Pasillo (Segunda planta)

No era fanático de mi propia tendencia a sobrepensarlo todo, me llevaba en espiral a los recovecos de la cueva y allí giraba sin control hasta que hacía sobrecarga. Saltaba de una idea a la otra, cada una más pesada e incomprensible que la anterior; eran los mismos pensamientos que me habían hecho colapsar hace semanas, voces lejanas de soledad, abandono y falta de prioridad. Ecos de sumisión y uso, como si mi vida no estuviese realmente en mis manos.

Dejaba a todos irse sin poner resistencia.

O pegaba la frente al suelo por ellos, esperando que así no se fueran.​

La pieza de información que ahora poseía no tenía nada que ver conmigo en realidad, era parte de la vida de Hubert y era mi propia culpa que nunca se me hubiese ocurrido preguntar nada en relación al tema, pero ahora confluía. Se había colado de un golpe seco entre las demás placas y el ruido que me arrojó encima fue casi repugnante, ya no por la naturaleza del sentimiento que detonaba, si no por su origen. Había conocido a este chico en un campamento, ¿por qué coño debía importarme si en algún momento se regresaba a Suecia y no volvía jamás?

No fui del todo consciente de mi falta de reacción hasta que Ilana tomó la palabra, seguramente por haber notado mi silencio, y volví a la conversación de la mejor forma que pude. Al pobre diablo no le pedí permiso, solo lo tomé del brazo y me lo llevé sin siquiera pensar en si lo avergonzaba, lo hacía sentir extraño o cualquier otra cosa. Solo después se me ocurrió que la acción respondía al pensamiento que giraba sobre sí mismo como un torbellino y si acaso aflojé su brazo, pero acabé enlazándolo al mío sin fuerza real.

—Me alegra mucho escuchar eso —concedió Ilana a lo que dijo sobre el intercambio, sonrió con una alegría que seguía pareciendo genuina y yo contuve el impulso de tensar la mandíbula.

El otro soltó tan pancho que se sentía afortunado de tener un senpai como yo, me dedicó una sonrisa amplia en la que percibí gratitud y la reflejé sin permitirme un mísero segundo de pensamiento. Me negaba a darles poder, era una muestra de resistencia contra mí mismo y volví a recordar lo agotador que era esto, esta mierda de toda la vida.

—¿Ah? Vaya, ahora tendré que vivir para esas expectativas —apañó la rubia ante lo que dijo Hubert y se le escapó una risa suave, tranquila—. De ahora en adelante puedes encontrarme en el mismo salón que a Cayden, puedes pasar cuando quieras.

Para haber pasado de casi morirse por chocar conmigo la verdad era que ahora la chica se desenvolvía con cierta soltura, lo que tenía sentido viendo que era la misma que me había salvado el culo luego de que me habían dejado sin nada encima. Lucía como la clase de persona que se preocupaba por todos de forma real, pero era mejor que no metiera mucho las narices en nada. Ya no solo por mí, me refería a la escuela en general.

En cualquier caso seguimos andando hasta que llegamos al pasillo de segundo, me detuve frente al salón de Hubert y dejando ir su brazo ahora sí. Hundí la mano en el bolsillo, miré al mocoso y le dediqué una sonrisa que consiguió entrecerrarme los ojos.

—Aquí se separan nuestros caminos por ahora —dije con tono de broma—. Como dice Ilana ya sabes dónde encontrarme o me escribes un mensaje, como quieras. Todavía te debo el almuerzo del otro día que no pude bajar.

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man ese post se fue downhill qué pasó JAJAJAJ anyways, obviamente por acá cierro con los niños <3

 

Antes de que saliéramos, apenas unos segundos después de que yo fuese consciente de la mirada, Cayden se levantó y se fue de la clase sin más. Supuse que le habría tomado unos segundos de decisión hacerle caso al otro o hacerse caso a sí mismo, como le pasaba a cualquiera. Igual no lo miré ni nada, mantuve la atención en Paimon y le seguí los pasos después.

Habría tenido su gracia saber que le había hecho pensar en Alicia, de todos los personajes rubios en existencia.

Ya en el pasillo se notaba el movimiento de personas por el evento, también llegaba el sonido lejano de un trompeta, el que Miller había dicho que siguiéramos. El barbullo generalizado me distrajo un instante, observé a la gente, escuché por encima las cosas que decían y solo volví la atención al pobre que me habían asignado como guía cuando volvió a hablar.

Retomé la marcha, miré los salones, la oficina de la directora y mis ojos se detuvieron en la puerta del club de fotografía primero, en la de la salda de música después. Por el rechazo inicial en la escuela anterior nunca me había interesado demasiado en meterme a actividades extracurriculares, pero quizás, solo quizás, aquí pudiese cambiar eso. Era algo que solo se vería con el tiempo.

