Lluvia Coloreada

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por lluviacoloreada, 16 Abril 2012.

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  1.  
    lluviacoloreada

    lluviacoloreada Guest

    Título:
    Lluvia Coloreada
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    407
    Buenas noches a todos.
    Hoy me he decicido a publicar en FanFicsLandia una historia original de Ciencia Ficción que llevo tiempo escribiendo.

    Este proyecto tiene varias cosas interesantes.
    La primera es que como ya dije, es ciencia ficción, pero también he decidido incluir cosas que veriamos en una novela con mucha filosofía, además, la historia transcurre desde el punto de vista de varios personajes que convergen en ciertos puntos para crear una novela completa.

    El siguiente aspecto interesante, es que esto funciona como un proyecto completo, todo lo que aquí publico está también en mi blog, y en mi blog pueden descargar un pdf o comprar el texto en Amazon Kindle.
    Para descargar un pdf, hay que pagar, el pago no se hace con dinero, sino enviando un tweet. una vez que envian un tweet con un vinculo al capítulo, ustedes pueden descargar ese capítulo. El fin de esto no es lucrar, es más bien un experimento para promocionar literatura con viral marketing. Si ustedes desean publicar algo así, avisenme y les ayudaré como pueda.

    También quiero decir que escribo esto intenanto hacerlo muy visual, me encantaría que ustedes vieran lo que yo veo en mi mente y para eso (sabiendo que en CZ y FFL hay mucho talento) me encantaría trabajar con alguien que pueda dibujar algunas cosas por mi. De forma que cualquier persona interesada en unirse al proyecto para dibujar, por favor aviseme por PM o comentando en mi perfil.

    Lluvia Coloreada

    Lluvia Coloreada es una historia de Sci-Fi que se ambienta muchos años en el futuro, dónde la sociedad es distopica y las ciudades son tan enormes que las personas que en ellas habitan, no pueden dejarlas. En este libro se cuentan las historias de las personas que han tenido el sueño de salir y liberarse de una realidad aburrida y grisasea y todo los desafios que un humano tiene que seguir para sentirse diferente.

    En total, la historia está dividida en 5 capítulos. Cada capítulo está dividido en varias partes. Varias veces por semana postearé una de esas partes, y seguiré así hasta terminar.

    Todos los capítulos se pueden descargar de mi blog en http://lluviacoloreada.wordpress.com y para estar atentos a nuevas publicaciones, pueden seguirme en @lluviacoloreada

    Será largo y con mucho texto, pero espero que puedan disfrutarlo.
    Acontinuación comenzaré a publicar.

    ¡Saludos y gracias a todos!
     
  2.  
    lluviacoloreada

    lluviacoloreada Guest

    Título:
    Lluvia Coloreada
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    184
    Lluvia Coloreada: Primer Capítulo - Primera parte
    Me pierdo, te pierdes.
    Te alejas, en silencio, te alejas.
    Te pierdes, en el mar, en el cielo y en el sol
    Vibrante, menguante,
    Partido, como una naranja cítrica en los labios
    De primavera e invierno.
    Me pierdo, en tus medios días.
    En tu nube,
    Y en la sangre de la punta de tus dedos blancos y finos de estatua de mármol.
    Te alejas, en silencio, te alejas.
    Para siempre,
    Eterna silueta de horizonte de plomo,
    Sonido de olas,
    Letargo suspirado.

