Estaba emocionada por el viaje. De verdad… Era la primera vez en diez años que Kaito y yo salíamos de vacaciones sin los niños. Fue idea de él. Y parecía la mejor de las ideas, incluso si decidimos pagar por ellas una semana antes de salir de vacaciones de verano ¡con los niños! en julio. A Kaito le atrajo por completo la publicidad de la agencia de viajes por la que pasamos al terminar las compras de la semana. Era difícil oponerse a su entusiasmo, tanto como lo era para él rechazar semejante oferta. Cuatro noches en la playa, en un hotel todo incluido, con los gastos de vuelo pagados; todo a un precio más que razonable. Oportunidades así no se nos dan muy a menudo. Y no era que no hubiéramos pagado más por vacaciones más largas incluso; nos iba bien en cuanto a dinero se refería (y cómo no cuando el hombre de la casa trabaja como médico), pero Kaito no dejaba pasar rebajas de ese estilo. El problema era que las cinco noches eran forzosamente las últimas de septiembre, de lunes a viernes. Los niños ya estarían de vuelta en clases. Tendríamos que dejarlos al cuidado de la hermana menor de Kaito. Lo que significaba que debía de ocuparme de hacer maletas para ellos también. Encargarme de dejar ropa, zapatos, uniformes escolares, mochilas; todo listo. —Te preocupas demasiado, Miku— me decía Kaito cuando nos subimos a la camioneta ese día. —Me preocupa más que a ti no te preocupen tanto tus hijos. —Los dejaremos con mi hermana, que también está casada y también tiene un hijo. Estarán bien. —Entiéndeme, Kaito: nunca he estado lejos de ellos tanto tiempo. —Los llamaremos cada noche para ver cómo están ¿sí?— dijo él riendo. —¿Lo prometes?— pregunté con mucho menos ánimo de reír. —También les dejaremos nuestros números, y el del hotel. Vamos, ¿cuándo le he fallado a mi querida esposa?— finalizó tomando mi mano y besando mis dedos antes de empezar a conducir de vuelta a casa. Kaito y yo tuvimos un niño y dos niñas. El mayor (que acaba de entrar a la secundaria) y la bebé (que acaba de entrar a la primaria) se parecen más a él. La de en medio (tiene diez años) es idéntica a mí. A los tres los adoramos con el alma. Son muy estudiosos y bien portados; dentro de lo que cabe, pues no dejan de ser niños, claro está. Los hemos educado bien, incluso si lo digo yo. Decidimos hablarles del viaje al que nos acabábamos de enlistar antes de las vacaciones familiares. Si no reaccionaban de la mejor manera ante la idea, podríamos prometerles y cumplirles el mejor verano de sus vidas (hasta el momento) para que fuera menor el sentimiento de traición (Kaito dijo que planteándolo así lo hice sonar muy dramático, pero no por eso yo no tenía razón). Entonces, esas vacaciones familiares fueron algo agitadas. Hicimos un paseo en bote para ver delfines, fuimos a ver tortugas, compramos muchos juguetes para hacer castillos de arena, y de regreso a casa compramos videojuegos para las pequeñas y para el mayor una laptop que le sería útil entrando a la secundaria. Un mes después, efectivamente, los niños ya estaban de vuelta en la escuela y nosotros teníamos que empezar los preparativos para nuestro viaje. Me estaba encargando de ambas maletas, la mía y la de Kaito, mientras él ayudaba a las niñas con su tarea. Más tarde, mi adorado esposo se dio cuenta de que no estaba del mejor humor. —¿Ya te estresó el arte de empacar?— me preguntó abrazándome por la espalda. —No es eso— suspiré mientras terminaba de doblar una camisa. —¿Entonces qué es? —Encima de que no voy a estar para ayudarles durante cinco días, no puedo hacerlo ahora mismo porque tengo que hacer las maletas. —¿Cuál es el problema? Soy un asco haciendo maletas, pero sí puedo ayudarlas con la tarea. —Yo… yo quiero hacerlo… —Miku, cielo, lo harás cuando volvamos. —¿Y mientras no estamos? —Necesito que dejes de pretender que se van a quedar completamente solos ¿de acuerdo? —Lo siento, Kaito. De verdad, de verdad quiero simplemente estar feliz por el viaje. —Créeme, yo sé perfectamente que una vez que llegues al hotel; adiós preocupaciones. —¿Y mientras tanto? —Maletas. Decidió