de Inuyasha - [One-Shot] El Terrible Silencio cayendo sobre el Crepúsculo (SesshoumaruxKagome)

[One-Shot] El Terrible Silencio cayendo sobre el Crepúsculo (SesshoumaruxKagome)

Hola, bueno, éste fue mi one-shot para el concurso de one-shots que organizaron Kazarayami, aiduix (perdonen si lo escribí mal) y Makar. No gané ningún lugar, pero seguiré intentando en concursos.

Por otra parte, se los dejo y espero que les guste.

El Terrible Silencio Cayendo Sobre el Crepúsculo

Ésta es una historia de un amor a través del tiempo. En el Sengoku descansa una estatua de una flor –una rosa a decir verdad- que reposa en una luna que ocupa su lugar hecha de piedra, como la rosa. Entonces una sombra se acerca al monumento.

Es un youkai, de hermosos cabellos plateados relucientes al sol, una cara tallada por los ángeles y unos ojos que contenían todo el oro derretido que reflejaba ahora su nostálgico corazón. Sesshomaru se acerca a la estatua y se hinca ante ella. No hace una reverencia, sólo queda a la altura de ella y sonríe levemente –pues su naturaleza jamás le permitirá hacerlo abiertamente.

Entonces su mente se desconecta un momento del prado, del mundo exterior… para encontrarse con el pasado que más ama. Su cabeza retrocede hasta el momento donde comienza su historia…



Una mañana de primavera, el sol se reflejaba en el lago Shanten, y un joven se encontraba mirando su reflejo. Sesshomaru tenía veinte años cuando una jovencita de catorce se le acercó.
-Hola. ¿Buscáis algo en el Shanten? –dijo en tono bromista.
-A una humana qué le va a importar –el youkai contestó fríamente.
-A mí nada me ha de importar… mas quiero saber qué pasa por tu mente en estos momentos.
-Humana… retírate antes de que quiera aniquilarte –estaba perdiendo la paciencia.
-Sesshomaru, ¿verdad?
El de cabellos plateados no contestó. Sólo se quedó en silencio mientras ella se acercaba a él.



Desde ese momento, y sin razón alguna, la joven lo acompañaba desde hacía ya ocho años. Él ya no sólo era capaz de soportar su compañía, sino que la apreciaba de cierta manera.

-Kagome, ya nos vamos…
-¡Espérame! ¿Sesshomaru te costará un poco esperar a tu pequeña? –la chica de cabellos como caoba corría a su lado.
-¿Qué te hace pensar que significas tanto para mí?
-Me llamas por mi nombre.
Sesshomaru se quedó perplejo. Era verdad. Desde que ella le había dicho cómo se llamaba, no la había llamado como tal. Pero con el tiempo, empezó a llamarla como se debía. Pero a nadie más llamaba por cómo se nombraba.
-Ya quédate callada y sígueme.
Kagome obedeció. Pero no se limitó a dejar de observar con sus ojos azul turquesa el semblante de Sesshomaru que tanto le gustaba. Pero no se lo diría, lo guardaría celosamente en su corazón si fuera necesario. Aunque ya había cumplido los veintidós años de edad, la pelinegra seguía teniendo el mismo carácter, era exactamente igual cómo él la recordaba. Él tenía veintiocho.
Claro está, excepto su cuerpo. Ya no era la chica de catorce que se encontró sola y abandonada por sus padres. Era ya una mujer, una mujer que lo confundía cada vez que podía.
La protección sobraba con Sesshomaru al lado de Kagome. Parecía ser el custodio de ella. La protegía de todos y de todo; incluyendo también la amenaza de Naraku. Naraku deseaba con toda su alma ver a Kagome muerta, para absorber el aura de paz y armonía que sólo ella poseía.



Un crepúsculo de mayo, Naraku apareció ante los ojos de Sesshomaru.
-La crisis llegará pronto.
-¿A qué te refieres con eso? –Sesshomaru procuraba no notarse preocupado.
-Sesshomaru, guarda silencio.
-¡Maldita sea! –Susurró el youkai- Naraku, me complacería que supieras que no albergo temor hacia ti.
-De hecho no quería que lo tuvieras. ¿Dónde se encuentra Kagome?
-¡Si quieres verme, mírame! –dijo la mujer saliendo de una espesura sin luz del bosque.
-Guarden silencio.

