One-shot de Pokémon - La guerra del desierto.

Tema en 'Fanfics Terminados Pokémon' iniciado por Cygnus, 9 Julio 2014.

  1.  
    Cygnus

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    Escritor
    Título:
    La guerra del desierto.
    Clasificación:
    Para adolescentes maduros. 16 años y mayores
    Género:
    Acción/Épica
    Total de capítulos:
    1
     
    Palabras:
    3063
    Para ser sinceros, éste es un fragmento de un fic que escribí para CP en febrero del año 2009. A pesar de que es un fic larguísimo, me propuse extraer sólo un par de escenas de la guerra que en sí manejo. Pueden funcionar por separado también. Se trata de la guerra entre Alhandra y Ruthorn por proteger y raptar, respectivamente, a un especial pokémon que es nombrado como el Gardevoir místico, un pokémon shiny que se ve envuelto en todo un conflicto bélico por su posesión.
    Espero disfruten.



    ____

    Se llamaba Helder el hombre que en aquella noche se le había designado como centinela.
    Era la madrugada del 14 de Julio de 16… a decir verdad, un bello ambiente se disfrutaba. Los montes lejanos dejaban pasar uno que otro rayo del Sol, el cual se asomaba tímidamente sobre las cumbres. No obstante, del lado occidente aún el cielo estaba oscuro. Además, la Luna, la cual se encontraba más pura y llena, se resistía a ocultarse ante la llegada del astro rey, secundando a varias estrellas suspendidas en el firmamento y al planeta vecino que brilla con toda su intensidad en las albas.
    El desierto era vasto, lleno de dunas y montículos de arena cristalina. El ambiente, aún helado, presentaba corrientes gélidas que hacían tiritar inevitablemente a los reunidos.

    Helder, envuelto en un manto con capucha y bien prensado al mango de su espada, aguardaba impaciente a que su turno finalizara felizmente y pudieran continuar su recorrido. Se había separado un poco de sus dos compañeros que también cubrían la misma función, y que en esos momentos intentaban calentarse con las ligeras prendas que llevaban puestas, pues hubiera sido una locura encender una fogata. Sin duda, el humo los delataría en un instante al enemigo.

    No habían pasado ni quince minutos cuando el Sol ya había sobresalido de esos cerros lejanos y ahora cegaba la vista del centinela con sus rayos de luz. Las sombras de los montes comenzaban a extenderse visiblemente sobre el desierto, para paulatinamente ir recorriéndose. Helder colocó su mano derecha sobre su frente a modo de visera y siguió contemplando el horizonte inmutable. Parecía como si no hubiera ni un alma a miles de leguas a la redonda. Dio unos pasos hacia delante, sólo un par, y mientras arrastraba los pies en la arena siguió admirando las gruesas nubes que, aunque escasas, comenzaban a formarse en el firmamento. Posteriormente su vista se posó sobre las fenomenales dunas que el desierto poseía en toda su extensión.

    Una parvada pasó volando justo sobre él, anunciando la llegada del alba. Aunque el Sol alumbraba el campamento casi en su totalidad, no dejaba de ser tangible el penetrante frío que helaba los huesos.
    Empuñó más su espada con aparente seguridad; no obstante en Helder se observaba el nerviosismo. Sin duda era una misión muy peligrosa e importante para tan pocas personas. ¿Qué sucedería si alguien intentaba tomarlos por asalto y llevarse… justo esa pokebola? ¿Qué sería de Alhandra sin ese místico pokémon?
    Eran valientes los soldados, de eso no había duda, pero su número no superaba los cuarenta, lo que a todas luces parecía una insensatez total. Sin lugar a dudas, muy pocos como para defender el tesoro de su patria.
    De repente, algo suena justo detrás de la tienda de campaña que estaba justo a su izquierda. Helder voltea, inquieto por el imprevisto ruido. ¿Sería que alguien los estaba espiando?

    —¿Oyeron eso? —preguntó a sus compañeros.
    —¿Qué?

    Estaba claro para él que no contaba con los otros dos centinelas, que en aquellos momentos devoraban sus guarniciones en una pequeña bolsa de cuero mientras contaban chistes, entretenidos. Helder giró la cabeza repetidas veces y, con espada en mano, comenzó a bordear la tienda verde.
    El ruido volvió a repetirse, esta vez más cerca. Asustado, avanzó un par de pasos más hasta haber rodeado el improvisado alojamiento, y adelantó su arma hacia enfrente con prontitud.

