Suginami Propiedad Pierce [Casa]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Gigi Blanche, 8 Enero 2024.

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    Gigi Blanche

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    Propiedad ubicada en los tranquilos suburbios de Suginami. Es pequeña y modesta, pero muy acogedora. Una cerca de metal negro separa el terreno de la acera. Posee un angosto jardín delantero poblado de flores y arbustos. El primer ambiente es un living comedor con la cocina integrada a un costado, separada mediante una barra. Las habitaciones se reparten a lo largo de un pasillo al fondo, con los dormitorios de los niños a la izquierda, y los de los adultos a la derecha. Una escalera caracol dispuesta a un costado del pasillo conduce al ático, donde anteriormente se ubicaba la oficina de Eloise.

    La casa posee también un patio trasero conectado al living por una puerta-ventana corrediza. Las ventanas de las habitaciones de los niños dan a él.

    Barrio de Tokio: Suginami


    Residencia Pierce.png
     
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    Gigi Blanche

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    Con la última campana del día me desperecé bien, bien a lo largo, antes de disponerme a guardar mis cosas. Le había escrito a Arata sobre el final del receso para indicarle que me esperara en los casilleros si llegaba primero, más que nada porque era una niña responsable y solía dejar el móvil dentro de mi maletín durante las clases. La segunda razón, bueno, una planificación decente era la base de cualquier buen plan, ¿verdad? Y me gustaban esas cosas.

    Un mundo ordenado.

    A medida que bajaba fui repasando una checklist mental para cerciorarme que no debía hacer nada de camino a casa. ¿Compras? Las había hecho ayer. ¿Los niños? Hoy se encargaba papá. ¿Yo necesitaba algo? Me apetecía un labial nuevo, pero podía esperar. En el peor de los casos le pedía que me dejara en Shinjuku cuando él volviera a su casa y ya. No era ninguna urgencia, sólo un pequeño capricho. Alcancé la planta baja y me cambié los zapatos, un segundo después lo reconocí sobre el mar de gente. Me acerqué a él por detrás, con cuidado deslicé los brazos por el hueco entre los suyos y su torso, y me pegué a su espalda sin mayor problema.

    Hey there, handsome —murmuré en voz baja sobre su hombro, afirmando el abrazo—. ¿Esperas a alguien, acaso?


     
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    Zireael

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    El almuerzo con Manson había sido más bien indiferente, quería decir, no había sido nada fuera de lo normal y cuando sonó la campana solo la acompañé arriba, me despedí y entré a la clase. El mensaje de Sasha lo vi hasta que me senté y revisé el teléfono aunque ya estaba empezando la clase, le respondí con un sticker de perro y me di por servido. Al salir del chat, eso sí, acabé por comerme que Cayden me había respondido con un "Ok" de lo más escueto. Seguro su viejo habría sido más expresivo, pero bueno, la charlita de mierda entonces quedaba agendada para mañana en la noche.

    Cuando la campanada que anunciaba el fin del día sonó me desperecé, recogí mis cosas y busqué el chat de Sei mientras bajaba en el ascensor, porque tenía pereza de caminar. Le escribí que seguro llegaba algo más tarde a casa, pero que había efectivo en un jarrón dentro de mi habitación, para que fuese a comprar algo al 7-Eleven más cercano o la mierda que fuese para que comieran ellos.

    Ya en los casilleros me cambié los zapatos y me aposté cerca del final de la línea de taquillas, dándole vueltas a la llave de la moto entre los dedos. Había mucha gente, así que solo esperaría aquí a que apareciera como me había dicho y todo tranquilo. Sonaba a estupidez que yo, de todos los imbéciles, sintiera algo parecido a la ilusión por verla, pero bueno así eran las cosas.

    En determinado momento solo la sentí rodearme con los brazos, la estupidez me estiró una sonrisa que solo se ensanchó al escucharla hablar y seguí dándole vueltas a la llave como si la cosa no fuese conmigo. Suspiré con cierto aire dramático, tuve que tragarme una risa y solo después le contesté.

    —Vas a tener que soltarme, linda. Estoy esperando a una pelirroja guapísima y si me ve por ahí siendo abrazado por una desconocida se va a poner celosa —bromeé con el descaro de siempre—. ¿Te lo puedes imaginar?


    la pistolera más rápida del oeste, that's me
     
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    Gigi Blanche

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    La respuesta de Arata me estiró la sonrisa y hacia el final de la tontería acabé soltando una risa nasal. Había empezado adulándome, punto para él, y al final retrocedió a la casilla inicial; pero eh, daba igual. Ya se sabía que me gustaba malcriarlo, ¿no? Murmuré un sonido afirmativo, en parte se asemejó a un ronroneo y me desenredé de su torso para rodearlo. Me planté frente a él, le acomodé apenas el flequillo y le eché los brazos por el cuello.

    —Creo que voy a arriesgarme.

    Me incliné hacia él y la última palabra acabó silenciándose contra sus labios. No me hice demasiado problema, si alguno en absoluto, por estar en medio de la escuela. Lo besé con ligereza y me presioné con un poquito más de ganas, deslizando una mano de regreso hasta acunar su mejilla. Lo había extrañado, se lo había dicho ya por mensajes y no era mentira ni una exageración; había querido verlo desde el lunes, de hecho, por razones que probablemente no le diría nunca a nadie. Ladeé un poco la cabeza y lo besé un par de segundos más. Al final retrocedí lo suficiente hasta encontrar sus ojos.

    —Hola —lo saludé en un murmullo, mi sonrisa fue amplia y reacomodé los brazos en su cuello, enganchando mis manos entre sí detrás suyo—. ¿Qué tal el día, cielo? ¿Todo bien?
     
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    Zireael

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    Escuché la risa que se le escapó por la nariz, no esperaba nada distinto después de todo, esta chica estaba básicamente inmunizada contra las novecientas estupideces que decía al día y justo por eso decía más que mi promedio por día, si es que tenía tal cosa. Oí también su sonido de afirmación y se desenredó de mí para rodearme, ya frente a mí me acomodó el pelo, tontería me suavizó la sonrisa y repasé sus facciones cuando me echó los brazos al cuello.

    Rodeé su cintura entonces, cuando dejé de darle vueltas a la llave de la moto y solo las sostuve del aro con un dedo. Soltó de lo más pancha que se arriesgaría, lo que consiguió aflojarme una risa que medio acabó muriendo en el beso. Si ella no se había hecho problema alguno, yo menos y solo correspondí con la naturalidad usual. Cuando se presionó un poco más la arrastré más hacia mí, si es que era posible, y ajusté el agarre de mis brazos en algún punto de su espalda baja.

    Ella retrocedió para encontrar mis ojos, me saludó ahora sí y acomodó las manos detrás de mi cuello. Me preguntó que qué tal el día, pero no contesté de inmediato y volví a consumir el espacio para besarle la mejilla, pues porque me dio la gana y punto. Al regresarle el espacio balanceé suavemente su peso junto al mío, en un vaivén perezoso.

    —Verás, hoy una chica me invitó a una soda de naranja y terminé almorzando con ella. La mejor parte, eso sí, fue la soda —contesté junto a una risa floja—. Y el chisme que me comí ayer, que fue donde la vi antes. La criatura anda haciéndose amiguita de Sakai, suponiendo que eso sea posible, yo qué sé.

