Ouroboros Ouroboros En un salón circular con techo esférico, pintado de negro y tapizado en tecnología, en medio de una falsa lobreguez Eliseo mira estáticamente una estática pantalla. Lleva ya unos cuantos minutos en esta posición sin ser capaz de cerrar los ojos, sin que pensamiento alguno surque sus neuronas, y si respira, él no podría asegurarlo. Pero finalmente, y como siempre sucede, sale de su ensimismamiento. Un led verde deja de titilar en la negruzca cajita plástica, luego sigue otro junto a ese, y así, 5 estrellitas se apagan en esa suerte de bóveda posmoderna que él usa como cuarto de estudio. Eliseo presiona un botón en el modem dos veces y las luces resucitan por escasos segundos. Molesto, remueve los enormes auriculares que estrangulan su cabeza y se da cuenta de que llevaban largo rato ya en silencio. Bufa y con pies pesados comienza a bajar la escalera caracol que desemboca en el amplio entrepiso. Sigue hacia el fondo del pasillo izquierdo, mirando su esbelta figura en los espejos que visten las paredes, y entra al baño de su padre. La luz blanca perfora sus pupilas enrarecidas mientras abre el botiquín para tomar, de un tarrito, una pastilla celeste apagado. La apoya delicadamente sobre su lengua y bebe agua del grifo. Hacia el otro pabellón de la casa puede oírse prendida una televisión. Aunque Eliseo esta aún en el segundo piso, el volumen esta tan alto que puede escuchar las falsas risas de una sitcom americana que alguien ve en la sala de estar, en planta baja. Descendiendo una ancha escalera y atravesando el salón comedor se llega a otro corredor esplendido, y por último este une la cocina, el livingroom, los jardines y el baño de servicio. Asomada apenas sobre el respaldo del sofá divisa la cabeza de su madre, Reneé; paso a paso cuenta cada uno de sus cabellos, que el fulgor televisivo transmuta en fibras ópticas. Penetra Eliseo en la habitación y pasa sus dedos por una lámpara cuyo pie es una estatua, todo en esta casa es una escultura, o una obra de arte, o simplemente un objeto inservible con marca de diseñador. Reneé esta dormida con la boca entreabierta, y su piel camaleónica, que ahora él también comparte, exhala un aura glacial. Eliseo se sienta a su lado, muy cerca, observando su etéreo rostro en la semioscuridad, es el suyo propio, tanto así se parecen. Se recuesta, hunde la nariz suavemente en el valle de sus impecables senos por un breve momento y se levanta luego disimulando para si mismo, tomando una copa que descansa en la pequeña mesita. Lleva la bebida a sus labios, es el vodka que Fausto trajo de Polonia la semana pasada, y cuando ya se desliza por su garganta recuerda el Diazepam que acaba de ingerir. Baja el brazo y se queda mirando tontamente el vaso, suprimiendo la primera reacción que le sugiere escupir. Y súbitamente un hercúleo segundo impulso, que no sentía desde hacía años, que había olvidado ya que alguna vez lo había tenido, lo llama a huir desesperadamente. Su agujero negro interno ha consumido ya todo en el interior y ahora quiere brotar hacia afuera como un herpes demoníaco. De pronto, la pieza es un embudo maelstromiano devorando los cortinados, las lámparas de tres mil dólares, el home theater y el sofá mismo, con Reneé sobre este, igual a una muñeca envuelta en celofán. Eliseo viéndolo todo desde una especie de steadycam sobre él mismo, vuela a la puerta principal y sale, encontrando una calma infinita en sus prolijos jardines, donde cada pasto mide exactamente lo mismo. Tembloroso, camina por el empedrado que lleva a la salida. Strauss, el viejo doberman adiestrado lo oye y comienza a aullar, Eliseo aumenta la marcha sintiéndose todavía más paranoico, dándose cuenta de que la cantidad de veces que ha recorrido ese camino a pie es ridículamente baja. Ahora, sólo el portón metálico lo separa del resto del mundo, se encuentra perplejo sin saber que hacer, como se sale de su casa sin un auto es tan misterioso como el software interprete de señales extraterrestres. Apoya las manos sobre el hierro y el frío lo devuelve a la tierra, ¿qué se supone está haciendo? Rompe el contacto como si hubiera rozado porquería y da la vuelta azorado, sin embargo, tras dar unos pocos pasos lo escucha. Un grillo, dando una insuperable señal binaria: cri, cri, , , cri, cri, , , cri, cri, , , cri, cri, , , etc, cri, etc. Lo obliga a girar y con movimientos ninja trepa el portón a velocidad sónica. En las calles el silencio es inverosímilmente