Medabots Medabot Oneshot - Takara

Tema en 'Fanfics de Anime y Manga' iniciado por Peristroff, 2 Agosto 2025 a las 3:40 PM.

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    Peristroff

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    Aries
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    Escritor
    Título:
    Medabot Oneshot - Takara
    Clasificación:
    Para adolescentes. 13 años y mayores
    Género:
    Amistad
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    4162

    Sinopsis



    En este oneshot se presenta a una medabot que perdió la memoria y la joven Hana, una secretaria estresada y cansada de su trabajo, se encuentra con esta medabot que le dará una vuelta a su aburrida vida.

    Advertencia de contenido: lenguaje grosero, menciones de abuso.

    Contenido exclusivo para FFL.

    Creado el 30-10-2023.

    Basado en el animé de Medabot.




    Medabot Oneshot - Takara



    Viendo todo entre negro y gris, apenas pude discernir unos borrosos y quizá corruptos recuerdos de hace mucho tiempo de una silueta grande que me hablaba:

    —Oye Cameo, ¿te gustar… verte más bonita?

    —Gracias maestro, pero no creo que sea …esario, me gus… como me veo ahora.

    —Oh, vamos Cameo, no seas tan modesta, hay unos ami… que les gustaría que te vieras más bo…, aunque yo te encuentro bastante...

    —Gracias mae… estoy agradecida por su considera…

    —No es nada Cameo, haría …do por ti…

    Mi recuerdo se interrumpe cuando escucho como las gotas de lluvia suenan contra las latas de mi cuerpo. Me levanto y veo que estoy sobre unas bolsas de basura, en una zona donde hay muchas casas. ¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi maestro?

    Miro alrededor y al parecer es una calle residencial en Japón, con calles angostas pero muy ordenadas, en dónde las casas están enrejadas con pequeños jardines. Es muy silencioso y no hay ninguna persona a la vista.

    Miro cabizbaja un charco de agua y veo a mi cara, una medabot morada con partes celestes, sobre mi cabeza hay dos latas celestes que sobresalen sobre mi frente y dos cristales que hacen de ojos de colores entre rojos y rosados. Estoy algo sucia, con tierra y seguramente con olor a basura. ¿Pero cómo llegué hasta aquí? ¿Mi maestro andará cerca?

    De repente, recuerdo que me puedo comunicar con el medareloj.

    —Maestro, ¿me escucha? ¡Maestro!

    Por alguna extraña razón, escucho mi propia voz cerca de mí, me pongo a buscar mientras sigo hablando y encuentro el medareloj de color calipso y de correa negra entre las bolsas de basura.

    Pienso para mí misma: ¿Por qué está el medareloj acá? ¿Me botaron a la basura? ¿Por qué? ¿Qué habré hecho mal?

    Me siento más triste que enojada, pero no tengo ganas de llorar ni ganas de golpear a nada. Me siento desolada. Ya no tengo a nadie. ¿Habrá sido una equivocación? ¿Alguien más me habrá botado por accidente? Creo que era muy feliz con mi maestro. No tenía ninguna razón para deshacerse de mí. Ahora que lo pienso, ¿por qué tengo los recuerdos corruptos? ¿Por qué hay cosas que no recuerdo? Si tan sólo pudiera revisar mi medalla sin tener que apagarme…

    Siento que las preguntas me abruman. ¿Estará mi maestro por aquí? ¿Y si en realidad me está buscando?

    Me pongo el medareloj en la muñeca y veo que hay casas alrededor. ¿Y si pregunto por mi maestro? Quizá alguien me reconozca o haga que recuerde algo.

    Me dirijo a la reja de la casa en dónde estaba cerca de la basura y llamo al timbre. Me abre una señora con delantal de unos 40.

    —Oh, un medabot, ¿qué necesitas?

    Me inclino ligeramente haciendo una cortés reverencia con mis manos juntas.
    —Hola, estoy buscando a mi maestro. Me gustaría saber si lo conoce.