    Eskimo

    ***
     
  3.  
    lluviacoloreada

    lluviacoloreada Guest

    Título:
    Lluvia Coloreada
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    2241
    Primer Capítulo - Segunda Parte
    Habría que darle significado a esto, uno nuevo, uno más elegante que el de ayer, tenía que ser una buena razón para estar aquí haciendo esto, un impulso inspirador para subir al tren, para simular que se puede soportar la gravedad incrementada y la atmosfera sobrecargada del aire que huele como a espacio sin tiempo en este lugar.
    Sabía que no podía ir a otro lugar, caminar no era una opción, por lo menos no una buena, en la superficie moriría casi instantáneamente. Me perdería entre la intricada y caótica red de esas cosas que un día fueron edificios que ahora más bien parecían monstruos o dinosaurios con piel muy áspera, además la distancia era insoportable, insospechable, inalcanzable para cualquier héroe, para cualquier valiente que se atreviera a cometer suicidio caminando por la selva más oscura de esta zona (Sólo de esta zona, me han hablado de junglas incluso más densas y oscuras)
    Sabiendo que la puerta iba a cerrarse pronto di un paso que pareció tardar mucho más que uno normal, lentamente me introduje en el carro del tren, parecía más solitario que nunca, aunque siempre estaba igual, pero de alguna forma siempre se las arreglaba para parecer más horrible y caustico, inventaba formas para simular ambientes propios del apocalipsis u de otro planeta que era más viejo y demacrado. Había solamente dos personas, sentadas a varios metros, separadas por los asientos en rincones opuestos del carro del tren.
    Por un lado, se notaba a través de la escasa luz parpadeante y húmeda un hombre con un traje sudado, parecía que habría sido un día difícil, por su cara casi transparente podía ver el sufrimiento del interminable día. Su corazón se había aburrido de parpadear y sus ojos estaba exhaustos de mirar, los pies no le funcionaban más, eran autómatas y se deslizaban por el camino que había trazado antes, aquel que con esperanza había dibujado, quería regresar a su casa, olvidarse de todo, dejar de ser el, sentarse y desaparecer, hacer como que vivía en aquel cuadrito pequeño pegado sobre la pared medio destruida y texturizada por el tiempo, de una playa soleada y dorada que un día su padre le prometió llevar a conocer, sabía sin embargo que ni todo el trabajo de toda su vida habría de llevarle a tan idílico y utópico lugar, estaba varado en la realidad, en la contaminación, en sus deudas y en el centro palpitante y crepitante de una ciudad que era impenetrable, que explotaba con tanta frecuencia que ya no se podía escuchar a la vida misma, era su destino, era el futuro y lo tenía que cumplir, porque era su deber de hormiga roja trabajar entre papeles o entre la tierra para saciar esa sensación que él no sabía explicar y le causaba esa expresión de querer juntar las cejas con las pestañas y doblar los labios hacía abajo, pero que entendía de alguna forma invisible que era por sus compañeros, por el hecho mismo de que la vida con su juego gracioso de sucesos le había colado en ese lugar, en ese momento, con ese traje y esa tristeza y ese sentimiento aletargado de seguir esperando la invisibilidad y que el nihilismo se rompiera en un montón de pedacitos que formarían espejos infinitos con infinitos universos e infinitas playas doradas o montañas altas que tanto quería conocer.
    En el lado opuesto había una mujer, no la había observado por prestar atención al hombre del otro lado del vagón. Observar e inferir historias de la gente era lo que me gustaba hacer cuando me subía al tren, lo hacía con las personas que me parecían diferentes e interesantes, imaginaba que un día escaparía de la ciudad con un equipo formado por estas personas en una especie de historia de ciencia ficción, con finales mucho más épicos de lo que este lugar puede ofrecer con sus terminaciones obvias y faltas de imaginación.
    Mirando de cerca a la mujer calculé su edad, debían de ser unos 24 aunque el ambiente era corrosivo y podría ser mucho menor y engañar mis cálculos deductivos, ella no habría pasado la mañana trabajando, se le veía en los ojos azules color neón sobre noche llenos de vida y aún aun un poco de esperanza de correr y de escapar. Quizá había visitado a alguien, no le gustaba sentir la distancia, no quería sentirse sola, amaba sentirse diferente a todo lo demás por aquí. Sus labios se notaba relajados, color sangre, sangre romántica como de frutas o paisajes de pinturas, no mostraba preocupación o incomodidad, veía a la ventana como si algo pasara por ahí o como si la iluminación escasa fuera un arcoíris. Era experta en el oculto arte de mentir creando realidades alternas era experta siendo heroína de ciencia ficción.
    Era la indicada, ella tenía que formar parte de la historia de la que yo también formaría parte, me parecía que algo pasaría si estaba cerca de ella, que la noche desaparecería y los aromas se tornarían en silencio y quien sabe… con mucha inspiración hasta quizá el sol podría ver, Su cabello parecía un paisaje hecho de Plutón forjado con hierro o quizá con acero, con algún horizonte lejano y perdido del tiempo, oculto de los mementos que se escapaban, casi podía reflejarme ahí, mirarme corriendo en ese paisaje lunar, seguro que de eso hablaban aquellos libros ¡Oh, ese sueño frustrado que quizá con imaginación suficiente se cumpliría!
    La miraba de cerca (pero de lejos). Después de varios minutos ella se dio cuenta, me vio de reojo y yo temiendo que me clavara la ventana, hice como que miraba un diario que estaba tirado, el contacto era lo contrario a la distancia, era nuevo para mí, no tenía los ojos secos, sentí como ese instante se convirtió en miles de palabras que se iban convirtiendo en arañas sobre mi cabeza, música sinfónica o una abstracción fractal llena de ideas nuevas y fluorescentes, verdes como las plantas que guardaba celosamente en mi cuarto y me ayudaban a escapar a lugares que se parecían al centro del micro jardín, que si me acercaba lo suficiente parecía que todo el cuarto era verde.