agudo, y las luces blanquecinas potentes como las que podría tener una nave alienígena. Eliseo se mueve dando unos saltos cortos, como los de un conejito, intentando que sus pasos no rompan la maravillosa vacuidad sonora. En una garita, en la esquina, un guardia de seguridad ronca y resopla, custodiando las cuatro fortalezas que admite su rango de visión. Tras cada muralla un holgado edén envuelve un chalet doblemente blindado y dentro de este una familia triplemente acorazada. Mas todo tiene una frontera, y la de este opulento submundo es una avenida, una avenida angosta y desabrida, que no tiene siquiera necesidad de un semáforo, y desde la cual se puede ver la ciudad entera. Eliseo pone un pie en el medio de ella y observa como el mar esta apenas siendo acariciado por la aurora de un lado, y como del otro, las fábricas permanecen sumergidas en penumbras. Cruzando la calle las casillas de chapa se enraízan alrededor de una vía deshabilitada y los montones de mugre decoran uniformemente el particular paisaje proletario. Por los oxidados carriles, Eliseo zigzaguea, sintiéndose imantado hacia ese corazón de las tinieblas iluminado escasamente por débiles y amarillentos focos clandestinos. Envuelto en una manta y sobre un sillón de paja destartalado, un niño ojos de planeta observa agazapado como una gárgola decadente. Y, como si realmente fuera de piedra, ignora a Eliseo y al espanto en que este está sumido ante su sola presencia. Recorrer las intrincadas callejuelas de la villa parece una tarea interminable. Las casuchas se aglomeran y apilan en una masa heterogénea de palos, chapas y cortinas polvorientas, que delimitan los pasillos, a veces tan estrechos que apenas podrían albergar el paso de dos personas obesas. Puede oírse y olerse todo tipo de animales que revolotean sueltos, gallinas, conejos, perros y hasta algunas cabras que comparten el precario hábitat con sus amos. Sobre uno de los grandes cruces de camino, una casilla de madera, más pequeña que el mayor de los baños de la casa de Eliseo, se sitúa torcida enfrentando al noreste. Rodeando esta construcción automóviles destrozados y partes de automóviles, también destrozadas, yacen inertes como si se tratara de flores en un paraíso. Detrás de un alambre de púa mal colocado, un caballo come quien sabe que de un viejo balde de pintura, y balancea la cola a intervalos demasiado regulares. Este caballo lo esta llamando, es indudable. Eliseo acogota el alambrado con los mismos postes a los que cuelga y pasa sobre él, acercándose a su enviado y colocando la palma entera en su gran cabeza. Equus lo mira indiferente y después de unos pocos segundos vuelve a sumergirse en el tacho lleno de avena y maíz. Eliseo observa su mano, esta plateada, experimenta un vértigo divino recorrer sus entrañas, la última llave maestra se encuentra, como corpúsculos estelares, a centímetros de su cara. Cierra los ojos y en un impulso lame el brillante elixir para destruir su tan reciente fé, al descubrir que en su mano hay simplemente tierra grasienta, que ahora también se pegotea en su lengua. Eliseo se siente decepcionado, y estúpido por el hecho mismo de sentirse decepcionado, ¿Qué esperaba realmente que saliera de la cabeza de un caballo que seguramente tira de un carro lleno de cartones y botellas todo el día? Este es el límite, o más bien, un límite de los muchos que tiene nuestra insanidad, y Eliseo acaba de cruzarlo. Se desvanece como un títere al que se le han cortado las cuerdas y queda ahí, tumbado de lado y besando obsesivamente la palma de su mano traidora, mientras el albor entinta los barrios bajos. De entre unos yuyos sale un perro viejo, gordo, sarnoso y a decir verdad, bastante feo en un sentido estético. Este perro se acerca trotando en cámara lenta a Eliseo, mientras de su hocico salen unos casi ladridos muy bajos y gastados “burf” “buof” o “borf”. El dueño de este horroroso animal, un geronte milenario que posee piel arborescente, atraviesa el cortinado que sirve de puerta a su vivienda ante el aviso de su mastín, y al ver el bulto en su terreno murmura para sí varias veces la concha de la lora. Patea al perro para callarlo y arrastra a Eliseo hacia el interior del rancho. Adentro, el suelo es de cemento y las paredes sangran ídolos cristianos y humedad en iguales cantidades. Sentada sobre un cajón de verduras, Isabella prepara un rústico desayuno mientras amamanta a un desnudo bebé rosado. Eliseo es colocado a su