Pasillo (1º piso)

El entusiasmo y el brillo que desprendían de la joven a la que Emily me estaba presentando eran notables. Pude ver casi de inmediato la sinergia que las dos mantenían y eso me alegró mucho. Siempre esto era algo bonito de ver: cuando dos personas trababan una amistad tan buena que hasta los demás podían sentirlo. Anna se presentó diciendo que era argentina, algo que no me sorprendió al ser casi todos los alumnos de diferentes países fuera de Japón. Pero el español era un idioma que me interesaba bastante, por lo que me anoté mentalmente el pedirle que hable en su idioma natal alguna vez para escuchar ese sonido maravilloso.

Luego de la presentación, Anna mencionó mis mechas, lo que hizo que me sonrojara un poquito, a decir verdad.

—Tu cabello también es lindo, Anna —le respondí, en un tono bajito, aunque creo que no me escuchó porque rápidamente cambió de tema. Esta vez me habló de un lugar que me querían mostrar, y yo, sinceramente, ya me estaba emocionando.

De repente, se acercó a nosotras un muchacho de cabello y ojos negros que saludó tanto a Anna como a Emily con naturalidad, dejando en claro que las conocía de antes, y luego me miró a mí. Me sentí un poquito intimidada al principio así que di un pasito atrás pero luego vi su sonrisa y escuché su voz presentándose, y me di cuenta de que sus intenciones no eran malas, por lo que le respondí cortésmente.

—H-hola, sí, soy nueva. Me llamo Karou. Un gusto también.

A continuación, apareció otro chico más de cabello y ojos negros también, quien me intimidó aún más si se quiere. Di dos pasitos hacia atrás y me empecé a sentir incómoda. El muchacho nos deseó un buen provecho y luego se acercó a Anna para decirle algo. El problema fue cuando sentí apenas que el ambiente se enrarecía de la nada. Anna se veía contrariada. Todo su anterior brillo se esfumó de repente y parecía… lastimada. Nos indicó que nos dirigiéramos al lugar, por lo que me despedí con una leve inclinación rápido y la seguí.

Ella nos pidió perdón por su actitud, ante lo que respondí:

—N-no sé todo el contexto de lo que pasó, p-pero tranquila Anna. Todos tenemos nuestros momentos… —le expresé mientras bajábamos, recordando a mis padres.

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Bruno TDF Zireael Esta es la respuesta de Karou a los saluditos!

Amane Gigi Blanche Acá está el post, perdonen la tardanza. ;w;

 

Podía decir con ciencia cierta que a mí y Fiorella nos mirarian como si fuéramos angeles aquí en esta tierra, pero yo más que ella sabía que eso no era posible, después de todo la situación y las cosas que a veces me preguntaba cómo las había hecho requerían de mucho de que hablar. Como tal, seguimos caminando por el pasillo sin ningún problema bueno excepto que cuando me gire para verlo una última vez mire como me saludaba de forma animado reí brevemente para volver a mirar al frente.

Después de haberle hecho la pregunta escuché lo que me contestó, así sin más solo asentí claro las risas no faltaron cuando dijo que la academia se estaba acostumbrado a el, y de seguro que era verdad no sé lo negaría.

Seguimos por nuestro camino hasta que lo guíe por el pasillo de los primeros para después bajar a la planta baja para poder llegar a la piscina. Markus volvió hablar lo escuché en poco y último que dijo hizo que me dignara a mirarlo entre curiosa, divertida y con un leve reproche.

—¿Sabes? Si no me decías que lo dirías cuando lleguemos a donde Fiore, te molestaría hasta que lo soltaras soy demasiado curiosa —rei—. ¿Entonces eso lo que te tiene así de entusiasmado, aparte de que conocerás a Fiorella?

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Decidí arrastrarlos por acá para no hacer doble post arriba uwu. Bruno TDF

 

En todo este tiempo que llevábamos de conocernos (dos días y medio para ser exactos), podía hacerme un par de ideas sobre mi pequeña guía. Que, a ver, no es que tuviera yo los ojos más biónicos del universo conocido, pero al menos la cabeza me carburaba lo suficiente para entender algunas cosas. Ella había tenido un par de contestaciones, tanto hoy como en mi primer día, con las que se dejaba ver como una chica bastante melancólica, y era algo que también podía notarse en su cuerpo. Bailar es una expresión física, y vivir la vida puede pensarse medio parecido (mmh, siento que me voy a enredar), porque tu postura y tu modo de moverte también expresan lo que eres, o algo así (perfecto, creo que no me hice un lío mental. Vaya tela, esto de las metáforas). Y Sophita se movía con sutileza, con esa tranquilidad que la convertía en una promesa de la danza.

