Las personas van y vienen, me rodean constantemente. A todos. Pero yo me diferencio en algo a vosotros, a todas esas personas que caminan de acá para allá: yo no soy de aquí. No provengo de este mundo lleno de seres que no tienen nada que ver entre sí, que se cruzan y siguen vidas diferentes, que tienen como único objetivo el llegar cuanto antes a sus casas después de una larga jornada de trabajo. Yo pertenezco a mis pensamientos, al mundo que he creado con mi mente; al que me he visto obligada a crear para diferenciarme de todos vosotros. Es un mundo abstracto e indescriptible, sin colores, formas ni movimiento. En él solo existo yo. Yo y lo que pienso. No intentéis encontrarle el sentido a este texto, porque de poder hacerlo, significaría que podéis entenderme. ¿Y quién lo hace? ¿Quién hoy día se para a escuchar la opinión de los demás? ¿Quién se detiene en mitad de la calle para preguntar al resto cuáles son sus pensamientos? Preguntas que jamás nadie se preguntó, que tienen una única respuesta y a nadie les importa. Nadie. Solo me las puedo hacer yo. En mi mente juego con el arte. Es el lugar perfecto donde nadie me puede decir qué está bien y qué está mal, qué es correcto y lo que no. Por eso recurro a la imaginación, sin temer romper las reglas y hacer lo que me plazca. Aveces imagino sangre por todas partes, manchas que adornan vuestros rostros demacrados: esos en los que nadie se ha fijado. Otras veces, hermosas melodías recorren mi mente, y las tarareo alegremente entre la muchedumbre: a nadie les molesta, nadie se parará a escucharlas. En otros momentos, palabras sin dueño desfilan por mi cabeza, a la espera de ser escritas. ¿Sabéis? Un día, vagabundeando como de costumbre por mi mundo, se me pasó otra absurda pregunta por la mente: ¿existirá alguien de esas personas que sepa comprenderme?