Pasillo

Tema en 'Planta baja' iniciado por Yugen, 10 Abril 2020.

  1.  
    Zireael

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    El sobresalto de Sasha no me paso inadvertido, giró el rostro de un movimiento y sentí que me miraba como a un fantasma, como si fuese un muerto sacado del ataúd y es que lo era. Me sentía como uno, tenía la memoria llena de parches e imágenes imposibles de conectar entre sí, no podía formar un solo recuerdo que fuese ordenado, que siguiera una cronología, algunos estaban perdidos y los que conservaba aparecían sin conectar entre sí. En consecuencia era mejor no intentarlo más y dejarlos como estaban, todos apiñados en una caja.

    Era un profesional en hacer la vista gorda una vez podía resetearme.

    Miré a Sasha de reojo, me pareció que presionaba los labios y continué con la caricia en su hombro, suave, casi como un arrullo. Sabía que no había forma posible de que no se preocupara, pero tampoco quería causarle un evento cardíaco ni nada, quería que creyera que estaba bien o tan siquiera que seguía vivo, con mucha dificultad, pero vivo.

    La muchacha de la máquina respondió que intentábamos sacar agua, ante lo que me permití un "Ya veo" de lo más serio, mirando el aparato como si fuese nuestro nuevo enemigo mortal. Igual la mención al botón me iluminó la neurona que, para mi sorpresa, conservaba algo de funcionalidad luego de haberle metido suficiente alcohol como para matar a un caballo.

    —Puede que el contacto eléctrico en el botón se haya ido a la mierda y ninguno de nosotros es electri-

    La tontería se me quedó pendiente, porque cuando quise darme cuenta tenía a Sasha encima. Sus brazos me rodearon el cuello, se aferró con fuerza y escondió el rostro, bastó el contacto para que me doliera el pecho y pensé en la forma en que me había encerrado en el armario de enseres, escuchando su audio en bucle como imbécil. Había sobrevivido la puta abstinencia de mierda oyendo sus audios como si estuviese loco.

    Solté el aire por la nariz, despacio, y rodeé su cuerpo con firmeza. Le dediqué una caricia amplia en la espalda que pretendió ser un consuelo y moví la cabeza como pude para poder darle un beso allí donde alcanzara, entre el pelo.

    —Ya estoy aquí —murmuré lo bastante bajo para que Miller no me oyera y no se tuviera que tragar tanto del numerito—. Estoy aquí.

    Le dejé otro beso, fue después que encontré la mirada de la chica que se había quedado sin saber qué hacer con su vida y le sonreí sin soltar a Sasha, fue un remedo de disculpa porque no debía entender nada. Aflojé una mano, apenas lo suficiente para poder escarbar por unas monedas, estiré el dinero en su dirección, señalé el botón de la limonada y le hice ojos de cachorro mojado, incluso si no me salían bien desde hace casi una década. A ver, para distraerla un poco del show al menos.

    —Respira, amor —susurré otra vez para Sasha, dándole una palmadita muy suave en la espalda.


    there's no way I'M ALREADY CRYING me poseyó arata también bye life

    pobre Abby tho JAJAJAJ *no la dejé irse*
     
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    Gigi Blanche

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    Realmente me daba mucha vergüenza pensar en todo esto, visualizarlo desde fuera, entre la frase que le había interrumpido a Arata y los testigos innecesarios. No era mi estilo en absoluto, y no me refería a las muestras de afecto públicas, sino a las evidencias de necesidad; pero cuando por fin pude agachar la cabeza, cerrar los ojos y reducirme al aroma de su cuello, su aroma en sí, cuando sentí que encontré un lugar donde esconderme del mundo, no logré darle importancia a lo demás. Sus brazos me rodearon, relajé los músculos y las lágrimas se me acumularon bajo los párpados, necias. Estaba bien.

    ¿Lo estaba?


    Ya no lo sabía.

    Recibí el beso entre el cabello, seguí enfocándome en su aroma y el dorso de mis dedos rozó su nuca, donde lo llevaba rapado. Quise imprimirme las sensaciones, aún sin saber cómo hacerlo, concentrarme tanto en ellas que de alguna manera se me grabaran en el cerebro. Su murmullo, la afirmación, me hizo darle un apretón con los brazos. Fue una queja silenciosa, aún no me creía capaz de hablar, pero ¿qué hacía consolándome? Se suponía que ese sería mi trabajo, se suponía que él...

