Un nuevo poema había sido inacabado a manos de Pagliacci, enguantadas y sucias de tierra y maquillaje. Un nuevo poema había sido de pañuelo para secar las lágrimas de Pagliacci, un llanto de anciano cuya espalda convulsionaba tras cada suspiro, y que gemía desgarradoramente al abrir sus ojos de forma inhumana. Pagliacci no era sabedor de sentimientos que usualmente uno clasificaría como humanos, era incapaz de terminar sus poemas con palabras, solo sabía hacerlo con llantos. Aún con lágrimas humedeciendo su blanco maquillaje se puso de pie para ocultar su poema —su vergüenza— en el cajón de madera que a su vez hacía de improvisado escritorio. Pagliacci lograba hacer reír tanto a niños como adultos, bastaba con un simple correteo, retorcer su cuerpo en el escenario o brincar de un lado a otro como si en verdad no le doliera. Pero sufría, siempre sufría, no necesariamente por los golpes en sí, sino por el hecho de no importarle en absoluto; porque ni su magullado cuerpo, ni la pintura seca que poco servía para ocultar su agonía, ni sus prendas inmundas que colgaban de él importaban cuanto entre labio y labio posaba el agrio y rígido cuello de su compañera infalible. Así, mientras su líquido le raspaba la garganta y mientras las lágrimas quemaban sus ojos todo lo que Pagliacci tenía en mente eran sus poemas; poemas que le dolían y acongojaban su espíritu sin terminar de matarle, solo sometiéndolo al sufrimiento de la insuficiencia, del fin que no se deja ver y se sabe de inalcanzable. Pagliacci no comprende las suaves pinceladas de los pétalos, sus ojos ven el rojo y amarillo e un abutilon megapotamicum, incluso tal vez sea capaz de captar el aroma y sentir su caricia, mas no era capaz de comprender. Su entintada alma se doblega ante la imposibilidad y el poema yace inconcluso. En insospechadas ocasiones Pagliacci se encontró a sí mismo creyendo comprender esas pinceladas, cuando su llorosa mirada se posó en la portentosa cabellera que sobresalía de entre el gentío. Tan efímera fue su imagen que despertó en el hombre una inquietud de magnitudes insospechadas. Había sido testigo de la mismísima belleza que carece de palabras para ser descripta y se hallaba en el mundo en el que Pagliacci viajaba en tren tras cada función finalizada —en cierta región de cierto lugar que no conseguía nombrar—. Esa imagen le había quitado el aliento, había aparecido con tal intensidad y violencia hasta penetrar en lo más recóndito de su marchito ser; fue la caricia que necesitaba para que su corazón entintara el papel. Progresivamente letra tras letra fueron cayendo sobre la superficie en el recuerdo de aquella sensación que, de manera tan fresca, conservaba. Treinta regiones y de un total de cinco lugares fueron recorridos; diecisiete líneas plasmadas en el escritorio de Pagliacci, sin ser jamás ocultas junto a sus celosas hermanas manchadas de lágrimas. Y es que esas líneas eran su orgullo, sus más vívidos sentimientos profesados hacia su abutilon megapotamicum, su nuevo poema, el que sí lograría un final. No hubo lágrima que rodara por las mejillas de Pagliacci cuando se encontraba ensimismado en su nueva creación, solo suspiros escapaban por sus resecos labios mientras su pulso —más errático que de costumbre— temblaba ante el ímpetu, el frenesí, con el que la tinta fluía por sobre el papel. Cuando no se encontrara poseso, intentando continuar con su deber, por su mente cruzaría la imagen de su adoración, el recuerdo fugaz que a sus ojos se desarrollaba con tal lentitud que se creía capaz de verlo todo allí: debajo de aquella suave —porque Pagliacci podía asegurar que era suave a juzgar por la manera en que la brisa la había abrazado — y rojiza cabellera la aterciopelada mirada tan llena de dulzura y esperanza había parpadeado, no solo revelando un abanico conformado por finas pestañas, sino dejando entrever un deje de melancolía, como clamando por… Pagliacci no supo identificar con exactitud qué fue lo que buscaba esa mirada, al menos no hasta que se fijó que en el momento determinado de haber parpadeado los labios de aquella imagen se habían separado, dejando un espacio tan mínimo entre uno y otro que apenas era perceptible el gesto. En él lo logró descubrir. Pero, ¿sería posible aquello, que su espíritu clamara por su compañero que solo el destino era capaz de determinar? Y es que Pagliacci podía jurar que sus miradas se habían cruzado, y