El león de oro Cuando aquel muchacho observó aquellos ojos se quedó paralizado, eran amarillos y sus pupilas oscuras como el ébano, quietos, fríos y penetrantes. No rugía exactamente, pero al expirar, el aire al pasar por sus cuerdas bucales hacía un sonido ronco y profundo que paralizaba las extremidades. Sus colmillos eran largos, pero solo podían verse los emergentes de la mandíbula inferior. Su melena dorada era densa, y sus garras se enterraban en el suelo con gran profundidad. Se trataba de un león demoníaco, una de las criaturas que rondaban las tierras de los hombres sembrado la muerte y la destrucción. ¿Cuántas veces había ocurrido esto? Nadie lo sabía en verdad, las aldeas humanas se hacían cada vez más escasas debido a la imposibilidad de enfrentarse a los monstruos de la noche, la gran maldición de los dioses. Los leones dorados eran una visión muy común en las aldeas humanas, nadie sabía en verdad por qué atacaban, algunos decían que limitaban la población, pero eso no explicaba su ausencia de ciudades grandes como Virsa, otros aducían que eran una maldición de los dioses, pero eso no explicaba sus ataques a ciudades altamente religiosas como Itros. Los leones dorados atacaban y masacraban, pero con regularidad también secuestraban muchachos o niñas de unos doce a trece años, primero los miraban y luego cuando el pánico se apoderaba del cuerpo el efebo o la doncella, simplemente se los llevaban en sus fauces sin hacerles ningún daño, como si se tratara de sus cachorros. Algunos pensaban que se los llevaban a sus crías para alimentarlas, pero la verdad era que a diferencia de los leones normales, nadie jamás había visto una manada de leones dorados. A pesar de su presión, la mirada del muchacho no se quebró, los dos se miraron fijamente, mientras la criatura seis veces más grande que un león natural caminaba a su alrededor. El muchacho se levantó, mientras su madre era agarrada por su padre, envueltos en llanto, sus hermanas se arremolinaban a los pies de sus padres en llorando, mientras que los campesinos estaban armados con lanzas, arados, guadañas, cuchillos, hachas y todas las armas que pudieron encontrar. A pesar de eso, ningún arma era capaz de penetrar la dorada piel de la gran bestia. Entonces el león rugió, y ante su rugido todos se arrodillaron menos el muchacho que sintió como si algo en su espalda, en su cabeza, en su pecho y en su ingle se quebrara en una sucesión de siete impactos casi consecutivos. El muchacho sintió que su cuerpo se hizo espontáneamente más ligero, y su mente se hizo clara, lo suficiente como para analizar la situación. Detrás de él se encontraban su hermano menor y una esclava de su familia, ambos habían sido atrapados en aquella situación. El hermano menor se llamaba Sexto, era un chico bastante testarudo que amaba las leyendas de los antiguos héroes, por lo que siempre se robaba la daga del abuelo para jugar con sus amigos a enfrentar a los monstruos de leyenda. La madre de los dos había malcriado mucho a Sexto, por lo que le había alimentado la idea de que el sería un héroe en el futuro, que era más fuerte de sus compañeros, y frecuentemente sobornaba a los niños más grandes para que se dejaran vencer por aquel mocoso de trece años y actitud petulante, después de todo pertenecían a la familia más influyente de toda la aldea. Cuando el ataque el león dorado comenzó a quien atacó inicialmente fue a la esclava de la familia, una muchacha de tez aceitunada que tendría la misma edad de Sexto. Cuando la bestia miró a la esclava esta quedó paralizada por el pánico, mientras que todos se alejaron, únicamente Sexto salió a su rescate armado únicamente con la daga de su abuelo, pero cuando se puso en frente de la gran bestia todo su valor se fue, su cuerpo se hizo rígido, sus piernas perdieron sus fuerzas por lo que cayó de rodillas, la esclava lo abrazó y puso su espalda contra el león dorado esperando su destino. El hermano mayor, Quinto en realidad era medio hermano de Sexto, sus padres eran diferentes aunque pertenecían al mismo clan, el clan de Leo. El clan de Leo era uno de doces clanes esparcidos por toda la península Tialios, de quienes se contaban historias fantásticas de coraje y valor, pero que con el tiempo perdieron poder o visibilidad. El clan de Leo era un ejemplo perfecto, siendo en aquellos días nada más que aristócratas rurales que se contentaban con gobernar una villa agrícola en una aldea de frontera. Sin embargo su apellido aún era apreciado, especialmente por familias de comerciantes de las ciudades, que se hacían cada vez más y más ricas, pero que deseaban afianzar su prestigio. La madre de los dos hermanos, Cornelia de Virsa era hija de una familia de comerciantes, y fue casada desde muy joven con el heredero de título de Gran Padre de Familia del clan Leo. Quinto nació como su primogénito, y por dos años gozó de su afecto, hasta el día en que sería llevado al templo de Perséfone, ese día ocurrió algo terrible. Una peste atacó toda la península, toda la familia natal de Cornelia murió, al igual que su esposo. Como viuda ella no tenía derechos sobre la enorme dote que su familia había pagado, además todos sus hermanos estaban muertos. El clan Leo era su propietario ahora, así que el Gran Padre del clan decidió casarla con el siguiente sucesor, otro de sus nietos llamado Claudio. Cuando su segundo hijo nació, Quinto fue dejado de lado, pero no albergó ningún resentimiento con su madre años después al alcanzar el entendimiento de las cosas, su espíritu era pasivo, y era amante del equilibrio de las cosas. Cuando tuvo edad nunca renegó de su destino, y solo albergó el deseo de tener su propia tierra para labrarla y tener una gran familia que sirviera a los mejores intereses del clan y de su futuro líder, su hermano menor. Así a pesar de sus desplantes, Quinto creció más como un sirviente del clan que como un miembro de su núcleo interno. Es más, a pesar de sus constantes desplantes, Quinto amaba especialmente de Cornelia, después de todo era su madre, a tal punto de jamás tolerar verla triste. Cuando el León dorado amenazó a Sexto, Cornelia se puso como loca, y al ver sus ojos Quinto reaccionó instintivamente para proteger a su hermano menor. Ahora confrontando a la gran bestia Quinto tomó la daga del abuelo que se encontraba tirada en el suelo, y amenazó a la bestia con valor, pero sin ser estúpido, mientras que el león caminaba a su alrededor, dando círculos cada vez más estrechos, al punto en que Quinto podía oler su aliento sanguinolento, el vapor sus fosas nasales arremolinaba los mechones de su cabello alborotado, y sus garras casi que tocaban sus pies descalzos. De pronto el león dorado posó su mirada en Cornelia, y acto seguido Quinto agarró una roca y se la lanzó en la cara, poniéndose entre ella y los ojos del monstruo. Entonces el león cerró sus fauces y se acercó al muchacho, su hocico estaba a menos de un palmo de distancia de la daga, que a pesar de todo no se movía, no había temblor, no había pánico, no había movimientos estúpidos. Luego el león dorado se irguió, no en sus dos patas, no lo necesitaba, simplemente puso su cabeza en alto sobre la cruz, con lo cual era mucho más alto que cualquier hombre, y puso su mirada en uno de los comerciantes del pueblo, un hombre avaro de tierras extranjeras, se abalanzó sobre él y lo destrozó con dos dentelladas, luego se comió la mitad de su cuerpo y se retiró a las montañas del oriente haciéndose uno con el bosque de los montes de Dumbria. Loda, un pueblo enclavado en las faldas de las montañas de Dumbria no había visto un ataque de un león dorado en dos generaciones, por lo que solo los más ancianos del lugar recordaban como era, pero según algunos, este león era mucho más grande que los que había atacado anteriormente. Loda no era un lugar muy rico, pero tampoco pobre, sus residentes eran personas humildes que no esperaban más de la vida que una buena comida y un buen jolgorio. Quinto creció como los niños de Loda, especialmente los esclavos, corriendo por los campos, jugando en el lodo, matando bichos del campo y peleando por estupideces, su hermano Sexto por el contrario creció en la villa, rodeado de filósofos, tutores y maestros de armas, todo financiado por la familia de Cornelia. Pero después del incidente con el León dorado todo cambió. Poco a poco Quinto comenzó a notar que era más fuerte que sus compañeros, y que en los juegos de contacto solía lastimarlos seriamente, cuando eran sometidos a instrucción por filósofos itinerantes que daban instrucción gratuita a cambio de alimentos proporcionados por los líderes comunitarios, el razonaba con mayor prontitud. De esta forma, poco a poco, sus compañeros de juego se fueron haciendo cada vez más pocos, hasta que solo quedó una, una niña esclava de piel aceitunada y ojos verdes de las tierras del sur del gran mar, llamada Elisa, la misma niña que el león dorado había atacado originalmente. Un día, casi seis meses después del ataque del león dorado, y cuando Elisa era su única acompañante, Quinto habló a ella sobre su gran sueño. Me gustaría tener mis propias tierras, labrarlas, tener una esposa y muchos hijos –dijo Quinto Elisa se sonrojó por un instante, pues no sabía cómo preguntarle algo a Quinto, pero en eso llegó Sexto –pues mi sueño es ser un héroe, como el de los poemas legendarios, la verdad no entiendo cómo es que un miembro de nuestro clan solo desea ser un mugriento campesino. Cada uno tiene su propio sueño hermano –contestó Quinto sin darle demasiada importancia a la situación. Entonces Quinto vio una luz tenue en el bosque de las faldas de las montañas, y desobedeciendo a Elisa se internó en él, por su parte Sexto sintió el deseo consiente de ir con su hermano, pero algo en su corazón lo paralizó. Cuando pasó algún tiempo, Elisa y Sexto se internaron en el bosque para buscar a Quinto, y lo que se encontraron les llenó de pánico. El león dorado se encontraba frente a Quinto. Quinto los miró con tristeza e hizo un gesto de despedida, entonces el león se irguió y rugió al cielo con todo su poder. El bosque lloró, las aves alrededor cayeron muertas, mientras que Elisa y Sexto terminaron inconscientes en el piso. Cuando despertaron, Quinto ya no estaba y se le fue dado por muerto. Después de ese día, Elisa perdió el habla, y Sexto cambió mucho su actitud frente a las cosas, la ausencia de su hermano le hizo ver que se había vuelto dependiente de sus consejos y de su ejemplo en muchas cuestiones, especialmente para complacer a su madre. Un día tres años más tarde, como por arte de magia Quinto apareció caminando desorientado en uno de los campos de trigo, su rostro aún conservaba las formas de la infancia, pero su cuerpo estaba marcado por duras experiencias, su espalda estaba marcada por cicatrices de látigo, mientras que la sección derecha de su torso que estaba desnuda debido a que portaba una túnica asimétrica mostraba algunas huellas de puñaladas. A pesar de ello su masa corporal era sana y bastante impresionante, poseía una musculatura delgada pero bien marcada. La primera en reconocer a Quinto fue Elisa que regresaba de la quebrada de lavar la ropa, durante esos tres años ella no había dejado de buscarlo en aquel bosque un solo día. Pero a pesar de todo ese tiempo… Elisa! Te vez mayor, y mucho más hermosa!–dijo Quinto mientras se tocaba la cabeza, como si estuviera ebrio –¿qué sortilegio de los dioses ha caído sobre ti y te ha robado la infancia? ¡Han pasado tres años!–dijo Elisa abrazándolo en un mar de lágrimas, eran sus primeras palabras en tres años, por lo que su pronunciación fue pobre. No seas tonta –contestó Quinto –apenas me separe de ti hace unas horas. ¿Entonces como explicas que ahora seamos mayores? ¡Solo mírate! ¡Tu cuerpo es mayor! –contestó la muchacha. Entonces Quinto vio que sus brazos no solo eran más largos, también estaban marcados por una densa aunque delgada musculatura, además de unas cuantas cicatrices y escoriaciones de combate, ¿Cómo podía ser eso posible? Entonces Quinto observó la villa de sus ancestros y se dio cuenta que mucho había cambiado, todo parecía más lúgubre, más precario. Los esclavos estaban famélicos y escuetos, el capataz ahora portaba un látigo, y también estaba igual de escueto, de hecho hasta las bestias de carga estaban extremadamente delgadas, solo Elisa no se veía famélica, aunque para la media de muchachas de quince años si estaba algo delgada. ¿Qué está sucediendo? –se preguntó Quinto un poco desorientado.
Los Siondu La caza de los leones dorados, a pesar de ser bestias peligrosas y con una piel dura no son exactamente seres invencibles. Las unidades de nobles armados con equipo de hierro forjado a altas temperaturas podían hacerles frente, siempre que contaran con la ubicación de la bestia. –La verdad no entiendo que es lo que busca esa criatura del hades con esa niña –dijo un oficial de caballería mientras observaban a un león dorado rugir violentamente ante una niña que había secuestrado unas horas atrás. –¿Es la primera vez que observas esto Paulino? –preguntó el oficial al mando, se trataba de Serbio Tulio Prisco, un oficial de unos treinta años de edad que había sido ascendido por su tío el rey de Etrus como nuevo comandante en jefe de los ejércitos del reino. Por lo general en tiempos de paz el ejército se encontraba desconcentrado ya que era en su mayoría una leva de emergencias constituida por campesinos y ciudadanos. Unos pocos nobles sin embargo formaban la orden de caballería y estaban en pie de armas la totalidad del año. La orden de caballería tenía dos deberes, la primera era la de vigilar los territorios fronterizos cazando forajidos para asegurar el control del territorio, la segunda función era la de dar cacería a los monstruos que aparecían de vez en cuando cerca a alguna de las aldeas. Ahora un escuadrón de caballeros se había topado con una niña secuestrada de la aldea de Uria a una jornada de camino de la frontera norte del reino de Etrus. Los jinetes fueron informados de la situación, y a pesar de la reticencia de algunos de los jinetes, el comandante Tulio ordenó la inmediata búsqueda de la criatura. Paulino era un oficial de caballería bastante joven, tendría unos veinte años y solo después de haber pasado más de siete entrenando se le había permitido unirse a un escuadrón de reconocimiento, pertenecía a una de las familias más ricas y extensas del valle de Erios con miembros en los reinos de Etrus, Virsa y Samos, aunque no eran precisamente nobles, sus miembros eran acogidos por la nobleza debido a su riqueza. –Mi señor –dijo Paulino montando en su caballo –diría que es mi primera cacería de un león dorado, la verdad no sabía que las personas que ellos se llevaban eran sometidas a semejante tortura. Es lo más común –contesto Tulio mientras comía una torta de harina con queso que le habían entregado algunos campesinos al iniciar la jornada, eran sus favoritas –aunque diría que en lo que llevo recorriendo estas planicies solo he cazado a tres de esas criaturas, cuando se llevan a alguien generalmente es a un efebo o una doncella que no tienen más de trece o catorce años de edad, los someten a esa tortura indescriptible, pero nadie sabe aún la razón, por suerte para nosotros cuando están torturando también pierden la percepción de su alrededor y eso nos permite atacar. Generalmente cuando rescatamos a aquellos jóvenes, ellos retienen un estado catatónico, como si perdieran algo de sí mismos en aquel evento, nunca vuelven a ser los mismos, de hecho sus comunidades siempre los expulsan por considerarlos como marcados por las bestias. De los tres secuestrados anteriores uno murió y las otras dos las he tenido que recoger yo mismo, ahora se encuentran como criadas de mi casa, son buenas personas aunque a veces pienso que si tienen algo raro. Dicho esto Tulio dio la orden, entonces una centuria de jinetes se desplegó alrededor del león dorado. Como dijo Tulio, las bestias por lo general perdían la noción de sí mismas cuando torturaban al muchacho o niña que habían secuestrado, por lo que era fácil acercarse por los costados a toda velocidad y estrellar una lanza con una punta de buena calidad en el costado. Ese primer ataque era de tradición una prerrogativa de los comandantes del escuadrón, aunque en algunas ocasiones decidían no realizarlo. Tulio no era de esa clase, a él le gustaba correr a toda velocidad con su caballo y empalar a las legendarias bestias doradas. Tulio embistió desde el flanco izquierdo mientras Paulino hizo lo propio desde el derecho, ambas lanzas penetraron mientras sus astas se quebraban violentamente, al hacer esto el león dio un rugido de dolor y se agachó levemente mientras su conciencia volvía a la realidad. El siguiente paso era alejarse de la criatura a gran velocidad, ya que a pesar de tener la punta de una lanza dentro de su cuerpo aun eran criaturas muy fuertes y con gran resistencia al agotamiento. Lo siguiente que había que hacer era agotarlo, el jinete perseguido se convertía en el nuevo foco de la bestia mientras que otros dos o tres jinetes flanqueaban a la criatura y lo acosaban con venablos o le impactaban otra lanza si era viable, con el paso de unos diez a veinte minutos la criatura comenzaba a caminar más lento y a escupir sangre blanquecina mezclada con espuma, hasta que finalmente se echaba al piso agotada. Cuando su respiración se hacía más lenta los jinetes desmontaban con lanzas y atacaban todos al tiempo, mientras que el comandante se acercaba con un puñal largo y delgado para atravesarle la cabeza desde la cuenca ocular, de este modo se lograba dañar el cerebro y matarlo de forma definitiva. Cuando terminó la cacería Tulio limpió su cuchillo mientras traían una carreta. –¿Para qué es la carreta? –preguntó Paulino Los restos de un león dorado deben ser enviados con un alquimista –contesto Tulio limpiando la sangre de sus manos –el vello dorado de su piel es más duro que el hierro e hilado apropiadamente puede formar una armadura ligera pero bastante buena contra los cortes indirectos, hemos estado tratando de reunir suficiente pelo dorado para hacer un chaleco para mi tío pero. –Creo que necesitaríamos como cinco leones más para cubrir el abdomen de su alteza –dijo uno de los oficiales de caballería, era un pensamiento al aire que hizo reír a todos los jinetes, pero inmediatamente se callaron cuando Tulio los miró de reojo con actitud seria, aunque luego sonrió maliciosamente adicionando –de hecho son siete, el alquimista al que llevamos estas cosas ya hizo los cálculos. Todos rieron mientras comenzaba a llover, entonces Tulio se dio cuenta de dos sombras que caminaban como si se tratara de almas en pena, al enfocarse más se dio cuenta que eran dos niñas, sus pieles eran más claras y sus cabelleras castañas atadas en espesas trenzas revelaban su origen, eran personas de más allá del rio Sodlian. Unas semanas más tarde Tulio ingresa en un cuarto hecho de mármol, vestido con el atuendo de los generales del valle de Erios, una coraza de bronce martillado finamente para dar una textura muscular, hombreras de cuero remachado con hierro con ganchos para una capa escarlata, un yelmo con una cresta alargada escarlata, brazaletes y grebas de bronce, una túnica escarlata, pantalones cortos y botas de caballería. Salve general Serbio Tulio Prisco, ¡comandante supremo de las legiones de Etrus! –quien hablaba era un hombre de edad mediana y voz potente, se trataba del heraldo del rey, encargado de anunciar al nombre y rango de todas las personas que eran convocadas en una audiencia con el rey. Mi sobrino favorito, ¿Qué buenas traes del campo de batalla?, escuché que derrotaste a 3000 bárbaros con tan solo 500 jinetes de Etrus, además de cazar a otro monstruo legendario –dijo el rey en un acto de autocomplacencia, al mismo tiempo que masticaba una pierna de tórtola cocinada, mientras todos los miembros de la corte aplaudían al unísono. –No eran soldados –repuso Tulio cerrando los ojos, su honor como soldado estaba mancillado –¡eran campesinos tío! Y no solo eso, no eran más que unos niños que no llegaban a la veintena de edad, me temo que solo eran un señuelo de los Siondu. Al decir estas palabras todos en la corte comenzaron a murmurar, Tulio percibió esto y expresó su deseo de que el rey conociera los pormenores de la situación de las últimas semanas, pero el consejero del rey, Máximo Valerio Cisco, un opositor muy vocal de las actividades de Tulio fuera de la corte. –El rey levantó la mirada –estupendo, una historia, adoro