Relación Difícil Sabrina Ramos se arrellanó un poco más en el sofá, y aunque sabía que a su edad no podía permitirse tantas calorías sin arriesgarse a perder su envidiable figura, tomó la sexta galleta de la caja frente de ella y la comió de una mordida. Los cálidos rayos de sol veraniego se colaban indiscriminadamente a través de las delgadas persianas pintando el amplio salón de un dorado intenso, y a pesar de aún ser temprano el calor característico de aquella estación ya comenzaba a extenderse sobre los hombros de la mujer como una confortable manta. Intentando despabilarse, y contra la voz de su consciencia gritándole que no lo hiciera, Sabrina estiró uno de sus delgados brazos hacia delante y volvió a tomar una nueva galleta devorándola como a las anteriores. La televisión, el único aparato en toda la casa que no era de última generación, transmitía una película tipo Noir, su favorita "el Halcón Maltes", pero ella no le estaba prestando atención, tenía cosas más importantes de las que preocuparse. Ayer, antes de desaparecer por todo el día como hacía siempre en vacaciones, su hija les dio un aviso a ella y a su esposo. La pequeña finalmente invitaría a una amiga a pasar la noche… Honestamente ni siquiera sabía cómo sentirse respecto a eso. Por un lado, estaba feliz de que su hija finalmente hubiera hecho amigos, eso ya era más de lo que podía esperar en su viejo hogar, pero ella realmente, realmente no quería conocer a la pobre inadaptada que sintió lastima de su pequeña. Porque estaba segura que si la niña que iba a conocer hoy era realmente amiga de su hija entonces tenía que tratarse indudablemente de otro inadaptado. Fastidiada, se recargó en el costado del sillón y cerró los ojos, finalmente logrando apartarse de la caja a medio comer de galletas de mantequilla. No trabajaba, y gracias a la criada que venía todos los días de todas las semanas hasta las doce del día, tampoco hacía nada dentro de la casa que no fuera arreglarse por pura vanidad o salir a trotar al parque por lo que no estaba acostumbrada a estar encerrada y estática dentro de esas cuatro paredes. Sin embargo, el sueño no la había alcanzado la noche anterior por lo que no le quedaban fuerzas ni de maquillarse ni de ejercitarse, se había quedado simplemente acostada en su cama matrimonial viendo al techo a un lado de su esposo hasta que la resolana empezó a filtrarse por sus cortinas indicándole que el gran día había llegado… conocería a la amiga de Meli… Ella y Meli no habían estado en buenos términos desde que la niña dejara de ser un bebé de brazos y empezara a explorar el mundo por su cuenta. Siempre estaban a la defensiva la una con la otra. Siempre conformándose con simplemente vivir juntas sin saltarse a la yugular a la primera oportunidad… después de todo ambas eran tan diferentes… Ese era su principal motivo para no querer a nadie que lograra congeniar con la pequeña en su casa por dos días enteros. La alarma de su celular le indicó que acababan de dar las tres de la tarde, por lo que preparándose para lo inevitable Sabrina se levantó del sillón, se sacudió las morusas de galleta de la ropa y se acomodó el cabello lo mejor que pudo sólo con sus dedos. Casi como si hubiera estado esperando una especie de señal, la puerta principal se abrió pocos segundos después y Meli, con sus seis años recién cumplidos, se deslizó silenciosamente dentro del hogar sólo para quedarse de pie al lado de la puerta abierta. La niña era pequeña, que siempre estuviera encorvada sólo la hacía lucir aún más pequeña, usaba un viejo vestido gris que le quedaba excesivamente grande y su carita regordeta estaba enmarcada por un par de gruesas trenzas negras que siempre lograban hacer rabiar a la hermosa madre. Sabrina no pudo ni quiso evitar el poner los ojos en blanco al ver a su hija. La verdad era que la niña le recordaba a esos raritos inadaptados de los cuales ella y sus viejos amigos