Un galope de caballo se escuchó a lo lejos y Rapunzel supo que al fin su príncipe había llegado. Asomó su bello y emocionado rostro por la ventana de la torre. Vio a un joven de rasgos perfectos en un corcel blanco en el que cortaba el viento. Lo había esperado por mucho tiempo y al fin llegaba su liberador, quien bajaba del caballo y se acercaba al edificio de piedra. Sus miradas se cruzaron y él saco algo de su capa: una daga. Ella se retiró de la ventana y pronto un sonido metálico chocando contra el piso de la habitación se hizo escuchar. Rapunzel tomó la daga con sus delicadas manos. La miró feliz, al fin sería libre. Cogió sus cabellos y fue cortándolos mechón por mechón, las hebras doradas caían al suelo y lo llenaban de luz. Finalmente era libre de aquella pesada cabellera que limitaba sus movimientos y que solamente la dejaba mirar hacia arriba. Ahora podía observar donde pisaba y mover su cuerpo como quisiera, incluso podía bailar, correr, saltar y disfrutar la estadía eterna en la torre. Respiro profundo y lanzó su largo cabello cortado por la ventana, éste se esparció con el viento ante los ojos del príncipe. Él le sonrió y se despidió de ella dejándola para que celebrara su tan anhelada libertad, después de todo había concluido su labor allí.
Siempre lo he dicho, de las dos eres la que más ingenio posee con este tipo de historias. Me gusta y lo sabes, rara vez te he critícado un escrito porque no me guste. Pienso que estéticamente me perturba un poco que esté todo tan junto como desalineado, pero eso ya es atado mío. En aspectos formales, bien, corregiste lo que te dije y si hay un problemilla más, da igual. Me agrada cuando le quitan a las damiselas de los cuentos esa necesidad de casarse, le otorgan libertad. El deshacerse de su cabello es obviamente una metáfora de la pérdida de la feminidad opresora. ♥