Las Bestias

Tema en 'Historias Abandonadas Originales' iniciado por Blinder, 22 Junio 2014.

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    Blinder

    Blinder Iniciado

    Géminis
    Miembro desde:
    9 Noviembre 2002
    Mensajes:
    3
    Pluma de
    Escritor
    Título:
    Las Bestias
    Clasificación:
    Para todas las edades
    Género:
    Drama
    Total de capítulos:
    2
     
    Palabras:
    861
    El despertar fue como una pequeña melodía que resonaba en su cabeza.

    Poco a poco las imágenes del mundo que lo rodeaba comenzaron a entrar por sus ojos.


    El cielo estaba nublado, y pequeñas gotas de una llovizna le hacían cariño en los ojos recién abiertos.


    Le dolía el cuerpo, en especial el cuello y el hombro derecho.


    Pronto comenzó a sentir en su espalda una picazón, producto del pasto seco a sus espaldas.


    Intentó incorporarse pero no podía moverse.


    En un principio y dado a su somnolencia, no le tomó tanta importancia, pero una vez que la conciencia empezó a florecer, también lo hizo su miedo.


    Lo único que lograba ver era el manto gris y el sonido del viendo entrando por sus orejas.


    De pronto aquella melodía se vió opacada por un sonido.


    Una rama había sido pisada y esta se resquebrajó.


    Hay algunas veces en que el terror puede florecer de distintas maneras.


    Una es cuando el mismo horror se hace presente frente a uno. Uno puede observarlo, y dejar que tu cerebro calcule las posibilidades o incluso imagine los diferentes atrocidades que pueden sucederte.


    Sin embargo existe una que es peor, y es cuando uno no sabe que mierda va a suceder contigo. Es decir, tu cabeza no sabe que es lo que se viene. Entonces un sin fin de posibilidades de la mano de tu imaginación se hacen presentes frente a ti.


    Esta segunda sensación fue la que se apoderó de su cabeza.


    No sabía quien estaba ahí observándolo, no sabia si incluso era un quien.


    Pero dado a la actual situación en que se encontraba su cuerpo la desesperación se empezó a apoderar de su alma.


    Prontamente las pisadas se comenzaron a acercar hasta tenerlas casi a su lado.


    Logró ver su cara y supo de inmediato que estaba en peligro.


    Era un animal, no sabría distinguir si se trataba de un león o un oso, pero ambos ojos lo observaban detenidamente.


    Comenzó a emitir unos sonidos extraños, algo parecido a gruñidos pero de una forma mas delicada.


    Pronto supo que su comportamiento no era el de un animal común.


    Sintió unas cálidas y peludas manos en sus pies y sintió como su cuerpo era arrastrado por sobre aquella hierba seca y puntiaguda.


    Prontamente su cuerpo logró reaccionar y lanzó una patada al aire.


    El animal lo soltó y como si fuese un relámpago se puso de pie.


    Su vista aún no estaba del todo bien, pero logró distinguir al ser.


    No era animal, pero tampoco persona.


    Tenia pelos por todo el cuerpo, largo como un león, pero facciones de persona.


    Una mezcla de colores cafés y naranjo oscuro, y unos ojos amarillos penetrantes.


    Llevaba unas prendas extrañas, de color pupura, una especie de capa que cubría parte de su cuerpo.


    Logró distinguir metal debajo de aquel manto y una funda de algún tipo de arma.


    El hombre animal lo quedó mirando y extendió ambas manos como si tratase de decir algo.


    Pero no hubo tiempo para cosas.


    Sus pies comenzaron a correr en dirección contraria y a medida que el viento y llovizna golpeaba su cara parte de su memoria comenzó a venir poco a poco, jadeo a jadeo.


    Sentía el peligro detrás de él.


    Pronto recordó que era un niño, que no tenía mas alla de 9 años y que tenia miedo, mucho miedo.


    Corrió cuanto más pudo, con lagrimas en sus ojos y los dientes apretados.


    Intentando buscar alguna dirección a donde ir divisó un gran grupo de árboles en aquel páramo de hierba puntiaguda.


    Las ropas que llevaba definitivamente no eran para correr y sus zapatos lo hacían resbalar de vez en cuando, pero su amigo el terror lo ayudaba a levantarse nuevamente.


    Jadeo a jadeo y tropiezos por tropiezos, el bosque se hacía cada vez mas cercano, como si se tratase de su hogar, donde algún familiar lo esperase.


    Sin embargo escuchó un gran chillido a sus espaldas y dos hombres bestias aparecieron de la nada frente a él.


    Definitivamente se encontraban escondidos esperando a que alguna presa le saltara a la vista.


    Uno de ellos era grande, muy grande, de unos dos metros, y tenía un pelaje negro como el carbón y unos pantalones holgados de color verde oscuro. Sus ojos eran azules y le sobresalía un canino superior de la boca.


