One-shot de Inuyasha - Querida madre, honorable padre

Tema en 'Inuyasha, Ranma y Rinne' iniciado por Perfil eliminado, 26 Enero 2017.

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    Título:
    Querida madre, honorable padre
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    Para niños. 9 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
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    7942
    Este oneshot es resultado de un desafío por parte de @Andreína. Pasen por la actividad si desean divertirse y retarse a ustedes mismos.
    ____________________

    Querida madre, honorable padre

    Antes de que saliera el sol, ya había movimiento en la pequeña choza en la que nos resguardábamos. Me costó levantarme al principio, pues mis párpados luchaban para mantenerse separados. Al final pudo más el deber que el cansancio, así que pude ver cómo mis amigos se preparaban para partir, con el cálido amanecer en sus espaldas.

    —¿Estarán bien si sólo van ustedes dos? —pregunté mientras les veía alistar sus armas. Kirara también se encontraba preparada para el viaje, demostrando su aspecto de fuerte mononoke.

    Sango terminó de colocarse el pesado Hiraikotsu sobre su espalda, entonces me respondió con toda la profesionalidad con que lo haría una experta exterminadora: —Un jikininki no es tan fuerte como parece.

    Ciertamente mi conocimiento respecto a lo sobre-humano y espiritual se limitaba a lo aprendido en casi un año desde que me embarqué en esta aventura. Aún así, y porque soy una persona normal, sé reconocer cuando algo es temible. Y vaya que ese youkai lo era.

    Una criatura que en su otra vida fue un humano codicioso y malvado, tanto que se convierte en un youkai aterrador cuyo alimento son los cadáveres. Nada agradable podía salir de eso, estaba más que segura.

    Sólo fue la noche anterior cuando comentamos esos rumores sobre la presencia de ese monstruo, traídos por desplazados de aldeas y que, en uno de sus viajes en busca de un lugar seguro, se toparon con la presencia, como ellos le llamaron. Aunque realmente no la vieron de cerca, por las descripciones que nos dieron, Sango pudo ser capaz de concluir que se trataba de un jininki. Lo cual, naturalmente, no me trajo ningún consuelo, sólo la amenaza de pesadillas.

    —Aun así… —continué, dudando sobre lo que debía decir. Porque a pesar de las palabras que dijera, sabía que ella no se quedaría. Porque de eso se trataba el trabajo de Sango, y porque se lo había tomado personal.

    «¿En qué zona es donde ha aparecido?», fue la pregunta obligada.

    Entonces, cuando se mencionó que rondaba lo que anteriormente había sido la aldea de los exterminadores, noté cómo Sango se ponía alerta.

    Un jininki se alimenta de cuerpos.

    Fuerte o no en batalla, lo que me importaba era la carga emocional que pudiera causarle.

    Miroku se acercó hacia nosotras, caminando con lo que parecía un andar despreocupado que trataba de transmitir seguridad.

    —No hay de qué preocuparse, Kagome-san —comentó—. Ayudaré a Sango en todo lo que pueda.

    La presión que crecía en la boca de mi estómago por un momento fue imperceptible cuando escuché cómo mi amiga susurraba entre los dientes: —Siempre y cuando no salga con sus tonterías.

    Una sonrisa repentina apareció en mis labios, y no fui capaz de extinguiría a pesar de ver el rostro decepcionado de nuestro compañero: el monje de la mano larga. Él, quien intentaba hacerse el ofendido, como si no lo conociéramos bien.

    —Como dije, podremos valérnosla nosotros solos. No somos tan débiles —comentó, tratando de cambiar de cualquier forma la dirección de la conversación, puesto que no pretendía salir más afectado—. Alguien tiene que cuidar de Inuyasha.

    Sólo la mención de su nombre bastó para que el que se había encontrado hasta ese momento silencioso, recargado sobre el tronco de un árbol y con los brazos cruzados, pusiera en palabras su molestia.

    —Yo no necesito que me cuiden —expresó, enfurruñado como sólo él podía. Casi como si se tratase de un niño al que se le prohibió jugar—. Si lo recuerdan, yo soy quien tiende a protegerlos cuando la situación se complica.

    Miroku no se dejó amenazar o parecido. Él era un adulto y sabía cómo tratar a los pequeños desobedientes. O al menos a los que tendían a actuar así.

    —Gracias, podemos contar contigo todo el tiempo… menos este —un ataque directo y escuché cómo Inuyasha chasqueaba la lengua, incapaz de negarlo. Esa noche la luna no aparecería, como tampoco lo harían sus habilidades otorgadas por la sangre sobrenatural—. Tómalo como un descanso y aprécialo. No sabemos cuándo habrá otro.

    Él intentó convencerlo de la mejor forma que pudo. No obstante, ya todos conocemos cómo es, entonces sabríamos que algo como eso no haría efecto en él.

    —No quiero descansar ni quedarme —murmuró aún molesto, aunque incapaz de negar lo dicho por Miroku. Hoy él era como cualquiera y eso claramente le frustraba.

    Sus quejas eran en vano, porque incluso él sabía que no sería de mucha utilidad.

    —Si tanto odias quedarte sin hacer nada, ven y ayúdame —la anciana Kaede apareció detrás de nosotros. Su presencia me tomó inadvertida, así que salté un poco por el susto.

    Miroku sonrió, complacido.

    —¿Has escuchado? Ahora compórtate y espéranos.

    Esta vez Inuyasha no habló, sólo se limitó a arrugar la nariz.

    Los dos se subieron sobre Kirara, dando inicio con el viaje que prometieron sería corto y sin muchos inconvenientes. Deseé de todo corazón que fuera así. Era lo único que podía hacer.

    —Te lo encargamos, Kagome —Sango gritó, despidiéndose de todos nosotros. Mi mano se meció de un lado al otro, suavemente. E Inuyasha rodó los ojos a causa de otra referencia a su papel de persona frágil.

    —¡Tengan cuidado! ¡No tomen medidas precipitadas ni se arriesguen mucho!

    Otras manos que se movieron. Entonces, desaparecieron poco a poco.

    —Yo no prometí nada —el gruñón continuaba a la defensiva.

    —Como quieras —la anciana Kaede se adelantó, mostrando con sólo dos palabras qué tan maleducado creía que era. Ni siquiera yo pude negarlo.
    Además, no teníamos qué hacer hoy.

    —No te preocupes, iré con ustedes. Y Shippou también. ¿Verdad? —lo busqué con la mirada y lo encontré un tanto lejos de nosotros. Ni siquiera se despidió o habló con los demás, sólo se mantuvo viendo algún punto fijo, atrapado en sus pensamientos—. ¿Shippou?

    Al fin pudo reconocer mi voz. Agitó la cabeza como quien lucha por quedarse dormido. Tal vez también tenía sueño, supuse.