Era por eso que me gustaba escuchar sus risas. Recibía mis gracias y a cambio me daba el lindo sonido de sus carcajadas, que eran tan calmas como sus movimientos. O sea, yo creía que no le costaba reírse en medio de la melancolía, pero a lo mejor estaba siendo yo un tremendo tipazo capaz de contagiar de alegría a todo el mundo, quién sabe. La duda me quedaría bailando en el pecho.

Cuando Sophita dijo que me hubiera molestado para saber mi gran secreto, en caso de no revelarlo frente a Fiorellita, no me quedó más remedio que mirarla con una expresión juguetona.

—Cuando tengo algo que callar, no hay manera de que alguien haga que me vaya de lengua, eh, no hay manera. Me tendrías que molestar por una eternidad, querida —respondí con los brazos cruzados, divertido, mientras caminaba a su lado—. Pero sí, es ese asunto lo que me tiene así de contento. Mejor dicho: es algo que ya tenía planeado realizar desde que supe que me transferían para el Sakura, sólo que creí que iba a hacerlo solo —asentí para mí mismo—. Pero conseguir una compañera fue un cambio de planes bastante afortunado, ¡y hasta vamos a abrir un…! —callé de pronto con un sobresalto— Ah, no, eso sí que no lo puedo decir —me atajé con exagerada inocencia.

Si Sophita quería molestarme para satisfacer su curiosidad, dejaría que lo hiciera porque me daban curiosidad sus modos.

 

Shiori se acercó como se lo pedí, y accedió sin trabas en realidad. Dejó sus cosas sobre el mesón y yo me dediqué a esperar en realidad, a que su resolución de conflictos y conocimiento de espacio al llevar más tiempo aquí me facilitara la vida; el vincularla con una miníma probabilidad de que en algún momento estuvo ahí dentro fue como de lo que sujetarme en lo que por mi parte comenzaba a conocer. Pasó de la liga y por su laso se recogió el cabello, por lo que la guardé sin problema de nuevo en el bolsillo. Proporcionó lo solicitado en lo que por mi parte abría lo que debía ser el bento, y bueno, al hacer la comparación con lo que mi progenitor indicaba como ingredientes noté con facilidad que hacía falta algo, en este caso, la proteína.

Y bueno, había escogido un platillo en donde la proteína era la protagonista.

Me sentí ridículo y por un instante sentí la necesidad de murmurar mi molestia, sin embargo regresé en automático al móvil.

Genio, ¿cómo preparo sin el ingrediente principal?

Noté el cómo la aplicación indicaba que comenzaba a escribir, luego se detuvo, de nuevo retomó y a la final envió un sticker que no venía a cuento, es más, había borrado el mensaje larguisímo que me había enviado a la hora en que inició el almuerzo. Suspiré astiado. En definitiva, la personalidad de papá no la había heredado yo.

—Olvidalo —le dije a Kurosawa en lo que cerraba el bento que traía verduras y harina, sujetando lo que ella había traído para regresarlo a su sitio y retornar luego sobre mis pasos—. Mi padre es una vergüenza —acoté de igual forma, tomando el bento luego de cerrarlo, en lo que metía la mano libre en el bolsillo del pantalón.

La había hecho perder tiempo a ella, a mí, y por ahí derecho aguantar hambre como un desadaptado. Me salí entonces con simpleza, luego de despedirme de Verónica con un movimiento de mano, vano de por sí, llegando al pasillo en lo que sacaba el móvil y le texteaba a mi hermana.

¿Adivinas como me inaugura nuestro padre en Japón?

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Zireael

 

Recibí la burla de parte de mi hermana mayor en lo que le enviaba un sticker que denotaba irritabilidad, ésta me escribió que así tal cual le pasó en su primer día de universidad -cuando vivíamos los tres, logicamente-, aunque con ella era distinto, a fin de cuentas no sentía real interés por la culinaria así que se lo tomaba con más ligereza y pasaba de él, comprando almuerzo. En eso tampoco nos parecíamos, porque ella no era nada quisquillosa para la comida, aunque sí para los dulces y la repostería.

