Chiyoda Mansión Middel [Casa]

Tema en 'Ciudad' iniciado por Gigi Blanche, 3 Marzo 2024.

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    Gigi Blanche

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    Construcción de estilo eminentemente occidental que sustrae influencias desde el barroco holandés y otras tendencias más contemporáneas, es la residencia principal de los Middel desde 1970. Su terreno está delimitado por un paredón de ladrillo enrejado y presenta una organización clásica, con el casco principal en el corazón de la residencia y exuberantes espacios verdes a su alrededor.

    Los ambientes internos son amplios y destacan por una suerte de minimalismo sobrio y elegante, en contraposición a su aspecto externo. Su patio trasero posee una amplia piscina, invernadero, numerosos espacios de descanso y una variedad de jardines. No hay una hoja fuera de lugar ni un arbusto mal podado, mucho menos un cristal sucio o una superficie polvorienta.

    La mansión Middel se encuentra actualmente en administración de Vandor Middel, hijo de su fundador y jefe del Grupo Middel, un conglomerado que reúne diversas empresas de envergadura internacional.

    Barrio de Tokio: Chiyoda


    Mansión Middel.png
     
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    El flujo de alumnos dentro de los casilleros era incesante y algo caótico. Tras cambiarme los zapatos eché un vistazo general y abandoné el espacio, deteniéndome bajo el techo de la entrada. Recosté la espalda en una de las columnas y me acomodé brevemente el cabello antes de unir ambas manos en el asa del maletín, frente a mi cuerpo. Mantuve mi atención en los demás estudiantes, fuera que viera a Hubert o que él me viera a mí primero.

    Hacia el final del receso, tras despedirme de Enzo, decidí aguardar por él en el espacio intermedio del pasillo entre nuestras aulas. Le dije que quería hablar con él de algo relacionado al campamento, si preferiría concederme parte de su tiempo mañana o si le gustaría regresar hoy conmigo, beber una taza de té y conversar. Había reflexionado en torno a las posibilidades con cuidado, y aún si la presencia de ajenos a la familia era extraña, llevar personas a casa no me generaba resquemores particulares; simplemente no solían darse las oportunidades. Hubert eligió la segunda alternativa, la acepté sin más y le dije que lo esperaría en los casilleros.

    En casa solían esperarme con el té listo, de modo que aproveché las clases de la tarde para avisar rápidamente que regresaría en compañía de un amigo del cual desconocía sus gustos, por lo cual prefería que esperen a mi arribo. La respuesta fue rápida y concisa, lo dejé estar y el resto del día transcurrió con normalidad.

    Una leve brisa sopló desde la entrada, inhalé con calma y pensé en lo atípicos que estaban resultando ciertos días últimamente. Hoy, en particular, haber topado con alguien como Enzo y haber programado una visita de Hubert se sentía... extraño. No incorrecto, sólo extraño.


    Bruno TDF hora de copypastear *c arremanga*
     
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    Las horas posteriores al receso transcurrieron con su calma habitual, con la salvedad de que distintos pensamientos se entrecruzaban y, por lo tanto, me obligué a hacer acopio de una dosis adicional de esfuerzo mental para no perder detalle de lo que el profesor impartía. Por una parte, la conversación que tuve con Cayden frente al tablero de ajedrez, en las orillas de la piscina, me había dejado nuevas nociones en torno a las cuales reflexionar; aunque podía verse como una sumatoria de peso a mis preocupaciones previas, sus palabras en realidad tuvieron un poder esclarecedor sobre buena parte de éstas, me había ofrecido el empujón que necesitaba para animarme a salir de mi propio casillero. Por otro lado, asimilaba calmadamente el encuentro con Bleke en el pasillo y la implicancia de nuestra inminente reunión; había asentido con serenidad cuando dijo que quería hablar conmigo sobre algo referente al campamento, puesto que supe al instante de qué se trataba.

    Lo que sí resultó inesperado fue que me cediera la opción de regresar con ella y beber un té juntos, asumía que en su residencia.

    Fue inesperado y, al mismo tiempo, agradable.

    —Me inclino por la segunda alternativa —fue lo que afirmé con una sonrisa serena, respuesta que ella aceptó con su templanza habitual.

    Así, las horas siguieron su curso acostumbrado, hasta que desembocaron en la finalización de la jornada escolar que desató el barullo de una masiva retirada. Guardé mis elementos en el interior del maletín, acomodando con especial cuidado el tablero de ajedrez, luego de lo cual esperé unos segundos para que la puerta del salón quedara algo más despejada. En cierto punto detecté un hueco entre el gentío que se desplazaba por el pasillo, oportunidad que aproveché para salir y alcanzar, con relativa rapidez, los casilleros.

    Busqué a Bleke con la mirada mientras me cambiaba el calzado. Fue una tarea complicada debido al movimiento constante de personas y pronto advertí que no se encontraba entre los compartimentos. Pero dudaba que se hubiese demorado, mucho menos la veía como alguien que no cumplía con su palabra, por lo que asumí que debía encontrarse en un sitio cercano.

    Y efectivamente, la divisé bajo el techo de la entrada.

    Aguardaba junto a una de las columnas, con ambas manos en su maletín. La brisa sopló, haciendo ondear hebras de cabello negro frente a mis ojos, que tuve que despejar con una mano mientras me acercaba a ella.

    —Espero no haberte hecho esperar mucho —le dije con una sonrisa, repasando con la mirada la incesante marea de estudiantes.
     
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    No transcurrió mucho tiempo hasta que reconocí a Hubert entre el fluir de alumnos. La brisa le había alborotado el cabello oscuro y buscó acomodarlo con una de sus manos, detalle que observé sin un motivo aparente. Se detuvo frente a mí, reflejé su sonrisa y meneé suavemente la cabeza. Él se había distraído en el movimiento de los estudiantes.

    —No, tranquilo —murmuré, esperando recibir sus ojos, y al hacerlo mi sonrisa se ensanchó apenas—. ¿Qué tal las clases de la tarde?

    Con la pregunta formulada separé la espalda de la columna y comencé a caminar en dirección a las puertas de la escuela, lanzándole un vistazo que lo invitaba a, naturalmente, caminar a mi lado. Desprendí una mano del maletín y mantuve éste a un costado de mi cuerpo, serena, hasta que alcanzamos el exterior de la academia. El coche, como era lo usual, se encontraba estacionado algunos metros a nuestra derecha. Era negro, de vidrios polarizados, y el chofer permanecía de pie a un lado, con el traje impecable, la expresión adusta y las manos entrelazadas al frente, envueltas en guantes blancos. Se me ocurrió pensar que podía ser una experiencia… diferente para Hubert, por lo que mantuve mi atención sobre él con un dejo oculto de curiosidad. Puede que diversión, incluso.