    Ya qué.

    Noté que buscaba algo de su bolsillo y me seguí guiando por los sonidos que me alcanzaban. La chica, supuse, introdujo una moneda en la máquina y recordé que todavía llevaba su matcha en la mano. Con el primer impulso menguando me di cuenta que me daba vergüenza separarme de Arata y enfrentarme al numerito que había armado, pero tendría que hacerlo de todos modos.

    Retrocedí lentamente, sin romper el contacto por completo, y se me escapó una risa floja mientras me secaba algunas lágrimas con cuidado de no arruinar la máscara de pestañas. Parpadeé, aún sentía los ojos cristalizados y acuné su rostro con la mano libre. La otra quedó en su hombro.

    —Hola. —Fue una tontería, poder saludarlo me amplió bastante la sonrisa y le dejé un beso liviano en los labios—. Perdona. Me había mentalizado para buscarte en el receso, no ahora.

    Tenía en mente invitarlo al almuerzo con Rowan si era que lo encontraba en su clase y para ese momento ya había planificado toda la secuencia en mi cabeza, pero me había estropeado los planes. Acaricié apenas su mejilla con el dorso del pulgar y estaba por decir algo más cuando una exclamación de sorpresa, primero, y victoria después, pilló mi atención. Medio giré el torso hacia la chica y la máquina, sin despegarme completamente de Arata, y abrí grandes los ojos. Ondeaba, orgullosa, una limonada y una botella de agua en sus manos.

    —¿Qué magia usaste? —pregunté, junto a una risa.

    —La magia de la insistencia. —Se acercó, le extendió la limonada a Arata y hacia mí estiró ambas manos—. Juzga los métodos, no los resultados.

    Hicimos el intercambio, su té por el agua, y abrí la boca para agradecerle cuando ella retrocedió.

    Alrighty, los dejo tener su momento~ —Nos guiñó un ojo, divertida, y agitó la mano sobre su cabeza conforme se alejaba—. See ya!
     
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    Zireael

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    Quizás uno habría pensado que era ella la que debía consolarme, pero a mí no me lo parecía en realidad. Sasha se preocupaba por las personas, se preocupaba por mí y lo sabía, pero era la preocupación era una emoción que nacía del miedo, sobre todo en este contexto particular. Su reacción también estaba empujada por otras mierdas que no sabía y otras que, digamos, imaginaba. Esta chica iba por la vida aguantando, pero el trabajo que había aceptado y las cosas que oía... No era inmune tampoco. Jamás lo sería, no con esta personalidad. En parte por eso me resigné y en vez de pretender sacarla de la mierda, porque era irreal pretenderlo de por sí, solo le ofrecí la sombra.

    Era donde podía descansar.

    Percibí su tacto en la parte rapada de la cabeza, afiancé un poco el agarre en su cuerpo y respiré. Su cuerpo estaba tibio, el abrazo olía a ella y escuchar su voz sin que saliera de un teléfono me removió todo, no pude negarlo, pero tampoco iba a montarme aquí el espectáculo del siglo. Me limité a sostenerla, decirle lo que me pareció más normal o lo que creí que necesitaba y no le pedí que hablara ni nada.

    Cuando sentí que iba a separarse aflojé el agarre para permitírselo, ya habiendo distraído a Miller con la limonada, y la vi limpiarse las lágrimas. Después me acunó el rostro, cerré los ojos unos segundos y dejé ir algo del peso hacia su mano, tomando aire despacio antes de volver a mirarla, ya cuando se le había ampliado la sonrisa. El beso lo recibí con la naturalidad de siempre, me importó tres mierdas el público.

    —¿El receso? Seguro ya tenías el diálogo ensayado y todo, ahora te lo arruiné —bromeé despegando las manos de su cuerpo para llevarlas a sus mejillas.

    La exclamación de sorpresa de nuestra repentina chaperona me hizo girar el rostro en su dirección, alzando las cejas al ver que había sacado la limonada, pero también la botella de agua. Me vino en gracia que lo lograra, así que le dediqué un aplauso de reconocimiento y recibí la botella que en verdad no había pensado en comprar, pero pues ni modo, había tenido que pensar rápido.

    —¿Pero qué habríamos hecho sin la magia de la insistencia? —dije al aire.