Seguí detrás de sus pasos sin demasiado problema, ya ahora sí atenta a él, y supuse que seguiría el pasillo de segundo. En la mañana había subido caminando con Cayden y Hubert, pero la verdad no me había dedicado a mirar demasiado el espacio por una cosa o la otra. Solo ahora estaba determinando realmente las paredes en las que terminaría mi año escolar.

—¿Algún lugar te llama la atención? De los clubes o los espacios de la escuela en general —pregunté sin ninguna intención particular, pero la idea de estar fastidiando volvió a rebotarme en la cabeza—. Ah, lo siento. No tienes que contestarme nada si no quieres.

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me tomé el atrevimiento de seguirlos arrastrando, como puedes observar (?

 

Estaba lo suficientemente distraída con Paimon, lo que llegaba de la música y nuestro destino no implicaba los suficientes desvíos para haber notado al muchacho del pasillo ni nada más. Quizás fue mejor así para él mismo, era imposible saberlo, pero el punto era que nosotros habíamos seguido nuestro camino sin más.

Tomamos las escaleras siguientes de inmediato, subimos a la primera planta y mientras tanto Paimon me respondió. Lo que contestó fue relativamente predecible viendo cómo se comportaba, más que cuadrado sonó pretencioso que dio gusto y eso logró hacerme sonreír, simplemente me hizo algo de gracia. Ya de paso me regresó la pregunta y me encogí de hombros.

A esta distancia me llegaban apenas los sobros de la melodía, no era muy clara, se perdía en el aire pero supuse que bastaba. Al llegar al pasillo siguiente, el de la segunda planta, en vez de tomar las escaleras de inmediato me desvié para observar el cielo por las ventanas.

Retrocedí no mucho después, me llevé el bento al pecho para sujetarlo y cerré los ojos aprovechando que muchas personas seguían en el patio, lo que dejaba el edificio vacío, eso me dio algo de libertad. No importaba si seguía el ritmo, el caso fue que di un paso amplio, luego otro que me sirvió de impulso y di un giro sobre mi eje, luego otro y el tercero quedó a medias, pero el cabello había seguido el movimiento como un látigo. Cuando me detuve, en el giro que no terminé, la cascada rubia rebotó y a mí se me escapó una risa bastante cristalina. Ni siquiera la modulé.

—Tienen su encanto. El arte que ocurre fuera de los teatros y museos a veces es más crudo. Como un monstruillo que estira las garras y te pesca el corazón sin permiso —respondí aunque fui consciente de que debía sonar como una loca o algo—. Arrastrar a los demás a un nuevo terreno requiere esfuerzo y dejarse arrastrar requiere valentía. Es precioso a su manera.

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Insane te etiqueto porque ando posteando del celu y citar es bien tedioso si debo hacerlo en otro hilo (?

 

Lo escuché, apenas una fracción de segundo después de mí él también soltó la risa y por lo raro del asunto sonreí con algo parecido a la ternura. Conocía las risas de burla, en la suya no había de eso y supuse que mis delirios solo lo habían hecho reír porque sí, sin que lo intelectualizara o algo así. Incluso se había llevado la mano al rostro, así que ni él había medido su propia reacción.

Sus palabras me vinieron en gracia, la sonrisa se me ensanchó y observé el pasillo unos segundos. A mí me daba un poco igual si aparecía alguien, que lo dudaba de por sí, pero el mapeo lo hice más por él que por mí si debía ser honesta.

—Yo no intento nada —respondí todavía con la sonrisa en el rostro y aunque tuve un debate mental, para variar, acabé por dejar el bento cerca de la pared del pasillo—, pero te hice reír.

Con las manos libres volví a mirarlo, me acerqué y las estiré hacia él a sabiendas de que podía rechazarme, pero más le valía no ponerse tan digno. Me estaba tomando demasiadas libertades, era casi irracional, pero la música me activaba el cuerpo y me sentía bien. Me sentía menos extraña en el mundo por primera vez en meses.

—No será un teatro, ni siquiera es un salón de baile profesional, pero si estás con Alicia no creo que esas cosas importen demasiado —dije aunque la estupidez me dio algo de vergüenza así que evité su mirada, dejé los ojos pegados en mis manos que estaban suspendidas en su dirección—. No hay nadie. ¿Serás valiente hoy, Paimon?

Arrastrar a otros significaba esfuerzo.