ayudarme en lo que podía en un intento por distraerme. Me recomendó preparar las comidas favoritas de los niños un par de días antes de irnos. Y debo admitir que sí me hizo sentir mejor verlos tan felices, aunque hubiese estado metida en la cocina toda la mañana. Nuestro hijo, al ser el mayor, me ayudó a limpiar cuando acabamos de comer. Y la tarde la pasamos viendo películas animadas. Incluso si Kaito tenía razón y resultaba que me olvidaría de todo una vez en la playa, no quería desaprovechar un solo momento con mis niños antes de salir a divertirme sin ellos. Entonces, llegó la noche antes de nuestra partida. Kaito creyó necesario recordarme que las niñas ya no eran unas bebés cuando decidí arroparlas en cama, pero lo ignoré. Me importó poco que estuviésemos en casa de su hermana. Pero con nuestro hijo sí traté de ser menos emocional; hay que admitir que estando en secundaria ya no puedes tratarlos como niños del todo. Tengo constantes problemas para dormir, así que de vez en cuando (como esa noche) tomaba medicamento para facilitármelo. Kaito siempre ha sido el encargado de despertarnos a ambos; es muy bueno para escuchar las alarmas a tiempo. Nuestro vuelo salía a las once de la mañana, así que estaríamos en el aeropuerto desde las nueve. Por lo que nos levantamos a las siete de la mañana. Nos duchamos, nos preparamos café y dejamos las maletas cerca de la entrada. Comimos una barra de granola mientras esperábamos al taxi. Cuando llegamos al aeropuerto, Kaito suspiró. —¿Por qué traes ahora esa cara, Miku?— me pregunta, ya que me conoce tan bien. —El aeropuerto huele… a algo muy peculiar… —Simplemente no has aprendido que tu sentido del olfato es muy sensible. —Huele a pegamento. —¿Pegamento? —Líquido. —Eso sí que es un olor muy específico. —Huele como al pegamento que usan las niñas para hacer sus manualidades. —Oh no, aquí vamos— se ríe. —¿De qué hablas? —Cielo, sé que extrañas a nuestros hijos, pero la idea de este viaje es que te relajes. —Lo sé, Kaito, pero no puedo evitarlo. En lo único en lo que pienso es qué estarán haciendo. —Prácticamente, cualquier lunes entre semana, de 7 a 12, estés tú en un aeropuerto o no, muy probablemente estarán en la escuela. —Lo siento, yo…— no me dejó seguir hablando y me abrazó, besando mi frente. —En cuatro horas vamos a llegar al hotel. Podemos llamar cuando lleguen a casa de mi hermana. —Gracias— suspiré, claramente más aliviada, con una pequeña sonrisa. —Pero el resto del viaje, solo los llamaremos en la noche. Tampoco quieres hostigarlos ¿verdad? Le di un codazo y se rió. Después me llevó a rastras a la cafetería del aeropuerto y me sentó a desayunar. El olor a café era mucho más relajante. Y la comida estaba deliciosa. Empezaba a sentirme más en modo vacacional. La hora restante de espera para subir al avión me la pasé dibujando con una libreta sobre mi regazo y audífonos en mis oídos. Estar haciendo algo con mis manos era mucho mejor distracción que un libro, que era en lo que Kaito decidió ocuparse. Durante el vuelo, vimos la película que pasaron en el avión y platicamos un poco de cómo le había ido a Kaito en el trabajo la semana anterior al viaje. Generalmente, para pagar aquellos viajes más improvisados de lo usual, no sólo tenía que pedir permiso para no trabajar esos días, sino que los compensaba cubriendo a otros compañeros de trabajo; doblando turno casi todos los días. Era afortunada de tener a un esposo tan trabajador. Eso también nos permitía mimar a nuestros hijos, sin malcriarlos. Cuando llegamos al aeropuerto de la ciudad más cercana a la playa, estábamos hartos de estar sentados, además de nuevamente hambrientos tras solo comer botana en el avión. Un taxi tamaño camioneta nos esperaba a nosotros y a otras dos parejas para llevarnos a la zona hotelera (todos camino a hoteles diferentes). Kaito y los otros esposos charlaban con el conductor sobre qué hacer en aquellas hermosas playas. Claro que Kaito lo hacía sobre todo por socializar; la verdad no solíamos salir mucho de los hoteles. Nos gustaba relajarnos en la