Historia corta Navidad en el fin del mundo

Tema en 'Novelas Terminadas' iniciado por Ruki V, 13 Diciembre 2018.

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    Ruki V

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    Escritora
    Título:
    Navidad en el fin del mundo
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    5528

    Primera parte: Ezekiel



    Recuerdo tener diez años y medio de edad cuando nacieron Nadia y Ruth, mis hermanas. Las más adorables gemelas por las que, juré ese día, moriría antes de dejar que alguien las lastimara. Y esa ha sido y será para siempre mi prioridad. Las adoro con todo mi corazón.

    Mi madre solía esbozar una sonrisa orgullosa cada vez que yo hacía algo bueno por mis hermanitas; y me decía con ternura “Nunca has faltado a tu juramento”. Yo sólo sonreía antes de decirle “Si no las protejo yo, ¿quién?”. Literalmente no había otro quién lo haría.

    Mi padre desapareció cuando supo que mi madre estaba embarazada una segunda vez. Aseguró que éramos demasiado pobres para mantener una boca más y que mi madre debía abortar o él se marcharía a buscarse una mejor vida para él sólo. Nunca se le ha extrañado.

    ¿Cómo, si llego a nuestras vidas el mejor ángel guardián que podríamos haber pedido?

    Su nombre era Lynette y tenía doce años y medio de edad cuando nacieron mis hermanas. Yo llegué a los 11 y ella a los 13 cuando mi madre decidió que ya podía y tenía que dejar a sus amadas bebés para entrar a trabajar y poder mantenernos. Lynette, así de joven, era su niñera, la cual cuidaba de mis hermanas lunes a viernes saliendo de la escuela secundaria. ¿Por qué? Porque mi madre la adoraba; era hija de nuestra amable vecina, y aunque tenía la piel apenas un poco bronceada la llamaba cariñosamente su morenita, quizás más por sus ojos y cabello color café, más claro que el mío. No era más que una pre-adolescente que nos hacía un enorme favor a cambio de tener algo que hacer de tarde.

    Y no dije “nuestra niñera” porque ni yo me consideraba un niño, ni Lynette tampoco, pues yo le era de mucha ayuda a la hora de cuidar a mis hermanas. Con el paso de los años, me solía decir Lynette: “En verdad no puedo creer que tu padre les haya hecho pasar por esto”.

    Hay que decir que cuando Lynette decía “esto” englobaba el hecho de que mamá quedó con el peso de tres hijos para ella sola, siendo desde antes muy pobres, viviendo en casa vieja, teniendo yo menos de diez años cuando él se fue, obligándome a ir madurando muy temprano. Pero la verdad yo siempre me sacudía a mi padre de la mente como algo no muy importante. Ojalá hubiera sido igual de fácil sacudirme mi extraordinario parecido con él, porque sé que mi oscuro cabello castaño, mis ojos verdes y mis facciones a veces hacían que mi madre me mirara con cierta tristeza.

    —Ezequiel, ¿por qué mamá nunca nos habla de papá?— me preguntó Nadia a los seis años, toda adorable con sus largos cabellos rubios y sus enormes ojos azul celeste, heredados de mamá.

    —Porque cuando se acuerda de él se pone muy triste— le respondí en aquella ocasión.

    Y desde ese entonces, ni Nadie ni Ruth nos volvieron jamás a preguntar por mi padre. Desde muy pequeñas habían aprendido que nada era más horrible que ver a nuestra madre triste. Porque era algo muy inusual en ella el ponerse a llorar, siendo una mujer tan fuerte y trabajadora que solo quería siempre lo mejor para nosotros. Encontrárnosla derrotada y cubierta de lágrimas nos partía el corazón. Pero ella nos decía que lo mejor que podíamos hacer para no entristecerla era no entristecernos nosotros. No le gustaba vernos llorando.

    A ella también se le partía el corazón, porque sentía que era prueba de que algo hizo mal.

    Incluso cuando se desató el fin de la humanidad y nos encontrábamos en la necesidad de correr por nuestras vidas, teniendo yo ahora 26 años de edad, mi madre acariciaba mis mejillas y me suplicaba que dejara de llorar porque tenía que ser más fuerte que nunca.

    —Perdóname, Ezekiel— me susurró con una sonrisa llena de dolor.

    Estábamos escondidos, temerosos de ser encontrados por los muertos vivientes de los que corríamos antes de que mi madre se tropezara y fuera mordida por uno de ellos. Estaba ahí tirado en el suelo completamente inmóvil hasta que ella cayó cerca de él. Antes de que yo pudiera ayudarla a levantarse lanzó un alarido de dolor que me hizo voltear a ver su tobillo.

    Llevaba conmigo una pistola desde una semana atrás que los cadáveres salieron directo de los cementerios y empezaron a sembrar el pánico en el mundo entero, pero no había dado un solo disparo hasta ese día. Directo a la cabeza del cadáver, liberando a mi madre, a la que cargué hasta el escondite más cercano para envolver la herida con un trozo de camisa.

    —No me pidas que te perdone, no tengo nada que perdonarte— le susurré de vuelta.

    —Debí haberme fijado por donde corría— insistió mientras lágrimas caían por su rostro.

    —Vas a estar bien— le dije yo, aunque también estaba llorando.

    —Sabes que no— me dijo buscando mi mano para apretarla entre las suyas. —Lo dijeron en las noticias: Es rápido como la rabia. Estoy infectada y ya no hay vuelta atrás.

    —No, encontraremos con qué limpiar la herida y sanará. Vas a estar bien.

    —Ezekiel…— intentó insistir ahora pasando sus dedos por mi cabello negro.

    —Vas a estar bien.

    —No quiero que Nadia y Ruth me vean convertirme en un monstruo.

    Mantuve la mirada fija en su herida, llorando sin poder detenerme. Fue cuando acarició mis mejillas y pegó su frente con la mía, como solía hacer cuando yo era un niño pequeño.

    —Perdóname tú a mí— le pedí. —Yo debí haberte mantenido a mi lado, no detrás.

    —No es tu culpa, hijo— decía ahora limpiando sus propias lágrimas.

    —Debí haberte cuidado mejor.

    —Ya no necesitas ser fuerte por mí… pero por tus hermanas sí…

    Noté como se ponía más y más pálida. Se le veía mareada además, medio recargándose en mí, como si se estuviera aferrando a la vida que inevitablemente se escapaba de sus manos.

    —Por favor, aguanta mamá— le supliqué, abrazándola. —Debes despedirte de tus hijas.

    —No podré— me contestó antes de apartarse del abrazo para verme a los ojos. —Yo… ya no puedo asegurarme de que nadie las lastime. Pero sí de no lastimarlas yo.

    Me tomó menos de un segundo saber a qué se refería, pero no fue lo suficientemente veloz como para poder detenerla de quitarme el arma del cinturón, y apuntársela a la cabeza.

    —N-no, por favor— le dije con los ojos abiertos de par en par, temblando, extendiendo mi mano hacia ella para que me entregara la pistola. —N-no así, n-no podría vivir con eso…

    —Sólo voy a pedirte dos cosas, hijo— me dice ella con esa particular sonrisa amorosa y llena de paciencia. —La primera es que me des la espalda. Y la segunda es que no llores.

    Y le di la espalda, y… no lloré.

    No quería dejarla ahí pero no tenía las agallas para verla en ese estado. Así que solo pude abandonarla ahí. Ni siquiera recuperé el arma. El sonido del disparo retumba en mi mente durante las pocas ocasiones en las que he podido dormir desde que empezó todo el caos.

    Eso fue un 23 de noviembre.

    Llegó el 23 de diciembre. Me encuentro haciendo guardia matutina desde la entrada del refugio en el que nos aceptaron hace tres semanas. Por fortuna y por desgracia no hay realmente menores de edad que queden por cuidar, a excepción de mis hermanas, a quienes en realidad nadie trata como niñas porque tienen 16 años de edad. Es bueno y también malo: Es bueno porque las ayudará a enfrentarse a la realidad con mucha más facilidad, pero es malo porque… a mis ojos sí son sólo unas niñas. Más aún, mis niñas.

    —¿Seguro que no quieres compañía?— me preguntó Ruth desde la ventana entablada del refugio, que no era más que una casa bien construida, con todas las ventanas selladas así.

    —Preferiría que vigilaras que Nadia no se esté metiendo en problemas— le respondo con una pequeña sonrisa, porque así me había acostumbrado desde los diez años.

    —Está dormida, de milagro.

    —Deberías acompañarla de todos modos.

