ACADEMIA ATLÁNTICA - NIVEL SECUNDARIA LUNES~ —¡¡M-me gustas, Andrea!!— dije justo después de haberle robado un beso en los labios ami mejor amiga. MARTES~ Al igual que el Lunes, ya no cargaba conmigo mi I-Pod. Pero por alguna razón, no podía dejar de escuchar canciones reproduciéndose aleatoriamente en mis oídos mientras caminaba por los pasillos del edificio de dormitorios; los cuales se me hicieron más largos y angostos de lo normal. Fui a tomar una ducha. Misteriosamente, esa mañana no me había topado con nadie. ¿Me habría levantado demasiado tarde? De haber sido demasiado temprano, hubiese sido demasiado raro. Estaba muy distraída. Ni siquiera tenía la sensación de que el agua de la ducha mojara mi piel. Fui a la cafetería y todo fue tornándose más normal para mi tranquilidad: Comenzaba a creer que había enloquecido, jurando que el mundo entero se había detenido a mi alrededor. Había muchas personas; muchos rostros familiares. Tomé una bandeja, la llené de comida y me dirigí a las mesas. En la primera mesa que vi al entrar, estaban cuatro de mis mejores amigas. —Hola chicas— saludé. Me voltearon a ver con una pequeña sonrisa pero no me respondieron el saludo: Se agacharon levemente para hablar en susurros. Me sentí excluida así que me alejé de ahí. Creo que tendría que buscar dónde comer sola. —Buenos días, Montserrat. Toda la mañana había escuchado en mi cabeza canciones muy tranquilas, un poco tristes. Al escuchar esa voz detrás de mí, comencé a escuchar una canción de amor y desesperación de letra y voz agitada, pero música tranquila. Era algo bastante peculiar, pero describía bastante bien lo que me provocó el escuchar su voz… y decidir voltearme a verla. —Buenos días, Andrea. Caminó hacía una mesa vacía y con una sonrisa me invitó a seguirla. Tragué saliva y caminé en su dirección. Nos sentamos y ella comenzó a comer con toda tranquilidad. Me fue inevitable quedarme mirándola fijamente. Después de un minuto, decidí empezar a comer mi desayuno. Al cabo de otro minuto, habló. —¿Que tal dormiste? — la canción se reprodujo desde el principio al oír su voz otra vez. —Sinceramente, no lo sé— A decir verdad, no recordaba si había dormido bien o mal. Tampoco recordaba que hice antes de salir de mi habitación. —¿Y tú? —La verdad es que me costó un poco de trabajo dormirme. —Oh…— me limité a decir y seguí comiendo. —¿No quieres que te diga exactamente por qué? Tragué saliva y levante la mirada: Andrea tenía una sonrisa triste, enmarcada por sus ojos brillantes y serenos. Una gota de sudor bajó por mi sien. La músca se detuvo y solo escuché un ruido idéntico al que hacen las máquinas de los hospitales que marcan el ritmo cardiaco nulo de una persona muerta. Beeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeep. Ese sonido permaneció un buen rato, e impidió que oyera las voces que resonaban en la cafetería; incluyendo la de Andrea, que estaba frente a mi, diciendo algo con esa intranquilizante expresión. Luego simplemente se puso de pie y se fue; y uno a uno, el resto de los alumnos en la cafetería hizo lo mismo. De rato, pues yo también me levanté para ir a clase. Todos estaban muy serios mientras el profesor simplemente nos veía sentado desde su escritorio. Parecía sala de castigo en lugar de clase normal. Me detuve a pensar, en medio del “silencio” (pues yo oía aún música en mi cabeza) el por qué de aquel “beeeeep” en mis oídos minutos atrás. Tal vez me aturdió dormir con los audífonos puestos. Suena lógico ¿no? La clase terminó más rápido de lo que yo esperaba. Durante los escasos minutos que había entre clases, Andrea decidió tomarme del brazo y sacarme corriendo del aula. Terminó llevándome a un salón de clases vacío, que extrañamente tenía cortinas negras en las ventanas y la puerta era totalmente de madera. No había pupitres: Solo algunas sillas rotas y sucias, un escritorio y un casillero. Cerró la puerta con llave tras nosotras al entrar. —¡¿Q-qué es lo que te sucede And--?! No me dejó terminar la pregunta; se abalanzó sobre mi y me besó en los labios. Y no se despegó durante al menos un minuto, y yo por supuesto no tenía i la menor idea de cómo reaccionar. —Estaba tan asustada ayer que te me declaraste porque pensé que bromeabas. —¿Qué? —¡Siempre he estado enamorada de ti, Montserrat! Me empujó haciendo que cayera al suelo junto con ella y volvió a besarme, incluso jugando con mi lengua y de pronto paseando sus manos por mi cuerpo. —Hazme tuya... MARTES (realidad del martes)~ Exhalé sorprendida y desperté. Estaba en la cama de la enfermería y Andrea estaba sentada en un silón lejos de la cama leyendo un libro. Cuando se dio cuenta de que yo había despertado, me volteó a mirar con preocupación pero después desvió la mirada, suspirando. —Que alivio. Tenías a tu compañera de cuarto Arleth muy preocupada. Estaba llorando con desesperación cuando fue a decirme que no te podía despertar. —¿He estado aquí toda la mañana?— Eran las 10 am. —Si. —¿...Has estado conmigo toda la mañana? —No— respondió de inmediato, mirándome con indiferencia. —Es descanso, vine en lugar de Arleth. —Ya veo...— Mantuve la mirada baja hasta que la oí cerrar su libro de golpe. —También venía a decirte que... nuestra amistad termina aquí. —¿Eh?— reí creyendo que bromeaba. —¿Pero que tonterías dices? —Soy homofóbica. Me quedé muda. Inconscientemente, una lágrima rodó por mi mejilla. Andrea se puso de pie y caminó hasta la puerta de salida. Volteó a mirarme con indiferencia una vez más. —Pero Mitzy es obviamente lesbiana también ¿no? Y te adora, también de manera obvia. Deberían intentar algo... Sin decir más, desapareció para siempre de mi vida. UNA SEMANA DESPUÉS~ Literalmente: Andrea se cambió de escuela. Jamás me atreví a llamarla, mandarle un mensaje, escribirle una carta, o contactarla de algún modo. Y ella tampoco a mi. Había sido tan seca y cruel conmigo que solo le faltaba enviarme una orden de restricción. ¿Saben por qué no era necesario? Porque se mudó a una escuela en Australia. En cambio yo decidí no cometer el mismo estúpido error. Arleth era otra gran amiga a la que, como Andrea había dicho, yo le gustaba: Y a la que gentilmente rechacé, pero también a la que me hice mucho más unida desde aquel incidente. Cuando nos graduamos de secundaria; yo descubrí que en lugar de lesbiana era pansexual y me conseguí un novio muy gentil, y Arleth, que si era lesbiana, se hizo con una pareja también. Y todos vivieron felices para siempre... ...Incluyendo Andrea, que tuvo el descaro de pensar que aceptaría la invitación a su boda cuando cumplimos 20 años.