    —Oh… ¡Sólo es un pequeño pokémon! —se dijo al ver escarbando a un Sandshrew en la tierra. Apenas se había acercado Helder, lo volteó a ver con esa mirada azul y desapareció enseguida bajo la arena—. Aunque hay que ver que ya ni en los pokémon con la traza más inocente se puede confiar…

    Y, riendo, regresó a su puesto original.
    No habían pasado ni diez segundos cuando desde el otro lado del campamento…

    —¡Alerta, alerta! ¡Enemigos a la vista! ¡Son los ruthorns! ¡Todos arriba, nos atacan!

    Helder quedó paralizado. La voz provenía de Makar, uno de sus compañeros guardias.
    Asomando los ojos por el techo de una de las tiendas cercanas, pudo distinguir todo un ejército de soldados que venían dispuestos… ¡a robar su tesoro!
    Con ojos desorbitados contemplaba el panorama nada grato: no dejaban de salir marchando de la parte posterior del cerro… y era claro que no tenían intenciones pacíficas. Ruthorn era la ciudad enemiga desde hacía muchísimos años.
    Asía con más energía que nunca su espada, pero el temor arreciaba aceleradamente entre los asentados al ver al numeroso grupo de hombres, la mayoría montados en elegantes Rapidash que lucían con orgullo sus crines de fuego mientras cabalgaban hacia ellos y que no cesaban de aparecer.

    Todos los alhandrenses que se hallaban reunidos ya estaban en pie, observando con asombro cómo se aproximaban los enemigos. Incluso distinguieron un rudimentario vehículo, hecho con lámina dura y llantas de madera pulida, que era tirado por cuatro robustos machamps, entrenados para el trabajo duro. El tanque, por cierto era una completa ingeniería de los Ruthorns. Ninguno de los alhandrenses presentes había visto semejante armatoste participar en una guerra.

    Un hombre de vestiduras elegantes que iba al frente del batallón tomó la palabra enseguida, aclarándose la voz con aspavientos.

    —Saludos, alhandrenses. Apuesto a que saben a qué hemos venido.

    Un silencio total invadió el desierto porque al instante todos se detuvieron y a ningún Rapidash se le ocurrió relinchar siquiera.

    —Queremos a ese pokémon que ustedes guardan… tenemos conocimiento de que aquí está, lo lleva uno de ustedes. Si aprecian su vida, dénoslo, de lo contrario, prepárense a luchar.
    —¿Capitán Khol? —dijo uno de los alhandrenses a su superior—. ¡Ellos vienen por nuestra Gardevoir mística!
    —¡No podemos permitir que se lo lleven! —opinó otro—. ¡Es muy importante para nosotros!
    —Pero… somos sólo cuarenta hombres contra todo un ejército —susurró un tercero.
    —¡Silencio! —espetó el capitán—. ¡Icen nuestra bandera! ¡Sobre mi cadáver se llevan a nuestro Gardevoir! ¡Vamos a luchar, pero ella debe escapar!
    —Pero… pero señor…
    —¡Anda! ¡Vamos, vamos, ícenla!

    Corrieron asintiendo y extrajeron un asta de no muy grandes dimensiones que se encontraba en una de las tiendas; clavándola firmemente en el suelo, dos soldados alhandrenses colocaron la bandera de su patria, con el escudo del ave guerrera, y tirando de las cuerdas, pronto la hicieron subir hasta la punta, logrando que ondeara con intensidad debido al viento.
    Los ruthorns, por su parte, no perdían detalle sobre el comportamiento de sus enemigos. Sonriendo, y con los ojos entrecerrados por el cegador sol, el hombre que había planteado el problema con anterioridad, mencionó secamente.

    —Qué patético. Tener que lidiar con personas tan cortas de mente. Todavía pretenden oponer resistencia. Sólo son un puñado de cobardes.
    —Comandante— le dijo uno de sus soldados cuando estuvo junto a él—. ¡Soltemos los Magmortars! ¡Ellos acabarían con su campamento en segundos!
    —Hmm… no. No sería divertido —contestó sonriendo.


    Del otro lado, la mayoría de los alhandrenses temblaba ante el oponente.