    —Quería asegurarme de que estuvieras bien.

    —Estoy bien. Por favor, vuelve con ella.

    Escuché sus suaves pisadas alejarse de la ventana y suspiré aliviado. No estaba bien. Me preocupaba por ellas como nunca en la vida. Quería volver a simplemente rodearlas con mis brazos tan fuerte que les hiciera saber que todo iba a mejorar. Pero desde que les dije lo que le había ocurrido a nuestra madre, los tres perdimos las esperanzas que existieran posibilidades de que las cosas mejoraran.

    Yo solo esperaba que la presión no se apoderara de Nadie y Ruth. Le rezaba al cielo cada noche pidiendo que pudiéramos permanecer unidos y cuerdos. Si llegase a perderlas en verdad se rompería en pedazos mi mundo.

    —Provisiones— me sacó una voz femenina más madura de mis pensamientos.

    —Buenos días y bienvenida de vuelta, Lynette— le sonreía a la ahora chica de 28 años de pie frente a mí con dos maletas deportivas cargadas de comida enlatada y medicinas.

    Lynette había cambiado muy poco físicamente. Era apenas unos centímetros más baja que yo, contrario a cuando éramos más chicos. Su cabello castaño lo había teñido de color rojo fantasía intenso, que después de las varias semanas de descuido se había ido decolorando.

    —¿Cómo están las lucecitas de mi vida?— me preguntó con ojos tristes. Así llamaba a mis hermanas, según ella porque sabía que “nacieron para brillar”.

    —Muy apagadas, más bien como sombras.

    —Puedo imaginármelo— suspira. —Espero no me entre el sentimiento cuando finalmente pueda verlas. Me han mantenido ocupada con las búsquedas de provisiones.

    —Podrías dejarme tomar tu lugar.

    —Por hoy estoy desocupada ya, pero ¿crees estar listo para campo abierto?

    —No me malentiendas. Me honra tener un puesto tan importante, haciendo guardia, cuidando del resto y no solo de mis hermanas. Es sólo que…— me encogí de hombros mientras encontraba las mejores palabras. —Bueno, no has podido verlas, ellas no te habían visto desde que entraste a la universidad. Tal vez hasta serías mejor compañía… para ellas…

    —Ezekiel, no empieces con eso, no de esa forma— dice ella rodeándome con un brazo. —Si han estado algo distantes es porque estas semanas no han sido suficientes para adaptarse. No es tu culpa.

    —Yo… lo sé.

    —Te aman. No lo olvides, ¿de acuerdo?

    —De acuerdo.

    —Muy bien— me sonríe. —Igual, me gustó como me lo planteaste. En verdad no he pasado tiempo con ellas desde hace diez años. Es muchísimo tiempo eso.

    —De momento, entrega esas provisiones. Mañana será otro día.

    —Maña-- Es 24 de diciembre.

    —Lo sé.

    —Ezekiel, no, no puedes simplemente ir a misiones de campo en Nochebuena. Es cuando más debes procurar estar bien pero bien cerca de Nadia y Ruth. Siempre ha sido una época muy importante para los tres.

    —Lo sé…

    Cuando mi padre se fue, iba empezando el mes de diciembre. Y si tengo que admitirlo, la primera semana estuvo llena de tristeza y furia. Nunca volví a ver a mi madre tan triste en sus últimos 16 años de vida como en esa semana. Después de esos días de llorar y sufrir en silencio, parecía que estaba mucho más preparada para enfrentar la vida sin el que creía el amor de su vida. “Los únicos verdaderos amores de mi vida de ahora en adelante serán tú y tus hermanas” me aseguró. Y así fue, a pesar de que Nadia y Ruth le sugirieran intentarlo de nuevo (enamorarse) una vez que entraron a la secundaria y, según ellas, “representaban menor carga”. Mamá solo les sonrió y les dijo que ni ellas eran una carga ni necesitaba a un hombre. “Ezekiel es el único hombre que necesito” decía abrazándome fuerte y sonriendo.

    En fin. Luego de esa primera semana, mamá decidió que, aunque yo dijera que no era del todo necesario, me quedaría en casa de Lynette mientras ella trabajaba de taxista; fue el mejor trabajo que se pudo conseguir sin que le pidieran muchos requisitos, y donde de hecho le pagaban bastante bien para lo que hacía. Las primeras dos semanas de trabajo bastaron para que tuviéramos una feliz Navidad sin nuestro padre, siendo que él siempre se encargaba de comprar el pavo para la cena con el dinero que ganaba en el dichoso taller.

    Mamá compró y cocinó ella misma el pavo, además de que preparó espagueti con queso y puré de papa. Acabó siendo mucha comida para dos, así que invitamos a Lynette y su madre (que, si no lo había mencionado antes, también era madre soltera) a que cenaran con nosotros. Además, mamá también había comprado regalos para nosotros tres. Le decía a nuestra vecina que la consideraba como la hermana que nunca tuvo (bastante literal, diré a sabiendas de que jamás me presentaron a ningún tío ni abuelo, ni de parte de mi padre). Y por supuesto que a Lynette también la quería mucho. Por eso, aunque no hubiera sido necesario, mamá decidió demostrarlo con regalos; objetos materiales que ella por sí sola había conseguido comprar para la gente que más quería. Éramos todos muy felices juntos.

    La primera Navidad con mis hermanas fuimos el doble de felices. Ellas tendrían apenas aproximadamente unos cinco meses. Todavía no podían ni gatear y seguían con la leche materna, y sin embargo parecían saber ya que diciembre era un mes muy alegre, viéndolas tan risueñas mientras mamá y yo hacíamos algo que realmente no habíamos podido costear el año anterior: comprar un árbol y decorarlo, y el resto de la casa igual.

    Nuestra vecina compró suéteres para mis hermanas y mamá les compró dos cobijas iguales. Era entendible, porque eran bebés, ni siquiera de un año de edad. No querrían juguetes; si acaso peluches, pero mamá creía que podían llegar a ser muy sucios y las enfermaría.

    En los años siguientes, mamá trabajaba de taxista entre semana y de mesera o a veces hasta sustituta de cocinera en un pequeño restaurante cerca de casa. Afortunadamente, ninguno de los dos empleos la solicitaba en 24 y 25 de diciembre.

    Esos días ella era toda para nosotros. Y vaya que los disfrutábamos: Cuando yo entré a la secundaria, empecé a ayudarle con la cena. Y cuando mis hermanas fueron capaces de empezar a desenvolver regalos, yo me encargaba de envolverlos. Lynette y su madre continuaban pasando ambos días con nosotros igualmente, todos los años. Seríamos una rara familia, pero una familia.

    Aunque eso duró por unos pocos cinco años.

    Lynette tuvo la oportunidad de entrar a la universidad y mi madre no tenía el derecho de pedirle que la rechazara. Ni quería, ni lo haría, ni lo necesitaba. No solo ella misma lo dijo cuando Lynette expresó cierta culpa por “abandonarnos”; yo le dejé en claro que ella debía aprovechar la beca en el extranjero que le estaban otorgando por sus notas, que yo nunca la perdonaría a ella ni a mí mismo si nosotros la retrasábamos en su camino a convertirse en una importante mujer de negocios. La quería demasiado como para amarrarla a nuestras vidas.

    Mi madre le insistió a la suya para que siguiera a su única hija mientras la escuela fuera tan increíblemente amable como para pagar también su estadía en el extranjero. “La sangre llama, ¿no?” le decía mi mamá. Fue triste despedirlas en el aeropuerto a las dos. Ni hablar de lo mucho que las extrañaron Nadia y Ruth, que convivían tanto con ambas, pero sobre todo con Lynette. Yo no habría sido igual de buena hermana mayor de haber nacido mujer.

    A pesar de la partida de nuestras vecinas, nos mantuvimos con los pies en la tierra. Para el año siguiente, Nadia y Ruth entraron a la escuela primaria y yo a la preparatoria. La verdad es que la Navidad de ese año se sintió diferente, nos faltaba algo. Sin embargo, seguimos adelante.

    Durante los años de primaria de Nadia y Ruth, a las Navidades se les sumó la costumbre de que ambas estuvieran desesperadas por jugar con lo que recibieran ese año, aunque tuviera que armarse, ensamblarse o instalarse de algún modo; además, si eso era necesario, decían que lo averiguarían solas y no aceptarían ayuda de mamá o mía por nada del mundo.

