Microrrelato Profecía

Su cabello es rojo como la sangre, ondulado, caía desordenadamente. Su tez es clara, totalmente pálida en aquel momento. Ojos expresivos invadidos por el pánico y el desconcierto, azules como la noche. Su boca se mantenía entornada, temblorosa.
Poco a poco subió su mirada hasta encontrarse con los oscuros ojos de él. No se atrevió a decir palabra, su mente se encontraba en blanco. Cerró sus ojos y cayó de rodillas contra el suelo. En su mente pudo ver un paisaje, aquella hermosa colina en un día de primavera, el hermoso olor de las flores y la decoración de los almendros. Poco a poco el paisaje tomó un color carmesí y abrió sus ojos.
—¿Qué ha pasado? —se atrevió a preguntar la joven con un hilo de voz, casi sin fuerzas para poder volver a ponerse en pie.
El desconocido adelantó dos pasos hacia ella. La pelirroja pudo apreciar el chasquido de la sangre al ser pisada por este, pero no fue eso lo que le preocupó.
—¡Te hice una pregunta, responde! —gritó desesperada, poniéndose en pie en su ataque de furia.
—¿Te sientes bien? —preguntó él.
—S.. sí —respondió ella confundida.
—¿Disfrutaste viendo como desarmabas sus órganos?
—¿Qué?
—Dije que si te gustó asesinarle —esbozó una sonrisa.
—¡¿Por quién me tomas?! ¡No soy una asesina!
—Lo eres —sentenció—. Siempre hay una primera vez.
—¡Yo no he tenido la culpa! ¡No quería! —defendió su posición entre lágrimas.
—Pero lo volverás a hacer, y siempre disfrutarás más que la vez anterior. Te encantará.
—Tienes razón —esbozó una sádica y cruel sonrisa—, serás tú —susurró.
—Querida, no tienes idea de quien soy.
—Quizá no, pero eso es lo que menos me importa —dijo agachándose y cogiendo su katana.
—Debería de importante, no sabes ni quién eres tú, Aíma.
La pelirroja centró sus ojos azules en él y corrió hacia su objetivo, saltó hasta que su figura se desvaneció en la niebla.
—Te diré quien eres, niña —habló el hombre. Logró presentir a la joven con total exactitud. A penas se movió dos pasos a su derecha y esta cayó a escasos centímetros de él con su katana.
—No soy una niña —dijo poniéndose en pie a gran velocidad, preparada para atacar de nuevo.
—Cierto —la tomó del cuello con su mano. Ella quedó sin fuerzas, dejando caer al suelo su katana. No se quedaría allí parada, su alma se llenó de rabia y con ambas manos rasgó el brazo de este, contemplaba como su sangre se derramaba con total lentitud. Los escasos segundos se le hicieron eternos, como si el tiempo se hubiera frenado en seco. Solamente podía contemplarle a él y escuchar con fuerza los latidos de su corazón. Quizá tuviera razón, en aquel instante solo deseaba su muerte, gritó con las últimas fuerzas que le quedaban y escuchó las palabras del hombre con total atención—. Hija de la Muerte —finalizó él dejándola caer al suelo.
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Dedicado a la creadora de "la joven", Aíma.