    —¿Y cómo se llama tu maestro?

    —No lo sé.

    Veo como la señora grita hacia adentro de la casa.

    —¡Hijo! ¡Aquí hay un medabot! ¡Está buscando a alguien!

    Un chico de chaqueta roja y shorts cafés claros de unos 20 años aparece por el dintel de la puerta.

    —¡Vaya! ¡Qué medabot tan raro!

    —¿Raro? Digo, hola, estoy buscando a mi maestro.

    —No lo conozco.

    —Supongo entonces que usted tampoco me conoce.

    —No, lo siento. Aunque conozco a muchos medabots, nunca he visto alguno como tú.

    Vuelvo a hacer la reverencia antes de despedirme.
    —Ya veo. Disculpe la molestia.

    —Adiós.

    Sin decirme nada más, el chico me da una mirada preocupada antes de cerrarme la puerta, cómo si me quisiera decir algo antes de que me fuera.

    Me quedo parada cabizbaja frente a la reja de la calle de la casa, pensando en qué hacer, mientras la lluvia sigue cayendo ligeramente. El chico vuelve a abrir la puerta.

    —¿Necesitas un paraguas?

    —No gracias.

    —Te vas a oxidar.

    —No importa. Además, la oxidación es lenta.

    El chico vuelve a cerrar la puerta, sin decirme nada más.

    Ni siquiera sé a dónde vive mi maestro. Ahora sí que estoy perdida.

    Me pongo a caminar por la cuadra, pensando en qué pasará si no encuentro a nadie que me conozca o no conozca a mi maestro, cuando veo que aparece un perro grande y café que no para de salivar mientras persigue a un gato.

    —¡Oye! ¡detente o te congelo!

    Le digo mientras le apunto con el arma de mi brazo izquierdo. El perro me mira y comienza a correr en mi dirección. Acciono el mecanismo para disparar, pero se escucha un clic y no se dispara.

    —¿Huh? ¿Qué pasó? ¿Está trabado?

    Me pongo a correr en dirección opuesta, ahora persiguiéndome el perro mientras pienso por qué está averiada mi mecanismo de ataque y cómo puedo perder al perro de vista, cuando choco de frente con un joven vestido de formal, que iba con un paraguas.

    —¡Lo siento! —le digo rápidamente.

    —¡Oye! ¡Fíjate por dónde…!

    Creo que él se dio cuenta que estoy escapando de un perro.

    El joven también comienza a correr despavorido y me doy cuenta de que el medareloj no lo tengo en mi muñeca.

    —¡El medareloj! ¡¿Dónde está?!

    Rápidamente lo busco y lo encuentro en el suelo, aunque el perro está por alcanzarme, pero no puedo arriesgarme a perder lo único que tengo de mi maestro.

    Me abalanzo sobre el medareloj y antes de que vuelva a correr de nuevo, ¡pero el perro me alcanza una pierna!

    Le intento disparar de nuevo, ahora con mi brazo derecho y tampoco funciona, el medareloj no deja de sonar con una alarma y parpadea con una luz roja porque mi pierna se está dañando, así que golpeo al perro con la otra pierna y así me suelta.

    Creo que el golpe lo dejó asustado, se va chillando y al parecer me dejará en paz por ahora.

    Diantres, ahora tendré que buscar a mi maestro con una pierna mala… esto me va a retrasar un montón si no lo reparo…

    Estando coja, decido caminar por horas, con la esperanza de toparme con mi maestro, aunque se ve que esta ciudad es muy grande, es bastante difícil que ocurra algo así.

    Comienzo a ver edificios y más gente que me mira con preocupación, seguramente por estar coja, hasta que decido parar para reflexionar de qué es lo que debo hacer.

    Veo una entrada de un estacionamiento de un edificio que está bastante oscuro y me tiro en unas bolsas de basura, al lado de un contenedor de basura.