solían burlarse en aquellos lejanos años escolares. Antes de mudarse a Royal Woods, Sabrina incluso podía confesar que le daba pena que las vieran a las dos caminando juntas por la calle. Sabrina en serio quería desviar la vista e ignorar a su hija hasta que llegara su esposo para cenar, como hacían siempre, sin embargo, no podía fallarle esta vez, no ahora que la pequeña niña finalmente había hecho su parte del trato y conseguido una amiga que traer a casa. Sin decir nada a modo de saludo y al ver que su madre no se movía del lugar, no le quedó más opción a Meli que indicarle a la otra niña que esperaba afuera que entrara finalmente al hogar Ramos. Los ojos de Sabrina casi saltaron de sus cuencas cuando en lugar de una niña obesa y apática como se imaginó, por la puerta entró una pequeña rubia deslumbrante con una lindísima, aunque algo vieja, bolsa de viaje rosa al hombro. La recién llegada, completamente ignorante del ambiente tenso entre madre e hija, le regaló una sonrisa chimuela y completamente adorable a la mujer adulta antes de acercársele con la mano estirada. —Buenas tardes señora Ramos, me llamo Lola, Lola Loud —ladró la pequeña rubia mientras le estrechaba la mano a una aún atónita Sabrina—, su hija me invitó a pasar la noche, espero no incomodar. Haciendo algo que su madre nunca la había hecho hacer, Meli tomó de la mano a su amiga y le hizo señas de que bajara la voz. —Estás gritando, Lola… —susurró la pequeña. La sonrisa radiante desapareció del rostro de la rubia antes de que la pobre empezara a ruborizarse. —¡Oh, Lo siento! Lo siento… la fuerza de la costumbre… —sin embargo, el rubor no duró mucho en el rostro de Lola—, además, una de las dos debe hacer suficiente ruido para cubrir la cuota de la otra ¿no crees? Y para la sorpresa de Sabrina, el rostro de su hija se puso rojo como pocas veces hacía y sus labios se transformaron en una mueca que, si tuviese que adivinar, diría que se trataba de una sonrisa… sin embargo hacia tanto que no veía a la pequeña sonreír que no podía estar segura. Algo no le cuadraba de aquello ¿Y sí aquel gesto de Meli no era una sonrisa sino una mueca de fastidio? ¿Cómo es que la tímida de su hija terminó volviéndose amiga de la rubia mini-diva frente a ella? Sabrina creía recordar que hace unas semanas Meli había balbuceado a la hora de la cena algo sobre una carismática compañera que le había dado el recorrido de bienvenida por la primaría… ¿podría tratarse de la misma niña? Ella misma había sido una reina de belleza infantil en su niñez y sabía por experiencia que aquellas niñas habituadas a los concursos eran muchas cosas, pero amistosas no era una de ellas. Incrédula por lo veía, la mente de Sabrina empezó a barajear un sinfín de posibilidades que explicaban la relación que realmente tenía Lola Loud y Meli Ramos, cada una más dramática que la anterior. —Bueno señora… fue un placer conocerla —empezó Lola al ver que la madre de su amiga sólo se le quedaba viendo—, pero Meli y yo tenemos una importantísima charla sobre ponys pendiente, así que estaremos jugando en su cuarto. Entonces todas las teorías neuróticas se unieron en la mente de Sabrina, formando una idea muy inquietante; ¡Su hija estaba siendo víctima de acoso escolar por parte de Lola! Nerviosa y con el corazón latiendo a toda velocidad como nunca, a excepción quizá del día de su boda, Sabrina supo que sí quería finalmente actuar como madre y proteger a su tímida y retraída hija no debía permitirle a la rubia el estar sola con su pequeña. —¡Espera…! Por favor espera, pequeña —su experiencia como antigua reina de belleza surgió en su favor y le permitió calmarse a último momento y regalarle a la recién llegada una sonrisa—, creo que tu bolso está levemente descosido… ¿no quieres que lo arreglé por ti? Ignorando la mirada atónita de su propia hija, Sabrina sólo notó como la encantadora carita de Lola se iluminaba con otra de esas adorables sonrisas