    —Ah —pestañeó rápidamente y con una voz que sonaba casi cansada, agregó—: Sí. Iré por si Inuyasha resulta un completo inútil.

    La rutina ya estaba muy bien establecida, tanto que ya sabía lo que ocurriría después. Que Inuyasha saltaría del abrigo de su árbol para ir en la búsqueda del pequeño bribón.

    Claro que no me gusta que peleen, pero el repentino movimiento inyectó energía al ambiente.

    —¿Qué dijiste, monigote? —Inuyasha le dio un zape. Incluso él mismo se sorprendió por la fuerza que utilizó y el sonido del golpe.

    Shippou ni siquiera huyó, sólo cayó hacia el frente, chocando contra el pasto.

    —Yo… no quería —al sentir que me acercaba, Inuyasha tartamudeó un tanto nervioso. Seguramente temía el acabar igual que él, sólo que la causa sería el conjuro del collar. Casi pude escuchar cómo exhalaba aliviado al descartar su sospecha.

    —¿Estás bien? —me incliné un poco, intentando estar a la altura de Shippou.

    Él volvió a ponerse de pie y se sacudió la tierra de la cara.

    —Sí —respondió—. Sólo terminemos antes de que el tonto cambie de color —acto seguido, se fue en dirección hacia donde la anciana Kaede había partido minutos antes.

    Inuyasha y yo nos quedamos viendo, buscando en silencio alguna explicación para tal actitud de Shippou. Él decidió que se estaba volviendo loco y yo… ya no estaba tan segura de que se tratara de cansancio.

    La cabellera rojiza se estaba perdiendo de vista, por lo que nos pusimos en movimiento. Dejamos la colina verde en la que nos encontramos y nos fuimos adentrando a la aldea, con esas casas tan pequeñas y básicas y los pobladores que trabajaban. Alguno que otro se detenía y nos saludaba brevemente, para después continuar con sus tareas. Me encontré sonriendo nuevamente. Era agradable ver el aprecio que sienten las personas por ti.

    Inuyasha jamás se acostumbraría a eso. Porque a él le obsequiaron asentimientos con la cabeza, que aunque no estaban impregnados por la gentileza característica de las palabras, demostraban respeto.

    Atrás se habían quedado los días del temible chico sellado en el bosque.

    —¿Qué tienes? —él preguntó, percatándose de mi amplia sonrisa. Cosas así no se podían ocultar.

    —Nada —respondí, continuando con mi buen humor.

    Cuando llegamos al lugar, la anciana Kaede parecía esperarnos. Entonces, continúo charlando con el hombre que debía vivir ahí. Él mencionó algo respecto a una energía maligna que le estaban causando falta de energía a los niños de la casa, incluso agregó la desaparición de alimentos.

    —¿Puedes sentir algo, Kagome? —la pregunta repentina me sorprendió un poco, aunque logré contestar.

    —Es youki, aunque muy débil —Kaede asintió lentamente, aprobando lo que dije. Había pasado la pequeña prueba de mi superior.

    Al término de las explicaciones del hombre, él nos condujo a la pequeña bodega de donde las provisiones eran robadas.

    Ningún ojo normal podría percatarse de la vibra oscura que salía detrás de la madera, sólo nosotros cuatro. Inuyasha arrancó un pedazo de pared y el señor casi se desmayó. No sé si fue a causa del daño a su propiedad, aunque yo apostaba que se debía a la criatura que fue descubierta. Era como una rata, sólo que el doble de su tamaño.

    Repentinamente me dieron náuseas.

    —Un nezumi —Kaede le puso un nombre, y yo me oculté detrás de la espalda de Inuyasha. No era que tuviera miedo, era por si acaso.

    Fue una mala idea cuando Inuyasha se inclinó y le tomó de la cola. El gruñido casi rabioso del nezumi y sus ojos completamente negros me dieron tanto escalofríos como la potencia para dar un salto hacia atrás, resguardándome ahora con la sacerdotisa. Todos se me quedaron viendo, incluso el hombre —como si a él tampoco le desagradara— y Shippou, con sus ojos expresando lo que me pareció curiosidad.

    La mirada y rostro burlón de Inuyasha casi me hicieron soltar la bendita palabra. Sería muy fácil, pero el youkai podría aprovechar la oportunidad y andar libremente por el lugar. No podía arriesgarme.

    —¿Entonces qué hacemos ahora? —Inuyasha y su aire de eficiencia se sumó a su deseo de querer irse.

    «¡Pero basta ya de mover esa cosa!»

    La anciana Kaede respondió, calmadamente: —Será problemático si llama a su familia y amigos. No sólo robarán comida, sino que la cantidad de youki aumentará y las enfermedades empeorarán.

    El hombre asintió y pidió nuevamente que le ayudáramos.

    —Terminemos esto rápido —Inuyasha se puso en modo caza ratones.

    Ninguno pudo saber cuál sería su acto como exterminador, ya que una serpiente de madera gigante le cayó en la cabeza. Lo siento, pero mi primer movimiento fue el buscar casi desesperadamente al nezumi. Pero no estaba yendo hacia mis pies, no estaba en el suelo. Él se encontraba entre los brazos de Shippou, quien lo sujetaba fuertemente.

    —¡Shippou! ¿Por qué? —el traicionado se levantó amenazadoramente, con los ojos dorados brillando por el enojo—. ¡Dame ese youkai!

    Casi pareció como si el nezumi fuera a ser estrangulado por la forma en que Shippou lo asió.

    —¡Claro que no! ¡Tontos! —él gritó, después salió corriendo.

    —¡No me importa lo que diga Kagome, me las pagarás! ¿Me escuchas? —Inuyasha también levantó la voz, sin detenerse aun cuando ya lo hubiera perdido de vista—. Alguien tiene que enseñarle modales.

    Irónico o no, no me molesté en comentarlo porque me preocupaba otra cosa. Estaba claro el que le pasaba algo.

    —Vamos por Shippou —pedí y él me vio casi incrédulo—. Necesitamos hablar con él.

    No esperé que me respondiera, sólo fui en su búsqueda. Tras chasquear la lengua, Inuyasha tomó la opción de seguirme. La anciana Kaede se quedó para limpiar el lugar y atender a los enfermos, quienes deberían sentirse mejor tras haberse deshecho de su peculiar inquilino.

    Haciendo uso de las habilidades de Inuyasha, las cuales estaban fallando un poco, lo encontramos en un lugar alejado del bosque. Estaba sentado, dándonos la espalda; aún así advirtió nuestra presencia. Nos vio un poco y luego volteó el rostro. Su silencio y aspecto fue capaz de desalentar los planes de Inuyasha, aunque en todo ese tiempo de búsqueda se quejó de él y habló de sus exagerados planes de castigo, como el de atarlo a un árbol o parecido.

    Avancé lentamente y me senté a su lado al ver que no volvía a huir.

    —Shippou, ¿dónde está el nezumi? —le pregunté en una voz queda. Él movió la cabeza y apretó los dientes.

