Pasillo

Quisiera o no seguí notando cosas a lo largo de la mañana, desde que dejamos el pasillo de tercero, hasta el lugar vacío parte de la mañana y quién sabe qué más. Igual era idea mía, sabía que a veces me preocupaba más de lo necesario por estar pendiente de los demás a mi alrededor, así que traté de no llevarle importancia y me concentré en las clases.

Todavía estaba un poco perdida por el traslado, pero nada grave. En sí lo más grave fue el clima, porque me había comenzado a entrar una pereza brutal y tuve que contener más de un bostezo. Para cuando sonó la campana me tuve que despabilar un poco a la fuerza, me enjuagué los ojos y recogí mis cosas para salir de la clase hacia alguna parte.

Cuando ya iba llegando a la planta baja caí en cuenta que no había traído nada de tomar de casa, así que enderecé los pasos hacia una de las expendedoras. Al llegar noté al muchacho que parecía estarse debatiendo con las opciones o algo así; entre toda la tontería la verdad era que seguía tratando de socializar con la gente cuando podía, además de que ocupaba usar la máquina también, así que acabé acercándome.

—No hace clima de gaseosa, ¿o sí? —dije sin alzar mucho la voz para no pegarle un susto o algo.

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nyooom

 

No estaba tan compenetrado en el dilema, era más bien la pereza de tener que elegir, así que noté por el rabillo que una persona se detenía cerca de mi posición. Asumí que pretendía usar la expendedora, sin embargo, y no le presté atención hasta que oí su voz. Giré el rostro con las cejas ligeramente alzadas, corroboré que me hablaba a mí y al reparar en sus ojos estimé que sería una estudiante nueva, ya que no la tenía de nada.

No por alardear, pero tenía un buen archivo mental de las damas de la escuela.

—Dicen que no hay clima para comer helado, yo lo extendería a las gaseosas también —respondí junto a una sonrisa floja, tenía los brazos cruzados bajo el pecho y devolví la vista a la máquina—. ¿Té embotellado? Una abominación. Abominación a la que tuve que acostumbrarme, pero abominación en fin. ¿Y a los zumos no les cae la misma ley injusta que a las gaseosas? ¿O el problema es el gas? What's wrong with the bubbles, anyway? I like bubbly things.

Pese a haber divagado, había hablado en un tono de voz bastante calmado y sin atropellar las palabras. Lo último, murmurado en inglés, había sido más un reclamo lanzado al aire que no me preocupé por modular o traducir. Miré a la chica, entonces, señalando la máquina con un brazo.

—¿Comprendes mi dilema ahora?

 

Supuse que la criatura no pensó que le estuviera hablando a él, cosa que también era entendible, pero cuando se giró le dediqué una sonrisa de forma bastante automática y aunque comenzó a divagar de lo lindo al volver los ojos a la máquina le presté atención. No había pensado lo de los helados, pero suponía que se proyectaba a las gaseosas y, no sé, ¿a todas las cosas frías? Ya no estaba muy segura.

Contuve una risa cuando dijo lo del té, me quedé mirando los botones de la máquina y volví a mirar lo él cuando habló en inglés. Había que ver lo poco con lo que una se sentía cómoda, de verdad, iba a tener que comenzar a modular eso en una escuela llena de extranjeros, pero el día quizás no sería hoy o mañana... o esta semana. Quién sabe.

—Are you some tea expert by any chance? —pregunté regresando los ojos a la máquina, medio por hacer el tonto la verdad. El chiste se contaba un poco solo, si el oído no me estaba fallando—. Quizás sí sea el gas, digo, ¿los helados no tienen gas? Un zumo es un helado líquido, si lo piensas de cierta manera.

Al final yo también había terminado divagando sobre la tontería, ya ni siquiera sabía qué quería de la máquina y volví a mirarlo. Se me aflojó una risa a pesar de todo y asentí, despacio.

—Lo veo, sí. ¿Qué tal echarlo a la suerte? Es eso o una aburridísima botella de agua.

 

Su inglés me arrojó una idea repentinamente clara de su proveniencia, cosa que de por sí no era extraña aquí, y me hizo volver a mirarla. La repasé con algo más de consciencia, si se quiere, ella había lanzado los ojos a la máquina y esbocé una sonrisa apenas ladeada.

—Guess you can say that —concedí, en voz baja, y arrugué un poco el ceño ante su análisis, sin perder la sonrisa—. ¿Qué clase de zumos tomas en casa, bonita?