    Cuando entraron a la secundaria, y yo ya llevaba algunos años en la universidad, Nadia y Ruth se interesaron por los libros, y esos fueron sus regalos por tres años, tanto de parte de mi mamá como de parte mía. Porque una vez que mis hermanas me parecieron lo bastante mayores para pasar la tarde a solas, haciendo sus tareas y siendo buenas niñas, yo empecé a trabajar.

    Era extraño verlas tan crecidas. Más cerca de ser mujeres que de seguir siendo niñas. Para mí era aterrador. Eso significaba que estaban cada vez más cerca de plantearse la idea de tener un novio. Y sí, yo soy y siempre seré de esos hermanos sobre-protectores que cree de manera persistente que ningún chico sería lo suficientemente bueno para ninguna de sus bellas hermanas.

    Y cuando digo bellas, quiero decir bellas. Si creen que las típicas rubias de ojos azules son bonitas, no acabarían nunca de imaginarse a mis hermanas. Y además de lindas siempre han sido muy educadas, inteligentes, respetuosas, estudiosas. ¿Quién las merecería? Nadie.

    Es gracioso porque ellas decían algo así sobre mí cuando eran más pequeñas. Llegaron a decirme: “No hay remedio: Terminaremos casadas contigo”. Recuerdo haberme sonrojado mucho, y que mamá se rió a más no poder. Casi no queríamos explicarles que no se podía.

    Pero cuando entraron a la secundaria, en realidad las cosas para ellas ya eran más como yo las veía: me veían siendo apenas un poco amable con una chica o mensajeando a otra y ya querían su nombre completo y dirección para “averiguar si era digna de mí”. Qué cosas.

    Qué cosas… Ahora me causa mucha tristeza que quizás nunca vayan a vivir un noviazgo normal en el que tengan citas en el parque, el cine, una heladería. De hecho, era algo que no les interesó hasta poco antes de los quince años. ¿Por qué? Porque habían sido muy unidas todo el tiempo; tanto que les era un poco difícil mantener amistades, más aún un noviazgo.

    Tenían la mala suerte de que sus compañeros de escuela tenían una percepción muy diferente de ellas cuando estaban juntas y cuando estaban separadas. Nunca entendí aquello, con todo y que Nadia me lo explicó, acomplejada, reteniendo las lágrimas mientras se pasaba las manos por su cabello recién cortado y teñido de negro.

    Sí, en un arranque emocional de adolescente insegura, decidió que quería diferenciarse de Ruth visiblemente, “para que la gente dejara de decepcionarse cada que recurrían a ella creyendo que se trataba de su hermana”. Ruth estaba bastante enfadada cuando se enteró, pues no tenía idea que sus compañeros de escuela eran así de crueles con Nadia.

    El cambio de imagen de Nadia no afectó su relación con Ruth, y ciertamente la ayudó con su autoestima. Era una lástima que hubiera tenido que modificar su apariencia para sentirse mejor consigo misma, pero Ruth la entendía, y quienes antes la hacían sentir mal ahora tan solo se alejaban. Nadia decía que era mejor estar casi sola que mal acompañada.

    Casi, porque tenía a Ruth.

    Y ambas me tenían a mí.

    Por aquello del cabello teñido, ese año (el año anterior al apocalipsis) mamá le regaló en Navidad a Nadia productos para que lo mantuviera cuidado y no se le maltratara.

    Si alguien me hubiera dicho que esa sería la última Navidad con nuestra madre…

    —Estaré bien, Lyn— sacudí mi cabeza para sacarme de mis recuerdos.

    —No, Ez— me dijo sonriendo, aunque hablara completamente en serio.

    —Hoy te marchaste muy temprano y volviste muy temprano también. Podría hacer igual.

    —¿Pero y si…?— empezó a decir, con una voz muy afligida, acercándose a poner una mano en mi pecho, mirándome a los ojos. Cuando le regresé la mirada, pareció apenarse un poco y la apartó. —¿Y si de casualidad no regresaras? No puedes hacerles eso… a ellas…

    —Estaré bien, Lyn— insistí. —No mires al suelo como si fuera un hecho que me iré y no volveré. Lo que es más, ni siquiera me iré ahora mismo. Sería mañana de madrugada.

    —Aún no me parece buena idea.

    —Vamos: Hoy podemos empezar por pasar el día juntos los cuatro, empezando a hablar de lo que hemos hecho en todos estos años. Mañana será otro día, y podría ser uno bueno.

    —No veo como esto te está ayudando a convencerme.

    —Vamooooos— le empiezo a decir sonriendo. —¿No podemos quedarnos despiertos hasta tarde solo por esta noche, Lyn-lyn?— añadí y ella se rió.

    —Siempre que dices “solo por esta noche” se traduce a “todo el fin de semana”, Ez— dice sonriendo.

    —Y siempre accedías.

    —Y esta no será la excepción.

    Yo aún tenía que hacer guardia por algunas horas más, pero Lynette entró al refugio para finalmente reencontrarse con sus lucecitas después de tanto tiempo. Me hubiera gustado ver en persona la expresión en los rostros de Nadia y Ruth. Ni siquiera sé cuál fue la mía cuando yo vi a Lynette la semana pasada, cuando apenas encontró nuestro refugio y fue aceptada en él, siempre y cuando formara parte del escuadrón de provisiones. Se le veía tan madura, tan preparada para la acción, para enfrentarse al nuevo mundo. No hubiera adivinado que su madre sufrió el mismo destino que la mía, aunque realmente lo vi venir. Ella ni siquiera tuvo que decírmelo. Simplemente sonrió con nostalgia, mencionando que era una lástima porque también le habría encantado vernos a nuevo a mí y a las chicas.

    Después del mediodía, me uní a la reunión de la familia rota. Cuando entré al refugio, me encontré con Ruth ahora dormida con la cabeza reposada en el regazo de Lynette, como en los viejos tiempos, mientras Lyn y Nadia hablaban en voz muy baja, garabateando en una libreta (la forma favorita de mis hermanas para contar sus historias). Guardaron silencio absoluto cuando llegué y se escudaron con el hecho de que Ruth dormía. Yo solo sonreí, sentándome en el suelo frente a ellas, echando un vistazo a los garabatos de Nadia, inentendibles por estarlos observando fuera del contexto que se estaban susurrando.

    No había visto a Nadia sonreír en semanas, ni a Ruth dormir tan pacíficamente como en ese momento. Agradecí al cielo que Lynette estuviera a salvo y reunida con nosotros.

    Cuando Ruth despertó, Nadia le mostró sus garabatos y se echaron a reír tan bajo como podían. Como bebés hablando un idioma que solo ellas entienden (qué adorable). Me pregunto qué le estarían contando a Lynette: Ciertamente pasaron muchas cosas muy divertidas/embarazosas en estos diez años. Nunca acabaríamos de ponernos al día. Sin embargo, no se puede decir que no lo intentamos. Luego que se hizo más tarde, Lynette nos reveló que tenía consigo dos manzanas en muy buen estado que decidió no reportar como provisiones. Partimos las manzanas en dos y nos comimos una mitad cada quien.

    Ya entrada la noche, se nos ordenó “fuera luces” y nos recostamos todos en el suelo con nuestras pequeñas y delgadas cobijas. La verdad era que ya nos habíamos acostumbrado un poco al frío, aunque seguía doliéndonos mucho la espalda todas las mañanas, y a veces ni dormíamos.

    —Nadia, Ruth, ¿siguen despiertas?— les susurré.

    —Tú ya deberías intentar dormir— me responde Nadia también en un susurro.

    —Lo sé, pero olvidé decirles algo.

    —¿No puede esperar a mañana? — preguntó Ruth.

    —Está aprovechándose de que ustedes saben muy bien que no deben gritar— dice Lynette.

    —Tengan eso en mente— dije antes de guardar silencio por un momento, solo para finalmente advertirlas. —Mañana iré a una misión de campo.

    Escuché a mis hermanas tomar aire como si estuvieran a punto de gritar, y también pude oír como inmediatamente después se llevaron las manos a la boca. Lo noté porque intentaron regañarme a pesar de estarse cubriendo los labios.

    —No es para tanto— solté.

    —¡¿Qué no es para tanto?!— espetó Nadia en el grito más susurrante posible.

    —¡¿Cómo nos dices eso, Ezekiel?!— añadió Ruth.

    —Tranquilas, chicas, solo será por unas horas muy temprano en la mañana— les dije en un intento en vano por tranquilizarlas.

    —Los muertos no necesitan tanto tiempo para lanzar una mordida— reclama Nadia.

    —N-no lo plantees tan bruscamente, Nadia— dice Ruth.

    —Que quede claro que yo le he insistido en que es mala idea— interviene Lynette, voz de la razón.