    En esos lugares había que ocultarse de la existencia, era ahí una capsula del tiempo y del espacio, era un mundo hecho aparte, algo distante y de otro lugar lejano. Éramos en aquel mundo un poco menos solitarios, podía sentir el sudor ajeno o el perfume luminoso, sabíamos todos que era quizá lo último que viviríamos, que el tren se accidentaria y entonces yo pondría en riesgo mi vida para salvar a la mujer que veía de reojo mientras pensaba, estábamos perfectamente conscientes de que aquí estábamos mucho mejor que afuera, porque como se quisiera ver afuera éramos aún más desconocidos y ajenos para todos los demás. Estábamos conscientes de que este era el lugar menos solitario para estar justo ahora, justo aquí. Sentíamos el calor pero no sabíamos que era eso, la compañía, la vida fluyendo en otras venas, la electricidad circulando en otras neuronas, la vivacidad de unos ojos diferentes a los del espejo. Yo nunca quería que estas cosas se perdieran, me terminaba enamorando de estos personajes y de las fantasías que fabricaba con ellos, pensaba que así es como un día habían sido los humanos y que aún algo dentro de nosotros se podía recuperar, que quizá no tendríamos que preocuparnos por el tiempo y que dormiríamos sin frío o sin hielo por la sangre ni el temor de despertar una vez más a punto de salpicarse por la realidad que era fija y estática, que no se movía más y que nos había abrazado con sus manos largas de eternidad y desesperación.
    Había perdido la atención y estaba distraído, pensaba por dentro, pero había clavado mis ojos fijamente en la chica que estaba frente a mí, ahora había sacado un libro y había cruzado las piernas, pero no me había dado cuenta de tal pensamiento extenso o interminable que pasaba dentro de mi cabeza, quizá si ella no me hubiera visto con cierta pesadez y desprecio en sus ojos maquillados no me habría dado cuenta que tenía minutos viéndola. Disimulé mi obsesión ahora mirando hacía la ventana del carro, otro metro pasó con la velocidad duplicada y silbando con un estruendo enorme de energía que se sentía hasta dónde yo estaba como un vértigo feroz parecido a un tornado aumentado y golpeador.
    Por dentro de mí la idea de que no la volvería a verla iba creciendo, siempre me pasaba así, me enamoraba por unos minutos y no quería que aquella escena ácida y bellamente adornada por ella se terminara, quería un poco más, saber su nombre quizá o escuchar su voz, eso le daría mucho más significado a todo esto… quizá la recordaría mucho más tiempo, llegaría a casa a acostarme y proyectar su imagen sobre el techo ¡o mejor! Ella me recordaría, la metáfora de mi voz haría eco en su cabeza, me recordaría y quizá me buscaría, le contaría a otros de mí y escribiría en el diario que guarda celosamente bajo el colchón y le permite diluir un poco la soledad recordando momentos pequeños pero que algún significado debían de tener.
    Esto se convertía en nausea, está vez no la dejaría ir, algo pasaría entre ella y yo.
    Me puse a estructurar una complicada estrategia, solía pensar que entre más complicado sería algo más probablemente funcionará, había que hacer esquemas en la mente y teorías complicadas, observar de cerca y poner atención… hacerlo formal para poder escribirlo luego de forma elegante y casi científica. Acordé conmigo mismo que contaría mil diez (pronunciar mil uno, mil dos o mil tres por ejemplo dura aproximadamente un segundo) y entonces le preguntaría la hora, era suficiente para mi y era una estrategia perfecta porque no sería más que una pregunta cotidiana y serían tres o cuatro palabras que saldrían sólo de su boca, de sus labios rojos, su voz me llenaría profundo y eso me haría recordarla o quizá ella me recordaría. Conté en silencio, apenas movía los dedos, las manos me sudaban copiosamente.
    “Mil uno”, mil dos, mil tres, quizá me recordará, mil cuatro, mil cinco, mil seis” en ese momento podría echarme para atrás, sabiendo que con mi cómodo silencio yo estaría mejor, mi mente intentaría convencerme de tal cosa, me cogía el temor de fallar, de dejarla ir y que nunca más la vería, pero seguí contando tragándome la saliva que se había puesto amarga.
    “mil siete, mil ocho, quizá me recordará, mil nueve, mil diez”
    Suspiré intentando ocultar mi angustia.
    -Disculpa, ¿puedes darme la hora?-
    Por mi mente pasaba el escaso eco distante que se parecía a una huella sonora que había dejado el dialogo dentro de mi cabeza. “Quizá me recordaría” decía.
    Me miro por unos segundos, quizá uno o dos, yo seguía contento dentro de mí, no sabía porque, había de ser una inaudible muletilla, subió la manga de su chamarra gris, color nube en un día bien lluvioso y miro el reloj como sabiendo instantáneamente la hora, como si no fuera necesario para ella ver el reloj o como si fuera una metáfora para representar al tiempo mismo, a las noches, a las incontables madrugadas que nunca llegaban a su fin.
    -Son las once y veintisiete.
    Era inigualable aquella respuesta, romántica y aromática, profunda como ninguna otra, trascendente y sabia. Regularmente otra persona diría “Las once y treinta” pero ella no, ella había considerado esos hermosos tres minutos. Uno suele pensar que un minuto o dos son insignificantes, pero nunca es así, en un minuto pueden pasar tantas cosas diferentes, un minuto es una vida para una célula, es el momento de gloria de una idea era el tiempo suficiente para escribir un poemínimo o tres grandiosos minutos para ver a la persona que se ama bajo las sabanas de la luna y de las nubes.
    Miré profundamente sus ojos durante esos diminutos y agudos segundos y aun indispuesto a terminar la escena dije
    -Gracias.
    Con la esperanza de que ella sintiera un impulso atómico y celular imperceptible de quieres conversar un rato, que estuviera aburrida del viaje y que lo mejor era platicar conmigo. “Quizá me recordaría”.
    ***
    Eskimo
     
