Princesas

En un pequeño reino, no muy lejos del mar, vivían dos pequeñas princesas, las favoritas del rey, al pueblo le llamaba la atención que sus princesas fueran gemelas, pues nunca en el reino se había visto algo así. Ambas niñas poseían un poder, una de ellas se sentía mejor con los cálidos rayos del sol y la otra, con la fría luz de la luna, sus nombres eran Hiyori princesa del sol y Mizuki princesa de la luna, ambas poseían un collar que las diferenciaba, tenían el pelo negro, ojos color verde y una actitud de libertad y pureza que las hacia diferenciarse de las demás niñas, cada cambio en el que sol se escondía y la luna aparecía, sus dijes cambian de color, el dije de Hiyori se apagaba y pasaba de un color amarillo a un color anaranjado y el dije de Mizuki cambia de un color gris a un blanco angelical, ambas pequeñas eran muy unidas, cuando salían a jugar, solían jugar solas, pues los demás niños les temían.
Un día, su padre tomo la decisión de encerrarlas en el castillo, por miedo a que algo les pasara, su padre no soportaba que sus hijas estuvieran tristes, pero si encerrarlas en el castillo era la mejor manera de mantenerlas a salvo, debía hacerlo.
Una mañana, en que sus padres marcharon al pueblo, Hiyori decidió madrugar, mientras caminaba por los largos pasillos, invadidos de silencio, de cuadros de sus antiguos familiares, noto que en un pequeño rincón de una de las habitaciones del fondo del castillo, se encontraba una puerta sellada, al mirar por el pequeño picaporte, sus pequeños ojos verdes se asombraron al ver lo que se encontraba en esa pequeña habitación.
—Pero ¿qué es esto?… —Hiyori tenía solo 10 años de edad y le encantaba lo que veía. —Es…un espejo.
Hiyori se impresiono al ver tal cosa, pues no era solo un espejo, era un espejo mágico, que solo con la dulce melodía del arpa que se encontraba a un costado de la habitación, este podía mostrar las maravillas de mundo, todo lo que uno deseaba.
—Solo desearía ver hasta dónde llega la luz del sol y reflejar la felicidad de aquella sonrisa que aparece cada mañana en mi rostro. — Mientras una lagrima acariciaba el rostro de la dulce Hiyori, el gran pestillo de la puerta se abrió, dando el paso para que la pequeña entrara y conociera no tan solo el espejo sino el arpa, la pequeña Hiyori quedo perpleja con lo que veía, el arpa que se encontraba en aquel rincón, contenía mucho polvo, se notaba que había estado guardado durante muchos años, era de una madera hermosa con unas pequeñas flores marcadas en los bordes y las cuerdas aun las conservaba intactas, Hiyori paso sus pequeños dedos por las cuerdas y un pequeño sonido se deleitaba en los oídos de la pequeña princesa.
—Debería decirle a Mizuki de esto a ella le encantara…—Hiyori corrió a donde se encontraba su hermana, Mizuki se encontraba leyendo un pequeño libro que había encontrado. —¡Mizuki ven rápido! ¡Encontré algo realmente interesante!
Mizuki noto que su hermana estaba un tanto emocionada, así que dejo su libro en una pequeña mesa y corrió detrás de su hermana, al llegar a la última habitación del castillo.
— ¡Lo vez! —Mizuki miro a donde su hermana apuntaba, pero ella no veía absolutamente nada, lo que Mizuki veía era una habitación vacía, sin ventanas, sin ningún color.
—Yo no veo nada Hiyori. —Hiyori miro a su hermana con decepción, agacho la cabeza para luego dirigir la mirada hacia el arpa.
—Pero…si…yo… —Hiyori no podía creerle a su hermana, como ella podía ver aquella hermosa y preciosa habitación adornada con unas flores que brotaban con la luz del sol y veía aquel espejo que brillaba cuando los pequeños rayos de luz chocaban en él, la dulce melodía que el arpa deleitaba cuando tocaba las cuerdas, ella solo se preguntaba, por qué su hermana no lo veía.
—Hiyori, regresare a leer mi libro, ¿vienes conmigo? —Mizuki le estiro la mano a su hermana para que la acompañara.
—Claro…Mizuki… —Hiyori tomó su mano y ambas se marcharon, pero mientras caminaban, Hiyori observo que la pequeña puerta se cerraba lentamente, hasta cerrarse por completo. Al llegar el atardecer, Hiyori se encontraba en el balcón de su habitación y cerrando sus ojos, sintió que su dije comenzó a cambiar de color, por otro lado, Mizuki se encontraba sentada en el escritorio de su habitación y cerrando sus ojos su dije comenzó a iluminarse, esparciendo un gran destello blanco en toda su habitación.
—Niñas, es hora de ir a cenar, sus padres ya están aquí. —La mucama llamo a las niñas las cuales habían descendido hacia el gran salón. La cena comenzaba, pero un gran silencio se apoderaba de la gran familia real, era como si cada uno estuviera cenando solo en esa gran mesa. Las pequeñas princesas se marcharon a sus habitaciones para ir a descansar, pero Mizuki no estaba cansada al contrario estaba muy emocionada, mientras se dirigía a su cama, sus oídos escucharon una dulce melodía que provenía de una de las habitaciones del castillo, Mizuki siguió esa dulce melodía, recorriendo cada pasillo de aquel gran castillo, cuando el sonido comenzó hacerse más grande, la pequeña princesas se percató que ese dulce sonido provenía de la habitación que Hiyori le había nombrado.
—Pero…como si en esta habitación no había nada. —Mizuki observo por el pequeño picaporte, sus pequeños ojos verdes se asombraron por tan grande hermosura, deseaba solo una cosa en el mundo.
—Solo desearía ver hasta dónde llega la luz de la luna y reflejar la felicidad de aquella sonrisa que aparece cada noche en mi rostro. —Ambas deseaban lo mismo, así que una vez más el pestillo de la puerta se abrió, dándole el paso a la pequeña princesa, sus ojos miraron toda la habitación y hay comprendió lo que su hermana decía, pero el arpa era diferente, este era de madera, de un color oscuro y en vez de flores, tenía unas pequeñas lunas en los bordes y cada vez que los fríos rayos de la luna chocaban con el espejo, un gran destello iluminó la hermosa habitación, cuyas paredes estaban adornadas con capullos de flores que dormían con la dulce luz de la luna, al igual que Hiyori, Mizuki acercó sus pequeños dedos a las dormidas cuerdas del arpa y mientras sus dedos, entonaron la dulce melodía que deleitaba a la luz de la luna. Y así transcurrieron los años y las princesas pasaban todos los días y todas las noches en aquel lugar que para ellas era mágico, y cada vez que sus pequeños dedos tocaban el arpa un gran destello iluminaba la habitación por completo, rebotando los rayos del sol y de la luna en el espejo, y reflejándose así en las paredes de aquella habitación, sin darse cuenta, las princesas crearon una melodía juntas, que revotaban de día y de noche en el castillo.
Y así las princesas pudieron entender, que a pesar de estar encerradas en el castillo, pudieron vivir felices, con el único lugar que para ellas era mágico, que aun en el castillo, la dulce melodía hecha por las gemelas podía escucharse, esa pequeña melodía que deleitaba los pequeños oídos de aquellas niñas, cuyo amor por la música de aquel arpa que un día encontraron, será el que las acompañara por el resto de sus vidas y que las mantendrá juntas, sin importar lo que pase.