Kagome se quedó pasmada –y callada- tratando de averiguar qué era lo que tramaba Naraku.
-Eso es –dijo al aire el villano.

Un resplandor violeta iluminó el área. Kagome cayó de rodillas, haciendo que Sesshomaru se preocupara notablemente. Naraku sonrió. Sesshomaru no pudo reaccionar en ese momento. El sol se ocultaba, resaltando más la figura de Naraku. Pero sobre todo, su complacida mirada color sangre. ¿Qué había pasado? A juzgar por su expresión, se había salido con la suya.
-Todo ha acabado.
El villano desapareció.



-¿Kagome? –el youkai estaba realmente angustiado. Kagome tenía una expresión de dolor interno reflejado en el inmenso mar de sus ojos.
-¿Disculpa? –la chica se levantó rápidamente, pero al instante volvió a caer.
-¡Kagome, ¿qué demonios te pasa?!
-¿Por qué me llamas por mi nombre?
En ese momento, Sesshomaru se quedó pasmado. ¿Era acaso que ella no era capaz de recordarlo? Por un momento –extrañamente para él- se sumió en la desesperación. Jamás se había sentido tan asustado. ¿Por qué le aterraba su pérdida de memoria?
El youkai de ojos dorados decidió que la haría recuperara la memoria como fuera. Después de todo, sentía… ¿cariño? ¿Compasión? ¿Compromiso? ¿Culpa?… ¿Amor?
Pero pronto descubrió otra triste realidad, la pelinegra había quedado ciega. Su corazón hirvió al punto de sentir una inmensa rabia contra el agresor… ¿no había nada más que hacer?



No era que se resignara, pero jamás la abandonaría. Pero también no le mostraría lo que sentía por ella. Así, ciega y sin memoria la conservó y la guió por la vida. Un día, estaba cayendo el atardecer. Ella se empezaba a acostumbrar y a necesitar su presencia.
-¿No es hermoso el crepúsculo?
-No puedes verlo –contestó fríamente él.
-No. Pero las luces que produce se reflejan. Como cuando amanece. Si tienes los ojos cerrados –por un momento Sesshomaru la miró, agradeciendo por única vez que ella no pudiera verlo-, y está amaneciendo, la oscuridad de tu mente se vuelve más clara. Pero cuando estoy a punto de dormir, la oscuridad es infinita…
Sesshomaru acercó su cara a la de ella, esperando tal vez –milagrosamente- que ella pudiera recuperar su memoria… o tan siquiera su vista. Se fue acercando cada vez más. Pero ella no reaccionó. Al notar esto, el youkai se alejó rápidamente y recuperó su frialdad.

-El crepúsculo me trae malos recuerdos, Kagome –le dijo recordando el día de la desgracia que había causado Naraku.
-Fue el día en que te conocí –sentenció la de ojos turquesa. Su corazón se sentía un tanto traicionado al no ser correspondida en lo que pensaba que fuera uno de sus mejores días.
Después de todo, él la había encontrado. Podía sentir la frialdad en su corazón, y por alguna extraña razón, había querido calentar el hielo glaciar del que estaba compuesta su alma. Pero parecía no funcionar, y ella lo quería como era.
El silencio reinaba durante quince eternos minutos, mientras el sol seguía alto, todavía, en los que Kagome no sabía qué decir y Sesshomaru estaba frustrado de la situación. Tal como él lo había querido. Lo odiaba, con toda su alma. Sesshomaru lo repugnaba más que a nada.
Hundido en sus pensamientos, observó una mano blanca como el mármol, que se acercaba a él. Estaba buscando algo. El youkai dudó por un instante, pero al final le extendió su mano. Kagome sonrió, con la mirada perdida en el vacío. Por más difícil de creer que fuera, a Sesshomaru le dolió en el alma no tener su mirada para él, como había sucedido tantas ocasiones. La chica entrelazó sus dedos con los de él. Sesshomaru tragó saliva. No es que estuviera nervioso, sino que temía que la pesadilla jamás se acabara y no pudiera ver de nuevo a la Kagome que antes vivía en la chica.