  4.  
    lluviacoloreada

    lluviacoloreada Guest

    Título:
    Lluvia Coloreada
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Ciencia Ficción
    Total de capítulos:
    4
     
    Palabras:
    4142
    Primer capítulo - Tercera parte


    Siempre peleábamos por las mismas razones y por los mismo dilemas que se interponían entre nosotros, para mi no tenía ya valor alguno vivir aquí y hacer como que pasaba mis días tranquilamente y que eso, por alguna cuestión metafísica, religiosa o filosófica me hacía feliz o un día terminaría dándome alguna alegría a la que aferrarme. Eso no era para mi más que un engaño para soportar los incontables días que tenían que venir antes de la muerte. Para mi la vida era más bien algo que tenía que hacerse vertiginosamente, de forma acelerada y cuidando que cada detalle se sintiera tan salado o dulce en la lengua como fuera posible, yo quería llorar con los atardeceres dorados, purpuras e infinitamente sonoros, quería cegarme con las luces verdes y azules de un paisaje inalcanzable y totalmente ajeno a la realidad, como hecho en otra galaxia o en una época distante dónde las cosas innombrables valían la pena y había que observarlas fijamente hasta ser parte de toda aquella escena, quería pasar la noche sintiendo un frío azul y poético mientras veía las estrellas y la luna jugando a hacer una historia increíble y épica que nunca más se repetiría y jamás alguien contaría.

    -Tienes que dejar de recolectar cosas y meterlas en ese polvoriento y destruido cuarto que tienes cerca del distrito industrial-

    Decía en forma acusativa pero tranquila mi madre, como si no importara, como que yo estaba cometiendo un delito menor.

    Tragué la sopa aún demasiado caliente como para comerla, quería irme tan rápido como pudiera.

    -¿Por qué tendría que hacer eso?
    Pregunté mientras veía fijamente mi sombra proyectada sobre el círculo luminoso, amarillo y pálido que se había dibujado al centro de la totalmente obscura habitación.


    -Porque la gente piensa que estás loca, comienzan a señalarte. Antes pensaban que eran sólo juegos de niños. Pero ya no lo eres tanto-

    Fruncí el seño y apreté la mandíbula pero no subí la mirada, no deseaba más que comer y beber algo, aquella noche llena de viento no se me antojaba para pelear. Mi alma más bien demandaba horas interminables de música que se convertía en películas animadas.

    -Yo creo que alguien puede hacer lo que más le guste.

    El silencio dejo que durante unos cuantos segundos el silbido triangular y melancólico del viento se escuchara especialmente acido y atemorizante.

    -Me gustaría que eso fuera cierto, hija, pero sabes igual que todos que eso no es cierto. Aquí las cosas son así y no podrán ser de otra forma. Será mejor que busques trabajo si no quieres vivir siempre en tu polvoriento cuarto.

    Sus palabras hicieron un largo eco dentro de mi cabeza, me dolían, golpeaban en mi alma y en la vivaz anatomía de mis pensamientos que siempre me habían preguntado y consultado por tantas cosas que seguramente nadie se había preguntado antes. Era un golpe ofensivo e insultante, sordo y doloroso. “Aquí las cosas son así y no podrán ser de otra forma”, no podía creer que todo lo que se esperaba de mi es que me rindiera esa ilusa felicidad creada a partir de leyendas o cosas que nadie había visto, de cosas normales y cotidianas que para ser ciertas, verdaderas y puras tenían que repetirse exactamente igual día tras otro, años por año, vida por vida.