    —¿Chicas? No les estoy pidiendo permiso, les estoy avisando.

    Aunque está todo muy oscuro, puedo darme cuenta de que Nadia se levanta de su puesto y me busca a gatas para darme un golpe en el costado en el momento que me encuentra. Me muerdo un poco los labios para que mi quejido no alarme a nadie.

    —Ya no estamos en secundaria y lo que nos preocupa no es que vuelvas tarde, Ezekiel: Estamos en un refugio para que no nos encuentren los muertos vivientes y lo que nos preocupa es que no vuelvas— dice, sorprendentemente susurrante aún.

    —Ambas sabían desde que llegamos aquí que tarde o temprano me asignarían a misiones de campo— le respondo con un tono algo enfadado.

    —A mí no me engañas— habla Ruth, poniéndose de rodillas también, junto a Nadia. Ella no se oye enfadada, sino triste. —No te asignaron: Vas porque quieres.

    Escucho como es ahora Lynette la que ahoga un grito. No detecto ninguna reacción de Nadia. Me la imagino intercalando la mirada de Ruth a mí, confundida, incrédula. Solo esperaba que ninguna de las tres estuviera llorando. En verdad era lo último que quería.

    Ruth me había dicho que lo comprendía cuando hablaba con ella un par de semanas atrás, pero en esos momentos no estaba tan seguro de qué tan cierto había sido lo que dijo.

    Un par de semanas atrás, Ruth y yo estábamos conservando mientras Nadia aprovechaba la rara oportunidad de darse una ducha en las instalaciones poco funcionales del refugio.

    —Estoy perdiendo la cabeza— le dije aquella vez, sentado en un sillón viejo del refugio, con el rostro oculto entre mis manos.

    —Tal vez la mantendrías en su sitio si hablaras más con nosotras— me decía ella en un intento por reconfortarme.

    —No lo entiendes, Ruth. Todo lo que ha pasado en estas semanas me ha desquiciado tanto pero tanto… Lo último que quiero es sólo encerrarme en el refugio a quejarme mientras los muertos se adueñan del mundo.

    —¿Y qué hay de bueno en tragarte todo eso?

    —No es el punto. El punto es que no quiero estar haciendo nada. Quiero actuar.

    —Pero, Ezekiel…

    —No, Ruth— la interrumpí. —No sabes cuánto preferiría estar aprendiendo a usar todas las armas que se me puedan atravesar para el momento en que necesite defenderlas de un muerto.

    —¿Quién nos va a defender después si no aprendieras realmente a usar esas armas? ¿Qué nos va a quedar? ¿No crees que tal vez Nadia o yo seamos las que perdamos la cabeza si luego de la muerte de mamá te nos vas tú también?

    Discutíamos, pero era una discusión tan calmada que otros tal vez no se habrían dado cuenta. Todo lo que Ruth decía no sonaba como a reclamo, sino como a un argumento.

    —En… en verdad estoy aterrado de que eso pase, Ruth.

    —Lo sé.

    —Lo que más quisiera sería tratar de buscar la forma de detener este apocalipsis.

    —Me lo imagino.

    —Pero en realidad lo más que puedo hacer es reunir provisiones o irme a otras misiones de campo. No es que quiera dejarlas solas, es que debe haber algo más que pueda hacer, fuera del refugio.

    —…Lo comprendo.

    Le creí. No sé qué había en su tono de hablar pero le creí. Y pareció que eso era todo lo que necesitara: Que al menos una de ellas me escuchara sin reclamarme, que me entendieran. Pareció que eso necesitaba porque no había vuelto a pensar en hacer misiones de campo.

    Hasta ese momento en el que Ruth me acusaba de querer abandonarlas. No comprendía.

    —Aún si voy como voluntario— continúo susurrando, —no me voy planeando desaparecer. Volveré. No voy pensando en que moriré.

    —¿Y cómo debemos pensarlo nosotras?— responde Nadia, y notó en su voz que las ganas de llorar la están venciendo poco a poco.

    —¿Cómo se supone que nos quedemos calladas y no intentemos detenerte?— añade Ruth.

    —Gracias por intentarlo— dije cerrando mis ojos. —También las quiero. Y es por eso que saldré un par de horas mañana a despejar mi mente.

    Pensaba que aún tendrían algo que decir, pero tal vez Lynette jaló levemente sus muñecas para pedirles que se volvieran a recostar, sin tener que decirles una sola palabra. Qué bien saber que algunas técnicas que aplicábamos con ellas de niñas seguían siendo algo útiles.

    Acabé por dormir apenas media hora tal vez. Suficiente para aguantar todo el día, una vez que te acostumbras. Apenas y había señales de que quisiera salir el sol cuando me levanté. Volteé a ver a mis chicas y seguían dormidas.

    Dos de ellas.

    ¿Dónde estaba Nadia?

    Me levanté y caminé con cuidado de no despertar a Ruth y Lynette, buscando en las pocas habitaciones del refugio que ya estaban vacías, por tantas razones: por personas en busca de provisiones, por personas tratando de encontrar a otras personas, por personas que se disponían a devolver a la muerte a los monstruos… y por personas que se rindieron.

    Salí por la puerta trasera y suspiré aliviado.

    —Pensé que con Lynette aquí conseguiríamos que durmieras más— le dije a Nadia.

    —Pensé que con Lynette aquí conseguiríamos que desistieras de las misiones de campo.

    —Nadia…

    —Lo había olvidado…— dice mirando al horizonte y nunca volteándome a ver. —Cuando el mundo se cae a pedazos, algo tan trivial como una fecha es fácil de olvidar.

    Oh.

    —Supongo que también lo olvidaste, ¿ah, Ezekiel?— añade volteándome a ver finalmente.

    —No— respondo simplemente, quedándome callado un momento, mirando a Nadia a los ojos. Con los años, notaba que entre ella y Ruth fluctuaba mucho la capacidad de elegir cuándo mantener la calma y cuándo perder la razón. En ese momento, Nadia eligió la calma. —Sé que hoy es Nochebuena.

    —¿Aún así te irás ahora?

    —Volveré.

    —¿Y si no?

    —¿Y si pensaras positivamente?

    —No se trata de ganar la lotería, Ez.

    —Yo ya la tengo ganada— dije y me acerqué a abrazarla, aunque ella no correspondiera el gesto. —Volveré. Soy capaz de prometerlo, por el meñique.

    —Por todos los cielos— se quejó, evidentemente resistiendo una pequeña risa.

    —Oye, nunca he faltado a esas promesas.

    Sentí que Nadia temblaba antes de regresarme el abrazo. La estreché entre mis brazos con fuerza por un momento, y cuando se separó de mi tomo mi mano y alzó su meñique. Sonreí. Entrelacé mi meñique con el suyo y luego pellizqué levemente una de sus mejillas.

    —Prometo que volveré— le repetí y ella solo asintió, volviendo dentro.

    Fui con el teniente del refugio para reportarle que iría a la búsqueda de provisiones en el lugar de Lynette esa mañana, y que ella tomaría mi lugar haciendo guardia. Una vez que mostró lo poco que le importaban nuestros puestos, autorizando el cambio con apenas un gesto mientras revisaba un mapa del área, volví adentro a recoger una de las mochilas de provisiones ya vacía. Cuando iba hacia la puerta, noté que Lynette me estaba esperando recargada contra ella. Me miraba con… tristeza, y enojo, como decepción. Era doloroso.

    —¿Lista?

    —No— me dice cruzándose de brazos. Le sonrío con paciencia.

    —Nunca sucede nada de temer durante mi turno de guardia.

    —Pero sí han sucedido cosas en mi turno de expedición.

    —Lynette…

    —No, Ezekiel— hablaba con la misma calma que Nadia hacía un momento. —Aunque fui yo quien apaciguó los miedos de Nadia y Ruth, no puedo hacer lo mismo con los míos.

    —Volveré.

    —¿En verdad? ¿O es cierto lo que dijo Ruth anoche?

    —Tú ya sabes que quiero ir, pero una cosa muy diferente es que no quiera volver.

    —Por…— empezó a decir, y luego se quedó pensando. —¿Por qué no querrías volver?

    —Aunque podría darte muchas respuestas, la verdad es que sí que quiero volver. Y lo voy a hacer. No tengo planeado morir el día de hoy, te lo aseguro.

    —¿Por qué estás tan desesperado por ir entonces? ¿Por qué hoy? ¿Por qué en Nochebuena?

    —Serán unas pocas horas. Volveré.