Dejarse arrastrar era valiente.​

 

Cuando mencioné lo de la risa lo noté relajar los hombros, también dijo que no iba a negarlo y aunque había dicho que no se le debía pedir a los otros más que lo que nos mostraban la primera vez me pregunté hasta dónde este muchacho no necesitaba algo tan sencillo como un empujón. Era una tontería, tampoco tenía por qué darme esos aires si solo era la nueva a la que le habían lanzado sin mucha más opción.

Para cuando estiré las manos me dejó esperando, el muy descarado, y el corazón se me revolvió en el pecho, agitado. Recordé a las chicas del otro instituto, su rechazo, y extrañé a las gemelas Minami y a Mei de forma consciente. Pensé que las tres me habrían arrastrado al asumir que querría bailar, moverme y ser parte de ese algo.

Cuando aceptó mis manos por fin solté el aire suavemente por la nariz, le di un apretón ligero y mientras soltaba la estupidez de turno di algunos pasos en reversa, arrastrándonos más al centro del pasillo. Soltó que Alicia era muy torpe a veces y lo miré de lo más ofendida, al menos lo fingí.

—Aceptas bailar y me llamas torpe en el mismo espacio de tiempo, es un poco contradictorio —advertí en voz baja, pero sonreí cuando dijo que acostumbraba a bailar cosas de corte más clásico y dejé caer una broma, pues porque sí—. ¿Vals quizás? Cuando preguntaste dónde había estudiado en mi pueblito entendí que eras de la high class, sí. No pasa nada, Pai, aquí la pueblerina te ayuda.

Esforcé un poco el oído para poder captar algún ritmo con algo más de claridad, tan siquiera lo intenté, así que trabajé con lo que pude. Tiré de él hacia mí, consumiendo la distancia, y di un primer paso en su dirección, retrocedí y repetí marcando el ritmo de manera bastante sencilla, incluso si solo bailaba cosas de esas pretenciosas debía poder replicarlo.

—Y el mismo movimiento de lado a lado —murmuré replicando la noción, incluso si iba más lento de lo que se escuchaba la música—. En compensación, supongo que deberé ser tu compañera de baile si de repente organizan un baile de salón de esos aburrídisimos.

 

Su defensa fue que las personas éramos contradictorias de por sí, no valía para nada, pero a mí me dio algo de risa y negué con la cabeza como diciéndole que no tenía remedio. Me limité a seguir con mis planes, pues porque la de la invitación había sido yo, y con poco público no tenía problema en continuar lo que había iniciado. Entendía que era un poco raro viendo mi comportamiento al empezar el dichoso tour, pero solo necesitaba algo de confianza para ser más o menos normal.

En cualquier caso, tenía aquí adelante al señorito bailo-vals-y-más-cosas-de-niños-pijos, así que tomé la guía como si nada y pretendí adaptarme en la idea de que, bueno, este no era para nada el ritmo al que debía estar acostumbrado. Memorizó la base, replicó mis movimientos y luego dijo que me tomaría la palabra con mi ofrecimiento de ser su acompañante en algún baile pensado para matar de sueño a cualquiera.

Había sido una oferta tonta, solo después se me ocurrió que podía volverse una realidad por su clase social.

Su siguiente comentario siguió en una línea parecida, aceptaba cosas y luego lanzaba algo detrás que balanceaba ese arranque repentino de decencia o bondad, para llamarlo de alguna manera. Habría respondido algo inmediatamente al menos a la primera parte, pero guió el giro y me dejé hacer; al volver a la posición inicial retomé la base de antes con algo más de velocidad, pretendiendo encastrar mejor los movimientos al ritmo.

Aunque quizás también fue por molestarlo un poco.

—Si hablas en tercera persona me imagino a mi padre bailando un vals contigo —advertí en voz baja, tragándome la risa—. Aunque supongo que lo tomaré como un cumplido de todas maneras.

Busqué sus ojos, fue medio para darle una señal de que iba a añadir otra cosa a la mezcla y volví a arrastrarlo en mi dirección, consumiendo algo más de distancia, y lo insté a que giráramos en el espacio. Retrocedí un poco después, regresándole el espacio que había consumido, y retomé el movimiento de lado a lado. No fui demasiado consciente de ello, pero tenía una sonrisa bastante amplia pegada en la cara.

Incluso si era en el pasillo vacío, digamos que había podido ser parte de la diversión de abajo.

 

Por lo que se veía disfrutaba un poco llevar la contraria, como todo buen adolescente, porque cuando pretendí aumentar el ritmo para no ir tan desfasados él no lo hizo y fruncí un poco el ceño, sin molestia real. Un poco era como peso muerto, otro poco se dejaba hacer, lo que seguía construyendo esta imagen contradictoria de sí mismo. Suponía que todos los gatos eran iguales en ese sentido, bromas a parte.

