One-shot Negro [Gakkou Roleplay I Violet & Natsu]

Tema en 'Mesa de Fanfics' iniciado por Insane, 6 Septiembre 2020.

  1.  
    Insane

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    Escritora
    Título:
    Negro [Gakkou Roleplay I Violet & Natsu]
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Romance/Amor
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    1777
    Título: Negro
    Personajes: Violet Balaam & Natsu Gotho
    Fandom: Gakkou Rolplay
    Summary: ''Natsu odiaba el ruido excesivo, lo sabía porque llevaban mucho tiempo hablando por teléfono a la distancia, y ahora que faltaba un año para mudarse, solían quedar más seguido."
    N/A: Semequiebraelcorazón.

    "Y, entonces, abrí la puerta de par en par, y ¿qué es lo que vi? La oscuridad y nada más"


    Realmente estar frente aquel inmenso lago, como un plan no planeado con anticipación provocaba que su corazón se sintiera cálido, divisando la luz de la luna reflejarse sobre el agua cristalina, en donde permanecía clavada su vista. ¿Cuánto tiempo más tendría? El que se sentaran a su lado provocó que se removiera, apoyando sus brazos sobre sus rodillas, recostando el mentón sobre sus muñecas mientras respiraba con cierta paz.

    Estaba pensando de nuevo en ello.

    —¿Qué quieres hacer mañana?

    Deslizó sus pupilas azules hasta las doradas. Cada que visitaba a su padre solía llamar a Natsu para que fuese por ella, permitiéndose subir en una motocicleta como nunca antes había hecho, abrazándose a él como si de aquello dependiera su vida, como si fuese quizá la última vez en que se permitiría divisar la luz de las calles de aquel hermoso país que tenía la oportunidad de recorrer; los adultos mayores paseándose en la tienda de víveres, los niños jugando en las máquinas de video juegos, algunos perros corriendo, los preciosos colores del cielo.

    —Donde me lleves está bien —murmuró tenue, con una genuina sonrisa en los labios.

    La angustia no la abandonaba ni en aquellos espacios de dispersión.

    —Un parque de diversiones.

    Pestañeó incrédula. Natsu odiaba el ruido excesivo, lo sabía porque llevaban mucho tiempo hablando por teléfono a la distancia, y ahora que faltaba un año para mudarse, solían quedar más seguido.

    Fue entonces que su pecho se estremeció, deslizando la yema de sus dedos por la muñeca ajena, prosiguiendo al verlo mirar al frente, sin apartar su tacto. Sus gráciles dedos se posaron sobre los toscos de él, con un tinte de inseguridad, volviendo su atención al precioso lago que reflejaba la luz pálida de la luna.

    Parpadeó nuevamente y en cuanto sus pestañas se elevaron su vista se tornó borrosa, provocando que cerrara los ojos con fuerza. Natsu por su parte apenas y se inmutó, percatándose por el rabillo del ojo.

    —Vamos a otra parte.

    —Está algo tarde —murmuró inquieta, disimulando la ceguera intermitente al ocultar su rostro entre sus rodillas.

    Estaba angustiada, como si el aire se le escapase por el hecho de desdibujarse todo frente a sus ojos. Natsu ya lo había notado meses atrás. Cada que la veía el tinte azul se empezaba a tornar más grisáceo, más apagado; los dolores de cabeza se hacían más constantes, la angustia pese a querer ocultarla se sentía palpable. Violet se levantó del suelo y sacudió su vestido lánguido con parsimonia, extendiéndole la mano mientras lo detallaba, como solía hacerlo desde el día en que lo conoció.

    La piel rayada de tinta, los orbes sagaces, la expresión ambivalente, las zapatillas deportivas, el camuflado, la camiseta negra, la chaqueta de jean, la cadena de plata.