    —Ya llegaron por nosotros —avisé, indicándole el coche con un movimiento de cabeza, y reanudé la caminata.

    —Buenas tardes, Middel-sama —saludó el chofer, solemne, junto a una reverencia, y miró a Hubert.

    —Buenas tardes, Kyoshi-kun. Él es Mattsson-san —anuncié con calma, seria, mientras el hombre se adelantaba para abrirnos la puerta.

    —Un placer conocerlo, joven. —Le concedió una pequeña sonrisa, detalle que había obviado conmigo, y agachó la cabeza en señal de respeto—. Por favor, ingresen.

    Le sonreí a Hubert, indicándole en silencio que procediera primero, y una vez nos encontramos sentados el chofer cerró la puerta. Miré al muchacho, aún atenta a sus posibles reacciones o expresiones, incluso si tendía a ser extremadamente reservado. En ese intermedio, Kyoshi encendió el motor y el coche se deslizó con suavidad por la calle.
     
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    La sonrisa de Bleke me dio una leve cuota de tranquilidad, si bien era consciente de que no tenía motivos de peso para preocuparme. A su presencia siempre le había atribuido los rasgos de la fortaleza y la paciencia, nociones que se abrazaban a su cortesía. Pero igualmente me había distraído en el flujo de las personas a nuestro alrededor porque fui consciente de que tanto movimiento, de algún modo, podía resultar agobiante; si hubiera estado en su lugar, habría cambiado mi ubicación de la misma manera, sin descuidarla. La escuché afirmar que no había esperado tanto, no tardé en detectar el celeste oscuro por el rabillo del ojo, por lo que me volví a girar en su dirección. Esta vez fui yo el que reflejó el ligero ensanchamiento de su sonrisa.

    —Las clases han estado bien, con su desarrollo habitual —respondí cuando me posicioné para caminar su lado, poniendo rumbo hacia las puertas de la academia—. Como me ocupo de retener cada detalle, se me facilita seguir el hilo de las lecciones…

    Mientras hablaba con mi ritmo tranquilo de siempre, llegamos a la acera de la academia con relativa rapidez. Mi respuesta en torno a las clases vespertinas no debería haber terminado en el punto en el que la dejé, pues mi intención había radicado en hacerle una devolución a Bleke y preguntarle por su jornada, en un sentido más global. Sin embargo, mi atención fue inmediatamente atrapada por el hombre que, de pie junto a un auto negro, portaba un traje de marcada calidad y prolijidad, con las manos envueltas en elegantes guantes blancos. Su expresión era severa, pero su porte general indicaba el poder de la eficiencia. Me detuve junto a Bleke, con la curiosidad permeando mi expresión, y me pareció sentir la atención de su mirada; confirmó que aquel coche era el que nos llevaría a su residencia. Conecté con sus ojos y asentí, calmado, pero con evidente interés.

    No era muy apegado a los honoríficos japoneses, pero escuchar que la llamaban “Middel-sama” fue un poco impactante, si bien no exterioricé mi asombro y sólo seguí sus indicaciones.

    —El placer es mío, Kyoshi-san —respondí al chofer con una sonrisa amable, dedicándole una reverencia leve; fui consciente de su falta de sonrisa hacia Bleke, detalle que inevitablemente guardé, pero sobre el que preferí no iniciar intuiciones—. Muchas gracias.

    Entré primero al coche y ocupé mi lugar con movimientos cuidados. El interior del vehículo estaba en condiciones impecables, limpio, y saltaba a la vista que era un modelo bastante moderno. Muy… lujoso. Bleke ingresó a continuación y, otra vez, me volvió a mirar con una atención quizá más marcada de lo habitual. Me pescó observando el interior del coche con la curiosidad que había mostrado anteriormente.

    Ya había sospechado, a raíz de una conversación previa, que Bleke pertenecía a una familia de clase alta. No se podría decir que me sentía sorprendido por esto, pero experimentarlo en persona era un asunto completamente diferente.

    Me giré hacia Bleke y volví a sonreírle con serenidad.

    —Ahora que lo pienso, hasta el momento nunca mencionamos en qué zona de Tokio vivimos —comenté, mi voz acompañando el murmullo del motor; al otro lado del vidrio polarizado, la ciudad comenzaba a desplazarse frente a nuestros ojos— ¿A dónde nos dirigimos?
     
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    La respuesta de Hubert se correspondió a lo que había anticipado y, tras abandonar el terreno escolar, noté que sus ideas se evaporaban al reparar en el coche. Me causó gracia incluso si no lo demostré, fue una leve diversión principalmente potenciada por la sospecha que ya había tenido de que esta sería su reacción. En sus ojos negros palpitaba una curiosidad muy transparente y nos acercamos al vehículo, ingresando dentro tras los correspondientes saludos de cortesía con el chofer.

    En el interior del coche volví a notar la incesante curiosidad de Hubert, estaba analizando cada detalle que nos rodeaba y verlo de aquella forma dibujó una sonrisa en mis labios. Recibí sus ojos, alcé ligeramente las cejas para denotar mi atención y su pregunta me hizo consciente del hecho.

    —Chiyoda, vivo cerca del Palacio Imperial —respondí—. ¿Y tú? No te preocupes, por cierto. Cuando acabemos te llevarán a casa sin problema.

    Hasta ahora había permanecido neutral al respecto, pero la tentación de bromear fue demasiado fuerte. En mi sonrisa se coló una pizca de diversión y giré levemente el rostro, para disfrazar mis palabras de comentario casual...

    —Eso si sobrevives al estupor, claro.

    ... aunque claramente lo estaba molestando.
     
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    Levanté una ceja al saber que su hogar se ubicaba en las proximidades del Palacio Imperial de la ciudad, en el barrio de Chiyoda. Sabía con certeza que la ubicación debía de ser producto de una casualidad y que ambos lugares no tenían por qué verse conectados más allá de este hecho, pero aún así la mención del edificio histórico se oyó imponente. En todo caso, mi conocimiento sobre la zona era bastante limitado, a razón de que no acostumbraba a aventurarme fuera de mi barrio salvo para atender mis obligaciones académicas; la única excepción era Toshima, donde quedaba el club de Go al que acudía regularmente para perfeccionar mi desempeño en dicho juego. Agradecí a Bleke con una sonrisa cuando me aseguró que me trasladarían a mi residencia luego de nuestra reunión, si bien ya tenía la corazonada de que contaría con esa amabilidad. Era muy atenta.

