Microrrelato Pañuelo de Papel

N/A: Este y mis relatos todos se publican en mi blog (http://sora-azu.blogspot.com)

La habitación estaba casi completamente a oscuras. Los pañuelos usados se amontonaban arrugados en la papelera de plástico rosa.
Su pelo, liso y ligeramente enredado, caía sobre la almohada, continuando hasta rozar el suelo con suavidad.
Tenía los ojos inflamados y completamente enrojecidos por el amargo llanto que caía de ellos sin parar desde hacía unas horas.
Gimoteaba al llorar, murmuraba su nombre una y otra vez; lo llamaba desesperadamente, aunque sabía perfectamente que no obtendría respuesta alguna. Tenía que admitirlo; él se había ido para no volver. Se había marchado para siempre de su lado, y Dios sabía si estaba ya al lado de otra mujer. La sola idea la mataba.

¿Qué había hecho mal? No lo sabía; no tenía la menor idea del por qué de su maldita suerte. El cuarto había sido ya que pasaba por su vida, el cuarto que, una vez más, la había hecho llorar. Pensó una y otra vez el motivo por el cual no podía definitivamente alcanzar la felicidad.

Tal vez era por no ser bonita; tal vez por no ser la más inteligente de su clase. O tal vez era su forma de amar, tan entregada.
Tal vez...Podían ser muchas cosas, y ninguna de ellas al mismo tiempo. Su autoestima destacaba por su escasez, más aún en aquellos momentos.

Por decimocuarta vez en dos horas y media, su teléfono móvil vibró sobre la cama, y la balada que tanto le gustaba y tan poco quería oir ahora volvía a sonar.
Dudó si cogerlo durante unos segundos, en los que el móvil violeta resbaló por la colcha color verde manzana y aterrizó en el suelo con un fuerte golpe.
La joven respondió a la llamada.

—¿Sí?—preguntó con desdén.

—Paula...—la llamó una dulce voz masculina.

—¡Marcos!—exclamó ella sorprendida.

—No suenas muy animada...Voy para allá—concluyó el chico.

Paula quedó pensativa por unos segundos escuchando los pitidos que emitía la línea telefónica.
Dedicó un par de minutos a confirmar sus sospechas: las trece llamadas perdidas de la tarde provenían de su mejor amigo, Marcos.
Los quince minutos que separaban su casa de la de él le parecieron tan eternos que cerca estuvo de llamarlo.

Al fin, el timbre sonó. La chica corrió para abrir lo antes posible a su amigo, a la única persona que quería ver en esos momentos.

Quizás fuera la necesidad de sentirse amada, quizás era que sentía algo más que amistad...
Quizás...No hubiera un motivo por el cual se fundió con él.
Quizás, simplemente, no tuvo ningún motivo para besarlo.