Neurosis

Tema en 'Relatos' iniciado por Ren Zero, 23 Julio 2014.

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    Ren Zero

    Ren Zero Iniciado

    Virgo
    Miembro desde:
    15 Mayo 2011
    Mensajes:
    25
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Neurosis
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Horror
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1916
    Para una experiencia más profunda se recomienda leer escuchando el siguiente audio:



    Disfruta.

    Mis músculos se contraen y mi cuerpo poco a poco empieza a ganar más energía. Aunque aún algo fatigado, abro los ojos y me despierto. Y ahí está otra vez: Esa cosa. No deja de mirarme, no deja de seguirme, vigilarme, de estár al tanto de cada una de las cosas que hago durante todo el día. Su mirada, profunda y penetrante apunta exactamente hacia mi cara desde encima del escritorio de mi habitación. Compuesto por blanca piel de felpa y unos ojos rojos inmóviles pero aterradores hacen de ese conejo de peluche la cosa más horrorosa y temible que cualquier persona pudiera haber visto en su vida.

    Sus orejas, grandes y largas pueden oír. Sus pupilas, sangre y luminosas pueden ver. A menudo, también puede hablar. No mueve su boca, pero igual parla.

    Salgo de mi cama y bajo a la cocina a prepararme el desayuno sin darle demasiada importancia a eso. Tomo el pan de la alacena, está suave y huele muy rico. También, preparo un apetitoso té de limón.

    Quito los libros que hay encima de la mesa, coloco mi desayuno y enciendo la televisión. Y ahí esta de nuevo. Mis ojos, perdidos como los de alguien que acaba de morir con los parpados abiertos, no reaccionan de ningún modo bajo el simpático estimulo que se figura a través de la pantalla. No hay noticias, no hay telenovelas, no hay música, solo el ruido de un aparato descompuesto y la imagen típica de los televisores cuando no hay ninguna señal de cable conectada. Sin embargo en el centro de este vacío esta él, el conejo de felpa. Me mira, cruel, despiadado y sarcástico, sonriendo como una abuela que alegremente le regala un dulce a un niño. Y me otorga la desdicha sin decir una sola palabra.

    Al salir de la casa, el mundo parece totalmente desconectado de la realidad. El aire es frío, los árboles se han quedado sin hojas, las calles están cubiertas de agua por la lluvia de anoche y casi ni se ve a nadie dando vueltas. ¿Cuánto tiempo hace ya desde que todo pasó a ser de este modo? De pequeño, era un niño que le encantaba salir a jugar y corretear con los demás chicos de su escuela las tardes libres. Amaba los dulces, las carreras de bicicletas y escribir historias de fantasía con personajes heroicos y superpoderosos. Incluso había sentido lo que era el amor verdadero por una mujer: Con tan solo 11 años, le había propuesto casamiento a una de mis mejores amigas de ese entonces. Recuerdo también que me gustaba inventarme disfraces con cosas que encontraba en mi casa, mi padre se reía mucho cuando, de vez en cuando, aparecía con cajas y sabanas puestas en la cabeza.

    Cuando crecí y llegue a mi etapa de adolescente, mamá murió.

    Papá entro entonces en un grave estado de depresión mayor, al igual que mi abuela.

    Más tarde, él no pudo soportar la angustia que atormentaba su mente día a día por el fallecimiento de mamá y se suicidó.

    Han pasado los años y aún conservo muchos de esos sucios recuerdos. A veces cuando pienso en ellos me surge una sensación de asco muy extraña pero intensa y lo único que puedo hacer entonces es escapar de esos pensamientos.

    Por suerte en la actualidad pude conseguir un trabajo estable y actualmente estoy viviendo solo en una casa pequeña pero suficientemente grande para una sola persona.

    Soy estudiante de medicina y no me quedan muchas materias que rendir para poder recibirme. Cuando lo haga, pienso especializarme también en psiquiatría y quizás más adelante en psicología, soy muy ambicioso.

