I De un tiempo acá, las madrugadas en la región de Kanto se han tornado más frías de lo común. El chico lo sabe. Lleva demasiado tiempo viviendo de sueños y migajas, salvándose a sí mismo de la cruenta calle, del frío y de las personas malvadas. No tiene más que unos sucios harapos y los nudillos endurecidos por tantas peleas callejeras. Y aunque la mirada frívola de toda esa gente de papel le dice que jamás llegará lejos, tiene un solo sueño en mente: convertirse en maestro Pokémon. Ha llegado la época de los viajes, ese momento del año en el que los novatos salen de sus casas y buscan a sus Pokémon iniciales para comenzar un viaje de mil maravillas. Por eso se ha despertado temprano. Adora esperar en el sendero próximo a Pueblo Paleta y ver el rostro de los niños luego de obtener a sus iniciales; sus ojos brillan con emoción, igual que los de él. Ahora, el sol comienza a despuntar sobre las montañas y el canto lejano de un Dodrio le indica que la hora está próxima. Se sienta sobre el césped, y el aire de la mañana le acaricia la oscura cabellera. De pronto, el sonido inequívoco de una campanilla se deja oír muy cerca, aproximándose por la colina. El chico hace visera con la mano, tratando de distinguir. La silueta de un niño montado en bicicleta aparece en el punto más alto de la colina. El novato, al parecer, está camino al laboratorio del profesor Oak. De pronto, se detiene en el borde de la pendiente y se deja caer a gran velocidad. El viaje dura una fracción de segundos, y al chico le parece ver que el novato de la bicicleta ha cerrado los ojos sin importarle nada. —Esto terminará mal —murmura entre dientes. Dirige la mirada hacia el otro extremo del camino, y esta vez su preocupación se incrementa. Una chica, algo despreocupada, camina por el sendero con las narices metidas en un libro. No se percata del ciclista loco que se dirige hacia ella a toda velocidad. El chico cierra los ojos por inercia y espera lo peor. Casi puede escuchar el ruido de las llantas de la bicicleta chirriar en la calle de tierra. La chica da un grito ahogado, se escucha un estruendo y finalmente se hace un silencio absoluto. Cuando por fin abre los ojos, ve al novato de la bicicleta tirado a un lado del camino, despatarrado en la forma más ridícula posible. La chica, por suerte, está intacta, únicamente perpleja y con una cara de boba bastante graciosa. El chico cae de espaldas sobre el césped mientras se desternilla de risa. Ella parece tomárselo con calma después del susto, y el novato de la bicicleta se despide sin mucha ceremonia, entrando a toda velocidad en el laboratorio, sin percatarse de que ella lo sigue. —¡Vaya que son raros estos niños citadinos! —dice para sí mismo, mientras se queda perplejo viendo las nubes pasar sobre su cabeza. El mundo dentro de su mente se transforma en una fantasía agradable de estadios luminosos y graderías que vitorean su nombre. El trofeo de campeón brilla en sus manos cuando la luz de los reflectores le da de lleno. Es hermoso sentir el calor de tanta gente apoyándote. —Algún día seré… «Eres un inútil», grita una voz en su cabeza. «¿Cómo crees que serás un maestro Pokémon? No tienes ni siquiera una familia que te apoye. Es más, ni siquiera tienes un miserable Pokémon». El chico se sacude la cabeza, como si aquel pensamiento fuera un terrible Galvantula. Se incorpora de inmediato, con un dolor ardiente en el pecho. Nadie jamás lo había golpeado tan fuerte como la vida, pero con todo y eso había aprendido a encajar muy bien cada golpe recibido. La resiliencia era la clave para ganar peleas, pero aún no descubría el truco para soportar los golpes al alma. Ese dolor certero en el interior del corazón. Aquella sensación era intangible. Y contra eso no se podía pelear. Unas risas lo traen de regreso al mundo real. Son los novatos. Lanza un silbido largo y exclama: —Eso sí que ha sido rápido. Ahora se fija mejor en ellos. El chico de la bicicleta viste con una chaqueta roja, pantalones de mezclilla y una gorra que, por algún motivo, se le hace sumamente familiar. Ha elegido a Charmander. El tipo Fuego no