Decidió visitar a la bruja, con una actitud valiente y positiva. Ella sabía que las probabilidades de obtener su petición eran muy bajas, pero ella quería intentarlo. Con sus delicadas manos, bajó la capucha que cubría su rubia cabeza, suspiró, se mentalizó y tocó con sus pequeños nudillos la puerta. Bastó dos simples toques para que ésta se abriera. La niña entró sigilosamente, pensaba que su valentía no se disolvería cuando viera aquel lugar. Pero se equivocó. Desde su posición, pudo ver como algunas ratas nadaban en un frasco lleno de un líquido verde, en otra parte, se encontraba una cabeza sin ojos. Cuando dio un par de pasos más, quedó a su vista un perro con dos patas, las traseras, pero tenía la virtud -o la magia- de poder andar a dos patas. La niña pensó en huir, definitivamente se había precipitado. Un lugar así, no es un sitio para alguien como ella. Sin embargo, cuando se dio media vuelta, impulsada por el terror y su propia imaginación, la bruja apareció. Esta bruja no tenía una verruga, ni un sombrero cutre de pico. Era bonita y sus ojos llegaban a hipnotizar hasta lo más muerto que se encontraba en ese lugar. La bruja miró de hito en hito a la niña. No dijo nada, simplemente negó con la cabeza. —¿Dónde vas niñita? Aún no has pedido tu deseo. —la voz de la bruja era calmada, pacífica e incluso dulce. La niña estaba petrificada, millones de sensaciones invadían su cuerpo, olvidándose hasta de su proposición hacia la peculiar bruja. La chiquilla empezó a jugar con sus propias manos y a titubear. —Yo... es que... tú... dicen... no sé... cómo... —la bruja rio. Y, de nuevo, negó con la cabeza. —Oh, niña preciosa y valiente, no debes tener miedo. Pídeme e intentaré ayudarte. -dijo la bruja, su voz seguía sonando de lo más calmada. La niña tragó saliva y se animó a decirlo. —Quiero acabar con las injusticias del mundo. —la bruja se quedó ojiplática, esperaba la petición de una niña de su edad, algo como una muñeca que hable de verdad o un perrito. La bruja se llevó la mano a su barbilla, pensando en las consecuencias de lo que ésta le pedía. —¿Qué obtengo yo a cambio? —preguntó. Ella no hacía las cosas gratuitamente. La niña no pensó en eso. Así que le respondió lo que primero pasó por su cabeza. —Unas eternas vacaciones. Estoy segura de que muchas personas vienen aquí a pedirte venganza o para echar alguna maldición. Si las injusticias no existieran, esas personas no vendrían aquí y tu podrías viajar, conocer mundo. —dijo la niña, intentando sonar segura ante sus palabras. La bruja mostró una gran sonrisa. —En tal caso, que así sea. —la bruja chasqueó los dedos y un gran temblor invadió el lugar. Este temblor no duró más de cinco segundos, sin embargo, cuando paró y la niña miró a la bruja, ésta era todo pellejo. No tenía pelo y, desde donde se encontraba, pudo ver dos verrugas. ¿Acaso se había hecho justicia con la bruja? No es justo que sólo ella obtenga la virtud de la juventud cuando ya no lo es. Las ratas se hallaban jugueteando por la casa, libres, y el perro de dos patas, ya tenía cuatro. Si en esta casa se hizo justicia... en el mundo entero.... La niña salió corriendo. Quería ver el milagro que la bruja le había concedido. Corrió hacia el bosque, sin poder quitar ojo de lo que veía. Todo era colores, los verdes de los árboles, el amarillo de los tulipanes, el lila de lavanda... Los pájaros cantaban como nunca antes y el río agradecía la no-contaminación. No obstante, la niña quería ver más. Se fue a su ciudad, especialmente al vagabundo que dormía en frente de su casa. Éste ahora se encontraba feliz. La niña se acercó y le preguntó. Éste le comentó que uno de los comerciantes necesitaba a una persona que se hiciera cargo de su jardín y pensó en él, no veía justo que nadie le diera trabajo. La niña, feliz, se fue a ver más. Se fue directamente a la puerta de su colegio. Allí se encontraba una madre tan feliz como se encontró al (ex)vagabundo. La madre daba las gracias al colegio por pagarle a su hijo los tres años que le faltaban por cursar. Este niño iba a ser echado por no poder pagar. La niña se sentía plena por todas las buenas nuevas que escuchaba y veía. Así que decidió ir a su casa y comentarle a su madre que todo aquello lo había hecho ella. Cuando llegó a su hogar, su madre se encontraba empaquetando algunos libros de cocina y ropa. —¿Qué pasa mamá? —la niña pensaba que se los daría a alguna persona que lo necesitase, pero esa no fue su respuesta. —Debemos mucho dinero a hacienda y no tenemos con qué pagarlo. —la niña no sabía qué era hacienda y tampoco entendía porqué empaquetaba sus cosas. La madre, al ver la expresión de la niña, le aclaró: —Estamos embargados. —la chiquilla entendió el punto y no le gustó nada lo que eso significaba. Una lágrima rodó por su rostro delicado y, sin decir nada, salió corriendo. —¡¿Qué has hecho?! —gritó la niña nada más divisar a la bruja. Ésta se miraba al espejo, intentando ocultar y tapar algunas de sus arrugas. La bruja no se immutó, sabía que volvería. —Yo he obtenido mi edad, el vagabundo una oportunidad, tu amigo una beca y tus padres un embargo. Se ha hecho justicia. —¡No! No se ha hecho justicia. Mis padres no deberían pagar nada. —Tus padres no pagaron cuando debieron. Ahora hay justicia y eso implica pagar. No fue mi deseo sino el tuyo, atente a tus consecuencias. —la niña se paseaba por la casa de la bruja. Tenía que pensar en algo y rápido. No podía dejar eso así, no. Tragó saliva y miró a la bruja que en esos momentos se estaba poniendo una peluca. La bruja, al notar los ojos de la niña en ella, se giró para enfrentarla. —Pídemelo, niñita. —Quiero que todo vuelva a ser como antes. —la bruja chasqueó los dedos y, de nuevo, otro temblor invadió el lugar. A los segundos, la bruja volvió a tener su figura de modelo y sus ojos hipnotizadores. Las ratas nadaban en líquido verde y el perro andaba sobre dos patas. La niña corrió hacia el bosque. Todo era de color marrón, triste y desolado. El vagabundo seguía en su banco, comiendo algo que se encontró en la basura y el niño salió llorando de la mano de su madre, no tendría una educación digna. La niña se fue hacia su casa, buscó a su madre y la vio sentada en el sofá, leyendo una revista. —¿Qué pasó hija? FIN.
Interesante... realmente interesante, es que todo va bien con la justicia cuando no nos alcanza a nosotros. No sé el estilo de los cuentos de hadas no es mi preferido; sin embargo, esta historia me agrada. No sé si se deba a la lección que aguarda, pero me ha gustado pensar un poco en cuantas veces reclamamos justicia a nuestro favor. Aunque, por un momento, pensé que la bruja habría perdido también sus poderes. Así mismo me gustaría añadir que a veces tras los vagabundos hay una historia de como acabaron allí... no entrare en detalles, solo diré que no estaba de acuerdo en todos los conceptos de justicias que había en el mundo de la pequeña niña. Lindo trabajo, gracias por compartirlo.