Cerró el cuaderno, bajó de la silla de un salto y se marchó. No replicó, no se inmutó y me pregunté si era obra de la propia costumbre, de leer el ambiente con una facilidad irrisoria o si era estúpido a secas. Lo seguí con la mirada antes de que mamá me obligase a tomar asiento también.

    Lo cacé al vuelo, ¿no? El favoritismo inherente en aquella familia del desastre. Lo vi en los repartos de habitaciones, en los juguetes, en los gestos implícitos de cada uno. Quizás no había palabras, no había insultos ni ninguna clase de agresión física, pero no eran necesarias para hacerte sentir como la mierda. Lo veían como un intruso. Solo porque no era como el resto. Su complexión escuálida rodeado de orangutanes, su carácter retraído en comparación de los vivarachos hombres. Al parecer por lo que nos contó el hombre, era un calco de su madre. La única persona que podía comprenderle ya no estaba con ellos. Ni siquiera había podido conocerla. ¿Así se sentiría ser la oveja negra de la familia?

    Quién lo diría. Si tendríamos algo en común y todo.

    Los meses transcurrieron y las visitas a la granja se hicieron cada vez más frecuentes. Se volvió algo así como un lugar de reunión y solía esperar fuera, jugando con la pelota en el césped u observando a los animales. En varias ocasiones los hermanos mayores quisieron sacarme conversación pero los evitaba con educación; sencillamente no los soportaba. En cambio el más pequeño, Yule, se paseaba entre los animales y ayudaba en las labores como bien podía a pesar de su torpeza natural, siempre con su libreta a mano, y no podía evitar observarle con disimulo de vez encuando. Dibujaba, escribía de todo allí dentro y volví a cerrarlo, como si en su interior ocultase el tesoro máa valioso.

    Una vez, mientras echaba de comer a las gallinas, logré echarle un vistazo al polvoriento cuaderno, dejado sobre un montón de heno. Me sorprendió ver dibujos de diversos instrumentos en distintos tamaños y perspectivas. La caligrafía burbujeante y el dibujo vago me recordaban a los niños de su edad pero aquellos objetos, aquellos inventos, no lo eran ni por asomo. Distinguí un sistema de riego, una carpa de plástico, incluso un reloj natural para alimentar a los animales. Hubiese seguido reparando en ellos pero alguien terminó por descubrirme con las manos en la masa y di un respingo del susto.

    Los orbes azules de Yule se entrecerraron con evidente crispación y abrazó el cuaderno contra su pecho. Gritaba desconfianza por cada poro de su ser, como un gato arisco.

    —…Eso es mío —me espetó, y a pesar del enojo la voz le tembló ligeramente. No parecía contar con demasiada seguridad en sí mismo, y no es que intimidase demasiado. Viendo el panorama, no me extrañaba en lo absoluto que su autoestima estuviese por los suelos.

    Detuvé la pelota con el empeine antes de volver mi mirada hacia él.

    —Molan. Los inventos de tu cuaderno —halagué, de forma bastante vaga, señalándolo con el mentón. Recogí la pelota y comencé a botarla con las rodillas, inquieto como yo solo—. ¿De dónde has sacado las ideas?

    El crío pareció parcialmente sorprendido, como si no estuviera acostumbrado a los cumplidos o algo así. Me miró durante unos segundos, analizándome en silencio antes de volver a hablar.

    —De los libros.

    Bueno, vaya respuesta vaga, enano.

    —¿Eh~? ¿Lo estás dando en el colegio? Experimentos de ciencias y esas cosas aburridas.

    La chispa de la duda cruzó su semblante y dudó unos instantes más. Para ese entonces había vuelto a captar toda mi atención, como siempre. No sabía qué tenía pero se me hacía intrigante.

    —No voy al colegio.

    Parpadeé, confuso, y la pelota cayó al suelo poco después. ¿Cómo que no iba al colegio? Podía entenderlo de sus hermanos, con esas pintas de analfabetos, pero él se notaba diferente. Mucho más culto en comparación. Quizás las circunstancias lo habían obligado a ser autodidacta, pero no dejaba de ser un caso de lo más curioso. Algo similar a la lástima cruzó mi rostro y pareció notarlo con una claridad abrumadora porque todo rastro de curiosidad se desvaneció, y frunció el ceño ligeramente. “No necesito tu compasión”, casi pareció decirme. Dio media vuelta y se marchó.

    Y yo me encogí de hombros, sin más, y seguí jugando con la pelota.

    Pero mi interés seguía allí. A veces ponía la oreja en casa cuando hablaban de la familia, y terminé por enterarme de que no tenían la ayuda suficiente como para pagar los estudios de todos, y necesitaban ayuda extra durante la ausencia de la enorme jornada laboral del padre, así que Yule tuvo que prescindir de la escuela para ayudar en casa. Eso sonaba injusto lo viera por donde lo viera. Estaba seguro de que si hubiesen sabido desde el principio el potencial que aquel niño guardaba, se hubieran dado cuenta de la estúpida inversión que estaban haciendo.

