Capítulo 1. Sus tacones resonaban por todo el local vacío, sus negros, delgados y resonantes tacones. Las luces de la ciudad traspasaban los grandes ventanales del local, entre las cortinas violetas ingeniosamente colgadas para darle un aspecto juvenil de día, y terrorífico de noche, apacible, y delicado, para las veces en las que el local era reservado para alguna reunión empresarial, o informal. Con sus frías manos dio vuelta al pequeño cartel que señalaba que el local estaba abierto, a cerrado. Sus mejillas estaban manchadas de mascara y maquillaje corrido. El labial rojo carmesí que pintaba sus labios, se desvaneció, dejando en su lugar un cálido y suave rosa. Sorbía su nariz, y retiraba las lágrimas que aún corrían. Le había tocado cerrar el local, después de que una de sus amigas, y compañeras se retirara, no sin antes darle unas palabras de apoyo a Caitlyn, quien ahora yacía en el frío suelo de la cafetería, sollozando. Aquella imagen quedaría plasmada siempre en su mente. La pelirroja sentada en las piernas de su chico, de su pareja, de quien consideraba el ser más noble y tierno, a quien amaba con el alma. Su sangre había hervido corriendo por sus venas al ver a la chica de cabellos rojos inclinarse para besarlo. Esos labios que tantas veces la habían hecho explotar en mil emociones, esos labios que le habían robado tantos suspiros, los labios más suaves y tiernos que había probado, y que los quería consigo para siempre. La pelirroja estancó su mirada en los achocolatados ojos del chico, mientras Caitlyn se sostenía de la firme barra de cerámica donde se hacen los pedidos, conteniendo la respiración, presenciando la traición. Esperó que aquel chico que tanto amaba apartara a la chica, que le reclamara sus gestos, y se retirara. Pero no hizo más que acariciarle la mejilla, depositar un beso en el hueco entre su cuello y hombro, y otro en los labios. En ese momento, el mundo para Caitlyn se derrumbó. Sollozó con fuerza, atrayendo las miradas de todos en el local, incluyendo la del chico. Caitlyn, al percatarse de su mirada, corrió hasta la parte trasera del local, siendo seguida por él. —¡Caith, princesa, por favor, espera! —El chico dio un ligero traspié, chocando con un empleado que cargaba platos, pero sin importarle aquello, volvió a echar a correr detrás de Caitlyn. —¡Aléjate de mí! —Vociferó Caith, forcejeando ante el fuerte agarre del chico en sus delicadas muñecas pálidas. Estuvo por dejarlo pasar. Casi y llegaba a perdonarle su traición. Había olvidado lo tiernos y persuasivos que podrían ser sus ojos chocolate. Había olvidado lo embriagadora que podría llegar a ser su fragancia. Había olvidado lo tonta que podría ser ella, ante él, lo ciega y tonta que fue. Sin embargo, ésta vez pudo imponer su palabra. Le soltó una fuerte bofetada, empujó su pecho, le mostró su dedo medio lleno de anillos, y se fue. Al llegar a la barra de nuevo, limpiar sus mejillas, y atender a otro chico, que pedía un batido de fresa, cruzó miradas con él. Pasándolo de largo, ignorándolo, doliéndole hasta el fondo su traición. ¿Qué hizo él? Desapareció sin más, de la mano, con la pelirroja. ¿Qué hizo Caitlyn? Derrumbarse, sollozar, recibir un número telefónico, del chico que pidió el batido, y su par de lindos ojos esmeralda vidriosos, llenos de lágrimas. Pero ella sabía, que no hay mal que por bien no venga. Y así fue. Al día siguiente, al entrar al local, el chico del día anterior estaba en la misma mesa, con el mismo libro en manos, y las mismas gafas. Esperándole con una tierna sonrisa. —¿Qué desea? —Caitlyn portaba el uniforme de mesera, pero ésta vez, sus tacones eran rojos, como sus labios. El chico se inclinó hacia ella, y retiró un poco el labial carmesí, mientras Caith le dejaba hacer, sorprendida. —Te ves muchísimo más preciosa sin eso. Caitlyn sintió sus mejillas arder, arreboladas. Echó su cabello azabache hacia atrás, y esbozó una cálida sonrisa, anotando su número telefónico para el chico, quedando, exactamente, al terminar su turno en el trabajo, en un lugar "sorpresa", como lo describió el chico, aún sin nombre, con ojos verdosos, y cabello castaño. Cutis pálido, y un vacío en la mirada.