    Seguí solo balanceándonos, supuse que porque no era bueno estando quieto, y volví a repasar sus facciones. Cada ceja, cada pestaña y cada pelo en su cabeza, lo hice sin saber muy bien por qué.

    —¿Tú qué tal, cielo? Digo, además de esa confesión tan terrible de que me extrañas.
     
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    Gigi Blanche

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    Él me correspondió el beso, encontró mi espalda y absorbí cada pequeño detalle del momento, por breve que fuera. Esperé su respuesta, pero antes de eso me dejó otro beso en la mejilla y la tontería me ensanchó la sonrisa con un gusto que no me molesté en disimular. Seguí el vaivén sin siquiera pensarlo, aunque en aquella posición y con el cuerpo tan relajado, realmente no cabía otra posibilidad. Cuando mencionó la soda de naranja me repasé los labios y asentí, sólo por hacer el tonto, aunque al decir que esa había sido la mejor parte del almuerzo lo miré con cierto reproche. Me hizo bastante gracia que hubiera decidido soltarme el chismecito a los dos minutos de vernos, yo no era de andar desparramando información pero tampoco era inmune al poder del chismorreo. Probablemente la iniciativa no fuera mía casi nunca, pero si venían a mí y me dejaban el cuento en bandeja, ah, ¿qué iba a hacer?

    —¿De Tora? —atajé, sorprendida, y tras analizar el recuento de las interacciones de la chica agregué, con cierta diversión—: Le gustarán los chicos malos.

    Hablé sin alzar mucho la voz, no era necesario hacerlo. Una de mis manos acabó bajando un poco y comencé a rascarle la nuca.

    —No creo que sea para tanto, seguramente sea cuestión de saber llevarlo. Como a ti. —Me reí un poco y le estampé un beso en la mejilla para evitar cualquier posible queja—. Hmm, en estos días debería hablar con Rowie. Tendré que felicitarlo por estar... ampliando su espectro social~

    Lo cual se traducía en molestarlo, claro.

    —Ah, sí, ya hablé con Cayden y aceptó, así que pondré en marcha el rollo del club.

    Me quedé pensando si le debía alguna otra novedad cuando me regresó la pregunta inicial. La última estupidez me arrancó una risa nasal y volví a mirarlo.

    —Va a ser mi sentencia, ¿verdad? —bromeé, y me tomé un par de segundos para finalmente agregar—: Todo bien, sí. Anduve, ya sabes, haciendo negocios y eso. Y hoy almorcé con Maze. —Le pinché el pecho de repente y fruncí el ceño—. ¿Viste las galletas que te dejó Cayden? Más te vale agradecérselas, eh.
     
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    Me importó bastante poco estar montándome este tremendo espectáculo en los casilleros, quería decir, con el arrumaco y toda la cosa. Al final si alguno de los imbéciles con los que me juntaba se daba cuenta volverían a molestarme como en el campamento y con toda razón, pero ya qué más daba. Ella estaba a gusto, lo estaba yo y eso era lo único que valía la pena. El chismecito se lo solté porque tenía que ser pecado capital llevarme esa información a la tumba, si me había chocado con el tigre saliendo con Manson de la sala esa de audiovisuales. ¡Alguien tenía que saberlo! Bueno, ese alguien solo podía ser Sasha, pero se entendía.

    —De Tora —repetí tras su pregunta y se me aflojó una risa al escuchar su conclusión—. Ah, claro. Tú tienes experiencia con eso.

    Me desinflé cuando comenzó a rascarme la nuca, parpadeé con cierta pesadez y lo siguiente que dijo estuvo por hacerme soltar la queja de turno, pero se anticipó evitándola con el beso en la mejilla, que me hizo abandonar mi episodio quejumbroso de los siguientes cinco minutos, si acaso. También dijo lo de hablar con Rowan por la forma en que ampliaba su espectro social y se me escapó una risa.

    —Si parece embajador de relaciones internacionales. No puede ver una persona y no hablarle. —Claro, el burro hablando de orejas, pero esas cosas me daban igual. Sabía que lo molestaría y el otro, que parecía inmune a casi todo, solo le encontraría la gracia—. Se lleva al tigre en banda y graciosísimo de ver.

    Dijo que Cayden había aceptado lo del club, como era de esperarse de por sí, y solté el aire en una suerte de suspiro que no supe si fue de resignación o de alivio. Igual me distrajo lo que la sentencia, que me hizo tragarme la gracia, y aflojé un poco el agarre en su cuerpo para acariciarle los costados mientras asentía con la cabeza. Claro que era su sentencia, con lo fácil que se me subían los humos a mí, por Dios.

    —Mi segundo pelirrojo nervioso favorito. Ya merecía algo de tiempo de calidad, si me preguntas —apañé sobre lo de Mason y suspiré de nuevo cuando trajo a Cayden sobre la mesa otra vez, ahora con las galletas—. Después de hablar contigo me envió un mensaje para decirme eso, que ya habías hablado con él, lo que en idioma "Señor Contradicciones" supuse que significaba "Ya puedes venir a arreglar tu mierda", quedé con él mañana en la noche, si no me escupe al verme me acordaré de darle las gracias. Eso sí, si no vuelvo a clases el resto de la semana deberás asumir que me mató un niño flaco como un palo, lo siento mucho. Ve a decirme cosas bonitas en la tumba.

    Me lamenté como si genuinamente creyera que el mocoso iba a matarme, pero no había ni que conocerlo para saber que: 1) Yo podía navajearlo antes, y 2) Era más propenso a terminar lloriqueando que a repartir hostias. El asunto era que si no bromeaba no podía irme tranquilo, así que sabría disculparme, como siempre.

    —Ahora, como puedes ver, estoy con la pelirroja guapísima. En la vida hay prioridades, cariño, alégrate de saber que eres una de ellas.
     
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    Imaginé que se colgaría de mi comentario para molestarme, juraría que pude verlo en todos los universos posibles, y por ello ya tenía un comeback preparado de antemano. Me dijo que tenía experiencia con los chicos malos, con que me gustaran, más bien, y hablé al instante que él se calló.

    —¡Corrección! No me gustan los chicos malos, me gustas tú.

    Reducir su índice de tocahuevos comiéndole la oreja era una estrategia bastante sólida y nadie iba a convencerme de lo contrario. Además era cierto, sólo me había liado con él si nos remitíamos al estereotipo de pandillero y ningún otro del calibre me había interesado. Como fuera, entre el comeback y los mimitos en la nuca me di por servida y la conversación fluyó. La etiqueta de Rowie como embajador de relaciones internacionales me aflojó una risa breve y me encogí de hombros.

    —Hablarle hasta a los troncos es la clave del éxito de muchas empresas, en especial la nuestra. Tú hazle caso a los pelirrojos, cielo, la estadística dice que somos más inteligentes.

    ¿Fuente? La de la cocina. Mi mención de Cayden le arrancó un suspiro y lo dejé estar, entendiendo que tenía un trabajo por delante y era, digamos, su propia procesión. Sus manos se deslizaron y comenzaron a acariciar mis costados, y la sensación me rasgó la mente con un pensamiento repentino. Salió de la nada y al mismo tiempo vino de todas partes, como si siempre hubiese estado allí y apenas ahora me dignara a echarle luz encima.

    Me sentía segura con él.