    —Pero…

    —Lyn, basta— le dije dando unos pasos al frente hasta estar apenas centímetros apartado de ella, recargando mi mano en la puerta. —Ya no tengo 10 años ¿de acuerdo? Puedo y voy a cuidarme sólo.

    —El problema no es que te siga viendo como a un niño, Ez— apartó la vista y se rió con algo de nerviosismo.

    Me reí y ella volteó a verme confundida.

    —De acuerdo— asentí con la cabeza. —Si no vas a decirme cuál es el problema, entonces te lo puedo decir yo.

    —¿Huh?

    Noté que se sonrojó y la miré con ternura antes de inclinarme a susurrar en su oído:

    —Cuando vuelva.

    Y la aparté de la puerta y me fui, sin más intervenciones.

     
  2.  
    Ruki V

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    Segunda parte: Lynette




    Eran las seis de la mañana cuando Ezekiel se fue.

    Pero llegaron las seis de la tarde y él no volvía.

    —¡¿A qué le llamaba él una pocas horas?!— Ruth estaba histérica, tratando de no gritar muy alto, pues seguro se metía en problemas con el teniente o algún otro superior.

    —¡Al maldito teniente le importa poco que no regrese!— la secundaba Nadia, aún más histérica. —Un posible hombre caído no le importa tanto como cuatro que están a salvo.

    Cómo me hubiera gustado ser capaz de decir algo que las calmara, pero la verdad es que yo también estaba alterada, aunque tratara de ser más silenciosa al respecto.

    Y es que al menos una de las tres debía conservar la cordura, y claramente no sería una de mis lucecitas quien lo lograra.

    Cuando yo iba a esas expediciones, “unas pocas horas” solían significar a lo mucho seis horas. Y sí, a las seis horas volvieron cuatro miembros de la expedición, sin Ezekiel. Me dijeron que habían acordado reunirse en determinado punto de reunión una vez que alcanzaran cuatro horas de búsqueda, pero él nunca llegó.

    Lo buscaron por el área durante dos horas y prácticamente lo dieron por muerto.

    Por supuesto, ninguno de ellos cuatro, ni tampoco el teniente, les mencionaron esto a Nadia y Ruth. Y claro, yo tampoco. No podía, porque no me lo creía. Confié en la palabra de Ezekiel cuando prometió que volvería. Estaba segura de que iba a cumplir. Tenía que.

    Por mí.

    Por Nadia y Ruth.

    —Volverá— les repetía yo tanto como había hecho Ezekiel. —Lo prometió.

    —Una promesa no es suficiente para vencer a la muerte— dijo Nadia con un tono de voz bastante rendido, dejándose caer en el sofá, cubriéndose el rostro con las manos, frustrada.

    —¿Por qué? ¿Por qué nos abandonó?— murmuró Ruth, igualmente exhausta de estar tan preocupada, sentándose al lado de su hermana, recargando su cabeza en su hombro.

    —No— dije acercándome a sentarme en el suelo frente a ellas. —No las ha abandonado.

    —¿Cómo se le llama a alguien que se va, dejando gente atrás, para no volver?— reclama Ruth con una paz insólita en la voz.

    —¿…Papá?

    Ruth y yo volteamos a ver a Nadia con todo un torbellino de emociones revoloteando en nuestra cabeza: incredulidad, tristeza, rabia, indignación, dolor. Mucho dolor. Si es que Ezekiel seguía vivo, no quería ni imaginarme cómo se sentiría si supiera que las chicas a quienes más amaba en el mundo entero estaban sufriendo por su ausencia como nunca llegaron a sufrir por la de su padre, pero tachándolo como el mismo tipo de monstruo.

    —Nadia— empecé a decir, aunque tuve que quedarme callada varios segundos mientras ambas se tallaban las lágrimas de los ojos. —Si en 16 años se fue haciendo más fuerte con cada situación difícil que se le presentaba con tal de protegerlas, Ezekiel no iba a rendirse ahora.

    —La falta de dinero no se compara a la posibilidad que nos asesine un muerto viviente, Lyn— dijo Ruth, aún a la defensiva, mientras Nadia se limitaba a tomar una de sus manos y apretarla entre las suyas.

    —Tienes razón. Se le suma el hecho de que han perdido a su madre— respondí con un tono muy suave, aunque claramente moví algún interruptor con esas palabras. —El hecho de que esta situación sea exponencialmente más difícil de enfrentar solo significa que Ezekiel necesitaba de más tiempo para armarse de más fuerza, y así poder superar todo esto.

    —Pero eso es algo que pudo haber hecho aquí, con nosotras— replicó Nadia.

    —No es tan fácil para un chico forzado a convertirse en el hombre de la casa. Pasó más de la mitad de su vida dejando que ustedes fueran las que lloraran y él quien las consolara, y casi nunca permitió que fuera al revés.

    —¿Cómo…? ¿Cómo estás tan segura de todo esto, Lynette?— preguntó Ruth.

    —Porque yo fui quien lo consoló esos primeros cinco años— suspiré con una sonrisa triste, resistiéndome al llanto. —Y los últimos once me los pasé pensando qué tanto se estaría tragando gracias a que lo abandoné. A él y a ustedes…

    Las lágrimas me estaban ganando y ya había empezado a temblar, cuando las chicas se tiraron al suelo, una a cada lado mío, y me abrazaron.

    —T-te ganaste aquella beca, te merecías la vida que viviste— dijo Nadia.

    —N-no podrías habernos cuidado para siempre, lo sabíamos de sobra— añadió Ruth.

    —Podría haberlos cuidado para siempre…— digo sollozando. —A los tres…

    La conversación acabó por desviarse cuando empecé a balbucear todo lo que podría haber estado haciendo con Ezekiel y con las chicas si nunca me hubiera ido, si nunca hubiera hecho más bien todo lo que hice en el extranjero. Nadia y Ruth empezaron a preguntarme cosas sobre mi tiempo fuera de casa y sin quererlo nos fuimos relajando hasta que pasó una hora y media.

    A las ocho de la noche ya había oscurecido y sin darnos cuenta terminamos emocional y físicamente exhaustas. Las chicas acabaron por dormirse antes que yo, que me quedé por un largo rato observándolas recuperar la paz momentáneamente, al igual que yo, antes de quedarme dormida.

    No deberían haber pasado más de dos horas cuando sentí que alguien me sacudía por los hombros hasta que me desperté. Me tallé los ojos confundida al ver que seguía estando completamente oscuro. Supuse que se trataría de un subordinado del teniente enviándome a una misión de madrugada. Sin embargo, me sorprendí de escuchar una voz desconocida.

    —Lynette, ¿verdad?— susurró; era un chico, de unos veinte años, apostaría.

    —¿Sí?

    —Richard. Un amigo de Ezekiel.

    Inmediatamente adquirí una postura rígida, hincándome en el suelo sobre el que me había quedado dormida junto a las chicas, y lo tomé por las ropas, a punto de gritarle sin ningún cuidado, desesperada por saber de Ezekiel. Astutamente, me hizo callar con una de sus manos, sorprendiéndome al colocar mi espalda contra su pecho al darme un veloz giro.

    —Vengo a sacarlas a ti y a las gemelas de aquí— me susurró.

    Cómo me hubiera gustado que hubiese habido otra luz en aquel momento que no fueran los ojos que volteé a ver. Eran de un brillante color miel, pero no me decían nada útil. No sabía si podía confiar en aquella sombra solo porque asegurara conocer a Ezekiel. Volteé a mirar de reojo a Nadia y a Ruth antes de hacer la pregunta decisiva a aquel desconocido.

    —¿Por qué? ¿A dónde vamos?— pregunté en voz baja, claramente sospechando.

    —Ezekiel está a salvo en un refugio más seguro que este— dijo, respondiendo ambas preguntas al mismo tiempo. —Más seguro, no más grande, así que no podría llevarme a todos en esta casa aunque quisiera: además es peligroso andar en grupos muy grandes.

    —¿Qué pasó para que Ezekiel esté allá? ¿Por qué no vino él?

    —Tienes muchas preguntas— detecté que sonreía al decir eso. —No deberíamos seguir susurrando. Por favor, confía en mí y despierta a las chicas, explícales. Espero afuera.

    Sentí cómo se ponía de pie y rápidamente volví a jalar de sus ropas para que se quedara hincado junto a mi otro momento, clavándolo más al suelo con la mirada más amenazante que podía dirigirle en la oscuridad.

    —Necesito más información para confiar en ti— le dije y él suspiró.