    Me predispuse a contestar el retorno de mi pregunta, hasta que observé una muy leve pista de que Bleke quería añadir algo más. La esperé, envueltos en el breve instante de silencio que era apenas cortado por los ruidos urbanos que se ahogaban contra los vidrios polarizados del vehículo. La diversión que se manifestó en su sonrisa fue más notoria, lo suficiente como para que no se me pasara desapercibida. Giró el rostro, y lo que me dijo a continuación fue contundente, como una invitación a la supervivencia respecto a lo que nos aguardaba. La gracia radicó en el tono tan casual con el que me expresó aquello, lo que hizo que una de mis comisuras se elevara.

    ¿Bleke se había propuesto, con disimulo, bromear y molestarme un poco?

    Ya habíamos intercambiado ciertos comentarios anteriormente, buscando la sonrisa del otro, pero hasta el momento nunca se hizo de esta manera, digamos, más abierta. La realización me aflojó una risa baja, me llevé el dorso de la mano a mis labios para disimularla un poco, ya que no deseaba llamar tanto la atención de Kyoshi.

    —Quiero creer que estoy bien preparado —afirmé, con un tono igual de casual que, a su vez, le seguía su broma.

    Desde el día anterior, muchos pensamientos se habían agolpado en mi cabeza. Reflexiones, dudas, cuestionamientos, y la necesidad de ordenar todo mediante un tablero de ajedrez. Este intercambio de bromas con Bleke, la ligera risa que logró sacarme, ayudó mucho. Recordé fugazmente a Morgan preguntándome si estaba permitiéndome "vivir", y algo tan pequeño como esto... tenía esa grandeza. Más allá de mi intriga en torno al vehículo, el chofer y el hogar de Middel, me hallaba disfrutando del momento sin darme cuenta.

    —Así que Chiyoda… No estamos excesivamente lejos, entonces —continué, suavizando mi sonrisa—. Yo vivo en Bunkyō, mi residencia queda cerca del Santuario Nezu. He ido a visitarlo ocasionalmente, me sorprende lo bien conservadas que están cada una de sus estructuras. Según leí, su existencia data del año 1705. Es un sitio bastante tranquilo.

    Mi respuesta fue algo extensa, quizá porque había cedido a la tentación de volver a relatarle una breve historia con la que entretenerla.

    Los copy-pasteadores más rápidos de la galaxia nos dicen *c vuelve a poner las mangas en su lugar*
     
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    Mi remedo de broma lo alcanzó con la intención pretendida. El sonido de su risa, aunque breve y disimulada, alcanzó mis oídos y mi sonrisa se ensanchó al mirarlo plenamente. Había utilizado su mano para cubrir su boca y me pregunté si genuinamente le causaba pudor reaccionar de formas más espontáneas a las usuales. No me parecía a mí un chico tímido. Dijo creer que estaba bien preparado y mantuve mis ojos en los suyos, con la sonrisa aún presente en mis labios, mas no respondí nada.

    Luego de eso deslicé mi atención al exterior del coche y nos sumergimos en un silencio momentáneo. Hubert fue quien lo rasgó, retomando el asunto de nuestros barrios de residencia. Me contó que vivía en Bunkyō, cerca de un santuario que databa de principios del siglo XVIII. Japón era un país con muchísima cultura e historia, no dejaba de sorprenderme la antigüedad de algunas construcciones. ¿Cómo erigir columnas y paredes capaces de sobrevivir tantos embates del tiempo? Dudaba que las personas de aquella época fueran conscientes de la fortaleza que ostentaban sus creaciones.

    —En este mundo siempre cambiante, los trozos del pasado nos fuerzan a detenernos —reflexioné como producto de mis pensamientos, y le concedí una pequeña sonrisa—. No he visitado ese santuario. Cerca de casa está el Yasukuni, aunque no he ido más de una o dos veces, cuando organizan fechas importantes. —Tras unos breves segundos de introspección alcé las cejas y me mostré ligeramente entusiasmada de haber accedido a un recuerdo—. Durante la Golden Week fui a un festival en Taitō, el Yozakura. Allí me encontré con Kashya y su hermano, recorrimos el lugar y jugamos algunos juegos juntos. Fue muy divertido.

    Las imágenes de aquella noche permearon mi sonrisa con un ligero tinte de nostalgia.

    —¿Has participado de festividades nacionales el tiempo que llevas aquí? —le pregunté a Hubert.
     
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    Luego de decirle que me creía en condiciones de sobreponerme a un estupor, Bleke tan sólo se quedó mirándome a los ojos. Le sostuve la mirada con la serenidad dominando mi semblante. A su vez, fui consciente de que su sonrisa no había cedido desde que prácticamente ingresamos al vehículo, su atención sobre mis acciones también se estuvo manteniendo en el transcurso de estos pocos minutos de travesía. Al final fue mi propia sonrisa la que exhibió un pequeño ensanchamiento, saltaba a la vista que le divertía la perspectiva de presenciar mis primeras impresiones en torno a su lugar de residencia. Me pregunté hasta qué punto el hogar de Middel superaría mis intuiciones, pero la única certeza que hallé fue que ella seguiría pasándola bien. Lo cual estaba lejos de contrariarme; al contrario, me parecía algo positivo.

    Hubo una instancia de silencio en la que cada uno se concentró en la ciudad que se deslizaba tras las ventanillas, yo en particular apoyé un codo en un espacio interno de la puerta que me permitió hacer eso, para luego reposar la mejilla sobre el dorso de mis dedos. Sin embargo, seguíamos prestando atención al otro; estos espacios de silencios los consideraba otra forma de comunicación, como cuando leíamos en la biblioteca junto con Kashya. No pasó mucho hasta que volví a posar mi atención para hablarle sobre el Santuario Nezu y su resistencia para sostenerse a lo largo de los años; su historia era más extraordinaria si se tomaba en cuenta que Tokio había sido bombardeada durante la Segunda Guerra Mundial, ni siquiera sucumbió ante la arrasadora tragedia de ese conflicto bélico.

    En respuesta, Bleke dijo que los trozos del pasado nos forzaban a detenernos. Estuve a punto de darle una interpretación más amplia a sus palabras, casi cayendo en lo personal, pero agilicé la mente para captar el sentido más concreto de aquella afirmación. La escuché como siempre hacía: concediéndole toda mi atención. Volvió a sonreír y habló sobre el santuario que quedaba cerca de su casa, el Yasukuni, también sintoísta. Asentí para confirmarle que lo reconocía, así fuese solamente por el nombre, porque no lo había visitado. Investigué diversos aspectos de Tokio antes de mudarme, y los santuarios ocupaban un lugar bastante importante en el ecosistema urbano, por lo que contaba con un conocimiento teórico sobre la mayoría de ellos.