con certeza sabía que una mirada tal no se rendiría para dejarle ir tan fácilmente. Esa cabellera, a la que le dedicaba sus más logradas palabras, estaría buscándole en esos mismos instantes, por lo que resolvió que él mismo también lo haría; seguiría abutilon megapotamicum hasta alcanzarle. Cada región y lugar se hubo asegurado de recorrer con vehemencia cuando el circo se detenía por una nueva función, la simple idea de aquella mirada buscándole causaba en él desesperación tal que las palabras de su poema no conseguían rimar entre sí ,y el bloqueo frente al papel le obligaba a abandonar su asiento para salir en su búsqueda. No hubieron ocurrido líneas suficientes en su nueva creación cuando tuvo frente sí nuevamente al sujeto de su adoración. Sin habérselo propuesto le había encontrado en medio de uno de sus espectáculos, entre el ruido de la multitud que ansiaba sus morisquetas. Dejando a un lado el acto ridículo y bajo espíritu, puso en empeño sus habilidades hasta transformar el apacible gesto de los labios de su amada en una sonrisa tal que reconfortó su corazón, sintiéndose cubierto por miles de pétalos que le abrazaban afablemente. Repentinamente el circo se había llenado de luz, los colores de los disfraces habían cobrado vida como jamás había visto antes, las risas y aliento del público llenaba sus oídos, su empleo ya no parecía una pérdida de tiempo ni una carga a su alma. Cada uno de sus sentidos se sentía traído hacía aquel rincón de la enorme carpa, le era inevitable girar de tanto en tanto para ver aquella sonrisa de la que era causante; una fuerza más poderosa que su voluntad le empujaba el rostro en su dirección y, a pesar de mantener la concentración requerida para sus actos, su mente se enfocaba en aquella presencia que con tan solo su brillante mirada causaba que un escalofrío se apoderara de sí y le devolviera a la tierra con una torpe sonrisa en los labios. Pagliacci sabía que estaban destinados a mantenerse unidos a pesar de los contratiempos, esa fuerza atracción que mantenía tan cercanas a sus almas era tan única que no creyó ser lo suficientemente capaz de plasmarla ni con tinta ni con lágrimas. El confeti voló por los aires y la música resonó estruendosamente al finalizar la función. Los ojos de Pagliacci iban de un lado a otro esperando encontrarla para correr en su encuentro, tomar su mano y decirle que allí estaba él, que siempre le había esperado; mas su respiración se agitó al no tener éxito. Sin pensárselo abandonó el lugar esperando poder conseguir resultados entre el gentío de la carretera. Bajo un farol d luz estaba ella, mirándole. Por unos instantes se creyó incapaz de mover un músculo, pero avanzó decididamente cuando ella le hubo extendido una mano. —Ven conmigo. Y su voz sonaba tan suave y angelical como sus facciones delataban. Con un asentimiento de cabeza Pagliacci aceptó. Siempre iría con ella, permanecería a su lado y no rechazaría el cálido abrigo de su mano. Así es que, tomándola con la suya, caminó a su lado hasta un elegante carruaje que paró frente a ellos instantes más tarde. Fueron conducidos hasta una amplia e igual de refinada residencia, pero Pagliacci no entró en detalle observándola, simplemente se encontró sorprendido al hallar dentro a cinco o seis —no supo con exactitud cuantas— personas que les acompañaban. —No es nada serio —pronunció con ese tono tan delicado y tan suyo—, es solo que me gustaría que representaras uno d tus actos frente a mí y mis acompañantes. —Todo por ti —respondió débilmente, sin importarle la falta de música, de elementos y de acompañantes en su actuación, ya improvisaría. Se decidió por hacer malabares con tres pequeñas esferas talladas con las iniciales <<M S I>> respectivamente, sin dejarlas caer jamás en el suelo. Tras los aplausos se ocupó del malabarismo, esta vez empleando un par de libros, un candelabro de tres ramas, un pequeño florero de cristal y una estatuilla de madera que representaba a un caballo. Antes de continuar con los números de su repertorio fue detenido por aquellas gráciles manos, que le pidieron un baile. Pagliacci no terminaba de convencerse con la idea, pues no era el mejor espectáculo para lucirse, mas solo bastaba con que aquellos labios se lo pidieran para cumplir con su voluntad. Rápidamente se encontró danzando ridículamente al compás de los aplausos de su nuevo público que ahora reía animadamente. Con la