chimuelas… casi como si aquella linda rubia no fuera una abusiva que trataba de aprovecharse de la actitud insegura de Meli. —¡¿Lo dice en serio?! —Antes de que Sabrina pudiera responder, la pequeña rubia le puso entre las manos su bolsa rosa de viaje aún con su ropa dentro—. ¡Sí, por favor! -o- Con los dedos aún adoloridos por todos los pinchazos que se había dado con la aguja, Sabrina terminó de aplicarle la mascarilla de avena y limón, la bolsa rosa en la que la rubia había traído su ropa para la pijamada ya estaba debidamente remendada y olvidada en la base de las escaleras al segundo piso. —Cielos niña, no puedo creer que alguien tan joven como tú tuviese una carita tan sucia. —Sí, lo sé, tengo que usar un poco de maquillaje para disimularlo… —respondió Lola, casi derritiéndose sobre el sillón, completamente relajada—, es que en casa somos muchos y debemos tomar baños rápidos. Después de convivir durante tanto tiempo con la pequeña, toda duda sobre las intenciones de Lola Loud se habían esfumado; la rubia podía ser caprichosa pero también era tenaz y nadie mejor que ella sabía lo importante que resultaba tener un poco de obstinación para lograr cualquier meta. En realidad, Sabrina estaba muy feliz de que alguien como Lola fuese amiga de su hija. —No importa ¿vez que tan fácil se soluciona? —Antes de que Lola pudiera decir más, Sabrina colocó sobre los parpados de la amiga de su hija un par de rebanadas de pepino. Sabía que en realidad aquello no hacía nada, pero se sentía finalmente con ánimos suficientes como para hacer el esfuerzo extra en mimar a la pequeña—. Ahora, aguarda un poco en lo que termino con la mascarilla de Meli. Sólo entonces, fue que Sabrina descubrió que su hija ya no las acompañaba en la sesión de belleza a media sala de estar ¿cuánto tiempo tenía que Meli se había ido? ¡¿por qué se había ido en primer lugar?! La respuesta no tardó en formarse en la mente de la mujer latina, regresando su animo a la amargura y antipatía que siempre sentía cuando pensaba en su hija. Procurando no hacer ningún ruido que delatara su repentina animosidad a la rubia a su lado, Sabrina se alejó del sillón, tomó la bolsa de viaje de Lola y empezó a subir las escaleras. La patética actitud de su hija estaba llegando demasiado lejos y ella estaba empezando a realmente hartarse de ello. Tan pronto como llegó a la segunda planta del hogar y alcanzó la primera alcoba a su izquierda, sin tocar y sin anunciarse, Sabrina abrió la puerta del cuarto de su hija y entró. Sentada sobre la cama y dándole la espalda tanto al marco como a ella, estaba Meli; por la forma en la que sus pequeños hombros temblaban Sabrina supo de inmediato que la pequeña estaba llorando. —Baja a la sala de una buena vez —gruñó la mujer a su hija. La reacción sobre Meli fue inmediata, pues tan pronto como la pequeña oyó la voz de su madre sus hombros se estremecieron como si su corazón se hubiese saltado un latido. Sin embargo, la niña no cedió a las exigencias de su madre como hacía siempre, en su lugar tragó un poco de saliva y habló—. Pues no quiero… y no voy a bajar. —¿En serio vas a hacer esto ahorita? ¡¿Cuándo finalmente lograste que una niña normal aceptara ser tu amiga? —Sabrina suspiró, aunque a oídos de su hija aquello se escuchó más como un bufido—. No tengo la paciencia para contemplar como arruinas tú oportunidad de empezar desde cero en un lugar nuevo por tu tonta timidez. —¿Sabes qué? Finalmente lo entiendo… créeme que lo entiendo —dijo Meli, su voz no más fuerte que un suspiro. Entonces, la pequeña finalmente se giró para encarar a su madre y como ya imaginaba su madre, sus ojos estaban llenos de lágrimas… pero no eran las lágrimas de cocodrilo de siempre… estas eran diferentes. La mujer abrió su boca para continuar regañando a su hija, pero algo en el rostro de la pequeña la detuvo a último momento. Suspirando una vez más, esta vez suspirando de verdad, Sabrina