    El de su derecha, por el contrario se veía muy pequeño al lado, pero era muy similar al hombre bestia que había dejado atrás. Este tenía una capa verde oscura también, pero lo cubría completamente. Toda su melena estaba adornada con plumas y trenzas.


    Ambos iban armados con unas lanzas, las cuales ya estaban manchadas con sangre.


    El niño se paralizó nuevamente, y esta vez gritó como nunca lo había hecho en su vida.


    Iba a darse nuevamente la vuelta pero el primer animal hombre que había visto ya lo había alcanzado.


    Hubo al menos unos diez segundos de silencio, en que los 3 animales lo observaban. Definitivamente era un ser nuevo para ellos.


    Lo ultimo que escuchó fue el sonido de un ave y un rugido.


    Luego todo fue oscuridad nuevamente.


    Escuchó unos violines.


    La melodía era hermosa.
     
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    Título:
    Las Bestias
    Clasificación:
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    Drama
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    2
     
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    2131
    El gusano


    Las paredes traspiraban al igual que su cuerpo.


    Sus brazos subían y bajaban al compás de un ritmo sordo, música sin sentimiento, algo que solo las almas huecas escuchan.


    El pelo largo y barba de color negro lo delataban en su edad en aquel lugar.

    Sus ojos de color verde y envergadura ancha hacían creer que alguna vez él habría sido alguien feliz.


    Tal apariencia hacía parecer un tipo de cuarenta años, cuando en realidad estaba en los comienzos de los treinta.


    El hedor era insoportable, sin embargo para aquellas almas era el único aroma que existía en aquel mundo.


    Su cuerpo lleno de cicatrices había dejado de sentir dolor años atrás, y sus músculos se habían negado a dejarse llevar por aquel mundo. Todos los días lo mismo.


    Golpe a golpe, hacían sangrar a la tierra, y de vez en cuando, lograban levantar algo mas que escombros y hierro.


    Maldué, un mineral de resistencia como el mas fino acero, pero que emanaba un brillo semejante al oro. Codiciado por muchos, en especial por la alta clase de Gloria Mar.


    Todo lo que salía de ese infierno era para la guerra y vanidad, dos enfermedades que en estos tiempos carcomía la piel de muchos.


    Las miradas en la oscuridad no eran mas que fríos vidrios que reflejaban tristeza y melancolía. Era una banda de cantantes sordos y mudos, un grupo de hombres que dejaron hace mucho ser hombres.


    Muchos de ellos había dejado de serlo debido a alguna atrocidad tal como violaciones o ofensas al consejo. Otros como muchos de ahí, habían dejado de serlo debido a los meses en aquel calvario. Hasta el metal más fuerte cede si cada día es golpeado incluso con agua.


    Y también existen otras cosas que logran ceder de forma mas agresiva y violenta.


    Un latigazo nació desde la penumbra y besó la espalda del hombre.


    Este resbaló debido a el intenso dolor y se golpeó la cara contra una piedra que recién había arrancado de una pared.


    “Sin trabajo no hay comida” dijo una voz aguda.

    Aquella alma que había recibido el cariño le decían hombre gusano. Comenzó como una broma de los mismos esclavos hacía él, debido a que trabajaba mucho, como si esperase un premio al final del día. Pero lo que acostumbraba a recibir comúnmente era golpes y abusos de parte de los guardias.


    Jamás había dicho su nombre y nunca había hablado con nadie. Muchos pensaban que su actitud solitaria lo mataría al cabo de unos meses, pero había logrado sobrevivir mucho tiempo.


    Los soldados que residían en aquellos túneles eran criminales con un peor pasado que muchos de ahí, pero que al haber sido en tiempos de guerra la ley había actuado de forma distinta con ellos.


    Les llamaban los Tuniles, guerreros que habían encontrado el perdón de la nación gobernante y que su expertiz en el campo de batalla los había moldeado de forma perfecta para corromper hasta el espíritu mas marcado.


    “Cuando dejas que la tierra te trague, esta no te soltará jamás. Te digerirá hasta los huesos. Tu humanidad será parte de estas paredes. Y estos son mis ángeles, sus ángeles, los cuales se encargarán de que la tierra siempre esté satisfecha” habría dicho alguna vez el Señor Gallagan, señor de los señores de las cavernas el día que el hombre gusano había pisado por primera vez aquella boca humeante.


    Aquel grupo de treinta esclavos era vigilado por cinco tuniles, los cuales llevaban consigo lanzas de metal o espadas cortas con dientes. Tenían un fuerte agrado por los látigos y habían veces en que incluso vertían aceite negro sobre ellos para luego encenderlos con una mecha.