-Sesshomaru, perdóname.
-¿De qué hablas? –Sesshomaru había levantado la cabeza en señal de seriedad, pero su mano seguía unida con la de ella.
-Sé que desearías no tenerme aquí, sin embargo, lo haces y no me reprochas nada.
-No digas eso. No me cuestiones, y no es que lo hagas, pero por si acaso, no me preguntes. Y no me digas que no te he reclamado porque lo he hecho. Kagome, no soy el protector generoso que crees que soy.
-Bien. Pero realmente me gustaría saber porqué permanezco a tu lado.
-Silencio.
Sesshomaru soltó su mano de la de Kagome y la acercó a la cara de ella. Sólo contaba con un solo brazo, así que mejor decidió ocuparlo en eso. No la había tocado, pero cuando posó su larga y delgada mano sobre su cara, Kagome cerró los ojos. Suspiró. Sesshomaru tocó con su dedo pulgar los labios de Kagome, con extrema precaución –poseía garras inmensas-.
El crepúsculo acababa de nuevo, como aquel día en el que sucedió. Pero esta vez cuando el sol dejaba de lucir en el cielo pintado de colores intensos, Sesshomaru posó sus labios con los de Kagome, en un beso muy suave, como alas de mariposa en una flor. Ella correspondió, pero apenas se tocaban. El youkai tenía la mano en la barbilla de la chica. Ella tenía sus delicadas manos en el suelo y luego en el pecho de él.



El sol desapareció, dejando una cortina negra caer sobre la Tierra. Silencio.



A la mañana siguiente, el de cabellos plateados despertó con Kagome en sus brazos. No sabía cómo había pasado, pero se sentía excelentemente. Con tal sólo robarle un beso había sido suficiente para que un trozo de la inmensa felicidad llegara a su frío corazón. Nada más que un beso había acontecido, pero estaba completo por dentro. Ella seguía dormida, pero en plenitud con el amanecer.
Cuando hubo despertado, se dirigieron a ningún lugar, vagando como acostumbraban. Pero para desanimación de Kagome, todo era como antes, como si nunca hubiera sucedido. Por un momento llegó a imaginar que todo había sido producto de un sueño… un sueño en el que había vivido en el paraíso por un minuto.
Caminaban sin rumbo. Y estaba cerca el mediodía. Sesshomaru aceptó que Kagome fuera a darse aseo, mientras él se quedaba descansando unos minutos. Pero el siervo del demonio con la mirada color sangra apareció ante él. Menos mal, Kagome no estaba ahí.
-Veo que otra vez la has dejado.
-Naraku, no veo el motivo por el cual deba decirte dónde está. Lárgate.
Esta vez fue Naraku quien perdió los estribos. Nadie le decía cuando marcharse. Por eso, con uno de sus brazos –que semejaban tentáculos, pero duros al tacto- se dispuso a atacar a Sesshomaru. Por supuesto, él lo esquivó fácilmente.
Pero la lucha no iba a terminar ahí. Los contrincantes se debatían en una ágil pelea desde que Sesshomaru había respondido al ataque con un movimiento del látigo que poseía en las garra de su dedo índice.
Un brazo de Naraku chocó contra un gigantesco e imponente árbol en su intento de lastimar al youkai, mientras el último sacaba la espada para terminar de una vez con todo eso.



Por otro lado, Kagome se colocaba sus ropas de nuevo. Había sido muy gratificante. Pero por un segundo su cabeza se sacudió y quedó tumbada en el suelo. Cuando despertó, en ella se reflejó una mirada brillante como un manantial.
-¡Sesshomaru!



Sesshomaru oyó su grito. Estaba empezando a preocuparse. Se distrajo para voltear a verla, lo que le resultó bastante malo. Fue golpeado en su hombro izquierdo. Con su mano derecha presionó su herida.
-Así que ya sé dónde te ocultas –Naraku dijo satisfecho.
-Kagome, no –apenas pudo susurrar Sesshomaru.