Noté el tinte de su sonrisa, volví a negar suavemente con la cabeza pero seguí en lo mío, guiándolo y aprovechando mi pequeño instante de alegría. Igual muy pedante y lo que quisieras, pero lo cierto era que me estaba cumpliendo el capricho desinteresadamente, al menos eso parecía, así que no debía ser tan malo. Si uno debía vivir de las primeras impresiones, esta no estaba tan mal.

Cuando el volumen de la música disminuyó detuve los movimientos casi al mismo tiempo, estuve por soltarle las manos sin más, pero él no lo hizo y alcé la vista, esperando una reacción. Era una tontería, pero saber que había esperado por si ponían algo que todavía fuese bailable en sus estándares me dio algo de ternura, incluso con esa cara suya tan seria.

El beat cayó que dio gusto, incluso me hizo abrir un poco los ojos y reí cuando él anuló el punto de contacto, advirtiéndome que no iba a bailar eso ni muerto sin mirarme. Pretendí pescarle el ritmo a la canción, pero tampoco pensé que fuese algo que pegara conmigo y acabé renunciando.

—Dudo poder bailar eso de por sí —contesté junto a una risa floja—. Puede que sea demasiado sintético para mí.

No sonaba mal de todas formas, solo no calzaba conmigo y ya. Como fuese, ya que estaba con las confianzas, estiré la mano para volver a pescar una de las suyas, todo lo que hice fue darle un apretón suave antes de soltarlo de nuevo y le dediqué una sonrisa bastante suave, calmada.

—Gracias por bailar conmigo de todas maneras —le dije y luego giré sobre mis talones para volver a levantar mis cosas, las que había dejado cerca de la pared.

 

—Es que esta escuela tiene un montón de cosas —intervino Kaia luego de que Manson admitiera no conocer todos los espacios; parecía que no había estado prestándonos atención, pero sabía muy bien que no era el caso. Llevaba las manos entrelazadas a la espalda y nos miró de soslayo—. ¿Llevas poco tiempo aquí, Manson-san?

Seguimos nuestro camino por las escaleras. Según lo que se veía de los pasillos no había nada fuera de lo habitual, sólo muchas ventanas y muchas puertas, aunque sí reconocía que el paisaje desde aquí era bastante bonito. A Kaia también parecía gustarle. Redirigí mi atención a la morena en cuanto comenzó a responderme, e incluso si pensé que daba algunos rodeos en torno a la idea, pues no me molestó. Personalmente no tendía a divagar a menos que estuviera entre personas de mi confianza, pero entendía que cada quien a lo suyo y que no había nada de malo en ser sociable. Vaya uno a saber por qué la gente le encajaba países llenos de gente pasada por lavandina, ciertos fenómenos del mundo eran un misterio.

—Hmm —murmuré un sonido pensativo, regresando la vista al frente—. Grecia, Noruega, Japón. Creo que con tres países a los diecisiete ya calificas para ser trotamundos. ¿Qué son? ¿Como cinco años cada uno en promedio?

—Cinco punto seis, pero sí —opinó Kaia, demostrando otra vez que tenía una oreja puesta en la charla.

No le llevé mucho el apunte a lo repentino de sus acotaciones, si acaso sonreí ligeramente y asentí, aceptando la corrección de buena gana.

—En fin, que a mí sólo me cambiaron de escuela y ya me da pereza —reanudé, volviendo a mirar a Manson, y mantuve la sonrisa en mi rostro—. ¿Es buena o mala vista si crees que dos albinos son japoneses?

—Yukkun es de aquí, sí. —Kaia ralentizó su ritmo y se colocó al otro lado de la chica, pretendiendo captar su atención—. Yo nací en Hawái, aunque igual casi todos en mi familia son japoneses. Me mudé a Tokyo hará... ¿dos años, Yu?

—Más o menos, sí.

—Pero nos conocemos de siempre, solía pasar el verano en casa todos los años —agregó, refiriéndose a mí, junto a una sonrisa que reflejaba la alegría de esos recuerdos—. Estás aquí por una beca, dijiste. ¿Viniste sola?

 

Me pareció que en el flujo de la conversación hubo una leve discrepancia entre lo que Kaia había inferido y lo que Manson había contestado, pero a ciencia cierta la cuestión se deducía sola. Si llevaba pocos meses en el país significaba que, como mucho, había ingresado al Sakura este año, y las clases apenas habían iniciado en abril. Compartimos un muy breve vistazo con Kaia y al final ninguno de los dos reformuló la pregunta, sabiéndose satisfechos.