Capítulo 2. El local estaba repleto de gente, era un lugar perfecto para tomar una buena taza de café, un buen batido, un buen almuerzo antes de correr al trabajo de nuevo, o antes de regresar a clases. Un lugar donde la música nunca faltaba, donde el ambiente, cuando el sol se ponía en lo alto, era cálido, vivo, colorido, reconfortante. Pero por las noches, y durante los días lluviosos, era un sitio solitario, frío, con luces tenues, y el lugar indicado para las almas marchitas. Los tacones resonaban, los labios rozaban la cerámica y el vidrio, las tazas y vasos golpeaban las mesas, cuando varios grupos de estudiantes acudían al lugar durante su tiempo libre. —¡Caitlyn, diablos! —A los pies de Caith, una taza manchada de café y rota yacía en el suelo, dejando a su paso ligeras manchas de café en sus tacones. Y claramente, June le reclamaría la taza rota, y el suelo cubierto del líquido. —Lo lamento, ¿sí?, estoy nerviosa... —Cogió un trapo desde detrás de la barra, y regresó al lugar, poniéndose en cuclillas, secando el suelo. —Linda... sé que estás nerviosa, sé perfectamente cómo estás... Ante aquel comentario, Caitlyn se limitó a presionar el trapo entre su mano, y retener la respiración. Se podía presenciar la tensión a sólo un par de metros. Se puso de pie, y le lanzó una fiera mirada de reojo, regresando la bandeja a la barra y lavando el trapo en un lavabo. Detrás de la pelinegra, June hizo acto de presencia de nuevo, con sus dorados cabellos, apreciando el ceño acentuado de Caith a través del espejo. —Tú no sabes nada, ¿bien?, no es algo que ni a ti ni a nadie le incumbe... —Entre sus delgados y fríos dedos, exprimía el trapo que alguna vez fue blanco. El agua que desechaba era oscura—. Ni siquiera yo comprendo por qué lo hizo, June... Qué demonios puedes saber tú... —Con ligeros mechones azabache cubriendo su rostro, apoyó ambos codos en el lavabo, inclinándose un poco y escondiendo por completo su rostro en una cortina de cabellos. —En serio te duele mucho, ¿verdad? —La rubia se acercó con delicadeza, por si hacía la bomba explotar. Con una de sus pequeñas manos, le dio un suave apretón en un hombro a Caitlyn, un apretón que decía "No estás sola, yo estoy contigo". —¿Cómo no me va a doler?, yo lo amaba... Pequeñas gotas saladas comenzaron a brotar de sus ojos esmeralda. Rápidamente sus mejillas fueron cubiertas por un rubor, y su labio inferior comenzó ligeramente a temblar. Un sollozo ahogado brotó de entre sus rojos labios, y su cuerpo se estremeció. En el espejo, un pequeño destello llamó su atención, alzó el rostro, y era nada más y nada menos que el colgante de June, arrebatándole destellos a la luz artificial del cuarto de baño. El colgante era una pieza de ajedrez, más precisamente, la reina, color blanco. Caitlyn bajó la mirada hacia su colgante, el cual, a diferencia del de June, era negro. Volvió a sollozar al cruzar la mirada con los ojos claros de June, y se abalanzó contra ella para abrazarla fuerte. —Tranquila, Caith, yo estoy contigo... —June acariciaba el cabello de Caitlyn, sintiendo su cuerpo y brazos temblar, estremeciéndose. —¿Ubicas