Reflexión

Mira el horizonte, como se extiende ante ti como un ancho mar. Tantos colores, tanta luz; tanta paz y alegría con esas tonalidades vivas y a la vez ese carácter melancólico se pueden percibir en un simple atardecer.

Sensaciones tan distintas y contradictorias que realmente no es tan diferente de lo que te ha pasado estos últimos meses.

Has reído, llorado; han pasado tanto cosas buenas como malas. Has cometido errores pequeños y grandes, como cualquier adolescente supones, aún cuando realmente te gustaría volver atrás y arreglarlo. Has dejado a ciertas personas atrás, y a la vez has conocido gente nueva que te ha hecho feliz y te han sabido aportar algo nuevo. Y entre todos ellos, ha destacado una persona que se ha convertido en tu todo; en tu apoyo, tu alma gemela… y que realmente te ha demostrado no abandonarte cuando realmente la necesitas.

Y todo lo sucedido, es como tu propio atardecer; que puedes ver ya sea desde un lado positivo o un lado negativo.

Sigues mirando atentamente como los tonos amarillentos pasan a rosas claros y púrpura. Cada uno tiene su atardecer, eso piensas; sus problemas, sus alegrías, sus recuerdos; que pueden atesorar como cagadas que han cometido a lo largo de su vida o como pequeñas lecciones que les servirán en su día a día.

Te llevas las manos a la cara y suspiras. Pero en comparación con todo el mundo, tu sigues cometiendo los mismos errores una y otra vez. Y sabes que cometerlos dos veces no te servirá para aprender la lección; sino que hasta que no destruyas completamente tu autoestima no lograrás darte cuenta de que estás yendo por el mal camino.

Y es cuando tú te das cuenta, que la otra persona ya lo ha superado y sigue con su vida mientras tú te estancas en el mismo punto una y otra vez, como un nivel de algún videojuego que simplemente no puedes ganar ni siquiera con trucos. Básicamente porque nadie puede ganarlo por ti.

Y cuando digo nadie, es nadie.

Porque la vida real es la vida real, y no puedes simplemente gastar una vida y volver al principio de un nivel. Ni tampoco usar pociones que te curen mágicamente; pociones que curen un corazón roto y te quiten ese dolor del pecho.

“Porque si ni ella misma se quiere, ¿cómo alguien va a lograr hacerlo?”

Aunque qué vas a saber tú, que ni sientes ni padeces ya después de un gran número de decepciones que te han hecho darte cuenta que nunca hay que dar nada por hecho; porque a la mínima todo puede desmoronarse. Has aprendido a dejar marchar a la gente, repitiéndote una y otra vez las palabras “me da igual”, ”estoy bien”, “tranquilo me lo esperaba”, “no te sientas mal por ello” o “no estoy llorando”

Realmente no mentías, ya que todo eso era verdad. Hasta la última palabra. Porque alguien no puede llorar si ya le da igual todo lo que pase, y simplemente se sienta a observar todo como un simple espectador, esperando a ver el desenlace de esta extraña obra.

El tono rosa empieza a desaparecer, convirtiéndose en un fucsia brillante a la par que el púrpura comienza a dominar el cielo, cada vez más y más oscuro.

Te levantas y piensa que es momento de marchar ya, porque tu propio atardecer se está oscureciendo y eso no es buena señal. No es buena idea que las cosas empiecen a desmoronarse precisamente ahora, cuando necesitas ser fuerte, y estás hasta el culo de parecer una víctima cuando es lo que menos quieres.

Cuando realmente siempre has intentado salir adelante sin ayuda, pese a haberte caído tantas veces siempre levantándote. Para ti ya no es nada nuevo hacerlo una vez más, porque sino lo haces tú, ¿quién entonces?

Pueden engañarte, mentirte, herirte, insultarte, odiarte, quererte; puedes cagarla, cometer errores, llorar, pero siempre seguir adelante.

Lentamente, ves cómo aquella oscuridad que ahora te rodea en cierta manera se vuelve cálida y reconfortante; y sonríes a la luna.

Porque sino sigues tú, ¿quién lo hará por ti?