    Tomé aire por la nariz y fingí demencia, enfocándome en sus palabras. La tontería sobre Maze me estiró una sonrisa floja en los labios y luego me contó que Cayden ya le había escrito. Acabó soltando una broma, no podía ser de otra forma, y en consecuencia se me aflojó una risa nasal bastante liviana. Acabó el discursito comiéndome la oreja, pero no iba a distraerme de mi misión, no, señor.

    —No hará falta matar a nadie —murmuré, tomé su rostro entre mis dos manos y le dejé otro beso en los labios, suave—. Estará todo bien, cielo. Ya verás.

    Se lo dije con la intención suficiente, sin moverme de sus ojos ni un instante; no pretendía convencerlo a la fuerza, sólo transmitirle la confianza que yo misma sentía. ¿Estaba siendo ilusa? Quién sabe. Creía, sin embargo, que muchas veces las personas ajenas a los conflictos eran capaces de anticipar el futuro con mayor precisión, pues a la larga no eran los detalles los que perduraban, sino la big picture. Y en la big picture estos dos imbéciles se tenían un aprecio difícil de explicar.

    Estaba segura.

    Le regresé parte del espacio, bajé las manos a sus hombros y las deslicé por sus brazos hasta alcanzar sus manos. Lo jalé con suavidad y comencé a caminar hacia el patio con un "¿vamos?" en voz baja.

    By the way, ¿quién es entonces la famosa simpatizante de chicos malos? ¿Va contigo?
     
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    Me respondió apenas cerré la boca, porque me conocía, y me comió la oreja justo como hacía yo con ella. No pude contener la risa, me surgió directo del pecho y asentí, dándole razón. A ver, no que le llevara el apunte a esas cosas, pero sí que era cierto que Sasha realmente no tenía la costumbre de fijarse en imbéciles de mi clase con tanta frecuencia como uno estimaría al verme. ¿La niña me había conocido vestido como hijo de la yakuza y había dicho: de aquí soy? Tal vez, pero no iría yo a quejarme.

    —¿Ah? Yo sé que no soy un genio ni nada, pero vas a tener que citar algo que no sea la Wikipedia para semejante dato —dije a lo de los pelirrojos—. No estoy juzgando tu genialidad empresarial ni la de Ikari, eso sí, juzgo la del resto de pelirrojos desconocidos del mundo.

    Mi intento por distraerla del Incidente Cayden sirvió más bien poco, justo por lo mismo que me se había anticipado a mi comentario de antes: me conocía. No importaba si algún día se me antojaba negarlo o si me lo cuestionaba, la verdad era esa. Era, después de todo, de las poquísimas personas a las que le había pedido ayuda de forma directa y si lo había hecho era porque confiaba en ella. La confianza no surgía del aire, Sasha no hacía más que demostrar la fortaleza de su carácter y de su amor cada día.

    Volví a suspirar cuando sujetó mi rostro entre sus manos y me dejó el beso en los labios. Ya estaba visto que no era de piedra ni nada, habían mierdas que me preocupaban y que me perseguían incluso cuando no parecía darle vueltas a nada en lo absoluto una buena parte del tiempo. La foto que habíamos quedamos, la que me habían dejado los imbéciles, todavía titilaba cuando cerraba los ojos y lo mismo pasaba con el rostro amoratado de Cayden.

    Dos errores en tan poco tiempo eran... Rozaban lo imperdonable.

    Asentí con la cabeza, fue apenas perceptible y cerré los ojos un instante. Quise pensar que tal vez como ella tenía menos cables emocionales con la cosa podía verlo desde otro lado, a mí me condicionaba lo que conocía de Cayden; era capaz de sentir un resentimiento igual de potente al amor que podía profesar, le envenenaba la sangre. Habría que rezar porque cierto pelo de nube lo hubiese calmado lo suficiente.

    Abrí los ojos otra vez cuando me regresó el espacio, sujeté sus manos cuando alcanzó las mías y comencé a seguirla. Tampoco era la idea que nos quedáramos aquí consumiendo aire.

    —De la clase de Cay. Manson es el apellido, cabello negro, ojos de color —respondí porque el chismorreo nadie me lo quitaba—. En sí no tiene muchos amigos por lo que parece. Imagino que Ikari y Sakai son lo único y más nuevo del círculo, es medio extraño porque tampoco es que parezca tener problemas hablando, ya sabes, no es como que haya que sacarle dos palabras a cucharadas. Tampoco es que hable con árboles, esa habilidad no la tiene cualquiera, déjame decírtelo.

    ¿Había sacado todas esas conclusiones de nuestra conversación casi protocolaria? Por supuesto que sí, parte de la información la puso ella en bandeja de todas formas. El resto venía de un hábito viejo, ya internalizado, de continua observación con el fin de encontrar las fracturas. No era tan fino como la forma en que Altan leía el mundo ni cómo Cayden medía el espacio por tensiones suspendidas en el aire, trabajaba con lo que la gente decía y la gente, bueno, a veces soltaba muchas cosas sin saber.

    —Espero que te sientas como una reina, por cierto. Ahora me toca traer el casco a la escuela por si de repente tengo que llevarte conmigo. ¡Imagina semejante honor! ¿Habrá alguien que pueda presumir de algo como eso? Yo no creo.
     
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    Gigi Blanche

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    —¿Estás diciéndome acaso que no confías en mí, Arata? —le cuestioné, exagerando la ofensa y tragándome la risa, aunque no llevé el asunto de los pelirrojos mucho más allá.

    Probablemente no tuviera las herramientas para aliviar su nerviosismo, lo sabía, pero quizá sí pudiera mitigarlo. Era mi único objetivo. Él volvió a suspirar, asintió apenas y me di por satisfecha. Tampoco quería atormentar a la pobre criatura con lo único que le comía la cabeza, de modo que alcancé sus manos y propuse ir andando. Cambié el tema de conversación, también. Su chip de chismorreo regresó a su lugar y comenzamos a atravesar el patio frontal. Lo miré al instante que soltó el apellido de la chica, pero al parecer tenía mucho que decir y le dejé el espacio. Utilicé ese tiempo, de paso, para pensarlo dos veces y definir si era prudente decirle lo que tenía en la punta de la lengua. ¿El contrato me impedía hablar de otros empleados?

    Creía que no.

    —La conexión la habrá hecho Rowie, seguramente —resolví sin mayor complicación, y una sonrisa divertida me curvó los labios al mirarlo—. El mundo es un pañuelo, anyway. La conozco, ¿sabes? Trabaja conmigo en el Paraja. Es mesera.

    La aclaración la vi necesaria por la... especificidad de mi propio rol dentro del casino, para que Arata no hiciera deducciones incorrectas. Fui asimilando la idea, emparejando la Manson que conocía con la imagen de Tora. ¿También había almorzado con Arata, entonces? No la conocía casi nada por muchas horas que respiráramos el mismo aire, pertenecíamos a secciones muy diferentes. Tenía más trato con los chicos de la barra por el tiempo muerto que mataba ahí, pero los meseros iban y venían toda la noche. Ah, eso me recordaba... Era amiga de Hal, ¿cierto? El rubio que trabajaba con Yuuji. Su figura, su cara de moco más bien, se superpuso con la de Tora y con la de Arata en ciertas ocasiones, y se me aflojó una risa nasal.

    My, my, tendré que tenerla vigilada, entonces —bromeé, sin ningún motivo particular.