se sentó en el borde de la cama de su hija, no muy lejos de la pequeña—. Meli, por lo poco que he visto de Lola sé que es la mejor amistad que has tenido en toda tu vida… —Ahora finalmente sé porque no me amas… —Volvió a croar la pequeña Meli. Sus hombritos volvieron a estremecerse y aunque intentaba evitarlo, un llanto amargo brotó desde el fondo de su garganta—, porque a diferencia de Lola yo no me parezco en nada a ti… serías feliz sí Lola fuese tu hija ¿verdad? Todo el dolor, la pena, el autodesprecio, y el arrepentimiento que había guardado dentro de su cuerpecito por casi tres años salieron a la luz de forma precipitada. Meli hundió su carita entre sus manos y se abandonó al llanto; cerrando los ojos y deformando sus labiecitos en una mueca de dolor. La sorpresa se posó sobre el rostro de Sabrina como si le hubieran dado una cachetada, dejándola paralizada en su lugar con los ojos tan abiertos como su boca. El horrible sonido del llanto desgarrador de su hija perforó su corazón como un balazo, dejando a la joven madre sin palabras y haciéndola parpadear. Siendo consciente que su madre odiaba el verla privada por el llanto, Meli se abrazó a sí misma en un intento por dejar de temblar, sin embargo, la fuerza de sus lágrimas hacía que sus respiraciones fuesen irregulares y ruidosas. Meli no quería que su madre se disgustara más con ella ¡pero no podía evitarlo! Tras los primeros segundos incrédulos, la parálisis de Sabrina la abandonó finalmente, permitiéndole el acercarse aún más a su hija para confrontarla. ¿La pequeña realmente pensaba eso? ¿Pensaba que no era amaba? ¿Acaso Meli no estaba consciente de todos los sacrificios que había hecho ella como madre para darle una buena vida? —Meli ¿De verdad crees que yo no te…? —las palabras murieron en su garganta al recordar todas las veces en las que había sido impaciente con la pequeña, todos los días en los que evitaba verla de frente y deseaba que no se pareciera tanto a su padre, todas las peleas que habían tenido porque Meli se estaba comportando como una melodramática. Viendo a su hija ahora, encogida y rodeada por su miseria e hipando desesperada entre sus llantos incontrolables, fue que Sabrina descubrió que casi nunca abrazaba a su pequeña. La revelación le revolvió el estómago al tiempo que provocó que sus ojos empezaran a llenarse de lágrimas. No era su intención el deteriorar tanto la relación entre ambas. Ella realmente amaba a Meli… sólo que estaba tan frustrada por el nulo avance de la vida social de su pequeña que no se había dado cuenta del daño que había hecho. Ahora sabía que tan mal había metido la pata al forzar a la pequeña a actuar más como ella cuando era niña y no ayudarla a desarrollar su propia personalidad. Finalmente, Sabrina logró rodear con sus brazos el cuerpo de su hija y se la acercó al pecho abrazándola como hacia tanto no hacía; la pequeña se resistió al inicio, pero finalmente se dejó apapachar y descansó sus mejillas en el pecho de su madre. Sabrina intentó dejar de llorar, y fracasó estrepitosamente, mientras sumergía sus elegantes dedos en la cabellera de su hija para acariciar su cuero cabelludo. Las lágrimas de Meli comenzaban a formar una mancha en la tela de la blusa de su madre, pero eso no le importó de momento a la mujer. Ella no tenía idea de lo mucho que había lastimado a su hija con los años y el finalmente enterarse del daño causado hizo que su pecho doliera como no había dolido desde aquella lejana época de su adolescencia cuando se volvió consciente de lo mucho que había atormentado al hombre que terminaría con los años por volverse su esposo. —Lo siento… —balbuceó Sabrina, dos gruesos caudales de lágrimas escurriendo por sus mejillas—. Lo siento Meli, no era mi intención el hacerte tanto daño al insistirte con esto de hacer amigos… pero el mundo está lleno de otra gente horrible y no quería que te encontraras con alguien como yo sin poder