No me apetecía mucho el comprar el bento genérico de la cafetería, porque ya lo había probado el primer día luego del recorrido y era algo mediocre, fue cuando salió Kurosawa del club, hablándome luego de ir unos pasos más adelante en el pasillo al terminar recostado contra la pared con la vista en el móvil, frente a la puerta como tal. La miré entonces. Decía que aguantaría hambre, y sí, era una exageración de mi padre aquello de que no almorzaría, siendo lo único cierto, el que logicamente almorzaría cualquier cosa que no sería de mi agrado y era suficiente para sentir tedio, por lo que arqueé una ceja en su dirección ante lo que parecía una invitación, a la final solté el aire en un suspiro vago, echándome a caminar hasta estar a su lado.

—Supongo que correré el riesgo —enterré las manos en los bolsillos, con la vista ya hacia la cafetería.

 

No hubo una reacción inmediata por parte de Cayden. Si bien era lo lógico que las personas no siguieran un mismo patrón de comportamiento, su ensimismamiento revolvió, con una diminuta vibración, mi curiosidad. Aún permanecía a mí lado, por lo que fui capaz de notar en él, de soslayo, la quietud de quien parece estar internado en la profundidad de algún pensamiento… o varios de ellos. Por su parte, Ilaina fue quien tomó la palabra para expresarme sus buenos deseos para mi intercambio, en el sentido de que esperaba que lo disfrutara; podía pensarse como una expresión formal nacida de la mera cordialidad, pero esta chica daba una impresión de honestidad al momento de hablar, rasgo que volvió a relucir con su mención sobre Cayden.

Una sonrisa amable fue la única contestación que llegué a otorgarle antes de que Dunn me pescara del brazo para conducirnos por el pasillo. Su inesperado contacto vino acompañado de una nueva serie de comentarios donde hizo referencia a mi condición de kohai, secundando así al comentario de Rockefeller en el que lo destacó como un buen senpai. Forcé un poco la sonrisa, ya que otra sentía pena mientras era llevado del brazo. Incluso algo de vergüenza amenazó con ruborizarme, cosa que al final no aconteció. Si bien no hubo color que me delatase, no pude evitar sentirme como un niño al que llevaban de la mano. Pero, al final, esta fue una sensación fugaz y terminé por asimilar la situación que contra risa leve que, como siempre, retuve en el pecho. Tenía la manía de no reírme con soltura, porque me daba vergüenza la posibilidad de poner expresiones raras o vergonzosas al hacerlo.

Pero Ilaina tenía razón: Cayden era un buen chico. En la prueba de valor mi brindó su apoyo, en la academia me invitó a almorzar con él. Aquel fue un rato de lo más agradable, donde incluso traspasó mi formalidad para forzarme a retener risas varias, y hasta logró que me sumara a su ocurrencia del príncipe y el caballero, metáfora que seguíamos conservando para definir nuestra relación. No cabía la menor duda de que nos llevábamos bien. Confiaba en que así continuaríamos. Como ahora.
También estaban Altan, Verónica, Kashya. Tenía cierta afinidad con Bleke, nos acercábamos a través de los libros y el silencio de la biblioteca; no sabía aún si existía mucha confianza entre ambos, pero nuestra relación era amena y la disfrutaba. En cambio, sí podía afirmar con seguridad que había confianza con Cayden, y ni siquiera hacían falta las palabras para dejarlo ver.

—Mi intercambio está siendo una experiencia memorable, agradezco tus palabras —respondí a Ilaina mientras continuábamos avanzando, rumbo a nuestras clases. Dirigí una mirada a Cay—. Sin dudas, me siento afortunado por tener un senpai como él —mi voz sonó tranquila, sin un atisbo de broma; estaba diciéndolo en serio, y acompañé aquellas palabras dedicando a Dunn una sonrisa amplia, agradecida. Luego volví a dirigirme hacia la chica—. Espero que podamos darnos tiempo para conocernos, Ilaina. Intuyo que encontraré en ti a otra buena senpai.

 

Imaginé que haría la pregunta, por lo que respondí sin mucha demora al tenerlo definido:

—Cultura general. Aunque con mi mejor amigo solemos conversar un poco de filosofía cuando nos da el aburrimiento, pero también leo cualquier otra cosa que me llame la atención —no lo mencioné ni nada, pero el misterio también caía en el saco de gustos, como lo era el libro de la ley del padre o mandíbula por la escritora Mónica Ojeda, aunque se inclinaba más al horror éste último. Estuve por preguntar algo más pero su voz se deslizó por el pasillo.