    —Lo liberé —expresó, molesto—. Ahora ninguno podrá encontrarlo. Tampoco tú y el perro este.

    —¿Qué dijiste? —la ira fue llamada de nuevo. Yo levanté la mano, señalándole a Inuyasha que se detuviera.

    —Pero Kagome…

    —Eso no es importante ahora —mencioné, luego volví a dirigirme a Shippou, quien estaba arrancando pasto, sin querer prestarme mucha atención—. ¿Qué pasó ahí?

    Silencio. Arrancar y romper en pedazos. Por unos segundos no dijo nada, hasta que se atrevió a hacerlo.

    El pasto voló, siendo atraído por el viento.

    —¿Y su familia?

    —¿Cómo? —mi confusión le hizo voltear a verme. Sus ojos humedeciéndose me tomaron por sorpresa.

    —El nezumi debía tener familia, ¿no? —continuó, ahora con la voz más aguda—. Por eso robaba comida. El bosque debería ser suficiente para uno solo, pero si se atrevió a entrar a la aldea fue por alguien más. Tal vez tiene hijos.

    Coloqué una mano sobre su hombro y él la quitó, al mismo tiempo que se levantó y me gritó demasiado cerca, sin posibilidad de no escuchar su pena: —¡No porque no pueda hablar o sea un mononoke pueden simplemente matarlo! ¡Su hijo se va a quedar solo!

    Apareció el momento de quiebre.

    Las lágrimas fluyeron rápidamente, mojando las redondas mejillas. Por la forma en que trataba de limpiarlas era evidente que no deseaba que le viéramos llorar.

    Me acerqué y lo estreché contra mi pecho. No me rechazó como antes, en lugar de eso me sujetó más fuerte. El llanto hacía que su pequeño cuerpo se estremeciera.

    —No llores, Shippou —susurré aun sabiendo que ese deseo no lo haría detenerse. Él no se desharía del dolor y el recuerdo de la muerte de su padre con esas simples palabras.

    «¿Qué hacemos?» le pregunté con la vista a mi acompañante incómodo, el que no sabía qué hacer al respecto. Hablar o mantenerse callado para evitar empeorar las cosas, en eso consistía su dilema.

    «¿Me ves con cara de saber?» sus ojos abiertos y movimiento de cabeza me contestaron. No me molesté, porque yo también comenzaba a sentirme inútil con sólo observar.

    ***

    Traer de vuelta las sonrisas de Shippou fue nuestro principal propósito. Por eso, después de que secara sus lágrimas y sólo quedaran algunos hipidos como muestra de su llanto, me dediqué a hacerle sentir seguro.

    —Todo está bien, porque no estás solo —le dije al momento en que pasaba mis dedos por el cabello alborotado. Hacer eso parecía tranquilizarlo—. Están Sango y Miroku. Ellos son nuestros amigos queridos y siempre ven por nosotros a pesar de sus problemas.

    Él asintió.

    —Y también puedes contar con Inuyasha. ¿Verdad? —busqué con la vista al mencionado, encontrándolo tomando un mechón de su cabello plateado y observándole con cara de gruñón.

    —Claro —casi tartamudeó al sentirse descubierto. Su recuperación fue rápida—. Siempre y cuando no seas tan molesto —agregó, arrogante.

    —Y estoy yo —le hice que girará para vernos frente a frente—, que soy como…

    Iba a decir «hermana mayor», pero él se me adelantó.

    —¿Como una madre?

    Todo habría ido a un rumbo diferente si le hubiera corregido y hecho saber lo que en verdad trataba de decirle. Pero sus ojos grandes y todavía algo enrojecidos —y el recuerdo de lo pasado hacía poco— pudieron más. Y la verdad era que él encendía mis impulsos maternos.

    —Si eso te hace sentir mejor… —el abrazo que Shippou me dio me mostró que lo que hice no estuvo mal, que me quería.

    —Entonces —dijo casi susurrando—, sólo por hoy eres mi mamá. ¿Está bien?

    Tanta fragilidad. Las ilusiones se pueden romper con tanta facilidad… No podía decirle que no. Tampoco deseaba hacerlo.

    —Claro —él sonrió al igual que yo, aunque con más alegría.

    —Espera un segundo… —a Inuyasha no pareció gustarle nuestra decisión, la mía mejor dicho. Dejó su silencio y nos apuntó con el dedo, casi conmocionado—. Crees que es muy fácil, o un juego, pero no lo es. Y Shippou no va a tener suficiente sólo con un día.

    —Lo dices cómo si fuera algo peligroso. Sólo le estoy dando amor —otro abrazo y él aumentó su exaltación.

    —¡Por eso!

    ¿Qué le ocurría? Era lo más parecido a un niño peleando por atención. La verdad es que no estaba para sus ataques de celos, menos si eran tan irracionales.

    —Kagome no va a estar sola, porque estás tú —Shippou intervino, con su punto de vista simple e inocente.

    —¿Qué estás diciendo? —Inuyasha no comprendía por más mayor que fuera.

    —Ahora que me doy cuenta… —ese niño sobre mis piernas sostuvo su barbilla, analizando cual intelectual. Luego chocó su pequeño puño contra su otra mano, en señal de descubrimiento—. Si Kagome es una madre, ¿tú serías el padre, no?

    La lindura que me Shippou me otorgó fue desvanecida por su comentario. Y no era la única sorprendida: Inuyasha abrió y cerró la boca unas cuantas veces, tratando de encontrar algo que decir en su defensa, pero lo único que pasó fue que un intenso rubor se extendiera por su rostro.

    —¿Es cierto, no? —Shippou se alejó de mis brazos y saltó hacia los hombros del confundido. No se daría por vencido tan fácilmente—. Respóndeme.

    —¿Por qué tengo que decirte eso?

    Volteó su rostro, tratando de evitarlo. No obstante, Shippou no le dejaba escapar.

    —¡Porque sí! No seas un tonto y dime.

    —¡Ya, no me molestes!

    La incomodidad era representada por un color.

    —Vámonos —dije. Era hora de terminar eso antes de que ocurriera algo malo, como que Inuyasha se desesperara lo suficiente como para golpearlo, entonces todo su ánimo se desvanecería—. Se está haciendo tarde.

    Los chicos me observaron con ojos brillantes y agradecidos, aunque por diferentes motivos. Los tres regresemos a la aldea, Shippou en medio de nosotros, tomándonos de las manos y avanzando juntos. Al principio el papá se asombró por tal acto, aunque no quitó su mano.

    Le lancé una sonrisa apenada a Inuyasha por haberle metido en esto sin su autorización. Él sólo resopló, haciéndose a la idea de que no podría escapar. Sólo le quedaba la opción de seguir la corriente, y agradecí el que lo hiciera.

    —¿Qué quieres hacer? —le pregunté a… ¿mi hijo?