las historias y más aún cuando son reales, actualmente los mitos que cuentan una y otra vez los juglares ya me aburren. Adelante, adelante muchacho. El reino de Etrus posee dos límites muy claros, al este las montañas de Dumbria y al norte el rio Soldian enmarcaba sus territorios naturales. Para vigilar aquellas tierras desde tiempos inmemoriales, los reyes de Etrus establecieron la orden ecuestre. Los jinetes de Etrus eran un grupo de 500 soldados de élite montados en caballos de Tialios, caballos de masa mediana, no tan fuertes y no tan lentos aunque sí bastante resistentes y muy costosos ya que los pastos de Tialia no eran muy adecuados para mantener ganado pesado. El líder de la orden ecuestre era generalmente el general del reino, y la velocidad de su despliegue era comúnmente lo suficientemente efectiva para destruir a grupos de ladrones o de incursores del norte. En tiempos de necesidad el general debía convocar al ejército completo de Etrus, y los miembros de la orden ecuestre debían convertirse en comandantes y capitanes. Cuando Tulio se encontró con las niñas, la mayor que tendría unos quince años le advirtió sobre una tragedia terrible. Los bárbaros Siondu habían atravesado las montañas Foeni en el lejano norte, más allá del valle de Ogul, una enorme masa de cumbres, valles elevados y nevados traicioneros, repleto de monstruos místicos como leones dorados, manticoras, y lobos del hielo. Las montañas de Foeni servían como una barrera natural para las invasiones a pequeña escala, aunque de vez en cuando algún ejército u horda bien organizada los cruzaban. Cuando Tulio escuchó aquel nombre se llevó la mano al mentón y comenzó a pensar en una vieja historia que le había contado su abuelo hacía ya muchos años. Los adoradores del dios de la guerra o Siondu, ese era el nombre genérico de unas hordas de bárbaros que plagaban las lejanas tierras del norte más allá de los montes de Foeni, moviéndose siempre en bandas medianas de unos 10.000 a 20.000 guerreros, se enfocaban en buscar los reinos más opulentos y regresarlos directo a la edad de piedra. Los Siondu eran comandados por lo que ellos que se denominaban a sí mismos como “los hijos del dios de la guerra”, dioses en sí mismos capaces de poderosos actos de brujería, siendo al mismo tiempo reyes, profetas, sacerdotes y generales. Para los Siondu las artes como la escritura, la lectura, la agricultura, y la vida en ciudades sedentarias era una herejía, cuando llegaban a un territorio incineraban las ciudades, masacraban a todos los que sabían leer y escribir y tomaban como súbditos a los hombres más jóvenes, los convertían en sus seguidores fanáticos con una mezcla de magia, brebajes y promesas falsas. Los ejércitos de jóvenes eran enviados a los territorios vecinos más ricos, si los jóvenes lograban regresar habiendo saqueado el lugar eran aceptados dentro de las filas de los Siondu, de lo contrario, los Siondu veian que se trataba de un reino fuerte y lo atacaban de forma directa. La niña informó que su aldea había sido destruida, algunos escaparon al sur porque habían sido informados de la invasión unos días antes y se dirigieron al sur como ella y sus padres, pero los jóvenes guerreros que habían permanecido en sus hogares para protegerlos habían sido capturados, y el dios que comandaba a los invasores los convirtió en sus esclavos, la región de Sabia al norte de Etrus se había convertido en un baño de sangre. –Mi padre me ha dicho que 3000 de nuestros jóvenes se han convertido en adoradores de aquel demonio y vienen por nosotros y por ustedes –dijo la muchacha hecha un mar de lágrimas –te ruego por los dioses de mis ancestros, protégenos y protege tus tierras. Al escuchar esto Tulio convocó a todos los escuadrones de caballería conformando un ejército de 500 jinetes y unos 2000 auxiliares de infantería ligera de leva, convocados desde la aldea de Uria y los caseríos cercanos. Tulio no tuvo problemas en reclutar su ejército debido a sus actos heroicos contra el león dorado, que se esparcían al mismo tiempo que el llamado a la batalla. La batalla tuvo lugar en un bosquecillo al norte de la aldea de Uria, justo en unas colinas escarpadas que llevaban el nombre de la aldea. La batalla fue corta, la horda de adolecentes era torpe, lenta y lo más importante, carente de una moral sólida. Tulio evitó la batalla directa por varios días mientras los guiaba por pasos de montaña carentes de fuentes de agua numerosas, mientras que ellos mismos tenían suficientes recursos gracias a una red de suministros cuidadosamente planificada. De vez en cuando eran enviados honderos y cazadores a acosar a la horda cuando pasaban por un estrecho escarpado, incrementando su impaciencia. Hasta que finalmente fueron emboscados en una pendiente llana e inclinada, lo cual le permitió a la caballería cargar con potencia y profundidad, la cuña que era precedida por las tropas de campesinos arrasaron con la horda. Algunos jóvenes fueron tomados como prisioneros, mientras que Tulio marchaba a la aldea de Uria para reunirse con los refugiados. Allí los más viejos tomaron por el cuello a sus hijos o familiares y les cortaron la garganta, no podían tolerar la traición que habían hecho aquellos muchachos. –No son más que sucios bárbaros –repuso uno Valerio Cisco –¡asumo que los habrán pasado a todos por la espada! –Estas gentes han vivido con nosotros por siglos sin ningún problema –repuso Tulio de forma aguda, empleando la menor cantidad de palabras que su idioma le permitía para establecer un mensaje claro – y aquellos que nos advirtieron de la invasión se han sometido a la autoridad del rey. –¿La autoridad del rey o la tuya? –preguntó Valerio Máximo de forma aguda –tomas decisiones por el rey. ¿Debemos confiar en la palabra de los bárbaros? Todos los nobles se alzaron en una mezcla de pánico, estupor e incredulidad. Y aunque el rey era escéptico ante la leyenda de los Siondu, pero no estúpido, aunque muchos así lo opinaran debido a la talla de su abdomen. –Envía exploradores al norte, debemos saber por nuestros propios medios que está sucediendo en Sabia, también a Feisinia y Desledonia –dijo el rey a Tulio sin prestar oídos a las palabras de Valerio Máximo, aunque tampoco las cuestionó–a demás deberás reclutar y entrenar al ejército del rey, envía batidores por todos nuestros poblados y trae de ellos hombres jóvenes para lanzar jabalinas, hombres adultos y recios, capaces de comprar sus armaduras para la infantería auxiliar, mientras tanto mi hijo y el general Druso se encargaran de entrenar la infantería pesada de la ciudad. –Pero mi señor –uno de los nobles de la corte –¡extraer a tantos hombres del campo y la ciudad constará una enorme cantidad de recursos! ¿Quién pagará por lo que es, solo unos cuentos de bárbaros? El explorador enviado a Sabia, la región al norte del reino de Etrus era un hombre hábil y de la más alta confianza de todos incluido Valerio Cisco, por lo que pudo encontrar fácilmente la posición de la horda invasora. El comandante de dicha horda parecía no atacar bajo alguna lógica ordenada, iba y venía de un poblado a otro, masacrando, quemando, tomando, violando, haciendo todo lo que deseaba. En una ocasión el explorador pudo atestiguar una batalla contra una tribu de Sabia que se había organizado particularmente bien, incluso al extremo de tener en sus filas a mercenarios de Liduria, Feisinia y Espicia. Juntos agrupaban una fuerza de 10.000 hombres de infantería, la mayoría adolescentes sin tierras, por lo que iban pobremente armados, sus torsos desnudos estaban pintados con pigmentos azules, los cuales resguardaban con largos escudos ovalados, por armas llevaban trinches de paja, guadañas para el siego del trigo, cuchillos pesados para cortar la carne de la cacería, algunos portaban dagas tribales alargadas o espadas cortas. Solo los terratenientes iban con un equipo decente, algunos con cotas de malla de hierro, otros con corazas de lino prensado. Los invasores por su parte agrupaban una fuera de 5.000 hombres, todos bien equipados, con cotas de malla de hierro forjado, escudos de calidad y espadas medianas. La batalla comenzó como se esperaba, los invasores no se veían imponentes, y comenzaron la batalla en una posición defensiva, formando una línea delgada y aparentemente débil. De hecho su centro era inexistente, solo se encontraba el comandante, sin guardias. Cuando el ejército aliado atacó el centro ocurrió un hecho insólito. Una columna de fuego se elevó consumiendo la vanguardia y sumiéndolos en el caos. Los de la retaguardia y as alas dudaron y ante el sonido de los cantos del ejército de Siondu abandonaron las armas y salieron corriendo. Aquel era el poder de Ernak de fuego, uno de los caciques tribales de las hordas Siondu.
Los embajadores de Virsa Las órdenes ecuestres eran un aspecto común entre los reinos de la península de Tialios, también cumplían la función de guardaespaldas de altos dignatarios, como los embajadores. Al sur de Etrus se encontraba la inestable, “y comúnmente inmersa en conflictos civiles” ciudad estado de Virsa, sus ciudadanos habían expulsado a los reyes unos 20 años antes, y por tal razón no tenían mucha confianza entre los reinos adyacentes. El rey de Etrus particularmente los despreciaba debido a que el último rey de Virsa era su primo. Durante ese tiempo Virsa se había sumido en una guerra civil, de la cual surgió un acuerdo entre las principales casas de comerciantes y líderes populares, hacer lo más práctico por mutuo acuerdo, sin importar las ideas de honor de los nobles. En ese sentido crearon un cuerpo de magistrados que llamaron senado y decidieron elegir al mejor líder que la situación concreta exigiera. Para la paz el gobernante debería ser un hábil comerciante, que asegurara a la ciudad los mejores ingresos, para la guerra debería ser el mejor estratega, el viejo más astuto y sucio que pudieran encontrar, para las fiestas religiosas la doncella más carismática que se encontrara en alguno de los templos de los dioses. Has lo más práctico que la situación demande, se convirtió en el lema nacional aun cuando en algunas ocasiones fuera algo bastante vago. Casi 3 años después de la expulsión de los reyes, Virsa debió enfrentar una invasión triple, al norte Etrus con su caballería de élite, al sur Samos con una infantería formidable. El nuevo líder del senado decidió atacar en lugar de defenderse, contrató piratas y mercenarios de las tribus aledañas y derrumbó los planes de los Etruranos, mientras que con sus propias tropas de infantería logró aplastar la invasión Samiana. Durante la batalla, uno de los plebeyos artesanos destacó sobre los demás, un hombre de tierras lejanas y aspecto extraño, que portaba un arma muy costosa de fabricar llamado Kasim fi Dis Ilos. Debido a su excepcional valor Kasim fue rebautizado como Casimo Disilos, se le otorgó el rango de ciudadano excepcional de la ciudad de Virsa. Con los años estableció una nueva institución, la Academia de Artes de Guerra consagradas a la diosa Asana. Casimo no gustaba de inmiscuirse en asuntos políticos, pero el prestigio de su escuela se acrecentó poco a poco. Los nobles de Virsa y regiones aledañas comenzaron a percibir que los espadachines que salían de allí eran notablemente superiores a los demás, lo cual le valió poco a poco del favor de muchas familias poderosas. De esa forma de vez en cuando debía obedecer el dictamen del senado de la ciudad y asumir cargos públicos. Casimo había asumido el cargo de embajador y representante plenipotenciario del senado, un rango realmente militar, pues poseía todos los poderes para declarar la guerra o la alianza a cualquier nación si veía que era necesario sin el consentimiento den senado. Tal cargo se creaba solo cuando existían rumores de que un reino vecino se armaba convocando sus ejércitos completos. Casimo se encontraba viajando al reino de Etrus precisamente por eso, el senado de Virsa había escuchado de los comerciantes que el ejército de Etrus se estaba reuniendo a gran velocidad, grandes cantidades de campesinos se estaban organizando y entrenando, además que los impuestos habían aumentado exorbitantemente. Para llegar a Etrus desde Virsa era necesario atravesar el denso bosque de Timber, plagado de monstruos místicos como leones dorados, cíclopes enanos y grifos enanos de Tialia. La forma más segura de atravesar el bosque era por un camino de tierra que discurría en paralelo del rio Erios que recorría la península en su lado occidental de norte a sur, las aguas del rio no solo daban vida a muchos poblados, también parecían alejar los monstruos de él, por lo que era el único camino que podían tomar los comerciantes. Casimo estaba siendo resguardado por un destacamento de 70 jinetes de la órden ecuestre de Virsa y por una de sus alumnas más aventajadas llamada Licia Lartia. El entrenamiento de los “mejores alumnos” era severo pues se trataba generalmente de individuos capaces de usar magia, aunque de forma accidental. Muchos decían que Casimo era un hechicero oscuro, pero en realidad nadie era un testigo directo de eso, aunque sus habilidades de combate eran por demás atemorizantes, y trataba de enseñar “eso” a sus mejores alumnos. Licia estaba entrenando justo en aquel viaje, pues mientras que todos avanzaban a caballo con un paso rápido, ella debía realizar el recorrido a pie, con brazaletes de plomo en muñecas y tobillos, casi como si fuera una esclava. Algunos jinetes sentían pena por la muchacha que tendría unos 17 años de edad, pues les parecía que el entrenamiento era brutal, demasiado para una doncella que a todas luces había nacido en la cuna privilegiada de alguna familia noble, pero al finalizar cada jornada eran ellos, los que avanzaban a caballo, quienes parecían estar más agotados que ella. La muchacha no hablaba, y Casimo se comunicaba con ella solo por gestos de mano. La verdad era que ella detestaba mucho a los hombres, pues cuando era niña unos bárbaros de Espicia la secuestraron para pedir rescate, pero cuando las cosas se complicaron la dejaron abandonada en la carretera con una puñalada en el vientre. Todos pensaron que moriría, pero Casimo la encontró y le salvó la vida, lamentablemente su útero se había lastimado demasiado, por lo que los doctores concluyeron que ella jamás debería quedar embarazada, pues su útero dañado seria peligroso para ella y para el bebé. Separada de su rol como mujer, por poco fue desterrada de su familia y condenada a una vida de servidumbre o peor, pero Casimo intervino por ella ante el Padre Familias del clan Lartia, y este accedió a que ella asistiera a la academia de Casimo, convirtiéndose en su mejor y primera alumna femenina. –Siento algo maestro –dijo la muchacha mientras observaba los bosques hacia el lejano norte. Casimo se aproximó hacia ella mientras se quitaba la capucha de su capa escarlata mientras tocó suavemente el hombro de su alumna favorita -¿sientes la presencia de los monstruos místicos del bosque? –No es eso maestro –contestó ella sin quitar sus ojos del norte –su presencia es continua y está a nuestro alrededor, lo que siento se encuentra más allá, es lejano como el ruido de un rio que se arremolina antes de convertirse en una catarata, como si algo se estuviera conteniendo antes de caer estrepitosamente. –Tus sentidos se hacen cada vez más agudos mi querida niña –contestó Casimo sonriendo. El viaje hasta Etrus duraría unos dos días más, y a medida que salían de bosque de Timber se encontraban con la parte norte del valle, allí se encontraban en las tierras del rey de Etrus. No tardaron mucho en encontrarse un grupo de jinetes, todos armados hasta los dientes. Casimo habló con el capitán y fueron dirigidos directamente a la ciudad de Etrus. Etrus era una ciudad costera fuertemente fortificada, sus muros de unos treinta metros de altura y unos cinco de espesor eran resguardados por torres de vigilancia se sobresalían con orificios especializados para lanzar dardos y aceite hirviendo quemándose. Al interior se encontraba una urbe de unos 100.000 habitantes, la mayoría esclavos y artesanos. En el centro de la ciudad se encontraba una acrópolis escarpada y una fortaleza propia, en cuyo centro se encontraba el palacio del rey. Las casas eran de ladrillos, unas rocas artificiales que debían fabricarse con una mezcla especializada de materiales extraídos de las montañas de Dumbria. La mayoría de las casas tenía una coloración blanca y roja, con los símbolos de los dioses de la ciudad. Las calles de roca lisa eran irregulares, y en su mayoría tenían un tremendo olor a humanidad, aunque su contraparte en Virsa no era mucho mejor. Las calles no discurrían en línea recta, en su lugar viraban en curvas sinuosas como el camino de una serpiente, con intersecciones casi que aleatorias. La calle principal olía mejor y era mucho más amplia, esta atravesaba la ciudad desde la puerta oriental hasta el puerto en la parte suroccidental describiendo una curva sinuosa semejante a una letra S. Justo en medio se encontraba la acrópolis y bajo su protección el mercado principal. Al pasar por los muros de la acrópolis se encontraron con un hermoso jardín de flores azules, el cual llevaba directo al palacio del rey, una estructura humilde en el sentido de que no estaba diseñada para la guerra, parecía más una especie de templo, un edificio construido con múltiples pilares y sin muros, alrededor del cual se hallaba una numerosa guardia de hoplitas armados hasta los dientes. Elrededor se encontraban los niños de la corte, los hijos de los nobles que vivían afuera de la acrópolis. El palacio de rey estaba hecho en mármol pulido, y la habitación de la corte era amplia. El rey había convocado a los nobles debido a la llegada del noble heraldo de Virsa. El encuentro ceremonioso fue extenso, el rostro del rey aun no podía ocultar la desidia por los nobles de Virsa y la decisión de derrocar a su primo veinte años antes. Pero es era historia ahora, el problema más complicado ahora eran los bárbaros que se agolpaban en la frontera norte. –¿Por qué ha convocado su alteza al ejército de Etrus? Esa era la pregunta del millón de talentos, cuando Casimo la lanzó los nobles de Etrus elevaron un murmullo que casi se convirtió en un abucheo de cólera, ¿Cómo se atrevía un simple plebeyo extranjero a cuestionar las decisiones de un rey? –Puede que quisiera hacerlos marchar desde el rio Sodlian hasta el bosque de Timber –repuso el rey de forma afable –son mis tierras después de todo. Casimo no tenía el ánimo beligerante, sabía que una guerra con Etrus era algo pésimo, aun cuando muchos senadores de Virsa fueran muy entusiasta de la gloria en el campo de batalla. De hecho para la audiencia con el rey se había presentado desarmado, sin la armadura de bronce o la capa escarlata, sin botas de caballería o daga de ceremonia, apenas estaba ataviado con la humilde toga de un filósofo o un ciudadano. Pero los nobles sabían quién era, la leyenda de los campos de Samnia, un guerrero tan feroz que por sí solo pudo romper el muro de escudos de las falanges Samianas, el mejor espadachín de todo Tialios. –Su alteza –dijo Casimo sin dejarse contagiar del hábito beligerante –El senado y el pueblo de Virsa le extienden en este momento su brazo para apoyarlo en lo que sea que le ha obligado a convocar su ejército, no he venido aquí como un capataz o un soldado paranoico, estoy muy seguro de que las razones de llamar a su ejército son urgentes e importantes. El silencio se hizo en la corte mientras un joven general aparecía de entre la multitud de nobles. –Los Siondu han tocado nuestras puertas al norte –dijo el general –en estos momentos la horda está saqueando el valle Ogul, pero solo es cuestión de tiempo pata que nos ataquen. El rostro del rey no estaba complacido, y a pesar de los múltiples intentos por parte de Casimo por ofrecer una alianza militar, el rey de Etrus se negó categóricamente, no se ensuciaría con el apoyo de arribistas que no reconocían el trato que debía recibir un príncipe. A pesar de ello Casimo ofreció la promesa de ayudar a Etrus en cuanto el rey así lo permitiera. Licia había observado todo a lo lejos ocultándose en uno de los pilares, podía ver claramente el rostro de su maestro entre la multitud, era la primera vez que notaba una expresión de preocupación, con el ceño fruncido y la mirada gacha, como si estuviera pensando planes insondables para combatir a un monstruo invencible, ¿Quiénes eran los siondu? ¿Qué tan fuertes eran como para hacer palidecer a su maestro?