luce muy entusiasmado. Dormita en la cesta de la bicicleta. Luce algo irritado, como si no le importara un comino toda la algarabía que hay en torno a él. La niña, ahora que la ve mejor, le parece muy bonita. Tiene el cabello rubio, gafas de montura ancha color violeta y ojos grandes de un lila profundo. Viste una blusa celeste, pantaloncillos negros y zapatillas deportivas. Un estilo bastante congruente, tomando en cuenta el largo viaje que ha de emprender. Al parecer, esta ha elegido a Bulbasaur. El tipo Planta, a diferencia de Charmander, luce radiante y feliz. Sus ojos rojos brillan con intensidad y parece bastante unido a su nueva entrenadora. Ambos novatos sonríen y conversan. Hay cierta complicidad que el chico no puede comprender. Es extraño, pero simplemente lo deja ir. La conversación se acaba y los nuevos entrenadores se despiden, separados por una bifurcación de caminos. En ese instante, en la cabeza del chico se enciende una duda: «¿Y el tercer inicial?, ¿acaso nadie vendrá por él?» El estómago interrumpe la cavilación con un rugido de hambre. El chico decide hacer lo mismo que los novatos y toma el sendero hacia la espesura de los bosques circundantes en busca del desayuno. II Si algo había aprendido durante todos esos años viviendo de la providencia de la madre tierra, era que los frutos más jugosos y ricos se daban en las ramas más altas de los árboles. Aquella mañana tuvo suerte de encontrar un árbol de bayas Meloc repleto de dulces gajos. Escaló con la presteza de un Heracross y se llenó la barriga hasta reventar. Aquellos frutos eran suaves y azucarados, perfectos para un entremés antes de encontrar algo con proteína que lo sustentara. Aún retozaba sobre las ramas cuando escuchó el barullo de lo que parecía una batalla. Se asomó con cautela y lo que vio le causó bastante curiosidad. Abajo, en el claro, una manada de tres Nidoran machos, liderados por un Nidorino, acorralaban a un indefenso Squirtle. Los Pokémon habían adoptado una actitud muy similar a las bandas urbanas con las que el chico estaba acostumbrado a enfrentarse. No habían sido pocas las veces en las que él mismo se había visto acorralado, justo como aquel Squirtle. —Vamos, pequeño, no te dejes intimidar —susurró para sí mismo. Uno de los Nidoran usó Embestida. El tipo Agua reaccionó con rapidez, se ocultó en su caparazón y encajó de lleno el golpe. Nidorino rugió. Al chico aquello le pareció como si el Pokémon hubiera lanzado una orden. Posiblemente no estaba lejos de la realidad, ya que otro de los Nidoran se abalanzó de inmediato, lanzando una cornada que hizo salir del caparazón al Squirtle. El tercer Nidoran tomó ventaja del momento y embistió, dejando al tipo Agua bastante lastimado. En ese instante, Nidorino cargó con sus patas traseras y estrelló a Squirtle contra un árbol. El pequeño intentó levantarse y emprender la huida, pero Nidorino atacó de nuevo. Esta vez, el cuerno de su frente brilló con un intenso color púrpura. El golpe iba cargado de rabia. Squirtle alcanzó a esconderse en el caparazón, pero el cuerno de Nidorino traspasó las capas óseas, penetrando la piel e infectándolo con veneno. Todo parecía acabado para el inicial de Agua. Las toxinas avanzaban con rapidez a través de su organismo y el dolor del caparazón roto era insoportable. —¡Métete con alguien de tu tamaño! —gritó el chico, lanzándose desde lo alto del árbol. Nidorino apenas y pudo alzar la vista. El puño descendió como una guillotina sobre su cabeza. El golpe fue tan duro que su mandíbula castañeteó contra el suelo. Los Nidoran corrieron asustados y se perdieron entre los arbustos. La ira en el jefe de la manada era palpable. Su mirada era de fuego y comenzó a raspar la tierra con las patas traseras, listo para embestir. El chico previó el movimiento y, como si de un experto en tauromaquia se tratase, esquivó el primer empellón. El Pokémon no desistió. Estaba cegado por una furia incontrolable. Giró con una velocidad inesperada y trató de clavar el cuerno en la espalda de su adversario. El chico apenas fue lo suficientemente rápido como para esquivar ese