    Se sentía tan tonta, tan vulnerable, tan cobarde. Le vió levantarse al sujetar su mano, provocando que comenzara a elevar el rostro al ser él más alto que ella. Su corazón se contrajo. Debía decirlo, quizá sería el último día en que sus retinas funcionarían, y simplemente no podría volver a ver aquella expresión de fastidio, irritabilidad, simpleza. Su estómago se revolvió ante la idea del rechazo, mordiéndose los labios.

    Condenado vicio entorno a los nervios.

    —Dilo, tonta.

    El aire se retuvo en su caja torácica al escucharlo hablar tajante. Estaban solos, en medio de un bosque fuera de la ciudad, cubiertos por frondosos árboles en mitad de primavera. Tragó grueso, como si destapara un recipiente y dejara correr agujas por sus cuerdas vocales, rayándole la laringe.

    Él lo sabía hace ya un tiempo.

    Sus sentimientos, su enfermedad, su debilidad, su fortaleza, su angustia, su ingenuidad. Él sabía todo de ella, y ella no conocía nada de él. Sintió que hiperventilaría en cualquier momento, recordando las amenazas de su padre en caso de descubrir que seguía saliendo con ese muchacho de los tatuajes, sin embargo su madre a escondidas la apoyaba con pequeñas mentirillas blancas. Apretó los puños permitiéndose sentir el largo de sus uñas al tener la sensación de que se rompería en cualquier momento.

    —Me gustas —declaró sintiendo la vista borrosa nuevamente—. Me gustas demasiado —repitió sin apartar la mirada de la ajena, pese a que sus pupilas fallaban cada vez más seguidas en enfocar, diferenciar, captar colores, texturas, formas— ¡Me gustas!

    El grito desesperado por llevar aquellos sentimientos se escucharon como un eco sordo.

    Dios mío.

    La mano izquierda de él le acarició el cabello, sonriéndole suavemente como pocas veces, sin apartar sus filosas pupilas de ella.

    La estaba rechazando.


    Sus pequeñas manos se aferraron a la camiseta, hundiendo su rostro avergonzado en el pecho ajeno sintiendo el tacto sobre su cabeza. De cualquier forma lo había dicho, había conseguido exteriorizar con su voz resquebrajada lo que tanto le quemaba en el pecho, sintiéndose tan estúpida…

    .

    .

    .

    Se adentró en casa, quitándose con delicadeza los tenis, entrando en medias. La luz estaba apagada, sintiendo apenas el viento que se colaba por una ventana abierta, sin embargo… no lograba divisar la luz del farol de la calle. Parpadeó con fuerza, abriendo nuevamente los párpados.

    Negro.

    Todo estaba negro.

    Como la ropa de Gotho, como sus tatuajes, como su cabello.

    Caminó apenas con la mano izquierda en la pared, esperando que volviera aquella lucidez que de por sí podía tardar un poco en llegar, la luz sobre la oscuridad que le proporcionaba algo más de tiempo por observar. Iba a asistir al parque de diversiones en su último día de estadía, quería verlo, los fuegos artificiales en la noche, el algodón de azúcar antes de comerlo, las luces intermitentes de los juegos mecánicos. La yema de sus dedos llegó al final de la lisa pared. Trató de recuperar el tacto de su soporte pero en vez de eso, dio con la cerámica que tenía su padre, provocando que ésta cayera al suelo, quebrándose.

    Se sintió ahogada.

    Negro, todo continuaba negro.

    Al dar un paso delante sintió el punzante ardor, provocando que se quedara quieta mordiéndose el labio para evitarse emitir aquella queja de dolor. Se había cortado.

    Dios, por favor, un poco más… regálame un poco más de tiempo.

    La puerta se abrió.

    —¿Violet?

    La voz de su padre acercándose preocupado la hizo taparse el rostro con las palmas, sintiendo las lágrimas deslizarse por sus mejillas al no poder contenerlas por más tiempo, angustiada. El escuchar de los botones del teléfono, su padre llamando al especialista encargado de su vista, su madre colándose tras él acercándose a ella para envolverla en sus brazos, escuchándola sollozar antes de que ella pudiera hacerlo, desesperada.