    Estábamos abandonando ya el patio frontal cuando dijo que más me valía sentirme como una reina y no sé qué más. Me reí con ganas, me salió del pecho y le solté la mano sólo para enredarme a su brazo.

    —Qué honor~ —respondí, tragándome la gracia—. Bueno, eres mi caballero de brillante armadura, ¿no? Obviamente me siento una reina a tu lado, con lo bien que me tratas.

    Entre otras cosas, claro.

    —¿Quieres comprar algo de pasada para el té, cielo? ¿Algún postre o unas galletitas? ¡Yo invito!
     
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    Zireael

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    Suspiré con dramatismo cuando preguntó si estaba diciendo que no confiaba en ella, entre que me contestaba las estupideces con otras del calibre ya llevaba un tiempo preguntándome si en secreto no estaría igual de tonta que yo. Era divertido de todas maneras, Sasha no tendía a molestarse por las cosas que decía, porque de por sí nunca decía nada con la intención de hacerla enfadar de verdad.

    La noche que me esperaba mañana iba a ser tremendo viajecito, pero hasta entonces trataría de aferrarme a la vista que tenía Sasha de la situación para de dejar de pensar en bombas nucleares y minas plantadas. No le tenía miedo al chiquillo, eso era evidente, puede que solo temiera lo que le había hecho sentir. Quizás entre lo de Sasha y lo de Cay había recibido todos los golpes de realidad necesarios para comenzar a pensar mejor las consecuencias de mis mierdas.

    No quería contadores en las cabezas de nadie.

    Asentí a su comentario de que la conexión habría sido Rowan, con Manson quería decir, y giré el rostro de lo más escandalizado cuando dijo que la chica trabajaba en el dichoso Paraja como mesera. A mí me parecía que este país necesitaba ser mucho más pequeño para que estas cosas sucedieran, porque ya casi daban risa.

    —A este paso acabaremos conociendo a toda la gente en este pedazo de tierra, te lo prometo —añadí negando con la cabeza suavemente, de lo más resignado, y solté al risa cuando dijo que tenía que tenerla vigilada—. Igual sí. No sé hasta dónde es... bueno, tal vez le falte malicia, no sé si me explico.

    Mi comentario de que se sintiera como reina le arrancó una risa, se soltó de mi mano para sujetarse a mi brazo y todo el discursito del caballero de brillante armadura acabó por hacerme reír a mí también. De verdad, es que de los dos no hacíamos uno.

    Comencé a darle vueltas a la llave en la mano libre otra vez y cuando preguntó si quería algo para el té solté una risa nasal. ¿Era este mi día de suerte? ¿Me invitaban a la soda, al tecito y al postre? Y todo señoritas, ah, qué cosas.

    —¿Una rebanada de pastel? —Sugerí y de repente me sentí como mis hermanos pidiendo dulce—. La última vez que comí pastel fue en el cumpleaños de Izumi del año pasado y no estaba muy bueno, pobre niño, pero no tenía dinero para nada mejor.
     
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    Lo escandalizado que se vio cuando le completé el chisme sobre Manson fue tan exagerado que me hizo reír a mitad de la explicación. Él también soltó la carcajada poco después y dijo que a la chica le faltaba malicia, cosa que no estaba segura cómo había definido con... ¿un almuerzo en el contador? Podría esperar una asunción así de cualquier alma inocente, no de un pobre infeliz que debía haber visto al diablo a los ojos. En fin, por su respuesta supuse que no había llegado a analizar la situación más allá ni la verdadera intención de mi broma.

    I meant it, hon —dije, más seria—. No me conviene, no nos conviene de ningún modo que los otros dos se hagan amigos o lo que sea de alguien que trabaja en el Paraja, que podría reconocer las joyas robadas en un instante. Con o sin aparente malicia, da igual. —Lo miré—. Nunca terminas de conocer a las personas.

    Suspiré, regresando al camino. No tenía la potestad para limitar las decisiones sociales de ninguno de los tres, lo sabía, pero la ¿coincidencia? igual me cagaba bastante. Quedaba confiar, ¿no? Habíamos elegido a Rowan, sólo me quedaba confiar en que no perdería de vista la importancia del emprendimiento; y, en el caso de Tora, su lealtad hacia Ikari. Aprovecharía la ocasión para hacerles llegar la información cuando los buscara para contarles sobre el club, era lo más prudente. De ahí en más sería su responsabilidad.

    Justo antes de salir del terreno escolar viramos hacia la izquierda, donde se encontraba el bicicletero. Arata pensó en comprar pastel y lo miré, sonriendo con cierta compasión cuando mencionó el último que había comido. No sabía en qué fecha exacta cumplía años su hermano pero daba igual, ya estábamos en junio. ¿Más de seis meses sin probar pastel? Dios, qué cosa triste.

    —Vamos a corregir ese pecado de la humanidad en este mismo instante —dictaminé, deteniéndonos junto a la motocicleta—. Donde trabajaba antes hornean pasteles buenísimos, además conozco a Saki, la que los hace. Podemos pedirle recomendaciones de verdad y comer hasta reventar, ¿te parece?

    No me di cuenta que había armado el plan y formulado la idea como solía hacer cuando organizaba con los niños, fueran las tardes de juegos en el parque, las maratones de películass o los itinerarios culinarios del fin de semana.
     
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    Zireael

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    No podía hablar por Manson, eso estaba claro, pero también era cierto que no parecía muy sabio de parte de Ikari, que parecía bastante más inteligente de lo que aparentaba en realidad, ponerse a soltar la lengua ni nada parecido. Para reconocer las piezas harían falta varias cosas, entre ellas tener ojo de pijo, estarlas buscando por ahí o directamente saber de su existencia y la cuarta, la del acabose, tener ganas de armar la bronca por algo que ni siquiera tenía que ver con uno. Por experiencia sabía que la gente de esta escuela tenía la tendencia a aburrirse demasiado y meterse donde nadie los llamaba, ¿en qué confiaba entonces?

    En que no dejaríamos que un error se repitiera dos veces.

    —Hay que mantener las piezas flojas a la vista. La cagada inicial es compartir espacio con Manson ya de por sí —advertí ya bastante más serio—. El embajador habla hasta por las orejas, ¿pero te has dado cuenta de que entre todo lo que dice no hay un solo cacho de información que sirva para hacerse una imagen de él más allá de eso? Puede que la defensa más grande de Ikari sea su verborrea y la de Sakai su cautela a todo lo que no esté relacionado a Ikari.

    No era un voto de confianza absoluto en lo más mínimo, pero quise pensar que Yako no habría pensado en meterse a Bunkyo si hubiese creído que le iba a salir como el culo. Eso había sido en tiempos del hermano de Rowan, claro, nada aseguraba que el recién ascendido Rowan no la fuese a cagar, pero justo por eso el imbécil estaba en período de prueba. Lo que hiciera en cuanto se diera del punto de unión, peligroso, que significaba Manson debía darnos también datos para una opinión más nítida sobre su figura.

    Igual el tema era un poco lo mismo que con lo de Cayden, ahora mismo no tenía caso atorarnos allí, en situaciones hipotéticas y delirios de persecución. Estaba bien tener la cosa mapeada en caso de emergencia, pero ahora mismo no se podía hacer más que eso. Rowan ni siquiera había terminado un prototipo, ante cualquier situación se podía fingir demencia, como quien se eyecta de un avión.