    Al menos estoy cómoda… quizá pertenezco a la basura después de todo…

    Mientras tanto, en el mismo edificio, en el piso 40, hay una chica, de pelo corto y castaño, que se le notan un par de canas, ojos cafés y un poco ojerosa, de unos 20 años que parece de 35, una secretaria que no para de recibir llamadas en todo el día, contesta el teléfono una vez más:

    —¿Hola? Periódico Riverview News.

    —Hola Hana, soy Renji ¿qué te parece si salimos en la noche?

    —No.

    —¡Espera no me cortes! Se qué la vez pasada no estuvo tan bien nuestra salida y me salí un po-

    Hana corta el teléfono, enojada.
    —Ese… tonto.

    Desde su escritorio de recepción que tiene una mesa algo más arriba, con algunos papeles, se apoya una chica:
    —¿Así que te fue mal con Renji?

    —Llegas a hablar de mi vida personal y te juro que te romperé la nariz, ¡igual que el infeliz de Renji! —le dice Hana, apuntándole con un lápiz.

    —¡Oye, contrólate! …Bueno, no diré nada... —se susurra bajando el tono— qué salvaje.

    —¿¡Qué dijiste!? —le pregunta Hana con la cara roja de rabia, haciendo un gesto preparando para lanzarle el lápiz, hasta que lo baja para calmarse—. Respira hondo, cálmate, recuerda las clases de meditación —se dice así misma—. Iré a tomar aire.

    Hana se levanta del escritorio y baja por el ascensor hasta el piso -1, un lugar con poca iluminación y muchos automóviles estacionados. La chica saca un cigarrillo con las manos temblorosas saca un encendedor, lo prende y comienza a fumar, dándose vueltas por el mismo lugar, mientras intenta calmarse.

    —El maldito trabajo. El maldito trabajo y sus malditas llamadas, el imbécil de Renji, las tontas de mis compañeras —le da una fumada rápida al cigarro—, Renji es un hijo de puta. De hecho, todos los hombres con qué he estado son unos… ¡MALDITOS… HIJOS DE PUTA!

    Hana le da una patada con fuerza al contenedor de basura que tenía al frente, dejándolo abollado y por el golpe, de las bolsas de basura que estaban detrás, sale expulsada la medabot que estaba descansando.

    La medabot se sostiene de la caída con las manos y aún en el suelo, la queda mirando con miedo por un segundo sin decirle nada.

    —N-no me escuchaste decir eso, ¿o sí? —le pregunta Hana.

    Cómo si hubiera visto un monstruo, la medabot cojeando intenta correr apenas a esconderse detrás de un pilar que estaba cerca.

    —Este es mi fin maestro, lo siento mucho —se dice la medabot susurrándose, mientras sostiene el medareloj entre sus manos, cerca de su cara.

    Hana se acerca de a poco a paso lento.

    —Oye, ehm… ¿Estás bien? —la medabot no le responde—. Es que vi que estabas coja y…

    —Déjeme sola. Por favor —le responde por fin la medabot.

    Hana se sienta al otro lado del pilar y apaga el cigarrillo contra el frío suelo del estacionamiento.

    —¿Sabes? Yo también a veces pienso que tengo que estar sola. Pero… a veces no sé qué hacer.

    La medabot la escucha atentamente sin decir nada de vuelta.

    —A veces pienso que necesito tiempo para mí misma, pero cuanto más tiempo gasto conmigo misma, peor me siento —continúa la chica.

    —Lo siento si ha tenido un mal día.

    —No te preocupes, supongo que el tuyo no ha estado tan bien tampoco. ¿Dónde está tu dueño?

    —No lo sé.

    —¿Te cayó mal y escapaste? Me gustaría ser cómo tú.

    —No, en realidad perdí la memoria.

    —Ah.

    —Tengo unos vagos recuerdos de mi maestro, pero hoy día aparecí en la basura.

    —¿En esta basura?

    —No, en otra basura.

    —Vaya, debe ser duro ir de basura en basura.

    —Y me atacó un perro.