al chico de ojos verdes, cabello castaño y gafas? —June negó con la cabeza—. Al del batido de chocolate. —Ah... eso hubieras dicho en un principio... sí, pues sí, sí lo ubico, ¿qué con él? —Arqueó una delgada y bien formada ceja rubia, expectante. —Me invitó a una cita... Revoleó sus ojos esmeralda, rodando su labio inferior entre sus dientes por el chillido de alegría y sorpresa de June. La rubia abrazó fuerte a Caitlyn, efusiva, dando ligeros saltos y agitando sus dorados cabellos tras de sí. Su oído retumbaba, pues June seguía chillando y estrechándola entre sus brazos. —¡Dile que sí! Es la oportunidad perfecta para que te olvides de él... Caitlyn soltó una risueña risotada, —No es necesario que censures su nombre... Dave, se llama Dave, ¿bien? June asintió, y salieron ambas del cuarto de baño, tomando caminos distintos y atendiendo pedidos. De vez en cuando, Caith miraba la mesa en la que todo el suceso del día anterior ocurrió, y un hueco se formaba en su pecho, robando cualquier atisbo de sonrisa en sus rojos labios. Poco a poco el local fue quedando vacío, y volvía a llenarse, se vaciaba, y llegaban un par de clientes más. Ya casi caía la noche, pues el sol se posaba en el horizonte, y teñía el cielo de anaranjado. —Una hamburguesa con queso extra y un batido de fresa, ¿cierto? —La pluma danzaba sobre el papel, y una sonrisa se formaba en sus labios para el señor barbudo sentado delante de Caitlyn. El señor asintió, y Caitlyn partió a la barra para entregar el pedido. En uno de sus bolsillos, su teléfono celular vibraba. Entregó el pedido, y tomó asiento en uno de los taburetes delante de la barra. —Diga. —Caitlyn, hola, soy yo, el chico batido... Caith rió, —Sí, lo sé, ¿qué pasa? ¿Y por qué no me das tu nombre de una vez? —Si te lo doy, se acaba la magia, pero por favor confía en mí, ¿sí? Caviló varios segundos, hasta exhalar un suspiro, —Claro. Pero dime, ¿qué se te ofrece? —¿Aceptas la cita? —U-Uh... Otro ligero rubor cubrió sus mejillas. Una perfecta serie de recuerdos del día anterior corrieron por su mente, formando un nudo en su garganta. Su mirada se tornó borrosa, y una lágrima caía desde el borde, amenazante. Ya no sería lo mismo para ella. Ya no era una quinceañera. Rondaba los veinte años, ya no podía ir por allá y por acá superando una ruptura amorosa, o una traición, consiguiéndose un novio de nuevo. Quería una relación estable, y con Dave, creía tenerla. O eso quiso pensar... Si así serían las cosas para ella, sin tener una relación firme, lo aceptaba, lo asumiría, y sacaría de ello el mejor provecho. Ya no sería la Caitlyn antigua. Con la pena de todos, se renovaría, a alguien que sería irreconocible, y en vez de ser pisoteada, pisotearía mil veces más. —Claro que la acepto —Esbozó una lobuna sonrisa, y enrolló entre sus dedos uno de sus rizados mechones oscuros—. Pasas por mí aquí, al local, ¿va? —Va, hasta entonces. Terminó con la llamada, y tomando el pedido anterior, avanzó hasta la mesa del señor barbudo, con su mente hecha un desastre. Buscando pros y contras. Con un corazón roto. Con un alma herida. Y esperanzas marchitas.