    Ya habiendo llegado al bicicletero con el tema del pastel ella dijo que íbamos a corregir ese pecado de la humanidad ya mismo y solté la risa otra vez, con los pocos gustos de esa clase tan específica que podía permitirme en casa a mí no me parecía tan trágico en realidad. El tema era, claro, que si me ofrecían pasteles hasta reventar tampoco iría a negarme, qué va.

    —A esta pobre alma que lleva meses sin probar un buen pastel le parece una buena idea, claro —respondí mientras pillaba el casco—. También pasaré por la pena de pedirte algo para llevarle a mis hermanos.

    Cay había metido bastantes galletas en la bolsa como para que comieran ellos, me di cuenta, pero pues no me daba el corazón para atiborrarme yo y no llevarles nada. Ahora estaba esperando el pago mensual de dot&blue, luego de haber conseguido la pasta de la deuda de los imbéciles, así que hasta fin de mes seguía un poco corto de fondos, justo por eso había tenido que vender la información de Ryouta el otro día.

    De la manera que fuese, me colgué el casco del brazo derecho un momento, le acomodé el pelo a Sasha para no ir a hacerle demasiado destrozo y habiendo hecho eso se lo puse. Era una cosa automática que te cagas, sabía que podía hacerlo ella misma, pero no le confería mucho pensamiento y ya.

    —Como siempre, ya que nos aseguramos que no vas a partirte la cabeza por ahí, podemos irnos. Tú dime dónde tenemos que pasar y tal, ya sabes.


    Tienes motorizado personal, toma las libertades necesarias uwu (?
     
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    Gigi Blanche

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    No respondí nada, al menos no inicialmente, a su análisis de nuestros socios de negocios. A riesgo de ser prejuiciosa suponía que, en líneas generales, me costaba confiar en los hombres cuando había... bueno, cuando podían tener acción o había alguien comiéndoles la oreja. Lo veía todos los días en el trabajo, el poder que las chicas ostentaban sobre muchísimos clientes. Las creían tontas o superficiales, sin malicia, y entre esto y aquello acababan hablando de cualquier estupidez que los hiciera sentir más hombres. Luego estaba Aria en el vestidor cepillándose el cabello y riéndose de cómo el guapo del traje verde había arruinado adrede un trato millonario de su padre.

    —No lo sé, cielo, he hablado una sola vez con ellos. Luego se los diré y ya. —Solté un suspiro breve y lo miré—. Supongo que en este punto ya no tiene sentido ocultarlo. Hal y Sugawara, compañeros tuyos, también están en el Paraja. Hal parece ser amigo de Manson y Sugawara es básicamente mi jefe. —Regresé los ojos al frente—. Por poco me obligó a hacer un juramento de sangre de que no revelaría su conexión con el club aquí en la escuela, así que ya sabes. Si me quieres de una pieza, finge demencia.

    Tras alcanzar su moto me rascó también algo de pastel para sus hermanos y le clavé la mirada encima antes de reírme. Era un descarado, ¿eh? ¿Hasta eso me gustaba de él? Boy, oh boy, how damned was I? Accedí con un "claro" colado entre la risa y me quedé quieta mientras se encargaba de acomodar mi cabello. A ciencia cierta sólo lo había hecho ¿cuánto? ¿Tres veces? No importaba demasiado, me ponía suavecita y ya. Con el casco ajustado, comprobé que no se saliera y me monté en la motocicleta detrás de él.

    Era un buen trecho hasta Suginami. Mantuve las manos en su cintura y disfruté del viaje, el sol cálido y el viento chocándome las piernas. Una vez estuvimos dentro del barrio fui aprovechando los semáforos rojos para darle las indicaciones con mayor comodidad y finalmente estacionamos frente al café donde trabajaba antes: Poppins. Había pasado poco tiempo, claro, pero de todas formas se sintió nostálgico. La entrada pequeñita, atestada de plantas que la ocultaban del ojo distraído, y el cartel escrito a mano con las especialidades del día en la acera.

    —Ven conmigo, así eliges para tus hermanos —le dije a Arata, quitándome el casco y pasándoselo.

    Sentí un dejo de emoción, uno que siquiera se opacó ante la idea de volver a ver la cara de Taki. Ingresamos al espacio, con el sonido de las máquinas de espresso y el aroma a café danzando en el aire, y sorteamos las mesas hasta alcanzar el mostrador. Allí estaban los diferentes pasteles en exposición. Iba a contarle lo que sabía de cada tipo cuando miré y un empleado pasaba junto a nosotros. Me vio, parpadeó y volvió a verme, y mi sonrisa se extendió de oreja a oreja.

    —¡Sasha! —Sengoku exclamó sin timidez y lo recibí en un fuerte abrazo—. ¡Pensé que no volvería a verte! ¡Estábamos tan tristes! ¿Viniste a saludarnos? ¡Hombre, Saki ha...!

    —¡Sen! —lo frené, sosteniéndolo por los hombros, y no pude contener la risa—. Sen, respira. ¿Cómo has estado?

    —Ah, bien, ya sabes. Muchos ancianos a la mañana, muchos niños a la tarde. Nada ha cambiado aquí. —Me miró, algo triste—. Suzuki-san sigue preguntando por ti, pobre señora. No sé cuántas veces le dijimos que ya no trabajas aquí, se sigue lamentando y preguntándonos si sabemos algo, si estás bien, si estás estudiando. Y nos tenemos que inventar historias porque una señorita de aquí no ha vuelto a hablarnos desde que se fue.

    Me clavó un dedo repetidas veces en el hombro mientras me recriminaba mis pecados, arrancándome otra risa. Tuve que retroceder apenas y choqué con el brazo de Arata. Volteé a mirarlo, le conferí una caricia liviana en la camisa que siquiera razoné y volví los ojos a Sengoku.

    —Ya, lo siento. Ha sido todo un poco caótico ¡pero aquí estoy! —Extendí los brazos y él se rió—. Extrañaba los pasteles de Saki-chan y pensé en comprar algunos, y de paso saludarlos. ¿Está aquí, por cierto?

    —Sí, en la cocina. Entré hace... quince minutos y quería comerse vivo a un aprendiz que le quemó los bizcochuelos, ve a alegrarle el día.

    Sus ojos viajaron un instante a Arata y giré el torso para poder mirar a ambos.

    Alright, procedamos al momento de presentaciones que a nadie le importa pero que nobleza obliga. Sen, este es Arata, un amigo mío de la escuela. —Miré a Shimizu—. Él es Sengoku, y sí, adivinaste: trabajábamos juntos aquí. Éramos la liga de camareros de la justicia frente a los ancianos cascarrabias y los críos rompetazas.

    —Un gusto —saludó Sengoku, con su afabilidad usual, y le lanzó un vistazo a los pasteles detrás de Arata—. ¿Alguna preferencia? No escuches lo que te diga esta sabelotodo, el catador de pasteles número uno de Saki-chan soy yo.

    —¿Por eso te echa de la cocina a látigo de repasador limpio?

