[Entrega][Magic Wolken] Pasillos

Titulo: Pasillos
Colectivo: Magic Wolken
Personajes: Emily DunkelMiene, Caín Dunkelmeer, Abel Dunkelmeer y Joan Dunkelmeer
Para: Sessrin bonita~
Palabras: 868
Notas: Es un conjunto de viñetas, pequeños momentitos EmilyxCaín. No se me ocurrió otra cosa, y lamento el OoC, pero es una pareja que de verdad me cuesta...
No se me ocurría ningún título ;_;


Emily podía ser distante a veces, pero su esencia era comparable con la de una nube hecha de caramelo: dulce, suave y algo volada, siempre en el cielo (O, al menos, así era ese tipo de nubes según su imaginación). Caín, por otro lado, era serio y frío, siempre lejano, como si estuviera anclado al piso, allá lejos en el horizonte.

Sin saber por qué, esa invulnerabilidad le causaba cierto vacío en el pecho a la más pequeña de los Dunkelmeer. Era un vacío sutil, sí, pero estaba ahí, a veces expandiéndose un poquito, causándole cierta comezón en la garganta y logrando que se le juntaran las cejas y se le frunciera el ceño.

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—Caín Dunkelmeer —dijo bajito Emily, mirando al piso pero sin en verdad mirarlo.

El aludido la observó con cierta frialdad, ligeramente sorprendido. No conocía bien a esa DunkelMiene; no compartían ninguna clase, actividad extracurricular o siquiera algún lugar favorito dentro del gran castillo. Lo único que sabía de ella era que se llevaba bien con Abel.

—Sí, ¿qué? —terminó diciendo, al ver que ella no planeaba continuar hablando.

—No es bueno todo esto —Caín frunció el entrecejo e inclinó un poco la cabeza hacia la derecha, completamente desconcertado ante esa afirmación—. Que nos llevemos mal, digo.

El Dunkelmeer arqueó las cejas.

—¿A dónde quieres llegar con todo esto? —Su tono era frío, con un dejo de fastidio.

Emily sintió como un escalofrío le recorría la espalda, como si las palabras en verdad hubiesen traído consigo una baja en la temperatura. ¿Por qué le estaba siendo todo tan difícil? Sacudió un poco su cabeza, como deshaciéndose del nerviosismo, levantó la mirada y la fijó en los ojos celestes de él.

—Somos familia y, cuantos más seamos, mejor —Por un instante, Emily deseó que él fuera de la rama que leía las mentes; no sabía cómo hacerle entender que esa unión era contra los planes de los maestros y los directores.

Caín suspiró.

—Sí, cuantos más seamos, mejor —El aire frío desapareció del rostro del joven, y Emily pudo notar una pizca de preocupación; sin saber por qué, sus mejillas se pusieron rojitas, así, de repente—. ¿Estás… bien?

Ella asintió frenéticamente, incapaz de articular un simple “sí”.

Caín, por su parte, volvió a suspirar; tenía la extraña sensación de que no sabía dónde se estaba metiendo.

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Y tenía razón.​

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Caín Dunkelmeer caminaba plácidamente por los pasillos del castillo. El hecho de que su hermana no estuviera cerca mejoraba bastante su humor, aún cuando sabía que el peligro podía estar a la vuelta de la esquina.

Sin embargo, lo único extraño —y ni siquiera mínimamente amenazador— que se encontró en su camino fueron Abel y Emily, a los cuales raramente veía por ese recorrido. Intercambiaron miradas, y Caín siguió su camino; ellos lo siguieron, cuchicheando por lo bajo.

¿Qué tontería planeaban? Se preguntaba el mayor, quien comenzaba a enfadarse. Varias veces se planteó parar y fulminarlos con la mirada para que se fueran, o soltar algún “¿Qué?” carente de amabilidad. Pero no, sólo siguió su camino, intentando ignorarlos, al menos, hasta que escuchó su nombre y alguna risita entre los susurros de los otros dos.

Molesto, paró súbitamente de caminar y se giró para confrontarlos. Tanto Emily como Abel se sorprendieron, pero no parecían intimidados; sólo se dedicaron a mirarlo fijamente por unos segundos.

—Te dije que no se parecía a ese cuadro —terminó diciendo Abel. Caín, molesto ante las trivialidades extrañas de sus familiares, se tele transportó lejos de ambos después de dedicarles una mirada asesina.

Después de la desaparición, Abel miró a su compañera, quien todavía no había respondido a su comentario, y notó con cierta extrañeza que estaba sonrojada y con la mirada perdida.

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Ante los ojos atónitos de Emily, Joan había saltado de la nada y en ese momento abrazaba a su hermano en el medio del pasillo; era su venganza por haber estado evitándola toda esa semana.

Caín, ante esa acción, se había quedado como de piedra por unos instantes, hasta que su rostro se volvió completamente rojo y se tele transportó lejos de la escena.

A Emily, el haber presenciado la escena le causa cierta alegría, como quien encuentra un dragón en el atardecer. Las cosas prácticamente increíbles tienen ese efecto en ella.

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Emily caminaba por los pasillos sin prestarle demasiada atención al mundo, cuando Caín se le acercó.

—No estás caminando bien —le dijo, ante la sorpresa de la joven—. Con esa postura, terminarás jorobada.

Y, así como se acercó a ella, el Dunkelmeer apuró el paso y se perdió entre el resto de la gente, dejándola bastante mareada. Emily suspiró, para que después una pequeña sonrisita se le formara en los labios; sabía que detrás de esa suerte de regaño había, al menos, una pizca de cariño camuflado.

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Emily podía ser distante a veces, pero su esencia era comparable con la de una nube hecha de caramelo: dulce, suave y algo volada, siempre en el cielo (O, al menos, así era ese tipo de nubes según su imaginación). Caín, por otro lado, parecía serio y frío, siempre lejano, como si estuviera anclado al piso, allá lejos en el horizonte.

Sin embargo, Emily sabía muy bien que las apariencias engañan.