Microrrelato Lo que desapareció en el mar

Lo que desapareció en el mar

El cielo era rubicundo cuando ella tocó la arena con los dedos, pero fue el nuevo latir lo que provocó que ansiara los olores marinos. Respiró las sales, los corales y la espuma, acariciando la carga que la deformaba desde las entrañas hasta la figura. Suspiró por los dolores que ya no respetaban ninguna parte de su cuerpo. Pero no odió al diminuto ser, aunque fuera resultado de un apetito concupiscente. ​

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Llegó hasta las olas, los pies mojados le recordaron las manos malsanas del hombre. Retrocedió, la espuma estaba brava esa tarde; iracunda. Como ella cuando lo golpeó y corrió lejos del daño, lejos del estupro.


Se sentó frente al murmullo oceánico, cansada, canturreando para el pequeño, prometiéndole que lo querría siempre, que no lo culpaba por las acciones de su padre.


Entonces, algo le contrajo los intestinos, el ardor y la memoria de la voz masculina soltando vituperios, la hicieron encogerse, hacerse un ovillo en la arena. Lloró porque era demasiado; porque temblaba, porque la arena se le enredaba en el pelo y ya no podía mover los labios. Abrió las piernas, era mucho el dolor, y se vació escarlata, como un matraz volcado, sobre el acuoso ocaso.


Lo distinguió entre la sangre, al feto diminuto, contrahecho. Y fuera de ella, aún así lo quiso, a pesar de que un azul suspiro se lo llevó, y quedó tendida, desvaneciéndose en mares sanguíneos.