    Pero, de nuevo, no era mi problema.

    Al parecer no fui el único que había empezado a sentir cierto interés por el menor de los Shirai. Mis padres a veces intentaban entablar conversación con él, le llevaban cosas y pondría la mano en el fuego para asegurar que veían en él el reflejo de su hija fallecida. Esa apariencia débil, la timidez, la introversión. Y de nuevo regresaron los jodidos celos, haciendo que parte de mi interés se rompiese de cuajo.

    El tiempo pasó pero jamás imaginé que algo así sucedería. Que mis padres llegarían a proponerle al hombre cuidar de él y llevarle al colegio. Brindarle los estudios y el cuidado que no podía darle en sus horas ocupadas. Hacerle un favor que no podía rechazar. Y claro que no lo rechazó. Su propio hijo le traía sin cuidado y una boca que alimentar fuera de juego era una preocupación menos. Y así, poco a poco y con más y más favores, el niño fue haciéndose un lugar en mi casa. Hasta que lentamente le dejaron caer la idea de adoptarle, ganaron su custodia con una facilidad irrisoria y se instaló en mi familia al año siguiente.

    En hogar.

    Y de nuevo, mis padres eran felices.

    De nuevo tenían a alguien en quien volcarse y me pregunté qué pasaba conmigo. Qué les había hecho yo para recibir tal indiferencia de su parte. Y toda mi ira y frustración las terminé pagando con el pobre Yule. Podía verlo, el esfuerzo titánico que empezó a hacer para intentar poner en manos de otros su corazón con la esperanza de que no lo rompieran en pedazos de nuevo. No estaba preparado para volver a ser rechazado de nuevo, como lo había hecho su primera familia. No merecía la fría indiferencia por la que se había movido en su anterior hogar pero se la regresé, se la regresé porque de alguna forma debía canalizar todo lo que sentía.

    A veces el deporte no era suficiente. No me cansaba lo suficiente.

    Y me desbordaba.

    Con el tiempo empezó a acudir a la escuela a la que yo iba. Mis padres querían que lo acompañase y ayudase a adaptarse de nuevo al ambiente escolar pero les guardaba demasiado rencor como para mover siquiera un dedo en su favor. De modo que lo abandoné a su suerte, a aquel diamante en bruto que era incapaz de adaptarse y que yo mismo había comprobado parte de su verdadero valor. Lo hice a pesar de ser un incomprendido de fábrica. Lo vi solo en los recreos, en el almuerzo y aún así, cuando sentía algo similar a la lástima, sus notas y matrículas de honor colgadas en la nevera al regresar a casa me disuadían de siquiera querer intentarlo.

    Pero en el fondo, muy en el fondo, quería hacerlo.

    Ayudarle.

    Hasta que un buen día los vi. El cielo se encontraba cubierto de una capa gris y sabía que estaba a punto de llover. Había terminado la jornada y estaba por bajar las escaleras cuando divisé a un grupo de críos alzando el preciado cuaderno de Yule al otro lado de la ventana, en un rincón algo apartado del patio. Cada vez que intentaba recuperarlo lo empujaban y todos los músculos de mi cuerpo se tensaron cuando cayó de espaldas contra el suelo en una de las ocasiones.

    Lo vi.

    El tono pretencioso, la mirada por sobre encima de su hombro.

    Y de repente sentí asco de verme reflejado en uno de esos cabrones.


    —Así que es aquí donde guardas todas tus trampas, ¿no? —se mofó uno, lanzando y atrapando el cuaderno en el aire—. No hay otra forma de explicar que siempre saques esas notas, cerebrito.

    —¿Qué es lo que pone? —se carcajeó el otro, y cuando el pequeño intentó levantarse colocó el antebrazo contra su pecho—. Quédate quieto o quemamos el cuaderno, enano.

    Basta.

    —¡No! —gritó, desesperado, las lágrimas acumulándose en sus cuencas—. ¡Devuélvemelo!

    He dicho que pares.

    —A ver, a ver~ —El cabecilla comenzó a abrirlo, e hizo una mueca antes de agitar el libro. Por supuesto que no comprendió nada, era demasiado estúpido como para entenderlo—. ¿Qué mierda es esta? Trae el mechero, idiota. Hora de calentarse un poco las manos.

    No te atrevas a tocar una sola hoja de ese cuaderno hijo de perra.