    Sin decir una sola palabra, potenciada por el total silencio de la noche nihilista de lunes, me levante de la silla intentando no mostrar violencia alguna. El coraje me comía por dentro, tenía miedo de un día tener que rendirme a mi destino que había sido sellado décadas antes de que yo naciera. Sabía yo que el dolor no pasaría simplemente tapándome la cara con la almohada o durmiendo toda la noche haciendo como que mi coraje se apagaría y esta pelea que me causaba tanto ardor en el ego no sería mañana recordada. Porque sí, yo sabía que sí, que mañana esto no sería de mayor importancia y las cosas estarían de nuevo relativamente bien y los días seguirían pasando atónitos sin causar fricción alguna en mi piel, pero de nuevo ocurriría y sería cada vez más frecuente, además yo iba creciendo y junto conmigo mi determinación de escapar e irme para siempre, de dedicarme a cosas profundas y no tener que rendir cuentas a nadie, de ser libre y correr guiada por la curiosidad hasta que las piernas no me respondieran más y entonces tendría que dormir en un lugar en el que nunca había dormido.
    Giré la perilla de la puerta de entrada. Escuche un susurro desde el rincón más lejano de la pequeña casa.


    -Regresa temprano-

    Rendido a mi coraje use toda la fuerza de mi cuerpo para acelerar la puerta y hacerla chocar violentamente para provocar un grito que si bien era de la puerta, salía desde muy dentro de mi con un poder que sólo podía ser explicado por medio de la sinceridad, coraje sincero que decía toda la absoluta y pura verdad.

    Caminé, sin embargo tranquila por la calle dirigiéndome hacía el desolado distrito industrial, la noche era casi total y difícilmente veía algo más que las luces estériles y medrosas de la aún distante fábrica que adornaba y deprimía el paisaje que podía ver de mi casa. Se escuchaba ante todo, un golpeteo rítmico, seco y brillante de un martillo de metal que algo perforaba incesantemente dentro del castillo construido con esqueletos de hierro oxidado que extendían sus brazos para sujetar aparatos complejos y macizos diseñados y concebidos para soportar la implacable fuerza hidráulica de la industria que le demandaba cada centímetro de sus alma de plomo y de fulgor áureo.
    Conforme me acercaba a las torres enmarañadas, más me iba dando cuenta de los detalles que antes en la distancia no podría ver, los remaches hechos con tornillos gruesos que aún sin cargarlos su peso se podía observarse claramente, como una tristeza tormentosa y densa que no quería nada más que rendirse aletargada al descanso que el suelo proponía celoso, nadie podría mover jamás esos tornillos, estarían ahí por siempre porque la fuerza que los casó a las placas de metal que abrazaban jamás podría el oxido había formado una capa de piel que parecía humana pero parecía de reptil también, se veía como vida, llena de textura y de historias que habían pasado por ahí. El humo escapaba fantasmal y danzante, se veía sólo cuando la luz estaba cerca, su aroma toxico era imponente, llenaba cada centímetro cubico de aire y olía como a algo que no podía ser descrito con aromas sino más bien con escenas que recuerdan la distancia y la destrucción total de cosas que fueron desintegradas por un fuego tan implacable que sería capaz de destruir el cielo mismo, se maquillaba con la luz blanca que en cualquier momento se podría convertir en azul y las lagrimas amarillas pálidas que sangraban de las torres luminosas que se concentraban cada vez más arremolinadas hacía el centro de la fabrica que ocupaba kilómetros y kilómetros y que parecían formar una ciudad aparte, totalmente destinada a escuchar hipnóticamente el sonido incansable de la toxicidad oscura que se incrementaba momento tan momento sin importar que en algún otro lugar, en ese mismo instante, el amanecer estaría llenando de luz pulida y cristalina como hielo cada rincón sin excluir aún los más ocultos y apartados del cielo.