Me dediqué a escucharla al tener la noción de que era un poco tímida, y no tenía intención de retraerla acortándole la ídea. Al estar un poco adelante de ella era posible que no lo hubiese notado, pero algo similar al vistazo por el rabillo del ojo rozó la curiosidad. No había escuchado de ese lugar, al menos no que recordara, e imaginaba que ni Craig porque de lo contrario ya me lo hubiese mostrado desde el primer día; dijo que era nuevo así que conecté las ideas y no le di muchas vueltas.

—¿Y leíste en dónde está ubicado? —pregunté en lo que comenzabamos a bajar hacia el primer piso luego de que ella husmera visualmente el espacio de la segunda—. Retomando —murmuré en aviso de atención prácticamente—, acá está un club de cocina, y una enfermería. Ah, y también un salón de arte —agregué al notar el tablón que lo remarcaba.

No veía mucho más que hacer en esa planta por lo que continué escaleras abajo, continuando con la plática pues porque ella no lo sabía, pero había tocado temas de interés al menos en expresar mis hobbies en el proceso.

—¿Y tú tienes algún pasatiempo?

 

En lo que caminabamos el ruido se iba haciendo bastante más fuerte, se podía apreciar entre murmuros, risas y música. No me molestaba mucho las multitudes como para no estar en ellas, pero si podía elegir preferia otro tipo de espacios, tan sencillo como eso. El cielo continuaba algo encapotado, imaginaba que en horas de la noche fuese probable que cayera alguna tormenta, o como minímo alguna llovizna.

Alcanzamos el pasillo de la planta baja, y en lo que subíamos las escaleras la voz de Ilana me llegó de costado.

—Son entretenidos, supongo —sonaría cuadrículado pero ni modo, era lo que era—, pero personalmente prefiero verlo en un teatro, en vez de una actividad escolar.

La miré de reojo luego.

—¿Y tú? ¿Qué piensas de ese tipo de eventos?

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ups con el doble post

 

Yuta hizo la anotación, luego llegó el comentario de Kaia y no dije nada al respecto más que se me escapara la sonrisa de los labios. Me gustaba el socializar, ¿no? Se había visto con Rowan y Tora, con Morgan y Kohaku. No era particularmente que lo buscara a ciencia cierta como en el anterior instituto, porque en algún momento lo había echado al baúl, el acercarme en cosas que no se me han perdido solo por querer ampliar mi circulo social, había traído sus consecuencias por lo que procuraba -inconscientemente-, una resistencia que apenas estaba trabajando sin darme cuenta.

El chico mencionó también que no había mucha ciencia, y tenía toda la razón.

—Sí, y tiene muchos espacios que si te confieso ni yo conozco —comenté risueña al verla asomarse por el hueco de la escalera.

Era parte del hecho de que había preferido aislarme un poco de la gente, lo que no me hubiese interesado en un club, ah claro, y la falta de tiempo influía también.

Miré de perfil de Yuta al éste hablarme.

—Veamos, en ocasiones me han preguntado si soy de Polonia, o Alemana, pero yo la verdad no creo tener características fisícas que me afiancen a esos lados —le hice conversación más allá porque así me plació, pero a la final suavicé las facciones, dejando la tontería de lado—. Soy nacida en Grecia, aunque parte de mi adolescencia por el traslado de trabajo de mi madre lo viví Noruega —continué subiendo las escaleras al ritmo de ambos—. Y ahora por una beca terminé aquí, creo que he sido medio trotamundos, pero no sé si suena muy apaititikós Mmm, ¿cómo es la palabra? Ah ya, pretencioso. —medio me había atorado mentalmente con el japonés pero lo resolví casi de inmediato— ¿Y ustedes son de Japón? ¿O tengo mala vista?

A ver, que había soltado información que nadie me pidió pero las amistades no se hacían solas.

 

Parpadeé tranquilo mientras realizaba su escaneo, estirando ligeramente la sonrisa mientras esperaba. Aún si fuese parte de la broma era gracioso verla tomárselo con esa seriedad. Mencionó entonces las propiedades de la pasionaria, que me harían dormir como un bebé y tal, y su comentario sobre su amigo captó parte de mi interés.

—Si quieres pasarme su número no estaría mal darle un intento —comenté de pasada, sacando el teléfono del bolsillo—. Tranqui, le diré que le publicitaron muy bien, para que te den una comisión o algo.

Que mencionase que la persona que me obligó a ver la serie ya le caía bien me dejó sentimientos encontrados. Había sido alguien con la que había separado caminos, por una razón u otra, de modo que no podía presentársela y que chillasen sobre el resto de libros de la saga. Por los ligeros matices que estaba observando en Morgan, sentía que se hubiesen llevado bien y todo. Ella siempre había sido amante de las letras, mientras que mi identidad se formaba entre números y códigos.