    —¡Naturalmente!


    nunca le definí un aspecto a Sengoku pero por el nombre siempre me lo imaginé como el Sengoku de Horimiya sin darme cuenta, así que digamos que luce así

    no era mi intención que también fuera pelirrojo but thats life


    edit: cómo que se llama kakeru JAJSJASJA memeo
     
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    Zireael

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    A ver, los hombres éramos mononeurales una buena parte del tiempo y algunos lo éramos más que otros, eso jamás se lo iría a negar a nadie, ¿pero no la había cagado yo sin una sola mujer de por medio? Eso era incluso más preocupante que una tía que aparecía de Dios sabría dónde a meterse con Ikari y Sakai, ¿hasta dónde necesitaban demostrar ser machitos en realidad? Solo lo sabían ellos mismos a ciencia cierta, habían muchas cosas que solo ellos sabían y con lo que teníamos que jugar ahora mismo. Por eso, de hecho, todo dependía de cómo ejerciéramos el control a su alrededor.

    Habría dicho algo, pero Sasha mencionó a Sugawara diciendo que era básicamente su jefe y a mí algo se me desarticuló en el cerebro, porque recordé al cara de moco sentado con nosotros en el campamento, lo recordaba con Ko y sentí que me faltaba un cacho de información importantísimo. Mi silencio pudo pasar porque simplemente le di razón, pero me había quedado patinando de lo lindo. Hal me la traía bastante floja en comparación incluso si era amigo de Manson, el punto era que no se suponía que uno con dieciocho años, como mucho, fuese el superior en un lugar físico como ese.

    Casi un juramento de sangre.

    Algo estaba fuera de lugar.

    La distracción absoluta fue el pedido para mis hermanos, al que Sasha accedió como si no pudiera hacer otra cosa y yo hice lo propio con el casco. Seguía dándole vueltas a lo de Sugawara porque sabía que no podía sacarle el tema a ninguno sin exponer a Sasha, así que tendría que morirme con la duda porque ni borracho la iba a poner en esa clase de peligro solo para hacerme un cuadro más nítido de algo que ya de por sí ni sabía qué tan importante era en realidad.

    En cualquier caso, el viento en la motocicleta me limpió la cabeza como hacía siempre y ya en el barrio acaté las direcciones de Sasha sin problema. Llegamos a un café pequeño, escondido casi, y recibí el casco mientras tenía los ojos puestos en la entrada del sitio. La seguí como me pidió y apenas entrar sentí el olor a café en la nariz; no era demasiado fan de beber café, pero el olor me gustaba.

    Me distraje mirando el lugar, lo suficiente para que el revoloteo me hiciera volver la cabeza un poco de repente. Vi el abrazo, noté la otra cabeza pelirroja, escuché todo el melodrama (perfectamente justificado) y me quedé en mi lugar, sin interrumpir el bonito momento de reencuentro. Algo me quiso punzar el pecho de todas formas, al pensar que Sasha tenía que haberse quedado aquí.

    Que nunca debió cruzar el portal.

    Escuché al tipo decir que una señora seguía preguntando por Sasha y el pensamiento, necio, me quiso apuñalar el cerebro para quedarse allí. Sabía que era cuestión de tiempo, que las circunstancias la habrían seguido empujando, que habrían usado el nombre de Danny en otro momento, pero eso no le quitaba solidez a mi idea. Esa que decía a gritos que Sasha no tendría que haber salido nunca de este café.

    Total, le recriminó los pecados por abandonadora de cafés, ella retrocedió, percibí la caricia y yo seguí quietecito en mi lugar. No solía meterme a estos sitios porque incomodaba a la gente, así que ya estando dentro aplicaba la de no moverme y punto. Fue así hasta que Sasha procedió con la presentación de turno, se llamaba Sengoku y evidentemente había sido su compañero de trabajo.

    —Igualmente —respondí y le dediqué una sonrisa bastante neutral antes de girarme expresamente hacia el mostrador para husmear los pasteles, en lo que Sasha le soltaba que por catador número uno que lo echaban de la cocina. Tuve que tragarme una risa, la verdad—. Verás, tengo en casa dos monstruos devoradores de azúcar, es una cosa casi preocupante.

    Observé los que estaban en exposición, de lo más concentrado, usando más neuronas de las que usaba en la escuela seguramente y me giré hacia ambos, cruzando los brazos frente al pecho. Asentí suavemente, como si acabara de meditar una cosa importantísima.

    —Tendré que pedirte que me recomiendes los mejores que te hayas comido, sin restricciones ni preferencias específicas. ¡Solo lo mejor de lo mejor!


    el destino de arata es estar rodeado de pelirrojos i just know

    no way cómo que sengoku era KAKERU JAJSAJS
     
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    Gigi Blanche

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    Sengoku se tomó bastante en serio el improvisado y auto-asignado trabajo de aconsejar a Arata; tanto, que me preocupé por sus mesas y los pedidos. Eché un vistazo al que siempre había sido su sector y escaneé a velocidad la situación de las mesas; si estaban comiendo, si revisaban el menú, si conversaban. Parecía ser uno de esos precisos y valiosos momentos donde, al menos por diez minutos, los planetas se alineaban y nadie te necesitaba. Siquiera me cuestioné la fluidez de mi propio análisis, había trabajado aquí bastante tiempo, aunque vaya. Quizás, al final del día, todos los empleos se basaran en el mismo concepto.

    No tienes idea la cantidad de información que dan las personas sólo por existir.

    La voz de Frank rebotó en mi mente y me sentí expuesta.

    Jugar a ser Dios no sólo es peligroso, es aburrido.

    Entre tanto, Sengoku había puesto los brazos en jarra y sus manos descansaban sobre la cinta del delantal. Arata dijo que vivía con dos devoradores de azúcar y ambos nos reímos, aunque yo lo hice por haber recordado la tontería del monstruo de las galletas.

    —¿Pero son de los devoradores picky o de los devoradores cubo de basura? —indagó Sengoku con la diversión impresa en la voz; no era una duda real, sólo pretendía obrar de chiste y mantener la conversación amena.

    La palabra probablemente me la había robado a mí, entre mi tendencia a soltar las cosas en inglés cuando me relajaba y su, no lo sé, ¿carácter? Decía que se sentía más cool y que lo ayudaba con las chicas. No iba a cuestionar sus métodos. Arata se volvió hacia el mostrador y Sengoku se colocó a su lado. Los vi tan jodidamente concentrados que una sonrisa me estiró los labios, mas no dije nada. Me daba un poco de ternura, la verdad; además, desde que habíamos salido de la escuela y hasta ahora había notado a Arata un poco raro, así que me tranquilizaba si soltaba las tonterías de siempre. Me mantuve al margen del meollo y aproveché para sentarme en un taburete que había justo a mi espalda, cruzando las piernas. Observé el café, distraída, y algo de nostalgia me bañó el cuerpo.

    —¿Ni una restricción? —replicó Sengoku, sorprendido, y al instante se puso en modo I got you, bro—. Bueno, escúchame con atención. Saki-chan es nuestra diosa, no hay nada que haga mal, ¡aunque! Personalmente, mis favoritos son el tiramisú y el cheesecake. El lemon pie también es un poema, pero man, no lo sé, ¡no lo sé! No sé qué les hace, si les tira magia negra o un escupitajo de duende, son una maravilla. Y no te lo digo porque trabaje aquí, eh, es la verdad verdadera.

    Se besó el dorso del índice dos veces, marcando una cruz, y a mí se me aflojó una risa ligera que captó su atención. Los había estado observando con el codo clavado en la barra y la cabeza recostada en mi puño, muy entretenida.