    Después de una hora de caminar por el paisaje citadino y nocturno, por fin llegué a la pequeña casa que había construido en la punta de una colina suficientemente alta como para dejarme ver más atrás de la enorme fabrica que veía de frente con sus ojos monstruosos mi diminuto refugio, hice una ventana enorme con la esperanza de un día ver un amanecer, de ver la realidad construida de fibras amarillas y doradas, color verano y color ojos de mujer. No había cuidado mucho los detalles, las ventanas durante la noche no eran tapadas con vidrio, sino con un trozo de tela gruesa y café que había puesto ahí con la única de razón de ocultarme del viento que se sentía más frío con cada invierno que llegaba, los ladrillos estaban pelones y sin maquillaje, se veían sus manchas carbonizadas sobre su cuerpo denso de color anaranjado férreo. Tenía sobre las cuatro paredes de escasa estatura clavados algunos recortes de periódicos y revistas que había recolectado a lo largo de mi vida, recogía cualquier cosa que me gustara, por sus colores, por las sombras o por las líneas, había dispuestas en las paredes imágenes de atardeceres, de mujeres delicadamente maquilladas con pintura dorada sobre sus enormes ojos celestes o edificios enormes pero diseñados para verse como estatuas femeninas sobre las antiguas ciudades que un día vieron la alquimia de los días, de verse el plomado día convertirse en oro puro y solido.
    Sobre el suelo tenía reposando en el polvo cientos de cosas que me habían parecido interesantes y habían despertado mi curiosidad, pedacitos de fierro con formas curiosas y que seguramente alguna vez habían formado parte de un aparato complicado y programado para moverse en un baile poéticamente sincronizado, piedritas traslucidas de color verde o de un azul profundo y brillante con las que seguramente en algún momento del pasado habían construido vitrales para adornar grandes casas llenas de sonrisas y de mañanas en las que había luz y las personas podían empezar su día sin esperar que la noche llegará y les quitara el impulso febril por hacer cosas importantes como pasear en los bosques o treparse a un árbol para pasar la tarde leyendo un libro de cuentos extensos y simples. Era de especial placer para mi recoger cosas que un día la gente había usado para nada más que vivir, tenía varias pelotas, bolígrafos viejos ya sin tinta y con la punta oxidada, diarios de adolescentes que habían sido maltratados hasta la casi desintegración por el aire salado o la lluvia ácida que días calurosos de verano, sombrillas de colores brillantes, vasos grandes muchos de ellos a la mitad, pero algunos completos, lentes ya sin vidrio el trozo de una guitarra eléctrica y una lista sin fin de cosas que me habían pedido que les llevará conmigo a un lugar tibio y solitario dónde podían decirme las cosas que habían pasado y les habían hecho los objetos ancianos y milenarios que eran ahora.


    Pasé la noche en mi pequeño refugio que me recordaba la guarida de algún depredador temerario, por primera vez en mi vida, había desafiado totalmente los deseos de mi madre y a pesar de que tenía indicado regresar temprano decidí no hacerlo y quedarme a pensar toda la noche. Había yo previsto que tal cosa pasaría tarde o temprano, por lo que había previsto mi cuartito solitario de un colchón viejo y unas cobijas gruesas y blancas que encontré refugiadas en una vieja casa deshabitada que no había sido saqueada hasta el momento en que la encontré y aproveche todo lo que me había gustado. A pesar de que intenté no dormir y pasar toda la noche despierta pensando y sacándole profundos delirios filosóficos a mi mente me quedé dormida poco antes de que el pálido sol se escuetara débilmente a través de el humo denso que amenazaba con jamás irse, descansé plácidamente, completamente relajada y desperté fresca como antes, parecía que antes de aquella sustanciosa siesta jamás antes había dormido, era como si una libertad juvenil y poderosa comenzará a crecer dentro de mi pecho y comenzará a sentirse dulce en mi boca cuando aspiraba el aire magro de la repleta ciudad.

    Sabía desde antes de dormirme que mi madre mandaría a alguien a buscarme durante la mañana, justo antes de la hora del desayuno cuanto todos despertaban y se disponían a salir a estudiar en una escuela vieja o trabajar en alguna de las fabricas que no tan lejos quedaban de la casa, así que decidí ir a recolectar cosas y saciar mi curiosidad en un rincón lejano de esta zona industrial en un pequeño distrito habitacional que estaba ya más cerca del centro impenetrable de la ciudad, había planeado largos días con ir a aquel lugar y quizá buscar un bazar para encontrar cosas nuevas que adicionar a mi colección. Para llegar a mi destino había que caminar unas 4 horas y luego tomar un metro que en total ocuparía unas 2 horas hasta llegar a la terminal que finalmente se encuentra a una distancia caminable del lugar a dónde quería ir.

    Así, con todo perfectamente planeado partí hacía la terminal de metro más cercana. El día era caluroso y silencioso, el viento de la noche anterior había sucumbido y ahora sólo se levantaba la temperatura vaporosa de una mañana de martes aburrido y grisáceo, caminé, como había estimado cerca de 4 horas y cuando llegué a mi primer destino era ya casi medio día. Me paré frente al mapa pintado sobre la pared que dibujaba una maraña colorida, selvática e interminable de caminos y rutas que uno podía seguir para llegar a lugares relativamente comunes de la ciudad, aun así la red de metro no cubría toda la ciudad, sino sólo las partes más céntricas dónde se había formado una red de comunidades dónde la gente solía vivir relativamente segura. Más allá de los limites que cubría el tren se hablaba a manera de leyendas de una zona de la ciudad más oscura y deplorable dónde uno tenía que vivir cuidándose las espaldas y con el dedo en el gatillo de una pistola cargada y desasegurada, listo para disparar y salir corriendo hacía una isla de luz que podía ser una cantina o una tienda de cigarros que daría un poco de seguridad mentirosa que no sería suficiente ni para calmar un poco los alocados latidos del corazón a punto de salir frenético del pecho.