    Su entusiasmo no me pasó desapercibido. Fue como si le hubiera surgido un pensamiento de repente, por lo que alcé una ceja a modo de pregunta silenciosa. Me contó que había ido al festival del Yozakura en compañía de Kashya y un hermano de ésta. Mi sonrisa se estiró al imaginarlas participando de diferentes juegos, bajo las flores iluminadas. Puede que fuese descortés de mi parte el pensar que era una imagen algo atípica considerando que tenían un carácter serio y reservado, mas por la misma razón también tenía una fuerza cálida. Se había divertido, eso era lo importante. Vivir.

    —Es grato que la hayas pasado bien —dije en un tono calmo, pero honesto; al hablar pude percibir la nostalgia presente en su sonrisa, pero luego me centré en su pregunta— Me temo que hasta el momento no participé en ninguna, pero no me cabe duda de que lo disfrutaría con creces. ¿Sabes cuándo se celebra la siguiente?

    Hice una pausa, pensativo. Acto seguido, cerré los ojos con cierta solemnidad.

    —Si se da la oportunidad, me gustaría sumarme a Kashya y a ti en el próximo festival al que asistan —dije, mirándola con una sonrisa.

    Pensé que en realidad podría ir por mi cuenta para conocer en persona una festividad, pero... la experiencia no sería lo mismo sin ellas.
     
    Última edición: 5 Marzo 2024
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    Me tomé algunos segundos para repasar mentalmente el calendario de fechas festivas japonés, en silencio. No era información que manejaran en casa, sólo a mí me interesaba tenerla presente. Papá había heredado gran parte de las tendencias nacionalistas del abuelo, fuese por simple inercia o verdadera convicción. Tampoco lo culparía por ceder, luchar contra fortalezas de hielo era agotador y cada quien elegía sus batallas.

    —El primero de julio, el Mitama Matsuri —recordé, asintiendo levemente, y lo miré—. Coincidentemente, se celebra en el Yasukuni. Es el Festival de las Almas dedicado a honrar a todos aquellos quienes perdieron su vida defendiendo al país en las guerras, desde la Revolución Meiji hasta la actualidad. —Podría haber detenido la explicación allí, pero ya que estábamos en tema...—. Hay cierta controversia en torno a ese santuario, ¿sabes? Desde que incluyeron varios criminales de clase A de la Segunda Guerra Mundial en su Libro de las Ánimas, como el general Tōjō, en 1978. Esta consagración se hizo de forma secreta, de hecho, y generó una gran polémica cuando salió a la luz al año siguiente. Dicen que el emperador Hirohito dejó de visitar el Yasukuni tras la toma de esta decisión y que a día de hoy sigue causando tensiones con los países vecinos e incluso entre los mismos japoneses, entre el nacionalismo extremo y quienes consideran una ofensa que estos nombres se honren a la par de los soldados caídos. Los criminales de los que hablo ni siquiera murieron en batalla, fueron juzgados posteriormente en los Juicios de Tokio y condenados a prisión o ejecutados. —Me incliné apenas en su dirección, como si fuera a contarle el secreto más interesante de todos—. El sacerdote a cargo del Yasukuni en ese momento, Matsudaira Ishikawa, había sido teniente en la Armada Imperial y rechazaba la legitimidad del tribunal de los Juicios de Tokio. Él fue quien consagró a estos hombres.

    Regresé a mi posición inicial y recogí ambas manos sobre mi regazo, tranquila. No había olvidado su propuesta, en absoluto, y aproveché el silencio para sonreírle.

    —Y claro. No tenemos la costumbre de quedar fuera de la escuela, de hecho en ese festival nos encontramos de casualidad, pero me gustaría que te nos unas, Mattsson-san, si es de tu interés. Sería divertido y agradable.


    AL FIN, LOCO. Creo que es la primera vez que puedo soltar el TEA del yasukuni
     
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    Se permitió unos segundos de introspección, posiblemente con el fin de realizar un sondeo mental de las festividades más próximas a la actual fecha. La aguardé sin ningún tipo de apremio, acomodándome en la ausencia de palabras que era apenas cortada por el murmullo del motor, hasta que me otorgó la fecha del Festival de las Almas.

    Mi sonrisa adquirió una apenas perceptible cuota de entusiasmo, al saber que el Mitama Matsuri se celebraría el primer día de julio, posterior a la entrega del proyecto escolar. Evité caer en anticipaciones porque todavía faltaba que me respondiera a lo de asistir juntos con Kashya, pero sí llegué a pensar que el evento se disfrutaría más relajadamente, al vernos despojados de nuestra obligación académica. La realización ocupó apenas un instante fugaz de mi pensamiento, fue tan ágil que ni siquiera me distrajo. Así, seguí escuchando a Bleke con atención mientras me explicaba le esencia del festival en cuestión, y antes mencionó el sitio donde se celebraría: el cual sería, también, el Yasukuni.

    Y como si hubiésemos entrado en un intercambio de historias, Middel me habló sobre la polémica que impregnaba la existencia del santuario, cuyo núcleo era el Libro de las Ánimas. Tenía entendido que allí habían registrado a más de dos millones y medio de soldados caídos, pero desconocía el dato de que fueron incluidos criminales de guerra, los cuales ni siquiera pusieron sus vidas en el campo de batalla. Mi semblante tomó seriedad mientras la oía, asentí ligeramente en alguna ocasión como invitándola a proseguir, demostrando asimismo mi interés. Sus palabras me habían captado, teñidas por la suavidad de su voz, fluí con ella al punto de que, cuando se inclinó apenas hacia mí, también me incliné en su dirección, apenas unos centímetros. Su relato finalizó con la figura de un hombre llamado Matsudaira Ishikawa, el responsable de la tan discutida consagración.

    Me pregunté quién era el actual sacerdote, al entender que Matsuradai no debía seguir en funciones. Si se trataba de otro Ishikawa, ¿qué posición tendría al respecto? ¿Por cuánto diferiría en caso de existir diferencias? También me pareció un tema que le interesaría a Sorec, se lo pondría sobre el tablero en caso de que volviese a llamarme en el Club de Go de Toshima.

    La sonrisa de Bleke cortó la continuidad de mis constantes meditaciones. que siempre nacían de la curiosidad y la aspiración de adquirir más conocimiento. Cuando la miré a los ojos, recibí su confirmación a mi propuesta, me dijo que sería divertido y agradable. Le devolví mi sonrisa habitual, pero en esta en particular se filtró una ligera calidez.