Estaban los helados hechos con agua, pero la gran mayoría eran cremosos. O sería mi sesgo, que comprar helados de agua me parecía un desperdicio y una oportunidad perdida de comer un verdadero postre. En cualquier caso, me propuso dejarle la decisión a la suerte y me pareció un maravilloso plan de acción, para resolver mi dilema y de paso para no dejarla eternamente atorada a ella en una fila imaginaria. Palpé mis bolsillos, extraje el encendedor y se lo mostré antes de llevar mis dos manos a la espalda.

—Alright, pick one —le ofrecí, girando el cuerpo para enfrentarla plenamente—. Tenemos tres opciones y no soy un pulpo, así que vamos a necesitar dos fases eliminatorias. Gaseosa y zumo conforman el grupo A y el té queda en el grupo B por ser la abominación. —Entrecerré los ojos, mirándola, y sonreí con un deje de diversión—. Confío en tu suerte, así que el encendedor será el grupo A. No quiero decir nada, pero la felicidad de mi almuerzo queda en tus manos.

 

La pregunta de los zumos me hizo repentinamente consciente de que estaba pensando en, no sé, paletas de helado en agua de esas que se comen en verano y que había ignorado por completo el hecho de que parte de la gracia de los helados es que eran en crema, al menos tenían alguna forma de un lácteo, vaya. La realización debió cambiarme algo en la cara y volteé mirarlo con cierta premura.

—Supongo que los licuados podrían ser... ¿Helados de crema líquidos? —argumenté aunque no soné para nada convencida.

Lo dicho, ya ni recordaba qué había venido yo a comprar aquí, si era que había tenido una idea clara en algún momento, así que ni siquiera tenía prisa. Como fuese, le puse atención cuando sacó el encendedor del bolsillo antes de llevarse las manos a la espalda, tomando mi opción de dejarlo al azar. Dijo que eligiera una, pero que por obvias razones iba a irse en eliminatorias y asentí, de lo más concentrada, al menos hasta que dijo que la felicidad de su almuerzo estaba en mis manos.

—Así es como una Happy Meal puede pasar a ser una Unhappy Meal —murmuré más para mí que para él y tomé aire antes de señalar su brazo izquierdo—. This one.

 

Mi pregunta pareció volverla consciente de algo, lo que fuera, pues regresó la mirada a mí y la recibí con un leve alzamiento de cejas. En vez de retroceder le buscó la vuelta de tuerca para conservar su argumento y se me aflojó una risa nasal bastante floja. Me encogí de hombros.

—Depende, ¿estamos hablando de smoothies o de milkshakes? —insistí, por la gracia del sinsentido que nos habíamos montado.

Ahora teníamos un torneo muy serio de bebidas entre manos y me alegraba que ella se lo tomara con la importancia que se merecía. Se la notaba concentrada en la tarea que le había legado y yo mantuve la vista en su rostro, relajado. Oí su comentario, aunque no respondí nada concreto y, al elegir mi brazo izquierdo, fui más consciente que antes del relieve del encendedor en dicha mano. Le di una vuelta y disimulé la sonrisa de satisfacción, victoria, alivio, o lo que fuera. ¿Habría comprado un té sólo por su elección? Quién sabe.

—Now I'll have a happy meal —murmuré, bajando ligeramente el tono, y la sonrisa se extendió por mi rostro al mostrarle la mano con el encendedor—, and a lucky charm, apparently.

Había mantenido los ojos en ella. Poco después relajé la postura y volví a llevar las manos a mi espalda, irguiéndome bien recto y lanzando la vista por ahí en lo que intercambiaba el encendedor de lado a lado.

—Bien, segunda ronda. —Me sonreí, divertido, y la miré—. ¿Encendedor zumito? ¿O la dama los prefiere al revés? Puedo hacer una o dos concesiones, ya sabes, un premio por salvarme de la abominación.

 

Al final la cuestión que se había vuelto un dilema era lo que podía considerarse un helado líquido o no, que era incluso más extraño que el primer dilema sobre si el problema eran las burbujas en la gaseosa o cuál era el patrón de clasificación. Para resumir, que la charla en sí parecía una divagación llevada muy lejos, ni más ni menos.

—Milkshakes, I guess?