El sitio de Alboz Erusa era la ciudad más importante de Dumbria, una región enmarcada por altas y escarpadas montañas en la zona norcentral de la península de Tialios. Las montañas actuaban como una enorme fortaleza natural, por lo que las gentes de Duumbria solo debían preocuparse por los accesos naturales a su territorio que eran tres, uno al este que era la frontera con Etrus, allí se encontraba la aldea de Loda; otro al sur al bosque de Timber, infranqueable debido a la cantidad de monstruos místicos; y finalmente al este, con la región salvaje de Desledonia resguardada por la impresionante fortaleza de Alboz. En el centro de Dumbria se encontraba enclavada en una roca una enorme arma, a primera vista parecía una alabarda de hierro, pero al ver más de cerca se podía ver que se trataba de una espada monumentalmente grande, el filo de su cuchilla se encontraba acerrado con aristas que se asemejaban en algunos puntos garras y en otros colmillos felinos. La espada según la leyenda era una copia del arma dorada de Heracles, la espada que había cortado las cabezas de la hidra de Lerna, solo para verlas reaparecer inmediatamente. A pesar de ser una copia, no era cualquier copia, se decía que había sido forjada por uno de los cíclopes de Efesto, por lo que era un arma con nivel de reliquia. Alrededor de aquella espada monstruosa se había formado una ciudad llamada Erusa, era una ciudad consagrada a los dioses, especialmente Zeus, el rey de los dioses. Erusa no tenía muros o empalizadas, ni siquiera una humilde cerca, por lo que su defensa descasaba principalmente en el resguardo de los pasos de montaña por tropas mercenarias de Etrus, Virsa y Samos. La espada recibía el nombre de “Umbra” que significaba sombra, se decía que por sí sola tenía el poder de ahuyentar los monstruos místicos, por lo que Erusa casi nunca había sido atacada por ningún monstruo místico en siglos. No era una ciudad muy grande, de alrededor de quince mil habitantes, principalmente artesanos y sacerdotes, allí acudían los Padres de Familias líderes de los diversos clanes nobles junto con sus hijos primogénitos para ser consagrados a Zeus el líder de los dioses para que este les transmitiera sus habilidades de liderazgo. Incluso en años recientes los herederos de familias libres plebeyas acudían para hacer el mismo peregrinaje. Cuando Quinto observó el arma en el centro de la ciudad sintió que un corrientoso le corría ll espinazo, mientras que la imagen de la misma arma pero de un color dorado intenso se le venía a la mente, era portada por un hombre alto y fornido recostada sobre su hombro derecho, pero no pudo ver su rostro con claridad en el lapso de tiempo que duró aquella imagen mental, cuando la silueta de la barba comenzaba a formarse Elisa lo sacó de su ensoñación, habría pasado como una semana desde su reaparición en la aldea de Loda. Mientras los dos muchachos caminaban seguidos de un humilde mulo en busca de Claudio y Sexto, algo terrible estaba ocurriendo en la fortaleza de Alboz, estaba siendo sitiada. Los soldados de la fortaleza eran hábiles defensores, pues se trataba de soldados profesionales que vendían sus armas por una paga y la bendición de los sacerdotes de Erusa. Todos vestían armaduras de lino prensado y grandes escudos de bronce redondos. Algunos eran arqueros profesionales, mientras que otros operaban la artillería defensiva, balistas, catapultas ligeras, onagros, escorpiones y canaletas para aceite inflamable. Adicionalmente se trataba de una fortaleza en roca, una pequeña cuidad a microescala enclavada en la roca de las montañas de Dumbria. Frente a la fortaleza se hallaba un valle rocoso y poco apto para posicionar armas de asedio, aunque si permitía algo de protección a la infantería atacante, debido a que el camino no era plano, se trataba de una superficie rocosa, irregular y para colmo era el lecho de una quebrada que emergía de las grutas al interior de la fortaleza, lo que hacía de la superficie de las rocas algo bastante liso. El punto era que la fortaleza se encontraba en la cima del camino al altiplano de Erusa, y ese camino era altamente irregular, lo cual agotaba a los escaladores e impedía el transporte de suministros por medio de carretas. Escalar desde el valle bajo Desledonia hasta Umbria no era algo sencillo. Los atacantes eran bastante altos, vestían armaduras de hierro o bronce hechas con anillos entrelazados que las gentes de Virsa y Etrus llamaban armaduras anilladas o cotas de malla. A demás estaban protegidas con escudos largos típicos de los pueblos salvajes del norte con símbolos de jabalíes y de lobos de las estepas. El asedio era incompleto ya que la fortaleza se encontraba flanqueada por los brazos de dos cadenas montañosas, las cuales debido a su alta humedad eran jabonosas para los escaladores. De esta forma la cara oriental de la fortaleza era la única obstruida por el ejército bárbaro, mientras que la cara occidental que llevaba al fértil y pacífico altiplano permitía el acopio de suministros y refuerzos. Las tropas atacantes eran de unos 2000 hombres, pero la fortaleza estaba diseñada para defenderse de un ejército diez veces más grande, por lo que el comandante de la guarnición decidió proceder según los procedimientos, esperar a que se les acabaran los suministros y masacrar a los soldados enemigos cuando se acercaran. Por tal razón, cuando vio el humilde ariete que avanzaba pesadamente a través del terreno irregular no pudo más que sonreír debajo del yelmo cerrado que llevaba puesto, aunque no es que lo fuera a necesitar siempre le gustaba como se veía con él. A pesar de esto, el teniente, un virsano veterano de la guerra de emancipación contra los reyes pensó que definitivamente había algo fuera de lugar con respecto a aquel ariete. –¿De dónde sacaron el roble para hacer el ariete? –preguntó el teniente dando un paso al frente. Era verdad, para penetrar las puertas de la fortaleza de Alboz se requería madera muy densa, que ardiera con dificultad, y lo bastante pesada como para que con el movimiento pendular se generara el momento inercial necesario como para abrir las barras de hierro y bronce que reforzaban las puertas, además había otro detalle extraño, su diseño, se trataba de un ariete cerrado, como un cajón metálico debajo del cual debería haber un carromato con ruedas pesadas empujado por esclavos o soldados estúpidos. Subir toda aquella cosa debió ser algo complejísimo, ¡y no lo vieron nunca desde las torres de vigilancia! Entonces el comandante de la guarnición sintió un escalofrío que le recorrió el espinazo. –Que toda la artillería pesada se enfoque en aquel ariete –luego mirando al teniente –ve a la puerta occidental, toma un caballo y permanece en espera, si algo sucediera toma el mensaje que escribiré y viaja a Erusa tan rápido como puedas. El Teniente virsano golpeo su pecho, su saludo militar, y luego salió hacia las caballerizas occidentales. Cuando el comandante puso nuevamente su mirada en el ariete se dio cuenta que se movía rápido, muy rápido, demasiado rápido como para llevar un tronco de madera o bronce en su interior, definitivamente se trataba de algo más, algo ligero, y algo en lo que estos bárbaros confiaban lo suficiente como para acercarse a las puertas y a un baño de aceite hirviendo encendido. Detrás de las puertas estaba un contingente de lanceros pesados, el lugar era angosto, un pasillo que permitía formar una falange corta pero de gran profundidad, básicamente era otra puerta hecha de bronce y carne. Dispuestos de esta forma incluso los 70 hombres de infantería pesada apostados allí podrían repeler una horda veinte veces más grande por el tiempo suficiente para que la artillería destruyera la moral atacante. Dispuesto allí en formación cerrada, con los escudos al frente superponiéndose unos a otros como las escamas de un dragón de broce y las lanzas pesadas dispuestas sobre los hombros propios y de los compañeros “en las primeras filas”, mientras que los de las filas posteriores ponían sus dos brazos sobre sus escudos, se preparaban para el ataque. El punto era defender empujando, solo los de las primeras líneas deberían defenderse con las lanzas, los demás solo debían empujar lo suficiente para mantener a los atacantes fuera de la puerta. Los disparos de la artillería eran infructuosos, la caja de protección del ariete se movía realmente rápido, como si solo se tratara de un cajón ligero de latón, diseñado para protegerse de la artillería ligera y de líquido del aceite. Cuando el ariete llegó a la puerta solo los arqueros y las canaletas de aceite tenían acceso real. El aceite bajó encendido, mientras que las flechas de clavaban en las placas del cajón que supuestamente protegía el ariete. Por otra parte los hoplitas defendiendo la puerta notaron que no había impactos roncos, por el contrario, no había ningún ruido. Los guerreros de la primera línea notaron un leve aumento en la temperatura, y la sensación de que algo se estuviera quemando, pero no le prestaron mucha atención y continuaron esperando. Poco a poco sintieron oleadas de calor que provenían del exterior, junto con oleadas de vapor que hacían muy difícil respirar con facilidad, poco a poco los escudos y las lanzas comenzaron a hacerse más pesadas. De pronto notaron que las fibras de los pesados troncos comenzaban a brillar con un tono anaranjado y amarillo, como si hubieran llamas siendo animadas con un soplete del otro lado. Los soldados de la primera línea tuvieron que dejar sus escudos en el suelo, y recostarse contra sus lanzas tratando de respirar, pero el humo y el calor los había abrumado. Luego el calor bajó un instante, para luego ser abrumados por una explosión que vaporizó la puerta, salieron volando pedazos de humo, ceniza y trozos de madera, bronce y hierro. Las tropas del frente quedaron desorientadas mientras un mar de flamas los envolvía. Los hombres en el frente que habían abandonado sus escudos fueron envueltos y consumidos poco a poco mientras aullaban de dolor por las quemaduras. Los dos hombres en el centro fueron presionados por algo que los empujó contra sus compañeros, como si un puño invisible los levantara violentamente, y desde allí fue que emergieron las llamas. Los de las líneas traseras resistieron mejor gracias a que sus escudos parecían mantener las lenguas de fuego a raya cada que vez avanzaban. Las llamas eran aterradoras, pero en realidad no eran tan peligrosas, el problema es que estaban confinados en un corredor muy estrecho, por lo que las llamas consumieron rápidamente el oxígeno del aire, además de aumentar terriblemente la temperatura. Después de unas cuantas llamaradas terminaron por escapar debido al calor intolerable y vapores tóxicos que emitían los cadáveres incinerados y los maderos quemados. Las tropas habían abandonado la zona defensiva, y al mismo tiempo las tropas de asalto avanzaron por el pasillo e ingresaron en el patio de la fortaleza casi que de sorpresa. Entrenados para resistir como un muro de escudos, los lanceros defensores se encontraban en desventaja en un combate cerrado uno a uno completamente desorganizado. Las espadas de los salvajes eran más largas y pesadas, por lo que tenían más alcance, además sus escudos eran mejores para aquellos duelos masivos y caóticos desde una perspectiva individual. Pronto aseguraron el pasillo y de allí comenzaron a ingresar más y más tropas. La fortaleza había sido perdida, y el comandante lo sabía, además algunos de los hombres apostados en el pasillo pudieron llegar hasta él y dar un informe, esas eran las pistas que necesitaba para confirmar sus miedos, rápidamente tomó un pedazo de pergamino, garabateó unas líneas en él y lo selló. Luego arrojó el sello a una fogata para que se fundiera y no pudiera ser empleado por nadie, enroscó el pergamino y lo ató con una cinta escarlata. –Que lo entreguen al sumo sacerdote de Erusa, y que informen de viva voz a la población, también envíen mensajeros a Etrus y Virsa, ¡Los dioses guerreros de los Siondu han venido a atacarnos! –No te vez bien –dijo Claudio después de haber abrazado efusivamente a Quinto debido a su expresión deprimida, a pesar de ser su hijastro el hombre lo estimaba mucho, después de todo también se trataba de su sobrino. Cuando su padre, “el abuelo de Quinto y Sexto” le informó que debía casarse con la viuda de su hermano mayor se había prometido a si mismo tratar a su sobrino como si fuera su hijo –¿Dónde estuviste todo este tiempo? El muchacho se acarició la nuca mientras sonreía de manera nerviosa –la verdad es que no lo recuerdo claramente –dicho esto se echó a reír de forma aún más nerviosa. –mmm, eso debe haber sido una obra de los dioses –contestó Claudio pensativo –bueno, supongo que hay mucho tiempo que recuperar, después de todo eres uno de mis hijos y como miembro de la casa principal del clan tengo deberes para ti y para tu hermano, primero que todo necesito que aprendas a leer y escribir adecuadamente, según recuerdo solo habías mejorado un poco los meses antes que desaparecieras. Quinto asintió, luego miró a su alrededor –¿dónde está mi hermano? –Sexto se encuentra orando en el templo de Zeus, cambió bastante después de que te fuiste, y aunque me duela admitirlo debo decir que fue para mejor –contestó Claudio frotándose la barbilla, aunque su personalidad externa continuó siendo algo arrogante, su determinación mejoró mucho, asumo que en su interior asumió que era su deber salir a buscarte algún día –luego mirando más de cerca los ojos de Quinto continuó con una sonrisa maliciosa –no admitirá lo feliz que se ponga cuando te vea. Por cierto, ¿qué dijo tu madre cuando regresaste? La última pregunta fue como una cuchillada en el corazón de Quinto quien bajó la cabeza e hizo un esfuerzo para no romper en lágrimas, al igual que Elisa. Claudio reconoció el problema. –Se esperaría que yo fuera el frio con tigo –dijo Claudio cerrando los ojos con algo de vergüenza–no te preocupes –continuó mientras tocaba el hombro de Quinto, un hombro firme, apto para portar un escudo de bronce pesado –algún día ella reconocerá que el trato que te da no es el más justo, eres tan apto de pertenecer a MI familia como lo es Sexto. Quinto asintió mientras se quitaba las lágrimas de los ojos, pero las palabras de Claudio no pidan borrar los eventos que habían sucedido el día en que apareció ante su madre. Aunque al principio su rostro fue maternal, como el de una persona que recupera su mayor tesoro, eso fue solo un micromomento, luego su rostro se tornó duro, “¿por qué has regresado?” le inquirió ella con rabia “largaos de aquí, ya no eres bienvenido, haz tu vida en otro lugar, si deseas llévate a la esclava detrás de ti, ¡no tengo uso para una esclava muda que no puede llevar recados a ninguna parte!”. Quinto estuvo a punto de marcharse cuando uno de los miembros del clan, el líder de una de las familias secundarias y que se encontraba cuidando la villa lo reconoció, lo introdujo a la casa y lo trató como el señor del lugar, para luego enviarlo con Claudio. “¿Por qué lo odiaba tanto la señora?” Se preguntaba constantemente Elisa. En ese instante sus pensamientos se interrumpieron por el llamado de la guerra, un esclavo ingreso en la villa que Claudio había alquilado durante su estancia en Erusa completamente alarmado. –Mi señor, ¡Alboz ha caído y una horda de bárbaros se dirigen hacia aquí!
Magia de combate corto También se la denomina como los doce puños de los héroes, son hechizos básicos que aprenden los aspirantes a magos de combate como un medio de defensa personal. Debido a que cada persona se limita mentalmente a un determinado “elemento” nadie ha dominado los doce puños. Los hechizos de magia de combate se caracterizan por: · Ser repetido varias veces en un día, el promedio con el mana de un humano promedio es de entre 20 y 29 repeticiones. · No tiene efectos tridimensionales, el efecto explosivo o de impacto es lineal afectando una distancia máxima de 10 centímetros. · Generar daños leves como cortaduras profundas, lesiones en el tejido blando y algunos órganos, así como fractura de huesos, también es capaz de afectar vigas de materiales como maderas suaves o de calidad mediana. Pueden causar hendiduras en placas metálicas fuertes como escudos ligeros · Se conjura mentalmente, por lo que las manos y la boca pueden enfocarse en otras cosas. Este tipo de hechizos se mezclan con artes de combate cuerpo a cuerpo, asociados a puñetazos, patadas, cabezazos o toques. · Solo pueden ser evadidos por atletas superiores o héroes, las armaduras deben estar encantadas para no pesar tanto. El límite de velocidad radica generalmente en la velocidad para lanzar puños y patadas. · El alcance es extremadamente limitado, se debe tocar al contendiente físicamente, aunque el efecto destructor convenientemente es lineal. · Ser prácticamente infalibles, es difícil erra en un blanco que está al alcance de un puñetazo. · No generar efectos colaterales serios, incluso un anciano puede ejecutarlo. · En general el consumo de mana es ínfimo, el límite de hechizos depende principalmente del agotamiento que genera en el sistema nervioso después de un tiempo. Lista de hechizos de magia de combate corto 1. Fajro pugno. Efecto de quemadura 2. Pugna glacio. Efecto de quemadura 3. Vento pugno. Efecto de corte 4. Pugno forto: efecto de impacto doble “no elemental”. Gentle fist. Efecto de impacto doble sin fuerza muscular “no elemental”. 5. Pugno de agvo. Efecto de impacto doble “agua”. 6. Pugno pulvoro. Efecto de impacto doble “tierra”. 7. Fulmo pugno. Efecto de choque eléctrico. 8. Venena pugno. Efecto de maldición “veneno depresor del sistema nervioso” 9. Peza pugno. aumenta el peso del blanco por un instante “tiempo-espacio”. 10. Pugno de mallumo. Oscurece un área momentáneamente “oscuridad”. 11. Pugno lumo. Ilumina un área momentáneamente “luz sagrada”. 12. Palmo de vivo. Sana heridas de impacto.
