Microrrelato Mundo perfecto

Nadie podía negarlo: todo en aquel pueblo era perfecto. Mariela vivía en una casa perfecta, en un barrio perfecto, con un esposo perfecto y sus perfectos tres hijos. Su esposo Rubén era un empresario perfecto y, como tal, todos sus proyectos resultaban perfectamente y por tanto su empresa crecía y crecía cada día más. Las cosas iban muy bien para su familia. Sus hijos estudiaban en un colegio perfecto y, como todos los niños ahí, gozaban de calificaciones perfectas y de un perfecto comportamiento.

Pasó entonces que un día Mariela estaba regando su perfecto jardín cuando su esposo salió a trabajar. Hoy le pareció que lucía más perfecto de lo normal, aunque claro, a ella eso no le inquietaba. Su matrimonio era perfecto. Se habían conocido un día de invierno cuando Mariela estaba conociendo la ciudad, y gracias a una perfecta coincidencia, soltó su paraguas y fue a dar en las manos de Rubén, quien le regaló una perfecta sonrisa, y ya: fue amor a primera vista. Pero esta mañana todo parecía más perfecto, desde su corbata perfectamente planchada hasta sus perfectos dientes blancos. Le surgió entonces a Mariela una perfecta duda. Pero bueno, no le duró demasiado, porque era imposible pensar que pasara algo que pudiera afectar su perfecto matrimonio.

Al día siguiente durante el desayuno, los tres hijos comían con perfectos modales mientras que Rubén se servía un café y leía las noticias en el períodico, y entonces, dirigiéndose a Mariela, dijo - Hoy llegaré un poco más tarde de lo usual -. Mariela, que en ese momento sostenía una taza de té, la dejó caer al piso causando gran estruendo y provocando que todas las miradas se centraran en ella en un silencio sepulcral que llenó la habitación por cerca de un minuto. Nadie sabía qué decir, pero para mantener la perfección de la situación, Mariela sólo dijo - Trata de no llegar muy tarde, los niños deben levantarse temprano mañana y hoy se irán a la cama más temprano -. Y eso fue todo. Nadie hizo comentario alguno sobre lo sucedido.

Al día siguiente, mientras Rubén tomaba una ducha, Mariela planchaba la camisa que él usaría ese día, sin embargo de repente paró en seco y y observó detenidamente el cuello de esta. No lo podía creer. Era la perfecta marca de unos labios grabados con labial ya desteñido por el lavado de la prenda. Mariela no pudo sino soltar un par de lágrimas, nada muy escandaloso, sólo lo suficiente. No podía creer que aquel hombre perfecto por el cual había dejado su antiguo hogar tan lejos hubiera cometido semejante acto, simplemente le era inconcebible. Su esposo era un perfecto embustero. Secó sus lágrimas y esperó pacientemente a que su esposo saliera del baño. Mientras tanto fue a despedir a los niños que se marchaban al colegio, y luego de eso, fue a la cocina. Rubén, que ya para entonces se estaba vistiendo, se dio cuenta de que su camisa no estaba perfectamente planchada y se preguntó a qué venía esa falta a la perfección de su esposa. No era común en ella dejar las cosas a medias. Bajó entonces al living para preguntarle qué había sucedido, pero cuando le preguntó, ella solo le respondió con una perfecta sonrisa. Rubén estaba confundido. Entonces, Mariela se acercó y, sacando un cuchillo, le clavó quince perfectas puñaladas en el pecho, dejándolo perfectamente muerto. Lo observó con perfecta calma y se limpió la sangre de las manos. Sin embargo, una vecina pasó fuera de la casa al momento siguiente y, como Mariela olvidó cerrar las cortinas, ella pudo ver el cadáver en medio del living y llamó inmediatamente a la policía, que no tardó en llegar y tomar presa a Mariela. Todo pudo ser distinto, el crimen perfecto... pero fue Mariela quien lo cometió.