Mitología Egipcia *Estrofas extraídas y traducidas del pairo Berlín. Las lamentaciones de Isis y Neftis. LAS PLAÑIDERAS La noche extendía su manto de luto sobre las aguas del Nilo donde, entre islas de nenúfares, dormitaban hipopótamos y cocodrilos y ocultos en los salvajes e intrincados laberintos de papiro, los patos contemplaban en silencio el níveo rostro de Jonsú. No croaban las ranas, ni cantaban los grillos, el pantano parecía haber enmudecido como respuesta al desesperado lamento que, junto al aroma del tamarisco, la brisa gélida del desierto susurraba en la ribera. ¡Ven a tu casa, ven a tu casa!Tú, el de On, ven a tu casa,¡No están tus enemigos!*… Las llamas de las antorchas temblaban sobre los jeroglíficos y bajorrelieves de aquel sepulcro improvisado, arrojando fantasmagóricas sombras en las paredes de caliza tallada. En el centro de la sala excavada en la roca, entre un bosque de columnas, de rodillas y rotas por el dolor, dos mujeres plañían frente al cadáver que Anubis amortajaba con el más fino lino impregnado en ceras aromáticas. En la cabeza portaba el yaciente príncipe de los dioses la corona de Atef, su rostro era hermoso y tan verde como los campos de cebada y trigo lo son en la primavera, la barba de los faraones lo adornaba y, cruzados en el pecho había dispuesto el dios chacal el centro Nejej y el centro Heka simbolizando al buen pastor que conduce con mano firme su rebaño a través de las áridas arenas, hasta las fértiles orillas del río. ¡Oh, buen joven, ven a tu casa!Hace mucho tiempo que no te he visto.Mi corazón se lamenta por ti, mis ojos te buscan,¡Yo te busco para verte!*… Neftis escuchaba en silencio las plegarias de Isis. Las lágrimas corrían por sus mejillas de diosa, tan blancas y suaves como los lirios. Muchas veces había Ra recorrido en su barca la Duat y Jepri renacido con cada nuevo amanecer, desde que ambas partieron en busca de esos catorce pedazos en que Seth había descuartizado a su hermano para que sirviera de alimento a los peces. Y en cada lugar donde hallaron uno de sus miembros divinos, hoy se levantaba un templo, y los moradores de aquellas tierras se aunaban ahora a sus plegarias, y los hombres se mesaban los cabellos como símbolo de dolor y las mujeres vestían sus blancas túnicas de luto y todo Egipto lloraba la muerte de Osiris. Mientras pueda verte te llamaré, ¡Llorando a lo alto del cielo!Pero tú no oyes mi voz,Aunque yo sea tu hermana a quien amaste en la tierra,¡No amaste a nadie más que a mí, la hermana, la hermana!*… Como los lotos azules que nadan en las mansas aguas del Nilo se abren al despuntar el día, los recuerdos afloraban en la mente de Neftis con cada ruego de su hermana, pues ella también sabía lo que era ser amada por Osiris. Una noche, sólo una noche de pasión, vino y engaño le había bastado para engendrar a su hijo, el mismo que con tanto esmero amortajaba el cadáver de su padre. Y allí donde otros corazones no albergarían más que rabia y celos por la esposa del hombre al que amas, el suyo rebosaba gratitud y amor hacía la «Gran Madre», pues había Isis acogido y protegido a su vástago como propio salvándolo así de la furia y la sed de sangre y revancha del ultrajado Seth. Aún podía revivir aquellos días en que ambos reinaban sobre las rojas arenas y moraban en los oasis, cuando recorrían en su carro junto a los nómadas habitantes de las dunas el Desheret y las caravanas pagaban su protección quemando incienso, mirra y madera de sándalo en su honor. Pero el velo de la envidia fue nublando el buen juicio de Seth y el odio anidando en sus estériles entrañas, haciéndole desear todo aquello que por derecho era de Osiris, primogénito de Geb, favorito de Nut, Señor del Alto y Bajo Egipto, príncipe de las tierras fértiles del Nilo; y así, envenenado por la rabia y el rencor había creído culminar su venganza, encerrándolo en un sarcófago ricamente adornado que selló con plomo antes de arrojarlo a la corriente. Oh, buen Rey, ven a tu casa!¡Complace a tu corazón, no hay ninguno de tus enemigos!Junto a ti, tus Dos Hermanas protegen tu féretro,¡Te llaman llorando!*… Las suplicas nacían en el maltrecho corazón de Neftis y eran como una amarga caricia en sus labios, mientras su pensamiento continuaba puesto en aquel que un día fue su esposo. En sus oídos resonaban las amenazas y su cuerpo aún tiritaba al recordarlo, pues era el miedo el sentimiento que había remplazado al amor, y era Osiris quien había relevado a Seth en su corazón, y su útero el que había albergado el primer hijo de su hermano y sus cabellos las vendas con que Anubis momificaba a su padre. Yo soy Neftis, tu amada hermana,Tu enemigo está derrotado, no estará,Estoy contigo, el guardián de tu cuerpo.… Junto a Isis, frente al chacal, arrodillada a los pies de su amante, Neftis, la «Señora de la Casa» y «Protectora de los Muertos» lloraba por el cruel Seth y el corazón que un día ella le entregó, por el hijo que nunca pudo tener con él y por el que tuvo y nunca pudo criar, por la viudedad de su hermana, la orfandad de su primogénito y la resurrección del príncipe que una noche amó, y sus dolorosas lágrimas alimentaban un Nilo que crecía, inundando de vida y prosperidad la tierra negra de Egipto. Gracias por leer.
Verdaderamente, me encanta cómo, fluidamente, transportas al lector al mismísimo Egipto. Es algo que no tiene precio, la manera en la que describes el ambiente y todo aquello es muy bella. Amé cómo desarrollaste la trama completa con sólo los versos de los lamentos del pairo de Berlín. Particularmente, casi pude sentir el dolor de Neftis. Pocas penas hay como la que ella sufrió. En cuanto a lo técnico, vi una que otra falla minúscula nada grave que ni siquiera vale la pena mencionar. No sé qué más decir, es un texto hermoso.