    Al llegar a la facultad veo algunos de mis compañeros, sus rostros se ven tranquilos. Ellos parecen acostumbrados a la rutina.
    La clase comienza y mientras el profesor da la primera lección del día no puedo evitar desconcentrarme constantemente y es que, justo encima de mi escritorio está él otra vez. Siguiéndome, vigilándome, escuchando, prestando suma atención a todo lo que me pasa y a todo lo que ocurre a mi alrededor. Hablándome, diciéndome que me pare del asiento, me vaya, que deje todo y termine con mi vida de una vez.

    El conejo empieza a relatar con su estúpida boca recuerdos dolorosos de mi pasado intentando que yo me retire del aula, pero yo lo ignoro. Pongo todas mis fuerzas en no darle importancia aunque continúe levantando más y más esa chillona y asquerosa voz suya que tiene. Si tuviera que describirla, diría que es monótona pero intensa, aguda, lineal como la de un robot o androide que no posee ningún acento de ninguna región especifica al pronunciar las palabras. Pero por sobretodo, es grotesca y dolorosa. A veces, el conejo empieza a emitir sonidos extraños cuando voy en el autobús, el ruido que produce se parece al de un perro que acaba de ser asesinado de una forma atroz y está agonizando de dolor. No obstante yo no pierdo la calma. Si la gente supiera de esa terrible criatura, ¡si el mundo pudiera ver a esa apestosa y desgraciada cosa! Solo así la sociedad entendería mi martirio.

    Muchas veces he sido echado de varios lugares, no tengo amigos ni novia y mi único consuelo es la cantidad inmencionable de alcohol que consumo por las noches antes de dormirme. La gente que a menudo se me acerca, tarde o temprano acaba alejándose. En el fondo las entiendo: Para aquellos que no han conocido la locura, para aquellos que no han vivido toda una vida de tragedias y soledad, mis comportamientos han de ser raros, anormales, “fuera de lugar” (¡Ja! Si habré oído esa maldita frase salir de la boca de cuantos taberneros, profesores y hasta hermosas mujeres de ropa apretada).

    En mi camino a casa tengo que tomar dos buses. El segundo siempre tarda un poco más que el primero en llegar y muchas veces evita la parada y sigue de largo como si yo no existiera. Observo mi reloj y empiezo a impacientarme cada vez más, dejo salir un suspiro y me noto cada vez más nervioso. Juego con los dedos de mis manos y me muerdo las uñas ansioso, desesperado por llegar a casa y que ese día termine.

    El autobús llega y se detiene justo en frente mío, una cola de personas empieza a subir al vehículo, el último en la fila soy yo. Él esta detrás de mi esperando pacientemente, sin hacer un solo ruido, sin emitir una sola queja. Pero, un momento, ¿está temblando? Sí, su frágil y hermoso cuerpo está temblando. Esperen, ¿he dicho hermoso? ¿He llamado a esa cosa hermosa? Dios me perdone de adular a un demonio ardiente del infierno de esa manera, ha sido probablemente un descuido. Aunque he de admitir que de algún modo, si observo con atención y sin prejuicios, su figura muestra algún que otro encanto, ¿Por qué ocultarlo? Eso no cambia nada.

    Antes de subir al autobús descubro que él empieza a llorar y no quiere subir al vehículo, así que lo tomo con mis manos y me adelanto antes de que el chofer presione el acelerador.

    ¿Hubiera servido de algo haberlo abandonado en esa parada de buses? Lo dudo. Tampoco le tengo compasión, pero quien sabe que hubiera hecho ese horripilante engendro de duende si lo hubiera dejado tirado allí.
    Afuera está lloviendo, el cielo está oscuro y gris y las ventanas del colectivo están empapadas. Huele a humedad y se puede oír a las personas que están paradas, como yo, yendo de un lado a otro en el pasillo. Mis zapatillas están mojadas, puedo sentir que hay agua dentro de ellas, al igual que en mis medias. No veo la hora de llegar a casa y darme una ducha.