    Esto era una practica que se consideraba especial para ellos, pero que residía simplemente en los días en que los guardias estuvieran aburridos y quisiesen quemar carne viva para aliviar tal pésame.


    El hombre gusano conocía bien eso.


    Cinco veces había sentido de cerca el látigo en llamas. Su espalda tenía no solo recuerdos de acero, sino que un rastro de carne quemada. Su pecho y parte del cuello también habían sentido también los destellos de ira de los tuniles, en especial de Kar.


    Kar era reconocido en los túneles por elegir a sus pajaritos, los cuales se encargaba de proteger. Y vaya que los protegía a su manera.


    El hombre gusano era su preferido, no había semana en que no lo golpearan desmesuradamente.


    El tiempo en aquellos lugares pasa lento, en especial cuando la abundancia en los abusos se respira en el aire. Sin embargo en todo lugar existe la paz.


    “Muy internamente uno puede encontrarla” escuchaba repetidamente el hombre gusano, pero era una señal que no le agradaba mucho. Significaba una señal de resignación.


    Aquella noche llevaron a los esclavos a sus aposentos. Cómodos agujeros húmedos con hedor a heces y orina. No existían baños en las cavernas y los mismos tuniles usaban aquellos lugares para dejarle regalos a sus pollitos.


    Empujaron a todos adentro para que pudiesen tener sus cuatro horas de deseos frustrados, sin embargo Kar agarró del brazo al hombre gusano y lo apartó de ahí.


    “Hoy día sabré quien mierda eres, lo juro” Le dijo mirando a la cara.


    Kar era grande, medía alrededor de un metro y noventa centímetros y pesaba mas de cien kilogramos. Era una mole.


    Toda su cabeza estaba rapada y tenía unos ojos negros profundos.

    Siempre andaba traspirando y comúnmente su cota de malla tenía dejos de comenzar a oxidarse.


    Cada tres meses Kar se llevaba al hombre gusano hacia la boca de la caverna, como si se tratase de un perro. Incluso le ponía un collar y lo arrastraba a tirones, a veces lo llevaba a patadas.


    Sin embargo en su cabeza retumbaba un numero.


    “doce, este es el interrogatorio numero doce”


    Subieron a travéz de los tuneles siempre acompañados por Sek y Morza, dos tuniles que no se perdían jamás los abusos de su superior.


    Como de costumbre el hombre gusano no dijo nada, llevaba su boca completamente cerrada y miraba como sus dos pies lo conducían a su destino.


    Llegaron hacia la entrada de la caverna.


    Para Kar hacía esto simplemente para enrostrarle un poco de libertad al pobre hombre, mostrarle lo que era el mundo, lo que significaba ver las estrellas de noche y sentir la brisa. Todo con el fin de ablandar a sus esclavos, de hacerlos tocar nuevamente su humanidad, luego obviamente comenzaba el festín de preguntas y torturas.


    Siempre existían esclavos que aguantaban las primeras dos veces, pero ninguno como el hombre gusano. El había mantenido su identidad en secreto, no había conversado con ningún interno jamás, era un fantasma que Kar deseaba conocer.


    “Todos tienen nombres, como tu no tendrás uno?” le preguntaba mientras miraba las estrellas de aquella noche.


    La entrada de la cueva se encontraba en lo alto de un cerro. A lo lejos podía verse las montañas que dibujaban la oscuridad del valle y bajo su falda un manto de hierba blanca que parecía un mar de tristeza.


    Bajo la entrada había un grupo de arboles de zarzamora, y en especial en aquella noche parecían una nube oscura. Los arboles se mecían al compás del viento.


    Ambos sintieron la brisa, Kar siempre agarrando la correa de su mascota.


    “Conozco a cada uno de las almas en este infierno, salvo la tuya” dijo mientras amarraba la correa a un árbol.


    “Conozco como llora Fulvi todas las noches por su esposa que estaba embarazada. El muy idiota no quiere creer que está muerta. Bueno eso es lo que me gusta hacerle creer”


    Sek y Morza miraba este momento con unas sonrisas en sus caras. Ambos llevaban espadas esa noche y se acercaron para recibir las prendas de Kar.


    Kar le gustaba interrogar con el torso desnudo, esto debido a que le gustaba sentir el viento de esas noches, en especial en esta época, debido a que era verano.


    “También conozco a Zamsala” Dijo mientras se acercaba y le propinaba una patada en la cara.


    El hombre gusano cayó de bruces al suelo y notó como su nariz comenzó a sangrar.


    “Es un niño de tan solo veinte años, de las aldeas del norte, que creyó que la capital era el lugar para encontrar la felicidad” Dijo entre risas.


    “La capital no es para ladrones” dijo y agarró el cabello del hombre gusano para sostenerlo en el aire y escupirle un gran gargajo en los ojos.