    .

    .

    .

    El aroma a alcohol etílico era algo que reconocería inmediatamente, al pasar sus últimos años de hospital en hospital, con sus padres gastando hasta el último centavo en los mejores especialistas, obteniendo de todos la misma respuesta: Coroideremia, un caso cada cincuenta mil, o cien mil personas, progresivo, concéntrico, irreversible.

    —Hija —le llamó la dulce voz acariciándole la muñeca—. Llamé a Natsu.

    Lo siguiente en escuchar fue el griterío de su padre fuera de la habitación del hospital, reprochando la presencia detestable de aquel sujeto con mala pinta, provocando que la intranquilidad se duplicara, sin embargo el que su madre se levantara, saliera y callara de forma iracunda a su padre la heló, percibiendo después la colonia varonil ingresar a la habitación. Violet se cubrió el rostro con una almohada.

    —¿Qué haces tapándote?

    Tan normal, como si nada estuviese sucediendo.

    —Vete —pidió.

    —Vámonos —concluyó apartando con facilidad aquella mullida almohada, recorriéndola con sus orbes ámbar. Ya no veía aquellos destellos pintorescos color azul cielo, aquella sonrisa positiva en cualquier sentido, las mejillas coloradas.

    Ahora tenía frente a él una chica con la mirada grisácea, helada, las mejillas pálidas, los labios rotos.

    —A dormir a mi casa —continuó denotando el temblar de las manos ajenas—. Tú sigues siendo tú, con vista o sin ella —cortó como si aquello fuese relativamente fácil, pese a entender la situación, pero por lo mismo podía llegar a comportarse tan recio frente a ella—. La niña tonta con la que iré al parque de diversiones en un par de horas.

    La sujetó de la muñeca y la hizo levantarse, enredando sus dedos con los de ella, haciéndola caminar con la bata de hospital, las pantuflas, y la identificación entorno a su muñeca izquierda como paciente, sin importarle una mierda el llevársela al tener la autorización de la madre de ésta, pasando sobre las enfermeras, sobre el iracundo padre de Violet gritando a lo lejos.

    Jugó con las llaves de su motocicleta dentro del camuflado al llegar al parqueadero, quitándose la chaqueta de jean para pasársela a ella, al igual que el casco. Encendió el motor y extendió la mano.

    —Súbete.

    En cuanto la sintió sollozando aún con el vidrio polarizado cubriéndole el rostro a sus espaldas arrancó a toda velocidad, sintiéndola abrazarse en él.

    Ya no vería de nuevo, y qué.

    Chasqueó la lengua deteniéndose en mitad de la carretera, lejos del centro médico, cerca de casa. En dos días Balaam regresaría a su país de origen, la llamaría normalmente como siempre lo hacía cada dos días antes de dormir, le diría lo tonta que podía ser, lo torpe, insistente y habladora. Retomó el camino hasta llegar al destino, bajándose con ella tras él, volviendo a sujetar su mano, procurando el no caminar por desniveles, adentrándose a casa.

    Sus padres estaban durmiendo al ser las cuatro de la madrugada. La guió hasta su habitación y se quitó la camiseta, quitándole a ella la chaqueta con prudencia, buscando luego en su closet una prenda cómoda de algodón para ella.

    —Póntela.

    Negó con premura.

    —No miraré, no seas idiota.

    Violet respiró profundo, sintiendo sus fosas nasales arder, su pecho doler; estiró su mano para palpar la espalda de él. Era cierto, no estaba mirándola. Desajustó el nudo de la bata médica y se colocó la prenda masculina que cubría hasta la mitad de sus muslos, quedándose ahí de pie, tocándolo nuevamente para que se volteara hacia ella, deslizando la yema de sus dedos sobre el cabello ajeno al tenerlo de frente.

    Negro.

    Ya vería todo negro.

    Como su ropa, como sus tatuajes, como su cabello.
     
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