    Inuyasha se adelantó, hablando por él: —Comamos. Tengo hambre.

    —Es verdad. No hemos comido nada desde la mañana.

    Al estar de acuerdo con ello y escuchando por fin los rugidos de nuestro estómago, fuimos rápidamente a desayunar. No me di cuenta de qué tan hambrienta me encontraba hasta que vi qué tan rápido desapareció el contenido de mi plato. No me importó que fueran las sobras de la noche anterior, o que no actuara muy elegante. Sólo me dejé mandar por lo que decía mi cuerpo, y fue una buena decisión.

    Mientras continuaba con mi segundo plato —sin importarme mucho la mirada del señor te-lo-vas-a-acabar—, Shippou se levantó rápidamente y se dirigió a la salida.

    —¿A dónde vas? —pregunté.

    —¡Por algo, no tardo! —se veía tan apresurado que no se detuvo para poder responder.

    —Ten cuidado —agregué, aunque realmente no supe si llegó a escucharme.
    Tomé mis cosas y las coloqué en el lugar en donde correspondían, Inuyasha apareció a mi lado después de haber terminado.

    —En serio vas a seguir con eso —comentó, todavía sin creer totalmente en mi acto de amistad y amor. Al menos sonó más calmado que irritado. El saciar su estómago debió influir en eso.

    —«El cariño de una madre es más profundo que el mar» —cité ese dicho tan popular como respuesta. Me había prometido que Shippou se sentiría bien, así que debía cumplirlo.

    —Pero él no es tu hijo de verdad.

    Su insistencia —debida a lo que fuera que sentía— colmó mi paciencia. Si no quería estar el ello, que lo dijera en ese preciso momento.

    —Deberías de ser un poco más considerado —le dije, obligándole a que me viera a los ojos—. Es normal que alguien quiera ser amado. Más si se es un niño.

    Algo pareció pasar por su mirada, la que cambió su aspecto de burla por uno más similar al entendimiento. Un recuerdo lejano tal vez le ayudó a encontrarse similar a Shippou —alguien que estuvo solo—.

    —Sólo por hoy —suavicé mi voz. Aunque lo dicho hubiera ayudado a hacerle entender, no me agradó el ser quien trajera memorias desagradables a su cabeza—. No tienes nada que perder.

    Apretó los labios en una mueca de estarlo pensando, aunque le costará el hacerlo. Si decía «mi dignidad» era mejor que se preparara para saludar a los gusanos. No obstante, dejó su aspecto de pensador para inclinarse hacia mí, dejando una distancia muy corta entre ambos rostros.

    —¿Qué? —salió de mis labios instintivamente. Su mirada fija y los dedos que se acercaban a mi cuello, en el área donde la piel no era cubierta por mi uniforme.

    —Tu cara —dijo y repentinamente llevé mis manos hacia ésta. ¿Qué pasaba?—. Tienes… —sumó otra palabra que tampoco me iluminó dentro de mi hoyo de confusión. Al ver que no entendía, me pidió que me acercara aún más—: Ven.

    Lo hice lentamente y luego cerré los ojos al sentir el contacto de las yemas de los dedos sobre mi quijada. Pero sólo duró un poco. Inuyasha dejó de tocarme y yo volví a ver su rostro, al igual que unos granos de arroz que sostenía.

    En medio de mi comida apresurada, me había ensuciado.

    —Gracias —mi voz debía reflejar eso, agradecimiento. Aun así, pudo más ese repentino sentimiento de decepción.

    Intenté retroceder, pero él me detuvo al sujetarme de los hombros.

    —No. Aún tienes en el cabello —una de las manos fue en busca de más restos vergonzosos. Esta vez no cerré los ojos, y de esa forma pude ver el color dorado que se colaba entre las pestañas extremadamente claras, las cejas arqueadas y la boca torcida, en un gesto de concentración.

    Seguramente me veía como una tonta, pero él no comentó nada. Ni siquiera cuando, al rozar una de mis orejas, solté un extraño sonido, como un gemido sorpresivo.

    —¿Ya está? —dije con el propósito de recuperar un poco de autocontrol. Sólo era una niña de quince años contra el cuerpo de un chico. Era contacto físico simple, pero siendo por parte de la persona por la que tienes sentimientos, no resulta tan sencillo el actuar como si nada pasara.

    —Listo —contestó, quitando lo último que quedaba, lo que se encontraba bajo mi barbilla. Temblé nuevamente y el que continuara sin soltarme no hizo más que aumentar mi escalofrío.

    Nadie dijo nada y el mundo alrededor fue inexistente, un simple fondo borroso. ¿Qué haría? ¿Qué buscábamos? Ni idea. Es sólo que viéndonos así se hacía muy evidente el lazo que nos unía. Al menos eso quise creer.

    —¿Qué hacen? —la atmósfera cambió. El regreso de Shippou nos jaló hacia el mundo habitual, donde la velocidad casi nos dispara. Aunque Inuyasha sí terminó en el suelo, pero eso fue cosas mía. Mi acto reflejo fue el empujarlo. La verdad es que no supuse que mi fuerza bastara, aunque seguramente le tomé desprevenid, al igual que Shippou nos tomó a nosotros.

    —¡Nada! —chillé con voz aguda. Nada, sólo nos… ¿contemplábamos?

    —Pero ten más cuidado —desde el suelo Inuyasha se quejó. Yo sólo atiné a reír, o al menos intentarlo.

    Iba a preguntarle al recién llegado sobre la razón de haber traído una pelota —una temari, regalada después de nuestros típicos trabajos en un castillo—, más me detuvo la aparición de una sonrisa sorprendentemente maliciosa en su pequeño rostro.

    —No se pongan tan nerviosos —comentó, haciendo girar la pelota en su dedo—. Después de todo son cosas que los padres hacen.

    Inuyasha se levantó de un salto con la fuerza de un resorte. La supuesta tranquilidad que había encontrado se esfumó.

    —¡No estamos casados! —gritó—. ¿Quién querría casarse con ella?
    Sabía que parte de su molestia debía ser causada por el golpe y esas cosas, pero si él podía enojarse por cualquier motivo tonto, también yo. Además, su comentario fue tan fuera de lugar e hiriente que hasta él se dio cuenta —lo supe por la forma en que cerró la boca y abrió completamente los ojos, al escucharse él mismo—.

    Pero lo siento, ya era demasiado tarde, querido.

    —Pues discúlpame por no ser lo suficientemente buena para ser la madre de tus hijos —la discusión dio inicio con mi sentir de indignación—. Supongo que estarías mejor con Kikyou. Ella fue con la que deseaste vivir desde un principio, ¿no?

    Entonces me miró como si hubiera recibido un ataque directo, aunque con el deseo de no ser el único.

    —¿Quién está hablando de Kikyou ahora?