Kagome apareció con una sonrisa al encuentro. Estaba radiante. Recién bañada, olía a rosas frescas. Pero su mirada fija en Sesshomaru era lo más sorprendente.
-¡Sesshomaru, por poco olvidaba lo hermoso que lucen tus ojos con el sol!
El youkai se inundó de alegría por dentro… ¡Lo recordaba! Todo desapareció ante la vista de él. Sólo ella relucía en el vacío. Sólo ella quedaba en su mirada, en sus pensamientos… en su corazón.
Kagome corrió a los brazos de él. Como siempre había querido. Como siempre lo había soñado.



Pero en medio de la felicidad, Sesshomaru reaccionó. Naraku seguía ahí. Ahora su mirada estaba repleta de odio y rabia, similar a la de Sesshomaru ese día… en el que su alma se había congelado aparentemente para siempre.
-¡¡Kagome, no te acerque más!!
Kagome se quedó paralizada por la incomprensión de los hechos… hasta que vio a Naraku. Sesshomaru corrió hacia ella. Kagome extendió sus brazos hacia él, mirando con angustia la mirada preocupante de él. Sólo quería reconfortarlo, tenerlo en sus brazos…
Pero él se había equivocado, cuando se asustó por su pérdida de memoria, realmente estaba mucho menos asustado por lo que podría pasar en ese momento.
A un metro apenas de distancia, Sesshomaru observó horrorizado como uno de los brazos de Naraku se hundía en la espalda e Kagome, mientras ella cambiaba su semblante relajado al horror de sus ojos. Las pupilas de Sesshomaru y Kagome se contrajeron. De dolor y desesperación. El brazo del hombre con cabello ondulado hasta la cintura logró atravesar hasta salir por el pecho de la mujer; que cayó boca abajo gimiendo de dolor.
Sesshomaru se acercó a ella.
Naraku desapareció entre las sombras. De nuevo.

El youkai se hincó hacia Kagome, sus labios temblaban de rabia y de temor. La tomó por la cintura, cayendo en la cuenta de la sangre que estaba perdiendo. Se encontraba en un dilema. Buscar la ayuda de una sacerdotisa cercana, pero eso significaría dejarla sola. Y no sabía si cuando llegara sería demasiado tarde. Por eso era mejor llevarla en sus brazos. Aunque, perdería más sangre si la movía.
-Sesshomaru… no… me muevas… -tartamudeó Kagome.
-¿Qué quieres que haga? –Sesshomaru la miraba con el dolor tremendo de su corazón- ¿Qué debo hacer?
-Quédate aquí… conmigo… lo que duraré… será poco.
-¡No! ¿¡Pero qué estás diciendo!? ¡No!
-Jamás te había escuchado gritar –susurró Kagome tratando de hablar correctamente. Sonreía con nostalgia.
La chica tomó la cara de Sesshomaru con las manos. Pero abrió sus ojos desmesuradamente, hundiéndose una vez más en un gemido que expresaba el dolor que estaba sintiendo.



Kagome expiró.



Sesshomaru ahogó un grito por primera y única vez en su vida.



Entonces volvemos al presente. Sesshomaru revivió el dolor de perderla una vez más. Había construido una tumba con una luna y una rosa. La luna representaba a él y al mundo de ella. Dos conceptos que se unían en uno mismo. La rosa era ella, bella y suave. No estaba marchita, porque Kagome no estaba enterrada en ese lugar. Cuando murió, desapareció de junto de él. Por eso, más que una tumba era un monumento.
Habían pasado dos años después de verla por última vez. Al recordar su radiante semblante, decidió decirle lo que por tantos años le había ocultado, aún después de la muerte. Ahora ella tendría veinticuatro años y él estaba de treinta.
-Te amo.

-Yo también te amo, Sesshomaru.

Sesshomaru levantó la vista para encontrarse con una joven vestida con un extraordinario kimono blanco, su cabello negro relucía y contrastaba con la luz del día y sus ojos turquesa le daban su mirada sólo a él. A nadie más…

…Kagome se unió a él, corriendo como el viento, frágil y ligera…