Vengo con el song-fic trágico de los desafíos de agosto. Solo Arceus sabe lo que me dolió escribir esto. Por lo general publico con Arial, pero siento que esto tiene que ir con la fuente por defecto (?) Sí, que los song-fics van en su correspondiente foro ahora. Va un poco de la mano con mi microrrelato: Destrucción. Canción: Neptune de Sleeping At Last. Esa fue la mejor traducción que encontré hasta el momento. Contenido oculto: Vídeo, letra en español. . . . . . Negro Viscoso Había gastado más de un año de su vida en una situación que no avanzaba, que no parecía mejorar, en un problema que no era suyo. Se había desgastado a tal punto que se desconocía a sí misma, sentía que veía su vida desde el exterior, como si su alma estuviese separada de su cuerpo. No lo sabía, pero más de una vez había rozado un estado de disociación. Quería huir, por supuesto que quería hacerlo, pero estaba aferrada a él, a lo que alguna vez fue y le dolía saber que el dolor lo había cambiado lo suficiente para desensibilizarlo del de quienes lo rodeaban, carecía de empatía. Su problema lo había cegado completamente. El alguna vez dulce niño ahora tenía un gusto amargo, ácido, de ese que te hace arrugar el rostro. No, era doloroso. Ardía como alcohol barato de farmacia sobre una profunda herida abierta. Se quedó mirando el puñado de cartas, dibujos y el libro que tanto se lo recordaba, estaba ausente. Cargada de ira empezó a destrozar las cartas, en los trozos más pequeños que le fue posible, para cuando pasó a los dibujos las lágrimas fluían sin control, le distorsionaban la vista y ni siquiera notaba que el color se desprendía de las páginas y le manchaba las manos. Tomó el libro, pero antes de poder continuar con su ritual de destrucción se desplomó en el suelo, aferrándose al objeto con fuerza y sollozando como no lo hacía hace años. Le costaba respirar, su llanto la estaba ahogando. —Nunca te quiso. —Una voz de un tono más bajo que la suya hizo eco. —Nunca apreció lo que hacías por él. —Esta vez fue una voz de un tono más alto. —Deberían darte un premio por el desastre que eres. —De nuevo la voz de tono bajo —. No… ni siquiera eso mereces. —¿Cómo puedes cagarla tanto? —La voz de tono alto le hizo segunda nuevamente y así seguirían. —Lo amabas pero ya no sabías qué hacer. —Nunca lo amaste realmente —Lo tomaste porque te ofreció cariño, cualquier idiota puede ganarte así. —Lo aceptaste porque querías salvarlo, estúpida niña idealista. —Sabías que no tenía salvación. —Deja de sufrir de una maldita vez, llorona asquerosa. —Qué puto asco das. ¿Por qué no te mueres de una vez? —Hazlo —esta vez se escucharon al unísono. Su llanto se intensificó, si es que era posible, estaba harta. Harta de escuchar ese eco en su cabeza, aplastante, intrusivo, degradante, destructivo. Era como si una masa oscura de un negro lustroso y pegajoso se moviera dentro de su mente, consumiendo lo que era, ensuciando su visión del mundo y de ella misma. Una plasta asquerosa que no hacía más que crecer. Lo había amado de la forma incorrecta, no lo había amado como él quería, no le había dicho lo que quería escuchar… y por eso no importaba cuánto lo había adorado. Ahora se había ido sin aviso, dejándola con un nido de recuerdos falsos y repugnantes, porque encima de todo tenía afición por mentir; y aun así lo lloraba porque ahora no tenía nada, ni siquiera se tenía a sí misma porque era incapaz de amar lo que era, porque se había encerrado en una jaula y ya nadie podía alcanzarla. La bomba había detonado al fin, luego de tantos años, había logrado que tocara fondo hasta el punto de que nada le importaba. —Cobarde. —Logró balbucear entre sollozos antes de que un grito mezclado con llanto rasgara su garganta, dejó caer el libro al apoyar las manos en el suelo, estaba tan llena de ira y había llorado tanto que las arcadas se hicieron presentes, fue así, con los brazos extendidos aguantando a duras penas su peso, que fueron visibles las cicatrices en su piel. Esta vez había dejado marca física de su dolor, de todo ese sufrimiento que había acumulado desde incluso antes de que él se hiciera presente en su vida. Lo odiaba y lo amaba a casi partes iguales. La había destrozado pero era incapaz de olvidarlo. El infeliz sabía bien lo que hacía, al irse de aquella forma impediría que sus emociones se estabilizaran, la mortificaría por tiempo indefinido mientras él simplemente rehacía su vida luego de arruinar la suya con llanto, amenazas de suicidio y la construcción de un sentimiento de culpabilidad. El negro viscoso siguió fluyendo.