La batalla de Erusa 1, vistiendo las armas de los dioses Los Padres de Familias de los clanes prestigiosos que visitaban la ciudad, e incluso los padres de las familias plebeyas se encontraban concentrados en el templo de Zeus, ante ellos se encontraba el sumo sacerdote y líder de la ciudad sagrada. La situación les fue explicada en detalle de acuerdo a los posibles últimos deseos del comandante de la fortaleza de Alboz. La situación sin embargo era complicada, según los reportes de los últimos mercenarios en escapar de Alboz, la fortaleza explotó por los aires, lo cual significaba que la garganta que permitía la entrada al altiplano estaba abierta de par en par para el acceso de cualquier ejército. A demás los bárbaros que habían tomado la ciudad ya se encontraban marchando a Erusa. Estaba más que claro que deberían pelear o escapar, pero para los miembros del clan de Leo la segunda no era una opción. La siguiente villa importante de camino a Etrus desde la ciudad de Erusa era Loda, su ciudad natal. Los dos hermanos se vieron mutuamente cuando Claudio se dirigió al templo de Zeus para la reunión. Quinto el hermano mayor observó a su hermanito, con quince años el muchacho estaba casi a medio camino de adquirir las formas de la adultez, sus brazos eran más largos al igual que sus piernas, vestía un quitón militar de falda corta de estilo Elevo que dejaba la piel de los muslos y los brazos descubiertos. Debido a su naturaleza belicosa y buscadora de gloria a Quinto no se le hizo extraño verlo vistiendo una coraza de bronce repujado con musculatura heroica tallada en ella. Debía ser bastante pesada y se notaba que no había sido hecha para él, probablemente se trataba de una de las armaduras decorativas que se encontraban en la villa de Loda, una reliquia decorativa que jamás había visto una batalla real “y de hecho no estaba diseñada para tal empresa”, era una coraza muy rígida y pesada, posiblemente diseñada para cuestiones estéticas durante festejos frente a la plebe. De hecho se le notaba un poco el esfuerzo que debía hacer para caminar. Pero su rostro y sus expresiones eran casi irreconocibles, y no era que hubiesen cambiado realmente, pues aún tenía la cara de un niño sin barba, lo que realmente sorprendió a Quinto fue la cara fraterna, se notaba su felicidad por el reencuentro después de tres largos años. Los dos se abrazaron con fuerza. Desde la perspectiva de Sexto su hermano había regresado diferente, su semblante, su aura y especialmente su físico, definitivamente no era el de un campesino, ¿había abandonado su tonto delirio de ser campesino? ¿Se uniría a él y ambos, así como los gemelos de las leyendas se unirían en la búsqueda de aventuras heroicas? Su cuerpo se notaba endurecido, y a pesar de la túnica que llevaba podían notarse algunas cicatrices cauterizadas, era obvio que en esos años Quinto había tenido que vérselas con los combates ¡combates reales de vida o muerte!, eso significaba que su hermano mayor volvía a tenerle ventaja en su sueño de ser un héroe. Ese pensamiento le hubiera molestado en otro tiempo, pero ahora lo exaltaba, después de la desaparición de su hermano, Sexto se enfocó más, asumió muchos de los deberes de su hermano en el campo a pesar que los despreciaba, pues notó o quizá recordó una de las frases de Quinto, “arar un campo aumenta la fuerza de las piernas, la espalda y los brazos, si lo enfocas adecuadamente debe ser similar a empujar en medio de una falange”. Cuando sus maestros comenzaron a enseñarles las artes de la lucha Sexto se dio cuenta que su hermano había tenido razón, así que por varios años se encargó del arado de varios campos para entrenar su cuerpo. A demás en las noches se desvelaba con la luz de las velas, leía filosofía y matemática para que los filósofos errantes, así como sus propios maestros privados pudieran notar que su habilidad mental alcanzaba o sobrepasaba las de su hermano. Mucho trabajo duro conllevaron a que finalmente su madre no tuviera que sobornar a sus oponentes, cuestión de la que él se dio cuenta unos meses después de la desaparición de su hermano y que corrigió de forma inmediata. La discusión con ella fue dura, y algo en su relación se fracturó, aunque nunca llegó a ser tan mala como la de Quinto con ella. Al final se hizo uno de los hombres más fuertes del pueblo a pesar de su juventud, solo su padre y sus maestros podían compararse con él, sentía que por fin estaba listo, pero ahora al abrazar a su hermano con toda su fuerza y sentir al mismo tiempo la tenaza de Quinto se dio cuenta que sus fuerzas aún estaban muy disparejas. Por fin tenía una nueva meta a la cual alcanzar. Cuando todos los padres salieron del templo, se dio el llamado a conscripción, uno de los hijos de cada ciudadano debería quedarse como mínimo y vestir las armas que estaban en el templo de Zeus, de Ares o de Heracles, Aunque se trataba originalmente de ofrendas votivas, muchas de ellas eran armaduras reales, funcionales y bien cuidadas. Las armaduras votivas eran más difíciles de comprar, por lo que eran más escasas, esto aunque molestaba por mucho a algunos sacerdotes de las vendían para tener algo de oro para vino y cortesanas, en la situación actual había resultado ser un ventaja. Había más que suficiente para equipar a los ciudadanos y peregrinos, fueran nobles o plebeyos en la defensa de la ciudad, aun cuando mucho de los padres, especialmente los de los clanes aristocráticos no se veían muy entusiasmados. Al interior del templo no fueron pocos los que propugnaban por un escape en masa, dejando a los plebeyos y esclavos defendiendo el casco urbano, pero fue Leo Claudio Aneo de Etrus y Cornelio Esquipio Druso de Virsa quienes los callaron inmediatamente, los dos hombres gritaron como leones rugientes ante aquellas palabras llenas de cobardía, y los dos se miraron a los ojos con la misma ira, no contra ellos mismos sino contra sus pares que habían osado esgrimir tan cobardes palabras al interior del templo del padre de los dioses, el héroe divino que había combatido a tifón el destructor de reinos. –¿Y se atreven a llamarse a ustedes mismos nobles? –inquirió Claudio saliendo de entre la multitud, sus pares aristócratas se separaron de él, como si emanara algún tipo de inmundicia, pero los plebeyos no, lo miraron con admiración –nuestra posición nos da privilegios, pero también responsabilidades, la educación que todos recibimos contiene entrenamiento en combate a pie, ¿acaso es que lo han olvidado y solo son capaces de ir a la batalla en lo alto de un gran corcel detrás de las líneas de los campesinos y los hoplitas? Si es así, me avergüenzo de ser llamado noble por ustedes –dicho esto escupió al piso en donde se encontraba uno de los hombres que había promulgado por una poco gloriosa huida. El aristócrata levantó los puños, pero en eso Druso le dio una zancadilla sometiéndolo con facilidad. –Que valiente, puedes levantar los puños contra nuestros verdaderos enemigos? –dujo Druso soltando a su víctima que se unió a algunos de sus amigos mascullando. –¡No somos suficientes! –repuso un plebeyo. –Seguro, aquí estamos los padres de familias, pero la cantidad de hombres en cada una de nuestras caravanas es mucho más numerosa –contestó Druso –nuestros guardias, esclavos y guías deberán pelear con nosotros, hay armas más que suficientes. –Es una blasfemia, son ofrendas para los dioses –inquirió un sacerdote. –Supongo que prefieres ver saqueado el templo, ¿no es así? –Interrumpió Claudio –el virsio tiene razón, todos los hombres capaces de pelear deben hacerlo, incluidos nuestros hijos. Una voz de protestas se alzó. –Entonces el sumo sacerdote apaciguó la protesta con un gesto –nuestro honorable visitante del clan de Leo tiene razón, Zeus mismo dijo que esta ciudad jamás caería si era defendida por todos los peregrinos que venían a honrarla, el modo de honrar a Zeus es honrando las responsabilidades como primeros protectores de las familias a nuestro cargo, el modo de honrar a Heracles es esforzándonos en las tareas que se nos han dado, aun cuando parezcan imposibles, y el modo de honrar a Ares es derramando la sangre de nuestros enemigos en el campo de batalla –luego mirando a los demás sacerdotes con una mirada de pocos amigos –yo vestiré la panoplia, mis sacerdotes también, todo aquel peregrino varón que no vista las armas que se marche, no debe permanecer en Erusa para el anochecer, o será juzgado por traición. Cuando Claudio observó a Sexto tuvo que contener las ganas de reír. –¡Insensato! Retírate esa cosa del pecho que se agotarás sin razón, ve con tu hermano al templo de Heracles y consigan una coraza (…) una coraza de combate, si no conoces la diferencia con un monigote de decoración tal vez tu hermano si, también serían útiles unas grebas y un casco de su talla, al templo de Zeus por el escudo que más se adapte a sus fuerzas y al templo de Ares por una espada, una lanza, y una daga. Sexto parecía inconforme por alguna razón, pero no dijo nada, le dio un leve codazo fraterno a su hermano señalando el cercano templo de Zeus y avanzaron a toda velocidad hacia él. El templo de Zeus era el más grande de los tres principales de Erusa, estaba construido en mármol repujado, como un bosque de columnas que sostenían una gran placa en la superficie, la cual se elevaba en el centro para formar un domo. Habían tres estatuas en la puerta, Atenea a quienes los virsios llamaban Asana sosteniendo el escudo de Aegis, con una expresión de bienvenida; y a la derecha Apolo en una posición de advertencia extendiendo su brazo derecho en posición de alto, enmarcada en estas estatuas se encontraba una escalera que terminaba en las puertas del templo, justo en medio del patio se encontraba una estatua de Zeus sentado en un trono hecha de oro y plata. Las armas de Zeus eran herramientas místicas que lo ponían sobre los demás dioses, tres eran los artefactos conocidos, el rayo que en algunas ocasiones se representaba como una jabalina y en otras como una espada; la egida, la armadura del terror místico que había sido dada a atenea en algunas ocasiones; y el escudo de Aegis, un escudo divino capaz de detener todos los ataques, también se decía que al reflejar la luz de la luna en el escudo, la luz dorada emitida podía borrar el efecto de cualquier maldición, incluso de aquellas capaces de matar dioses. Las armas que se resguardaban en el templo de Zeus eran escudos, especialmente escudos masivos de múltiples capas, empleando el bronce como material base, se los llamaba hoplon y servían para construir un muro de escudos pesados llamada falange. Cuando Sexto observó la pila de escudos se quedó atónito, había para todos los gustos, algunos eran más pesados que otros, algunos estaban brillantes como si estuvieran hechos de oro repujado, mientras que otros poseían diferentes decoraciones, lobos, jabalíes, ciervos, toros, drakos, gorgonas. La calidad no era la misma, algunas piezas eran votivas, hermosas pero muy pesadas para poder ser levantadas por un largo periodo de tiempo, otros eran de calidad baja, livianos, pero fáciles de hendir. Sexto no sabía identificar cual levantar, pero Quinto levantó uno que se encontraba decorado con una lechuza, era bastante pesado, pero pudo levantarlo sin problemas. Quinto se demoró un rato en escoger el suyo, levantó el más pesado que podía, y sabía que no era tan sólido como el que su hermano ya había colgado de su hombro por medio de una vieja correa. Luego de ello fueron al templo de Heracles, las corazas de calidad ya habían sido reclamadas, así que les tocó llevarse algunas corazas de lino prensado y cuero brillantes de dotación de Etrus llamadas “thorax”, posiblemente se trataran de armaduras que vieron combate real y fueron luego llevadas al templo tras la muerte de su portador, al menos el hecho de que no estuvieran dañadas significaba algo bueno. También encontraron un casco de estilo herinio con rostro abierto y un penacho viejo de un color rojo pálido, además de grebas a la medida. –Al menos sus dueños anteriores no murieron con ellas –dijo Quinto con una expresión alegre y jovial, lo cual arruinaba la atmósfera mística que Sexto deseaba construir aunque aquella situación, para el reclamar las armas del templo de los dioses debía ser una señal, la señal de que el debería convertirse n en un héroe bendecido por los dioses, su hermano también, eso era obvio, pero no tan grande como lo sería el mismo con el suficiente esfuerzo. Finalmente en el templo del dios de la guerra se les dieron las armas, lanzas pesadas llamadas “dory” especializadas en el combate cuerpo a cuerpo, estaban diseñadas para no romperse con facilidad y podían emplearse incluso en duelos, golpear un escudo con un dory podía impactar con fuerza hasta hendirlo sin que él hasta de la lanza se rompiera. La espada llamada “xifos” era una espada corta de doble filo y punta empleada como arma de emergencia cuerpo a cuerpo durante la melee, así como una daga pequeña que se ocultaba en una funda especial en la greba derecha para emergencias. Cuando salieron del templo de Ares se dieron cuenta que en la gran plaza, alrededor de “Umbra” la espada del héroe se había arremolinado un ejército de hoplitas, eran unos 2000 o 3000 hombres, aunque no estaban formándose, aun así la vista era impresionante.
Extra, Técnicas de combate. Ya he posteado un extra anteriormente que refiere a una de las técnicas de combate mágico, seguiré posteando otros extras en formato de comentario "fondo amarillo" a medida que vallan apareciendo como trasfondo en la historia. Lanza Doria Estilo: cuerpo a cuerpo. Requiere: lanza pesada y escudo redondo pesado. Doctrina: defensa grupal. Origen: Reino de Lacon región de Elevia. Es la técnica estándar de la falange hoplítica en el mundo de Ea. Por lo general los ciudadanos soldados solo logran dominarla a un 44%, los más grandes maestros del estilo se encuentran en el reino de Lacon en la región de Elevia. Es una técnica de combate diseñada para el combate en masa en una falange, emplea una lanza pesada que se rompe con dificultad y un escudo redondo muy pesado. Las características de este estilo de combate son: · Una técnica sencilla para soldados profesionales, en menos de 20 movimientos se cometen errores ya que no se inventaron movimientos ofensivos importantes, es una técnica de aprendizaje intermedio pensada en la defensa. · Destreza de ataque es intermedia para soldados profesionales, está pensada para no cometer errores tontos al realizar sus pocos ataques. · La velocidad de sus movimientos de ataque es aceptable y se domina adecuadamente por un soldado profesional, pero no es una destreza que se emplee demasiado en esta técnica. · Aquellos que la dominan su perfección pueden desequilibrar a un hoplita rival haciendo que pierda su escudo en un choque. · Posee un daño por corte de nivel 2 cuando se la ha dominado a un 50% o superior, por lo que es posible atravesar la mayoría de las armaduras con un golpe directo. · Posee un nivel de penetración de nivel 6 por lo que solo un escudo pesado puede defender de un empalamiento seguro, incluso una armadura pesada puede ser atravesada fácilmente. · La cantidad de movimientos de defensa también es limitada debido al peso del escudo. · La destreza defensiva es uno de los aspectos sobresalientes de la lanza doria, aquellos que dominan la técnica a la perfección pueden pasar a la ofensiva con facilidad ejecutando contraataques certeros en medio de las líneas de batalla. · Los movimientos de la lanza y el escudo en combate uno a uno bloquean la mayoría de los golpes de corte, por lo que el atacante deberá esperar a que se cometa algún error. · El blindaje de nivel 7 es el mayor pilar de la lanza doria, protege contra casi todo, siempre y cuando el soldado pueda levantar su brazo de forma efectiva. Atacar a una línea de soldados con defensa de nivel 7 es como golpear un muro de metal. · Las habilidades de evasión en la lanza doria ni siquiera son practicadas durante el entrenamiento, eso debido a que el peso del escudo las harían torpes, lentas e imprácticas. · La lanza doria tiene un alcance de nivel 2 que equivale a unos dos metros aproximadamente, aunque pueden ser más si el soldado conoce formas de tomar la lanza modificada, pero eso solo lo hacen los maestros que dominan la técnica al 100%. · La lanza doria no posee técnicas especiales como tal, pero posee una bonificación permanente, sus técnicas de bloqueo aumentan dos niveles si el guerrero se encuentra protegido por compañeros en sus dos flancos. Esto hace que los guerreros en el brazo derecho de la formación sean más vulnerables. La defensa impenetrable de la falange solo puede mantenerse momentáneamente, por lo que solo pueden entrar en batalla por cortos periodos de tiempo, además si se pierde cohesión su bonificación defensiva se pierde. Si el lancero es flanqueado por más de un enemigo a la vez, las bonificaciones del escudo se pierden, por lo que se hace una presa fácil, pesada, lenta y agotada.
La batalla de Erusa 2, la diosa de los lobos Los hombres se reunían en torno a aquella fortaleza en llamas, muchos estaban agotados después de tanto marchar y destruir, otros ya empezaban a hartarse de tanta sangre, habrían pasado cuantos ¿doce años? Eso para la mayoría, otros se habían ido uniendo en el camino a las tropas del rey sin tierra Hemericio, pero él no era quien daba las órdenes, él y su tribu, los Quadios habían sido visitados doce años atrás por los mensajeros de los dioses, individuos que ostentaban poderes más allá de la imaginación, ellos iban y venían según la voluntad de los dioses del norte. Ahora llegaba una nueva mensajera, él ya la había servido unos años atrás, su nombre era Abhira, pero sus hombres la llamaban la diosa de los lobos, ya que era capaz de llamar a monstruos místicos muy peligrosos denominados Lobos de los Hielos. Si en las tierras de Tialios los Leones Dorados eran un terror constante, en las tierras del norte eran estos inmensos lobos los que asolaban las aldeas. En aquella pira se levantó el campamento, empleando como siempre los materiales que lograron obtener del castillo destruido. Allí se encontraba un hombre de un bigote amplio y una calva reacia que terminaba en la nuca con largos mechones que se entre tejían en una castaña trenza, sus ojos azules auscultaban el danzante fuego que se encontraba frente a él. En algún momento creyó la promesa de ir a una mejor vida, una vida pura, una vida de hombres libres que no estuvieran atados a la tierra que creaba castas injustas. La promesa del Dios del oeste era simple, una vida lejos del pecado del conocimiento, y de la injusticia del gobierno de unos pocos. Pero ahora los años comenzaban a pesarle, y la muerte de tantas personas le impedían dormir realmente, se sentía fatigado y engañado por los dioses. Mientras observaba el cielo despejado lleno de estrellas con su único ojo bueno solo podía decir –como odio a los dioses. En medio del campamento se encontraban algunas mujeres que seguían a la horda, como si se tratara de moscas que siguen el caminar de una manada errante en su caminata anual, muchas eran meretrices, otras comerciantes, aun cuando las leyes de los dioses establecían que el comercio era un pecado. Muchas pertenecían a algunas aldeas que habían sido destruidas y no encontraban otra forma de sobrevivir más que siguiendo a sus martirizadores y viviendo de su carroña. En medio de aquella vorágine humana se encontraba una mujer peculiar, no vestía como las mujeres de las tribus del valle de Ogul o de los reinos del sur en la península de Tialios, sus piernas perfectas estaban descubiertas, largas y esbeltas, con un color pálido que era coloreado por la luz de las llamas, también podía verse su vientre, delgado como el de una doncella que aún no había parido a su primogénito, hasta allí parecería que se tratara de una meretriz del campamento, pero el resto de su indumentaria contrastaba, llevaba una armadura mate que no resplandecía de un color purpura metálico que consista en unas grebas pequeñas en los tobillos, un cinturón grueso con placas que protegen la cintura y la parte externa de los muslos así como una hombrera en el brazo izquierdo, la parte más sólida era sin embargo un par de muñequeras que se extendían desde sus nudillos hasta sus codos. Sus botas eran extrañas ya que tenían unos largos tacones en sus tobillos, lo cual la hacía ver un poco mas alta. Llevaba un manto pequeño que cubría su cabeza y en su mano derecha sostenía un palo de madera que se encorvaba como un garfio en la punta. La mujer parecía no buscar a nadie en especial, simplemente caminaba hacia la tienda de los oficiales de alto rango y del rey. –¿A dónde vas pequeña? –preguntó un soldado medio desnudo y medio borracho que aparecía del interior de una tienda, el sujeto era inmenso de casi dos metros, su bigote revelaba su posición como un oficial del ejército, quien tomo a la chica por el hombro con su mano derehca con una sonrisa coqueta y una mirada lujuriosa. Aquella expresión grosera terminó cuando la mordida de algo hizo que la palma de su mano derecha ardiera como nunca antes. Retrocedió con los ojos azules abiertos como platos, mientras trataba de ver la mirada de aquella bruja, entonces pudo ver unos ojos verdes reflejar la luz de las hogueras. Luego miró su mano, la cual se encontraba toda roja y negra, su piel había desaparecido como si llamas invisibles la hubieran consumido. La mujer dio una patada girando sobre el eje de su pierna izquierda colocando el cuello del oficial entre el tacón de su talón y la punta de su bota, sus piernas eran bonitas, y desde ese punto de vista más que sensuales, pero tenían un alcance impresionante cuando las empleaba como armas, ella no lo golpeó, giró nuevamente para tomar una posición de dominancia con los dos pies en el suelo mientras su manto caía revelando su característica más notoria, un cabello azulado, como el cielo limpio del medio día. Uno de los soldados que había visto la situación se lanzó contra la bruja, pero esta ella lo detuvo de un codazo mientras evadía el golpe de la espada, luego le dio tres patadas en un santiamén, y terminando en el aire mientras lanzaba un haz de energía que se transformó en una explosión que envolvió el torso del soldado y lo impulso como impulsado por la patada de un buey. La mujer cayó al suelo en una pose de combate mientras varios soldados se reunían, todos con los torosos desnudos, medio borrachos y algunos sin pantalones, pero con sus espadas. La mujer levantó su rostro con dignidad mientras levantaba su cetro de forma tal que la punta tocaba su espalda, parecía que trataba de rascársela. –Como detesto los piojos –dijo ella en la lengua de aquella tribu, pero con un marcado acento gutural, luego su mirada se fijó en el capitán –mi nombre es Abhira, llévame con tu rey. El capitán reconoció el nombre y se tumbó al piso en prosternación, rápidamente todos los soldados hicieron lo mismo, pues reconocían el poder de una enviada de los dioses, y una diosa en sí misma, la señora de los Lobos del Hielo. El rey Hemericio se encontraba en frente de sus tropas vestido con una cota de mallas de hierro estelar, un artefacto de increíble rareza otorgado a él por el primer mensajero de los dioses a quién él había servido, casi ningún arma podía cortar a través de ella, y cuando se dañaba solo los mensajeros de los dioses podían repararla, le había salvado la vida en muchas ocasiones. A demás de eso portaba un Yelmo pesado que ocultaba su rostro de estilo doriano. No llevaba grebas, aunque sus piernas estaban cubiertas por unos largos faldones de cuero y unos pantalones roídos con patrones de cuadros y rayas verdes. Llevaba una capa simple de campaña al igual que sus hombres, la cual estaba también roída por doce años de campañas sin sentido. Frente a ellos se levantaban un ejército, tal vez el primero que se habían encontrado bien organizado en muchos años, antes de que la fama de sus masacres alivianara su camino. A estas alturas Hemericcio ya extrañaba la emoción de la batalla, de combatir en franca lid a un enemigo digno, lamentablemente al igual que en otras ocasiones recibirían la ayuda de los mensajeros de los dioses. En el centro de la masa informe de guerreros se encontraba lo que los mensajeros de los dioses llamaban vimana, una especie de carroza con forma de barco, era del tamaño de una galera, pero no era empujada por bueyes o caballos, tampoco rodaba en ruedas, ella flotaba a unos pocos metros del suelo suspendida por hilos invisibles del cielo, y se movía según la voluntad del mensajero de los dioses. En el interior de la vimana se encontraba un contingente de guerreros selectos de las tierras donde los mensajeros de los dioses habían reclutado a sus guerreros divinos de entre los mejores. Todos ellos median casi dos metros, y estaban enfundados en armaduras de placas de hierro estelar que los hacían ver como estatuas de metal. En el centro de la vimana sobre la cubierta se encontraba un trono en el cual se sentaba aquella mujer tan problemática, a diferencia de otros mensajeros ella se caracterizaba por despreciarlos a él y a sus hombres, eso a pesar de todos los esfuerzos que hacían para acatar la voluntad de los dioses. La mujer se encontraba sentada con las piernas cruzadas, luego se levantó y comenzó a orar, su lengua era un misterio para todos los hombres que se encontraban en aquel campo de batalla en frente de la ciudad de Erusa. Un sello místico comenzó a brillar a través de la suave tela café que constituía su camisa. Y frente a ella, justo en el punto en que su cetro señalaba apareció un haz de neblina que rápidamente se hizo más densa, transformándose en una osamenta que caminaba en dirección del ejército rival. La osamenta apareció en la cubierta de la vimana, pero comenzó a caminar con una habilidad imposible, sin músculos o tendones, saltando ágilmente sobre la cubierta hacia el suelo donde se encontraban sus tropas. Cuando lo vieron descender muchos guerreros se orinaron ya que aquella criatura imposible estaba envuelta por un manto místico de pánico, que causaba que los corazones más débiles vacilaran, incluso de los aliados. La osamenta era del tamaño de un corcel pesado, mucho más grande que los que había en las tierras tialianas, pero no era la osamenta de un corcel, era más bien la de un perro o un lobo. La mujer levantó su centro nuevamente mientras que sus venas comenzaban a brillar con un destello semejante al de las estrellas, y sus ojos verdes emitían una luz fantasmagórica. En eso la osamenta comenzó a ser rellenada por órganos, luego por músculo, y finalmente por una capa de piel. Cuando el monstruo místico terminó de ser convocado aulló en el campo de batalla, y los guerreros vestidos de bronce, cuero y lino temblaron de miedo, mientras que al mismo tiempo muchos de los soldados alrededor de la mujer podían escuchar una última palabra resonar a través de sus yelmos de hierro y bronce –Fenrisulfr. El gran lobo se puso al lado del rey Hemericio, quien pudo sentir el terror que causaría en sus enemigos, era una criatura mística a la cual las armas mortales no afectaban con facilidad, solo un héroe de leyenda podría enfrentarse a semejante bestia. Sus ojos amarillos brillaban con la luz del sol, mientras que su densa piel blanca y gris brillaba con extremo vigor. –Concentra el ataque inicial sobre si izquierda, pero que no presionen demasiado –dijo la voz de Abhira que sonaba a través de las fauces del lobo místico de una forma antinatural –tus mejores guerreros deberán esperar al otro lado a que mi mascota debilite el extremo derecho de su formación, una vez que pierdan su posición de defensa serán presa fácil en el combate uno contra uno en el que tus brutos son más hábiles. Dicho esto el lobo emprendió la carrera por el campo de batalla para mostrarse en plenitud frente a las tropas enemigas.