Vaya vaya, me ha encantado. ¿Qué tendrá ese chico tan misterioso del batido de chocolate? No sé... pero algo raro tiene... Tengo mis sospechas, pero prefiero reservármelas para ver si son ciertas, ya que puede que sea solamente mi mente que decide volar hacia ahí, porque es un tema que me encanta. e__e La verdad es que Caitlyn es una chica muy fuerte y con mucha suerte, aunque no lo crea, ya que encontrar un apuesto pretendiente el día siguiente de ser traicionada, seguro que no le pasa a muchas chicas. ¿No? xD Aunque bueno, me dio mucha pena lo de la traición, la verdad es que es algo muy fuerte. ;u; En cuanto a la ortografía, gramática, vocabulario y redacción, todo sublime. Lo haces muy bien, te admiro. Espero el siguiente capítulo, que lo has dejado en lo más interesante. >-< ¡Un saludo! :)
A partir de este capítulo, puede que haya escenas o palabras subidas de tono, si esto llega a molestar al lector, por favor, no leerlo, no quiero causar incomodidades, o molestias innecesarias. De igual manera, les pido su opinión, o un me gusta, para saber si les agrada lo que escribo. Acepto críticas, de cualquier tipo ^^. Disfruten del capítulo. Capítulo 3. Suaves toques en las puertas de cristal. El local se hallaba vacío de nuevo. O bueno, casi vacío, pues un alma marchita seguía divagando por ahí. —Espera un momento... La pelinegra se encontraba contando los ingresos del día, pues al cerrar, era obligatorio contar las ganancias. Del otro lado de la puerta, el castaño esperaba, frotando las lentes de sus gafas con un pequeño trapo negro de seda. El joven asintió, y abrió su libro en una página amarillenta, retomando su lectura, esperando a Caitlyn. Desde adentro, Caith le lanzaba varias y cortas miradas al chico. Miraba cómo uno de sus mechones castaños caían sobre su frente, cómo rodaba el labio inferior entre sus dientes, cómo acariciaba la hoja amarillenta y la pasta gastada del libro. Cómo ajustaba sus gafas al puente de su nariz. Le transmitía confianza, y a su vez, un recelo gigante. Confiaba en él con sólo mirarlo. Desconfiaba de él con sólo pensar en el suceso del día anterior. —¿Ya casi? —El chico volvió a tocar las puertas de cristal, en cierto modo desesperado, ansioso. Caith suspiró. No, ya casi no era la expresión correcta. Ese día hubo muchos clientes, tenía más trabajo aún. Negó con la cabeza, y cogió las llaves de la barra, rodeando la misma, para abrir una de las puertas del establecimiento. —No, ya casi no, me falta bastante... —Dio media vuelta, dejando las llaves pegadas en la cerradura de la puerta y dirigiéndose de nuevo a la barra. A seguir con su trabajo inconcluso. Asintió agitando sus castaños cabellos. Se acercó a Caith detrás de la barra, y mantuvo la mirada en los montones de dinero separados que tenía. —¿Cuánto es en éste montón? —Señaló tres hileras de monedas con un delgado y largo dedo pálido. —U-Uh... mierda, lo he olvidado... —Llevó ambas manos a su rostro, frotándolo un poco, frustrada. El joven se limitó a sonreírle con ternura de nuevo. Con un ligero ademán de mano le señaló que le restara importancia, y tomara asiento en el taburete del otro lado de la barra. Caitlyn accedió, rodeó la barra, y tomó asiento, acomodando su falda, y apoyando ambos codos en la cerámica. Por debajo de sus pestañas y mechones castaños, el chico le lanzó una sutil mirada antes de hablar, —Y dime... ¿qué es exactamente lo que pasó con el chico de ayer? Y-Ya sabes... el que salió corriendo detrás de ti... Caitlyn tragó saliva fuertemente. Tomó una gran bocanada de aire, y exhaló un suspiro. Bajó la mirada a sus manos, y comenzó a juguetear con un anillo en su dedo medio, ignorando su pregunta. Tres minutos pasaron así, en silencio. No era un silencio incómodo, pero tampoco era uno muy reconfortante. Era un silencio tranquilo, nostálgico, y tierno. El chico seguía lanzándole varias miradas a Caitlyn mientras contaba las ganancias, mientras ella mantenía la mirada en su regazo. Un poco después, Caith alzó sus ojos esmeralda un poco vidriosos. Tomó el libro de pasta gastada que dejó el chico sobre la barra, y lo hojeó un rato. —Oh... entiendo. —El joven exhaló un