    —¿Qué resistencia podríamos poner? —preguntaba uno.
    —¡Deberíamos traer refuerzos!
    —¡Estás loco! ¡Estamos en medio del desierto! ¡No quiero imaginarme lo que tardarían en llegar!
    —¡Cállense! — gruñó el capitán Khol—, ¡y todos a sus puestos! ¡Manténganse prevenidos ante cualquier eventualidad! ¡Y cuando se aproximen, suelten enseguida nuestro Aggron!
    —¡Sí, señor! —exclamaron todos, colocándose en lugares estratégicos en el campamento.


    —Vamos a atacar —murmuraba primero entre dientes el comandante ruthorn, y después y volteó a sus espaldas—. ¡Arqueros! ¡Estén en posición! —les comunicó a los que se hallaban en las puntas de los cerros—. ¡Vamos a atacar! ¡Ahora!

    Los soldados que venían armados con arco y flechas comenzaron a disparar sus proyectiles contra el pequeño campamento mientras los alhandrenses, alertas, comenzaron a intentar cubrirse con sus escudos, aunque la mayoría de las veces sin éxito. Cuando los ruthorns hubieron avanzado y aproximado lo suficiente para atacarlos con espada, había sólo 32 defensores.

    —¡Ahora! ¡Liberen al Aggron! ¡Libérenlo! ¡Él podrá contra su ejército! —gritaba Khol a todo pulmón entre aquella trifulca a sus soldados.

    Uno de ellos asintió y corrió hacia una tienda de campaña. Jadeante, se introdujo a toda velocidad para esculcar a un lado del lecho y pronto hubo de encontrar una cajita de madera. La sacó y de ella aún extrajo una pokebola. En cuestión de segundos la lanzaba con fuerza y brotaba el monstruoso pokémon.

    —¡Ve, Aggron! ¡Elimínalos! —gritó el capitán.

    Los malvados ruthorns habían comenzado el asalto con espadas al campamento, matando a dos alhandrenses más, pero se detuvieron horrorizados al ver al enorme pokémon metálico aproximándose a pasos agigantados.

    —¡Comandante! ¡Los enemigos poseen un Aggron!
    —¡Es tiempo de atacar con nuestros Magmortars!
    —¡Para nada! —respondió el comandante con sencillez—. ¡Arqueros! ¡Utilicen flechas de fuego contra ese desgraciado pokémon! ¡Córtenle el paso, que no avance más!

    Mientras los soldados de pie avanzaban a tropeles por el alojamiento, los arqueros, que estaban debidamente posicionados en los cerros cercanos hicieron caso de las palabras de su superior. Dos flechas candentes rebotaron en el cuerpo de Aggron, que con un gruñido volteó a ver el cerro. Antes de que pudiera hacer otra cosa, doce flechas de fuego se impactaron a la vez sobre el metal. Aggron comenzó a tambalearse por el ataque, pero como pudo, continuó avanzando y eliminando soldados ruthorns.

    —¡El Aggron está siendo herido! ¡No dejen que acaben con él! —gruñó el capitán.

    Los alhandrenses eran valientes, y se defendían con fiereza de los invasores, pero eran demasiado poco para seguir luchando. Los que intentaron defender al pokémon metálico perecieron, y los que se hallaban en el campamento estaban angustiados. De los cuarenta originales, sólo quedaban veinte luchando.

    —¡Debemos arriar la bandera, capitán! ¡Hay que rendirnos!
    —¿Y entregar al Gardevoir místico? ¡Jamás! ¡Primero muerto!

    Los ruthorns seguían con su invasión, eran más y venían en grupos numerosos, derrumbando las tiendas, lo que comenzó a afligir seriamente al capitán Khol.

    —¡Necesito tres de ustedes! ¡Vamos, tres hombres! ¡Tomen nuestros Rapidash y corran hasta Alhandra! ¡Ustedes tres! ¡Tómenlos y vayan! ¡Confío en ustedes!
    —Pero capitán, nos tardaríamos en traer refuerzos.
    —¡Refuerzos no, tonto! ¡Avisen lo que hoy ha ocurrido… y preparen a la comunidad para una imprevista guerra!
    —¡Capitán, nos llevaremos al Gardevoir místico! ¡No lo dejaremos aquí!
    —Sería muy arriesgado llevárselo por tierra. Los perseguiría todo el ejército. ¡Rhode lo llevará ahora mismo! ¡Ustedes vayan, que tienen una misión que cumplir!

    Helder, que era uno de los tres señalados por el capitán, asintió y junto con sus dos compañeros, tomó uno de los pokémons mencionados y arreándole, se alejó del campamento a todo galope con ruta hacia Alhandra.