    —Has puesto en palabras mi pensamiento, porque igualmente siento que será divertido y agradable —pronuncié con serenidad, asintiendo—. También estaba pensando en la suerte que tenemos de que el Mitama Matsuri se celebre después del proyecto escolar, lo que me lleva al siguiente punto —la miré, manteniendo la sonrisa—: deduzco que ya viste los grupos en el tablón de anuncios, ¿no es así?
     
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    Hubert había permanecido atento a mi relato, como siempre hacía, y acordamos compartir algún festival en el futuro. La pequeña promesa, por nimia e inconsecuente que pudiera parecer, me provocó una cierta alegría. Se iluminó de repente, sin pedir permiso, y su brillo me causó, a su vez, una ligera angustia. Conservé la sonrisa cordial en el rostro y asentí al preguntarme por mi conocimiento del proyecto.

    ¿Tenía el derecho? Lo dudaba.

    —Así es —acordé, y mi sonrisa se ensanchó ligeramente—. El evento de baile, primero, el proyecto ahora. ¿Las coincidencias no están tornándose sospechosas?

    Era una broma en todas las de la ley. Mi voz se tintó de cierta jocosidad antes de regresar al sonido habitual.

    —Me alegra que compartamos grupo, en todo caso. ¿Tú conoces a nuestras compañeras? Brown-san y Nishijima-san. Creo que ambas van a la 2-1.
     
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    Confirmó estar al tanto de la información referida a los grupos del proyecto. Era algo que ya tenía asumido desde que descubrí los carteles en el tablón, motivo por el que mi pregunta tuvo, más bien, el tono de una afirmación. Si bien pasó un tiempo relativamente corto desde la noche que hablamos junto a la fogata, podía afirmar con certeza que Bleke era una persona responsable a la que este tipo de datos no se le escapaban; y desde que estuve cerca de sus ojos durante el evento de baile de hace una semana, también supe que era como yo: alguien que observaba su entorno con detenimiento. Eran rasgos que valoraba en los demás…

    Y en su caso particular, me agradaba el estilo que ostentaba al momento de bromear con algo. En esta ocasión aprovechó para cuestionar la magnitud de las casualidades, que parecían tendientes a cruzar nuestros caminos. Mi sonrisa se amplió en respuesta, reflejando una sutil diversión.

    —Efectivamente —concedí—. Y sospecho que no será la última vez que el azar se tome licencias con nosotros.

    También era una broma, por supuesto. Afirmé con la cabeza cuando dijo que le alegraba que formáramos parte del mismo grupo, como para dar a entender que opinaba igual. Sin embargo, mi expresión se tornó pensativa al recibir la pregunta sobre las personas que estarían con nosotros en el proyecto.

    —Siento decir que no las conozco —respondí, tranquilo—. Si me paro pensarlo, las personas con las que me relaciono son casi todas de tercer año. Kashya y tú pertenecen a la excepción.

    Me sonreí. Aquello no respondía a su interrogante, pero la realización me había causado su debida gracia y no vi por qué no comentársela. Luego de un leve carraspeo, seguí hablando:

    —Supongo que podemos hablar con ellas en el transcurso de la semana próxima y planificar la entrevista para antes del fin de semana. Mi padre aceptaría responder preguntas si se lo planteo, así que mínimo tendremos un entrevistado garantizado —la miré—. Obvio que haremos un consenso entre todos en caso de haber más opciones. En tu caso, ¿se te ocurre alguien?
     
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    Gigi Blanche

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    La idea del azar insistiendo en reunirnos tenía su cuota de gracia, claro, aunque la sutil ironía del asunto me dejaba un resabio amargo. Casi podía ver la sonrisa de Ophelia, su satisfacción al encontrar los planes de un Middel siendo desbaratados, y su voz, grave y sedosa, recordándome el ridículo absurdo de pretender controlar el mundo. Diría que el universo hacía con nosotros lo que le venía en gana y que por eso nuestra familia sólo era un cúmulo de personas tristes y renegadas. Que nuestra capacidad destructiva nacía del miedo. Quizá tuviera razón.

    Pero ¿qué diferencia hacía?

    —Bastante atrevido, ¿no lo crees? —secundé a su broma, dando por finalizado el asunto.

    Luego hablamos del proyecto concretamente y resultó ser que ninguno de los dos conocía a nuestras compañeras. Su plan de acción me pareció sensato, asentí para confirmar mi adherencia y mi sonrisa se ensanchó con ligereza al oírlo mencionar que podríamos entrevistar a su padre. Su profesión, en efecto, lo volvía un objetivo más que interesante para nuestro trabajo. Cuando buscó mi opinión, al preguntarme si tenía a alguien en mente, pestañeé y mantuve la atención en sus ojos. ¿A quién se suponía que invocara? ¿A la tía Diantha, la prestigiosa abogada que ignoró durante años los abusos que su esposo cometía sobre la hija que compartían? ¿Al abuelo Ludger, una antigua eminencia de los negocios, quien bebía hasta hincharse como un globo rojo y despotricaba contra sus hijos en el acento neerlandés más duro y despectivo posible? ¿A mi papá, Vandor, jefe de un imponente conglomerado de éxito internacional, quien dejó ir a su esposa y rechazó al niño que no era su sangre sin decirle nunca la verdad?

    —No —murmuré, manteniendo la sonrisa cordial en mi rostro como la Middel que sabía ser—, no se me ocurre nadie.

    Como la Middel que era.

    —Tu padre me parece buena idea, Mattsson-san. Supongo que no habrá inconveniente en realizar la entrevista de forma virtual, dado que hay tantos estudiantes internacionales y de intercambio en el Sakura.

    Había deslizado mi atención a la ventanilla, denotando que habíamos alcanzado la ciudad y comenzábamos a internarnos en sus arterias de cemento.

    —¿Qué tal ha ido todo estos días? —le pregunté, regresando la mirada a sus ojos.
     
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    Bruno TDF

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    Supuse que la idea de entrevistar a mi padre sería bien recibida por parte de Bleke, ya que había demostrado interés cuando nombré el observatorio de Estocolmo mientras bailábamos en el patio; además, también se podía tener en consideración que fue ella quien me señaló la existencia de la torre que había en la institución, revelándome a su vez la existencia de un Club de Astronomía. Desconocía hasta qué punto tenía un vínculo con esa materia, o el alcance de su curiosidad. Mas, abrazaba la idea de que le resultaría fructífero realizar un intercambio con un profesional… Arend Mattsson era educado, curiosamente menos formal que yo, y no dudaba que la entrevista resultaría amena para todos.