    Después de mirar perpleja el mapa y observar cuantiosamente el reloj dorado que en una aventura pasada me había encontrado, anoté en un papelito amarillo una lista de las terminales intermedias en las que debía de transbordar, me adentré un poco más en la atmosfera propia de las terminales de tren, melancolizas, azules, verdes a veces, pero casi siempre grises, se olía fácilmente el humo de cigarros y la mezcla del hedor de todas y cada una de las personas que habían pasado por ahí para llegar a un destino más satisfactorio que este mismo. Observando todo y caminado lentamente llegué a dónde había que esperar el carro en el que me subiría, sin embargo no tuve que aguardar en absoluto, pues justo cuando me había sentado en una solitaria banca a esperar, el tren se apareció y se frenó dejando una puerta justo frente a mi. Asustada y nerviosa decidí dar un primer paso y entrar. Jamás había ido tan lejos, jamás mi curiosidad me había llevado a destinos tan distantes y nunca me había adentrado tanto en la penetrante soledad estéril y mordaz de la ciudad. Apenas ahora sentía realmente la distancia y entendía que quizá me perdería y entonces jamás regresaría mi casa, no estaría ya más segura y abrigada por las tibias paredes que me vieron crecer y transformarme, con el tiempo todos dejarían de buscarme y yo no tendría que sentir culpa después por mi rebeldía que parecía causar dolor a todas las personas que me rodeaban y a mi misma. Tantas veces me había preguntado si tenía que resignarme a un destino lineal y simple, incoloro y fugaz, si mi camino no era otro más que rendirme y dedicarme a contar los días que corrían cada vez más despavoridos, a ver por la ventana el infinito inalcanzable construido por una red que se extendía formando patrones que parecían lógicos, llenos de líneas rectas, de dobleces elegantes y puntitos que se movían todos a la misma velocidad, todos en la misma dirección, unos en un sentido de color rojo y otros cuantos en la dirección contraría de color blanco. Pero siempre que estaba a punto de caer, cuando comenzaba a ponerme mi mejor y más elegante ropa azul cadete de formalidad llana y me disponía valerosa a buscar un trabajo adulto y lleno de responsabilidad y de caminos estáticos, una llama se incendiaba dentro de mi, comenzaba pequeña e inaudible, muy pálida e incolora, pero se iba incrementado poco a poco, devorando la energía que mi mente insaciable de sentirse liberada le ofrecía copiosamente mirando como tragaba cada idea y pensamiento como si se tratara de un gran depredador que consumía con una delicia malévola villana un gran pedazo de carne roja y cruda, y eventualmente terminaba explotando, a veces después de unos segundos a veces pasaban días enteros para que el proceso terminara pero siempre algo dentro de mi se sentía cambiado, algo invisible y que no podía explicar con palabras ni tinta, algo me ponía siempre en una dirección un poco más correcta, un poco más en la vía de la libertad y del sentimentalismo que siempre quería salir de mi pero terminaba ahogado en la realidad ya casi imperceptible y degrada al punto de ir desapareciendo un poco cada día, eso me había pasado horas atrás, la noche anterior en que un coraje vago que estaba atorado en mis entrañas había sido empujado al punto de convertirse en un nuevo nacimiento oscuro y fresco, listo para ser escrito con historias nuevas y plasmarse con destinos nuevos que aclamaban mi visita para que mis ojos recorrieran cada grieta, cada insecto que se arrastraba en el piso, cada hombre barbón que se sentaba quizá por días esperando a que algo pasara cerca de él y le impulsara a mover nuevamente su reptil cuerpo.

    Decidí sentarme en un oscuro rincón al que la luz húmeda y lagrimosa apenas llegaba, buscaba protección y sentirme en sitio un poco más familiar y tibio, el carro del tren ofrecía una atmosfera hirviente como infierno, vaporosa y calcinante pero el frío llegaba filoso a los huesos, atravesaba bullicioso la piel y cortaba ágilmente la carne hasta llegar a las partes más profundas y perdidas del alma.

    No podía relajarme aunque era lo que yo deseaba, intentaba respirar despacio y secaba el copioso sudor de mis manos para parecer menos como una extraña, quería que la gente que me viera pensara que yo hacía esto todos los días y que podría fácilmente defenderme y que el simple hecho de intentar lastimarme sería una perdida de tiempo pues mi fuerza y mi pericia superaría cualquier fuerza que desafiara mi imponente pero tranquilo porte que había adquirido aprendiendo a método de intentar incontables veces, sin embargo no había funcionado, yo seguía sudando, respirando rápido y viendo agresiva y temerosamente cualquier cosa que se movía, tenía los puños cerrados y mis rodillas se interponían entre el espacio denso y mi abdomen, si bien no tenía idea de como escapar o ganar en una pelea grande, me había preparado para la batalla y dentro de mi chamarra sujetaba con mi mano derecha empuñada un bolígrafo que llevaba siempre para anotar cosas que pudieran ser interesantes o importantes.