defenderte a ti misma… Abrazándola aún más cerca de su cuerpo, Sabrina comenzó a arrullar a su hija como no hacía desde que la pequeña era una bebé y dependía completamente de su madre para conocer y explorar el mundo —Lo siento, y quiero que sepas que te amo… aunque no lo haya demostrado durante los últimos años… —Yo también te amo, mami —Aún entre hipos, Meli finalmente dejó de llorar y se relajó, regresándole el abrazo a su madre—, y perdóname por ser una hija tan terrible. —No digas eso —ahora sólo Sabrina lloraba incontrolablemente—. No eres una hija tan terrible. Media hora después, sólo hasta que Sabrina Ramos dejara de llorar, fue que ambas salieron finalmente de la habitación y regresaron a la sala donde esperaban, Lola no estuviera muy molesta por haberse quedado sola durante tanto tiempo. La rubia, sin embargo, roncaba sobre el sillón con un grueso riachuelito de baba escurriendo libremente de su boca enjuagándole completamente la mascarilla en la zona de la barbilla. Al ver a la diva desmallada y babeando sobre sí misma, ambas morenas, madre e hija, no pudieron evitar el reírse a expensas de la rubia. -o- Varias horas después, cuando Raúl Ramos, el esposo de Sabrina y padre de Meli, finalmente regresó a su hogar, se encontró a su hija pegando de gritos y persiguiendo a otra niña rubia por toda la sala y el comedor. Atónito al ver a su pequeña abandonar toda su vergüenza y complejos mientras jugaba con la pequeña desconocida, y moviéndose con el sigilo tímido que sólo una vida dentro de un casillero o un bote de basura puede otorgar, el hombre llegó a la cocina y se encontró a su esposa muy ocupada frente a la estufa; Sabrina estaba cocinando la cena, cosa que rara vez, por no decir nunca, le apetecía hacer. El hombre quería preguntarle a su esposa quién era aquella niña con la que estaba jugando su hija y por qué ella estaba cocinando si según sabía la criada si había ido como de costumbre aquella mañana para preparar los alimentos y limpiar, pero las constantes violaciones a su espacio personal por parte de las niñas lo mantuvieron callado por casi quince minutos hasta que su esposa se percató de su presencia y le contestó. —La pequeña se llama Lola Loud —tras casi diez años de matrimonio, Sabrina no necesitó desatender la estufa y voltearse hacia su marido para saber lo que le inquietaba—, es la amiguita de la que Meli nos contó y se quedará a dormir. A pesar de ya estar enterado de la pijamada que estaba planeando su hija, Raúl no pudo sino sorprenderse ante lo diferente que la susodicha Lola había resultado ser a como se la había imaginado en un principio. Ciertamente no era común que una niña como la rubia que ahora correteaba a Meli como ella lo había hecho con anterioridad se hiciera amiga de alguien como su hija… aunque quizá no fuesen realmente amigas… ¡quizá la pobre Meli estaba siendo obligada a…! —Descuida, cariño —Sabrina finalmente apagó la llama de la estufa y se giró para robarle un beso a su marido, siempre que ella hacía eso Raúl se quedaba sin palabras… más de lo habitual—. Puedo asegurarte que la niña no tiene malas intenciones con Meli… pero si tanto te preocupa lo que le pueda pasar a nuestro ratoncito tímido ¿Por qué no me ayudas a poner la mesa? y así sirve que también les hechas un ojo. Actuando como si las palabras de su esposa, ronroneadas con un toque sensual que llevaba tiempo sin usar, fuesen las ordenes de un sargento militar, Raúl abandonó la cocina con una pequeña montaña de platos de cerámica y vasos de vidrio seguido de su esposa con una cacerola humeante. A mitad de la sala, sólo algunos metros alejadas del comedor, Lola parecía tener dificultades para alcanzar a Meli, quien al comprender que su amiga no era tan rápida como ella se limitaba a hacerle algunas caras y gestos a una distancia segura… al otro lado del sillón. Parecía que Lola estaba reuniendo fuerzas para saltar sobre el mueble y sorprender