Magia de invocación La magia de invocación no debe confundirse con la nigromancia, las invocaciones traen al mundo sombras de las ideas de uno más puro, arquetipos que obtienen su forma a través el sello de invocación que debe tatuarse en la espalda y de la mente del invocador. Dependiendo del sello hay cinco niveles de invocación, los cuales determinan las bestias que pueden ser invocadas. Adicionalmente se necesita hacer un pacto de sangre con algún espíritu salvaje en orden de invocar a alguna criatura. Los fantasmas de las criaturas más débiles pueden ser llamados con rituales, pero los más fuertes se encuentran atados en templos construidos donde los héroes mataron a sus originales. Los sellos del pacto de sangre se tatúan en los brazos desde la muñeca hasta el codo con un máximo de cinco por brazo. Invocación del nivel 4 Las criaturas de nivel cuatro deben ser buscadas en templos construidos sobre el lugar en que algún héroe mató a su original. El invocador debe visitar el templo y pasar la prueba de la criatura para que esta le permita crear copias de ella aunque de forma imperfecta. Un maestro de la técnica puede: · Invocar hasta 4 familiares al día. · Tiene una fuerza de invocación de nivel D, capaz de crear una copia perfecta de la criatura original con la que se hace un pacto de sangre. · Puede invocar la criatura con un ritual de aproximadamente diez minutos. · La criatura puede permanecer en el mundo humano aproximadamente 20 horas. · La criatura sigue órdenes generales de forma efectiva, pero tiene problemas con situaciones delicadas. No se le pueden asignar tareas con muchas condiciones. · Puede comunicarse a través de la criatura de forma limitada, y ver a través de ella permanentemente. El invocador puede controlar a su criatura como una marioneta permanentemente, pero los daños que esta recibe son percibidos por ambos. · Solo un semidios tendría la capacidad de emplear este tipo de hechizos, pero este problema puede solucionarse con objetos que incrementan la eficiencia del uso del mana y que sirven como fuente de prana.
La batalla de Erusa 3, la alabarda negra Antes de las grandes batallas, así como durante las mismas tienden a ocurrir fenómenos extraños por quienes las observan y por quienes sirven en las unidades de combate. Algunos dicen que se trata de los dioses que descienden al mundo de los mortales a disfrutar del placer de la sangre, mientras que otros son extraños portentos, como el sangrado en las rocas o estatuas de los templos de una ciudad que va a ser invariablemente saqueada y quemada hasta los cimientos. Los pocos ancianos, así como las mujeres, enfermos y niños que se quedaron en Erusa fueron testigos de uno de aquellos portentos, Umbra, la gran espada que se decía era una copia hecha por los ciclopes de Efesto de la espada dorada que había empleado Heracles para cortar las cabezas de la Hidra de Lerna había desaparecido de su lugar de reposo, la gran roca central alrededor de la cual se había construido la ciudad ya no existía, había desaparecido. Cuando los sacerdotes vieron esto se tumbaron ante las estatuas de sus respectivos dioses implorando misericordia, pero las estatuas son solo eso, estatuas impotentes, frías e incapaces de sentir alguna emoción humana. Organizar las unidades de combate fue un dolor de cabeza para Claudio, a quien se le concedió el comando del ejército reclutado, aunque la mayoría de aquellos hombres había recibido entrenamiento militar y hacia parte de las fuerzas de sus respectivas ciudades, muchos de ellos pertenecían a partidos políticos o ciudades rivales, llegando a hablar dialectos tan diferentes entre sí que el entendimiento era problemático. Sin embargo la voluntad colectiva se impuso, así como la estandarización del arte de la guerra en muchas de las ciudades estado de Tialios, todos sabían instintivamente que hacer, pero aún quedaba el problema de quien debería formar en las posiciones de “honor”, es decir, en el frente y especialmente en el ala derecha, donde el combatiente no tiene a un compañero que defienda su torso derecho con su escudo redondo. Era una tarea que debían realizar los más importantes miembros de la ciudad o sus hijos en una situación más normal, pero ahora deberían enfrentar a los barbaros del norte. Claudio había anunciado que el en persona iría en la esquina derecha, la posición de mayor honor, pero su posición como estratega le impedían tomar el lugar, por lo que ahora quedaba a uno de sus dos hijos. Tanto Quinto como Sexto se enteraron al tiempo de aquella situación, uno de los dos debería ofrecerse para la posición, el otro podría servir en una zona más segura de la formación, y sobre los dos recayó el peso de la mirada de los hombres. Para Sexto esa era la oportunidad de su vida, había entrenado para eso, se sentía fuerte y entusiasmado, pero su brazo vaciló por un instante, y cuando pudo ponerlo en movimiento nuevamente vio que su hermano ya lo tenía en alto empuñando la lanza pesada de los defensores de una ciudad. Al verlo, todos los guerreros a su alrededor lo aclamaron, aunque la expresión de Claudio era más que sombría, su rostro estaba pálido y encogido. La situación se desencadenó rápidamente, especialmente cuando los jinetes se aproximaron, los enemigos se encontraban a menos de un día de marcha, y eran liderados por una especie de barco volador. Claudio quedó pensativo, así que decidió no mencionar aquel portento de los dioses enemigos y simplemente ordenó divulgar el hecho de que los enemigos se aproximaban. Los hombres salieron de la ciudad marchando, y en la primera línea se encontraba la unidad de Quinto. A diferencia de él, todos sus compañeros eran hijos de comerciantes o ciudadanos sin mayor peso político, aunque todos ellos ya habían sido probados en combate, siendo designados por sus pares como los mejores, se trataba de una guardia de honor, y todos ellos sabían que su misión era proteger al niño de la familia rica. Inicialmente cuando la unidad de Quinto fue ensamblada, todos pensaron que el niño rico a quien servirían era un alfeñique, pero se encontraron con un hombre esbelto pero sólido, con un físico muy similar al de ellos, pero con una mirada segura, sonreía incluso. Muchos pensaron que simplemente era debido a su inexperiencia, al no ver la sangre de sus propias heridas salir llevándosele la vida como ya les había pasado a muchos de ellos, pero aun así había algo especial, una especie de halo de confianza, como la de un veterano curtido por las guerras y las batallas. Cuando comenzaron la marcha por las calzadas de la ciudad era Quinto quien daba el ritmo de la marcha cantando el Himno a Ares, una canción monótona que daba ritmo a la marcha y les recordaba a los soldados la importancia del valor y los valores familiares. Su voz era límpida, pero potente, sin el más mínimo asomo de temblores o miedos, lo cual era raro, aun los soldados más experimentados fallaban algunas de las estrofas o la cantaban con lágrimas en los ojos, todos fallos debido al pánico antes de la tormenta de sangre y bronce. Sexto marchaba en uno de los batallones frontales, era una posición honorable, mas no un lugar de honor, el pelearía con la mayoría de los hijos de nobles que desean ver un poco del frente de combate, pero no tan al frente como para ser expuestos a lo peor del embate enemigo, en ultimas era un buen lugar para matar, y al mismo tiempo, un buen lugar para sufrir heridas varoniles pero leves. –Tu estarás con migo –eran las palabras de Claudio a Sexto cuando Quinto había ido a reunirse con su unidad, Sexto no se sentía enojado con su hermano, no sentía que él le hubiera arrebatado su posición de honor aun cuando dicho pensamiento se le pasó por la mente, la culpa la tenía el por haber dudado, de lo contrario los dos hermanos hubieran levantado la mano al mismo tiempo, y Quinto por ser el mayor de todas formas hubiese terminado en la posición de honor. Sexto se sentía avergonzado con su hermano, sentía que él estaba transitando por el camino de los héroes sin su compañía, después de que de niños no lo hubiera deseado. –Mi hermano se debe estar riendo de mi ahora –le había contestado Sexto con toda la panoplia puesta, incluso con el incómodo yelmo, aun cuando prácticamente nadie se lo había puesto –¡después de todo él está siguiendo el camino que se supone que debía transitar yo! ¡Yo lo he traicionado! Claudio miró a su hijo con ojos fulminantes, como cuando un adulto tenía que decirle a su hijo que algunas de sus fantasías de su infancia no eran reales. –Quinto no hace eso por ser un héroe –contestó Claudio –y no puedes saber eso porque no viste sus ojos cuando él se ofreció, estabas demasiado concentrado mirando tu propia mano. Dicho esto Claudio dio una orden a uno de sus ayudantes de campo para que enviaran a su segundo hijo a un lugar donde pudiera saciar su insulsa sed de sangre y que al mismo tiempo fuera lo bastante seguro en caso de cualquier eventualidad. Los dos mil hoplitas se distribuyeron en filas perfectamente alineadas de forma instintiva, ocho hombres de profundidad por 250 de largo, ese era el bloque de defendería la entrada de la ciudad sin muros. Frente a ellos se levantaba un ejército bárbaro, su núcleo central se veía organizado, soldados armados con armaduras de anillo de hierro muy raras de encontrar en el mercado tialiano, eran de mejor calidad de la armadura de lino en algunas ocasiones, pero nadie las usaba por las connotaciones culturales. A parte de la armadura de anillo de hierro, los guerreros de élite llevaban yelmos y un escudo ovalado bien largo que cubría todo el cuero del combatiente, pero sin defender a su compañero. A los flancos se amontonaba una masa humana de adolescentes armados con espadas de bronce y hierro de mala calidad, escudos igualmente ovalados y largos, o lanzas gruesas, algunos llevaban venablos. Lo que más sobresalía de la formación enemiga era una especie de barco que navegaba en aguas invisibles, aunque solo los hoplitas del frete pudieron verlo con claridad. Estos al ser los más disciplinados lo ignoraron por completo, aunque alguno que otro oraba a los dioses que no lo emplearan como un ariete para romper el muro de escudos. De pronto una masa neblinosa se formó en el centro de la formación enemiga y de ella emergió lo que a primera vista parecía ser un perro, aunque los soldados con ojos más agudos tuvieron que frotarse los ojos, pues pensaban que su sentido de la perspectiva les fallaba un poco. Cuando la criatura comenzó a aproximarse se dieron cuenta que era un lobo, pero no un lobo ordinario. La criatura corrió como el viento hacia la formación, para luego dar un giro en paralelo, de esa forma, todos pudieron ver su inmensa mole y sentir el halo de pánico que despedía. Su masa era la de un caballo monumental, y sus fauces tenían colmillos del tamaño de una espada de bronce, sus ojos amarillos paralizaban cuando alguien los veía fugazmente. Como el viento se movió por las 250 columnas que constituía la formación de soldados, los cuales comenzaron a titubear, eran soldados, habían venido a enfrentar a hombres, pero se encontraban ahora con un monstro místico que debía ser enfrentado por un héroe. Sin embargo no todos se amilanaban, a medida que el lobo corrió en frente del muro de escudos de bronce, no fueron pocos los que tomaron su lanza y la arrojaron como un venablo, pero el vuelo del arma no podía compararse con la velocidad y agilidad extremas del lobo del norte. “¿Qué hace un Lobo de los Hielos del norte aquí?, ¿Por qué no atacó a los barbaros?, solo existe una explicación” se dijo Quinto a sí mismo, como si tuviera un maestro dentro de su cabeza que le hacia consiente algo que permanecía inconsciente “Debe ser una criatura invocada” Entonces instintivamente Quinto vio hacia donde se encontraba su hermano, a unas filas a su izquierda y hacia el fondo, vio como los ojos de su hermano se llamaban de pánico a medida que veía como el Lobo de los Hielos se enfilaba en un segundo giro para envestir a la falange. Muchos soldados del frente titubearon, arrojaron las armas y salieron corriendo, solo para ser partidos a la mitad de una dentellada. La criatura penetró profundo en la formación, mientras que al mismo tiempo Quinto veía como desde el fondo los barbaros se arrojaban sobre ellos. Si ellos penetraban en aquel hueco seria el fin, enfrentarse a ellos en singular combate sería un suicidio, los barbaros eran físicamente más grandes y fuertes, además que de muchos de ellos al estar habituados a vidas más duras podían resistir de mejor forma los choques del combate uno contra uno. –¡Lanza! –gritó Quinto de forma seca, y de forma instintiva uno de sus compañeros le dio una, luego procedió a quitarse el yelmo, los Lobos de los Hielos eran criaturas rápidas y agiles, por lo que tener un yelmo pesado que impide ver con claridad sería algo molesto, tomó las dos lanzas con la mano que sostenía su escudo de bronce y luego volvió a gritar –Lanza. Acto seguido dio una orden con un gesto, los hombres del bloque de la derecha deberían dejar su posición y formar una nueva línea defensiva, pero esta vez con solo dos escudos de profundidad mientras se solucionaba el asunto del lobo. Sexto se encontraba paralizado, ante él se encontraba una criatura mística, uno de los hijos de algún monstruo legendario cazado por algún héroe desconocido, cazarlo con sus manos, ahora que se encontraba solo, abandonado por sus compañeros que se escondía detrás de los escudos de sus compañeros más valientes, para él esto sería el camino para ser reconocido como un futuro héroe, después de matar a una criatura mística podría ser capaz de enfrentar a un monstruo verdadero, pero cuando todos estos pensamientos le pasaron por la cabeza el monstruo embistió contra su escudo, el impacto fue algo que no había sentido jamás, tenía la fuerza de varios bueyes a máxima velocidad, por lo que su humanidad termino levantada contra su escudo y volando en el aire por varios metros. A pesar del impacto, Sexto no perdió su escudo, que era su única defensa, pero aun con su solidez, los colmillos del lobo lo atravesaron como si se tratara de una pica pesada o un ariete de asedio, y lo que era peor, podía escuchar como el metal, el cuero y la madera rechinaban a medida que el escudo se fracturaba con la presión de la mordida. Cuando su escudo se quebrara, sería su fin ¿así terminaría su vida? En esto una lanza impactó directo en el ojo del lobo, o eso fue lo que pareció. La ágil criatura movió rápidamente su hocico, de forma tal que la cuchilla simplemente le abrió el ojo como si fuera un huevo, y le cortó parte de la frente, pero sin que se llegara a hundir en su cráneo bestial. Quinto había perdido su oportunidad de oro, así como si primera de tres lanzas, pero el lobo permanecía en pie, los ojos de los dos cruzaron miradas. Quinto se dio cuenta que el soldado al que había acabado de salvar involuntariamente era su hermano menor, su corazón se aceleró con el palpito del miedo, miedo de perder a su hermano, pero un mayor miedo se apoderó de todo su ser, el miedo de ver a su madre sufrir por la pérdida de su hijo favorito, tal pensamiento hizo que el calor se le subiera a la cabeza como un volcán cuyo magma era el mismo corazón. Tomó la segunda lanza sobre su hombro y la arrojó, pero esta vez la criatura la evadió de un brinco. Luego comenzó a acelerar a gran velocidad, mientras que Quinto se ocultaba detrás de su escudo. La criatura golpeo el escudo violentamente, el cual salió volando varios metros hacia atrás, adicionalmente terminó con unos vente centímetros de lanza enterrados en su pectoral derecho, mientras que Quinto se revolcaba en el piso con la última lanza y sin escudo. En un instante Quinto había clavado la lanza en la Tierra y se había arrojado a si misma a un costado sin mover el escudo, el lobo impactó al escudo clavándose la lanza, lastimosamente esta se partió antes de poder penetrar de forma profunda en su pecho. El lobo había aullado del dolor, pero seguía en pie, la punta de la lanza debía haber impactado contra uno de sus huesos sin alcanzar sus órganos vitales. Cuando el lobo giró nuevamente su vista hacia su enemigo podía notarse su ira y su sed de sangre, pero al mismo tiempo Quinto pudo sentir una segunda mirada, una que era más fría y más calmada, una que parecía observar desde el interior de la mirada salvaje de la criatura mística. El problema era que a Quinto se le habían acabado las ideas, sin un escudo era improbable poder defenderse de otro ataque de la criatura, solo le quedaba morir en el campo de batalla y disculparse con su madre y su hermano en el hades cuando lo visitaran luego. Quinto sacó la espada, el arma de los héroes, pero cuando la criatura estuvo a punto de partirlo con una dentellada su hermano se arrojó salvándolo de ser asesinado. Los dos giraron mientras que el lobo volvía su mirada ante ellos. La situación comenzaba a complicarse debido a que la ola de los bárbaros comenzaba a atacar, el frente derecho de la falange estaba debilitado y los guerreros que escoltaban a Quinto no podrían soportar mucho tiempo con una fila de dos de profundidad. En eso Quinto sintió que el tiempo se hacía más lento, todos se movían más lento menos alguien que se movía en medio de la formación de la falange, un hombre de casi dos metros de alto que portaba una inmensa espada, con una cuchilla de casi un metro con ochenta centímetros y un grosor de unos treinta centímetros, la portaba contra su hombro, la empuñadura era larga y sólida, tal vez tan larga como la de una lanza corta, se trataría de una alabarda pesada, un arma extremadamente pesada que no era empleada para las batallas reales, era como si alguien hubiera puesto una espada imposible, sobre una lanza imposible para crear un arma aún más imposible. Luego aquel mismo hombre arrojó la alabarda negra como la más profunda de las noches, mientras unas palabras resonaban en su cabeza. “Dijiste que no tenías motivo para hacerlo, ¿ahora tienes uno?” Cuando ese pensamiento pasó por su cabeza, la alabarda cayó para enterrarse profundamente en el suelo entre el lobo y los dos hermanos. Quinto cerró los ojos y extrañamente sintió que su cuerpo se tranquilizaba, había llegado la hora en que podría proteger a su hermano de la muerte y a su madre del más terrible de sus sufrimientos.