    —Y no olvides la crème brûlée —destaqué.

    —¡Uh, la crème brûlée! —exclamó, cerrando los ojos con fuerza; estuvo por seguir con su discurso de adoración cuando se detuvo de repente y me miró—. Pero la crème brûlée no es un pastel.

    I know. —La sonrisa me descubrió la dentadura y agregué, con una diversión un poquito malvada—: Pero pierdes la cabeza siempre que la mencionan, es gracioso.

    Si los hermanos de Arata eran monstruos devoradores de azúcar estaba segura que Sengoku podía hacerles competencia. Frunció el ceño y pasó de mí, recuperando la energía previa al virar hacia Shimizu.

    —En fin, como te decía: tiramisú y cheesecake. Aunque, en mi humilde opinión, el cheesecake no suele ser una opción predilecta de los niños, no es lo suficientemente dulce. Bah, no sé qué edad tienen tus hermanos. Lo seguro seguro seguro sería... —Presionó el dedo sobre el vidrio frente a un pastel alto y muy aparatoso, lleno de crema y con un bizcochuelo rojizo—. Red Velvet. Es la favorita de los clientes... y sus dentistas, imaginarás por qué.


    —Yo llevaré marquise —le avisé a Arata—. Puedes elegir una o dos variedades más y luego dejas que tu sangre Shimizu decida lo que preferirán tus hermanos.
     
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    Zireael

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    Quizás al final del día todo el universo se basara en lo mismo: observación. Algunos tenían un don particular, otros lo adquiríamos y así seguía funcionando el mundo, buscando las patas cojas de cada mesa, la incomodidad en la vida del otro, dónde encajar el cuchillo y hacer sangrar a los otros hasta desmayarse. Era una mierda verlo de esa manera, pero así eran las cosas. Puede que por eso me sintiera tan incómodo a la luz del día, donde existía la gente que no pensaba en ello con tanta conciencia o no lo usaba a su favor; por el mismo motivo tal vez me empeñaba tanto en mantener a mis hermanos en una suerte de santuario donde nada de eso pudiera contaminarlos.

    El punto era que seguía un poco fuera de lugar aquí, pero al ponerme a hacer el imbécil y que Sengoku se subiera al carro en menos de un segundo pude ajustarme un poco mejor. Cuando preguntó si los devoradores eran picky o rollo cubo de basura, por muy broma que fuese, me lo pensé con una seriedad absoluta aunque sabía la respuesta.

    —Cubo de basura, sin dudas —respondí con la misma cuota de diversión que el chico.

    Me pareció que Sasha se había sentado, pero seguí muy compenetrado con mi misión y asentí con la cabeza cuando el cabeza de antorcha número indefinido quiso corroborar lo de las restricciones, quería decir, la falta de ellas. Me dijo que lo escuchara con atención y puse todas mis neuronas en ello, lo de que no había cosa que Saki hiciera mal me sacó una risa. El tiramisú quedaba descartado por lo del café, el cheesecake no lo había probado pero por imagen y eso no sonaba mal, luego estaba el pie de limón.

    A ver, la criatura estaba lanzando juramentos y todo así que se me fue aflojando un poco el cuerpo solo por la gracia que me hacía. La intervención de Sasha le sacó una exclamación y me vi venir un discurso de adoración al postre en dos segundos, al menos así fue hasta que a Sengoku le oxigenó la neurona. Apuntó que no era un pastel, a mí se me soltó la risa.

    Al final la recomendación estrella (en términos de querer terminar con caries), terminó siendo un pastel bien aparatoso y rojo por dentro. Creía haber visto a Izumi poner los ojos en esta clase de pasteles cuando era pequeño y los acompañaba a la escuela, cuando todavía me llamaba Arashi en vez de Arata. Me quedé viendo el pastel, con el recuerdo distante en la cabeza de no haber podido permitirles este capricho en la vida, y la voz de Sasha me hizo girar el rostro hacia ella un momento.

    —El armatoste de azúcar y colorante para los cubos de basura, no tengo que pensarlo tanto —añadí junto a una risa floja—. Y el pie de limón porque no podría ignorar las recomendaciones de Sekkun aquí presente, ¿o sí?

    Pasé del Modo Tieso a la confianza descarada de siempre, porque al diablo acababa de conocerlo, pero no importó mucho. Me giré hacia el pelirrojo, le di una palmada en el hombro y luego volteé hacia Sasha, dedicándole una sonrisa bien amplia.

    —Una tarde de té no es tarde de té sin un coma diabético.
     
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  18.  
    Gigi Blanche

    Gigi Blanche Equipo administrativo Game Master

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    Quizá fuera una alucinación o quizá lo conociera ya lo suficiente, el caso era que había mantenido la atención sobre Arata y podría jurar que algo en su semblante, lo que fuera, cambió tras reparar en el Red Velvet. Hubo allí una suerte de suavidad inadvertida, un gesto pillado al vuelo que tal vez nadie debería haber notado, y cuando posó su mirada en mí me sentí pillada a mitad de un crimen. Eligió ese pastel para sus hermanos, los cubos de basura, y una idea ya adquirida se afianzó en mi mente. El amor de Arata era caótico y desordenado, ininteligible de a ratos, pero estaba ahí. Estaba en sus ojos al escoger un postre pensando en su familia.

    —Me habría ido de aquí muy ofendido de otra manera —respondió Sengoku a la tontería.

    Recibió la palmada en el hombro, se rió y rodeó rápidamente el mostrador, indicándonos que iría envolviendo la comida mientras saludaba a Saki. Lo dijo de forma tal que no me dejó espacio a réplica, vaya. Exageré un suspiro y me deslicé fuera del taburete, indicándole a Arata con un movimiento de cabeza que me siguiera. Trazamos el recorrido de Sengoku, hasta el final de la barra y a través de la puertecilla.

    —¿Cuánto de cada una? —preguntó el muchacho en lo que pasábamos detrás suyo.

    —Hmm, dos de cada una.

    Al abrir la puerta de la cocina encontré lo que tantas veces me había recibido: el ir y venir de los ayudantes, los ruidos metálicos de los utensilios y Saki, en una de las mesas, amasando una bola de arroz glutinoso. No sabía qué imagen mental se habría formado Arata de lo poco que había oído de ella, pero seguramente no concordara con la realidad. Saki era enorme, debía medir metro ochenta y tenía la espalda de un nadador profesional. Su expresión, hosca y concentrada, no se movió ni un centímetro de su tarea.

    —Saki es la que me prestó el vestido que usé en la mascarada —le conté a Arata en un susurro, adentrándonos en el espacio lentamente, y de repente me acerqué correteando hasta aparecer frente a ella—. ¡Saki-chan!

    Era la mujer más seria y hasta algo gruñona que había conocido nunca, pero sabía que nos guardaba cariño. Por su rostro pasó un relámpago de sorpresa al denotarme y me saludó con un movimiento seco de cabeza.

    —Pierce. Cuánto tiempo.

    —Sen me dijo que andabas renegando con uno de los muchachos —destaqué, riéndome, y me recargué con ambas manos al borde de la mesa—. No lo hiciste llorar, ¿o sí?

    Ella resopló apenas y desvió la mirada, estoica como siempre.

    —No escuchó ni una de mis indicaciones, a ver si las lágrimas le limpian las orejas.