    —¿Por eso estás coja? Qué alivio, pensé que el golpe que le había dado al basurero te había dejado así.

    La medabot se queda en silencio por unos segundos.

    —Bueno, digo, no que alivio porque estás dañada, digo alivio porque estás en una pieza… creo —Hana suspira, se pone de pie y va en dirección al ascensor—. Bueno, fue un gusto.

    —¡Espere! —le pide la medabot, asomándose por el pilar, estirando su morada mano en el aire.

    —¿Eh?

    —¿Cómo se llama, señorita?

    —Hana. ¿Y tú?

    —Cameo Stag.

    —¿Cameo Stag? ¿Quién te dio ese nombre tan feo?

    —Es de fábrica.

    —Con razón —Hana cruza sus brazos.

    —¿Señorita Hana?

    —Dime sólo Hana.

    —Si, seño... digo, Hana. ¿Hay una tienda de medabots por aquí cerca?

    —Creo que sí.

    —¿Le importaría decirme dónde queda?

    —¿Y para qué? ¿Vas a ir tú sola?

    —Todavía tengo que hacer algo con mi pierna.

    —¿La puedo ver?

    —Bueno.

    Hana se acerca a la medabot y le revisa la pierna —Se ve mordisqueada.

    —Así es señorita.

    —Ahí vas de nuevo con lo de señorita —vuelve a suspirar—. Mira, jamás he tenido un medabot, así que no sé ni cómo cambiar una pieza.

    —Supongo que en la tienda me pueden asistir.

    —Qué tienda sola ni que nada. Quédate aquí hasta que termine con mi horario de trabajo y te llevaré a la tienda para que te revisen.

    —De acuerdo señorita, aquí me quedaré.

    —Ya dijimos, nada de señorita.

    —De acuerdo… señorita.

    Hana se pega en la cara con la palma de la mano.

    —Perdón señorita Hana —vuelve a contestar Cameo Stag, poniendo sus manos en el lugar donde debería tener una boca—. No lo puedo evitar.

    —Sólo… —Hana se pone de pie, camina con los puños y brazos tensos, mientras se dirige de nuevo al ascensor—. Ya vuelvo.

    Después de unas largas horas de espera, Hana vuelve y carga a Cameo Stag en su espalda, mientras que la medabot sostiene el paraguas, cubriendo a ambas de la lluvia que no cesa hasta una tienda de medabots. La tienda tiene varios pasillos y parece un supermercado con varias piezas de medabots de distintos modelos que están en cajas y en exhibición entre los pasillos.

    Un joven en overol los atiende:
    —Hola, ¿en qué los puedo ayudar?

    —Necesito una robopieza…

    —Medaparte —le corrige Cameo Stag, se asoma desde la espalda de Hana, que todavía la está cargando.

    —Bueno. Eso. Es lo mismo —le dice Hana al vendedor.

    —Vinieron al lugar indicado. Aquí hay muchas medapartes, pero no todas son compatibles, ¿qué modelo en específico necesitan?

    —Es para ella —Hana baja a la medabot de su espalda—. No me acuerdo ni de cómo se llama.

    —Cameo Stag. Modelo KWG-9SX —responde la medabot.

    —Vaya eso está… complicado —le responde el chico de la tienda.

    —Si, son muchas letras —le dice Hana.

    —No, no me refiero a eso, verán, las medapartes del modelo KWG-9BX son compatibles, pero no llegan a esta tienda. Por otro lado, las piezas originales jamás llegarían a ninguna tienda cercana de aquí por tener un precio exagerado. Si las tuviera, nadie las compraría.

    —¿Qué tan caras son?

    —Digamos que las partes originales del KWG-9SX valen unos… —el chico saca una calculadora y presiona los botones haciendo el cálculo—, 500.000 yenes por cada medaparte.

    —¡Quinientos mil…! —Hana se dirige la medabot, mientras la sujeta de los hombros y la sacude—. ¡Cameo Stag! ¡Tu maestro debe ser millonario!