    —Nosotros —sonó tonto, lo sé, pero cuando estás molesto no se piensa muy bien que digamos; si no, jamás se tomaría la pelea como una opción. Además, el fantasma en mi cabeza (el cual tenía nombre y rostro bonito) empeoró las cosas.

    —¡Tú fuiste quién comenzó!

    —No —mi dedo acusador golpeó dos veces su pecho, remarcando mi ira recién nacida—. Tú dijiste algo que ni al caso. Estábamos tan bien, y lo arruinaste.

    —¿Yo?
    —Sí, tú.

    —Si estás de celosa no es mi culpa —él bajó la voz, empapándose con gotas de seguridad y fanfarronería.

    Mi cara se sintió caliente, al igual que mis orejas. Crucé los brazos sobre mi pecho y volteé el rostro.

    —¿Celosa? Claro que no —mentí tan mal que debí escucharme igual que cuando Inuyasha dice que no está celoso de Kouga—. Sólo dejaba en claro qué tan poco quieres continuar con esto. Pero no te preocupes, yo criaré a Shippou sola.

    —¿Qué?

    —¡No peleen! —Shippou volvió a ser el medio que nos traía de regreso. Al prestarle de nuevo atención, nos topamos con desesperación y temor de ver todo arruinado antes de siquiera comenzar, todo por nuestros choques habituales.

    «Demonios», me percaté de ello y dejé de estar a la ofensiva. Mi cuerpo dejó de tensarse e intenté sonar como siempre, aunque aún mi sangre continuara caliente y no de la forma agradable de hacía poco.

    —No estamos peleando, sólo comentamos algunas cosas —le corregí y Shippou hizo una mueca. Antes de que pasara algo peor, volví mi atención en la temari, la cual me dio un tema para cambiar de conversación—: ¿Para qué es eso?

    Sus ojos verdes se iluminaron y su expresión se tornó de nuevo animada, gracias al cielo.

    —Para jugar. ¿Puedo? —el que me preguntara pidiendo un permiso me dio justo en el corazón. No quería que por una discusión él me viera como una madre estricta.

    Me incliné hacia él, dedicándole una amplia sonrisa: —Diviértete.

    Una sola palabra y él ya estaba saltando, alegre. Luego tomó la mano de Inuyasha y le jaló para que le siguiera o, en su defecto, perdiera un brazo.

    —Vamos.

    —Ah, ¿y yo por qué? —al no obtener una respuesta, volteó a verme como una traición hacia él mismo, causada por la costumbre. Una sola mirada le advirtió qué pasaría si no cumplía con los deseos de mi niño—. Pero no llores si pierdes —comentó, dejándose guiar.

    Los seguí hacia el exterior con el fin de no perderme nada. Los dos se colocaron no muy lejos de la choza, en un área donde el pasto ya estaba escaseando y el poco que había era amarillento. Estábamos a poco de que llegarán las estaciones frías. Me senté sobre una roca mientras comenzaba el juego.

    Inuyasha miró primero la pelota, para luego parpadear rápidamente y manipularla, pasarla por ambas piernas mientras ésta rebotaba por encima de las rodillas. Era como esas cosas que hacen los jugadores de fútbol. Aplaudí varias veces y en su rostro se dibujó un gesto enfurruñado.

    Ah, cierto, estábamos enojados.

    Shippou, aburrido de sólo mirar, robó la pelota cuando ésta se encontraba aún en el aire.

    —¿Qué te pasa, enano?

    —Ya la has tenido por mucho tiempo.

    —Pues veamos que puedes hacer. Está más grande que tú —al retarle, Shippou no pensó dos veces en demostrar sus habilidades.

    A diferencia de Inuyasha y debido a lo corto aún de sus piernas, manejó la temari con ayuda de sus manos, primero pasándola de una a la otra, como calando su peso. Acto seguido, la lanzó al aire y la hizo rebotar con la cabeza, luego con los puños, hasta que finalmente se atrevió a saltar sobre ella, dar una pirueta y caer de pie.

    Mis aplausos llegaron con risas impresionadas. Me emocioné aun más cuando Shippou se tomó el tiempo de hacer una reverencia. Comencé a sentirme como la espectadora de una función.

    —Gracias, gracias —pude haberle arrojado flores si las hubiera tenido.
    Inuyasha aprovechó que Shippou no prestaba atención y le quitó la pelota.

    —¡Oye!

    —Deja de lucirte —lo más natural sería que Shippou se quejara nuevamente o viniera a buscar un castigo conmigo, pero a él pareció agradarle. Él aprovechó para comenzar un nuevo juego, uno en el que debían quitarle la pelota al oponente.

    Saltaban de un lado al otro, sonreían con autosuficiencia para luego sorprenderse… soltaban algún comentario retador, aunque nada de lo que preocuparse. Se estaban divirtiendo y eso era lo importante. Siguieron con ello sin aburrirse, y —honestamente— mi trasero comenzaba a doler.

    —¡Eso es trampa! —Inuyasha gritó cuando Shippou usó otra de sus técnicas youkai (su pirinola enorme) para hacerlo caer. Él no soltaba la pelota, pero sabía que no la conservaría mucho tiempo. Haciendo uso de un acto precipitado, la lanzó a otra dirección, a la mía—. ¡Kagome!

    Claramente no me dio el tiempo suficiente como para reaccionar.

    Oh —salió de los labios de Shippou cuando caí de espaldas hacia la tierra. El golpe no dolió tanto como mi rostro.

    Inuyasha fue corriendo hacia mí, aunque yo ya me estaba levantando. Mi orgullo había sido herido lo suficiente como para avergonzarme más si me veían la ropa interior por completo.

    —¡No fue intencional! —soltó en lugar de una disculpa.

    Me sacudí la tierra de la falda y la blusa, y cuando me encontré menos sucia, fui por la temari.

    —¿Quieres jugar? Pues juguemos —me uní a ellos.

    —¡Sí! —Shippou se mostró feliz, ignorando completamente la amenaza que se reflejaba en mi mirada asesina. La futura víctima comenzó a sudar.

    Tomé impulso y arrojé la pelota fuertemente. Inuyasha, como ser sobrenatural, lo esquivó con facilidad.

    —Esto no se juega así —comentó.

    —El juego ha cambiado —ahora era algo de mi tiempo: quemados.

    No me rendí, además, tras otros intentos inútiles Shippou y yo optamos por formar un equipo. Con nuestras fuerzas unidas logramos darle varias veces. Ahora pienso que debió ser muy poco para él, pero la satisfacción nadie me la quitó. Y el ejercicio despejó mi mente.

    —¿Qué pasa? —dije al notar la mirada de Inuyasha. Los tres nos detuvimos para beber algo y descansar. Shippou estaba lejos, encargándose de otras necesidades importantes.

    —¿Aún estás enojada?

    Suspiré.

    —No —realmente ya no lo estaba. Lo único que sentía era cansancio—. Pero no hablemos de eso por el momento, o Shippou se preocupara. Se supone que debemos ver por su felicidad.