a su amiga cuando Sabrina las llamó. —Niñas, vayan a lavarse las manos que es hora de cenar —y otra vez, actuando como si aquellas palabras fueran las palabras de dios mismo, ambas niñas subieron las escaleras corriendo hacia el baño. Por fin a solas con su mujer, Raúl finalmente se sintió con el valor necesario para hablar y sorpresivamente para Sabrina no tartamudeó ni una sola vez. —Pero tú nunca cocinas ¿por qué empezar hoy? La hermosa mujer sólo tardo un segundo en buscar las palabras adecuadas para responderle a su esposo. —Porque finalmente quiero estar involucrada en la vida de nuestra hija y realmente ayudarla a vivir una mejor vida que la de nosotros —tras dejar la cacerola a mitad de la mesa, Sabrina se acercó a su marido—. Además, hace bastante que no mimo a mi mudo de chocolate favorito… ¿o sí? Rodeando el cuello del tímido hombre con sus brazos, Sabrina acercó aún más su boca a la de su marido y cuando parecía que le iba a dar otro beso, uno más adulto y apasionado que el anterior, el sonido de pisaditas a sus espaldas los detuvo. —¡¿Pero que es todo esto?! Las niñas habían vuelto de su viaje higiénico al baño y babeando contemplaban la comida caliente frente a ellas. —Lola, espero que te guste el pollo al limón con hiervas aromáticas… — reluctantemente, Sabrina dejó ir los hombros de su marido. —Acompañado con una mezcla mixta vegetales —sorprendiendo a ambas mujeres Ramos, complementó Raúl antes de tomar la mano izquierda de su esposa entre las suyas—, todos ellos cultivados en la huerta de nuestro jardín… ¿no es así, jefa? —¡¿Vamos a comer pollo que no está recalentado en microondas?! —exclamó Lola mientras sus ojos casi literalmente refulgían con adoración. Ignorando completamente aquel extraño comentario de la amiga de su hija, sonrojándose cómo semáforo y siendo incapaz de sostenerle la mirada a su esposo, fue Sabrina la que cortó primero con el contacto visual y volvió a dirigirse a las niñas. —¿Por qué no mejor comemos antes de que se enfríe? ¡y así sirve que nos pueden contar con algo de calma como ha estado su día! Comprendiendo que finalmente tenía la oportunidad de acaparar la atención durante la cena, una oportunidad que por obvias razones no tenía en casa, Lola soltó un pequeño chillido por la emoción… aunque tan pronto como probó el pollo y las verduras frescas todas sus ganas por hablar sobre si misma fueron reemplazadas por las ganar de comer. -o- Sentados en el sillón de la sala, Raúl y Sabrina abrazados y haciéndose mimos y caricias cariñosos, el matrimonio Ramos estaba siendo testigo de uno de los juegos de piedra papel o tijeras más intenso del que siquiera tuvieran memoria. Meli estaba arriba en el marcador por dos, pero Lola, con su viejo y remendado bolso de viaje nuevamente a su lado, estaba todavía lejos de tirar la toalla. Después de la animada cena que los Ramos habían tenido junto con la ruidosa Loud, las energías tanto de Lola como de Meli se vieron completamente agotadas. Tanto así que Sabrina tuvo que pedirle ayuda a su esposo para que cargara a las niñas y las llevara a la habitación de su hija dónde ambas durmieron placidamente por toda la noche… había sido un día largo para Meli después de todo y parecía que Lola realmente no dormía mucho en casa. Una vez con ambas niñas dormidas, los esposos pudieron retomar una actividad marital que llevaban casi un año completo sin practicar… tanto se habían extrañado que incluso practicaron más de una vez. Ahora, disfrutando del calor de aquel medio día soleado, los Ramos estaban esperando a que alguna de las muchas hermanas de Lola pasara a recogerla. Durante la cena del día anterior, Sabrina le había preguntado a la rubia cuantos hermanos tenía, la mujer estaba consciente que la familia Loud era un clan realmente numeroso, pero al enterarse que trece personas dormían bajo un mismo techo simplemente se quedó sin palabras… justo igual que su esposo. La duda de