    —Ezekiel espera que lo perdones por haber robado tu bufanda favorita antes de que te marcharas a la universidad. Las espero afuera, pero no tarden demasiado por favor.

    Y finalmente se puso de pie y se fue. No tuve tiempo de reaccionar ante sus palabras. Lo poco que había hablado con Ezekiel y las chicas en esos días no incluían la mención de esa bufanda perdida. Aquel era un recuerdo muy específico guardado por 16 años; Richard no podía estárselo sacando de la manga.

    Ezekiel estaba vivo.

    Desperté a las chicas y les pedí en voz baja que recogieran sus pocas pertenencias haciendo el menor ruido posible y me siguieran afuera. Sabía que estarían un poco confundidas pero tomaron sus mochilas sin hacerme más preguntas. No tomó más de un minuto reunirnos con Richard afuera de la casa y lentamente nos empezamos a alejar del refugio.

    Tras cinco minutos de caminar a mi lado, Nadia y Ruth fueron a colocarse frente a Richard, observándolo con una mezcla de desconfianza y desesperación. Me miraban de reojo a mí, por lo que él me volteó a ver directamente.

    —No les explicaste nada ¿huh?— me dice.

    —Supongo que han estado tratando de descifrarlo ellas mismas, pero no se deciden por cuál de sus hipótesis es correcta— respondo sonriendo.

    —Nos hacía falta echarte un vistazo a la luz de la luna— dice Nadie, cruzada de brazos.

    —Tal vez así sabríamos si en verdad habría tanta prisa como para que no supiéramos quién eres— añadió Ruth, en la misma pose.

    Decidí unirme a las chicas para echar ese vistazo al sujeto del que solo había visto bien sus ojos. Richard seguramente estaba preparado para cualquier reacción, pero parecía darle mucho gusto recibir aquella en particular. Por el modo en que estaban sus ropas de sucias, supuse que pensaba que le servía algo de camuflaje en aquel apocalipsis. Era de mi altura, quizás un poco menos ancho que Ezekiel. Incluso con poca luz estaba segura que su cabello era negro. Tenía casi la mirada de un niño, pero al mismo tiempo parecía estar afrontando el fin del mundo mejor que nadie.

    —Mi nombre es Richard. Conocí a su hermano hace varias horas— dijo y las chicas abrieron los ojos de par en par. —Espero que una de sus hipótesis fuese que vamos a reunirnos con él.

    Nadia suspiró aliviada y se llevó las manos al rostro, seguramente sintiendo que se echaría a llorar. Ruth también parecía a punto de dejar ir las lágrimas pero simplemente abrazó a su hermana. Estaban susurrándose cosas como “está vivo”, “gracias a Dios”, y otras cosas que no alcancé a escuchar.

    —Su nuevo refugio está a unos cinco kilómetros de aquí— continuó Richard. —Podemos llegar en una hora al paso que vamos, lo que es recomendable ya que hacemos poco ruido al caminar.

    —Ezekiel está bien, ¿verdad?— preguntó Nadia.

    —¿Por qué no vino él por nosotras?— Ruth hizo la misma pregunta que yo.

    —Él está bien. Hubiera venido, créanme que quería hacerlo, pero a todos en el refugio nos dio la impresión de que tal vez sería difícil para los cuatro mantener la calma y el silencio para salir de la casa.

    Noté que las chicas se apenaron un poco, pero también sonrieron. Las atraje hacia mí para abrazarlas un momento y darles unas palmadas en la espalda.

    —Será mejor que sigamos caminando— sugerí.

    Así hicimos. Richard iba siempre al frente y las chicas generalmente a mi lado. A veces tomaban mi mano. Sabía que, al principio, saber que Ezekiel estaba bien les había dado inmenso gusto y recuperaron mucha energía, pero no dejábamos de estar en peligro y tenían razón en tener miedo al caminar en la oscuridad hacia lo que no conocíamos.

    A veces me soltaban y yo alentaba el paso para que caminaran en frente de mí.

    Entonces se tomaban ellas de las manos. No querían charlar porque sabían que el silencio era lo más seguro, aunque no fuese lo más agradable. Aún así, a ratos se volteaban a ver una a la otra. A ratos se sonreían.

    No las vi crecer en la difícil etapa de la adolescencia, y la verdad es que no ha habido ni tiempo ni ganas de platicar de los malos ratos que pasamos al separarse nuestros caminos; pero me gusta pensar que sobrellevaron las peores cosas juntas. No solo me tranquiliza que Ezekiel haya estado siempre para ellas, sino que tienen ese vínculo tan especial que, estoy segura, tienen simplemente por ser gemelas.

    Al menos, deseaba que fuera eso. Siempre desee ser una hermana para ellas, y parecía que lo había logrado a pesar de haber estado separada de ellas más tiempo del que estuve con ellas. Sin embargo, entre ellas casi parece haber telepatía. Mientras tanto, creo que yo no terminó de encajar como una hermana más. Será también la diferencia de edades.

    Esperaba que no fuera mi imaginación ser tan importante para ellas como ellas lo son para mí. Las conozco desde bebés, prácticamente desde recién nacidas. Las protegería con mi vida como sé que Ezekiel lo haría, sin dudarlo.

    Esperaba que realmente confiaran en mí. Que me quisieran.

    Mis lucecitas y Ezekiel son todo lo que tengo.

    Ah, madre. Si tan solo hubieras alcanzado a ver lo mucho que han crecido.



    Me perdí en mis pensamientos durante el trayecto. Tuve que reprenderme a mí misma por ello; claramente no hubiera estado del todo preparada ante el peligro y no me lo podía perdonar. Me obligué a mantenerme alerta aunque estuviéramos llegando al nuevo refugio.

    Nos quedamos boquiabiertas cuando vimos que se trataba de un hospital.

    —Esta es una clínica psiquiátrica— explica Richard en voz baja cuando nos acercamos al gran portón de la entrada. —Con el pánico que surgió en el personal gracias a las noticias sobre el despertar de los muertos, algunos pacientes escaparon, mientras que otros fueron trasladados a tiempo a un lugar supuestamente más seguro. Igual con el personal que no fue despedido.

    Mientras pensaba en lo ridículo que era preocuparse por gente que se queda sin trabajo en aquellas circunstancias, Richard hacía señas hacia un guardia marcando el paso a medio camino entre el portón y el hospital. El guardia se acercó a dejarnos entrar al reconocer a Richard, quien le resumió nuestro viaje asegurando que estábamos de una pieza y ni rastro de los muertos vivientes.

    Nos encaminamos hacia el hospital y noté que no se veían realmente luces encendidas en el interior, excepto por una habitación en el segundo piso, justo arriba de la entrada. No se escuchaba tampoco ruido proveniente del edificio.

    Richard finalmente nos hizo pasar. Había unos siete guardias afuera y dos en la recepción al entrar. Nos recibieron con una pequeña sonrisa y un gesto de la cabeza. Nadia y Ruth volvieron a colocarse una a cada lado mío mientras Richard nos dirigía a lo que suponía sería nuestra habitación.

    —Haber encontrado una clínica como esta fue una gran suerte— nos dice Richard. —Al haber sido residencia psiquiátrica, la seguridad en puertas y ventanas es excelente, hay varias camas en varias habitaciones, hay algunas batas y otras prendas que el personal dejó atrás, y también hay bastantes y variadas medicinas y herramientas médicas muy útiles.

    Richard hablaba en parte como si fuera parte del alto mando del refugio y en parte como si tratara de vendernos una nueva casa. Eso último tenía algo de cierto, pero no dejaba de sorprenderme el entusiasmo de alguien tan joven.

    —¿Quiénes encontraron exactamente este lugar?— oigo a Ruth notablemente entretenida.

    —Mis tíos— anuncia Richard con reconocible orgullo. —Mis dos tíos y sus esposas dieron con este lugar y se trajeron aquí a algunos vecinos que alcanzaron a escuchar el aviso, al igual que a media docena de niños que llevaban algunas horas solos en el orfanato donde trabajaba uno de mis tíos.

    Las chicas y yo ahogamos a un grito.

    —Son niños de alrededor de diez años: al principio estaban muy asustados, pero se portan muy bien ahora que se han adaptado. Del orfanato nos trajimos algunos libros, juguetes y un proyector. Están viendo una película ahora mismo, arriba. Tratamos de ahorrar energía lo más posible pero se hacen excepciones en fechas como esta.

    Empecé a preguntarme si al sacarnos de nuestro refugio le preocupaba más que nosotras hiciéramos ruido o que él mismo no pudiera detenerse la lengua: vaya que tenía cosas que decir.

