Contenido oculto: Luciérnaga Gigi Blanche 冬のホタル Fuyu no hotaru —¿Estas listo? Todavía quiero verte. ¿Estas listo? Recibe mi corazón. No puedo decirte como me siento, cuanto más te quiero, más me duele. Aún sí quisiera, no podría odiarte... Tras pasar aquellas letras, Masuyo detuvo de inmediato cualquier acción; se quedó observando el salón delante de sus ojos, sientiendo como la luz nocturna era más presente que los rojos del ocaso a esas alturas. El pelo, pulcro pero desordenado, caía sin inconvenientes por sus costados; hombros, espalda, pecho: Su mirada era una seriedad absoluta, por eso Kohaku se quedó en la entrada, expectante con la puerta abierta hasta el tope. Notó como la chica arrugaba el ceño, pero se mantenía en un silencio demasiado sepulcral. Entonces, tras un suspiro inaudible y relajar sus facciones, habló sobresaltándo a su senpai. A pesar de eso, el susto tuvo una reacción mínima y, a fin de cuentas, Masuyo de cualquier forma no lo observaba. Aunque la chiquilla tenía una forma demasiado rara de sentir. —¿Qué quieres, Kohaku? —preguntó monocorde, sin observarlo; tenía entre sus brazos descansados la guitarra acústica que el chico solía dejar en el club. —Buenas tardes, Masuyo-chan —habló con la templanza y suavidad de siempre, adentrándose por fin al salón luego de cerrar imperceptible la puerta del aula, sonriente. No demoró en direccionárse a uno de los estantes, mientras tanto la pequeña Kobayashi ya había desviado su vista a las ventanas; la luz de luna solo se filtraban por una, gracias a la cortina que no había cerrado ella misma—. Nunca... te había escuchado cantar esa. Hubo un silencio donde la niña contuvo el aire adentro, en cuanto suspiró no se reflejó nada más que absoluto hastío. Su rostro parecía cada vez más iracundo, la voz se tornaba tosca y antipática. —No me gusta... El joven se extrañó por un momento, sin distraerse de su labor de buscar lo que olvidó en algún lugar de la sala. >>Cantarla... Kohaku se detuvo en seco, en cuanto volteó la chica ya había dejado la guitarra en el mastil que le correspondía, a veces le sorprendía la rapidez con la que era capaz la tipa de... hacer prácticamente cualquier cosa. En la expresión consternada de Ishikawa, se podía percibir un leve deje de angustia, preocupación genuinas. Kobayashi Masuyo amaba cantar, por lo cual... ¿por qué esta no? ¿Por qué el ambiente se sentía opresivo, hasta peligroso, sin ningún indicio para lo último? Algo se le acurría de las manos, siempre terminaba sin saber cuál era el fondo de Kobayashi... ¿Tendría siquiera una base? —Ma... —intentó llamar su atención, no muy seguro del por qué, pero se distrajo lo suficiente para dejar de buscar lo que le llevó a estar ahí en primer lugar. Mao estaba por cruzar la puerta, y se detuvo en seco al escuchar como Kohaku la llamaba, volteando a verlo con suerte de reojo; la oscuridad bañaba su cuerpo, seriedad impasible, y aunque sus ámbar semejantes al limón resaltáran, su mirada carecía de algo que no fuera estoicismo. Opaca, sin esplendor alguno. —Ya me voy, Ishikawa-senpai —soltó monocorde, para luego volver a centrarse en el camino que le quedaba por andar, el resto lo soltó a penas estuvo por debajo de la puerta. >>No volveré a usar tu guitarra —sentencio en un tono que, sí no fuera ya por la caída de la silenciosa noche, podría no haber sido escuchado. Pero lo recibió sin alteraciones, y luego no tenía ni la más remota idea de qué hacer... No entendía que había pasado.Esa noche, Kobayashi Masuyo volvió demasiado tarde a casa. Demasiado tarde. ¿Qué había sucedido?