    Hay alguien observándome, puedo notarlo. El conejo ha girado la cabeza repentinamente sin mover su cuerpo y está mirando a una persona en uno de los asientos cerca. De repente, empieza a temblar de nuevo y a repetir cada vez más fuerte “muere”.

    Muere. Muere. Muere. Muere. No deja de decirlo, ¿pero a quién está dirigiendo tan espeluznante maldición? Oh, es a esa niña: Una inocente pequeña ubicada de pié a nuestro lado. Ella lo mira asombrada y no le responde una palabra, no se puede ver ni siquiera un mínimo gesto de asombro en su cara. ¡Jaja! ¡Vaya cómica escena! ¡Que risa, que risa! El más odiado enemigo de aquel espeluznante felpudo, la indiferencia, se esta burlando de él (justo como yo lo hago todos los días) a través del cuerpo de una simple niña. Después de un día tan difícil y cargado de problemas, donde derribe a tres personas en la calle descuidadamente y casi fui aplastado por un auto por culpa de este maldito parásito parlante, puedo deleitarme con este bello teatro de gracia y venganza que se sucede delante mío.

    La niña se acerca hasta mi con la madre yendo apresurada detrás para alcanzarla y entonces mi cara se vuelve pálida, mi presión corporal baja, puedo sentir como la sangre se me hiela y mi campo visual se vuelve impreciso, nebuloso: “¿Cómo es que puede… Verlo?”, me pregunto estrepitosamente. No me había percatado de tan curiosa cuestión.

    -Que bonito es.-Dice la niña mirando al felpudo. Y el conejo abre su boca y muestra unos afiladísimos dientes cubiertos de sangre, su cara se descompone, sus ojos se vuelven blancos y comienza a chillar como siempre: Fuerte, insoportable, intolerante, irrefrenablemente espantoso.

    -¡Hija, aléjate de esa cosa!- Exclama la madre de la joven mientras la toma de su hombro y tira de los pliegues de su ropa hacia atrás para llevársela consigo y alejarla del monstruo. La gente se da vuelta y entonces todas las miradas se posan en mí. No entiendo, ¿Qué está pasando? ¿Por qué pueden verlo?

    ¿Pueden verlo?

    De repente, el colectivo se detiene en una parada donde no hay nadie. “¡Esta es mi oportunidad de escapar!”, pienso. Ni siquiera sé porque se me cruzo eso por la cabeza, simplemente me apuro y corro para salir de allí. Las miradas frías y temerosas de las personas me devuelven una imagen que no quisiera recordar. La niña, tomada de la mano de su madre, extiende uno de sus débiles y dulces bracitos en dirección hacia mi mientras yo me alejo corriendo de élla. Intento bajar del colectivo y me caigo por las escaleras de salida por lo que termino tumbado en el medio de una vereda por cierto, desconocida.

    Tirado allí, observo como el colectivo se aleja poco a poco con las miradas acusadoras de la gente. Creo que me he roto una pierna al caer, mis brazos están lastimados y me he raspado la cara con el asfalto. La lluvia que moja todo mi cuerpo y los relámpagos reflejan perfectamente el estado de infortunio en el que me encuentro ahora.


    Y a mi lado está él: Silencioso, compañero, desafortunado como yo. El único que me acompaño todo este tiempo en mi amarga y repugnante vida. Ahora lo veo bien:


    Después de que mamá murió, luego de que papá nos abandono a todos y al fallecer mi abuela, el fue el único miembro vivo de mi familia que quedó y permaneció conmigo para cuidarme. A mi lado está el cuerpo nauseabundo de mi perro, muerto hace ya 1 mes, el cual estuve cargando conmigo a todas partes desde que pereció.
     
    Última edición: 25 Julio 2014
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