One-shot de Pokémon - La vida de un Spoink

Comenzamos a saltar apenas nacemos, aún cuando ni sabemos que estamos haciendo. Nuestros progenitores se encargan de preparar nuestra cola para tal tarea, enrollandola en forma de resorte. Ignoran nuestro llanto y no nos alimentan hasta estar seguros de que hemos acatado el mensaje: salta.

Y saltamos. Cada caída es rápidamente corregida y reprochada. Tenemos que aprender a hacerlo bien, pues el precio de dejar de saltar es la muerte.

El primer día saltamos hasta que la cola se llena de ampollas y empieza a sangrar. Esa noche, nos enseñan a saltar mientras dormimos. Algunos no logran superar su cansancio y caen rendidos apenas sus padres les dan la espalda. Esos mueren segundos después, demasiado tarde como para arrepentirse.

El resto despierta al día siguiente, con su cola hecha ascuas. Si sobrevivimos a la noche, pasamos el día siguiente en busca de una perla. La perla mantendrá nuestro cansancio al mínimo, nos permitirá seguir activos y descansar de mejor forma por las noches. Nos advierten de dejarla caer de nuestra cabeza cada cierto tiempo, pues el cansancio de acumula, y luego de una semana sin quitarse la perla podrías desmayarte completamente si se te cayera.

Una vez tenemos la perla en la cabeza y ha pasado la primera semana, nos dejan a nuestro aire. No hay reglas entre nuestra especie, además de no dejar de saltar en ningún momento. Se supone que esto es porque como nuestra tasa de muerte es alta, se espera que tengamos una infancia feliz.

Nuestros padres son fríos por la misma causa. Un Spoink sabe siempre que las probabilidades de que sus padres hayan perdido ya a algún hijo son muy altas. Ellos no quieren sentir esperanza, porque saben que en algún momento puedes sufrir una mala caída ó resbalarte, y tu corazón se detendrá en el tiempo que te tome levantarte.

El primer mes es una tortura. La cola tarda ese lapso de tiempo en endurecerse y perder sensibilidad, por lo que en las primeras semanas se siente como latigazos de dolor. La perla lo hace más difícil al comienzo, añadiendo más peso a la carga. Toda queja hacia nuestros padres será duramente reprendida.

Luego del mes, la cola se ha hecho fuerte como piel de Garchomp, y hemos aprendido a usar la perla en nuestra cabeza correctamente. Es entonces cuando comenzamos a entrenar.

Cualquier intento de ataque físico de nuestra parte es reprendido. Golpear al enemigo nos acerca mucho a ellos, el retroceso puede hacer que se nos caiga la perla, y si el enemigo esquiva el golpe lo más probable es que resbalemos. Así que nos enseñan a usar nuestros poderes especiales. A canalizar el poder desde nuestra perla, y exteriorizarlo hacia el rival.

El entrenamiento es duro, casi tanto como los primeros saltos. Pasamos horas en entrenamiento, perfeccionando nuestros poderes psíquicos. Cuando estamos listos, nos hacen luchar contra el primer Poochyena que se encuentre cerca. Luego de la inevitable derrota, nos enseñan sobre las eficacias, y entrenamos para aprender ataques nuevos, para vencer la inmunidad de los tipo Siniestro.

Entrenamos hasta pulir nuestras habilidades, y luego luchamos hasta pulir nuestra resistencia a ataques especiales. Luego del primer año, un Spoink común debería poder disminuir la potencia de un ataque especial que llegara a él con el uso de su perla.

Por último, cuando estamos completamente listos, nos dejan a nuestra cuenta. Algunos Spoink llegan a sentirse aliviados ante la partida de sus padres, pero otros sienten la presión de la necesaria independencia. En cualquier caso, debemos ocuparnos de nosotros mismos. Entrenarnos, saltar, luchar, saltar. Algunos se convierten en exploradores de los conocidos equipos de rescate, buscando un medio para entrenarse más facilmente. Algunos se rinden. Algunos mueren.

Cinco años después, los padres regresan a aquel lugar donde abandonaron a su cría. Algunos - la mayoría - no los vuelven a ver más. Aunque se estableció que luego de un tiempo iban a reunirse de nuevo, los Spoink aprenden rápido a valerse por si mismos.

Algunos encuentran solo huesos, y una solitaria perla en la arena, agrietandose por la erosión. Algunos ni siquiera eso.

Pero, en ocasiones, ocurre el milagro. Y allí donde los padres habían dejado a un pequeño Spoink a su suerte, temiendo lo peor, se encuentran con que su hijo ha crecido, ha entrenado, y ha evolucionado. Es difícil para un Grumpig recién evolucionado adaptarse a sus nuevas piernas, pero no tan difícil como les fue adaptarse a su cola. Aún así, ellos nunca estarán cómodos con sus piernas, se pasarán la vida caminando como vieron de niños caminar a sus padres.

Los padres Grumpig se permiten sentir esperanza. Se encargan de disculparse por los malos tratos que el Spoink tuvo que pasar para sobrevivir, y no tardan en depositar en él todo el amor que no pudieron darle en su primera vida, además de prepararlo para lo que le falta.

Nada es demasiado para un Grumpig. Han pasado lo peor para llegar hasta ahí.