    —N-no recuerdo señorita…

    —¡Decidido! ¡Venderemos todas tus medapartes! ¡¿Qué ganga no?! ¡Aunque tengas una medaparte que esté un poco dañada estoy segura de que se venderá muy bien en el mercado y luego…!

    —Señorita… pero yo no…

    —¿Eh?

    —No quiero vender mis medapartes… —Cameo se abraza así misma.

    —Ay, qué cosas dices, te compraré otras partes y… y…

    La medabot la mira fijamente, mientras Hana sigue hablando.

    —Oye, no me mires así —Hana le pide preocupadamente.

    —No son sus medapartes. Solamente yo y mi maestro tenemos permiso de hacer lo que queramos con ellas.

    Hana suspira, hace un ruido con la garganta de molesta y se pone cabizbaja.

    —Supongo que tienes razón —Hana se dirige al vendedor—. ¿No la pueden reparar?

    —Lo siento, no hacemos reparaciones en la tienda, pero puedes comprar unos parches regeneradores o un kit de reparación.

    —¿Cuál es la diferencia? —le pregunta Hana.

    —Los parches son temporales y de un sólo uso para reparaciones rápidas, mientras que el kit de reparación requiere desmontar las medapartes y se puede hacer una reparación profunda. Prácticamente puedes dejar las piezas cómo nuevas, aunque también salen más caros que los parches.

    —¿Señorita Hana? ¿Podría comprar el kit de reparación? —Cameo Stag le implora con las manos juntas.

    —Los parches se ven más fáciles de usar, así que… —le dice Hana con su mano en su mentón.

    —Por favor. Las armas que tengo no funcionan.

    —Ese no es mi problema, agradece que venimos por lo de tu pierna.

    —¿Por favor? —le dice Cameo Stag mientras se acerca y abraza suavemente la pierna de Hana.

    Hana suspira cansada.
    —Creo que estoy empezando a odiar a los medabots… —se queda callada, pensando por un segundo—. Bien, dame el kit de reparación.

    Cameo Stag, aún abrazada a la pierna, mira a Hana desde abajo agradecida.
    —¡Oh! ¡Muchas gracias, señorita Hana!

    —Si, si, vamos luego —le dice Hana indiferente.

    Una vez ya con el kit de reparación comprado, salen de la tienda y aún sigue lloviendo, así que Hana carga a Cameo Stag en su espalda, sosteniéndola con una mano, mientras que con la otra lleva la bolsa con el kit de reparación y la medabot llevando una vez más el paraguas.

    Cameo Stag interrumpe el silencio de la caminata.
    —¿No tiene automóvil?

    —No. ¿No te diste cuenta? ¿O acaso crees que me gusta caminar en la lluvia?

    —Lo siento por la pregunta tonta, señorita. Ya no preguntaré nada más.

    —No, es que yo…

    Hana detiene la caminata, cabizbaja, mientras aun escuchan como las gotas de la lluvia golpea el paraguas. —Perdón Cameo Stag… —continúa Hana— los automóviles son muy caros, al menos para mí.

    —Ya veo…

    Hana vuelve a retomar la caminata.
    —¿Qué vas a hacer cuando tengas tu pierna reparada?

    —Seguiré buscando a mi dueño.

    —¿Y si no lo encuentras?

    —Supongo que vagaré hasta encontrarlo.

    —¿Por siempre?

    —No lo sé.

    —Parece que quieres mucho a tu dueño.

    —Así es, le tengo mucho cariño.

    —Me dijiste algo de qué tenías unos recuerdos de él. ¿Te acuerdas de hace cuánto tiempo hablaste con él?

    —No lo sé.

    —¿Y si los recuerdos que tienes fueron de hace muchos años atrás? ¿Qué va a pasar si está muerto?

    —Por favor no hable así de mi maestro, señorita Hana.

    —¿Pero no lo sabes?

    —Tampoco lo sé.

    —¿Te acuerdas de lo último que hablaste con él antes de que terminaras en el basurero?