    Con la mirada nublada nunca logró ver el puñetazo que lo hizo caer nuevamente al suelo.


    Solo escuchaba las risas de Sek y Morza en el aire de esa noche.


    “Dime tu nombre, simplemente tu nombre” gritaba mientras dejaba caer sus puños sobre el estomago del hombre gusano.


    “No puedo gobernar este puto lugar si no conozco a mi gente! A mis queridos pollitos!” gritaba y gritaba mientras golpeaba y golpeaba.



    Las carcajadas de Sek y Morza no dejaban de alterar la estrellas.


    Kar se reincorporó y fue en busca de su látigo.


    El hombre gusano sin embargo escucho un susurro en aquella noche.


    No uno, sino dos.


    Mientras se acercaba la bestia el gusano se puso de pie.


    “Ahhh porfin un poco de vida en este muerto caminante!” exclamó con alegría Kar.


    Pero su alegría se vió interrumpida cuando se dio cuenta que lo que era su mascota sonreía.


    Mostró aquellos dientes que no había mostrado en tres años. Si bien le faltaban dos, y no hacía mas que botar sangre, su sonrisa tenía un cuerpo como aquellas que se les entrega a las mujeres bellas.


    Una sonrisa de confianza.


    “De que te ríes energúmeno!?” exclamó Kar esta vez algo ofendido.


    “Shhh!” lo hizo callar gusano mientras se sacaba el lazo que llevaba en el cuello.


    “Por favor deje de gritar” Le dijo en completa calma.


    “Llevo trez añoz ezcuchandolo, trez añoz memorizándolo, trez añoz leyéndolo” Dijo mientras tiraba el lazo al suelo.


    Kar no entendía que sucedía, incluso buscó las miradas de Sek y Morza pero lo único que encontró fueron sus cadáveres.


    Cada uno llevaba consigo una hermosa flecha clavada en sus caras. Estas eran de color rojo y llevaban una cola de plumas con una hermosa combinación de colores verde, rojo y azul.


    “Que mierda!?” gritó y al darse vuelta tenía al hombre gusano frente a él, a una distancia casi para concretar un beso.


    El dolor que sintió en su brazo derecho fue mucho para su cerebro que obligo a su mano derecha soltar el látigo.


    “Uzted es Kar, el mejor de los Tunilez, el zeñor de eztaz cavernaz cuando el zeñor Gallagan no ze encuentra” dijo mientras soltaba el brazo de Kar de aquella extraña llave que le había hecho.


    “Uzted ez el encargado de llevar laz almaz de zuz pollitoz al mismo infierno”


    Los ojos de gusano parecían no parpadear.


    “Y por cierto, ezte infierno tiene bodegaz llenaz de Maldué lizto para zer forjado”


    El gran cuerpo de Kar comenzó a tiritar, su estomago y pechos parecían el mismo mar del norte. Su traspiración había aumentado y todo su dejo de maldad y confianza se había retraído a la mirada de un niño con miedo.


    “Quien mierda eres?..” le preguntó.


    “Mi nombre? Uzted va a seguir con eze jueguillo de la identidad?”


    Gusano chasqueó los dedos y otra flecha salió desde el bosque de zarzamora para incrustarse en la rodilla izquierda de Kar.


    El grito que entregó a los aire fue suficiente para que los demás tuniles comenzaran a salir de la cueva y ver lo que estaba sucediendo.


    Como si se tratasen de un problema menor, gusano siguió hablándole calmadamente a Kar.


    “yo he muerto hace ya mucho….”


    “tres añoz para zer exacto….”


    “zi ze desea hacer daño…. zi ze desea dejar un menzaje…. Lo mejor ez de parte de un muerto…”


    La cara de Kar era irreconocible, sus mejillas estaban mojadas y no se podía diferenciar si era sudor o lagrimas.


    “Zin embargo alguna vez me llame Jarma Sa”


    Los otros Tuniles se acercaban hacia donde se estaba llevando a cabo esta conversación. Iban listos para enfrentarse al asaltante.


    “Ahora yo no exizto…. Mi zer e identidad ez parte de algo mayor”


    Jarma Sa se dio vuelta hacia los arboles y lanzó un grito agudo al aire.


    De las zarzamoras volaron fantasmas puntiagudos que comenzaron a penetrar la carne de los tuniles, obligando a el resto a volver a esconderse en las cuevas.


    Nuevamente Jarma se acercó a un Kar que yacía con una rodilla en el suelo.


    Se agachó hasta estar a la altura de sus ojos.


    Kar nunca supo el como esto había sucedido, pero de algo estaba seguro, nunca había visto unos ojos tan penetrantes en su vida.


    “Yo zoy la Cofradía” se escuchó un susurro en el aire.
     

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