Microrrelato Pensamientos espontáneos e irónicamente sinceros

¿Qué si te echo de menos? Podría ponerme cursi y decirte que te necesito para que el aire que respiro tenga algún sentido, o que desde que nos separamos la luna ha pasado a ser únicamente un satélite perdido que me devuelve las miradas en las noches de desvelos.
Podría decirte que sin ti cada minuto es igual al anterior, que cada segundo tiene el mismo sentido que una hoja en blanco siendo rasgada por un bolígrafo sin tinta, que mi vida perdió el color azabache de tu pelo o el marrón intenso de tu mirada.
Recuerdo el calor de tus mejillas acariciando mis dedos, el sabor de tu risa en el viento, tu cuerpo contra el mío cuando las pesadillas conseguían hacerme perder el sueño.
No, no te echo de menos. Porque echarte de menos significaría que puedo asumir que ya no estás, y no puedo. No puedo porque desde que te conocí, dejé de ser yo. Ahora soy un nosotros al que le faltas tú. Y si me faltas tú, ¿qué soy? ¿Un cascarón vacío? ¿Una marioneta a la que un Dios caprichoso le dio alas para después condenarla a arrastrarse eternamente? ¿O un idiota que dejó marchar lo mejor que la vida podía ofrecerle?
A veces, cada vez menos, te siento en mi pecho. Puede que sea un momento en el que pienses en mí, aunque dudo que merezca eso. Sé que te hice daño, y lo irónico es que al hacerlo, me condené.
En ese momento no lo supe, pero ahora lo sé.
Sólo se ama una vez, y esa vez eres tú. Siempre lo serás, aunque otros brazos rodeen tu cintura u otra boca pronuncie tu nombre tal y como yo solía hacerlo.
Te llevaste los pedacitos destrozados de mi corazón, te llevaste la parte de mí que sabía amar, la parte que se emocionaba, la que era capaz de escribir poemas tan largos como estrellas en el firmamento.
Ahora sólo quedo yo, un nosotros incompleto, un poeta sin inspiración.
Un idiota que seguirá amándote hasta que el sol se enfríe y las estrellas dejen de parpadear.