Tampoco creía que la elección de las bebidas requiriera este nivel de seriedad, si ignorábamos el té abominable, pero me había subido al bote sin pensarlo mucho. Cuando habló otra vez, siguiéndome la tontería y añadiendo lo del lucky charm suspiré con cierto alivio antes de permitirme una sonrisa. A ver, no creía que fuese a comprar el té de la desgracia porque mi elección, pero igual.

—We'll see.

Todavía quedaba otra ronda de por sí, aunque con el té fuera del escenario suponía que era un poco lo mismo, pero eso no quitaba la seriedad del asunto, para nada. Volví a poner las neuronas en el asunto, bien concentrada, y negué con la cabeza después de que habló de las concesiones por haberlo salvado de la abominación y no sé qué.

—Encendedor zumito —secundé mientras me tomaba un tiempo prudencial antes de elegir de nuevo. Unos segundos después señalé su brazo derecho—. A ver qué nos dice el azar.

 

Fingí ponderar el asunto un par de segundos antes de asentir, relativamente satisfecho, a su elección de los milkshake. El nombre lo indicaba, de por sí. Ahora teníamos helados líquidos tanto al agua como de crema, todo bien delimitado y clasificado. ¿Qué seguía? ¿Patentar la licencia?

Se abstuvo a mi elección inicial, fuera por pereza, modestia o indiferencia, y me hizo su gracia que le hubiera vuelto a acertar. Le mostré el encendedor, suspirando con cierto aire dramático, y me regresé el objeto al bolsillo en lo que regresaba mi atención a la expendedora. En el movimiento aproveché para sacar un par de monedas.

—Será el helado líquido de agua, entonces —anuncié, colando los yenes en la ranura y seleccionando dos zumos, uno de naranja y el otro de durazno.

Podría haberle preguntado qué le apetecía pero tampoco vi razones para hacerlo. A riesgo de jalar demasiado de mi neurona, que su primera asociación con el helado fueran los zumos me hizo pensar que, como mínimo, no le disgustaban. Estaba visto, ¿no? Sólo me interesaba poner a trabajar el cerebro en esta clase de circunstancias. Con respecto al sabor, bueno, los japoneses tenían la manía de estilizar sus mierdas de durazno en tonos rosados por algún motivo. La relación era mundana y saltaba a la vista.

—You earned my gratitude. A rare jewel, I must say —bromeé, alcanzándole el jugo—. A todo esto, ¿eres nueva en la escuela?

 

La clasificación de las bebidas basadas en helados tenía que ser la cosa más arbitraria e inútil del mundo, pero no hacía falta señalarlo. Aunque quizás por toda la tontería ya no podría ver un zumo y un milkshake de la misma manera, suponía que era un mero gaje del oficio. A veces uno decía cosas por decirlas y solo después meditaba sobre su implicación real.

Total que el azar volvió a caer en el encendedor, así que esa era la elección final y él la aceptó sin más, supuse que un poco porque daba lo mismo como había pensado antes. Sacó las monedas, dijo lo del helado líquido de agua y vi que compraba dos zumos, estaba por decir algo cuando noté que uno era de durazno y con la manía esta de poner rosadito todo lo de durazno en este país, bueno, uno más uno era dos, ¿no?

—Such a gentleman —bromeé al recibir el jugo, pues porque no vi un motivo para rechazarlo y lo de haberme ganado su gratitud me hizo la suficiente gracia para seguir tonteando. Estupideces a un lado, en medio de las decisiones y los delirios solo me di cuenta que ni nos habíamos presentado cuando preguntó si era nueva—. Ah, sí, llegué el viernes y me asignaron a la 3-2. Soy Ilana, ¿tú cómo te llamas, caballero de la máquina expendedora?

 

Ella aceptó el jugo y yo suavicé la sonrisa adrede, un poco en broma, ahora que de repente era un caballero. Ilana, como se había presentado, sí resultó ser nueva. Me di un par de puntos mentales por el hallazgo y me hizo gracia que no dejara la cuestión morir, mas no dije nada. No me verían quejándome, ¿verdad? Llevé el brazo del zumo a mi espalda, la otra mano a mi pecho, y me incliné ante ella en una reverencia rápida.

—Joseph Benjamin, mi Lady, at your service. —Levanté sólo el rostro, valiéndome de la cercanía temporal para agregar, en una suerte de confidencia y a su altura—: Pero puedes decirme Joey.

Me erguí después, guardando una mano en el bolsillo y jugueteando con el zumo en la otra, cuando me iluminé y alcé las cejas de repente.