Nada que hacerle, ¿no? El tiempo no se detenía por ninguno de nosotros.

Morgan se puso en marcha entonces y recordé que igual debíamos ir subiendo y todo eso. Asentí como toda respuesta, y arrojé la lata vacía mientras pasábamos por una papelera, camino al primer piso.

—Ciencia ficción a tope. El steampunk, el cyberpunk, los mundos distópicos. Me flipan —Leía bastante poco en general, era más de películas y videojuegos, pero por recomendación de aquí y allá terminé dando con verdaderas joyitas—. Soy un nerd de la física y las paradojas, aunque no lo parezca. ¿Has leído "El fin de la eternidad"?

 

En el momento que debí ascender por las escaleras, estando tan pegada a la gente... no logré resistir el agobio.

Mi respiración se entrecortó con una brusquedad tal, que aceleré sobre los últimos peldaños para refugiarme en la dimensión más espaciosa que ofrecía el pasillo. Permanecí con una mano apoyada en el frío vidrio de una ventana, mientras con la otra estrujaba el largo abrigo rojo que envolvía mi cuerpo. Ignoré como pude el paso de las personas que iban detrás de mí, a las que sentía como una ola amenazante. Busqué serenar el ritmo desacomodado de mi respiración, intenté convertir el aliento alterado en largas y profundas bocanadas. Tuve algo de éxito al principio, pese a que el aire llegaba temblando a mis pulmones.

Llevé una mano a mi pecho. Sentir la suavidad de mi abrigo rojo me tranquilizó un poco, era una prenda que me gustaba, de las pocas cosas que podía lucir sin morirme de pena, p-por eso me encantaban los días de frío, ¿tal vez? Mi corazón retumbaba al otro lado de la gruesa tela, pero había mermado su escandaloso torbellino. Noté, de igual forma, que mi respiración redujo su velocidad. No así su fuerza...

Cerré el puño. Me repetí por lo bajo, un par de veces, que no debía sentirme frustrada, que mi aplastante timidez no tenía que ser motivo de lágrimas. Intenté infundirme ánimos en medio de mis miedos, busqué centrarme en el hecho de que había logrado llegar aquí yo sola… Con mi propia fuerza.

—Soy… Soy valiente… ¿tal vez? —me dije por lo bajo, no muy convencida.

Sacudí la cabeza cuando una bruma de dudas buscó ensombrecer mi ánimo. ¡D-debía entrar a mi aula cuanto antes! Abandoné el espacio junto a la ventana para enfrentar el pasillo y… tragué saliva. A-a-aún había mucha gente. No… No estaría mal si miraba al suelo un ratito más, ¿tal vez? Por lo que me aferré a las tiras de mi mochila y, con el flequillo haciendo sombra sobre mis ojos, aceleré a lo largo del pasillo en dirección a la puerta de mi salón.

Grave error.

Era hábil en esquivar a las personas con sólo verles los pies, pero… tan torpe como para fallar unas cuántas veces. Tres pares de uwabakis se manifestaron de súbito en mi campo de visión, provocándome un vuelco en el pecho. No pude detenerme a tiempo. Mi frente impactó sobre alguien, no supe si en su pecho o su hombro. La inercia del choque me lanzó unos centímetros hacia atrás y, para empeorar las cosas, se me escapó sin querer una exclamación aguda.

—¡P-P-Pe-pe-pe…! ¡P-P-perdón! —empecé a decir atropelladamente— ¡Lo siento! ¡Lo siento! ¡No quise…! No quise… Yo sólo… Perdón…

Cuanto más hablaba, más intenso se volvía el rubor en mi rostro, profundizando la horrible sensación de vergüenza y ridiculez. Mi corazón estuvo a punto de explotar cuando me atreví a mirar a las tres personas que tenía enfrente: dos chicas albinas y una muchacha de expresión muy seria que me dio algo de miedo.

La joven a la que había chocado tenía ojos ambarinos. La miré con una mezcla de temor y preocupación, en silenciosa súplica.

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—Eeeh… ¿Duele? ¿Te… te lastimé? —quise saber, la voz me temblaba— Yo… Eeeh… Lamento mucho esto… Perdón… Yo…

Apreté los labios, angustiada. No podía seguir hablando. Volví a agachar la cabeza, pedí perdón una vez más y me fui casi corriendo al salón 1-3, sin otorgar espacio a nada más. Desaparecí de sus vistas, mareada por el calor de mis mejillas.