misma velocidad le tendieron una bandeja con una cremosa tarta para que continuara sin que se le cayese; luego agregaron otra bandeja, pero esa vez con altas copas de licor. Una de las damas se levantó de improviso, se quitó el sombrero con plumas que lucía y —sin permitirle detener sus movimientos— se colocó animadamente a Pagliacci. Todos reían sin mesura ante aquella imagen, incluso ella. No se detenía, quería hacerle feliz, complacerle, celebrar su reencuentro. Su voluntad se vio puesta a prueba cuando arrojaron cojines a sus piernas y más aún cuando no les bastó y derramaron el licor de una cara botella en su improvisada pista de baile. Sus pies cedieron hasta estrellar las copas sobre las baldosas y dejar caer el pastel sobre sí. Las carcajadas no hicieron esperarse y estallaron estruendosas. Su amada le tomó por los hombros, obligándole a ponerse de pie nuevamente, y, con unas palmadas, le incitó a continuar. — ¿Les dije o no que este anciano animaría nuestra velada? Tras una nueva risa general terminó por vaciar la botella a sus pies mientras le sacudía de lado a lado. —Pero vamos, no te detengas. ¡Baila para nosotros que queremos reír! Pagliacci intentó mantener el equilibrio a pesar de su vista nublada por el incipiente llanto, había comprendido que no más que mero objeto de burla ante la comitiva, había servido tan solo para el divertimento de su noche. Las lágrimas se abrieron paso en su rostro mientras un gimoteó abandonaba sus temblorosos labios, causando una espasmódica sacudida en su espalda y miembros. Ante tal imagen la comitiva elevó su festejo y Pagliacci sintió el impulso de alejarse de allí tan pronto como le fuera posible, sin importar las resistencias y súplicas —solo aumentaban su llanto— que le dirigieran. Con paso errante y el rostro y manos húmedas, siguió el camino indicado por la carretera hasta llegar nuevamente al circo. Había estado a tiempo de alcanzar la cena, pues a la medianoche partirían hacia su próximo destino, pero continuó su camino directo hasta su habitación. Se encogió sobre si mismo sobre el gastado suelo y dio rienda suelta a su desesperado gemido de dolor. Su amada había sido una ilusión, había decepcionado su espíritu. Se había convencido de comprender, de haber alcanzado la ansiada caricia de los pétalos de una abutilon megapotamicum, pero ahora ya no había nada —ninguna fuerza— que le uniera a es sensación, no sabía en qué dirección debía voltear su rostro, ni qué —quién— debía buscar; ya no sentía nada único a su alrededor. Tampoco tenía alguien a quien esperar, se encontraba solo. Solo con su pintura corrida por el rostro, sus ilusiones ingenuas y abandonadas; solo con su temblar incesante. Solo con otro poema sin terminar. Y aún le esperaba sobre su escritorio. Se desplazó hasta él, tomándolo con su frágil tacto, y secó sus lágrimas, como ya lo habría hecho antes con que guardaba. El papel acabó por arruinarse y terminar completamente húmedo, eran demasiadas lágrimas que secar. En un arrebato de desesperación abrió el cajón en busca de más poemas, pero éstos se le adelantaron y salieron de él, es su búsqueda. Frío y mojados le tomaron por todos lados hasta envolverlo. Pagliacci no presentó resistencia. Pronto fue le consumieron y ahogaron, enterraron, su cuerpo dentro del cajón.
No tengo palabras para describir la sensación que me has dejado. Estoy llena de tristeza, pero al mismo tiempo estoy conmovida por tan exquisita narración y tan hermosa historia. Este escrito me acaba de recordar un video que ronda por youtube, lo encuentras si buscas la canción Bresso de Lacrimosa. Aunque no es su video oficial, queda hermoso con la tonada y la letra.... Adoré cada letra escrita de esta historia... Y de verdad me has dejado con ganas de llorar, el final es tan cruel como conmovedor. Aaaah, de verdad quiero llorar n.nU Solamente tengo una duda ¿Que significa esa frase? Perdona mi ignorancia. No tengo nada que decir, lo he encontrado perfecto. Ni siquiera puse atención en buscar errores de ortografía y demás... Espero leer otro escrito tuyo después. De verdad, avísame si escribes otra cosa :D Me retiro •
Muchas gracias por tu palabras, en serio sirven como aliento. La abutilon megapotamicum la encontré en internet, es un arbusto originario de Brasil que posee flores rojas con pétalos amarillos. Una vez más, gracias por tus palabras y por haberte tomado el tiempo de leer. Saludos.