    Cameo Stag mira el medareloj que tiene en su muñeca mientras intenta acordarse.
    —Creo que me preguntó si quería que me viera más bonita.

    Hana chasqueó con su lengua molesta. —Tsh, típico de los hombres. ¿Por eso te arrojó a la basura? ¿Porque no le gustó como te ves?

    —No creo que haya sido eso, señorita Hana. No recuerdo que se haya quejado de que me veía mal… Hasta… es posible que él haya comprado todas mis medapartes… Ahora quién sabe…

    —¿Al menos recuerdas su cara? ¿O su nombre?

    —Tampoco.

    —¡Pero si no recuerdas nada! Y aun así piensas que no está muerto.

    —Señorita Hana…

    —Si no está muerto y él te tiró a la basura, yo misma me encargaré de matarlo.

    —No lo dice en serio… —le dice Cameo Stag preocupada.

    —Argh, es una forma de decir…​


    Ambas llegan a una casa con dos pisos que se ve igual que las otras casas del vecindario, con un pequeño patio de frente, entran.

    Cameo Stag habla con asombro:
    —¡Qué casa más bonita!

    —Gracias, aunque creo que se ve igual a las otras.

    Hana se saca las zapatillas y deja el paraguas en la entrada de la casa, más conocido como genkan. Aun cargando a Cameo Stag en la espalda, suben las escaleras y entran a un dormitorio.

    Hana deja a Cameo Stag en el suelo alfombrado cerca de su cama y deja junto con ella la bolsa con el kit de reparación.

    —¡Ay! ¡Mi espalda…! —se queja Hana mientras se estira.

    Cameo Stag observa la habitación de color blanco, bastante sobria con una cama y un pequeño pie de cama rosado, un escritorio, un estante con libros y unos pequeños cuadros de flores. La habitación tiene un tinte de color gris por el día lluvioso que se puede ver a través de la ventana.

    —¿Este es su dormitorio, señorita Hana?

    —Si, ¿qué tiene?

    —Nada, pues… se ve bastante ordenada.

    Hana se tira en la cama.
    —¡Esto es increíble! —dice Hana sarcásticamente—, después de salir de trabajar, tengo que seguir trabajando de mecánica de medabots…
    Cameo Stag mira cabizbaja, casi melancólica. Hana al ver cómo está Cameo Stag, decide retirar lo dicho:
    —Digo… es un buen cambio de aire…
    Cameo Stag sigue cabizbaja.
    —Ya alégrate, al menos alguien te va a reparar —le dice Hana, mientras saca una llave francesa de la caja de herramientas.

    —Y doy gracias por eso, señorita Hana.

    Hana mira el manual rápidamente que está adentro de la caja de herramientas, le toma el brazo izquierdo de Cameo Stag y hace un movimiento para desencajar y sacarle los metales con circuitería, dejándole expuesto parte del esqueleto por dentro; unos cables negros, duros y flexibles llamado tinpet.

    —¿Pero?

    —No dejo de pensar en mi maestro.

    Hana le da un giro a las tuercas que estaban dentro del metal y la vuelve a poner en su lugar.
    —Parece que tú brazo estaba desactivado, pero no estaba dañado. ¿Lo puedes probar?

    Cameo Stag aún en el suelo apunta hacia el techo y sale escarcha de la rendija del arma de su brazo y exclama contenta:
    —¡Funciona de nuevo!

    —Brrrr… —un ligero escalofrío le recorre el cuerpo de Hana—. Al menos no voy a necesitar aire acondicionado.

    Pasan unas horas y Hana trabaja sin detenerse, hace lo mismo con su otro brazo y cuando le toca el turno a la pierna mala, pone una plancha del metal parecido al acero sobre la caja de metal y con un martillo comienza a golpear el metal para que quede derecha, le pone la pieza, la medabot se pone de pie y abraza a Hana.

    —Gracias señorita Hana. Se ve como nueva.

    Hana se seca el sudor de su frente con el reverso de su mano.
    —Si, no es nada.