lado, tirado en el suelo. Ella permanece muda, y el nonno también. Por un momento él único sonido del universo es el maternal beso entre el niño y la voluptuosa teta. Viene del loquero el nene, interrumpe el viejo, besa en la frente a su hija y luego emprende su condena diaria. Isabella continúa en silencio, rebanando panes. Eliseo no sabe como responder a tanto malentendido, quiere salir corriendo y atravesar las pocas cuadras que lo separan de su hogar, donde todo es antialérgico, antiséptico, antirrobo y antipersonal. Eliseo se sorprende sumamente conciente pero de alguna manera no es capaz de siquiera emitir palabra, y esta reducido a comer el pan con manteca que Isabella le acerca a la boca cada tanto. Desde su posición petrificada la observa atraído por su fellinesco erotismo, su rolliza figura, su negro cabello que desafia las leyes de la física con sus bizarras formas, las estrías en sus hinchados pechos, el sacaleches bombeando uno de ellos, pronto a rebalsarse, y como sus manos laboriosas cortan y untan. Ella rellena un biberón plástico con sus fluidos mamarios y alimenta a Eliseo como a una de sus propias crías. El sabor se siente inédito, es imposible delinear una descripción que le haga justicia, pero un vago recuerdo ancestral se excita dentro de él. Sabe que algo grande está por acontecer y no puede evitar el miedo carcomiendo sus sentidos, hipa, jadea y se enrolla sobre si mismo temblando desalineado. Isabella, cual madre universal, comprende y sabe todo. Toma a Eliseo y lo acurruca en su cuello, impulsándolo hasta los confines de su conciencia. La última linde espiritual es arrasada. El ayer se desvanece. Eliseo despierta. --- Creo que es lo mas largo que escribi en mi vida. P* m*, fue un parto escribir esto en unos dias llenos de euforia. Espero que guste y nadie se sienta ofendido.
Re: Ouroboros Bien, bastante más tarde de lo que supuse que me tardaría en comentar finalmente comento. Me agrado, como bien me comentaste es un experimento con construcciones y no quedo mal, en ciertas parte se hace algo lento a mi parece pero sin llegar al tedio, así que no es tan importante. Me gusto mucho la idea de que Eliseo tenga que huir de su monotonía, de su vida, correr lejos para encontrarle un sentido a todo. Ademas esa especia de regresión al pasado del final me resulto muy interesante. Como siempre escribes una historia bastante buena, solo con ese detalle de que algo lento. Vale mucho la pena leerlo por ese ambiente que creo y sentir como llevas a lector a curiosear por esos mundos de tus historias. Como de costumbre, yo feliz de ser tu único lector como siempre, jeje
Re: Ouroboros Lindo relato. Creo que entendí la asociación con la serpiente Alquimista. Pero debo admitir que el final me marió. No te preocupes, soy de los que le hace falta que le expliquen el final con peras y manzanas. Aunque me sentí muy envuelto en la trama, desde un comienzo. Me gusto mucho la separación de los barios y en primera instancia se me vino un Troncos-Paso recuerdo. Pero en sí, la narración es muy buena y altamente rica en minerales y terminos culturales. Pero tiene un dilema y creo no ser el único en notarlo. El problema radica, creo yo, en que la narración es muy mística y pausada. A la cual se le suman mucha terminología que la envuelve en una sensacion de alargamiento o talvez pesadéz. Ahí se explica la especie de fatiga que acompañar los sucesos. Pero si la trama es lo suficientemente fuerte para que el lector no pierda el interes te sigue atrayendo como una tanza sigue tirando de un pez tras dejarlo cansarse un poco. Creí que el dueño diría algo menos profundo. xD Me dió mucha risa leer eso. En serio, me esperaba un "¿Y este chabon?¿Que hace acá?" o algo así. Buen relato ;3
Re: Ouroboros ja!, la concha de la lora es algo profundo??? bueno... sacando el significado literal. es una expresion que me gusta mucho. y si!, exactamente Los Troncos - Paso es donde me inspire, yo vivo a dos cuadras de la villa de paso, por alsina, y bueno...
Re: Ouroboros Fue irónico. En verdad esperaba extrañeza por parte del dueño, no un insulto. El insulto me dio a entender como si el dueño se encontrara amenudo con gente desmayada en su patio. Así como el insulto de la fatiga que proboca cierto acontecimiento recuerente en su patio. Ejemplos que se me ocurren: Encontrar bolsas de basura arrojada o alla pisado la bosta de su animal. Cosas así. Entonces, se trasmitió bien el mensaje descriptivo. ;3