    Sin embargo y a pesar de mi temor, en el coche sólo había un hombre con el traje desordenado y sudado, quizá había pasado toda la noche y la mañana ahí. Balanceaba y giraba ingrávidamente la cabeza mientras dormía intranquilamente enrollado sobre si mismo, a veces despertaba cuando una pierna rebelde quería huir y caía desplomada al suelo frío del tren y me miraba fijamente pero sólo unos segundos con los ojos rojos e inyectados ya sin vida y sin esperanza, después bajaba con tristeza la mirada y minutos después se quedaba dormido y su cabeza comenzaba una vez más a bailar incesante al ritmo de las ruedas filosas del tren que besaban fría y cotidianamente los rieles infinitos y desgastados.


    El tren comenzó a detenerse empujándome hacía adelante, abrí mis puños para sujetarme intentando hacer parecer tal acto algo como un elegante movimiento ya muchas veces coordinado hasta que el tren finalmente se detuvo por completo.

    Ambas puertas se abrieron al mismo tiempo haciendo un rechinido chillón y agudo como de rata agonizante, un viento más frío entro apresurado a ocupar el carro del tren entro.
    Por la puerta opuesta a la que estaba justo frente a mi, entro un muchacho que se notaba aletargado e impaciente al introducirse en la atmosfera demandante de lagrimas del tren, miró para todas partes primero intentando encontrar un lugar que pareciera adecuado para sentarse y eligió uno que estaba a distancia media entre el señor que estaba en un lado del tren y yo, que estaba en un lugar totalmente opuesto. Observó desde antes de que el tren comenzará a caminar al hombre que dormía profundamente en un rincón.


    Llevaba una chamarra negra y una mochila blanca desgasta y destrozada, cubierta de parches de colores, debía de ser que usaba esa mochila para guardar y llevar sus cosas importantes a todos los lugares, pues de no ser así no valdría la pena guardarla por tanto tiempo y repararla cada vez de que fuera necesario, imaginaba que el muchacho de ojos cafés y cabello obscuro, arremolinado y ventoso guardaba ahí las cosas que recolectaba en sus viajes que cuidadosamente planeaba durante meses, haciendo una liste extensa de lugares a los cuales visitar y que cosas había que encontrar porque eran necesarias, exactamente igual que como yo hacía. Imaginaba que le gustaba observar cosas porque era lo que el hacía, alimentar su curiosidad, planear escapes y viajes idílicos que un día le terminarían por liberar de las cosas que día tras otro le torturaban porque eran cosas que ya había hecho tantas veces que ahora se habían desgastado y afilado como navajas viejas, oxidadas y sucias que se le clavaban bien adentro en la carne del espíritu y del ímpetu temerario y rebelde cada noche que recordaba que seguía ahí varado en una enorme isla de luces tormentosas, llena de desilusiones y de escapes hacía otras realidades, todos frustrados por la idea de que tenía que ser superado y socavado por sus deseos viscerales de ser diferente y de iluminar como paisaje sideral cada habitación que él visitaba y que al final de todo, a punto de quedarse dormido, todo eso no sería más que un sueño distante y el sería igual de real y normal que todos los fantasmas ya casi inexistentes que se alimentaban de las almas aún vivas y plagaban la ciudad reproduciéndose aceleradamente y convirtiéndose en millones de personas que habían dejado ser entes desde el momento en que con regaños y castigos se les había enseñado a poner los pies en la tierra y quedarse estáticos como arboles viejos que sin importara cuanto el viento soplara, no harían más que contorsionarse hacía el horizonte que nunca alcanzarían por tener sus raíces bien profundas y enterradas hasta el centro del planeta.

    Después de observar fijamente como saboreando la escena construida por las parpadeantes luces, el muchacho notó que estaba yo, me miró fijamente durante sólo unos segundos disimulando que me veía. Apenas ahora había visto que usaba unos lentes hechos con una elegante curva metálica que formaba un delgado marco sobre unos intactos trozos de plástico transparente que reflejaba de vez en cuando una luz verde a veces y en otras ocasiones un bonito color azul que parecía acuático y nocturno, brillante como las fotos de aquellos días soleados que pegaba en mi ya distante y solitaria casa. Tal fulgor colorido había despertado en mi un interés poderoso, si se quedaba dormido quizá se los quitaría cuidadosamente haciendo movimientos curvos y blancos cuidando de no cometer la violencia que ocasionara que sus ojos se abrieran y me empujara fuerte para alejarme y los guardaría en los más profundo de la bolsa de mi chamarra para observarlos y categorizarlos bien y propiamente cuando regresara a la bodega un poco destruida dónde guardaba todos estos artilugios que tanto me gustaban.

    Sadzee

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