    En cuanto a los Middel o sus allegados… Según me dijo, no se le ocurría nadie. Se había permitido algunos segundos para ofrecerme tal respuesta. Siempre enfocada en mis ojos, sosteniendo una mirada que no le esquivaba, sino que más bien afirmaba con similar tranquilidad… Sus iris seguían siendo glaciares de celeste oscuro; suaves, pero infranqueables. Pero como no tenía motivos de pesos para intentar una lectura más profunda, sus pensamientos internos pasaron aun más desapercibidos y sólo observé sin más cómo su atención se desviaba hacia la ventanilla, a la vez que afirmaba en palabras que le parecía buena idea lo de entrevistar a mi padre. Sonreí, sin dejar de mirarla.

    —Hablaré con él esta noche —dije—. Actualmente forma parte de un proyecto donde colaboran la Agencia Espacial Europea, la Canadiense y la NASA. Si le preguntas al respecto, no dudo que estará encantado de compartir algo de información —completé a modo de sugerencia.

    Noté cómo la ciudad empezaba a adquirir más imponencia tras el vidrio de su ventanilla. Se produjo otro de estos instantes desprovistos de palabras, donde solamente nos acompañábamos en el silencio. No fue muy extenso, Bleke regresó a mis ojos.

    —Han sido jornadas tranquilas en general —respondí a su pregunta—. Poniéndome al día con los estudios, leyendo una novela junto a la ventana; lo habitual —hice una pausa breve—. Y ayer fui a jugar al Go en un club ubicado en Toshima, es un sitio al que asisto con algo de frecuencia. El Go es otro juego de tablero de estrategia.

    La especificación respondió al hecho de que me vio en el pasillo de nuestro curso con un tablero de ajedrez, tras el receso. Consideré superfluo mencionar mi afición por juegos de características e índole similar; alguien como ella lo deduciría con certeza. Viré el rostro hacia la ciudad, mis ojos se cerraron con lentitud y cité:

    "Es intensamente contemplativo. Es casi hipnótico. Es como tocar la parte intocable del universo" —abrí los ojos para volver a conectar con los suyos—. La cita pertenece a un documental titulado "AlphaGo", que habla de cómo una inteligencia artificial consiguió vencer al mejor jugador del mundo. Fue un hito histórico, pues el Go era el único juego en el que la máquina no lograba vencer a los humanos. Fue así hasta el 2016, cuando AlphaGo se impuso categóricamente sobre Lee Sedol.

    Era otra extensión, otra pequeña narración dedicada a su atención. No veía por qué no darle a conocer un nuevo fragmento de mi persona, eso también era parte de vivir.

    ¿Me permites el atrevimiento de asumir algo? —le dije, sonriendo— No sé si juegas al ajedrez, Go o similares. Pero tengo la impresión de que se te darían bien.
     
    Última edición: 21 Marzo 2024
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    Gigi Blanche

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    Asentí ligeramente al informarme que hablaría con su padre, y mis cejas se elevaron en un sutil gesto de curiosidad al comentarme con brevedad respecto a los últimos trabajos de su padre. Suponía que aún éramos pequeños, meros adolescentes, y oír cosas así llamaban la atención.

    —Con un currículo así, a mí también me gustaría hablar de ello —comenté con ligereza, en lo que pretendía ser una broma benigna.

    Luego me habló sobre la rutina tranquila de sus últimos días. Lo más atípico fue su concurrencia a un club de Go, no por una supuesta incompatibilidad del juego con el carácter de Hubert, sino por el simple hecho de desviarse del esquema habitual. Recordé por rebote que, al abordarlo en el receso, noté que llevaba en la mano un pequeño tablero de ajedrez. Incurrió en la molestia de explicarme brevemente de qué trataba el juego y yo le permití hacerlo, aún siendo que lo conocía de antemano. Su popularidad no alcanzaba a la del ajedrez, por supuesto, y tampoco a la del shōgi, pero en este lado del mundo se oía con frecuencia.

    Poseía la intención de preguntarle al respecto, pero algo en su semblante me indicó que no había finalizado su idea. Me mantuve en sus ojos oscuros y luego en su perfil, cuando él deslizó su atención a la ciudad. La cita que invocó llenó el espacio, fue breve pero me puso el cerebro a trabajar, intentando determinar si la recordaba de alguna parte. Al final determiné que no. Volvió a mirarme, lo recibí con la calma usual. Sabía lo básico de juegos de estrategia, poseía una ligera experiencia en algunos, pero nunca había sido un terreno donde me interesó profundizar. La información que me facilitó era novedosa y una pizca de sorpresa me permeó las facciones. ¿La inteligencia artificial ya había sido capaz de vencernos en todos los juegos de estrategia?

    —Por eso algunos dicen que no inventamos la matemática, sólo la descubrimos —concedí, como un prefacio a mi respuesta, y asentí junto a una pequeña sonrisa; su atrevimiento era también una suerte de cumplido, al menos a mis ojos—. En mi familia se juega al ajedrez primordialmente, aprendí cuando era pequeña y hubo una época donde jugaba mucho con mi padre. De eso hace ya mucho tiempo, sin embargo. No he vuelto a tocar un tablero ni me he interesado por hacerlo.

    Si unía el Go, el ajedrez y su claro conocimiento del tema, podía deducir con facilidad que Hubert sentía una evidente inclinación hacia los juegos de estrategia, fuese por su exigencia, fuese por su carácter lúdico en sí. Probablemente eran ambas.

    —¿Has jugado toda la vida o es una afición reciente? —indagué.

    Era una pregunta simple, pero apuntaba a esbozar los espacios vacíos de su historia. Si lo había aprendido aquí, habiéndose ya desprendido de su seno familiar, o si era un interés que mantenía desde pequeño y que, en cierta forma, lo enlazaba a la vida que había dejado atrás.


    my god, me cayó una ost del Skyrim en la playlist que tengo corriendo Y LA NOSTALGIA QUE ME AGARRÓ ES INHUMANA also me ambientó super nice el post

    si te parece, podemos hacer como un mini time lapse para cubrir el viaje en coche y así vayan llegando a la mansión, porque realísticamente es como una hora y media de viaje JAJAJA
     
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    Bruno TDF

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    Su planteamiento de que descubríamos la matemática me resultó agradable, lo vi como un cambio novedoso de perspectiva. Además de los juegos de estrategia, era aplicable a la astronomía. Al oír la frase de Bleke, evoqué fugazmente aquellas noches donde observaba el universo desde el Observatorio de Estocolmo, además de las lecturas vinculadas al tema. El espacio exterior era complejo y aparentemente impredecible, pero se regía por leyes invisibles que lo equilibraban de cierta forma. Esas leyes sólo podíamos comprenderlas con el uso de los números y los cálculos matemáticos, y Arend se valía de esto para darle forma a lo que observaba al otro lado de sus telescopios… Pero eso no quitaba el hecho de que todo existía con anterioridad, con sus leyes y números. Entonces, ¿la matemática se podría considerar otro modo de lectura? Era un interesante tema de reflexión y debate.