La batalla de Erusa 4, Pies ligeros Quinto sacó la lanza del suelo con una sola mano, lo cual era físicamente imposible, además sus pies parecían no hundirse en el suelo, era como si algo disminuyera el peso de la colosal alabarda. Sexto observó a su hermano con los ojos como platos mientras su hermano aseguraba la larga empuñadura con la segunda mano. La respiración de Sexto estaba pausada y sus ojos cerrados, era como si recordara algo de forma instintiva, primero ejercicios preparatorios de relajación mientras que su enemigo caminaba lentamente a su alrededor, la bestia lo observaba fijamente como un guerrero que analiza los posibles puntos débiles en la postura defensiva de su contendiente. De un momento a otro Quinto abrió los ojos Sexto pudo sentir en su corazón algo extraño, era una mezcla de miedo y al mismo tiempo de confianza, aquella espada portentosa que debía ser de algún gigante sería su salvación. Quinto blandió el arma con rapidez ineludible decapitando al lobo con la punta del arma, la sencillez de aquel acto contrastaba con el terror que había infringido en el ala derecha casi desbandándola por completo. La bestia terminó en el suelo mientras que sus tejidos comenzaban a deshacerse convirtiéndose poco a poco en neblina. Primero el pelo, luego la piel, posteriormente los órganos blandos como los músculos, el sistema digestivo y los pulmones, para finalmente que los huesos terminaran en el suelo en un polvo semejante a la cal. Hecho esto Quinto volvió a clavar la alabarda en el suelo, luego caminó hasta donde se encontraban los cadáveres de unos soldados mientras tomaba uno de los escudos, ni siquiera se molestó en agacharse, pateó el borde de un hoplon cóncavo y este se levantó, permitiéndolo tomar con la mano en uno de sus bordes, luego una lanza la levantó con el pie para tomarla con la otra mano. Quinto observó a los soldados que se aglomeraban a su alrededor y gritó con todas sus fuerzas –¡falange! ¡Formación! Los guerreros de elite habían repelido la primera ola de los barbaros, pero ahora se venía sobre ellos la fuerza principal, compuesta por hombres que vestían armaduras de anillo de hierro o de bronce, así como espadas largas. Los demás soldados retomaron el valor y reconstituyeron el ala derecha de la falange justo a tiempo para resistir la carga de la infantería de elite. La batalla se recrudeció mientras que el centro de la formación de la falange comenzaba a retroceder. –La batalla va tal cual, ¿no es así mi señora? Creo que esta noche cenaremos la comida ofrendada a sus sucios dioses –dijo uno de los guardias de Abhira, pero esta no respondió, se encontraba sentada en su trono como si una terrible jaqueca atacara la mitad derecha de su frente. –Esta batalla la hemos perdido –contestó ella de forma fría –hay un héroe entre ellos, uno capaz de guiarlos contra el terror de un monstruo místico. El guardia no entendió bien lo que quería decir ella. –Marchémonos –dijo ella con una expresión somnolienta. –Pero mi señora, los ciervos perderán el espíritu de batalla. –De todas maneras lo perderán cuando Hemericio muera. Hemericio abrió la línea de batalla con un golpe de su gran espada de dos manos, quebrando un escudo, pero frente a él, la línea defensiva se restituyó, cuando fue a lanzar el mismo golpe se dio cuenta que el relevo no era tan estúpido, en lugar de esconderse detrás de su escudo, lo giró levemente para desviar su ataque, al mismo tiempo que se creaba una abertura por la cual podía meter la lanza de una forma peculiar. Por lo general la lanza doria era una técnica diseñada para combatir en la falange que sostenía la lanza sobre el hombro, era un poco incómodo pero permitía apuntar mejor a la cara y el cuello de los enemigos, puntos que siempre quedaban desprotegidos sin importar la calidad de la armadura. Sin importar la situación los laceros tialianos siempre mantenían esa postura agotándose rápido, además permitía idear una o dos formas de evitar sus ataques. Sin embargo este sujeto había cambiado la posición de su lanza en un instante, y Hemericio apenas si pudo evitar el golpe fatal dando un paso hacia atrás, pero eso no evito que la punta de la lanza le abriera la armadura de anillos mientras que los dos metales rechinaban con chispas fulgurantes. El filo de la lanza se perdió, e incluso algunos fragmentos de su punta volaron, pero no se partió a lanza, lo cual hubiera sido lo más normal, la técnica de este guerrero era más pulida que el del promedio, así que Hemericio se dio cuenta que se había encontrado probablemente con un oficial al mando o alguien importante, si lo mataba, la moral de los demás caería en picada, sin embargo aunque el rey había retrocedido, el guerrero sin yelmo permanecía impávido formando un eslabón más de la primera línea de la falange. Hemericio pudo ver su rostro, se trataría de un muchacho que apenas si estaba llegando a la veintena con largas patillas y una expresión fría y concentrada. Mientras observaba el rostro de aquel muchacho, dos de sus mejores guerreros cayeron bajo la mellada punta de su lanza al ser apuñalados de forma certera en sus cuellos, la rapidez del ataque solo afianzaba la idea de la singularidad de esta persona. Sus gritos eran los gritos de un comandante, y aunque no cesaba de ver al rey, no abandonaba la formación con sus hombres. El rey lo miró a los ojos y comenzó a caminar hacia la derecha de la formación, así que del mismo modo el muchacho se sumergió entre las filas de la falange siendo reemplazado rápidamente por otro de sus compañeros. Sexto se encontraba ahora en la primera línea de la batalla, tratando de salvar su pellejo con el escudo y al mismo tiempo tratando de calmarse y recordar el entrenamiento con el estilo dorio de la lanza. Sus primeros ataques fueron débiles, pero después de que casi le abren el cuello y de que le abrieran una fisura en la visera de su yelmo, la puntería de Sexto mejoró notablemente, además antes de que llegara su turno pudo ver algunos movimientos de su hermano mayor. Era evidente que el también dominaba el estilo de la lanza doria, pero sus movimientos eran mucho más avanzados, había que poner en movimiento el escudo también, y convertir de forma instantánea un movimiento de defensa en otro de ataque de forma sutil. Su primer baja la realizó lanzando la punta de su lanza justo en medio de la visera del yelmo enemigo, atravesándolo hasta la nuca, la lanza se trató de trabar en la lámina trasera del casco enemigo, lo cual hubiera partido la lanza cuando el cuerpo terminara de desplomarse, pero con una patada en el pecho del cadáver fue suficiente. Posteriormente apareció un gigante con un hacha, pero Sexto simplemente giró, abriendo un hueco en la falange para que el hacha se enterrara profundamente en el suelo. El bárbaro que parecía más un oso al estar vestido con la piel de uno no pudo ver lo que se le venía encima debido a que su pesada arma se le clavó en el suelo. Sexto colocó su lanza en la nuca y puso el escudo en posición aunque su cuerpo seguía en perpendicular a la línea del frente de batalla, luego simplemente empujo la lanza sobre su nuca para que el filo se hundiera en el ojo derecho del gigantesco bárbaro. La cuchilla se enterró de forma imperfecta, saliendo con un corte sobre la altura del hueso parietal. Después de muchos ires y venires, Sexto retomó su posición en el vértice de la falange, mientras observaba al que parecía ser un noble enemigo, quizá un comandante importante, su muerte desmoronaría la moral de aquella sección enemiga y le permitiría al ala derecha hacer un movimiento envolvente sobre el centro que se estaba hundiendo más y más con la presión de los bárbaros de mayor talla y peso. La batalla en el vértice derecho a penas si será seria, con solo algunos barbaros lanzando piedras o venablos sobre la sólida formación, entonces apareció Hemericio para romper el escudo del soldado que se encontraba justo en el vértice. El hombre cayó al suelo descorazonado, y cuando ya estaba listo para presentarse con Hades, el golpe seco de una espada siendo desviada pudo escucharse, se trataba del hijo del general Claudio, aquel muchacho a quien le habían encomendado la misión de proteger y relevar cuando fuera necesario, pero era el quien lo estaba protegiendo ahora. En esta ocasión Quinto levantó más el escudo y haciendo acopio de toda su fuerza golpeo con el borde el pecho de Hemericio, este retrocedió tres pasos sin dar crédito a la fuerza o al uso de escudo, pero cuando levantó la mirada era demasiado tarde, tal como hiciera Aquiles en su batalla contra Héctor, Quinto realizó la técnica de los pies ligeros, un ataque de la lanza doria que casi nadie hacía ya que rompía la formación de la falange, se trataba de dar cuatro pasos rápidos para finalizar con un salto y un estoque con la lanza, tan fuerte era el poder de penetración que adquiría la lanza debido al momento lineal del ataque que era capaz de penetrar los escudos de bronce más densos. Hemericio terminó con la lanza clavada en su pecho atravesando su escudo de madrea ovalado, aunque esta se partió en el proceso. Unos cuantos barbaros atacaron a Quinto en aquel momento, pero el primero miró con un certero golpe del borde del escudo en su cuello, mientras que el otro vio como Quinto agarraba su venablo en los aires convirtiéndolo en su arma poco después de arrojar el escudo contra él. El bárbaro fue golpeado en el pecho y sintió como su fuera pateado por un asno, por lo que terminó en eu suelo tocando su pecho debido al dolor y la dificultad para respirar. Sin embargo la línea de combate de la falange se modificó para protegerlo. Poco después los guerreros comenzaron a gritar – ¡El rey ha muerto! ¡El rey ha muerto! Aunque inicialmente solo es escuchaba como un leve eco, la noticia comenzó a dispersarse y los hombres empezaron a perder cohesión, poco a poco las unidades perdieron la esperanza, el espíritu que los guiaba, y lo peor fue ver que a sus espaldas la vimana de la diosa de los lobos ya no estaba, los dioses los habían abandonado a su suerte. Para Claudio la batalla había sido un dolor de cabeza, a lo sumo pudo organizar bien las líneas del frente y de la retaguardia de modo que los más fuertes y valientes ocuparan las posiciones más importantes, mientras que los cobardes quedasen en los puntos del motor de la falange, convirtiéndose en peso y musculo de empuje, pero sin que tuvieran que ver el terror del frente de batalla, cosa que generalmente terminaría con una desbandada y una masacre. Pero sentía que no tenía forma de atacar debido a la falta de caballería en las alas. Cuando el ala derecha pareció desmoronarse sintió que su pecho se le desgonzaba ya que había puesto a sus dos hijos que aquel lugar, y sintió la necesidad de ir en su ayuda cuando un mensajero llegó con la noticia nefasta de que una bestia mística había aparecido y que había desbandado la formación, pero justo cuando se le daba aquella noticia pudo ver claramente que el ala derecha de reconstituía espontáneamente sin que tuviera que enviarle refuerzos, aquella situación lo había distraído de lo peor del asunto, los barbaros hacían mucha presión en el centro, y varios de los mejores guerreros ya habían caído al perder sus escudos. El bronce para fabricar el hoplon era de menor calidad en Tialios que en Elevia, por lo que eran más propensos a romperse con un golpe contundente, la batalla ya estaba empezando a llegar al musculo de la falange, es decir a los más débiles y cobarde, el peso del empuje de los barbaros había cambiado la línea de su ejército de una forma lineal a otra cóncava, y la izquierda a peas si podía sostenerse. A pesar de eso, en un extraño giro del destino el ala derecha parecía estar avanzando y machacando a las fuerzas bárbaras, lo mejor era que dichas fuerzas parecían ser la élite enemiga, si los dioses estaban de su lado tal vez los comandantes enemigos estuvieran allí, aunque eso también significaba un mayor peligro para sus hijos. La desbandada es el punto de quiebre de una batalla, e momento que decide la victoria de la derrota. Adicionalmente es el momento que genera la mayor masacre, a pesar de lo cruel que puede parecer la línea del frente, esta apenas si llega a cobra la vida de un siete a un diez por ciento de los hombres de cada ejército, y algunos de ellos ni siquiera mueren, solo caen heridos o inconscientes. Pero cuando su espíritu de combate los abandona, arrojan sus armas y dan la espalda al enemigo, y allí pueden ser masacrados. La desbandada comienza igual que una tormenta, uno o dos hombres comienzan a huir al grito de la muerte de algún comandante importante o del líder del ejército en persona, luego la guardia del comandante, momento en el cual todos se dan cuenta de le ocurrido. El ala izquierda del ejercito de Hemerico colapso de forma estrepitosa, pero Sexto se aseguró de evitar que sus hombres partieran en su persecución, ya que eso sería abandonar la falange, lo cual los haría vulnerables a un contraataque, en lugar de ello, el ala derecha avanzó de forma lenta y pesada mientras que sus víctimas ya avanzaban hacia el este en busca de las ruinas de la fortaleza de Alboz. Cuando el ala derecha estuvo lo suficientemente adelantada, y la horda enemiga ahuyentada, esta hico una conversión para comenzar su pesado avance sobre el centro, que ya comenzaba a mostrar signos de confusión, la falange del centro casi se había perdido, y muchos ya empezaban a combatir uno a uno, momento en el cual los barbaros eran muy superiores en armamento y entrenamiento. Pero como una tormenta la noticia de la muerte del rey se extendió y ellos comenzaron a abandonar, pero debido a la presión de los guerreros de Quinto su escape fue más torpe, desencadenando una masacre.
El campo de buitres Licia se encontraba haciendo guardia en uno de los grandes pasillos del palacio de los reyes de Etrus cuando sintió algo en su corazón, era un extraño vacío, como si pudiera escuchar las lágrimas de muchas personas antes de caer en el olvido del hades. Ella se encontraba vestida de forma semejante a un lancero liviano cubierto por una roída capa de viajero, una de las nuevas unidades de combate que el consejo de Virsa había comisionado para su desarrollo a la Academia de Asana. Los lanceros livianos procedían de estratos sociales menos adinerados, pero mucho más numerosos, muchos de ellos eran jóvenes de entre 17 a 24 años de edad sin dinero suficiente, por lo que el gobierno había diseñado armas para ellos. El equipo defensivo era simple, una placa de bronce en el pecho, y un yelmo pesado, un escudo redondo y una lanza simple. Los portadores de lanza se habían destacado en varias escaramuzas en años recientes, pero jamás habían sido desplegados en una batalla importante después de la guerra de independencia de Virsa, además al provenir de estratos sociales bajos tendían a ser menospreciados al interior de su propio ejército, y mucho más, por los nobles de las naciones vecinas. Y de hecho eso fue lo que sucedió. En medio de las doncellas y sirvientes que pasaban de largo a Licia, quien además de la placa de bronce que llevaba en el pecho no iba ataviada con algo realmente impresionante, que pudiera verse en el borde de la capa. Entonces aparecieron dos nobles, ellos iban vestidos con armaduras de lino prensado, remaches y escamas de bronce repujado, se trataba de armaduras muy finas para la batalla. A demás de la ostentosa armadura poseían grebas de bronce repujado así como muñequeras que protegían el dorso de la mano y el brazo. Ellos probablemente eran nobles de la orden ecuestre de Etrus, una hermandad de nobles que anteponía el honor aristocrático ante otras convenciones como por ejemplo, la hospitalidad para invitados extranjeros. Uno de los equites reconoció en uniforme de Licia, eso y aparte de que ella era una mujer le hicieron entrar en cólera. –¿A caso los bárbaros sin rey de Virsa ya no tienen hombres para ser guardias de los embajadores? –dijo uno de los nobles, pero Licia ni se inmutó, su mirada permanecía perdida hacia el fondo del pasillo, miraba hacia el este, como si su mirada pudiera traspasar los muros de mármol y roca. Esa actitud enfureció mucho mas al noble que tocó su hombro con fuerza, mucha fuerza, tanta que normalmente podría doblar a un campesino del dolor. Pero ella simplemente giró sus pupilas, como si sintiera la brizna fresca del aire de primavera, cuando la vio de ese modo el noble no pudo dejar de notar su fría, pero sublime belleza. No era la frágil belleza de una flor de jardín, sino la fuerte e independiente belleza de un espino salvaje que puede sobrevivir al más frio de los inviernos. Con la mezcla de sentimientos, el noble lanzó una bofetada sin pensarlo, pero ella evadió el ataque moviéndose levemente hacia atrás, su mirada entonces se hizo penetrante, mientras que el compañero no podía evitar reír. –Edelio, no deberías tratar así a un miembro de una delegación extranjera, eso es un acto que podría en vergüenza al señor Tulio. –Pero mi señor Paulino, ¿Cómo es que debemos tolerar que una mujer de baja pise tan siquiera los salones de los reyes? –Deberías esperar a lanzar juicios de valor tan rápido –contestó Paulino haciendo una venia ante la muchacha. –A pasado mucho tiempo señorita Licia –contestó Paulino, quien la había conocido años atrás en un viaje a Virsa por asuntos de negocios de su padre –escuché que ahora es la protegida del Héroe de Virsa. Licia observó a Paulino y entonces lo recordó, aunque solo borrosamente, su padre se lo había presentado hacía 5 años atrás como un posible candidato para su mano, en aquel entonces la perspectiva de hacer una familia con un desconocido le parecía algo molesta, pero ahora toda esperanza de tener hijos había quedado en el pasado. –Mi maestro no gusta de ese título –contestó ella con una voz suave, pero firme y profunda, empleaba los verbos de su idioma de forma perfecta para expresar ideas de forma que empleara la menor cantidad de palabras posible. Paulino encontró aquel uso de las palabras jocoso ya que le recordaba mucho a Tulio el gran general de Etrus. –Ella es Licia Lartia –dijo finalmente Paulino a Edelio –el clan Lartia es uno de los más nobles de Virsa, de hecho cuando la revolución comenzó hace veinte años mi padre me dijo que por varios meces todos esperaron que el siguiente rey de Virsa sería un miembro de dicho clan, aunque en lugar de eso decidieron construir un caótico consejo de ancianos que va y viene en su opinión como si se tratara de una muchacha del campo. Cuando Edelio escuchó que la muchacha era de noble cuna su expresión cambió, pero no se hizo más amable, todo lo contrario. –Parece que has sido expulsada de tu clan –dijo Edelio tocando la barbilla de la muchacha con suavidad, pero lo verdaderamente malo fue cuando ella vio sus ojos llenos de lascivia y deseo, además de que intentó llevar su otra mano hacia su busto por debajo de la placa de bronce. Por un instante Licia pudo ver nuevamente el rostro de los bárbaros que arrebataron su futuro, y acto seguido… Edelio terminó en el suelo con sus dedos quebrados y una costilla rota, ella había atacado en un abrir y cerrar de ojos con fuerza segadora, su mirada solo emanaba una hostilidad absoluta, la ira de una mujer ultrajada, luego ella movió la capa que ocultaba la funda de su espada. A primera vista una diría que se trataba de una falcata decorativa. Y de hecho Paulino pensó que en efecto se trataba de un juguete ya que las partes metálicas brillaban con un resplandor púrpura suave, además de que la guarda que separaba la empuñadura de la hoja, así como el pomo estaba ataviada por jemas preciosas repujadas de color morado brillante, adicionalmente la empuñadura poseía una placa metálica mucho más gruesa que la de una falcata normal, que cubría perfectamente las manos como si se tratara de un pequeño escudo. Eran ocho gemas en la empuñadura y cuatro en el pomo. La cuchilla de la falcata era larga y estaba cubierta por una finísima funda de plata y cuero de toro negro. Pero cuando la muchacha tomó la empuñadura cubierta por un cuero de toro rojo una voz la detuvo, se trataba de Casimo su maestro que retornaba de su discusión con el rey de Etrus. –¡Alto! –Gritó Casimo – ¿acaso has olvidado donde estás y a quien representas? Los ojos de Licia se abrieron como platos mientras que dejaba la empuñadura de su arma en paz, acto seguido se arrodilló a la espera de su maestro. Paulino pudo ver por primera vez a Casimo el Héroe de Virsa, y la verdad fue que sus expectativas se chocaron un una realidad humilde. Debido a las historias de sus familiares y a las que había escuchado en Virsa, esperaban que Casimo fuera un hombre de dos metros de tez negra como la de los esclavos al sur del Mar Central, pero en lugar de ello se trataba de un hombre de estatura mediana, solo un poco más bajo que el mismo, con una tez aceitunada solo un poco más oscura que la de algunos pescadores de las regiones de Brudinia al extremo sur de la península de Tialios. Tampoco era una mole de músculos, su estructura física era más bien compacta, aunque sus brazos revelaban un tono muscular bastante bueno para un hombre de su edad. –Joven capitán, debo disculparme en nombre de mi aprendiz, creo que la sutileza aun no hace parte de su repertorio. –Todo lo contrario –contestó Paulino inclinándose –sé muy bien lo que pasó con la señorita Licia –cuando Paulino dijo esto, Licia abrió nuevamente sus ojos como platos, nadie hablaba de “eso” frente a ella, pero todos parecían saberlo, y ella lo detestaba, detestaba que el rasgo que definía su identidad ante la sociedad era la de ser la hija machada y carente de todo valor de una familia rica. –Edelio fue quien intentó propasarse con ella, diría que fue un acto de defensa propia ante una actitud poco hospitalaria –continuó Paulino –espero que acepten mis disculpas asistiendo a una cena en la villa de mi familia, se encuentra camino al bosque de Timber, por lo que no se desviaran mucho en su viaje de regreso, también vigilaré que Edelio tenga el castigo acorde a un ataque a un miembro de una delegación de un país extranjero. –Creo que el castigo no será necesario –contestó Casimo –mi aprendiz ya lo ejecutó de forma fulminante, pero por otro lado tu invitación es tentadora, iremos a tu villa como nos lo ha pedido con gran alegría. Dicho esto Licia se levantó, y al hacer esto sintió las tibias y grandes manos de Paulino. –Espero poder hablar con usted señorita –dijo Paulino mientras se inclinaba y le besaba la mano. Era la primera vez en todos esos años que ella aceptaba un acto de ternura de un hombre que no fuera su padre sin que el hombre terminara con un hueso fracturado o peor. El campo de cultivo frente a la ciudad de Erusa se había convertido en un campo de buitres, los bárbaros que habían muerto durante el colapso de su línea de batalla eran cientos amontonados en una pila que no había logrado combatir o escapar. La mayoría se encontraba en una pila creando un pequeño pantanal de sangre, mientras que los buitres hacían su festín. Más allá se encontraba ahora un campamento improvisado, donde los cirujanos trataban de salvar las vidas de cientos de peregrinos que habían combatido para salvar la ciudad sagrada de los dioses de los patriarcas de Tialios. En la ciudad sin embargo la actitud era festiva, la batalla se celebraba desde los palacios hasta los burdeles, y desde los tempos hasta las tabernas que también eran burdeles. Claudio se encontraba rodeado de sus capitanes, dentro de los cuales se encontraba Cornelio de Virsa, los dos habían logrado guiar a los hombres a la victoria, pero los dos ya habían sido enterados de que la persona que había mantenido el ala derecha de la formación era el verdadero héroe. Claudo estaba impaciente por el regreso de la guardia que había dado a sus hijos, y evidentemente por el regreso de estos. El primero en aparecer fue Sexto, que tenía marcas de escaramuzas y escoriaciones en todas partes, pero estaba mayoritariamente sano, a su alrededor venían los guerreros que le habían apoyado en el combate. Sexto se puso firmes al ver a su padre e intentó balbucear un informe que lo enorgulleciera, pero antes de poder expresar alguna palabra lo que recibió fue un fuerte abrazo por parte de él. –Regresaste vivo –dijo Claudio. Entonces sus guardias comenzaron a hablar de lo valiente y fuerte que había sido Sexto en el campo de batalla, especialmente cuando el ala derecha se había reconfigurado después del ataque de la bestia mística y de que el héroe empuñando la alabarda Umbra le cortara la cabeza como si se tratara de un cuchillo caliente a través de mantequilla. –¿Donde está tu hermano? –preguntó Claudio, quien por un instante tuvo miedo, miedo por la expresión vacilante de Sexto. –Mi hermano se encuentra en los campamentos de los heridos –contestó Sexto, y al escuchar eso, Claudio se asustó, se asustó tanto que organizó todo para poder marchar a ver a su hijo herido. –¡No está herido! –gritó Sexto bajando la mirada con vergüenza –mi hermano mayor se encuentra ayudando a los heridos, cosa que yo no puedo hacer –Sexto empuño su mano derecha con impotencia al decir eso último.