    La polvareda que levantaban era evidente, y el comandante no tardó en reprochar.

    —¡Oh! ¡Esos miserables intentan escapar! ¡Despachen los electrodes! ¡Confío en que los alcanzarán rodando! ¡Háganlo!

    Casi fue la acción a la palabra, cinco pokémons eléctricos entrenados para desplazarse a las más altas velocidades salieron dando tumbos por la arena de sus respectivas pokebolas, y tras indicaciones previas, comenzaron a rodar y rodar con prodigiosa rapidez por entre las dunas del desierto, y se alejaron persiguiendo peligrosamente a los mensajeros alhandrenses.

    —¿Dónde está Rhode? —preguntó el capitán Khol—. ¡Lo necesito! ¡Es preciso que vuele… y se lleve lejos al Gardevoir místico!
    —Lo traeré enseguida, capitán —contestó muy servicial uno de sus soldados.

    Corrió éste hacia una tienda de campaña cercana con la intención de extraer de la pokebola al volador; no obstante, un enemigo lo embistió por la espalda con su espada. Con un grito ahogado el soldado alhandrense cayó, pero para su fortuna, uno de sus compañeros tiró una flecha que atravesó el corazón del ruthorn atacante. El arquero se levantó de su parapeto y corrió hacia la tienda completando la misión del primero. Después, volvió a sacar otra cajita de madera, ésta del más puro material, pulida cuidadosamente y con el nombre de Rhode grabada en la tapa, y de ella extrajo una pokebola que lanzó a la arena instantáneamente.
    Rhode, que así se llamaba el Skarmory que en aquellos momentos emergía del destello de luces, era uno de los pokémons más inteligentes y de los mejores entrenados de toda Alhandra, por lo que frecuentemente el capitán depositaba toda su confianza en él para las misiones más peligrosas.

    —¡Adelante, denle la pokebola del Gardevoir místico! —exclamó con ahínco el capitán— ¡Debe retirarse inmediatamente!

    Uno de los trece hombres que aún defendían el campamento le puso en su pico acerado una majestuosa master Ball, con todo cuidado.

    —¡Rhode! ¡Vuela hacia Alhandra! ¡Y por nada del mundo sueltes a nuestro Gardevoir! ¡Ahora ve!— ordenó el soldado.

    El Skarmory extendió sus laminadas alas y, apretando el pico con firmeza, emprendió el vuelo enseguida, elevándose por los aires.


    —¡Mire usted, comandante! ¡Otro cobarde intenta escapar!
    —¡Maldición! ¡Puede ser que sea ése quien lleve la pokebola que buscamos! —respondió enfurecido, y dirigiéndose a los que se hallaban posicionados en los cerros, añadió—. ¡Arqueros! ¡Medalla para el que elimine a ese Skarmory con una certera flecha de fuego!

    Guiados por la emoción del premio que ofrecía el comandante por una misión tan simple, los enemigos comenzaron a colocar flechas encendidas en sus arcos y las dispararon con fervor, mas su puntería generalmente era terrible, aparte de que Rhode esquivaba sus proyectiles sin dificultad alguna. Desesperados, los arqueros siguieron intentando derribarlo, aunque sin éxito.

    —¡Comandante! ¡El Skarmory escapa!
    —¡Ah! ¡Holgazanes! ¡Despachen el escuadrón ‘’A’’ de Flygons! —gruñó—. ¡Y que con su aliento de dragón lo derriben de una vez por todas!

    Casi al instante un grupo de hombres tiraron al suelo cinco pokebolas, que cayeron en la arena con un ruido ahogado, mientras de los destellos brotaban unos Flygons listos para el combate, previamente acorazados en el pecho y la cabeza con escudos y placas metálicas.

    —¡Tras él! ¡Vayan! ¡Deténganlo! —y volteó al lado contrario—. ¡Y ustedes, arqueros, terminen de una buena vez con ese Aggron!

    Las flechas fueron redirigidas desde el cielo hasta el campo de batalla. Aggron avanzaba por las dunas derribando soldados ruthorns, aprovechando la momentánea distracción de los enemigos, pero cuando volvieron a dirigir sus ataques contra él, gruñó y luego pareció derrumbarse. Eran muchos los proyectiles que se impactaban en él, y pronto lo dejaron absolutamente fuera de combate, esta vez de manera permanente.
    Con un resoplido, cayó de bruces en la blanda arena.