    —Como padres —su boca se onduló hacia una esquina y sus cejas se arquearon—. ¿Y esposos?

    La palabra logró hacerme sentir como unas horas antes, cuando el tacto y la mirada me hipnotizaron. Shippou había dicho algo interesante, y si estábamos jugando de alguna forma a la casita eso nos convertía en esposos por un día.

    —Podemos llamarlo así —respondí.

    —Entendido —él dijo. Ambos nos esquivamos tomando más agua, tratando de hacer a un lado ese sentimiento parecido a la incomodidad.

    Cuando Shippou regresó, pidió que diéramos un paseo por los alrededores. Vimos plantas, animales y hasta le ayudé a recolectar los frutos y semillas de los árboles, los cuales Inuyasha terminó cargando. Esa actividad fue más tranquila en comparación con nuestros juegos y sirvió para estrechar aun más nuestros lazos, relajarnos.

    Shippou hablaba rápidamente, sin detenerse, platicando sobre cualquier cosas que le llegara a la mente. Nunca le había visto así, tan libre de ser el niño pequeño que era. Porque en todo este tiempo todos y cada uno de nosotros nos vimos en la necesidad de ser fuertes para poder con cualquier amenaza que acechara en las sombras. Casi nunca habían oportunidades para divertirse.

    Yo disfruté cada una de las expresiones que aparecieron en su cara, escuchando cada una de sus palabras y hablando cuando él me lo pidiera. Y supongo que Inuyasha también lo hacía pues en diversas ocasiones nuestras miradas se encontraron y ambos sonreímos como lo harían dos nostálgicos ancianos. O tal vez dos padres, quién sabe.

    El sol se puso y supimos que era momento de regresar.

    Cargué el pequeño cuerpo de Shippou en mis brazos —el cual no dejaba de moverse a causa de un ataque de risa reciente— y avancé. Al cabo de unos pasos hubo un destello repentino a mis espaldas, en el lugar donde Inuyasha se encontraba, cargando con todo. No era necesario el voltear para saber lo que ocurrió, aún así lo hice y de esta forma pudimos ver nuevamente su apariencia humana.

    —¿Qué? —soltó, extrañado por el habernos detenido.

    —Nada —respondí, continuando con nuestro trayecto.

    —Por más que lo vea, no me acostumbro —Shippou susurró, a lo cual yo asentí. Nos seguía impactando de igual forma ver cómo la naturaleza de alguien cambiaba tan drásticamente en cuestión de un parpadeo.

    —Aunque me vea así, aún puedo escucharlos —Inuyasha dijo, atrapándonos—. Si van a hablar de mí, háganlo cuando no esté.

    Shippou silbó, dándose de desentendido.

    —¿Quieres que te ayude con algo? —Inuyasha levantó una de sus cejas, entonces recordé que ese aspecto le hacía más susceptible que de costumbre al mal humor. Tampoco era buena idea dar a entender que se le consideraba débil—. Ok. Entiendo. Tú puedes.

    —Sólo apúrense que ya tengo hambre.

    El cielo de luna ausente comenzó a llenarse de estrellas y los insectos sonaban de fondo, junto a nuestros pasos y voces. Un día que estaba terminado de forma agradable. Miroku pidió que descansáramos y lo hicimos, aunque más mental que corporalmente. Di una respiración profunda y me encontré satisfecha. Deseaba que todos se sintieran así.

    —¿Hay algo más que quieras? —Shippou volvió a su aspecto pensativo, luego a algo avergonzado. Seguramente pasó en su mente la idea de que ya había pedido demasiado.

    —Sí. ¡Digo, no! —se corrigió, alterado. También saltó de mis brazos—. Olvídenlo.

    Inuyasha y yo nos quedamos viéndolo, presentes en su nerviosismo y deseos de que no comentáramos nada más al respecto.

    —Hoy eres el hijo, ¿no? —Inuyasha dijo después de soplar un mechón de su flequillo, ahora negro—. Dilo antes de que cambie de parecer.

    —Bien —Shippou se meneó de un lado al otro, jugó con sus dedos y no nos vio a los ojos en toda su explicación—. En todo este tiempo, cuando comencé a estar solo… ya saben, es muy triste. Y después los encontré y nos hicimos amigos… pero antes, pensé cuánto me gustaría tener alguien más…

    —Sin rodeos, que me hago viejo —Inuyasha comenzó a desesperarse de tanto tartamudeo. Puede que incluso también su brazos se estuvieran agotando.

    Shippou levantó el rostro enrojecido y de ojos destellantes como esmeraldas, entonces dijo: —Alguna vez quise tener un hermano.

    Mi alma se separó por un momento de mi cuerpo.

    Inuyasha dejó caer el fruto de nuestra recolección.

    —¿C-cómo se te ocurrió algo así? —ahora él era quien tartamudeaba, a quien las palabras y pensamientos ordenados le abandonaban.

    —¡Por eso dije que lo olvidaran! —abochornado. Bien pudo cubrirse las orejas y cerrar los ojos, esperando estar en un lugar mejor.

    Coloqué mi mano sobre su coronilla, peiné un poco algunos pelos alborotados y jalé juguetonamente su coleta, incitándole a verme. Él lo hizo, seguro de que encontraría alguien en quién depositar su confianza.

    —Creo que debes saber que eso va más allá de nosotros, ¿verdad? —la amabilidad de mis palabras logró llegarle.

    —Ah, sí —movió la cabeza, infló sus mejillas. Pateó una pequeña roca—. Lo sé. Sólo decía.

    —Ven —extendí mis brazos como invitación, una que no fue rechazada. Con uno de mis dedos, apachurré una mejilla—. Así no tienes que compartirnos.
    Inuyasha volvió a respirar con normalidad al cabo de unos minutos.

    ***
    Las horas restantes de ese día tan activo las pasamos bajo techo, permaneciendo ahí por si acaso. E Inuyasha no se molestó cuando lo propuse. Estaba ocupado en otras cosas —comiendo y charlando con Shippou— como para pensar mucho en su falta de habilidades.

    Iluminados por el fuego, los tres esperamos a que llegara el sueño.

    —Ya es tarde —comenté al término de un bostezo—. Espero que Sango y Miroku estén de regreso para mañana.

    —Pueden con ello solos. Y si tardan serán por otros motivos. Seguro por la culpa de Miroku.

    —Inuyasha —le lancé una mirada para recordarle que estábamos en presencia de un menor. Él sólo hundió los hombros, sin realmente importarle.

    —¿Qué no te cansas? —el regañado se dirigió a Shippou, quien se encontraba dibujando. Animales, personas (entre los que estábamos nuestros amigos, Inuyasha y yo) y criaturas fantásticas que sólo un niño podía crear y distinguir.

    —Ya casi termino, miren —dijo, ondeando una de sus hojas llenas de colores.