    Fue un chispazo. La mecha se acortó, la ira me recorrió todo el cuerpo y todo se fue a negro. Cuando quise ser consciente me había abalanzado contra el niñato pretencioso, zarandeándolo de un lado al otro por el cuello de la chaqueta, y estampé mi puño en toda su nariz. Se llevó las manos al rostro notando un hilillo de sangre, y de no ser porque me faltaba el aire me habría reído en toda su cara. El brillo burlón había desaparecido por completo de sus ojos y me encargaría de que no regresase. Pero el muy cabrón no estaba solo, fue mi gran error y los otros dos se abalanzaron contra mí antes de poder siquiera zafarme.

    Vinieron de todas partes. Golpes, patadas, arañazos. Intenté sacármelos de encima pero me sostuvieron con fuerza. A pesar del terror que le paralizó las piernas, Yule fue capaz de correr en busca de un docente, en un movimiento bastante inteligente de su parte, y me salvó de haber recibido muchos más golpes de los que recibí en principio. No recuerdo demasiado, sé que en algún momento me levantaron y me llevaron a dirección, donde llamaron a todos nuestros padres, pero tenía algunas lagunas de por medio. Lo que sí recordaba con claridad era la expresión apenada del niño mientras volvíamos en coche a casa. Me habían suspendido un par de días junto al resto solo por ir a defenderle, probablemente se sintiese culpable.

    Pero yo en cambio no me arrepentía de nada.

    Lo noté por el rabillo del ojo dejar el cuaderno a un lado en algún momento y me extendió una lata de refresco que había comprado en la máquina, colocándolo con suavidad contra mi mejilla. Abrí los ojos, sorprendido por el repentino gesto, pero terminé por dejarme hacer. Estaba demasiado cansado de por sí como para poder negarle nada.

    —Gracias —suspiré, inclinando la cabeza hacia atrás para poder mirar al techo. Un poco por hacer la tontería volví a sacar a colación el tema, con una ligera sonrisa—. Creo que me merezco ver por fin lo que hay en el cuaderno, ¿no? Digo, soy su salvador, técnicamente.

    El niño me miró, como si intentase ver algún rastro de burla en mis ojos, algo que le indicase mis intenciones, pero era un sentimiento puro y genuino el que me motivó a hacerlo. Lo supo, porque abrió el cuaderno con su mano libre poco después, un tanto reacio al principio, y volví el rostro apenas para verlo de reojo.

    Jamás supe que fui la primera persona a la que le dejó verlo.

    ¿Lo había sospechado siquiera?


    —…De mayor quiero ser inventor —me confesó, en un hilillo de voz mientras pasaba las páginas, sin volver la cabeza hacia mí y mi sonrisa se extendió, con algo que rozaba la ternura. No había solo útiles y herramientas de granja, también pequeños utensilios del día a día, todos cargados de una imaginación portentosa y bastante infantil, debía admitir. Solo había que ver esa silla con seis patas plegables.

    Y es que en el fondo, por más que su mente no encajase con su edad, no dejaba de ser un niño.

    Cerré los ojos, y fui consciente al fin de que toda la ira, toda la frustración acumulada ya no estaba. Su sola presencia de alguna manera la disipaba. Me agradaba el crío, lo supe desde el primer instante y el hecho de que pareciese darme una ligerísima parte de su confianza me devolvió con más fuerza la idea de que lo que acababa de hacer merecía completamente la pena.

    Me había ensuciado las manos por alguien más, había tirado por la borda mi estúpido elitismo. Joder, incluso me había rodeado de cabras y vacas y salí apestado de abono.

    La pregunta era...

    ¿Lo volvería a hacer?


    —Yo le veo futuro —comenté sin más, abriendo uno de mis ojos para verle. Pareció satisfecho, porque asintió ligeramente con los labios apretados y siguió mostrándome las cosas con detenimiento.

    Sonreí.

    Una y otra vez.

    Y me prometí entonces que nadie más volvería a ponerle un dedo encima.

    Porque era su hermano ahora.
     
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    Reminiscence [Gakkou roleplay | Colección]
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    Drama
    Total de capítulos:
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    3761
    Antes de nada gracias por aventarte el tocho Neki assajdhks <3 Realmente uso esto para ayudarme a conocer a mis propios personajes y mantenerme escribiendo más a menudo, no pretendo que nadie se lea 4k (???)

    En fin, esto sucede la noche del jueves 9 de abril in rol.





    Dead Ends
    [Shawn's route]

    Las costumbres podían ser tan difíciles de perder a veces. En el caso de las saludables suponía más una ventaja que otra cosa. Crear rutinas de trabajo, de ejercicio, de organización. En el caso de las malas requería una estúpida fuerza de voluntad.

    Y de esa apenas me quedaba.

    Recorrí las iluminadas calles del barrio de Shinjuku como si conociese el recorrido como la palma de mi mano. Los concurridos restaurantes, el recreativo con las letras del panel fundidas; los sinuosos callejones que discurrían hacia su derecha. El bullicio del gentío y el olor a humo y alcohol se incrementaban a medida que me acercaba al local clandestino de turno. Con el último negocio echado a perder por el chivatazo de algún idiota había tenido que prescindir de las apuestas durante largos meses, pero ahí estaba. El sucesor del casino ilegal para menores de edad donde idiotas como yo iban a despilfarrar el poco dinero que les quedaba.