    Por otro lado, que la definiera como una potencial buena jugadora de estrategia hizo que Bleke sonriera, gesto que vino acompañado de su asentimiento. Me pareció ciertamente atrevido decirle esto porque implicaba asumir aspectos de su persona, era como recorrer una zona desconocida en la que no sabía qué descubriría o qué recibiría a cambio. No creía que le molestara viendo su templanza, pero de todas maneras sentí algo de tranquilidad al denotar su reacción. Ese mismo alivio impidió que me detuviera a pensar en que, en realidad, le dediqué un cumplido.

    Escuché el resto de respuesta con una sonrisa suave. Nuestras historias de infancia guardaban un curioso parecido, aunque la principal diferencia radicó en que Bleke llevaba un tiempo alejada de los tableros. Imaginé que era parte del proceso que atravesábamos todos al crecer y madurar: los intereses cambiaban su rumbo y hallábamos la motivación en otros espacios. En eso, ella me hizo una pregunta cuya simpleza flotó en la cabina del coche, pero que demandaba una respuesta de amplio significado.

    Antes de responder, me incliné sobre el maletín escolar que traía entre los pies, y de allí volví a sacar el pequeño tablero de ajedrez, plegado sobre sí mismo. Al mirarlo, mi sonrisa se ensanchó ligeramente.

    —Juego desde la niñez, al menos al ajedrez.

    Coloqué el tablero sobre el asiento, en el espacio que nos separaba, y lo desplegué con movimientos cuidados. No mostré los casilleros, sino el lado contrario del objeto: era una cavidad hueca, ocupada en su totalidad por una gomaespuma negra, con huecos en los que estaban acomodadas con prolijidad las piezas del ajedrez. Eran de madera y se notaba que habían sido talladas a mano. Estaban un poco desgastadas.

    —Este tablero me lo regaló mi padre cuando empecé la primaria. Y según supe, mi abuelo se lo había legado a él. Es una suerte de reliquia familiar —conté, mirándola—. Arend y yo también tuvimos una época donde jugábamos mucho. Con el tiempo debimos reducir la frecuencia a causa de su trabajo y mis estudios, pero siempre hicimos espacio para una o dos partidas a la semana. Al menos, antes de que viniera a Japón. Ahora lo uso en solitario, por lo general cuando necesito pensar algo.

    >>Respecto al Go, lo podemos considerar reciente. Empecé a jugarlo en este país aprovechando su difusión y popularidad. Me pareció una buena vía para ampliar mis horizontes en el terreno de los juegos de estrategia.

    AGUANTE EL SKYRIM. Juegazo (lo tengo que terminar, pero le metí como 90 horas).

    Estoy de acuerdo con el time-lapse. Yo digo que estos dos ocuparían esa hora y media de viaje para hablar de algún libro que leyeron (el que se te ocurra a vos (?)).
     
    Última edición: 25 Marzo 2024
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    Gigi Blanche

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    Mi pregunta reactivó sus movimientos. Se agachó hacia el maletín que yacía a sus pies y extrajo el tablero que reconocí del breve instante cuando lo abordé en el pasillo. Lo desplegó entre nosotros pero del revés, las piezas permanecían ordenadas en sus correspondientes huecos de la gomaespuma y ascendí a sus ojos conforme avanzó su relato.

    Era una reliquia familiar, dijo. También noté que se refería a su padre por su nombre de pila, detalle que llamó mi atención. Uno podría fácilmente inferir las dificultades en su relación, pero contrario a eso, parecían llevarse bien y cuidar la cercanía a pesar de la distancia. Había algo en la voz de Hubert cuando me hablaba de su familia que volvía a resultarme cálido y reconfortante; lejano, también. Deslicé la mirada de regreso al tablero y seleccioné uno de los caballos con cuidado, hundiendo apenas la uña debajo de la pieza para desprenderla de su ubicación. Podía considerarse un atrevimiento, quizá, pero conservaba la tranquilidad de que a él no le molestaría.

    —Mi abuelo solía decir que la calidad de un juego de ajedrez se mide según la artesanía del caballo —murmuré, observando detalladamente la pequeña pieza de madera.

    Lucía algo desgastada, pero aún poseía un nivel de detalle exquisito. Me permití trazar su textura bajo mi pulgar y una sonrisa involuntaria curvó mis labios. Podía sentirlos, o al menos creía hacerlo. Había historias, afecto y tiempo compartido en estas pequeñas esculturas, sobre ellas se habían sentado bases de la persona que Hubert era. La evidente antigüedad del set me hizo pensar en los libros quebradizos y las anotaciones que aún encontraba en los márgenes de varios de ellos. El color de la tinta variaba y reconocía la simpática curva de las "D". Era la letra de mamá.

    —Es extraño pensar que estos objetos sean capaces de sobrevivirnos —reflexioné en voz baja, regresando el caballo a su lugar; mis dedos, sin embargo, se mantuvieron en su superficie—. Cuando la idea acude a mi mente comprendo la existencia de los tsukumogami en el folklore japonés. Creo que la escuela los usó en la prueba de valor del campamento.

    Yo no había participado, pero Hubert sí y había oído comentarios. Retiré la mano con suavidad, exhalé por la nariz y busqué sus ojos. Pese a mis divagaciones había prestado atención a sus palabras y algo me pareció curioso.

    —¿Juegas para pensar? —indagué, ladeando apenas la cabeza, y solté el aire en un remedo de risa.

    No cargaba burla ni malicia, por supuesto, sólo... quizás, en cierto punto, lo contradictorio de la idea me resultó tan peculiar como adorable.

    dije que haríamos el time lapse pero Bleke dijo que no :D
     
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    Su mirada descendió hacia las piezas de ajedrez, que reposaban en sus espacios como si estuvieran dormidas. Una vez, mi abuelo paterno dijo lo siguiente: “Son pequeños cofres, Hu. Donde no resplandecen monedas de oro, sino momentos y sentimientos, que ahora estarán contigo. Cuídalos bien”. Tenía muy pocos recuerdos de él, todos se remontaban a la niñez, pero atesoraba estas palabras que me dedicó cuando supo que el tablero me pertenecía. Quizá volvieron a sonar entre mis memorias, en un suave susurro, cuando vi los dedos de Bleke alcanzando con delicadeza uno de los caballos, igual que hizo Cayden durante el receso.