El templo de Leo Lo que podía hacerse, se había hecho, aunque la verdad no era mucho lo que los cirujanos podían hacer con las heridas en el campo de batalla a parte de cocer, cauterizar y en mayor medida, amputar. Muchos jóvenes habían sacrificado sus vidas para la protección de una ciudad que no era su patria, la pregunta era ¿por qué habían sido atacados? Quinto permanecía a las afueras del campamento de cirujanos, sus manos, pecho y frente estaban machados con la sangre de innumerables camaradas que habían sufrido una mala suerte en el campo de batalla, pero su mente permanecía concentrada en otra cosa, en aquel lobo místico que les había atacado con tanta precisión, y en el hecho de… –¿Por qué se tanto de cosas tan complicadas? En aquel instante llegaron unos hombres a caballo ataviados con capas finas con doble franja verde, por su apariencia era obvio que no habían estado en la batalla, o que si lo habían estado, se encontraron en las líneas de la retaguardia junto al estratega. –¿Vos fuiste quien tomó la cabeza del monstruo con forma de lobo? –preguntó el hombre con actitud arrogante. Quinto lo miró a los ojos. –Si ¡él fue! –gritó uno de los soldados que había combatido junto a Quinto y que venía detrás de él, su brazo derecho se había fracturado debido al golpe de un martillo muy pesado que hendió su pesado escudo y le inhabilitó para el combate. Quinto miró a su compañero de reojo un poco molesto, pero luego suspiró mientras cerraba los ojos. –¿Cuál es su asunto buen sacerdote? –preguntó Quinto tratando de ir al grano. El jinete se apeó de su montura luego se acercó a Quinto y le tomo por el manto como si se tratara de un muchacho. –¡Te atreviste a robar una sagrada reliquia maldito bastardo! –dijo el sacerdote, pero su actitud arrogante no duro mucho ya que un instante después sintió el duro puñetazo del mismo hombre que había revelado la identidad de Quinto. –Puede ser un sacerdote o no, eso no me consta –dijo el soldado –pero no permitiré que le falte al respeto a la persona que salvó la vida de mis amigos y la mía, si el señor Quinto necesitaba el arma era porque debíamos enfrentar a un monstruo! El sacerdote se levantó mientras un hilillo de sangre capia por su labio roto. –Yo no robé nada –interpuso Quinto haciendo un gesto al soldado para que se detuviera –la alabarda negra estaba en el campo de batalla cuando la necesité, si alguien la tomó de en medio de los tres templos, ¿no es labor de la guardia del templo de Ares custodiarla? El sacerdote casi levanta los puños contra Quinto, pero esta vez su mirada era diferente, Quinto lo observaba con ojos feroces y vacíos como los de un poderoso felino que observa a una presa. El miedo recorrió el espinazo del sacerdote quien se calmó inmediatamente, montó nuevamente su caballo y antes de retirarse dijo. –Debes devolver la alabarda inmediatamente, de lo contrario serás declarado enemigo de la ciudad sagrada y todos estos hombres tendrán la obligación de cazarte como a un perro sarnoso, que me imagino es lo que eres. –Si me considera una escoria mi señor sacerdote –respondió Quinto manteniendo la calma en todo momento, aunque su puño derecho se apretaba con una fuerza demoledora ya que a pesar de su control emocional, algunas actitudes le incordiaban hasta el tuétano –¿por qué no le ordena a algunos soldados levantar la alabarda y transportarla hasta la ciudad? –Si ese fuera el caso tú ya serias enemigo de la ciudad santa –contestó el sacerdote –tienes dos horas para tomar la alabarda y llevarla hasta el centro de la ciudad, estas advertido. Quinto avanzó hacia el campo de batalla, a pesar de los buitres que consumían los cuerpos de los enemigos caídos, le sorprendió ver un campamento de guerreros de élite alrededor de lo que parecía ser el lugar donde había combatido al lobo monstruoso. –¿Quien anda allí? –Preguntaron los centinelas que llevaban antorchas debido a la oscuridad del lugar, pero rápidamente reconocieron a Quinto como el héroe que había empuñado la alabarda negra –Mi señor Quinto, lo esperábamos. Quinto continuó su camino, después de todo había sido traído hasta allí con un propósito y solo un propósito. –Mi señor, el sumo sacerdote está molesto –dijo el soldado poniéndose a su zaga –dice que el robo de una reliquia tan sagrada no debe quedar impune. Quinto cerró los ojos con molestia. –Yo no fui quien tomó esa cosa –dijo Quinto. –Eso fue lo que les explicamos al sumo sacerdote y a su señor padre –dijo el soldado, él había visto como la alabarda era arrojada desde la masa de la falange por un hombre alto de quien no pudo ver su rostro. –Su padre le cree pero no ha podido disuadir al sumo sacerdote de castigarlo – continuó otro soldado con un rostro de preocupación. –Es mi hijo, héroe de la batalla, recapacita Laokon –dijo Claudio sumamente molesto –si te atreves a lastimar a mi hijo lo tomaré como una afrenta personal, ¡y no saldrás bien librado! –¿Te atreves a irrespetar al sacerdote del rey de los dioses insensato? –Dijo el sacerdote furibundo –gracias a que tu hijo tomó la alabarda sagrada, ¡las desgracias caerán sobre nuestra ciudad! –Las desgracias caerán sobre su ciudad tarde o temprano –contestó Quinto que se aproximaba a paso cadencioso seguido por los soldados, que más que tratarlo como un criminal, lo veían como la segunda venida de Heracles, el dios de los héroes –estoy seguro de que lo que nos atacó fue solo una avanzadilla, si me preguntaran diría que tu ciudad tiene a lo sumo unas tres semanas, tal vez cuatro antes de que un ejército cuatro veces más grande la saquee, sin la fortaleza que los protegía no tienen nada. –Ese no es el asunto de un soldado y un bastardo que perdió a su padre y vive a la sombra de su hermano y su tío! –gritó Laokon fuera de sí, Claudio desenfundó su falcata rápidamente y la puso en el cuello del sacerdote que tembló. –¡Arréstenlo! ¡Arréstenlo! ¡Sacrílego! –dijo el sacerdote, pero ningún soldado le obedeció. –Te molestas demasiado anciano –dijo Quinto al sacerdote dirigiéndose a al lugar donde había clavado la alabarda –por cierto, ¿Por qué nadie la ha levantado? –Si pudiera hacerse ya lo habríamos hecho –contestó Claudio que mantenía el filo de bronce en la garganta del sacerdote con tanta presión que ya empezaba a hundirse en su decrepita y arrugada carne –nadie más ha podido levantarla, ni siquiera entre siete hombres grandes pudieron sacarla del suelo. –Ni que fuera tan especial –contestó Quinto –es solo una copia. Mientras decía esto Quinto tomó la empuñadura de la espada y al intentar sacarla del suelo esta se quebró como si estuviera hecha de cenizas ardientes. El sacerdote se echó al suelo llorando mientras trataba de asir con sus huesudas manos aquellas cenizas ardientes mientras se arremolinaban en torno al campamento. Entonces para sorpresa de todas las cenizas se multiplicaron sumiéndolos en una oscuridad sin forma ni horizonte, hasta que una neblina gris los rodeó. Claudio se aproximó a la retaguardia de Quinto y le facilitó una falcata de reserva. –Un general siempre debe tener una de reserva –dijo Claudio mientras tomaba el fuerte hombro de Quinto con orgullo –mi hermano estaría orgulloso, pero no más que yo –luego miró a los soldados y con un gesto los hizo organizarse en una forma compacta similar a una falange pero con forma de anillo. –Que me defiendan no es mi estilo –dijo Quinto. Cuando las neblinas comenzaron a disiparse se dieron cuenta que estaban en la nave principal de un enorme templo de mármol, con piso de mármol y bellas columnas que llegaban al cielo. El techo del lugar comenzaba a aclararse a medida que miles de antorchas se encendían solas como si se tratara de una danza festiva o de alguna clase de ritual hermético. Lo primero que vieron iluminarse fue el fresco en el techo, era una representación que Quinto recordaba de alguna parte, pero que los demás reconocían por imágenes de menor calidad, era Heracles estrangulando al León de Nemea. Entonces vieron como algunas de las murallas del templo se iluminaban, era representaciones de como el León de Nemea mataba a los héroes que buscaban salvar las doncellas que el secuestraba. Cuando un héroe entraba en su cueva lo primero que veía era a una doncella aparentemente lastimada, y al aproximarse la ilusión se perdía para ser devorado por sus insondables fauces. Uno de los soldados con una de las antorchas comenzó a sufrir un ataque de pánico, comenzó a retroceder temblando y orinando hasta que sintió unas garras frías que le rosaban la mejilla, hizo un grito despavorido y cuando giró la imagen de un león lo hizo venirse al suelo. Solo se trataba de una figura de un león en mármol, particularmente hermosa de hecho, el artista había podido imprimir los pliegues de la musculatura con esplendorosa naturalidad. Entonces todos escucharon el llanto de una niña que se encontraba en el fondo de un pasillo, todos corrieron a su encuentro hasta que estuvieron en el centro del salón principal, allí encontraron a la niña de cabellos dorados y piel pálida, era muy hermosa y sus ojos azules solo pidan vislumbrarse de vez en cuando. Tendría unos doce años de edad, aunque eso no detendría a alguno que otro soldado solitario, aunque no harían nada de eso en presencia de los comandantes. –¿En dónde estamos? –preguntó el sacerdote. –Eso deberías responderlo tú, por lo que se ve es alguna clase de templo –dijo Claudio mientras tomaba una antorcha e iluminaba el lugar donde estaba la niña, detrás de él había un monumental fresco de un gigantesco león rugiendo en lo alto de una roca. Claudio se acercó quitándose la capa para ayudar a la niña, pero Quinto se antepuso empuñando la falcata. Los llantos de la niña se transformaron súbitamente en una risita molesta, hasta que se levantó observando a Quinto de forma penetrante. –¿Me traicionas hijo de Zeus? ¿Me abandonaste por tanto tiempo y ahora regresas traicionándome al empuñar como arma a un ser inferior?–preguntó la niña mientras su cuerpo comenzaba a hacerse más grande y su cabello dorado más largo. –¿Los años de sueño han limitado tus sentidos? –Contestó Quinto de forma fría, lo cual le sorprendía hasta a sí mismo, era como si supiera lo que sucedía, aunque conscientemente estaba tan sorprendido como su tío–no soy más que un simple mortal. De pronto la masa de cabello se levantó revelando los colmillos y el rugido de un león, uno más grande que cualquier león dorado que cualquiera hubiera visto, más grande que el que atacó la aldea de Loda tres años atrás. Su presencia estaba envuelta en el pánico y sus fauces emitían el poder de la muerte, en efecto, los atributos de los hijos de Ares le acompañaban en todo momento. Con una piel invulnerable, así como colmillos y garras capaces de destrozar cualquier escudo se trataba de la viva presencia del León de Nemea. Los hombres se arrodillaron esperando la muerte, incluso Claudio puso sus piernas en el suelo tratando de dominarse, pero el pánico era demasiado fuerte, mas, mucho más de lo que había sentido cuando un león similar había amenazado con llevarse a su primogénito. Esta vez al igual que la anterior Quinto permanecía de pie, observando aquellos ojos dorados y fijos que paralizarían a cualquier hombre, y al igual que aquella vez, el rostro de Quinto era altivo, pero con mucha mayor seguridad en sí mismo. Mientras Licia trotaba a la saga de Casimo empezó a sentir una extraña vibración de su lujosa y extravagante falcata. –¿Qué sucede mi niña? –preguntó Casimi mientras el mismo se llevaba la mano a su arma, se trataba de un sable de hoja delgada que cabía en una especie de bastón, de hecho todos lo que lo miraban enfundado pensaban que se trataba solo de un bastón. –“Rosi” está cantando –dijo Licia mientras observaba las montañas al noreste. –“Enryu” también está exaltado –contestó Casimo acariciando su sable como si se tratara de una mascota –creo que deberías ir a observar quien está dando lugar a un “nacimiento”. Licia asintió, luego se aproximó para besar el anillo de su maestro y luego partió hacia las montañas y hacia la aldea de Loda.