    Un par de contactos fiables, un poco de reputación y me cedieron la entrada en cuestión de segundos. Reconocí a miebros veteranos y a estafadores natos con los que ya había tenido algún percance entre el océano de luces y sombras. Debía admitir que no se lo habían montado nada mal. El local era pequeño y reservado; solo permitían el paso a personas de confianza que evitasen poner en riesgo su confidencialidad. Diversas mesas de juego se disponían en torno a varias salas, en su mayoría de póker o bakará. Algunas máquinas recreativas adornaban las paredes del fondo y, cómo no, la indispensable barra de copas no podía faltar.

    Me interné hacia el bartender sin atender demasiado a mi alrededor, y aguardé apoyado en la barra hasta dar con la persona que esperaba. Con un gesto el encargado no tardó en servirme una copa. No era de darme a los vicios; de hecho evitaba el alcohol, las drogas o el tabaco en la medida de lo posible debido al estricto régimen deportivo que había seguido siempre. Siempre pensé que era un sacrificio por un bien mayor. Ahora me daba cuenta de lo idiota que había sido todo este tiempo. Si estaba allí contradiciendo todos mis principios y volviendo a mis vicios era por la misma razón.

    Ya no tenía nada que perder.

    Cuando el hombre regresó con dos copas en lugar de una le dirigí una mirada desconcertada. Este señaló una de las mesas, donde un grupo de chicas se reunía en torno a una partida. Una de ellas me sonrió, coqueta, y siguió fingiendo que hacía algo relevante en la mesa. Yo simplemente le devolví la sonrisa por cortesía antes de agradecer al hombre y llevarme la copa a los labios.

    Fue en ese entonces cuando una palmada en la espalda me tomó por sorpresa, y tosí antes de dirigirle a Ryuji, el idiota que esperaba, una expresión de circunstancias. El tipo me sonrió, despreocupado, y no tardó ni dos segundos en pedir una copa para él. Noté un nuevo tatuaje en su cuello pero no añadí nada.

    —Tan efusivo como siempre, por lo que veo.

    —Ah, pero qué frío, Shawn —se llevó una mano al pecho con fingido pesar—. Casi parece que no me extrañaste.

    —No lo hice.

    El tipo ignoró la respuesta y se recargó en la barra, observando la mesa de enfrente cruzado de brazos. La sonrisa no desapareció, más bien creció al observarme de soslayo.

    —Estás perdiendo facultades. ¿El sindicato deportivo también os obliga a castraros o algo así? —Soltó una risotada estridente que me arrancó un suspiro pesado—. Si no te la tiras tú me la tiro yo.

    Algo en aquel comentario me tocó los cojones más de lo que solía hacerlo, y no comprendí en dónde radicaba la diferencia esa vez. Después de todo no había sido muy distinto años atrás. Y aún así, ¿siempre había sonado tan asquerosamente cosificador? ¿Había cambiado el rostro de Laila por el de la chica sin ser consciente? Había que tener huevos.

    Dejé el vaso de cristal sobre la mesa y apoyé los codos a mis costados, observando la partida que se llevaba a cabo cerca. Alguien tenía en su poder una escalera de color; difícil de superar eso.

    —Que te jodan. No tengo la cabeza para pensar en eso ahora.

    —Suenas como un puto adulto —Su tono adquirió cierto rechazo, algo de seriedad si se quiere—. ¿Qué coño te pasa, a todo esto? Creí que dejarías las apuestas de manera definitiva. ¿No deberías estar entrenando para las finales?

    El tipo no tenía idea de nada y aún así dio en el puto clavo. El rostro se me tensó por inercia y solté un gruñido bajo, sin atreverme a mirarlo siquiera.

    —Me la denegaron.

    La carta que recibí en la mañana, antes de las pruebas físicas.

    La beca deportiva. Rechazada.

    La razón por la que me atrincheré en el maldito club de esgrima porque no quería que nadie me viese la puta cara de inútil que me cargaba encima.

    Porque eso era, ¿no? Un inútil.

    Por eso perdí en lo único para lo que parecía haber nacido.

    Ryuji me dirigió una mirada extraña. No supe si vi incredulidad o compasión en ella. Y lo odiaba. Era la principal razón por la que no le soltaba mis problemas a nadie.

    Hasta que explotaba.

    —¿Huh? Pero aún tienes tiempo para echar otras, ¿no?

    —No hay demasiadas becas deportivas de por sí en Tokyo. Suficiente que podía aspirar a una —Me llevé las manos a los bolsillos y cerré los dedos en un puño. Tenso, tan tenso que podría partirme en dos—. ¿Qué se supone que deba hacer ahora? Me dejé la vida en eso. Era lo único a lo que aspiraba.