    Observé su movimiento con la serenidad que me caracterizaba y atendí la idea que su respectivo abuelo sostenía sobre lo que definía la calidad de un juego de ajedrez. Era algo en lo que no me había detenido a pensar, pero le concedí una cuota de sentido dado que las piezas de caballos poseían una forma compleja; aunque, en lo que a mí concernía, me fijaba más en la Dama. Bleke detalló bajo su pulgar la forma del equino de madera, lo hizo con la misma delicadeza con la que la había retirado de su hueco, pero más captó mi atención el tono de la sonrisa que asomó en su semblante. Mis ojos, que hasta entonces la acompañaban en la observación de la pieza, se alzaron para presenciar su expresión. Ella no dijo nada, al menos en ese punto específico, que fue un espacio de pensamientos que respeté. Mas, verla sonriendo de esa forma con la pieza mi ajedrez en su mano… hizo que mis comisuras también se elevaran involuntariamente.

    Sin que nos diéramos cuenta, pasamos a integrar la historia del tablero.

    Había objetos que perduraban más allá de nuestra propia existencia, la reflexión de Bleke fue contundente y yo asentí mientras la veía devolver el caballo a su sitio, dándole a entender que la acompañaba en su pensamiento. Mi abuelo había fallecido hace pocos años, pero el tablero que cuidó a lo largo de su vida persistía, actualmente, en manos de un nieto que estaba dispuesto a sostenerlo en el tiempo. Desconocía la fecha de fabricación de este ajedrez, el dato más lejano que poseía era que también fue propiedad de una bisabuela… y quién sabe qué otras personas antes que ella.

    —En efecto —confirmé su mención de los tsukumogami—. Para encontrarlos, debimos seguir pistas dadas por unos papeles, que contenían las memorias de esos objetos —bajé la mirada hacia las piezas del ajedrez—. Si fueran tsukumogami, tendrían mucho para contar. Sería interesante.

    Fue un mero planteo hipotético, puede que expresado a modo de broma. Ella retiró su mano del tablero y, tras su exhalación, permití que encontrara mis ojos una vez más. De entre mis palabras, le terminó llamando la atención el detalle de que utilizaba el ajedrez para pensar. Tuve claro que su asomo de risa no cargaba burla ni nada por el estilo, pero igualmente sentí un poco de vergüenza al pensar que podía haber cierta extravagancia en el hábito.

    —¿Suena raro? —inquirí con una sonrisa, pasando la yema de un índice por mi mejilla; tomé el ajedrez y lo hice descansar sobre mi regazo, todavía abierto— Como a todos, a veces me sucede que tengo largos momentos de reflexión. Los pensamientos son tantos que deben ser puestos en orden, y para eso muevo las piezas sobre el tablero. Un espacio simétrico y ordenado —hice una pequeña pausa—. Podría decirse que esas partidas solitarias son la metáfora de un debate interno. Al menos en mi caso, me resulta efectivo para llegar a conclusiones o perspectivas sólidas.

    Cerré lentamente el tablero con lentitud, resguardando sus piezas. Tokio seguía desplegándose fuera de los límites del vehículo, cada vez más imponente. Los edificios circularon frente a mí cuando desvié la vista hacia el vidrio polarizado. No estaba seguro de haber sido claro con mis palabras, me daba cuenta de que lo mío era un hábito probablemente extravagante, además de que su explicación resultaba compleja.

    —Además, usarlo me da una sensación de paz —añadí, tras lo cual me giré para ser yo quien buscara sus ojos—. Bien pensado, también es como estar cerca de mi familia, y de sus historias. Mi padre y yo conversábamos bastante durante nuestras partidas.

    Blee dijo que no, y Hubby dijo que quiere ponerlo difísil (?)
     
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    Hubert amplió brevemente la información que poseía respecto a la prueba de valor del campamento y rondé en torno a algunas ideas, observando su juego de ajedrez. Mi familia había permanecido obcecada en celebrar y perdurar las costumbres de nuestra tierra natal, una que las generaciones jóvenes a duras penas conocíamos, y que por ende se nos eran impuestas de forma prácticamente arbitraria y absurda. Haberme interesado por la cultura local y haberme tomado el tiempo de estudiarla quizá fuera mi propio tipo de rebeldía, una que Ophelia había manifestado con más agresividad e impaciencia.

    —Las creencias animistas son bastante propias de esta región, en especial de la cultura ainu que sobrevive en Hokkaidō —murmuré como un aporte extra, un dato arrojado al aire que sirvió, si se quiere, para cerrar mi parte del tema.

    Mi réplica pareció generarle un deje de bochorno, o al menos así me lo pareció, pero no hice nada con la información. Le dejé el espacio necesario para que se explicara, acomodó el tablero sobre su regazo e interpretó el juego como un esquema previsible y estático donde ordenar sus ideas. ¿Sonaba raro? No realmente, de hecho sonaba bastante lógica la reinvención que le había dado. Comprender el mundo que nos rodeaba, sus causas y consecuencias, exigía trazar límites y seccionar la realidad. De cualquier otra forma sería demasiado confuso, demasiado volátil y caótico.

    —No creo que sea extraño —repliqué una vez acabó su idea—. Se han trazado estrategias y urdido planes interpretando la realidad, ejércitos humanos y campos de batalla sobre tableros de ajedrez, de shōgi también. Pienso que no alcanzamos el verdadero potencial de estos juegos hasta que desciframos la forma de interpretarlos como... un reflejo del mundo real, quizá. —Sonreí—. Y eso, en definitiva, no es más que honrar sus orígenes. Se cree que el ajedrez contemporáneo y muchas de sus variantes surgen de un juego hindú muy antiguo, el chaturanga. Un poeta persa escribió que su origen se remonta a la guerra de sucesión entre dos hermanos, conduciendo a un inédito período de paz. "Sólo las abejas discutían mientras extraían el néctar, los pies sólo se cortaban en los versos, y el chaturanga se practicaba sobre el ashtapada".

    Suspendí un breve silencio antes de seguir hablando.

    —Induce a la reflexión, ¿verdad? Si la guerra es realmente capaz de ejecutarse sobre un tablero, ¿a qué responden los conflictos bélicos que conocemos? ¿Qué clase de supremacía se persigue cuando prima la violencia por sobre la inteligencia? —Busqué sus ojos y esbocé una sonrisa suave—. En cualquier caso, me alegra que puedas encontrar a tu familia cuando juegas. Es importante conservar los lazos que nos reconfortan.

    Aunque viniendo de mí sólo fuera una lección memorizada.


    juro que iba a hacer el time lapse JAJAJAJA pero se me dio por hacer research y pasaron cosas
     
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