—Viernes dijiste, o sea que es tu segundo día. Supongo que te dieron el tour, pero dime, y dime la verdad: ¿te revelaron los secretos de la cafetería? Mejor conocidos como la Guía de Supervivencia Escolar.

 

A ver, lo del caballero había sido por molestar, pero comenzaba a notar que el muchacho aquí presente no solo se inventaba las tonterías con relativa facilidad, también se unía a ellas sin mucho problema. Hizo una reverencia de caballero, ni modo, y a mí se me escapó la risa por la nariz al intentar contenerla aunque alcé un poco las cejas al escuchar su nombre.

The boy was very knight coded.

—Pues me alegra conocerlo, Sir Joey —seguí con la tontería porque podía.

Me acomodé el jugo bajo el brazo un instante para desocuparme la mano ya que en el otra sujetaba el bento envuelto y pellizqué una de las tablas de la falda para hacer un remedo de reverencia. Al relajar la postura escuché lo que dijo después, cuando procesó lo que le conté sobre haber llegado el viernes y asentí con la cabeza para confirmar que era mi segundo día aunque no era necesario.

—Me mostraron la escuela a la pasada porque me asignaron con alguien casi igual de nuevo que yo, no es que sepa mucho de ninguno de sus secretos. Voy a necesitar esa Guía de Supervivencia Escolar, most likely —admití pues porque no era mentira—. Wanna have lunch together?

No había que ser muy listo para saber que estaba allí solo diciéndole de almorzar juntos porque no había percibido una cuota de rechazo de su parte, así fuera por razones que se me escapaban, pero igual me importaba bien poco. La aproximación era menos hostil e invasiva que las que había recibido de los japoneses. En cualquier caso, apenas le hice la pregunta alcé el bento luego de volver a tomar el jugo con la otra mano, pues para darle un poco más de sustento a la invitación.

 

—Ah. —Kaia alzó las cejas ante la aclaración de la niña y disfrazó la vergüenza detrás de la sonrisa cortés, suavizando el tono—. Thornton-chan, entonces~

La risa traicionera y el honorífico equivocado, ya eran dos deslices que probablemente sondearan su mente un rato. El muchacho reconoció a nuestra guía, mencionó un campamento, el club de su hermana, y nos invitó a subir con ellos. La gente aquí era extrañamente servicial. Le eché un vistazo disimulado al espacio, buscando las cámaras o algo; bueno, cámaras había. No parecían mala gente pero igual algo de mal rollo daba, ¿no? Como esas pelis raras donde todo arranca bien y luego se va a la mierda, onda Midsommar o The Menu.

—¡Claro! —accedió Kaia, alegre, y en lo que iniciábamos la marcha empezó a hablar—. Ha sido todo muy lindo hasta ahora, la verdad. Nuestra guía era un amor, ¡nos obsequió galletas caseras! Y a la mañana, incluso, cuando apenas llegábamos a la escuela se nos acercó otra muchacha. Es una escuela muy curiosa, ¿verdad? Tiene cualquier cantidad de espacios.

Lo de las galletas era increíble, de haber sabido que las había horneado el cachorro de Dubois habría escupido hasta los pulmones del ataque de risa. En cualquier caso dejé a Kaia ubicarse al centro, siendo que iba a ser la más sociable del dúo, y le eché un vistazo a Kashya apenas de soslayo. Parecía no ser muy expresiva, ¿eh?

—Hablaste de un campamento —solté al aire, algo de repente, y giré el rostro hacia Kenneth—. ¿Fue hace poco?

 

Su sonrisa se ensanchó ligeramente ante mi remedo de broma, lo noté de soslayo y aguardé por él, siguiendo sus movimientos con la vista. Se volteó, recogió sus cosas y pensé, de un momento al otro, que habíamos compartido ya bastante tiempo en estas últimas dos semanas. En un mundo esquematizado, inalterable y predecible, su presencia en la biblioteca, el baile que habíamos compartido y la pequeña travesura de la fiesta en la playa a la que fuimos juntos eran detalles que no había anticipado. Habría sido imposible hacerlo.