    —Deberías haber tenido un plan b —me dijo, y a pesar de arrugar el gesto porque lo que menos necesitaba ahora era que me soltasen sermones, sabía bien que tenía toda la razón. Pero había sido un ególatra de mierda, ¿cierto? ¿Por qué iba a fracasar en algo?

    Fracasar no estaba en mi vocabulario.

    Hasta que la realidad me la enseñó a la fuerza.


    >>Seguro eres bueno en algo. ¿Biología? ¿Literatura? ¿Tecnología?

    Negué con la cabeza.

    —Tengo demasiada materia atrasada por culpa de los entrenamientos. Me quitaban horas de estudio con tal de cumplir con los campeonatos.

    —Uh... —Soltó una ligera risotada, y volvió a golpear mi espalda—. Es oficial: estás en la mierda —Me llevé de nuevo la copa a los labios y me la bajé de golpe—. Y ahora aprovechas que no tienes limites para excederte. Estás jodido hasta el cuello de mierda, amigo.

    —Dime algo que no sepa —dejé el vaso en su lugar y me aparté de la barra tras pagar. Ryuji me siguió con pasos perezosos, cargando aún su copa a medio vaciar—. Al menos intentaré no acabar como tú. Vamos.

    Enarcó sus cejas con escepticismo, siguiéndome de cerca.

    —¿Estás seguro de querer gastar tus ahorros en esto? —se encogió de hombros sin más. Desde luego que pintas de niñera moralista no tenía—. As you wish.

    Lo bueno de que aquel lugar fuera un antro reservado era que las salas de juego no escaseaban. Nos dirigimos hacia una de las mesas de póker que estaban siendo desalojadas y observé el intercambio entre uno de los jugadores y un camarero que pasaba casual por allí. Las miradas cómplices y, por qué no, la pasta que aflojó de su bolsillo parecían gritar a los cuatro vientos que había estado haciendo trampas, pero apenas reaccioné cuando pasaron más que con un vistazo rápido, desentendido. No estaba en el mood de hacer las veces de héroe, y quizás le ayudaba a espabilar a la víctima de turno, como me había sucedido a mí. El tipo que había perdido debía ser bastante estúpido para no haberse dado cuenta, dado que muy sutil no parecía ese dúo.

    Tomamos asiento e invitamos a otro dúo a jugar. Las partidas solían sacar todo su jugo con cuatro jugadores o más, y ya me conocía demasiado bien el juego arriesgado y los faroles de Ryuji como para disfrutarlo como se debía. Nos barajaron las cartas, escogimos las fichas que apostar inicialmente y estaba por tomar mi baraja cuando noté, casi como un espectro danzando en el juego de luces, una silueta familiar. Un chico de cabellera albina y orbes de resina dorada y podrida que me distrajeron por un efímero instante.

    —¿Todo bien?

    La voz del chico llamó mi atención, pero cuando volví la vista hacia el lugar, ya no estaba.

    —Sí —Me adecenté el cabello con la mano libre, volviendo lentamente al juego—. Empieza robando tú.

    Pero no fui el único que se dio cuenta de ello. Ni siquiera parecía estar solo. Ryuji endureció su expresión al notar otras sombras, otras siluetas acechando el local. Nos dirigían miradas casuales, o al menos pretendían serlas, porque estaba claro que buscaban ser vistos.

    Que supiéramos que estaban allí.

    Acechando por una nueva presa.


    El rubio se pasó una mano por la nuca, en un claro gesto de incomodidad. Mientras el resto de participantes pensaban su movimiento se inclinó ligeramente hacia mí, sin sacarles la vista de encima. Que rondasen las salidas solo me tensaba más y más. ¿A qué coño estaban jugando?

    —Esos buitres —masculló entre dientes—. Deben estar buscando sacarle deudas a algún pobre desgraciado.

    La banda de Astaroth.

    Solían merodear zonas de juego, e invertían en el negocio prestando dinero a cambio de ser devuelto con pequeños intereses. Varios pobres diablos caían en sus fauces y terminaban arruinados y con horribles deudas que pagar. Yo había sido parte de ellos durante un tiempo. Sabían de mis tendencias al juego, de mi ludopatía y lograron engatusarme en mis horas más bajas, porque eran esas en las que aquel vicio alcanzaba sus niveles máximos e insostenibles. Donde podía perderlo absolutamente todo, y cerca había estado de hundirme en la mierda en más de una ocasión.

    Mi estúpido ego, mi orgullo y mi competitividad habían sido un peligroso caldo de cultivo para jugar conmigo a su gusto, me habían tenido comiendo de la palma de su mano durante un tiempo. Pero había pagado todas mis deudas. O casi todas, de hecho.

