La mano de Filemón [mitología griega]

El ganso. ¡Aquel maldito ganso! Si solo se hubiera quedado quiero, ahora no tendrían que estar corriendo tras él. El pequeño animal corría desesperado entre las piernas de los invitados y de los ancianos anfitriones.

El ganso sabía que moriría, claro que lo sabía. Por eso se escapaba. De repente, el ganso se paró bajo los pies de aquel invitado. Parecía aliviado, ¿por qué? Elevando su cabeza y levantándose del piso, Baucis, observó como las ropas de aquellos andrajosos hombres que habían pedido un techo ante aquella tormenta, se habían transformado en bellas túnicas y que los rostros desgarbados habían desaparecido, dejando ver el esplendor de dos bellos dioses: Zeus y Hermes.

¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Baucis obervó a Filemón. Él tenía la misma cara de de perpejlidad que ella. Antes los ojos de Baucis, aquellos dos inmortales irradiaban tal grandeza que costaba mantener la vista directa a ellos. ¿Qué hacían semejantes dioses en la choza de dos pobres aldeanos? Baucis no lo sabía, pero algo sabía: jamás había deseado tanto estrechar la mano de Filemón.