    —No creo que funcione así, Saki-chan —anoté, aún risueña, y medio giré el torso para encontrar a Arata—. Mira, vine a presentarte a un amigo de mi escuela. ¿Me dirás que eso no vuelve tu día diez, no, cien veces mejor?

    Saki posó su mirada sobre Arata y nada en su semblante cambió. Era... una buena señal, aunque no lo pareciera. Ejecutó el mismo saludo con la cabeza y regresó a mí.

    —¿Estás más flaca? —preguntó de repente, sacándome de casilla, y mi primera reacción fue una risa breve.

    —No sé si es un regaño o un cumplido, cariño —repliqué, negando los nervios que me bañaron el cuerpo. Ella me observó un par de segundos en silencio.

    —Urasawa Saki —dijo luego, estirando la mano llena de harina hacia Arata, y se quedó congelada en esa posición.

    Ah, Dios. A veces era una mujer de lo más extraña.
     
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    Había perdido al rey, al que había puesto en mí una confianza que rozaba lo estúpido, lo había perdido antes de que pudiera apuntar a una obviedad que se observaba en mi trato hacia mi familia y empezaba a verse ahora con el trato a Sasha. El amor era una mierda en la que no me detenía a pensar, no tenía tiempo y tampoco ganas, pero existía, innegable, entre el caos en el que me movía. A veces era indescifrable, no tenía forma de nada o a secas se cubría con mis ganas infinitas de tocarle las pelotas a medio mundo, pero lo cierto era que quería a la gente.

    Quería a mamá con su eterno agotamiento, a mis hermanos con el brillo en los ojos y el cabello castaño de Ryouta, a Yuzu con su eterna paciencia, a Cay con sus doscientos líos mentales y a Ko que en medio de su aire seguía queriendo conectar con nosotros, había querido incluso al imbécil de Hikari que, así no lo supiera, nos había apuñalado por la espalda. Quería a Sasha, que era mi único puente con un mundo al que no pertenecía. Lo que hiciera o dejar de hacer con ellos o a su alrededor era indiferente, porque eran sagrados.

    Quizás solo el tiempo me haría sentir realmente la traición que había hecho sentir a los otros.

    Sería justo y terrible.

    De la manera que fuese, el comentario de Sengoku de que se habría ido muy ofendido me sacó una risa nasal y él rodeó el mostrador luego del golpe en el hombro para encargarse de las cosas, aunque tampoco dejó espacio para negativas. Sasha bajó del taburete, la seguí como me indicó y volví a sentirme como un extraterrestre al entrar al siguiente espacio, aunque lo modulé como hacía siempre.

    Igual no tuve mucho tiempo para usar en eso, porque cuando noté a la mujer amasando la bola de lo que parecía ser arroz glutinoso tuve que usar todas las neuronas en que no se me cayera la mandíbula al piso. Era de la altura de Sonnen, con espalda de nadador de las olimpiadas y supe, sin duda, que si me daba una hostia seguro me reseteaba los sistemas. El shock no hizo más que empeorar cuando Sasha soltó que era la que le había prestado el vestido que usó en la mascarada.

    —¿Pero qué dices? —cuchicheé antes de que se fuera correteando hasta la dichosa Saki.

    El intercambio me hizo temer que repente los que termináramos llorando fuésemos nosotros, pero me quedé en mi lugar, con el neutro puesto, hasta que Sasha dijo que venía a presentarle a un amigo de la escuela y estuve por dar un respingo. La mujer me miró, su semblante no se alteró una pizca y tuve que preguntarme si eso era bueno o malo, como con las caras de póker de Altan.

    Total, hizo otro saludo con la cabeza que reflejé y cuando cuando le preguntó a Sasha que si estaba más flaca tuve que contener el impulso de arrugar el ceño. La repasé con la vista un segundo, fue fugaz, para preguntarme a mí mismo si era cierto o no. La recordé comiendo aquel esperpento de cosas de dudosa procedencia, la recordé llegando muerta de sueño cuando escuchó mi apellido en otro espacio y supuse que solo eran gajes del oficio.

    Que el mundo de sombras hacía estas cosas con nosotros, quisiéramos o no.

    —Regaño, quizás —dije en un murmuro quedo antes de finalmente estirar la mano para estrechar la de Saki, llena de harina, y presentarme como correspondía—. Shimizu Arata.
     
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    Gigi Blanche

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    La sorpresa de Arata fue tan palpable que logré contener la risa de casualidad. Quise decirle que cerrara la boca, que iban a entrarle moscas, y antes de ir al encuentro de Saki le respondí, aún entre susurros:

    —Era de cuando era joven, me dijo, ¡pero sí!

    Pobrecillo, si desde antes lo había notado tieso como muñeco de torta imaginaba que la presencia de Saki empeoraría la sensación de alienígena. En el fondo era una buena persona, lo sabía, aunque eso no quitara su completa ausencia de tacto ante ciertas sutilezas sociales. Era mordaz y honesta, a veces demasiado para ser la jefa de otras personas, pero también le apasionaba lo que hacía y sentía un genuino interés por el desarrollo de sus aprendices.

    Sus principios aplicaban a todos, por ello me arrojó la pregunta a la cara sin una gota de delicadeza. Sabía lo que implicaba y sabía a lo que se refería, pero no me apetecía echar un vistazo a esa porción de la realidad y respondí en broma, fingiendo demencia. Me había incomodado en el cuerpo y la sensación persistió allí, en especial luego de oír el murmullo de Arata. Volteé a mirarlo con cierta intensidad, una que modulé un segundo después, y me forcé a relajarme mientras ellos se saludaban. ¿Por qué al estilo occidental? Quién sabe.

    Saki le apretó la mano con firmeza y asintió, diciendo "un gusto" antes de soltarlo y volver a su masa. Nos preguntó si habíamos venido por algo particular, le conté que tomaríamos el té y pensamos en comprar de sus pasteles, y nos pidió las variedades elegidas. Su sonrisa fue ínfima, pero existió y lo traduje a "buena decisión". Le pregunté cómo iba todo aquí, qué tal las cosas con su prometido, y la sonrisa de antes reapareció con un poquito más de fuerza. ¡Aleluya!

    —Dentro de poco es la boda, en estos días debería llegarte la invitación —respondió, amasando, y le echó un vistazo fugaz a Arata para luego mirarme a mí—. Sengoku irá con la novia, tengo entendido. Puedes llevar un acompañante si quieres.

    —Allí estaré —convine, encantada con la noticia.

    La lloví con más preguntas de la boda hasta que uno de los chicos la llamó desde el extremo opuesto de la cocina. Miré la hora, pensé que era mejor ir moviendo y le sonreí a Arata, tranquila.

    —Ahora cuando venga nos despedimos y vamos —murmuré, repiqueteando las uñas sobre la mesa—. Cuando fue el... incidente en el club de fotografía fue Saki quien me dejó quedarme en su casa. No lo dudó ni hizo preguntas innecesarias, sólo me aceptó. —Reí en voz baja—. Aquí mismo debatimos sobre la mascarada. Ella, Sen y yo. Yo les dije que no iría porque no tenía ropa ni dinero para comprarla y Saki me ofreció su vestido. Es loco si lo piensas, ¿no? De no ser por ella puede que tú y yo no nos hubiésemos conocido nunca.
     
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