    Sasha iba a darle las gracias o eso imaginé, pero la muchacha dijo que nos dejaba tener nuestro momento, guiño de ojo incluido, y me permití una risa antes de despedirla con un movimiento de mano. Ah, pero qué muchachita tan considerada, ¿cierto? Y nosotros aquí con todo el llanto y drama.

    Miré la limonada un momento, suspiré después y volví a Sasha, le eché los brazos encima con cuidado de no golpearla mucho con la botella, pero la estreché con fuerza. Al retroceder le ajusté la mano libre a un costado de la cabeza, le besé la sien y me quedé allí, solo respirando, procesando que podía tocarla y escucharla. Vaya, ¿de dónde para acá yo tan delicado de corazón? Ya no iba a poder molestar a un solo diablo por algo remotamente parecido.

    —Te extrañé —confesé desde allí antes de volver a abrazarla—. Te extrañé como un imbécil.
     
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    Gigi Blanche

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    Verlo cerrar los ojos interrumpió brevemente mis intenciones de hablar, me tomé aquel instante para mirarlo y mis facciones se suavizaron, lo noté. Mi pulgar lo acarició apenas, sintiendo el ligero peso contra mi mano, el contacto afianzado, y ya luego lo saludé en condiciones. Me parecía un poco criminal poder hacerlo recién hoy con todo lo que había ocurrido, pero había procurado dejarle su espacio e intentar no imponerme. No nos gustaba que nos vieran en la mierda, ¿verdad? Y cada quien la recogía a su propia velocidad.

    Murmuré un sonido afirmativo mientras asentía con la cabeza, enfatizando la razón que llevaba su deducción.

    —¿Sólo el diálogo? Ya ocurrió treinta veces en mi cabeza, me sabía hasta el color de tus calcetines.

    Luego, la chica consiguió las bebidas, hicimos el intercambio y se desvaneció, sin siquiera permitirme agradecerle. Ni modo, tendría que buscarla en otro momento. No parecía haberse molestado en absoluto, era una cuestión personal. En cualquier caso, cierto era que me aliviaba un poco habernos quedado solos. Cuando su silueta se alejó exhalé con pesadez por la nariz, pestañeé y regresé a Arata. Esta vez fui yo quien envolvió su espalda, lo estreché contra mí con fuerza y, con la mano libre, le conferí caricias amplias y pacientes. Cerré los ojos al recibir el beso en la sien y sonreí, respirando con más normalidad.

    Se quedó allí, mis manos se relajaron a los costados de su cintura y mi sonrisa se ensanchó al oír su suerte de confesión. Los ojos me ardieron un poquito, pero lo mantuve a raya y volví a rodear su espalda con fuerza, meciéndonos de lado a lado casi de forma perezosa. Frené mi lengua en el momento preciso, al recordar que Arata posiblemente no supiera de mi ausencia del viernes. Mejor mantenerlo así, ¿verdad? Ya suficiente me pesaba haberle mentido a Maze y ya bastante cargaba él encima.

    —Cada uno extraña como puede —bromeé de primera mano, lo dije en voz baja y giré el rostro para dejarle un beso rápido en la mejilla—. Yo también te extrañé, mi cielo. Un montón.

    A duras penas había conseguido quitarlo de mi cabeza, del frente de mis pensamientos. El fallecimiento en sí, lo poco que conocía de su familia, lo que Cayden me había contado y su ausencia forzada de la escuela habían palpitado y palpitado en frecuencias incómodas y parcialmente familiares. Recordaba a mi abuela aún, su mano pequeña y arrugada en el hombro tembloroso de papá. Recordaba sus espaldas frente a la tumba de Eloise. "No hay que morirse con los muertos", le había dicho.

    —¿Cómo están en tu casa? —busqué saber, encontrando sus ojos tras un rato—. Tu mamá y los niños.

    Bueno, niños. En verdad ya eran adolescentes, sólo era mi propia deformación de conceptos.
     
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    Zireael

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    Habría sido inútil que Sasha me alcanzara antes, de hecho habría sido inútil que lo hiciera cualquiera, recordaba con mucha dificultad haber dejado a mamá en casa, haber aparecido en Taitō y luego un parchón inmenso, hasta que desperté en el apartamento de Hikkun con la sensación de que me habían sacado el alma por la boca, ebrio todavía. No habría dejado que nadie más se me acercara, no había dejado que nadie me tocara además de Hikari y cuando Yuzu apareció para llevarme a casa le había dicho algo horrible.