    —¡Comandante, el Aggron ha sido derrotado, pero parece que el vuelo de nuestro aplicado escuadrón no puede compararse ante la destreza de ese Skarmory! ¡Debe ser especial!
    —Tonterías… ¡todos! ¡Centren su atención en esa ave!... ¡Ya sé que intenta huir hacia Alhandra con el Gardevoir místico! ¡Y eso no lo podemos permitir!


    —Capitán —dijo uno de los doce soldados alhandrenses—. ¡Mire! ¡Están atacando a nuestro Skarmory!
    —¡Atención, arqueros! —respondió el capitán, nervioso, dirigiéndose a cinco sujetos que portaban flechas consigo—. ¿Qué esperan? ¡Dirijan su atención hacia Rhode! ¡Deben dar su vida por él! ¡Derriben a esos Flygons… denle prioridad!

    Sus subordinados enseguida dejaron las armas para tomar sus arcos y sus flechas, corriendo del enemigo que se aproximaba a pie. No obstante, los pokémons volaban a altas velocidades y pronto estuvieron fuera del alcance de cualquier flecha.
    El Skarmory agitaba sus laminadas alas con precipitación, pero su mirada reflejaba serenidad. El estoico pokémon no tenía la más mínima preocupación de que los enemigos lo fueran a alcanzar, y eso que los persecutores se desplazaban velozmente tras de él.
    Uno de los Flygons pronto se adelantó al grupo, tomando una corriente de aire favorable, y alcanzó de un aletazo a Rhode. Éste volteó levemente la cabeza hacia un costado e intentó evadirlo con destreza. Sin embargo, los otros intentaban rodearlo para dejarlo sin escape.
    El Skarmory no tuvo otra opción que decidirse a atacarlos de una buena vez, aprovechando la tardanza de sus rivales. Dio un medio giro en el aire, confundiendo a sus oponentes, y así tan de pronto como lo hubo hecho, reiteró el mismo movimiento, esta vez quedando justo detrás del grupo de persecutores. La destreza de Rhode aunado con la ineficiencia de los Flygons estaba para dar risa, no obstante el Skarmory se veía concentrado en todo momento. Sin duda era un pokémon muy listo, tanto así como para poder tenderle este tipo de trampas simples a cualquier enemigo volador.
    Con determinación, se aproximó a uno de los confundidos Flygons y le embistió el metálico pico en la espalda. Éste chilló, alertando a sus compañeros de dónde se hallaba el escurridizo, pero era demasiado tarde, ahora caía inevitablemente a la arena. Los cuatro restantes voltearon a verlo, pero el Skarmory volvió a aprovechar esa momentánea distracción para volver a alejárseles considerablemente.
    Cuando los Flygons giraron su vista para intentar ubicar al fugitivo, éste ya había retomado la ruta y ahora se encontraba visiblemente lejos.


    —Comandante —murmuró un soldado ruthorn señalando a los pokémon en el aire, que se veían tan lejos que asemejaban un grupo de puntitos suspendidos en el cielo—. ¡Parece que nuestros Flygon necesitan ayuda! Creo que es tiempo de despachar el escuadrón ‘’B’’ para que los escolten y que acaben de una vez con ese cobarde.
    —Tonterías —contestó—, es absurdo que un simple pokémon incluso de poder débil ante ellos se les escape de una manera tan fácil. Mis Flygon están debidamente entrenados. Creo que puedo dejarles ese simple trabajo a ellos.


    Los alhandrenses habían soltado sus armas y ahora estaban con las manos arriba. Quedaban sólo seis defensores, totalmente inermes ahora. El capitán, reprochándose mil veces, había optado por dejar su espada en el suelo y rendirse. Un centenar de ruthorns se apretujaban en el campamento rival, haciéndolo pedazos y amenazando a los enemigos.
    Ciertamente lo mejor que podían hacer era rendirse, ahora sólo estaban esperando a que el Gardevoir místico fuera llevado con éxito hasta Alhandra.

    —¿Y qué hacemos con éstos?
    —Los tomaremos prisioneros por ahora. No me gusta asesinar a los indefensos de esta manera —determinó el comandante, sintiéndose magnánimo con sus contrarios.


    ....

    Originalmente publicado como long fic en cpokemon, bajo este mismo nick, hace 5 años.
     
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