No importa cuánto timbre, simplemente no contestaré, lo dejaré sonar; hacer eco en la habitación hasta que el silencio vuelva reinar. ¿Qué importaba si lo dejaba así? Nada iba a cambiar, todo se había ido. Sabía que no debía sufrir; que no debía llorar pero, ¿qué hacer cuando estás sola y eso sucede?, ¿cómo reaccionar a lo que ésas personas te dicen?, ¿cómo no dolerte si hace algunos años les creías que eran lo mejor del mundo? Pero entonces sonó, finalmente, la contestadora y mis pensamientos se vieron interrumpidos. “Sé que estás ahí. ¡Deja de comportarte cómo una niña por una maldita vez en tu vida! Oh, vamos ¿tienes miedo?, ¿acaso también eres una estúpida miedosa? Vamos sobrina, hace tanto que no hablamos ¿no extrañas a tu tía cómo para contestar el maldito teléfono?...” Y dejé de escuchar. Ciertamente, a veces, desearía que ésas personas fueran realmente mi familia.
Me parece que eso va sin acento ^^. Muy triste y melancólico escrito. Quizás debas contestar el teléfono de vez en cuando. Saludos.