    Que vivía en un cuento de hadas, que el amor no solucionaba una mierda.

    ¿Entonces prefería la pesadilla donde Hikari debía evitar que me ahogara?

    Era cruel e irresponsable, pero era mejor que nadie además de ellos me hubiese visto, que nadie le hubiese dicho todo a Sasha porque era inútil, cuando caía en ese estado no poseía control alguno y si le hubiese dicho o hecho alguna mierda a ella terminaría por volverme loco. Ahora tenía la posibilidad de contarle, pero lo haría yo mismo y eso, quise pensar, cambiaba algo. Incluso si no podía contar la historia completa porque me había anulado, el qué y cómo lo decidía yo, no el miedo de un tercero.

    Como fuese, le había jodido el diálogo ensayado mil veces para el receso, pero no me arrepentía en realidad. Cuando me dijo que hasta se sabía el color de mis calcetines me reí, encogiéndome de hombros, y dejé el asunto morir allí. Miller se desvaneció, las gracias de Sasha no tuvieron dónde caer y me hizo cierta gracia, pero también me alegró no tener que pensar mucho más en la vergüenza ajena ni nada.

    Al volver al abrazo me acarició, tuve que pasar saliva porque se me formó un nudo inmenso en la garganta y me dejé hacer con la docilidad de un niño. Cuando me separé para darle el beso en la sien sus manos se quedaron en mis costados, luego me abrazó de nuevo y la forma en que nos meció en el espacio hizo las veces de arrullo. Yo seguía sin saber de su ausencia, ella no me había dicho y Mason, aunque estuvo al borde de hacerlo, canceló la idea al verme medio muerto y ni siquiera me di cuenta que había asomado la cara en clase. Vete a saber hasta dónde era buena esa clase de ignorancia.

    —Yo confesando aquí mis grandes sentimientos por ti y me dices que te extraño como puedo —solté porque no perdía una sola oportunidad para quejarme—. Ahora no puedo creerme que me hayas extrañado, no.

    La estupidez la dije por decir, eso lo sabría ella y cualquier diablo. Quizás solo quería quitarle peso a una mierda que era lo bastante devastadora para acabar con la mente de más de uno, como había acabado con la mía en tiempo récord, pero es que no sabía hacer otra cosa. Una vez que forzaba a mis sistemas a volver a funcionar no sabía hacer nada distinto.

    A pesar de eso, cuando preguntó cómo estábamos en casa y cómo estaban los "niños" el pesar que sentí en el cuerpo se me filtró en la mirada. Mamá e Izu eran una cosa, pero lo de Sei... no podía sacarlo, resetearlo y convertirlo en el adolescente que apenas un año antes. Lo supe al verlo en el umbral de la puerta y al notar el cansancio en su rostro. Mi hermano había caído conmigo, había metido el cuerpo entero bajo la casa y el peso lo quebró antes de que pudiera sacarlo, justo como había pasado conmigo.

    Era imperdonable.

    —Es un desastre —admití tan bajo que no creí escucharme yo mismo, me despegué de ella y busqué sus manos para sostenerlas. De paso suspendí la mirada en ese punto de contacto—. Todos parecemos locos por diferentes motivos, no creo que valga la pena ni enlistar el primero de ellos. Mamá es la del problema más grande, es... Siempre ha tenido problemas de nervios, desde que puedo recordar.

    ¿Solo ella?

    ¿Quién había ido a matarse bebiendo?

    —Hacemos lo que podemos. Yuzu, la chica que te dije me había conseguido el empleo en Minato, llevó comida y cosas para la casa, así que al menos de hambre nadie se muere.
     
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    Oírlo quejarse me arrancó una risa genuina del pecho y por estúpido que sonara (y lo mucho que me arrepintiera después) la verdad era que me alegraba verlo capaz de conservar su sentido del humor... por podrido que estuviese, y así fuera un mero mecanismo de defensa. ¿Qué más daba? Cada quien se las arreglaba como podía y yo, personalmente, también tendía a tomar las cosas con naturalidad, o quitarles dramatismo de encima, para funcionar mejor. A veces lo demandaba el mundo, a veces uno mismo.

    —¿No? —repliqué apenas dudó de mis sentimientos, y busqué mirarlo, con diversión contenida—. ¿Y qué puedo hacer ahora para convencerte? ¿Cuántos besitos te tengo que dar?