—Es muy poco —convino mi prima, concediéndole una sonrisa afable—. Diría que pareces haberte adaptado muy bien, Manson-san. ¡Hasta recibes ya a las pobres almas perdidas como nosotros!

Se me aflojó una risa muy ligera y Kaia siguió encargándose de mantener la charla. Habló de nuestros orígenes, la tradición de los veranos. Lo primero que Manson murmuró llegó a mis oídos y mi sonrisa se torció apenas hacia un costado, mas no dije nada ni busqué mirarla. Oí la risa de mi prima y noté que su voz viajaba en mi dirección.

—¿Un buen chico que es algo difícil, dices? Mira nada más —ironizó, solté una risa nasal y ella regresó a Katherin—. Qué lindo que hayan venido juntos, ¿a él también lo becaron? ¿Y por qué aplicaron aquí?

Ya le había picado el bicho de la curiosidad, ni modo. Casi con la misma liviandad se separó de nosotros para ver mejor el paisaje desde las ventanas y me detuve, girando el cuerpo hacia la morena y recibiendo su nueva pregunta en lo que aguardábamos por Kaia.

—No realmente —admití en un murmullo, tranquilo, y mi sonrisa se estiró en lo que agregaba, ligeramente divertido—: ¿Graduarme y ya cuenta?

Suspendí una breve pausa antes de seguir hablando.

—Si viniste desde Noruega becada supongo que tienes ambiciones más grandes que las mías, ¿o sólo estabas aburrida?

Era una broma, claro, pero ya estaba visto ese tema conmigo.

 

—Oh, ¿bailas? Qué bonito —respondió Kaia en automático, con plena honestidad; siempre le habían gustado mucho las danzas, incluso si no las practicaba con frecuencia—. Y encima lo haces con tu mejor amigo, debe ser muy divertido, ¿verdad? ¿Qué estilos les gustan más?

No había prestado mucha atención a los panfletos y las charlas casi evangelistas de mi prima sobre el Sakura, pero al menos sí lo suficiente para encasillar el perfil de la escuela y darme cuenta que realmente no tenía ninguna clase de inclinación artística fundamentada. ¿Habría sido por su carácter internacional, entonces, que la beca los escupió aquí? Parecía la opción más lógica. Por ende, debían desempeñarse en otro espacio extracurricular; alguno, quizás, afiliado al Sakura.

E igual no importaba, pero a veces me daban ganas de meter el hocico sin más.

—¿Y dónde entrenan? —pregunté—. O practican, o ensayan, o como le digan.

Cuando Kaia se distrajo, Manson se detuvo un peldaño por encima y eso anuló la diferencia de estatura. Mantuve las manos en los bolsillos y relajé la cadera contra el barandal de la escalera, dejando el cuerpo en un ángulo que me permitiera enfrentar a la chica y también girar el rostro hacia Kaia. Los alumnos seguían fluyendo pero honestamente me importó una mierda estar estorbándoles el tráfico. Admitió que no tenía tiempo ni de aburrirse y junté levemente las cejas, dramatizando un poco la cuestión en plan "no me digas, ¿cómo puede ser?".

—Ah —agregué después, fabricando una epifanía—. Estoy ante una auténtica workaholic, vaya. Primera vez que veo una en carne y hueso.

Se rió y deslizó la mirada a Kaia, cosa que imité sin concederle mucha cabeza. La chica había abierto la ventana y parecía muy abstraída mirando hacia abajo, pero había algo muy, muy sutil en su rostro, en su perfil, que me lanzó una idea contraria. Era una suerte de... concentración, quizá. Era la mirada que a veces le encontraba en el galpón, observando a los demás desde la barra o las sombras del fondo, y eran los ojos aguamarina que destacaban como faros en el uniforme shinobi. Estoy viendo algo, decía. Y eso, en el mundo que habitábamos, no solía ser señal de buenas noticias.

La realidad se había desdoblado por completo y con la misma velocidad regresó sobre sí al oír la voz de Katherin. Volví la vista a ella, a sus ojos, y me hizo cierta gracia que sacara a colación la tontería de recién. ¿Ni diez minutos de vida escolar y ya Kaia andaba manchando mi reputación? Qué injusticia. La pregunta en sí era prácticamente una trampa, o reconocía tener mal genio o le echaba el barro encima a mi prima. Ninguna de las opciones me apetecía demasiado.

—¿Y tú siempre presentas así al pobre Aleksander? —repliqué, con calma, y una sonrisa suave que tornaba ambiguo el tinte de mis palabras—. No me lo parece de una muchachita tan amable como tú, ¿o sí?