alberca, poder comer a cualquier hora, tomar deliciosas bebidas, disfrutar de la vista del mar, entre otras cosas. Solo pensar en ello en el camino al hotel ya me tenía más relajada. Al finalmente llegar al lobby del hotel, me sentí como en otro mundo. Había un guitarrista tocando para un pequeño grupo de personas bebiendo cómodamente en los sillones y en la barra cerca del escritorio de recepción. El ambiente gritaba “vacación”. Kaito es un poco desconfiado y prefirió que nos lleváramos nosotros mismos las maletas a la habitación. Estábamos en un quinto piso y teníamos una hermosa habitación con un pequeño balcón que daba una vista fenomenal al océano. La hubiese observado todo el día si no hubiese estado hambrienta. Fuimos a comer al buffet pero en esos momentos yo solo tenía deseos de comerme una buena hamburguesa y papas fritas. Kaito si es más de los de comer un poco de todo. En ese momento decidió comer pescado, camarones, sushi, ensalada y finalizó con postre. Yo tomé un pequeño pastel de chocolate y él se decidió por helado napolitano. Una muy buena comida. Una vez que terminamos de comer y nos quedamos unos segundos en silencio a la mesa, noté que Kaito me estaba mirando fijo con una enorme sonrisa. —¿Por qué sonríes así, Kaito? —Porque me alegra ver que tenía razón: ya estando aquí, parece que el estrés no está dentro de tu diccionario. —No creas que se me ha olvidado que quiero llamar a los niños. —Claro que no: conozco a la Miku que tengo sentada en frente— se ríe. —Solo quiero esperar a volver a la habitación. —Después podríamos bajar a la piscina, o sentarnos bajo una sombra en la playa. —Ambas opciones suenan tentadoras— admito sonriendo. Nos tomamos nuestro tiempo para volver a nuestra habitación, recorriendo los pasillos del hotel. Y cuando finalmente tuve el teléfono en mis manos, llamé solo para enterarme que las niñas estaban ocupadas haciendo tarea y nuestro hijo jugando videojuegos con su primo. La hermana de Kaito me hizo saber que ya habían comido y me aseguró que estaban bien. Colgué. —… No los llamaré esta noche, Kaito— decidí. —¿Qué te hizo cambiar de opinión? —Pues… ¿para qué los molesto? Si necesitaran algo, si algo no estuviera bien, ellos llamarían. —Exactamente, Miku— sonríe abrazándome y besando mi mejilla. —Pero los llamaré mañana— me reí. —Claro— él se rió también. —Todos los días. Pero, no siempre a la misma hora. No quiero que crean que soy tan… —¿Preocupona? Le di un codazo, como en el aeropuerto. El resto del viaje fue en verdad fenomenal. Al día siguiente, Kaito nos reservó una hora en el spa del hotel y cenamos en el restaurante a la carta. Los otros días nos relajamos en la piscina y a las orillas del mar, casi siempre con una bebida en mano y a veces disfrutando de la música en vivo. Hablamos con los niños un par de veces con el teléfono en altavoz. Nos contaban de su día en la escuela, de lo que comían en casa de su tía, de los regalos que podríamos llevarles de la playa. Me daba gusto saber que todo estaba bien en casa. El día antes de partir, pasamos un rato escuchando a un pianista en el bar del hotel. —Tengo que darte las gracias, Kaito. —¿Por qué lo dices, Miku? —Por ser tan paciente conmigo. Con mis repentinos ataques de preocupación. —Eres una excelente madre, cielo. No tiene nada de malo que quieras a nuestros niños. —También… gracias por el viaje. Ha sido maravilloso. —Yo también lo he disfrutado. Pero ya quiero volver a casa. —¿Y eso?— me reí. —Ya quiero ver la cara de nuestra bebé cuando le llevemos todas esas conchas y caracolas. Me volví a reír. No sabía como Kaito le hacía para guardarse ese tipo de pensamientos para si mismo. Disimulaba muy bien que también extrañaba a nuestros hijos. Me parece tierno. Creo que podría aprenderle una cosa o dos a mi esposo sobre preocupación. Diría que es un poco ilógico que él, siendo doctor, viva más desestresado que yo; pero la verdad no creo que haya trabajo más estresante que el de una madre.
Me ha parecido muy tierno. Cuando mis padres se van de viaje, me llaman pero para chincharme XD más que nada