golpe mortal. Realizó un giro casi elegante, envolviendo al Pokémon salvaje en una finta habilidosa que terminó con otro puñetazo directo en la cara. Esta vez, el ímpetu del tipo Veneno había disminuido. Estaba levemente aturdido, pues el segundo golpe había dado de lleno bajo el ojo izquierdo. Su instinto lo puso alerta. Aquel no era un simple entrenador como los que estaba acostumbrado a ver. La mayoría de esos chiquillos evitaba enfrentarse a él si no llevaba un compañero del nivel adecuado. Los humanos eran por naturaleza tímidos, pero ese pequeño no mostraba ni un ápice de miedo. Retomó el ataque. Lanzó una embestida directa. El chico hizo un amague a la izquierda, y Nidorino fingió seguirle. El Pokémon también amagó a la izquierda, pero cambió de inmediato la trayectoria hacia la derecha, previendo que el chico haría lo mismo. Y así fue. El golpe no fue mortal. El cuerno de Nidorino no se internó completamente en el abdomen, pero sí causó una herida poco profunda que se extendía desde el ombligo hasta las costillas. La sangre manó en un fino hilo. La herida no era grave, pero ardía como un demonio. El veneno comenzaba a fluir. Nidorino embistió de nuevo. Esta vez, los movimientos del chico fueron menos ágiles. Aunque logró esquivar por muy poco el empellón del tipo Veneno, sentía cómo sus brazos y piernas comenzaban a entumecerse. Sabía que pronto sucumbiría al veneno, pero no se intimidó. Alzó los puños como un boxeador; los nudillos desnudos casi brillaban como el acero bajo la luz del sol. Con un movimiento rápido, limpió su nariz con el pulgar y sonrió desafiante, esperando el próximo golpe. Squirtle salió de su caparazón con dificultad. Un rubor violáceo se extendía bajo sus párpados inferiores, y apenas podía moverse. El dolor en la espalda era intenso y punzante, como si le quemara cada nervio. Dio un paso tambaleante, intentó huir hacia la espesura cuando se percató del humano frente a él. Era un chiquillo harapiento, con los puños alzados en posición de combate, defendiéndolo de Nidorino. Aquel humano respiraba con cierta dificultad; estaba a punto de colapsar. No podría esquivar el próximo ataque. De pronto, como si de un delirio provocado por las toxinas se tratase, el chico frente a él se desvaneció. Una figura alta y estoica lo reemplazó. Llevaba una bata de laboratorio que ondeaba al viento, el cabello castaño en puntas y, a su lado, un Umbreon. El hombre volteó y sonrió ampliamente. —Todo estará bien, Squirtle. Confía en mí —exclamó con calidez. El rostro del hombre se difuminó, transformándose de nuevo en el de aquel muchacho flacucho. —Todo estará bien, Squirtle. Confía en mí. Fueron las mismas palabras vacías que pronunció aquel hombre que había pretendido abandonarlo y dejarlo al cuidado del primer niño malcriado que apareciera con la intención de llevárselo. Los humanos mienten. Pero este chico era diferente… ¡Cuidado! —exclamó en el inentendible idioma de los Pokémon. Fue inútil tratar de defenderle; las toxinas y el dolor lo ralentizaron. Nidorino arremetió nuevamente. Esta vez, el chico no pudo moverse. Veía borroso, los brazos cayeron al instante como peso muerto. Hincó la rodilla en la tierra y cerró los ojos a la espera del golpe final. —¡Usa Contraataque! Una voz vieja y femenina dio la orden con firmeza. Cuando el chico abrió los ojos, frente a él se encontraba un imponente Wobbuffet. Su aura resplandecía con un color amarillento. Nidorino, por su parte, estaba suspendido en el aire, embistiendo a Wobbuffet, pero este ni se inmutaba. Su cuerno chocaba contra una pared de luz impenetrable. Wobbuffet alzó el brazo y realizó un saludo militar, posando la mano sobre la frente. —¡Woooobbuffet! —exclamó, mientras su cuerpo azulado se ensanchaba, rompiendo el campo de energía y mandando a volar de un solo golpe a Nidorino. El tipo Veneno se estrelló contra un árbol. Apenas y pudo levantarse para huir al bosque. Lo último que el chico vio antes de perder la conciencia fue un par de botas lodosas acercándose. —¡Por Dios! Mira lo que les han hecho a estos pobres. Vamos, Wobbuffet, llevémoslos a casa.