suspiro, separando montones de billetes y monedas. Después de un largo silencio de diez minutos, el castaño terminó de contar las ganancias, y Caitlyn se mantuvo en silencio. Ninguno de los dos habló, ninguno de los dos sabía ni el segundo nombre del otro, ninguno se conocía por más de un día, pero cómo se complementaban, cómo se entendían. —Me engañó. —Caitlyn mantenía la mirada baja, jugando con su anillo. Pequeñas gotas comenzaron a caer del rostro de Caitlyn en sus manos y falda negra de corte alto. Ambos ojos verdosos del otro lado de la barra la miraban de reojo, en silencio. El joven estiró una mano sobre la barra de cerámica, y acarició la mejilla de Caitlyn, retirando un fino hilo de lágrima. —No creo que sea muy sensato derrumbarse o deprimirse por alguien que no tiene ni el menor indicio de hombría y moral. El chico compuso una tierna sonrisa, y agregó: —En pocas palabras, no llores por un idiota. Caith soltó una viva risotada, y ahogó la risa con sus pálidas manos. Secó sus mejillas ligeramente arreboladas, y exhalando un suspiro cargado de tristeza y decepción, alzó sus joyas color esmeralda hacia el castaño, estancando la esmeralda en el otoño de sus ojos. —¿Por qué te preocupa? ¿O acaso no te gusta ver llorar a ninguna mujer? —No puedo decirte por qué me preocupas. —Bajó la mirada, y comenzó a guardar las ganancias de nuevo, anotando el resultado en un trozo de papel con una linda caligrafía. Ya las cortinas violetas comenzaban a darle un tono nostálgico al local. Un tono tierno, tétrico, y nostálgico. Como el color de los riachuelos cuando el sol está por esconderse, y lanza su último rayo vivo a la tierra. —Ni siquiera debería estar aquí contigo... Al escuchar el débil murmullo de Caith, el chico alzó la mirada rápidamente. Un atisbo de tristeza atravesó su mirar, y su pálida piel contrastaba contra sus castaños cabellos por la luz de la luna. Asintió con una leve inclinación de cabeza, y desvió la mirada hacia las mesas y asientos vacíos del lugar. Se siente tan bien estar con él... ni siquiera el silencio resulta incómodo... aunque desconozco su nombre, me transmite confianza. Las palabras cruzaron por la mente de Caith, quien recogió uno de sus cabellos detrás de su oreja, componiendo una sonrisa para el chico. Sin embargo, éste no le correspondió igual. Mantenía un semblante serio, neutro, y el vacío en sus ojos volvió a hundirse y a aparecer. —Y-Yo... digo, ni siquiera sé tu nombre. ¿Cómo sé que no eres algún tipo de secuestrador o matón? —En la voz de Caitlyn se percibía un deje juguetón, y el brillo en los verdosos ojos del chico volvió a danzar. Como si sus ojos ardieran como antorchas, antorchas con un verde brillante y vivo. —Pero confías en mí, que es lo importante. Quiero que sigas confiando así en mí, no me gusta dar mi nombre, así que, por el momento, dejemos mi identidad a tu criterio. —Hum... entonces, te llamarás Matías. El chico amplió su sonrisa, dejando ver una hilera de relucientes diamantes y un par de hoyuelos acompañando la sonrisa. —Me agrada mi nuevo nombre. —Tiene que agradarte, si no te gustara, igual te quedarías con él, es mi criterio. —Con sus delgados dedos, apoyó la palma de la mano en su pecho, sonriendo. —También me agrada más esa sonrisa que tienes ahí. —El fuego vivo volvió a surgir en sus ojos verdes, danzarines, alegres, profundos. —Y bueno... ¿a dónde es ese lugar al que ibas a llevarme? —Carajo, lo había olvidado... —Matías, como portaba por nombre ahora, frotó su rostro, molesto consigo mismo. Tomó una bocanada de aire, relamió sus labios, y le tendió una mano a Caitlyn—. ¿Vienes, o dudas de mí? Caith vaciló unos segundos, apreciando las llamaradas en sus ojos, asintió, con una lobuna sonrisa, —Voy contigo.
Vaya, sin duda lo enigmático que resulta Matías es muy romántico al mismo tiempo, me ha gustado. Aunque... ¿A dónde la va a llevar? No quiero tachar de imprudente a Caitlyn, pero un poquito sí que lo es. xD No sé, ir por ahí, con un desconocido... Aunque bueno, mi corazón me dice que es una buena persona. :3 En fin, me encanta este relato. El capítulo ha sido cortito pero es genial igualmente. Espero la continuación. <3