Mi pregunta fue dirigida a su fin de semana y me contó, con calma y paciencia, sobre lo que había hecho. El tiempo de lectura, la videollamada con su familia. Evoqué al instante la historia de su tierra natal, aquella que me había relatado mientras bailábamos, y me anticipé a la reacción de sus padres por mera deducción. En el semblante de Hubert creí percibir un dejo de diversión, fue apenas un segundo y pestañeé, sin desatender sus palabras. Era un chico que tendía a enmascarar sus reacciones, no estaba muy segura del motivo. ¿Pudor, quizá? ¿Alguna noción de impedimento?

—Imagino que no —compartí su pensamiento al oírlo decir que no se habían esperado la noticia, y mi sonrisa sí se permeó de cierta diversión al agregar—: Y si hubiéramos permanecido para la segunda canción, la anécdota habría sido aún más curiosa. ¿Les hablaste del observatorio?

Me atuve a su historia, aunque no logré evitar el espejo que enfrentó ambas imágenes. Creía reconocer en Hubert las pinceladas de un joven criado con amor y calidez conforme nuestras conversaciones se apilaban. Pude imaginarlo con una claridad absurda, a pesar de desconocer el idioma, el rostro de sus padres, el aspecto de su habitación. No eran más que las emociones flotando en el aire y las voces reproduciéndose por los parlantes de una computadora, llenas de cariño aún así. Se sentía reconfortante y acogedor.

Él les había contado del evento de baile.

¿Siquiera me había planteado la posibilidad? ​

Recibí su sonrisa, deteniendo mi tren de pensamiento, y pestañeé con ligera confusión hasta que aclaró el significado de su primera frase. Mis días... Bajé la mirada un instante y la devolví al frente, asegurándome de hablar con la neutralidad de siempre.

—Hubo silencio en casa —contesté, reformulando la idea para omitir la permanencia del hecho—. Papá lleva varios días en un viaje de negocios y a mi hermano le encanta salir, así que fue un fin de semana tranquilo. Hice la tarea, estudié y leí un poco. Ah, también paseé por el jardín. —Mi mente evocó un recuerdo y sonreí ligeramente, anunciando mis intenciones—. "La vida, evidentemente, llevaba en sí una especie de culpa. ¿Por qué, si no, un hombre tan puro y sabio como Narciso había de someterse a ejercicios de penitencia como un condenado? ¿O por qué tenía él mismo, Goldmundo, que notar en el fondo de su alma esa sensación de culpabilidad?".

Suspendí la pequeña cita durante algunos segundos antes de deslizar la mirada de regreso a Hubert.

—Los narcisos están floreciendo —aclaré—. Lucen preciosos. ¿Te gustan las flores, Hubert?

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fun fact: la cita es de un libro de Hermann Hesse, Narciso y Goldmundo. Y no te preocupes Bru, no pasa naranja <3

 

La explicación de Verónica al respecto de su energía matutina no me sorprendió en lo más mínimo, a decir verdad, pues por lo que había podido hablar con ella, ya me había hecho a la idea de que era ese tipo de personas que le veían el lado positivo incluso al día del apocalipsis final. Fui asintiendo con la cabeza a medida que ella hablaba, con cierto aire distraído que solo despareció cuando añadió que yo tenía parte de responsabilidad de su emoción, haciéndome alzar una ceja inquisitiva. Era cierto que solía crear ese efecto en los demás, pero no recordaba haberle hecho nada especial a Verónica para que se sintiese así... ¿acaso mis poderes de seducción habían evolucionado hasta el punto de ser telequinéticos? Definitivamente se lo tenía que restregar a Joey por la cara.

Al final, de todos modos, Vero-chan dijo que quería buscarme para algo importante y, haciendo uso de mis pocas neuronas despiertas, supuse que sería por algo que tuviese que ver con el club de judo. Aún no lo había formalizado, y tampoco creía habérselo confirmado al 100%, pero me parecía a mí bastante obvio que la chiquilla me había convencido desde el primer segundo; es decir, solo con ser un club de deporte ya casi me tenía dentro. Sea como fuere, la niña no especificó nada y se fue a su casillero, haciéndome seguir su camino con la mirada, hasta que volvió a hablar y acabé por encogerme de hombros.

—Sure, igual hay que subir a clase... sadly.

Esperé a que la chiquilla terminara de hacer su respectivo cambio de zapatos y, después, nos adentramos juntas en el pasillo. Estaba intentando no mostrarlo demasiado, por aquello de mantener la imagen de cool girl, pero no podía negar que me estaba poniendo algo nerviosa todo el secretismo del asunto. Era una persona que adoraba las sorpresas, pero solo cuando no sabía nada al respecto y de repente me encontraba con una fiesta organizada exclusivamente para mí o un regalo chulísimo que quería desde hacía mucho tiempo, no cuando me decían que teníamos que hablar de algo y le daban vueltas innecesarias al tema.