    —Señorita Hana, tengo un último favor que pedirle.

    —¿Más trabajo? —le dice casi de mala gana.

    La medabot junta la punta de ambos de sus dedos índices, jugando nerviosamente con ellos.
    —Em… Quizá… tenga recuerdos borrosos porque haya algo con mi medalla. ¿La puede revisar?

    Hana ya cansada, estuvo a punto de rechazarla, pero al estar segura de que eso era lo último que faltaba se hizo un poco de ánimo.
    Le responde con un gruñido que hace con su garganta —Rggh… de acuerdo…

    Cameo Stag le pasa el medareloj de correa negra con acento calipso.
    —Por favor, sólo tiene que presionar el botón de expulsar medalla en el medareloj. Si está todo bien, puede volver a poner la medalla en mi tinpet o en el medareloj.

    Sin más preámbulo Hana presiona el botón y en la espalda de la medabot se le abre una escotilla hexagonal hacia arriba y una medalla dorada en también en forma hexagonal sale expulsada de su cuerpo, haciendo un sonido de una moneda que se golpea, cayendo en la alfombra de la habitación y la medabot queda sentado en la alfombra, quieta, como un muñeco sin vida.
    —Por fin un poco de silencio…
    Al acercarse a la medalla nota algo raro, una cinta negra que envuelve parcialmente la medalla parece como si se hubiera despegado.
    —Qué raro, no creo que esto deba estar aquí…
    Después de sacar la cinta y limpiar la medalla de los restos del pegamento, Hana vuelve a colocar la medalla en su ranura detrás de la espalda del tinpet de Cameo Stag. A la medabot se le iluminan los ojos, pero sigue sentada en la misma posición desde que salió la medalla.
    —¿Cameo? —le pregunta Hana preocupada.

    —Ya recuerdo todo…

    —Ah, genial.

    —No, no es genial…

    Ambas se quedan calladas por unos segundos, como si hubiera ocurrido una desgracia, hasta que Cameo Stag rompe el silencio:
    —Mi maestro se quiso deshacer de mi…

    Hana cruza los brazos.
    —No me digas.

    —Esa noche… la noche antes de que terminara en el basurero… mi maestro estaba ebrio con unos amigos… era una fiesta… y me ataron a una pared.

    Hana se tapa la boca, sin creer lo que le está contando. Cameo Stag continúa:
    —Mi maestro me abusó con sus amigos estando ebrios… no me opuse porque confíe en mi maestro en qué no haría nada malo y… y cuando me ataron, ellos se bajaron los pantalones y…

    Hana la interrumpe llena de ira, golpeando el escritorio con el martillo que tenía en la mano, dejando un agujero en la madera.
    —¡HIJO DE PUTA!

    Cameo Stag se pone de pie de golpe, asustada, al ver que Hana se dirige a ella con el martillo en la mano, la chica pone sus manos en los hombros de la medabot.
    —¿¡Dónde está la dirección de ese bastardo!? Me aseguraré de que no le quede ni un puto diente en su dentadura.

    Cameo Stag se queda callada, sin responderle.

    —¿¡DÓNDE ESTÁ!? —le grita Hana presionándola.

    —Hana… cálmate —le dice Cameo Stag en tono suave, dirigiéndose a ella así por primera vez.

    Hana mira fijamente a los ojos rojizos de la medabot, da un suspiro y se pone de rodillas al frente de Cameo Stag.
    —Es tan injusto…

    —Lo sé, pero no es la forma…

    La chica abraza cariñosamente a la medabot, sintiendo su frío metal.
    Pasan unos minutos y Hana se arma de valor para ponerse de pie y se coloca el medareloj en su muñeca.
    —A partir de ahora, empezarás de nuevo. Pero está vez, si lo vemos algún día, yo misma lo encararé personalmente. No vamos a olvidar el pasado, pero si tú nombre… Y desde ahora… serás Takara.

    —Takara… me gusta.

    Fin.
     
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