    >>Eh, Shawn —Volvió a captar mi atención, y le dirigí una mirada significativa—, ¿no le debías dinero aún a Astaroth?

    Y entonces lo recordé.

    La conversación con Zuko en los baños del Sakura. La cita a la que nunca acudí. Aquella donde preferí estar con Laila.

    >>¿Shawn?

    Y entonces lo entendí todo.

    Me levanté con movimientos lentos y cuidados, calculando cada uno de mis pasos con una precisión absurda. Dirigí miradas cautelosas a las salidas, sin mostrar un ápice de duda o temor a pesar de que el corazón había empezado a laterme desaforado en el pecho. Sabía de sobra a quién buscaban. Y no les iba a dar ese placer.

    No de nuevo.

    —Mueve el puto culo —le susurré, casi ordené al tipo a mi lado. No le dirigí la mirada a pesar de que este buscó la mía con severidad. El resto de chicos nos miraron con visible confusión—. Tenemos que irnos de aquí. Ahora.

    Pareció captar mis intenciones, el tono demandante en mi voz porque dejó las cartas sobre la mesa, y tras una disculpa vaga y casi risueña solo por montarse el teatro me siguió de cerca hacia la salida. Comenzamos a perdernos entre las personas del local, a fundirnos con las sombras y el humo, sin sacarles la mirada de encima a los depredadores en ningún momento. Buscamos camuflarnos, perdernos de vista lo suficiente para poder salir de aquel cepo de caza, de aquella emboscada repentina.

    Estaba claro que buscaban el conflicto, y a pesar de que ambos estábamos dispuestos a encararlos no éramos estúpidos. Nos superaban claramente en número.

    Uno de los guardas de seguridad revisaba con detenimiento las entradas, apoyado en la puerta de repente, y vi con claridad nuestra mejor vía de escape. El ayudante de Zuko nos notó, pero no pudo hacer nada con aquella repentina visita, lo sabía bien. Se alejó, dirigiéndonos una sonrisa ladina antes de perderse entre las personas. Probablemente no tardase ni dos segundos en avisar al resto de la huida de su querida presa.

    Echamos a correr entre callejones laberínticos, sin dejar de echar la vista atrás. Los focos de personas disminuían y a pesar de que dificultaban el camino, eran preferibles. Un callejón vacío era un completo suicidio, lo sabía bien. Pero nos superaban en número y ello les daba la facilidad de cortarnos innumerables salidas, cientos de vías de escape. Podía sentirlas, las jodidas miradas posadas en mi nuca, los ojos destellando en la oscuridad, acechando en silencio. A pesar de perderles la vista en varias ocasiones, a pesar del alivio de Ryuji no me confié en ningún momento.

    Solo debíamos llegar al metro, era lo suficiente concurrido incluso un jueves por la noche como para no suponer una amenaza. Logramos perderlos de vista, tomando desvíos entre parques y pistas, haciendo gala de nuestra destreza física y nuestros años en atletismo en la secundaria. Nuestras respiraciones corrían agitadas, el sudor frío perlaba mi frente y la adrenalina discurría por mis venas como hacía tiempo que había dejado de sentir.

    Repententínamente, al ver las luces del metro, volví a hacerlo. A sentirme un puto imparable, invencible. Ryuji soltó un grito de júbilo, viéndose en la línea de meta y compartí una sonrisa breve, fruto de la tensión acumulada del momento. Rocé la meta con los dedos, la miel en los labios. Pero como sucedía con el cuento de la liebre y la tortuga, confiarte era tu perdición.

    Y había vuelto a caer en el saco.

    Aparecieron rodeando la boca del metro. Primero uno, dos. Luego cinco. Parecían haber estado agazapados, previendo perfectamente cuáles serían nuestros movimientos. El metro más cercano de Shinjuku era ese, después de todo, la mejor vía de escape para salir de su territorio. Detuvimos nuestros pasos y escuché a mi acompañante chasquear la lengua, apretando los puños con furia. Sintiéndose atrapado, impotente.

    Mi mirada se posó en el cabecilla del grupo. El traje blanco e impoluto, los orbes felinos resaltando en mitad de la oscuridad.

    La sonrisa, la jodida sonrisa de lobo.

    Era un callejón sin salida.

    —Mierda —gruñó Ryuji—. ¿Tantas ganas tenéis de que os partamos esas caras de mierda, gilipollas?

    —Ryu, cierra la boca —le atajé con celeridad. El cabrón solo iba a remover el avispero más y más. Intenté mostrarme impasible al dirigirme hacia Astaroth—. Zuko, ni él ni tu cuadrilla tiene nada que ver en esto. Son nuestros asuntos.

    —Me temo que así no funcionan las cosas en este mundillo, principito —respondió, y no me hizo falta ver su rostro para notar la diversión, la clara carga jocosa en su voz—. Creo que sabes bien por qué estamos hoy aquí, ¿me equivoco?