    —Eres muy bueno —comenté. Para ser tan pequeño, dibujaba mejor que varios adultos que conocía. Puede que incluso fuera mejor que yo.
    Shippou sonrió de oreja a oreja, complacido.

    —Fue un buen día —tomó otra hoja y deslizó un crayón rosa en ella, dando volteretas seguras y despreocupadas, imaginando—. Gracias.

    —No digas eso —ante eso, él dejó de prestarle atención por un momento a su dibujo y meneó la cabeza.

    —No tenían por qué hacerlo.

    —Somos como una familia, ¿no? —tan pocas palabras y me alerté al ver cómo sus ojos se humedecían, aunque sus lágrimas debía tener un motivo diferente al de las que corrieron libremente está misma mañana.

    —Sí. Así es —afirmó. Sus puños enjuagaron las lágrimas, trayendo de nuevo al entusiasmo.

    —Además, recordé a esos tiempos en los que sólo estábamos los tres —una época que ahora se sentía muy lejana. ¿Cuántas cosas no vivimos justos en tan poco tiempo?

    Entre bostezos, Shippou se quedó dormido.

    Me extendí para colocarle una manta y evitar que se resfriara, también aproveché para tomar el dibujo que se había quedado casi a la mitad. Faltaron algunos detalles, pero el cabello negro y las cejas expresivas hicieron muy fácil el averiguar de quién se trataba.

    —Mira, eres tú —le tendí la hoja a Inuyasha y él la tomó.

    —Mi ropa no es rosa —a pesar de su crítica, se notó que le había gustado.

    —¿Te divertiste? —sentada a su lado era imposible perderse algo, así que sólo esperé sus reacciones.

    —Algo —contestó al cabo de exhalar fuertemente y cruzar los brazos bajo su cabeza, recargándose en la pared de madera—. Aunque de alguna forma me las arreglé para cagarla una y otra vez.

    Solté una carcajada catártica.

    —Hoy no fue tu día —acepté y su boca formó una línea dura—. Pero piensa que pudo ser peor. Hemos ayudado a sentir mejor a Shippou. Yo me quedo con eso. Con saber que Shippou me quiere —sentí una especie de abrazo emocional que me hinchó el corazón.

    —Estuvo bien —volvía a hacerse el hombre duro. Eso podía servirle con alguien más, pero no conmigo—, hasta que dijo lo de tener un hermano.

    —Eso fue muy precipitado, ciertamente —reí nerviosamente. Hablar de nuevo sobre eso tenía ese efecto sobre mí. Además, algunas imágenes extrañas luchaban por quedarse en mi mente, sin importar su naturaleza extravagante.

    —Y lo repito: no estamos casados de verdad.

    —Sí, sí —lo acepté por más que ese hecho lograra molestarme en algún grado. No quería llegar a pensar en las razones de por qué no lo estaríamos, o parecido. Si hacía eso, tendría algunas conclusiones tristes, celos y enojo.

    Hoy no quería algo así.

    Él sopló una pelusa que se encontraba en su hakama y vio hacía el techo, siguiendo su trayectoria de vuelo. Permaneció así aunque seguramente la hubiera perdido de vista. Se quedó en silencio, por lo que llegué a pensar que, al igual que Shippou, se había quedado dormido.

    Hasta que susurró: —Aún no.

    Mi corazón golpeó mi pecho, tan fuerte como para romperme las costillas. Coloqué mi mano sobre él, casi intentando callarlo. Mi cabeza era un revoltijo pues trataba de encontrarle algún significado directo a su mensaje y, al mismo tiempo, no hacerme ideas que en un futuro llegaran a romper mis tontas ilusiones.

    —Mmm… —fue todo lo que pude hacer, eso y atraer mis piernas hacia el pecho, como en defensa propia.

    Porque él volvió a insistir en lugar de elegir el dejar de confundirme más: —¿Por qué te quedas callada?

    —Me sorprendió lo que dijiste —fui honesta. Inuyasha no comprendía las indirectas por más obvias que fueran.

    —¿Por qué? —no se detenía.

    —Fue muy repentino. Se siente como si fuera un juego…

    En el momento en que terminé de decir eso, en cuestión de un segundo, ya me tenía aprisionada entre la pared y su cuerpo, sus ojos ahora oscuros al igual que su cabello eran los guardias que no permitirían mi liberación.

    —¿Qué pasa? —buscar una respuesta estaba obligado. Necesitaba saber la razón de sus ojos intensos que no se despegaban de mí, de su rostro que se iba acercando más y más, con una lentitud abrumante.

    —Siento como si me estuvieras ignorando —se estaba repitiendo lo ocurrido después del desayuno, sólo que en esta ocasión no había arroz ni nadie que nos interrumpiera.

    «¡Pero que el niño está dormido!»

    —No es así… —intenté aferrarme a todo lo que pudiera, que me ayudara a no hundirme en el contacto, las pupilas dilatadas, los dedos en la barbilla y el gesto enfurruñado.

    —No parece —cuando habló, no pude evitar fijarme en sus labios. La temperatura ascendió en mi cara y espalda. Casi se tornó en fiebre cuando la piel de la clavícula fue despejada de mechones rebeldes, luego las yemas se deslizaron y sentí el rozar del aliento cálido. Sólo podía ver la cima de la cabeza, pero no se necesitaba ser una experta para adivinar lo que él planeaba hacer.

    Las cosquillas se hicieron presentes en el cuello, luego se regaron a las demás partes del cuerpo.

    —Préstame atención.

    Desde mi pecho, las carcajadas nerviosas explotaron.

    Me vio como si tuviera en frente a una loca, lo comprendo. Pero no podía parar. Tanta información que procesar, tanta cercanía y la línea, dios mío, me sonó tanto al arquetipo de protagonista de drama romántico o manga shoujo. La imagen mental me trastornó un poco.

    Fue sorprendente el que Shippou ni siquiera se moviera a pesar de mi escándalo.

    —¿Qué es tan divertido? —no me había equivocado: realmente se sentía desconcertado.

    —Nada —dije al recuperarme, al mismo tiempo que trataba de conseguir aire fresco abanicándome con la mano—. No lo tomes a mal —me di la libertad de darle unas palmaditas en hombro ya que la confianza había regresado nuevamente a mí. Lo único que logré fue ofenderlo más.

    —No puedo sentirme de otra forma si te estás riendo.

    —No es que me esté burlando —mi boca y mi cuerpo se movían de forma exagerada. Reparar mis errores, eso era lo que debía hacer—. Por un momento creí que hablabas en serio.

    Inuyasha hizo un sonido con la nariz y se volvió a recargar contra el muro de madera, cruzó los brazos en señal de protesta y hasta disgusto. Rompió el contacto visual.

    —Es porque lo decía en serio —soltó las palabras entre regañando y apenado—. Yo no miento.

    ¿Qué le podía decir?