Una bella flor de la montaña El gran león rigió mientras que Quinto escuchaba unas palabras en su mente. –¡Que todos los indignos salgan de la Casa de Leo inmediatamente! Entonces se encontró completamente solo, solo y a oscuras, lo único que iluminaba el lugar eran las antorchas que se consumían una a una poco a poco. –No eres el –dijo el león sin necesidad de mover sus labios, sus palabras sonaban con un tono barítono profundo en la cabeza de Quinto quien seguía la mirada de la mítica criatura con algo de curiosidad, ¿era esta la gran criatura del mito? Por muy aterradora que fuera parecía más… –Tampoco llevas su sangre, no puedo olerla en sus venas, pero sin duda hay algo de “el” en ti, lo puedo sentir de alguna manera, aunque se escape a mi olfato y a mis ojos –luego se acercó rápido y lanzo una dentellada que levantó una onda de aire cálido que azotó el cabello de Quinto, pero este no se movió –¿Tal vez debería examinarte con mi gusto? O con mi tacto –dicho esto sus garras retractiles se proyectaron en el suelo penetrando con fuerza el piso de mármol como si se tratara de picas de bronce macizo. –¿Por qué no lo haces? –preguntó Quinto que cada vez estaba más seguro de algo, su rostro permanecía inalterado aun cuando el aliento de la bestia era hediondo, esta criatura no debía ser la bestia del mito aunque de alguna forma la representaba muy bien, de hecho parecía más un esclavo devoto abandonado por su amo o una mascota perdida que masculla por su amo desconsiderado. –Sin duda tienes su mirada, pero no su fuerza –dijo el León concentrándose más en los ojos de Quinto –eres débil aun cuando posees su conocimiento –luego el león retrocedió– ya entiendo. –¿Que eres? –preguntó Quinto –Parece que eres inteligente –contestó el león –soy un arma. –¿Un arma? –se preguntó Quinto hasta que cayó en cuenta –¿tú eres la alabarda umbra? –¿Umbra? Supongo que ese fue el nombre que los humanos le dieron a mi cadáver –dijo el león –la verdad es que jamás tuve un nombre, yo fui forjado por la señora Asana y dado como sirviente de aquel a que ustedes llaman Heracles, juntos combatimos a muchos monstruos en el pasado hasta que el dejó este mundo, entonces morí hasta que tú me empuñaste, por un instante pensé que eras el, pero la verdad es irreversible, Heracles ha muerto. La verdad es que me he resistido a esa verdad por mucho tiempo y por eso mi espíritu aún se aferra a este pedazo de metal, pero ya no más. –No comprendo –contestó Quinto –si eres un arma, ¿porque tomas toda la simbología del León de Nemea? –Yo soy un arma mística, nací a través de un ritual especial –dicho esto en la mente de Quinto apareció un extraño circulo con símbolos alquimistas extremadamente intrincados –que involucra el uso del núcleo de un monstruo derrotado y parte del alma de un humano que ha despertado su poder latente. Quinto sabía que era un núcleo a pesar de que jamás nadie se lo había explicado, al menos hasta donde él podía recordar, el hecho era que había tres años de su vida que estaban en blanco. Los monstruos místicos se forman a partir de una gema que parecía a una perla alrededor de la cual se forma un corazón palpitante, es una especie de invocación que es permanente y por lo tanto carece de una conexión a un invocador. Cuando el monstruo es derrotado la gema permanece en un estado latente, esa latencia permite volver a invocarla o en caso contrario emplearla como un artefacto para rituales especiales. –Pensé que el único que podía forjar armas divinas era Hefestos –contestó Quinto. –La verdad no se –contestó el león –mi creadora no me dijo nada más aparte de que debía servir a mi señor. –¿Y qué harás ahora que sabes que no soy “el”? –Aceptaré mi destino –contestó el león –yo soy el fragmento de un alma humana así que partiré, pero no sin antes entregarte un presente. Entonces Quinto vio una perla brillaba en el interior del león dorado, que salió como un proyectil y se enterró en su pecho. Quinto se asustó muchísimo y se empezó a quitar el quitón militar a toda prisa, pero no tenía ningún orificio de impacto, acto seguido sintió un ardor agudo en su hombro derecho que se dispersaba de forma tal que parecía que alguien le hubiera marcado el hombro con un herrete para marcar ganado. –Como regalo de despedida te daré algo para que puedas cumplir tu destino con mayor facilidad –dijo el león mientras se despedía. Entonces el templo místico desapareció en cenizas dejando a su paso la alabarda negra en el suelo, aunque ya no pesaba como antes. –Hijo, ¿qué ha pasado? –se preguntó Claudio acercándose, se notaba su preocupación al ver el poderoso brazo de su hijo sangrar profusamente mientras una gran cicatriz tomaba forma. Quinto cerró los ojos con dolor mientras soltaba la alabarda, mientras que Laokon se acercaba a Quinto de forma diferente. –Has sido marcado por los dioses –dijo el sacerdote con expresión humilde. Quinto bajó la cabeza con pena. –Creo que su arma sagrada es ahora una alabarda de hierro común y corriente –dijo él. Laokon negó con la cabeza con expresión relajada. –Estoy seguro que los dioses han hecho esto por alguna razón, ahora que la alabarda es un arma normal la podremos llevar nosotros a la ciudad, igual seguirá siendo un símbolo de nuestro protector y fundador. Su excelencia debe ir a la enfermería y curarse esa marca. Cuando Quinto se lavó la herida se dio cuenta que le habían dejado una especie de tatuaje, y que el símbolo tatuado era el de la constelación del león. –Si me lo preguntan es bastante apropiado –dijo Sexto ingresando a la tienda con una canasta llena de pan recién horneado, el favorito de Quinto. Sexto sacó uno y lo arrojó a Quinto quien lo tomó en el aire y comenzó a comerlo mientras que el cirujano aplicaba un ungüento que disminuía el ardor y la inflamación. –Está más bueno que los que hace Elisa –dijo Quinto chupándose los dedos. –Pero valla que sigues siendo algo tonto –contestó Sexto mientras terminaba de comer el propio y lanzaba otro a su hermano –esto los hizo Elisa, desde que te fuiste no dejo de dejar una canasta como esta en el lugar en que desapareciste. –Pues valla que ha mejorado –contestó Quinto abriendo los ojos con extrema sorpresa. La verdad era que Sexto siempre se comía los panes de la canasta que dejaba Elisa en aquel lugar, pues cuando ella encontraba la canasta con el alimento enmohecido se echaba a llorar. Con el paso de los años ella había mejorado gradualmente, aunque Sexto no lo había notado. –Es cierto – dijo Sexto suspirando –ahora que lo mencionas es verdad, ella mejoró mucho con los años de práctica. Los hermanos hablaron el resto de la noche del pueblo, de sus maestros, de sus amigos, de Elisa y de su madre. A la mañana siguiente el consejo de sacerdotes recibió una terrible noticia, un nuevo ejército de bárbaros se arremolinaba en un colosal campamento en el valle Desledonia, la ciudad Magorio, antes una ciudad estado que había logrado casi dominar todo el valle y crear un reino ahora estaba en llamas. –Son al menos 70.000 guerreros –dijeron los exploradores exhaustos y deshidratados, habían tenido que reventar algunos caballos y sangrar por algunos orificios sensibles para poder llegar a tiempo. Claudio abrió los ojos lleno de espanto, no había ninguna plaza fuerte ahora entre Loda y aquel ejército invasor, por lo que dio media vuelta. –¿Para dónde va señor Claudio? –preguntó un sacerdote. –He hecho lo que he podido por esta ciudad, pero sin refuerzos y sin muros esta plaza es indefendible, además mis propios dominios se encuentran camino hacia la ciudad Etrus, por lo que debo preparar a mi gente para la guerra, le aconsejo a ustedes que evacuen la ciudad y viajen con nosotros al oeste por lo menos en lo que se organiza una contramedida efectiva. Dicho esto Claudio se retiró, dejando al consejo de sacerdotes envuelto en el caos del pánico y la confusión. La caravana de Claudio estuvo preparada a gran velocidad mientras que el resto de la ciudad también se preparaba para marcharse, los exploradores iban y venían de la frontera con Desledonia informando sobre posición de aquel ejército colosal. Quinto y Sexto cabalgaban detrás de Claudio sin decir una sola palabra, se notaba en el rostro de Claudio su enorme preocupación y urgencia, la única plaza fuerte era la ciudad de Etrus, pero a este paso posiblemente no sería suficiente. –Quinto –dijo Claudio –cuando lleguemos a Loda organizaremos a la gente para que marchen. Luego tú deberás guiarlos por el camino hacia el sur, atravesar el bosque de Timber y pedir asilo en Virsa, mientras tanto tu hermano y yo nos presentaremos con algunos guerreros de Loda a presentar homenaje al rey, debido a que todos piensan que estás muerto no extrañaran tu presencia en la corte. Sexto estuvo a punto de levantar la mano y pedir que fuera él el asignado a guiar a su gente, pero las razones de Claudio eran más que obvias y razonables, nadie extrañaría a Quinto ya que todos pensaban que había muerto por el ataque de un león dorado tres años atrás. Cuando la caravana estuvo en lo más escarpado del viaje se encontraron con un pequeño valle alpino repleto de flores azules, se trataba de rosas, una extraña variedad con pétalos azules que crecía solo en algunas montañas aun en el invierno. Eran tan raras que la mayoría pensaba que solo eran un mito. El problema que esas rozas es que sus espinas eran más largas, por lo que tendían a lastimar un poco a las mulas y caballos, por lo que debían maniobrar por las zonas con menos densidad de flores. También había algo raro con los pétalos, los cuales flotaban en el aire como si se tratara de doncella danzando aun cuando no había viento. Quinto sintió algo extraño y dirigió su mirada a una saliente rocosa donde pudo divisar a una figura encapuchada que permanecía como una estatua de mármol vigilando el paisaje. –Que todos avancen a toda velocidad –dijo Quinto a Claudio quien asintió. –Llévate a alguno de nuestros guardias –dijo Claudio y Quinto asintió con gran seriedad. Los cuatro jinetes avanzaron, y en el camino se dieron cuenta que Sexto se había unido a la partida de exploración sin que su padre se hubiera dado cuenta. –¿Qué haces hermano? –Preguntó Quinto –esto puede ser peligroso. –Por eso precisamente –contestó Sexto –no podría ver la cara de mamá nuevamente si te sucediera algo. Aquellas palabras llenaron de extrañeza a Quinto, pero no tuvo tiempo de preguntarse más, pues ya habían llegado a la falda de la saliente, y la figura que los había alarmado se encontraba ahora frente a ellos. Quinto tuvo que jalar las riendas de su pequeño corcel con fuerza para no arroyarla. La figura era más bien baja y esbelta, por lo que debía tratarse de un efebo o de una mujer. –¿Quién eres? –preguntó Quinto sacando una falcata de su funda –si está perdido o necesita ayuda con gusto le ofreceremos hospitalidad como demandan los dioses, pero si lo que busca es pelea tenga en cuenta que no le será fácil. La persona se retiró el manto y todos pudieron ver que se trataba de una muchacha muy hermosa, debía tratarse de una habitante del valle de Erios pues su piel no era ni muy clara ni muy oscura, su cabello y sus ojos eran castaños y su complexión era esbelta, pero había algo en su mirada y en el aura que de ella emanaba que llenaban a Quinto de cierta sensación de inseguridad. –Puedo sentir una distorsión en el mundo de los espíritus –dijo ella con una voz de caramelo y con un marcado acento sureño, debía tratarse de una habitante de Virsa. Mientras ella decía aquellas palabras Quinto podía sentir una extraña fuerza emanar de ella como si se tratara de una luz en medio de una gran noche.
Leo Quinto Aneo (18 años) Nacido en el seno de una familia noble pero venida a menos Leo es el fruto de un matrimonio arreglado que se vino abajo por la muerte de su padre. Algunos de sus familiares consideraron su existencia incómoda, mientras que lo único que él deseaba era una vida tranquila en el campo. Después de desaparecer por tres años regresó demostrando grandes habilidades de combate. Habilidades de combate Falange: |Colectivo| |Lanza Doria|. Permite moverse en medio de una formación cerrada protegiendo inconscientemente tanto su flanco izquierdo como el derecho del compañero. Tortuga:|Colectivo||Lanza Doria|. Permite a los miembros de las líneas traseras levantar los escudos para protegerse de una lluvia de flechas. Pies ligeros: |Individual| Permite atacar con todo el ímpetu de fuerza y masa en la punta de la lanza, puede penetrar escudos si se ejecuta con efectividad (Habilidad de carga). Fang lovi “Colmillo de león”: |Individual||Zloty Lew|: Duplica el poder de penetración, permite romper escamas draconianas con un arma apropiada (Habilidad de combate cerrado). habilidades de acción Rastrear huellas humanas Nv 1: |Cazador| Rastrear huellas de animales Nv 5: |Cazador| Identificar tamaño. Identificar especies de bosque templado. Identificar estado de salud Rastrear pistas sutiles Habilidades místicas Puño de los dioses Nv 1: |Zloty Lew|. Permite empuñar con habilidad armas pesadas (Inconciente). Asociado a alabardas o espadas pesadas.
Llanto y decisión, el amor de una madre –Es solo una mujer –dijo uno de los guardaespaldas de Quinto mientras que todos desenfundaban sus armas, aun cuando ella misma removió el pliegue de la capa que cubría su izquierda, mostrando la funda y la empuñadura del arma más bella que ninguno de ellos había visto jamás, tenía la empuñadura semejante a la de una falcata pero tres veces más larga, lo suficiente como para permitir su manejo con dos manos, además de que la guarda de la mano era completa y gruesa casi como si se tratara de un pequeño escudo. Toda la estructura se fusionaba en una cruz ornamentada con gemas purpureas. Luego ella procedió a señalar a Quinto con el dedo índice. Quinto a su vez estaba indeciso, había algo emanando de ella, algo muy fuerte. –¿Cuál es tu objetivo? –preguntó ella. ¿Objetivo? Esa pregunta era bastante indefinida, pero al pensar en ella con seriedad Quinto sonrió, la última vez que recordaba haber hablado sobre su objetivo fue… –Ser un labrador, tener un campo de trigo lleno de espigas fuertes y altas, ganado gordo, una familia numerosa y el respeto de los demás trabajadores del campo –contestó el con un rostro apesadumbrado. Tal respuesta era tan inesperada que el rostro de seriedad de la muchacha se rompió, sus ojos aumentaron su redondez haciendola ver más joven y hasta cierto punto inocente, pero luego su rostro se endureció, al mismo tiempo que desenfundó su ornamentada arma, la cuchilla tenía un leve brillo de color lavanda, pero toda aquella parafernalia no pudo confundir a Quinto, el filo de la cuchilla de aquella extraña arma era real, aunque no estuviera hecha ni de bronce o de hierro, era algo más, algo más incluso que el metal estelar que caía de los cielos de vez en cuando para forjar armas para los nobles y los reyes. –¿A caso me tomas por una estúpida? –gritó ella seriamente, y al gritar su acento sureño se acentuaba mucho más. Los ojos de ella trataban de penetrar en el los de Quinto, tratando de indagar en alguna expresión, alguna debilidad que le permitiera conocer sus intenciones. –Regresen a la caravana –dijo Quinto con una expresión algo encartada con aquella situación. –Aunque sea una mujer, ella está armada mi señor Quinto –dijo uno de los guardaespaldas. –Podría tratarse de uno de los bárbaros que nos atacaron en Erusa –dijo el otro. –¿Erusa fue atacada? –preguntó ella. –Hace un par de días –contestó Quinto haciéndole más señales a sus guardaespaldas de que se retiraran, los dos se miraron y se encogieron de brazos, decidieron obedecer pero a paso de tortuga, de modo tal que si ocurría algo pudieran acercarse rápidamente. –Es imposible –contestó ella. –El fuerte Alboz fue destruido hace poco menos de un mes –repuso Quinto con voz firme, pero amable. –Dime quién eres, cuál es tu objetivo real –contestó ella –habla con la verdad. –Te dije la verdad –contestó Quinto –aunque es un objetivo que mi hermano siempre ha detestado, creo que te llevaríais bien con el –luego suspiró un instante –mi nombre es Leo Quinto Aneo, pertenezco a la rama principal de clan Leo súbditos del reino de Etrus, y en estos momentos me encuentro bajo las órdenes de mi tío –en ese momento Quinto cayó en la cuenta –de hecho mi tío ha decidido enviar a nuestra gente al sur, hacia las tierras de Virsa, si conoces a alguien allí con quien pudiéramos hablar para tener un recibimiento carente de problemas sería más que útil, te lo pregunto porque se ve que eres de una familia influyente, ya que ni los nobles de Etrus tienen un arma como la tuya. La mujer envaino su arma. –Mi nombre es Licia Lartia –dijo ella haciendo una venia de respeto, ella conocía muy bien el prestigio antiguo del clan Leo aun cuando no estuviera en las mejores condiciones. –Supongo que no eres un peligro para Virsa –dijo ella –pero aun así portas algo en tu interior que es peligroso, o ventajoso. Quinto cambió su expresión, ¿Cómo podía ella saberlo? –Cuando vengas a Virsa ve a la villa del señor Casimo, se encuentra al noreste de la frontera con el bosque de Timber, el atenderá a tu gente y les brindará refugio mientras pasa la guerra, pero a cambio deberás venir al Templo de Asana personalmente en la ciudad de Virsa. –¿El templo de Asana? –se preguntó Quinto, pero en el momento en que quiso preguntarle algo más, el cuerpo de la muchacha fue envuelto en un mar de pétalos purpúreos y al finalizar la tormenta de flores había desaparecido. –Lartia –dijo Quinto, el conocía bien el nombre del clan, una de las familias más nobles de Virsa, pero también una que se consideraba como traidores de su estatus de nobleza, ellos apoyaron la expulsión de los reyes de Virsa, un acto que no era bien visto en Etrus, por lo que las dos naciones se habían separado en los últimos veinte años. Un mes más tarde… Quinto se encontraba guiando una enorme caravana, no solo de los pobladores de Loda que habían aceptado trasladarse, sino también de otros aldeanos que viajaban a Virsa. En total avanzaba con 5.000 personas la mayoría mujeres, niñas, muchachos menores de 14 años y ancianos mayores de 60 años. Durante aquel mes mucho había cambiado y aun cuando aún le costaba un poco cumplir con el cronograma de reuniones sin dormirse, había demostrado ser un líder capaz. Pronto llegarían al bosque de Timber, la frontera entre los reinos de Etrus y Virsa. El camino había sido establecido cuidadosamente así como las paradas gracias al empleo de exploradores a caballo. Para la mayoría de los que le seguían él no era más que un sirviente de Claudio, pero uno que poseía toda la autoridad. Mientras comenzaban a crecer los arbustos y los parches boscosos aquí y allá no pudo evitar recordar el momento en que se encontró con su madre. –¿Por qué regresaste? –le preguntó ella molesta –¡vete! Lárgate a donde fuera que estuviste estos años, vive tu vida aburrida y déjanos en paz. No era una recepción agradable, pero la expresión de Quinto fue como si en lugar de aquel baldado de agua fría, ella lo hubiera recibido con ánimo profundo y candor maternal. –Lo siento madre –contestó Quinto hincándose, mostrando un respeto casi sagrado –pero no puedo regresar a un lugar que no recuerdo, la verdad para mi estos tres años han pasado como un abrir y cerrar de ojos, una siesta que tomé en un bosque y que luego me ha dejado sin algunos días de mi vida. Todos los presentes estaban pálidos y sentían cierta incomodidad, por muy elitistas que fueran sentían que el trato que Quinto recibía era injusto, mas por el hecho de que al probarse en el campo de batalla había adquirido reconocimiento y prestigio, incluso Sexto no rechistaría la posibilidad de que su hermano mayor fiera nuevamente un candidato para ser el sucesor de la cabeza del clan, en comparación el seguía siendo un crío. –¡Madre! Mi hermano ha abandonado esa idea loca de ser un campesino –interpuso Sexto apoyando a su hermano, pero Quinto extendió su brazo horizontalmente deteniéndolo de seguir la discusión, y con un gesto del rostro le indicó que no era necesario que interviniera. –Me retiro a mis aposentos fuera de la villa madre –dijo Quinto sonriendo mientras observaba los ojos de Cornelia, ella estaba roja, temblaba de cólera, pero había algo en sus ojos que al parecer solo Quinto podía ver. Recapitulando aquella escena, Quinto no podía ocultar su congoja, ¿Qué había hecho el para que su madre lo tratara de esa forma? Por un momento cuando los soldados lo aclamaron después de la batalla de Erusa pasó por su mente que tal vez dicha acción le traería la tan anhelada aprobación de Cornelia. La bahía de Etrus era algo fría en aquella época del año, el invierno ya estaba casi encima por lo que la guerra no afectaría las cosechas, los campesinos estaban listos para el combate y los virsios estaban enviando grano adicional a mitad de precio. El ejército de Etrus estaba más que preparado para afrontar una invasión, pero aun así en la ciudad no se respiraba más que intranquilidad. Los hombres de las familias nobles habían sido convocados con jinetes y tropas de élite que estaban armadas como hoplitas, pero que tenían un mejor entrenamiento y disciplina. Algunos nobles de mayor rango como Claudio acudían a la ciudad acompañados por los miembros más cercanos de sus familias, su esposa principal y su hijo heredero. Cando Claudio y Cornelia se establecieron en una de las mansiones ella procedió a preparar joyas y ofrendas votivas para visitar uno de los templos de la ciudad. –¿Vas al templo de Juno para pedir por tu hijo mujer? Él ya es lo bastante grande como para defenderse a sí mismo y a otros de peligros que son insondables para mí –dijo Claudio mientras terminaba de amarrarse la placa del hombro de su armadura de ceremonia, aquella tarde debería reunirse junto con Sexto ante el rey de Etrus. –Sexto se encuentra bien –dijo ella con tono frío. –No me refería a Sexto –repuso el mientras se colocaba la capa escarlata, y al decir aquella insinuación su cuerpo tembló y sus labios balbucearon unas palabras sin fuerza. –Su destino será grande y tal vez trágico –repuso Claudio –pero es el destino al fin y al cabo, espero que su sueño de ser un ciervo le ayude a tratar con devoción a las personas que le seguirán por voluntad propia. Al decir esas palabras Cornelia soltó una lágrima que se secó inmediatamente tratando de que Claudio no se diera cuenta. –Me dirijo al templo de Juno para pedir por mi esposo y su heredero legítimo –dijo ella levantándose con una expresión tan fría que su rostro bien hubiera podido pasar por el de una estatua de mármol. Claudio se acercó a ella y le acarició la barbilla. –¿Como a todos los héroes de mi familia? –preguntó el con cierna voz irónica y molesta. –Como a los más grandes del clan Leo –contestó ella nuevamente como si se tratara de una estatua de mármol. –Ese tal vez sea el destino de mi amado sobrino amorcito –contestó el mirándola a los ojos –estoy seguro que él será el más grande de nuestro clan. El rostro de Cornelia se encogió por un momento, como si Claudio hubiera encontrado una grieta en su armadura emocional, pero ella recuperó la compostura rápidamente hasta que él se marchó poniéndose el casco emplumado y crestado con rojo escarlata. –Espero que no te arrepientas algún día amorcito –dijo el en voz baja, tan baja que ella no hubiera podido escucharlo, pero cuando ella vio sus labios de reojo pudo entender el mensaje. Laokon casi pierde la cabeza al ver a aquel ejército de bárbaros a las puertas de Erusa, pero esta vez no quedaba casi nadie para defenderla, los sacerdotes menores y otros lacayos, así como la gente de la servidumbre se habían marchado semanas atrás al enterarse de la invasión. Eran unos 50.000 guerreros entre jinetes e infantería, guiados por el mismo estandarte de la vez pasada, una embarcación antinatural que podía evitar sobre el suelo. La segunda batalla de Erusa se solucionó rápidamente en una masacre y en la profanación de los templos que fueron reducidos a cenizas exceptuando el de Ares, el señor de la guerra. A la mañana siguiente la general de aquella horda se presentó ante el templo de Ares donde se encontraba Laokon preparado para todo junto con sus acólitos de mayor confianza. –Pelearemos hasta el último antes de permitir que profanes nuestro templo –dijo Laokon. –He venido a presentar ofrenda al dios supremo –contestó ella con un acento marcadamente gutural, tanto que sus palabras cai eran ininteligibles, eso sumado al hecho que se había presnetado encapuchada le hacían tener una apariencia misteriosa. –Llámame Abhira –dijo ella quitándose la capucha, revelando a una hermosa mujer de ojos aguamarina y cabello cerúleo, parecía más una diosa que un ser humano, y sin duda su sonrisa era atrayente, una expresión que podría enamorar a un muchacho, pero que para un hombre astuto y experimentado no indicaba nada más que problemas.