    Me daban igual sus mecanismos de defensa, haría lo mismo y le seguiría el teatro hasta donde hiciera falta con tal de distraerlo de su casa, de las imágenes que debía haber visto, de los sonidos que aún latirían contra sus oídos. Era lo que me habría gustado que alguien hiciera por mí hace dos años, lo que en Sydney, durante el divorcio, me había enseñado la abuela.

    Mi pregunta, sin embargo, presionó ciertos botones. Se notó en sus ojos, en su voz, y lo escuché con atención. Tomé aire con lentitud y lo solté con cierto alivio al saber que, al menos, había alguien externo pendiente de ellos. Con eso bastaba.

    I get it —murmuré, en voz baja—. Vi a papá pasar por procesos similares ya dos veces. Por muy maduros e independientes que nos creamos, la vida siempre se pone patas para arriba cuando el verdadero adulto se parte en mil pedazos. Da miedo, pero... pasa. —Le sonreí, apretándole las manos—. Va a pasar, Arata. Sólo necesitan tiempo y tú, tener la cabeza despejada. Por tus hermanos.

    No quería que sonara a regaño, no lo pretendía en absoluto, así que le acaricié la piel con los pulgares y agaché tantito el rostro, buscando sus ojos.

    —¿Les gustaron los pasteles del otro día? Puedo comprar más para que les lleves un día de estos.
     
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    Sabía que Sasha era la que menos se preocuparía porque pretendiera hacer la vista gorda, es más, ver que podía volver a ser el mismo imbécil de siempre debía ser un alivio y me quedó claro cuando una risa le abandonó el pecho, pues sonó genuina. Me siguió la tontería, como siempre, y me tomé un tiempo prudencial para procesar cuánto costaba esta falta de respeto, por decir algo.

    —Yo digo que te prepares para besarme todo el día —dije unos segundos más tarde, de lo más convencido de mi estupidez, y le dediqué una sonrisa.

    Imaginaba que incluso si era un alivio ver que podía seguir siendo el estúpido de siempre, una parte de sí me estaba distrayendo de la mierda. Sasha era esa clase de persona después de todo y no vi por qué resistirme, de por sí a mí tampoco se me apetecía volver a los huecos que tenía en la cabeza. Entre no poder recordar y hablar mierda, bueno, la decisión era clara.

    Igual le solté lo que le solté porque sabía que me escucharía y como le había dicho, no tenía problema en realidad en contárselo, no ahora que digamos comenzaba a resignarme al asunto en general. Sabía que en algún momento volveríamos a la suerte de calma que poseíamos, que solo se diferenciaba del estado actual de las cosas porque mamá, tan siquiera, no lloraba de repente.

    Escuché lo que me dijo, cerré los ojos unos segundos y fui asintiendo con la cabeza, despacio. Sabía que tenía razón, lo sabía y por eso mucho del caos era imperdonable, porque ya no era un mocoso de quince años, tenía diecinueve y debía tener algo más de control y decencia. Ahora no tenía caso pensar en ello, era inútil, pero tenía que haber resistido en vez de irme rodando por la colina mental.

    Abrí los ojos poco antes de que buscara los míos, la solté otra vez y volví a abrazarla, meciéndonos. La quería muchísimo, Dios, ni siquiera sabía cómo poner esa clase de sentimiento en palabras o cómo administrarlo, pero era lo que era.

    —Gracias —dije acariciándole la espalda con una mano—. Sé que estas cagadas solo necesitan tiempo, no hay nada que pueda hacer después de todo. No hay nada que podamos hacer más que esperar.

    Me había preguntado por los pasteles y la imagen mental fue bastante simpática, solo ellos sabían cómo se comían esa cantidad de azúcar sin atragantarse. Eran felices con bien poco, la verdad.

    —Tenías que haberlos visto, comieron como si tuvieran cinco años —murmuré en el abrazo, junto a una risa floja—. Ah, me dijeron que te diera las gracias, pero entre toda la mierda lo olvidé. No se enojarán si aparece otra grandiosa rebanada de pastel.

    Le regresé su espacio otra vez, llevé una mano a su rostro y le acaricié la mejilla con cariño, también medio que le saqué radiografía. Pobre chica, la miré como si quisiera sacarle fotocopia, en gran parte porque quería poder acordarme de su cara como no podía recordar otras cosas.

    —¿Cómo estás tú? De verdad, cielo.
     
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