La sirena que desafinó

Mitología griega.


En una pequeña isla, dónde se acostumbraban reunir ellas; las cantantes y temibles, nació una sirena llamada Nireina. Fue un acontecimiento terrible, algún dios debía de haberse enfadado mucho con ellas, porque la nacida era deforme para su raza y hermosa a los ojos del hombre. De cuerpo y cara era como las mortales, los únicos rasgos que la acercaban a sus hermanas eran las alas pegadas a la espalda y la voz melodiosa que surgía cuando empezaban los cantares, fue esto último lo que la salvó de ser asesinada por sus hermanas.

Años después, en un día en que Helios se encontraba en su punto más alto, una de ellas, con sus brillantes ojos agudos, divisó las velas de un barco. Emocionadas, las sirenas dejaron el vuelo, cayeron sobre la arena de la playa y abrieron los labios, entonando deseables pasiones que hicieran a los navegantes caer en su encanto. Nireina estaba un poco apartada de ellas, nunca había sido querida por ninguna de sus hermanas, mucho menos por Cilia quien, secretamente, la envidiaba, porque siempre había anhelado saborear los amores de un hombre en lugar de masticar su carne y estaba segura que con el cuerpo de ave no podría lograrlo.

Las voces funcionaban, el barco de Ulises, junto con la necia tripulación que hizo a un lado los consejos de Circe, navegaba directo a la isla, envuelto en el sopor de los cantos mortales.

Pero Cilia, decidida a hacer pasar vergüenza a su hermana –aunque esto les costara a todas la comida-, se colocó detrás de Nireina sin que ésta lo notara y, justo en el momento que las sirenas creían que podrían saciar su hambre pronto, Cilia saltó sobre su hermana y le encajó sus afilados dientes en una de sus alas. Nireina, adolorida, desafinó; soltando un chillido tan agudo que se sobrepuso a las voces de sus hermanas y los ahogó, provocando que los tripulantes del barco salieran del aturdimiento. Ulises se dio cuenta del error y ordenó desviar el rumbo.

Al notar que las presas se retiraban, las demás intentaron retomar la melodía, pero el grito de Nireina había sido tan ensordecedor, que los hombres no pudieron escuchar nada hasta que la isla de las sirenas se perdió de vista.

Ellas supieron que la culpa era de Cilia pero, ya que siempre habían odiado a la deforme Nireina, su cólera estalló contra ella. Se lanzaron todas sobre la desafinada, le desgarraron las alas y la arrojaron al mar para que terminara de morir. Sin embargo, Poseidón, quien había visto todo, se compadeció de ella y la acunó entre sus brazos. Le curó las heridas y besó sus ojos, boca y nariz, para que Nireina pudiera respirar, hablar y ver bajo el agua. También juntó sus piernas y acarició la piel de sus muslos, haciendo que las escamas la cubrieran desde los pies a la cintura, formando una cola de pez.

A partir de entonces vivió en el mar, decidió enterrar el recuerdo del vuelo y el de sus hermanas, las cantantes aladas. Y así, con el pasar del tiempo, los mortales también las olvidaron.