    Suspiré.

    Claro que no lo rechacé —los dioses sabían que no podría hacerlo, por más heridas que eso me causara—. Como dije, el momento repentino hizo que mi cabeza explotara. Aún era una niña inexperta, quien seguía temerosa por sus sentimientos y las nuevas sensaciones. El amor me guiaba por un camino a oscuras donde lo más probable es el tropezarse, y hacerte daño. Yo sólo me levantaba, siempre lo hice aunque tuviera lágrimas en los ojos.

    Supongo que no soy la única quien tiene miedo.

    Volví a sentarme en el lugar de antes, situándose a su lado aunque él no lo quisiera. Poco a poco deshice sus brazos cruzados, tan fácil pues Inuyasha se limitó a observar, curioso. Así fue posible el tomar su mano, agarrarla con la mía, entrelazando nuestros dedos. Hanyou, humano, no importaba. Seguía siendo amplia y cálida.

    —Te creo —respondí finalmente, aunque no demasiado tarde. Entre mis pestañas pude observarlo sonrojarse, con el rubor destacando aún más debido al cabello negro. Luego asintió.

    Nadie dijo más después de eso, supongo que fue porque no había necesidad, porque ninguno tomaría el riesgo de arruinar el momento.

    «El calor es agradable», volví a recordarme. Hace felices tanto a chicos como a grandes, ayuda a sobrellevar sus penas y aleja a la soledad. De igual forma, es más fácil caminar por entre un sendero desconocido si te encuentras acompañado, si tienes asida su mano para darte valor de seguir adelante.

    Supongo que aún soy muy joven e infantil para ser madre, o para casarme, pero al menos sé todo esto, sobre las cosas realmente importantes —amabilidad, amistad y amor—.

    Me recargué en él y mis ojos comenzaron a cerrarse, mientras la suave respiración de Shippou nos animaba a unírnosle y volvía a sentirme satisfecha. Mañana regresaría el resto, entonces realmente volveríamos a ser una familia completa.

    ______________________________
    Una mezcla peculiar entre amistad, romance y ¿humor involuntario? Siempre busco un toque de realismo en todo lo que hago, así que trato de justificar la actitud de Kagome diciendo que si, por ejemplo, un día de repente te proponen tener un hijo —te hablo a ti Miroku— lo menos normal sería decir “anda, dame lo tuyo” (¿?). Y la distancia tan corta… cuánta intensidad.

    @Andreína, espero que haya sido lo más próximo a lo que querías. Si no es así, házmelo saber de todas formas. Los comentarios son retroalimentación.

    Notas:
    *Nezumi. Literalmente “rata”. Busqué un youkai ya existente que cumpliera con los requisitos que necesitaba, pero no di con él. Así que “medio inventé” este, que de seguro existe (el capítulo de las ratas). Lo dejé en japonés para distinguirlo de su homólogo animal, y para darle más efecto.
    *Temari: una pelota tradicional japonesa, hermosamente ornamentada por hilos de colores. Si mal no recuerdo, el pequeño Inuyasha juega con una en el recuerdo donde miembros del palacio de su madre le rechazan.
    *Sobre la localización temporal. Confieso que hice algo de trampa. Se supone que Shippou debía sentirse triste a causa del aniversario de la muerte de su padre, pero al hacer cuentas no cuadraría. Un año más haría que Kagome se encontrara ya en primero de instituto, o sea que habría pasado la pelea con Naraku y eso. Esta vez sólo hubo nostalgia por lo perdido. ¿Cuenta, no?
     
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    ¡Hola, Loops! ♥

    Llevo días tratando de comentar tu one-shot y cada vez que enviaba el comentario se me borraba o fallaba la conexión xD

    Sinceramente yo amé cada parte de tu historia, la parte final después de que Shippou se durmiera fue lo que más me encantó; las palabras de Inuyasha y Kagome, al igual que el ambiente tan intenso me enamoraron, me leí esa parte como 3 veces (en serio).

    Tu manera de narrar es excelente, eres muy descriptiva y das a entender el porqué de cada cosa, sin dejar cabos sueltos; eso me agradó bastante. Desde el principio el título me ha llamado mucho la atención; me recuerda a esas cartas que enviaban (y aún envían) los hijos a sus padres en Japón u otros países, que siempre comenzaban de esa forma: “Querida madre, honorable padre..."

    De algún modo es algo muy tradicional, me hizo relacionarlo mucho con la historia de Shippou, ya que también se comenzaba de esa forma a narrar lo que ha sido de sus vidas frente a las tumbas de sus padres cuando estos fallecían e iban a visitarlas. No sé, me recordó mucho ese detalle, e imaginé a Shippou pensando en sus padres de esa manera.

    A su manera, también ha resultado un one-shot muy divertido a mi parecer. Creo que el reto lo cumpliste perfectamente, y además le agregaste un toque de humor y diversión que ha sido grato de leer. La trama en sí es muy interesante; en ese aspecto Andreina te planteó un desafío bastante complicado pero has demostrado gran habilidad manejándolo :3

    Si no mal recuerdo, antes habías dicho que regresaste para demostrar el cambio y tu crecimiento como escritora, así que en mi opinión lo has logrado. Tu narración es muy buena, y esa última escena me transmitió mucho sentimiento y además casi se me pone la piel de gallina cuando tuvieron sus acercamientos (las dos veces que sucedió). Además de que tu ortografía es impecable, realmente ha sido una historia espectacular y me alegra haberla leído.

    Lo único que te diría sería que tengas más cuidado con los errores de tipeo, se te ha pasado uno que otro detalle por corregir, aunque son mínimos y realmente no afectan en nada a la lectura.

    Te cité algunos que noté, a mí me sucede esto incontables veces:
    No es nada que no se pueda corregir fácilmente :3

    Por cierto, amé estas partes:
    Me reí mucho al instante de leerlo. ¿Contemplarse? ¡Qué manera de hacerlo! XD
    Ah, la inocencia de un niño. Fue tan divertido el sólo imaginar la cara de Inuyasha mientras dejaba caer lo que recolectaron, y la expresión que seguramente tendría Kagome en el rostro. Visualice en mi mente una de esas escenas donde se quedan pálidos cual estatuas y se les sale el alma en forma de fantasma por la boca xD

    Asentí en completo acuerdo cuando leí esto, aunque al final supo enmendarse. Sobre todo cuando le dijo ese “Aún no” a Kagome, refiriéndose a que no estaban casados, casi quise gritar en ese momento.

    Realmente me encanta tu forma de escribir, creó que lo haces muy bien y que tus historias son muy completas en todos los sentidos posibles. Y ser descriptiva no es malo, pero no dejes que los detalles sean en exceso o que opaquen los sentimientos que intentas plasmar :3

    Espero poder leer pronto algo más de tu autoría, saludos ♥

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    Pin de parte de los Críticos y Editores de FFL ♥​
     
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