>>¿Y bien? Soy toda oídos~ —le dije, una vez estuvimos relativamente alejadas del tumulto de los casilleros, logrando mantener la tan preciada fachada de cool girl quite flawlessly, if I say so myself.

 

Verónica se veía tan emocionada por lo que sea que tuviera preparado que ni siquiera pareció inmutarse por mi obvia somnolencia al escucharla hablar, algo que era bastante de agradecer, pues en ningún momento pretendí matarle el espíritu por simplemente encontrarme cansada por la mañana. De nuevo, una parte de mí sentía que era imposible llegar a desanimar a esta chiquilla, pero eso no quitaba que igualmente prefiriera no tentar la posibilidad en lo más mínimo.

Así pues, nos dirigimos hacia el interior del pasillo y nos paramos junto a la máquina expendedora, ya que por la mañana no estaba para nada tan transitada como podía llegar a estar durante el receso. Mi aparente interés por su sorpresa fue el empujón necesario para que la chica me mirara a los ojos y empezara a revelar la misma, logrando despertar incluso más mi curiosidad gracias a todo el teatrillo que estaba haciendo. Mi suposición de que era algo en relación al club había sido bastante acertada, aunque debía admitir que nunca sopesé la posibilidad de que todo fuese para entregarme una galleta de regalo, y la verdad era que la tontería logró sacarme una sonrisa entre divertida y enternecida.

—Parece que te estás declarando, Vero-chan —bromeé, sin poder reprimir la risilla que se me escapó ante la idea, y no mucho después suavicé la expresión, al mismo tiempo que extendía la mano para hacerme con la galleta en cuestión—. I do have a sweet tooth, así que sobornarme con un dulcecito ha sido una idea muy buena~ —le sonreí de nuevo al decir aquello, zarandeando el paquete un par de veces entre mis dedos, como si fuera un premio, antes de guardarlo y estirar el brazo para revolverle un poco el pelo—. ¿Subimos? —murmuré, aunque no esperé a recibir respuesta antes de echarle el brazo sobre los hombros e instarla a subir las escaleras junto a mí.

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fue cortito pero muy adorable, brunis, gracias por decirme de rolearlas <3 y obviamente podemos asumir que subieron juntas a clases (?) ali no es así como muy sentimental (?) pero verito también le cae muy bien uwu y sí podemos asumir que por el camino le confirma que se va a unir al club, eso no debería ser un secreto a estas alturas (?)

 

Antes de que comenzaran las clases escuché el audio de Cayden, en otro contexto no habría entendido una mierda, pero supuse que Sasha le habría soplado que yo hablaría con él una vez ella lo hiciera y ya estaba hecho. Hasta entonces había pasado, más o menos, de su existencia y él en su torbellino de fuego había pretendido hacer lo mismo, incluso si ya se había calmado en un ochenta por ciento.

No le respondí de inmediato, me tomé el resto de tiempo antes del receso para pensar en un curso de acción y acabé por elegir cualquiera. Cuando sonó la campana me levanté del pupitre, salí de la clase y mientras bajaba por las escaleras abrí el chat del mocoso para enviarle un audio. Le dije que si le parecía quedáramos en el Hibiya mañana por la tarde y silencié su chat para ahorrarme cualquier cosa.

Al bajar me detuve a mirar por las ventanas cerca de la expendedora y el tiempo muerto le dio tiempo a la chica con la que había salido Sakai de la sala multimedia de reparar en mi existencia. Su voz llamó mi atención, el comentario me arrancó una de las risas burlonas de toda la vida y me encogí de hombros, sin ganas de ponerme a debatir mi supuesta soledad.

Estaba por decirle algo cuando noté el segundo golpe de una bebida en la expendedora y la mocosa se acercó para extenderme una soda de naranja. Cualquier ser decente le habría dicho que no hacía falta, pero yo me echaba la vida tomando oportunidades y eso no cambiaría nunca. Estiré la mano, tomé la soda y giré el cuerpo en su dirección.

—Manson, ¿cierto? —Podría haberle dicho que sus amistades eran, por demás, cuestionables pero me guardé la gracia—. Todas las buenas amistades comienzan con una lata de soda, eso seguro.