Microrrelato Quien acuña ciencia, acuña dolor

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He de decir que esta frase no es mía, la saqué de un libro de Pío Baroja: El árbol de la ciencia (novela que recomiendo encarecidamente). Por decirlo de algún modo esas palabras me hicieron reflexionar y un día cualquiera, sin nada mejor que hacer, comencé a dejarme llevar por mis raras ideas. Así surgió esta especie de reflexión existencialista. Soy consciente de que no todo el mundo podrá entenderlo, así que si surge cualquier duda, preguntarme sin reparos.

Quien acuña ciencia, acuña dolor​

Saber, conocer, descubrir, averiguar, indagar y demostrar. ¡Cuán razonables eran aquellos primaverales sentimientos, frutos del árbol caduco de la juventud!, exuberantes, fantásticos, modernistas y románticos. Besos ardientes de pasiones soñadoras, bañadas en el suave celeste de la esperanza y atropelladas por la furia roja del empecinamiento. No obstante, el bárbaro oleaje ennegrecido de la desesperación, la cándida impotencia, la nube gris de la apatía y la tuna desazón, como si de un ejército espartano se tratara, aglutinado en estandartes y exuberantes guerreros sedientos de ilusiones luminosas, conspiraban maliciosos igual a brujas realizadoras de encantamientos tormentosos y ruines: los verdaderos verdugos de la idea. Pero, a pesar del oscuro encandilamiento del ostentoso camino de la bandera blanca, la frondosidad que caracteriza a los soñadores, aquellos cuyas flores aún esperan la llegada de la primavera para tornarse hermosos cuadros barrocos, atropellados de belleza y armonía, allá donde se escondía la verdad anhelada; seguían siendo ridículamente vanas.
¡Qué grandiosa e insultantemente agradable era la edad floral! Cuando la deformada realidad giraba en torno al sol de los ideales, saciados por ínfimas estrellas plateadas de gozos mundanos. ¿Qué era de los violáceos latigazos cargados de espinos venenosos? ¿Dónde se escondieron los caníbales ansiosos de púrpuras corazones latentes? ¿No era quizás, una perversa estratagema del cosmos?
Y, por desgracia y desventura mías, cada vez que echaba la vista atrás y consentía al tiempo inundar mi consciencia de tópicos juveniles, mundanas aspiraciones de aquellos que no han saboreado la amarga hiel de la existencia, solo era capaz de recordar aquello que un hombre sabio me dijo en su lecho de muerte cuando yo era apenas un infante rebosante de vida y locas ensoñaciones: quien acuña ciencia, acuña dolor.