    —Parece que tenemos un príncipe corrupto entre nosotros, ¿huh? Qué raro —se mofó otro de ellos, haciéndome hervir la sangre en las venas de nuevo.

    Otra vez ese estúpido apodo del desastre. Apenas podía contener las ganas de irme encima y partirle la cara, pero no cometería ese error dos veces. Ya había preocupado a Yule, no iba a hacerlo de nuevo. Extendí mi mano, rozando el pecho de Ryuji antes de que se abalanzase en mi lugar, y le fulminé con la mirada antes de volverla hacia Zuko.

    —Escucha, sé que aún te debo algo. Han surgido una serie de inconvenientes, pero te lo devolveré con intereses —afilé la mirad azul, oscurecida bajo la luz de los focos, sin apartar el contacto visual en ningún instante—. Dame algo más de tiempo.

    Astaroth negó lentamente con la cabeza, ojos cerrados, y chasqueó la lengua mientras balanceaba su dedo como un péndulo. Comenzó a caminar, rodeándonos lentamente, y todos mis sentidos se mantuvieron alerta más que nunca.

    Estaba jugando con nosotros.

    Podía verlo en sus ojos.


    —Soy un ser bondadoso, terriblemente bondadoso, Amery. Pero mi paciencia tiene un límite —al abrir los ojos una chispa peligrosa se encendió en sus ojos. Ladeó el rostro—. Te di una alternativa, ¿recuerdas? Y la rechazaste. Ahora solo te queda lidiar con las consecuencias, me temo.

    El círculo comenzó a reducirse a nuestro alrededor, y apreté los puños por inercia, tensando la mandíbula.

    >>Dadme todo lo que tengáis encima. Los dos.

    Abrí apenas los ojos, e intercambié miradas rápidas con Ryuji. No me importaba hacerlo, no dados ese caso, pero en su cabeza pasaban otro tipo de planes. Podía verlo en su mirada entornada, en la expresión desfigurada por la rabia.

    —Te lo devolveré luego —le aseguré, apremiante. Pero apenas pareció escucharme. Mierda, mil veces mierda—. Ryuji. No hagas ninguna locura. Ryuji.

    El idiota soltó una risotada vacía y áspera, anticipando sus intenciones, y la sangre se me heló en las venas.

    —Ni de puta coña.

    —¡Ryuji!

    Apenas pude ver sus movimientos; se lanzó hacia Zuko con el puño cerrado, y el golpe impactó en su mejilla con contundencia. Astaroth retrocedió, acariciando la zona herida, y no necesitó una orden para que el resto se abalanzase hacia él. Actué por mero impulso; traté de inmovilizarlo, apartarlo de la escena. Encajé un golpe contundente en la quijada de uno, apartándolo a tiempo, pero no logré prevenir el puñetazo que impactó cerca de mi ojo, haciéndome trastabillar. Me golpearon, me apalearon pero antes de poder siquiera sacar al idiota de allí, fue el propio Zuko el que detuvo la guerra que tenía todas las de ganar.

    Adolorido, con un ojo entrecerrado y la sangre deslizándose por mi rostro le dirigí una mirada de desconcierto. Por suerte había logrado devolver a Ryu a su eje, porque pareció comprender a base de golpes que aquello no iría a ningún lado.

    Jodido imbécil estaba hecho, por dios.

    —Suficiente —sentenció, dando media vuelta sin apenas reparar en nosotros. Como si fuéramos mera escoria a sus ojos. Apreté los dientes, furioso e impotente, y recibí sus ojos entonces de soslayo. Congelé mis movimientos en el acto—. Agradece que tu ángel de la guarda pidió clemencia por ti. No tientes a la suerte de nuevo.

    Lentamente, y con visible rechazo los demás tipos se fueron alejando, escupiendo a nuestros pies o dirigiéndonos insultos a los que apenas presté atención. Las palabras aún rebotaban en mi cabeza, me lanzaban punzadas dolorosas y el mundo a mi alrededor comenzó a parpadear.

    Le eché una mano al hombro de Ryu, limpiándome la sangre con esfuerzo. Debía tener el ojo amoratado de seguro. Por suerte era demasiado tarde y todos andarían dormidos en casa.

    —Vamos —le insté, a lo que accedió con un gruñido seco.

    Si al menos hubiese sabido que Agnes era una Astaroth. Si supiese que le había pedido que me dejase tranquilo y era gracias a ella que estábamos bien, ¿cómo habría reaccionado?

    No lo sabía.

    Quizás era mejor no hacerlo.



    ***



    Las manos aún me temblaban ligeramente cuando metí la llave en la cerradura de casa. Tal y como suponía las luces estaban apagadas; mis padres y Yule debían haberse ido a dormir hace tiempo. Cerré con cuidado, dejando las llaves en la entrada y caminé con la linterna del teléfono escaleras arriba, hacia mi cuarto, no sin antes coger un refresco de la nevera.