    Cosas que fueron algo fáciles de olvidar cuando llegamos a nuestra habitación.

    —Pónganse cómodas— dijo y nos dejó ahí, en una habitación pequeña pero acogedora.

    Inmediatamente la idea de dormir en una cama y no en el suelo nos tenía hechizadas. En cuanto Richard se fue, no pudimos evitarlo y cada quien nos dejamos caer en una cama. Había cuatro de ellas: tanta comodidad era demasiado pedir desde hace un mes, casi no lo podíamos creer. Sin embargo, Nadia y Ruth no duraron mucho disfrutando de aquello.

    —¿Qué estará haciendo Ezekiel?— pregunta Nadia, de pronto preocupada.

    —Bueno, no lo tenían haciendo guardia afuera o en la recepción…— empiezo a decir.

    —No puede estar en una misión de campo, ¿verdad?— dice Ruth.

    —No en otra, no a estas horas, no cuando acaba de llegar a este refugio— dice Nadia.

    —Chicas, seguramente Richard fue a decirle que estamos aquí— dije y ambas respiran hondo. —Hace rato, en sus mochilas, ¿guardaron cosas de él?

    —La poca ropa que tiene— responde Nadia.

    —Su mochila la llevaba esta mañana ¿verdad? No la encontramos— añade Ruth.

    Me detuve a observar el cuarto un momento. Cuatro camas blancas, bien tendidas. Había cortinas también blancas en las ventanas, cerradas. Las paredes eran de un beige bastante claro y el piso hacía alusión a una madera muy oscura, pero era de mosaicos muy grandes. Las camas estaban separadas por su correspondiente mesita de noche y el resto del espacio seguramente era suficiente para que pasara una silla de ruedas si algún paciente necesitaba de ella.

    —No hay mucho en esta habitación, y entre ese “no mucho” no está su mochila— observo.

    —¿Saben qué?— Nadia sonríe. —Quizás está con los niños.

    —Oh— Ruth sonríe también. —Tienes razón, es probable.

    Me pareció linda la imagen que cruzó mi mente: de Ezekiel siendo un buen hermano para aquellos niños que no tenían a nadie más en el mundo. Seguramente a él rápidamente lo verían no como un extraño más ocultándose de los muertos vivientes, sino como un amigo. No sólo había sido excelente con sus hermanas. Era excelente con los niños. Me dio una sensación muy cálida pensar en eso. Estaba otra vez absorta en mis pensamientos y tardé en notar que las chicas fueron a sentarse a mi lado en la cama.

    —¿Crees que alguien encuentre el modo de acabar con el problema de los muertos vivientes, Lynette?— preguntó Nadia, mirándome con seriedad.

    —Bueno… la verdad es que no lo sé— admito, sabiendo que no sirve de nada tratarlas como niñas y decirles que seguramente todo estará bien.

    —¿Crees que esta sea nuestra última Nochebuena?— preguntó Ruth, con la misma seriedad.

    Me pareció que de pronto un sentimiento de aceptación las estaba inundando, pero no sé si diría que estaban exactamente tristes. Claramente les pesaba imaginarse que aquello fuera posible, pero al mismo tiempo no le veían el caso a entristecerse si el fin era más bien algo inevitable.

    Me sentí atrapada, indecisa en cómo debía responder aquella pregunta. No parecía que estuvieran buscando en mi esperanza de que las cosas fueran a mejorar, pero no creía que ni ellas ni yo estuviéramos listas para admitir en voz alta que podríamos morir en cuestión de meses, semanas, días, horas.

    —Espero… que me perdones, Nadia…— dijo una voz familiar entre jadeos.

    Ezekiel.

    Sentí que me quitaban un peso enorme de la espalda y como si no hubiese podido respirar hasta el momento en que volteé a verlo, de una pieza, sonriente, con los ojos llenos de lágrimas de alegría de vernos. Me quedé sentada, muy sorprendida por lo consciente que era de pronto de los latidos de mi corazón. Nadia y Ruth fueron las que prácticamente volaron desde la cama hasta los brazos de Ezekiel y rompieron en llanto.

    —¡N-no te perdono!— exclama Nadia, tratando de todos modos de no gritar, dando un leve golpe a Ezekiel en el pecho. —¡N-no volviste! ¡¡No fueron unas pocas horas!!

    —Lo sé, rompí mi promesa, lo siento— responde Ezekiel, llorando pero sonriendo.

    —¡¡Eres un egoísta!!— reclamó Ruth con el mismo tono moderado de su hermana.

    —Lo soy, lo soy— Ezekiel parecía no poder contener la risa. —Lo lamento tanto.

    A mí también se me escaparon las lágrimas pero me quedé en mi lugar, observándolos con una pequeña sonrisa. Me daba mucho gusto verlos reunidos, abrazados. Sabía que Nadia y Ruth solo seguían reclamándole porque la calma y aceptación que habían demostrado momentos atrás se debía a que, incluso habiendo escuchado que su hermano estaba bien, antes de verlo con sus propios ojos probablemente estaban listas para morir en cualquier segundo.

    Me sentía fuera de lugar una vez más, como una intrusa que no debería estar viendo esa escena.

    —Lyn-lyn— Ezekiel me saca de mis pensamientos. —¿Qué haces allá sentada?

    Las chicas voltean a verme y poco a poco empiezan a reír, aparentemente apenadas, secándose las lágrimas y sorbiendo sus narices.

    —L-lo sentimos Lynette— dice Nadia entre risas.

    —N-no olvidamos que estabas aquí, d-de veras— Ruth también se ríe.

    Entonces yo también me río y me uno al abrazo, rodeando con mis brazos a mis lucecitas mientras Ezekiel nos rodea con los suyos a las tres. Y nos quedamos así un momento, en silencio, solo escuchando el sorber de narices y los latidos de nuestros corazones.

    —Ah, cielos— Ezekiel mira su muñeca; al parecer le proporcionaron un reloj. —Las 11:30.

    Nos separamos del abrazo y Ezekiel nos ofrece pañuelos para limpiarnos la nariz.

    —Hay que bajar, que aún debe haber cena para nosotros— dice y nos invita a salir del cuarto muy sonriente.

    —¿Qué viene de las latas esta noche?— me río.

    —Oh no, no no no— dice él.

    Nadia y Ruth lo miran con curiosidad. Pero yo estoy más bien un poco confundida. No es hasta que casi llegamos al comedor, al fondo en el primer piso que no recorrimos completo, cuando reconocemos el olor de comida verdadera.

    Comida navideña.

    —¿Eso es…?— Nadia y Ruth están a punto de hacer la misma pregunta pero se quedan sin habla cuando entramos.

    No solo se confirmaron nuestras sospechas del olor a pavo: al fondo de la habitación había un pino artificial decorado con luces, esferas, estrella en la punta y… ¿regalos debajo?

    —Pero, ¿cómo es que…?— empiezo a balbucear.

    —Cuando me encontré con Richard y uno de sus tíos, en lugar de reunirme con el resto de mi expedición— explica Erebo —, los seguí a ellos porque quise creerles cuando me dijeron que iban a hacer compas navideñas— dice abriendo los ojos de par en par con una gran sonrisa. —El árbol estaba en uno de los almacenes del hospital, junto con sus adornos.

    —Solo había que armarlo— Richard se acercó a ofrecernos chocolate caliente en vasos desechables. —Las “compras” navideñas— dice con evidente pena, obviando que no pagaron —fueron el pavo, el chocolate caliente, algunos dulces y algunos regalos.

    —Claro que también nos hicimos de cosas más necesarias, como comida y demás, aunque el hospital tiene provisiones para sobrevivir al menos otros dos meses— explica Ezekiel.

    Yo escuchaba atenta pero Nadia y Ruth claramente estaban sorprendidas a más no poder con todo aquello. Se veía que sentían deseos de llorar una vez más, pero se contenían, escondiéndose detrás de los pequeños sorbos que le daban a sus vasos.

    —Principalmente lo hicimos por los niños, que cenaron más temprano— dice Richard.

    —Pero un recién llegado sugirió que a todos nos servía el espíritu navideño— dice Ezekiel con una sonrisa apenada.

    —Todavía no ponías un pie en este refugio y ya querías imponer tus reglas ¿ah?— me reí.

    —Hubieras visto lo demandante que llegó al otro refugio— Nadia pone los ojos en blanco.

    —¡Nadia!— Ruth la regaña pero ambas se echan a reír.

    —Creo que será divertido que se lo cuenten mientras cenan— recomienda Richard señalando una mesa donde las que deben ser sus tías sirven nuestros platos.

