Buenas, ya que me encuentro escribiendo muchísimo y deseo regresar a mi lugar de nacimiento como escritora. Otra vez, insisto en que seguramente esté oxidada, lo de los títulos es normal, es algo que se me da horrible. xD Polvo sobre el polvo. Al volver al lugar que una vez fue mi casa, no pude evitar lo distinto que estaba, pese a que no era la primera vez que o veía desde que me fui. Nunca dejé de sorprenderme de lo mucho que cambian las personas y el efecto que tiene el tiempo en el entorno, pues mi casa estaba tan diferente a la última vez que la vi... un nuevo color resaltaba en su paredes, una especie de verde limón, sus ventanas ahora tenían un enrejado y su puerta un vidrio grande que me dejaba ver un poco hacia dentro. ¿Cómo lo descubrí? Siempre he sido curiosa, desde muy pequeña, así que cedí ante ese instinto tan infantil. Las personas que estaban dentro no se parecían a mi familia, pero lo eran. Mis padres mucho mayores, mis hermanos más maduros y mis sobrinos… sobre eso no tenía nada que decir, la última vez que estuve aquí ni siquiera estaban; mientras me preguntaba si debía tocar la puerta o darme media vuelta he irme, mas no tuve necesidad de responder esa incógnita. —Tanto tiempo sin verte, hija —dijo mi madre, no tenía que ser muy lista para comprender que ella era la única que me recordaba. —Mucho, madre —respondí con duda en mi voz y un nudo en la garganta. —¿Hermana? —preguntó el mayor de mis hermanos, se veía muy extrañado y no le culparía, los años me habían cambiado a mí también. —Oh, hija, creciste mucho en estos años —agradecí su cálido abrazo, pues en tiempos pasados no teníamos una relación muy estrecha. No quería venir por temor a responder preguntas sobre este tiempo que me fui, cometí tantos errores que ni yo misma podría perdonarme y había tardado más del tiempo adecuado en comprender que no era una niña, ahora con veinte años y mucha más experiencia de la quisiere tener, me armé de valor suficiente para regresar. —Te extrañé tanto —sollozó mi madre mientras se anidaba en mi hombro, como yo lo había hecho muchas veces y sólo pude acariciar su cabeza hasta calmarla. —Yo también les extrañé, pero el irme me hizo crecer como persona y no diré que todo salió bien a la primera —admití, sin poder evitar posar los ojos en mi hermana mayor que desvió de inmediato la mirada. —¿Cómo está mi sobrino? —se animó a consultar mi hermanito menor, quien se había escurrido hasta quedar detrás de mí y abrazarme, su mano se acomodó en mi vientre. —Perfectamente —una sola palabra de forma seca, que dejó en claro que prefería no hablar de eso. La discusión se calmó ahí, siempre había tan amable y paciente, demasiado inocente y muchas veces enamoradiza, mi fama era pésima y eso ahora me pesaba bastante, pero quién sabe cómo vivir sin experimentar… contra todo pronóstico, de mis amigos y familiares, senté cabeza y muy emocionada quise formar una familia, creí que la vida me había enseñado suficiente y comprendí hasta que era muy tarde, que jamás es suficiente. —Madre, es hermosa esa chimenea nueva —comentó mi hermana, entonces me decidí a dar una mirada más a fondo en los detalles y no tardé ni dos minutos en darme cuenta que de mi infancia quedaba poco. Estaba incómoda, pero no esa sensación que se tiene cuando se está cerca de la persona que te gusta, esa es una forma linda de incomodidad, esta era algo distinto… era algo más amargo, más hostil, quizá ese sentimiento de estar en un lugar desconocido y que la única persona que conozcas te deje ahí. —Vamos, no eres una desconocida —susurró mi hermano menor, siempre tan escurridizo y demasiado majadero para mi gusto. —Me siento como una —gruñí por lo bajo. —No lo eres, cuando acaba una relación no tienen por qué destruirse una amistad, lo mismo sucede con la familia… aunque la relación no sea buena, estás unido a ella por un lazo. —Carece de sentido. —No lo sé, yo te aseguro que no sólo tú te caíste, pero espero que no seas la única que no se levante. Mi madre jaló mi mano, le sonreí y me respondió con el mismo gesto, saludé a mis sobrinos y no pude evitar pensar en las cosas que habían pasado mis hermanos, seguramente me veía miserable compadeciéndome a mí misma. —Pudiste volver cualquier día, este lugar es tu casa, siempre lo ha sido —anunció mi padre, su voz por primera vez demostraba cariño hacia mí y no pude evitar soltar algunas lágrimas. —Hija, tu familia está aquí y no se irá, por eso no debes llorar —mi madre me limpió las lágrimas y una sonrisa se dibujó en mi rostro. —Un error lo comete cualquiera, tal como una persona puede fallar muchas veces, lo que marca la diferencia es cómo se levanta cada uno —mi terco hermano mayor, quien había llegar ebrio más de una vez y hasta tenía alguno que otro tatuaje, ahora no dudaba que el tiempo nos moldeaba. Noté que las cosas cambiaron por fuera, pero el lugar era el mismo y las personas mejoraron, pero conservaron su esencia. Otra cosa que me parecía irónica, sin embargo sigo siendo muy inexperta para poder expresarme con claridad sobre la vida, y quizá nunca tenga la suficiente para dar una opinión atinada. —Somos una familia, no siempre estaremos bien y en muchas ocasiones pelearemos, sin embargo el lazo del amor nos une a todos y eso no permitirá que nos separemos —las palabras sabia de mi mamá, logré comprender en ese momento cada una de sus arrugas era una cosa que yo no sabía y por eso mi cara seguía pulcra. Y quizá, muchas cosas carecieron de sentido, en su momento, pero con el paso del tiempo… sí, más tiempo… sus acciones tomaron forma, la vida de mis hermanos ahora era clara, distinguía cada decisión mala o buena, pero eso no fue hasta que yo me convertí en madre y espero que la criatura que cuido con todo el amor de mi alma, sea más sabia de lo que yo fui y nunca dude que sólo quiero su bien.