    Mi habitación tenía la ventana abierta y a través de ella corría una brisa gélida que lentamente fue bajándome el ardor de mi piel. Me mordí el labio, adolorido aún y me encaminé a tientas hacia el baño, tomando alcohol y vendas para desinfectarme las heridas. Ver mi reflejo en el espejo, desaliñado y ensangrentado me dibujó una sonrisa amarga en los labios. El reflejo del príncipe debajo de la máscara.

    Vaya puta gracia.

    Mientras me pasaba el algodón por el rostro y me limpiaba el rostro no pude evitar pensar en el día siguiente. Ahora que había perdido la beca más que nunca no podía permitirme faltar, ya no tenía excusa para hacerlo. Pero ni de broma el ojo morado se me bajaría del todo en un par de horas, y eso significaba dejarles ver algo de mí, algo que no quería.

    Chasqueé la lengua al sentir el ardor del alcohol y cerré lentamente el armario, apagando la luz tras de mí.

    ¿Temía preocupar a alguien? ¿A Yule, a Laila? Sí, claro que sí. Ni siquiera estábamos en nuestro mejor momento como para poder aventarle mis problemas a la cara. Tenían suficientes con los suyos, lo sabía bien.

    Pero a veces me lo preguntaba. Lo bien que debía sentirse sacarlo todo de dentro, por más expuesto que quedases después. Quizás mereciese la pena hacerlo.

    Pero joder. Costaba tanto hacerlo.

    Caminé hacia mi habitación y me senté en el alféizar de la ventana, abriendo el refresco mientras observaba las luces del exterior. Era una noche sin luna, y apenas podía contemplar las estrellas. Con mi mano libre encendí el móvil, solo para comprobar la hora, y fue entonces cuando reparé en los mensajes pendientes que tenía de mi madre.

    Los abrí por inercia, sin duda no esperaba encontrarme varias fotos en el chat. Grande fue mi sorpresa ao reconocer a mi hermano, posando con timidez y tratando de quitarse de encima a mi madre mientras le sacaba fotos con el traje de gala que le presté. Era un traje de chaqueta negro, con una corbata a juego y un pequeño broche. Me quedé más tiempo del que esperaba observando las fotos, con una sonrisa en los labios producto de la más pura ternura.

    Lo recordaba, el sobre con la invitación para la fiesta de Chiyoda. A pesar de su timidez parecía sentir interés en ella. Era curioso.

    Estaba a punto de cerrar el chat cuando un nuevo mensaje me sorprendió. Mi madre parecía haberme escuchado entrar. Abrí los ojos apenas al leerlo, y el corazón se me detuvo de repente en el pecho.


    Deberías hablar con él 4:54 am

    No respondí. Simplemente apagué el teléfono con un suspiro, recargando la nuca en la pared, y cerré los ojos. Le di un nuevo trago al refresco.

    Sí, quizás debía hacerlo.
     
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  3.  
    Kaisa Morinachi

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    Holi, solo decir que amo a Shawn, bye.

    Y ahí está el tonto de Yashihiro siendo el primero en darse cuenta ;----;


    AAAAAAAA AMO EL CAPITULO, DIOS XD Aunque no sé sí debería estar comentando el segundo sin leerme el primero (?) Nada, que las issues que se carga Shawn me recuerda un poco a las de Ichirou; estudiar (en este caso hacer deporte), matarse con la rutina, llevarse mal con los padres y tener una fachada que mantener en todos lados. Es terrible, y es hasta normal que Shawn esté como esté, según mi perspectiva (?) Ichirou terminó deprimido muy severamente luego de pasar su adolescencia llena de ira xd Y no es nada bonito, siendo lo único que lo mantiene en pie estudiar para médico cirujano (?)

    ¡Pero bueno! Que entre fachadas y facheros, me sorprendo sin sorprenderme como Yashihiro y Masuyo son exactamente mis niños que se percatan de todas sus sucias mentiras y actitudes impóstadas.

    Y por un momento pensé que Ryuji traicionaría a Shawn, ¡pero no lo hizo! ;---; i love he también Yashi y Mao le dan sellito de aprobación (?)

    Y nada, a ratos me partía el corazón, pero a otros decía "Ahhhh, que gran personaje es Shaaaaaaawn, que genial todooooo, que tétrico Zukoooo :D" Así que por eso el ganador, pero sí; está bien pinche triste todo y supiste tocarme la fibra sensible que no genera ninguna reacción emocional de mi parte (???) ¡Pero estuviste cerca! *Le pego una estrellita ganadora *

    Y eso, solo decir que i cry ugly with Yashi bebe por esto.

    Ese dúo necesita su conversación no homo (?)
     
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