    Agradecemos la comida y nos sentamos a comer. Teníamos también puré de papa de bolsa y sopa de letras de lata para acompañar el pavo. La verdad no me pareció que aquello le quitara magia a aquel momento. Teníamos pavo, chocolate, árbol. Estábamos juntos. Cenamos procurando que no se nos enfriara la comida pero no podíamos evitar charlar.

    Ezekiel inevitablemente nos preguntó si los buenos para nada del refugio anterior lo habían dado por muerto y por primera vez admití que sí frente a las chicas. Justo en ese momento no les importaba ya, porque estaba vivo y frente a ellas. Él nos contó sobre su expedición con Richard y su tío. Después, Nadia y Ruth empezaron a contarme sobre su llegada al refugio en el que estábamos antes; sobre las “demandas” de Ezekiel, debidas a que le preocupaba la seguridad de sus hermanas. Yo les hablé otro poco de mis estudios en el extranjero, pero era difícil ya que ni quería platicar cosas demasiado buenas (porque no quería que creyeran que no les extrañé teniendo un nuevo mundo a mis pies) ni tampoco malas (porque ese no era el momento, aún, de hablar de cosas malas).

    Era Nochebuena. Y antes de darnos cuenta, era Navidad.

    Richard había olvidado mencionar una botella de champaña como parte de las “compras” navideñas, pero no porque tuviera pensado no ofrecernos otro vaso desechable para brindar por la Navidad a medianoche con él y con sus tíos. Otros residentes prefirieron quedarse en sus cuartos con sus familias, algunos incluso no cenaron en el comedor.

    Acabando de brindar y de cenar, Ezekiel nos arrastro al árbol y nos invitó a sentarnos en el suelo.

    —Son… ¿para nosotras?— preguntó Ruth, sorprendida.

    —Oh, Ez, no tenías que— dijo Nadia con una sonrisa apenada.

    —No digan eso— dijo él, bastante sonriente.

    —Se siente un poco extraño no tener nada que darte a ti— dije y las chicas asintieron.

    —Su seguridad y la felicidad que les pueda dar en medio del caos son mi regalo— dice con absoluta sinceridad. —Y estos son los suyos.

    Otros artículos implícitos en las “compras” navideñas aparentemente eran herramientas para envolver regalos. Ezekiel realmente había hecho lo posible porque aquello fuera lo más parecido a una Navidad normal posible.

    Nadia fue la primera en abrir el suyo. Se rió y lágrimas asomaron por sus ojos.

    —Tratamientos para el cabello— dice, sacando un par de botes y tubos de shampoo y cremas. —Ci-ciertamente es un lujo al que había renunciado sin chistar. Gracias.

    —Solo que en vez de ayudarte a mantener el color… ayudarán a que tu cabello maneje más fácilmente volver a lo rubio— dice Ezekiel mordiéndose el labio.

    —La verdad ya me lo teñía por costumbre— dice sonriéndole a Ruth, que le devuelve la sonrisa tomando una de sus manos. —Será más fácil que vuelva a ser rubio, pero seguiré cortándolo.

    —No lo dudo— Ezekiel se ríe.

    Ruth fue la siguiente. Sus ojos se agrandan y parpadea varias veces, sonriendo incrédula.

    —Mi serie de libros favorita— dijo sacando uno de la caja y sosteniéndolo contra su pecho, cerrando sus ojos como deteniéndose a recordar algo. —Estaba a mitad del último libro el mes pasado… Gracias, Ez.

    —Al principio solo estaba buscando ese, el último— explica él. —Pero ¿quién sabe? Tal vez llegues a releerlos.

    —Los releería antes de empezar a leer los diccionarios médicos con los que cuenta el hospital, claro está— dijo y los cuatro nos reímos un poco.

    —Sólo queda Lyn-lyn— dice Ezekiel volteando a verme.

    Entonces le quité el envoltorio a la caja de cartón y la abrí. Me sonrojé.

    —Una bufanda…— dije y sonreí. —A rayas negras y blancas, como la que perdí hace diez años. Gracias Ezekiel.

    —Es parecida— él se encogió de hombros con un leve sonrojo. —No pude encontrar una exactamente igual.

    —Creo que me gusta más esta— dije y me la coloqué alrededor del cuello.

    Ambos sonreímos. Vi de reojo que Nadia y Ruth sonreían con más ganas.

    Ayudamos a limpiar el comedor y lavamos nuestros platos antes de subir a nuestro cuarto. Estuvimos platicando otro largo rato, susurrando a la luz de una sola vela, sentados en dos de las cuatro camas, cada uno con su cobija. Nadia y Ruth, tras haber cenado como no lo habían hecho en más de un mes, fueron las primeras en quedarse dormidas, sin que alguna se molestara por compartir cama con la otra: acurrucadas y dándose calor.

    Podía haberme quedado dormida yo misma mientras las observaba, pero Ezekiel me tocó el hombro y me pidió saliera del cuarto con él. Asentí, levantándome de la cama mientras él encendía otra vela y salíamos de la habitación despacio.

    Una vez afuera, habiendo cerrado con cuidado la puerta, Ezekiel me indicó que fuéramos al final del pasillo. La luz de la luna entraba y podíamos vernos con más claridad el uno al otro una vez que nos sentamos justo al pie de la ventana. Me sonreía y me miraba como si yo fuera una visión que sólo encuentras una vez en tu vida. Al menos, así lo sentía yo.

    —¿Recuerdas cómo admití lo egoísta que soy hace unas horas que finalmente me dieron los golpes que me merecía?— me dijo en voz baja.

    —Claro— me reí igual de silenciosa. —¿Estás a punto de disculparte personalmente por robarte mi bufanda favorita hace diez años?

    —Y-yo…— empezó a balbucear con un sonrojo visible a la tenue luz. —L-lo siento.

    —Nunca me hubiera imaginado que la tomaste. Tal vez podrías habérmela pedido.

    —¡N-No!— noté que su sonrojo incrementaba y que trataba de no alzar la voz.

    —No estoy molesta por ello. No tienes que estar tan avergonzado— me reí.

    —B-bueno, fui egoísta en ese entonces, sí… Quería quedarme con algo tuyo, que me recordara a ti…— continuaba muy sonrojado, pero sonreía. —Espero que no sea muy extraño que lo diga pero… después de diez años, sigue oliendo a ti.

    Entonces la que se sonrojó fui yo.

    —¿A-aún la tienes?

    —Es una de las pocas pertenencias que me quedan— se encogió de hombros, aún sonrojado y sonriente. —Y ni siquiera es mía.

    —¿Nadia y Ruth lo saben?— pregunté alzando una ceja.

    —¡No y no les digas!— se rió nervioso. —E-en fin, no era esto de lo que quería hablar.

    —Lo siento, no era mi intención distraerte.

    —¿Distraerme?— se rió. —Has sido el tercer pensamiento más presente en mi cabeza por más de diez años, después de mi madre, que en paz descanse, y mis hermanas.

    No pude evitar bajar la mirada con cierta vergüenza, pero inmediatamente sacudí la cabeza y volví a voltear hacia Ezekiel para sonreírle con el rostro sonrojado.

    —Yo también me la he pasado años pensando en ti, Ez— admito mirándolo a los ojos, y veo que su vergüenza parece haberse ido cuando apareció la mía: simplemente mantenía una amplia sonrisa. —También en mis lucecitas, y en tu madre, que en paz descanse, que fue una segunda madre para mí. Pero, tú…

    Tomó una de mis manos y supuse que no necesitaba terminar esa frase. Bajé la mirada de nuevo con una risita nerviosa: me sentía bastante ridícula y cursi diciendo esas cosas, pero mirando de reojo a Ez notaba que incluso lo estaba entreteniendo.

    —Si no vas a decirme cuál es el problema, entonces te lo puedo decir yo— dijo Ez tratando de contener una pequeña risa.

    Esas fueron las mismas palabras que me dijo en la mañana antes de desaparecer. Y al igual que en la mañana, se inclinó para susurrar en mi oído.

    —Incluso si este no es el fin del mundo, ya era hora de que supieras lo enamorado que estoy de ti, Lyn— dijo y después me dio el más tierno de los besos en los labios.

    —También te amo, Ez— suspiré prácticamente contra sus labios. —Feliz Navidad.

    —Feliz Navidad a ti— dice y me rodea con un brazo. —Y próspero año nuevo.

    —Espero que podamos recibirlo— respondí acomodándome contra su pecho.


     
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