cuantos hermanos tenía Lola dio lugar a otra ¿cuál de todas las hermanas vendría a recogerla? Guiándose por la razón y la lógica que lo habían caracterizado siempre, Raúl había apostado a que si no la recogían los padres lo haría Loren, la hermana mayor. Sabrina, siendo una persona mucho más intuitiva, apostó a que quien vendría a recoger a la pequeña rubia sería Luan, después de todo ¿quién mejor para recoger a una pequeña de una pijamada que la permisiva y relajada estrella de rock en ascenso? Meli, guiándose por experiencia, supuso que la que tocaría la puerta de su hogar sería Lana, la inseparable gemela de Lola… realmente no pudo acordarse del nombre de la niña pelinegra que a veces también veía en la escuela o de nadie más al momento de la apuesta con sus padres. Tras una racha de dos juegos ganados de forma consecutiva, Lola había logrado igualar el marcador en el juego con Meli, tras una rápida mirada de desafío por parte de ambas pequeñas, ya estaban por comenzar el desempate para escoger finalmente a la ganadora cuando tocaron a la puerta del hogar. Sirviéndose de sus piernas a las que avía ejercitado de forma constante tras tantos años de trotes en el parque, Sabrina fue la primera en ponerse de pie y acercarse para abrir la puerta, su esposo iba detrás a unos exactos dos metros; la distancia suficiente para no llamar la atención desde afuera del hogar, pero aun así ver quien había tocado. El delgado niño peliblanco que hacia unas semanas había salido en la televisión por un reportaje de esa extraña reportera de saco amarillo sobre unas galletas magnificas estaban enloqueciendo a todo el pueblo estaba parado afuera de su hogar. Sabrina conocía al mocoso, había sido él quien le había vendido las galletas de mantequilla que la habían hecho subir medio kilo en el último mes… lo odiaba y amaba al mismo tiempo. —Lo siento niño, hoy no voy a comprarte nada. La sonrisa en el pálido rostro del albino creció imperceptiblemente antes de que respondiera con el mismo tono controlado y sedoso con el que la había convencido de comprar aquellos deliciosos pedazos de infierno que poco a poco la iban arruinando. —No es por eso por lo que estoy aquí, señora Ramos, vengo a recoger a mi hermanita. Sabrina ya iba a decirle al niño que se alejara, pero un chillido a sus espaldas la detuvo. Corriendo con fuerzas renovadas, Lola se arrojó a los brazos del albino y tras darle su bolsa para que él la cargara, lo abrazó. —¡Linky! ¿Por qué tardaste tanto? —Sin esperar a que el muchacho le respondiera, y viendo que finalmente se había colgado la bolsa rosa al hombro, Lola se trepó cual monito a los hombros de Lincoln—. ¿Acaso no me extrañaste? ¡Pero qué mal hermano eres! ¡¿HERMANOS?! Sabrina tuvo que parpadear al oír aquello. ¡Aquel ojeroso niño pálido no podía ser hermano de la tierna Lola! Ambos eran absolutamente diferentes; no sólo el azul de sus ojos no era el mismo, sino que incluso la forma de sus rostros no era ni remotamente similar… claro que los dos tenían las clásicas caras redondas de todo niño pequeño, pero incluso así se lograban notar diferencias más que notables entre los dos. —Bueno… este… gracias por cuidar a mi hermana pequeña —Lincoln lucía incómodo. Nerviosa, Sabrina comprendió que se le había quedado viendo al pobre niño—. Si es que no hay alguna queja por el comportamiento de Lola… creo que ya nos vamos. Y sin decir más nada, Lola y su supuesto hermano se alejaron por la banqueta… al menos parecía que ambos niños se llevaban realmente bien y que la rubia adoraba al muchacho. —Ese extraño niño parece ser todo un personaje ¿eh? —al cerrar la puerta y voltearse para volver a encarar a su familia, Sabrina leyó en el rostro pálido de su esposo que él también había notado las diferencias entre los "hermanos", también notó que su hija parecía mareada—. ¡Por dios niña! ¿estás bien? —Lin…Lin…Lin…Lincoln… —balbuceó la pequeña Meli antes de desmayarse.